Supongamos
Supongamos por un momento que algunos de nosotros movidos
por un ánimo de justicia abriésemos las puertas a un estilo de vida a aquellas
personas que buscan un futuro mejor.
Supongamos que con el paso de los años estos
descendientes de aquellos llegados se sintiesen partícipes de una colectividad
que hacen suya, que consideran suya, que sienten suya. Supongamos que en un
intento de encontrar sentido a la existencia de estos, unos encargados de velar
por turbios intereses movidos por las creencias, aprovechasen su dominio
espiritual para plantear dudas, abrir resquicios y esparcir retrocesos con la
intención de hacerles recapacitar de un error que no sabían que les cubría.
Supongamos todo esto y añadamos penurias en el día a día y tendremos los átomos
preciosos para fabricar las moléculas que darán origen a las células de un
nuevo ser al que nadie reconoce como tal. Los dogmas se apoderaron del intelecto
y no habrá más razón que la nacida del
impulso por imponer sus propias creencias y/o modos de vida. O sea, que quienes
llegaron a un mundo de esperanza acaban
con el modo de vida de dicho mundo en base al fanatismo. No se trata de
generalizar, pero me sorprende el hecho de que nadie con autoridad moral sea
capaz de repudiar y condenar esos actos execrables. Una de dos: o no les dan la
importancia que tienen o están de acuerdo con ellos. A lo largo de la Historia se han sucedido situaciones en las
que de un modo u otro la fe se ha ido imponiendo a las buenas o a las malas y
el Ser Humano sigue sin rectificar. De modo que a quien no comulga con mis
ideas lo tomo como enemigo e indiscriminadamente sacrifico a quien menos lo
merece. Da lo mismo que sea en una
estación de metro, en un aeropuerto, en una redacción de periódico…lo
fundamental es imponer mi criterio porque sí, o porque también. Intento
imaginar lo que hubiese supuesto a quienes salimos de nuestra cuna en busca de un futuro
mejor el hecho de seguir aferrados a costumbres de la misma e intentásemos
hacerlas obligatorias ante los que nos abrieron sus brazos, por las buenas o
por las malas. No creo que hubiésemos
tenido eco suficiente y en contrapartida hacemos nuestras las formas de vida
que tanto buscamos y gentiles nos ofrecieron. Eso sí, seguramente nadie nos
habría intentado convencer de lo contrario en base a unas doctrinas que
solamente buscan colocar una lápida en la conciencia de quien actúa movido por
el fanatismo. El ser humano perdió la razón cuando decidió darle trono al
absurdo de pensar en alcanzar el cielo a costa de convertir el día a día en un
infierno, y así nos va.