viernes, 31 de octubre de 2014


     Ser y parecer

 

Ese era el dueto de verbos que se le adjudicaba a la mujer del césar en la Roma Imperial. A ellos se les podría añadir los adjetivos y apelativos  que todos tenemos en mente por haberlos aprendido en los pupitres de nuestra propia casa. Honestidad, decencia, responsabilidad, honradez. Y mira por donde, no es así. Después de meses y años esperando el final del listado de corruptos, desisto de dos cuestiones fundamentales. Renuncio a calificarlos de presuntos y renuncio a esperar a que acudan  algunos más que justifiquen las acciones de los que ya están implicados. Mi enhorabuena, servidores públicos, políticos electos, malabaristas del engaño. Mi enhorabuena por haber sido capaces de demostrarnos el modo más directo de actuar en próximas convocatorias. Habéis jugado con la esperanza para destrozarla y enviarla al estercolero en donde os encontráis tan a gusto. Removéis las cisternas para que el putrefacto hedor consiga adormecernos y a la vez alejarnos de vuestras somníferas  proclamas. Habéis jugado con los dados marcados que ni los más canallas de los tahúres sospecharon tener a su disposición en el tapete verde que habéis destrozado con vuestras trampas. Y  lo peor de todo esto es el muro de desolación que estáis alzando en torno a nuestras futuras decisiones. En ese modo de actuar conseguís que penemos que todos sois iguales y así escudaros en la iniquidad de la multitud que os cobija. No tenéis vergüenza por no ser capaces de ponerle límite a vuestra codicia. No tenéis otro objetivo que extender la alfombra que os conducirá a elevados pedestales. En ese castillo erigido a vuestra voluntad se han situado los alfiles que gozan de vuestras prebendas y os extienden los estandartes esperando vuestra llegada. Y mientras, las fanfarrias esparciendo vuelos de negritudes que quieren impedir el nuevo rayo luminoso. Seréis quienes, cuando las tornas se os vuelvan en contra, os camuflaréis camaleónicamente en el discurso del encantador de cobras que tan bien se os da para hacernos bailar al son de la quena. ¡Qué decepción! Hemos vivido en las dos orillas en las que la sociedad  se ve sometida. Una, usó y abusó de su ordeno y mando. Pasó al recuerdo y gracias a vosotros,  algún iluminado presentará las credenciales de salvador y llevará las de ganar. Entonces, como dictó el desencanto, vendrán a por todos y no tendrá remedio.   

 

 

jueves, 30 de octubre de 2014


      Evanescente

 

Intentó infructuosamente definirla y la tríada de intentos acabó en el fracaso de la desilusión. No encontraba los pinceles adecuados con los que dibujar las líneas definitorias que trazasen el perfil aproximado a la virtud que  ojos vista atesoraba y a ojos ciegos exponía. Era la imagen salida del jardín de Venus que en un descuido decidió descender para hacerse real. Era y es quien a su paso deja en el aire el hálito embriagador en el que los sedientos poetas perecen al saberse descubiertos en su vano intento por superar lo insuperable. Flota desde el cendal que el romántico predecesor rimase para recordarnos que la levedad del amor viene de la mano de la pasión desmedida que se rendirá a sus pies como hojarasca otoñal que se da por vencida. Marmórea ardiente que renunciará al pedestal para no provocar celos a las que ya los acumulan al saberse inferiores. Desde el perfil donde nacen sus besos, los vientos cobran sentido y se arremolinan a su compás para no verse alejados de ella y arrojados a los acantilados del gris. Acaricia a las brisas como sólo las diosas son capaces de hacer mientras las remite a los confines de quienes ignoran el néctar de ella manado. Vira la vista porque el pudor de saberse así ruboriza a la sencillez que la habita  cuyo cíngulo se niega a penar por nada que no sean alegrías. Renuncia a descubrir que el mismísimo señor de las tinieblas se dio por vencido al pretender cobrarse en su alma el precio de tal hermosura. No pudo, ni supo, ni quiso ser capaz  inmunizarse ante la ninfa que quiso para sí. Sueña con rayos de luna a los que trenzar  dorados con los que tejer enredaderas a las que ascender quien se sienta cautivo. Allí, en el frío de la noche, la verdad disipará temores y ella gobernará a su antojo a los miedos. No será necesario que los pétalos de la rosa encerrada decidan caer porque la savia que los alimenta nace de su gesto hermoso. Aquí, mis horas muertas empiezan a desempañar el espejo en el que me miro para devolverme a la realidad. La he soñado al verla y consigo tenerla al soñarla. La vela hace tiempo que dejó de iluminar y no fue necesario el relevo. Frente a mí reposa, frente a mí perdura, frente a mí se eterniza. Cerraré la ventana. Niego permiso al intento del frío del amanecer por convertirse en marco que la abrace y acaricie. Una noche más, la soñé, la tuve, vivimos la fugacidad y fui feliz. El mañana me espera para de nuevo hacerme sentir el mayor de los esclavos que calzan por cadenas la caridad de su amor sin  ella saberlo.

 

miércoles, 29 de octubre de 2014


      Mi mar

 

Refugio en el que cualquier  espíritu marinero se  sabrá bien recibido nada más despliegue las velas a los horizontes ilimitados. Mar cubierto de salinas que disuelven las penas de aquellos que náufragos lo han dado todo por perdido sin haber conseguido discernir cuanto deseaban. Un mar de cadencias que acarician a las olas entre los versos que sacan a flote a los que están a punto de perecer. En este crisol de atardeceres, el vuelo de las gaviotas traza los surcos del pentagrama en el que suenan las habaneras desde el faro de la nostalgia. Y amanece el crepúsculo con la reverberación de los sones que suenan a sueños en las travesías de la soledad. Sé de qué hablo porque el mascarón de proa que me viste surca con el viento de levante las rutas por descubrir en aquellos espíritus libres que se niegan soledades. No, no me incomoda el salpicar de los salitres por más que quieran apoderarse de mis ojos y cegarme la esperanza de un nuevo viaje. Nací para espantar a los monstruos que diseñaron los miedos y con ello reconforto a quienes viajan conmigo. De nada servirán las tormentas que los huracanes provoquen porque saben que su batalla está perdida de antemano ante su falta de argumentos. Este mar, mimado mar, soñado mar, en el que me desenvuelvo se orienta con la estrella del sur que sólo los atrevidos navegantes saben leer para evitar embarrancamientos en las arenas traicioneras. De nada servirá que las jarcias templen malos augurios porque sé que allí, desde lo más profundo de su ser, este mar, se alía conmigo y entre ambos trazamos la vía láctea de los amantes perdidos, de las almas olvidadas, de los robinsones ignorados. Haced como que no veis, no,  lo desgastada que pervive mi piel de tanto arponearse con los anzuelos del desencanto. En ellos, las redes traicioneras capturarán al delfín imposible que esparcirá cabriolas risueñas al compás de barlovento mientras el canto de sirenas intentará distraer a loa aguerridos grumetes que se sueñan capitanes sin serlo. A ambos lados de mi torso las anclas,  rémoras de sueños sobreviven  capturando a los malos presagios  que consigo ignorar. Esta tarde, como todas las tardes, en el pantalán de poniente, reposará mi paso. Y una vez más, como todas las tardes, besaré silencioso a las olas que esparza sobre mis ojos este mar de sueños, al que tanto debo, al que tanto quiero, al que tanto necesito. Sin él, no tendría sentido mi vida adherida a la proa de un barco llamado sentir.           

 

martes, 28 de octubre de 2014


    Hola de nuevo

 

Fue lo que leyó en aquel cartel publicitario aquella anodina mañana. Anunciaban no sabía a ciencia cierta qué y sin embargo el tono le resultó familiar. Siempre soñó con la posibilidad del reencuentro y en sus entelequias las múltiples posibilidades de saludos se agolpaban queriendo ser las elegidas. Las dudas anidaban en su interior negando el paso a la osadía de lanzarse a su búsqueda. No quiso recordar los días en los que las innumerables promesas colgaron de las ramas porque el dolor al olvido alzaba un patíbulo cuyo rehén llevaba su nombre. Soñó tantas veces despierta que la vela se hizo dueña de sus noches descontando espinas a los segundos de oscuridad. Y logró olvidarlo, se mentía quien quería a toda costa la posibilidad contraria. En sus soledades acompañadas se hicieron un hueco las estrofas de aquellas poesías robadas al viento, los estribillos entonados a dúo como sellos del manuscrito del amor que se profesaban. Duraban los enfados lo que tardaba en pasar la primera brisa sobre los ojos empañados que pedían perdones y perdones ganaban. Pocas veces se supo de semejantes pasiones que no fue necesario dar por sentado lo que a todas luces aparecía. Caminos divergentes con un punto de perspectiva en el horizonte que creyó ver cubierto bajo el granito del olvido. Hasta ese día en el que su vista alzó la voz y recordó su textura, su tacto, su piel. Algo le decía que no era un sentimiento de ida únicamente y bajo esa posibilidad, decidió soñarlo, decidió buscarlo, decidió tenerlo. No le fue esquivo el esfuerzo y el temblor de sus manos no llegó a acertar sobre los dígitos del teléfono. Se sentó sobre el extremo del banco solitario de la plaza y encendió un cigarro. Su imagen le vino vestida con la sonrisa que provoca la alegría y se quitó la coraza que tanto tiempo llevaba su corazón prisionero en la mazmorra del cariño prestado. Apuró la nicotina y volvió a marcar. A los pocos segundos, nada más mencionar su nombre, unos labios desde la distancia,  reconocieron su voz y repitieron el “Hola de nuevo” que tantas veces hicieron suyo y que sonaba esta vez  tan cercano que los años de ausencias cayeron en el foso del olvido. Sabe sobradamente que allí  suelen enviarse a los presos del amor cuando se intentan negar la certeza de todo cuánto sienten.  

 

lunes, 27 de octubre de 2014


    El trono del desencanto

 

Quiso ser el alma libre que libre vagase entre las nubes grises de las grises existencias y así creció y así pervive. Ella, tan ecuánime a ojos extraños, ejercía  de dueña desde el ejercicio poderoso que el convencimiento nacido del alma utiliza como argamasa de cimientos para soportar al edificio de los sentimientos. Cumplía como había aprendido a cumplir desde el ejemplo recibido y la tacha era improbable en su trayecto vital por el que tantas interrogantes esparcieron los próximos. Se sabía dueña del fiel de la balanza en la que los méritos se distribuían desde dentro para compensar las taras que le pudiesen llegar. Reinaba desde la duodécima planta y ni siquiera las luces que osaban traspasar los cristales que reflejaban a la bahía eran capaces de resolver el enigma. Fluctuaron las leyendas que hablaban de ella como la inaccesible que mantenía a raya a los más osados que lograban acercársele. Ninguno supo descifrar en aquella mirada la vulnerabilidad que la asediaba y a la que refugiaba dentro del calabozo de la rigidez. Era feliz regente desde el trono envidiado  más no envidiable. Sus renuncias habían pagado un precio elevado y era el momento en el que la sinceridad hurgaba hacia sus adentros haciéndola entristecer. Hacía días que el recuerdo de aquella tarde le asaltaba como invitado sin permiso. Volvieron a aparecer las escenas en las que las risas y el griterío se mezclaban con los acordes de las canciones que desde la cabina llegaban. Regresó su rostro y un rictus arqueó sus labios. Recordaba la locura que llegó a conocer en aquel que tantas utopías le abriese. Su dualidad por querer y deber transitó por la línea que el equilibrista casual tendió a los pies de quien tanto disfrutó al traspasar los límites. Así empezaron a arrugarse las rayas de su futuro que ahora le traía las recompensas no deseadas y la vestían de gris marengo. Pasó la nube no invitada y con ella la penumbra iluminó su renuncia. Descubrió por fin, lo que tantas veces supo y no se atrevió a admitir. El desencanto con el que se cubría  nació  aquella vez en la que dejó vencer a la razón para alcanzar el trono que la victoria más amarga concede a los cobardes. Dio la espalda al horizonte, se sentó tras su mesa impoluta y una sombra de dolor recorrió el páramo de su maquillaje arando el yermo en el que nada sembrase.      

domingo, 26 de octubre de 2014


     Los seguidores

Entró en ese bucle que las dudas helizan aquella tarde en la que se reunió con sus colegas de pluma y teclado. Tenían por costumbre degustar los aromas del café entre las nebulosas que esparcían los orgullos mal fingidos de quienes se consideraban exégetas del verbo a los que rendir pleitesías. Los inciensos de la adulación  venían en el baúl del engolamiento que iban reclutando los seis días previos a la cita acostumbrada. Allí, a modo de decimonónicos redactores liberaban a sus decimonónicas plumas vestidas de teclados digitales y exhibían con falsos pudores el ábaco de seguidores. Habían comenzado, disimuladamente, la carrera hacia el hedonismo de ser seguidos como profetas sin carros de fuego ascendentes a los cielos. Y sin embargo, tras las sonrisas falsas, estos gladiadores blandían sus espadas, volaban sus redes y lanzaban sus tridentes con el fin de alcanzar la gloria que supondría la magnanimidad del césar del recuento de la mayoría de acólitos. Se sentía, en cierto modo, el eterno aprendiz que nunca osaría hacerse un hueco entre aquellos que habían tenido la aquiescencia de permitirle la proximidad. Nadie reparó en él más que para recabar halagos y sumar adhesiones. Este grupo de fatuos se soñaba lo que no era para no legar la pena como cuño que lacrase el pergamino de su realidad. Nadie quiso nunca levantar las cartas de este tapete en el que el fieltro ejercía de cretónido telón ante tanta farsa. Pasado un tiempo, decidió marchar. Y aquella tarde en la que el adiós se hizo presente no pudo por menos que sorprenderse con la inquietud que quedó esparcida por la mesa de mármol acostumbrada a cortesías. Logró que la desazón  en aquellos invencibles viniese a ellos como si la revelación de su valía ya no pudiese ocultarse más. Cada uno para sí, desde su propio silencio, empezó a penitenciar sobre sus propias mentiras que nacieron al negarle la valía. De pronto, las cifras de siguientes, dejaron de importarles. Alguien llegó a reconocer que la posibilidad de ser falsas siempre estuvo en su pensamiento y había llegado el momento de dar por perdida la batalla ante la sinceridad. Dejaron que se fuera con un falso parabién y no pudieron negar la evidencia de que ellos cinco, ellos que ejercieron de contables para sumar soberbias, todos los días le fueron siguiendo por la senda que aquella primera vez, trazase la envidia. 

sábado, 25 de octubre de 2014


   El padre de la novia

 

Supongo que las vísperas serán de tal intensidad que no dejarán resquicio alguno a la pausa reflexiva del enlace que llega. Que la agenda, escrita o no, zigzagueará entre confirmaciones y olvidos de última hora a los que poner remedio. Que la logística estará pespunteada con los hilos de la certeza y las agujas del miedo al fallo involuntario. Y entre todo esto, tú, padre de la novia siguiendo el vaivén de los acontecimientos que concluyen en ese día donde todo comienza para ellos. Ella, tu hija, que tantas ilusiones despertó y a la que vas a llevar del brazo en el desfile sobre la alfombra roja que intentará disimular tu timidez, hoy se va de ti y el nido vacío se trenza con las briznas de vuestros  años juntos. En ella la maleta del cariño no lleva cerradura alguna por la que se pueda escapar todo el amor de padre del que se sabe poseedora. Los méritos almacenados le pertenecen pero los cimientos nacieron de ti y lo sabe. Va a ser feliz porque le has enseñado que la felicidad se trabaja y como tal asumirá ese esfuerzo convencida. Sabes, tú, padre que nadas entre la tristeza del adiós y la dicha de su futuro, que nadie podrá igualarla, que nadie podrá hacerle sombra al inmenso amor que de ti recibe. Y no obstante, hoy, has de mantener la compostura, has de escuchar sin oír y has de mirar de reojo al afortunado que eligió para advertirle, con una sonrisa, eso sí,  que ni se le ocurra dejar de hacer feliz a la niña de tus ojos. Todo lo demás, amigo mío, padre afortunado de la novia, compañero comensal de los miércoles lectivos, todo lo demás, carecerá de importancia, por mucho que insistan quienes no son capaces de entender que la mayor fortaleza que podemos erigir en nuestra vida es el amor. Así que, no te aprietes demasiado el nudo de la corbata, porque ya llevas el de dentro con doble lazo y puede ahogarte la nuez cuando escuches de sus labios el “sí quiero”  que te sonará cercano. Por cierto, deja, que esto lo recojo yo.       

 

jueves, 23 de octubre de 2014

de "A Ciegas" el relato...
        La otra

Siempre tuvo la sensación de ser quien  ella no quería. Todos sus intentos por acumular méritos chocaban con la frontalidad del cariño que le resultaba migaja del ácimo pan que no merecía. Llegó pronto a esa encrucijada que el destino nos reserva y pronto tuvo la certeza de que su llegada era tardía. Las conveniencias del estatus social la habían embarcado en un plan que no supo diseñar porque todo le venía del aprendizaje sino de la imposición. Su rol era el propio de las de su casta y su valentía no llegaba a tener la fortaleza de la discordancia. Toda aceptación diseñó la cartilla de su aprendizaje y los capítulos de la misma se sucedían según el trazo social. Así los vástagos cuñaban el visado hacia el gris que le cubría y en el que se sentía realizada. Todo suficientemente ordenado,  suficientemente cabal, suficientemente insuficiente.  Las noches en las que el desvelo de alguno de su prole la lograba desvelar, en el silencio compartido del lecho, se preguntaba sobre la existencia de otro pálpito. Elucubraba sobre las recriminaciones que recibían aquellas que se  habían  atrevido a romper la norma. Empezaba con la condena en su silencio hacia esas repudiadas, pero a medida que el sueño no regresaba, la recriminación daba paso a la permisividad y por último a la envidia. Ellas habían demostrado coraje para cambiar de escenario y de actores. Ellas habían comprobado que la auténtica compañía es aquella que alza el telón de la pasión desde el escenario vital. Ellas, las otras, habían conseguido condecorar con ese título a las que como ellas se sentían seguras en el nido que arropaban las normas. Comprendieron que la felicidad se consigue si la felicidad se busca y se transmite si se tiene. Y en medio de esos soliloquios, cuando la noche reinaba, empezaba a desmontar su castillo de naipes. Se colocaba en el estrado y los argumentos la asaeteaban a favor o en contra del camino a seguir. Soñó con la nueva vida, con su otra vida de su otra ella. Y cuando el miedo empezó a ser disuelto con la premura  de la valentía llegó el amanecer. Las ojeras delataron su insomnio, pero callaron su decisión. Dejó transcurrir los años y cuando llegó el momento siempre tardío, dejó un adiós por respuesta a quienes no entendieron su conducta. No estaba dispuesta a seguir el guion teatral que se le había asignado desde la cuna y renunció a todo lo que para las otras otras  tenía sentido. A todas luces la tildaron con todo tipo de calificativos, buscaron errores propios y ajenos, culpables entre sus círculos próximos y no encontraron soluciones a tales preguntas.  Siguió los pasos que la pasión por la vida diseña  a quien tiene valor para seguirla. Renunció a todo lo que no fuese un colorido iris en el que mecerse y siempre supo que se había convertido en su propio modelo.  Amó sin tapujos e hizo de la pasión el borrador de la infelicidad. Supo desde un principio, que aquellas que no se atrevieron a dar el paso la menospreciarían con ese calificativo. Pero siempre tuvo la certeza de haber querido ser la Otra, porque así sería para todos, y sobre todo para ella misma, la  Única   

    Emma

 

Era su carta de presentación la que nacía de los azabaches de su mirada  para cautivar al instante al afortunado que llegase a ella. Sus previos habían transcurrido entre los interrogantes que la necesidad lanza a aquellos desheredados de la fortuna a los que se les niega raíces cuando las raíces deciden ignorarlos. Poco le importaba ya el árbol del que la desprendieron hacía  años a aquella que de la fortaleza hizo fortuna. Compartió los menosprecios en las celdas que tunicaban,  aquellas que habían optado por el noviciado antes de dedicarse a salvar para la fe de las buenas costumbres a las almas condenadas de antemano. Almas nacidas del pecado de amar a contracorriente a quien no supo auxiliar a quien tanto prometiese. Ella, peldaño final de aquella escalera por la que descendiesen los amantes, ahora entendía las razones que durante tantos años no quiso entender. Era quien empezaba a concebir en su seno el resultado de la pasión que le llegó de repente y descolocó a sus cimientos. No sabía explicarse a sí misma qué fue lo que la cautivó de aquel que se le aproximó en la parada, que la acompañó al vagón, que se sentó a su lado. La curiosidad se fue prendiendo de los detalles de quien tímidamente, abría el libro de bolsillo. Comprobó que el lomo desgastado del mismo hablaba de las múltiples lecturas por las que había pasado y no pudo por más que sonreírse al verse sorprendida. Él, respondió a las dudas que la protagonista albergaba sobre  la protagonista y ella tuvo la sensación de que alguien había escrito su historia sin llegar a conocerla. Lentamente, las avenidas transcurrían en sentido inverso al que llevaban ambos en su deseo de seguir un trayecto no trazado. Llegaron al momento en el que poco importaba si el apeadero era el correcto o no. Vivían en la sensación de haber estado esperando este momento desde siempre. Daba lo mismo porque se sabían necesarios y así permanecieron en aquella acera que escupía transeúntes. Miraron a los ojos y comprendieron que la historia inacabada, la firmarían ellos dos a partir de entonces. Esta tarde, cuando paséis por la verja que rodea los parterres, estad atentos. Alguien está leyendo un tomo, con el lomo desgastado, mientras de cuando en cuando, eleva la voz para llamar a Emma, que juega con la arena ajena a todo lo demás. Algún día, ella también, compartirá asiento con quien sea capaz de acariciar los lomos desgastados de una historia tan hermosa que le parecerá vivida.   

 

 

miércoles, 22 de octubre de 2014


   El poeta que viajaba en las olas

Sabía que sus horas se descontaban de la luz para llegar al tenue tono del horizonte salado a la caída del día. Había descubierto entre las salinas esperanzas el hueco por el que esparcir aquello que la corrección encarcelaba durante las horas de subsistencia y asió a las brisas como jinete descabalgado de la montura de un propio naufragio. Su galope había resultado ser el resultado de unos sueños por cumplir a los que puso letras teñidas de irrealidades entre las que se creyó protegido desde el espigón que alzasen las decepciones frente a las batientes que tan a menudo tuvo que soportar. Así, estación tras estación, compuso el calendario que sumaba alegrías como meses no caídos a los pies de un nuevo otoño. Quiso flotar sobre las albas espumas que cicatrizasen las llagas de su deambular y convirtió en bahía en la que erigir un refugio al arcón de sus versos. Daba la espalda a la tierra firme que tantas veces se las dio a quien se supo fuera de sitio y tiempo. Quiso y pudo embarcarse en la proa del sentir que sigue latiendo en la barca movida por el viento de levante.  Cada tarde, aquellos que hacen suya la ruta del puerto que termina en las arenas, lo encuentran. Los más avezados oyeron hablar de él y a él recurren como peregrinos que huyen de las soledades del alma. Suele improvisarles complaciente  unos versos  como salvoconducto  hacia la ternura que desde sus nieves desprende su sonrisa. Sabe que desde ese mismo instante con ellos viajará lo que no sospecharon necesitar. Y entonces, a medida que abandonan a su suerte al poeta, antes de girar la curva izquierda desde la que dejarán de verlo, observan cómo el cuaderno de manuscritos cierra sus valvas hasta un nuevo día. Llegan las luces del ocaso para quienes han cumplido su anodina tarea. Prenden las luminarias del amanecer para quien se sabe inerme al desaliento de verse tildado de soñador. Alguien dijo haber robado a su recato el título que rezaba en la portada del mismo cuando fingió el descuido de dejarlo a la vista de los próximos.  Afirman que,  ” El poeta que viajaba en las olas”  rinde certezas al dintel  de su templo. Lo que nadie supo jamás fue lo que como epílogo figuraba. …sobre un  Mar de mareas dichosas”. Éste, sólo le pertenecía a él y  no estaba dispuesto a compartirlo.

martes, 21 de octubre de 2014


      Es tan fácil quererte

“…….que nada ni nadie podría imaginar los esfuerzos baldíos que mi corazón realiza para disimular lo inevitable de mi existencia. Has llegado a dar luz a las oscuridades que amordazaron al doliente que se apiada de mi reflejo para desempañar las tristezas que se fueron formando en los taludes del precipicio solitario. Conformas con tu sonrisa el arco triunfante del desconocido yaciente que antes de ti soportaba al pebetero artificial de la ironía. No, no es gratitud lo que me mueve a ti; es armonía dichosa que se disputan mis yemas para lograr tus limosnas. Hemos coincidido en las turbulencias del deseo que ofrecen las mareas a los ignorados navegantes y en ellas nos mecemos al compás de los caprichos. No existe el mañana porque lo hemos traído al hoy desde la urgencia que requisa las horas ausentes de los que se tienen soñándose y se sueñan sin tenerse. Lloramos para evitarnos el dolor que supondría el eco vacío que tantas veces hemos lanzado al valle desierto de la incomprensión. Y en ese llanto renovamos la dicha de sabernos, cercanos, de soñarnos despiertos. Repudiamos a la noche por ser la verdugo de nuestras horas y así conseguimos aliviar la penitencia que supone el adiós. Y así será, como siempre ha sido, como nunca dejará de ser. Está a punto de amanecer, y en este insomnio precursor el miedo a morir con los primeros disparos, carece de importancia. Sé que cuando leas esta carta, los acontecimientos habrán dictado lutos y dichas y tú vivirás con la incertidumbre el paso del cuervo deseando que pase de largo. No, no querrás banderas en las que las barras del heroísmo, siembre de estrellas negras el solar de nuestros sueños. Empiezan a sonar las voces que nos anuncian el principio de quién sabe si será el fin. Léela desde la certeza de saberme tuyo desde  siempre, para siempre…..”  

Pasó la jornada y entre el cúmulo de heridos en la contienda, los sanitarios buscaron a aquellos que malheridos soportaban el dolor. Uno de ellos yacía entre tantos otros y de su bolsillo superior asomaba un escrito. Antes de que las camillas emprendiesen la procesión hacia la retaguardia, alguien se apropió del mismo. Leyó el encabezamiento que rezaba con un “Es tan fácil quererte…..”   y compasivo lo volvió a remitir al bolsillo izquierdo que resguardaba el latir del soldado convaleciente.
 
 

lunes, 20 de octubre de 2014


   Las mazas de la entrada Sur

Fundidos con el asfalto dos pares de zapatones emergen a la cebra a modo de bienvenida. Han visto traspasar el seco cauce que desagua a la ciudad a tantos ignorados solitarios que en ellos nace la necesidad de despertarles a la sonrisa de la frontera ciudadana. Calzan sus rojos sobre el apéndice nasal y a modo de semáforo amable bombardean de artíficas cabriolas el horizonte azulado que la ciudad desconoce por mirar siempre a los pies. En su brevedad, la actuación voltea acritudes viajeras al ritmo de las mazas que surcan los aires y aterrizan en sus reverencias. Poco importa el minúsculo tiempo del que disponen ya que se saben transmisores de momentos a los que regresan aquellos adultos que hace tiempo dejaron de saberse niños. Tras los ecualizados sonidos que vomitan penurias desde el salpicadero, estas, estos, aquellas,  aquellos y aquellos otros, en unos segundos conciben el lento caminar  al que han renunciado en aras a un trasiego absurdo de galgas competencias. Salieron para llegar al mercado cívico y no sospecharon que una pareja de seres alegres les proporcionarían el visado hacia la alegría desde el escenario que los anzuelos tramoyan. Poco importará si la gratitud se convierte en monedas que irán a reposar a una caja de latón bajo el chopo de la acera. Ellos optaron por ocuparse de quienes arrastran sobrados motivos por los que preocuparse. Cubren sus hombros con el armiño cierto que les proporciona la capa de  seguridad que les da el saberse libres. Así, cuando regreséis en sentido inverso, no los busquéis en la salida. Ellos no interrogarán ni juzgarán los resultados de la no reflexión de quienes entraron. Ya dejaron clara la opción a la que merece la pena subirse y cada cual, camino de casa, al contemplar  sus espaldas en la margen izquierda, tendrá suficiente tiempo para  evaluar su vida. Quizás la vergüenza mañana vuelva a cruzarse con ellos y simulará su rostro mientras busca unas monedas con las que hacerse perdonar.. Las ondas siguen plastificando risas falsas, melodías absurdas y miles de motivos para ser infelices. Aprovecharé que están actuando para pasar por detrás y contemplar a los espectadores que llegan uniformados con el mismo atuendo que la desgana plancha cada mañana al anudarse la corbata de la cobardía conformista.

domingo, 19 de octubre de 2014


de "A Ciegas", relato 26
            Su rostro

Decir que vuela la imaginación al contemplarlo sería quedarse con la humedad del mar embravecido e ignorar las olas, los salitres, los acantilados, las playas. No vuela, la imaginación, no; sencillamente se hace real. Es la perfección nacida de la belleza que atesora y que pone por alguaciles a sus ojos para que no escapen de su misión luminaria del mismo. No responde a ningún canon establecido por la sencilla razón de ser nulos los anteriores a ella. La armonía pespuntea los pómulos y la frente se muestra como pátina de albas por consagrar cada vez que, altiva y humilde a la vez, se yergue. No es belleza, es hermosura lo que destila  ese alambique que cualquier alquimista hubiese soñado manipular a su antojo. No es belleza, es calidez, es reposo, es pasión, es el adjetivo por descubrir entre los poemas no escritos aún por no haberse conocido en el mundo de las musas. Silencios rotos por los labios callados que perlan nácares dulzores no pronunciados. Vestal viva del templo clásico en el que la sacerdotisa suprema se inmoló al no poder igualarla. Helena ignota de las pasiones que desencadena y que serían capaces de derruir cualquier muralla del raciocinio. Julieta veronesa ante la que el trovador se rinde por no ser capaz de componer la melodía que le dé alcance. Melibea tunicada con las mil formas que el amor cortés puede ofrecer y que ella recibe. Novicia sevillana frente a la que el más bravo tenorio  rendiría su florete ante su insinuación de aquiescencia. Desdémona provocadora no provocativa del celo de aquel que sabe de la dicha por tenerla presente. Faz del maestro imaginero modelador del mariano rostro de pureza y lujuria que conviven en ella. Quiero suponer que ni ella misma es conocedora de tales virtudes, y que en todo caso, el rubor le llegaría ababolando su tez al hacérselas saber. Mora en la sencillez y en ella misma se erige el manantial de frescura que envidiaría Isabel. Musa de la égloga no escrita por no haber sido suficiente el frescor del prado servil que le sirviese de decorado. Gioconda presente que enarbola la ternura como bandera mientras el viento le rinde vasallaje al ondearla. Ella es, sencillamente, el perfecto  trazo que todo lápiz esculpiría como boceto  inmaculado de madurez conseguida .Nadie sea capaz de tildar de hipérbole la sucesión inconexa de frases que nacieron sin orden, movidas por el latido al que los dedos no fueron capaces de seguir. Termino, acabo de verla, de soñarla, de sorprenderla en la furtividad del horizonte. Ha sonreído, agachó la vista y no encuentro el equilibrio necesario que me traiga la paz a las palabras que me han enmudecido.

jueves, 16 de octubre de 2014


      Escrito estaba en mi alma

Decidió dar un paseo para hacerse acompañar por su sombra que tanto sabía de ella. Estaba en ese punto de la balanza en el que la mirada equidista del ayer y del mañana sin tener la certeza de cuánto duraría el segundo ni cuánto mereció la pena el primero. Tan rápidas habían volado sus esperanzas que ahora intentaba pausarse para no perder una vez más la sensatez de la que otros la presumían dueña. Caían las horas y entre los compases de las mismas daba pasos indefinidos que custodiaban las brisas. Bajo el amparo de los perennes se entregaba a la búsqueda interior que guardaba como preciado tesoro enterrado en las arenas de una isla llamada soledad. Compartía espacios en los que las paredes se coloreaban de amarguras y la asfixia la urgía a cruzar las líneas para sentirse viva. Quiso la casualidad que aquella  tarde, cuando el ritual estaba a punto de ser repetido, tras los auriculares aislantes, apareciese lo que siempre soñó. La voz timbrada del locutor estaba dando vida a los poemas que oyentes voluntarios habían elegido como sus preferidos. Sintió curiosidad por descubrir qué se escondía tras los versos de aquellos inmortales que esparcieron desde siempre emociones para ser secuestradas. Y se dejó mecer por la cadencia de los poemas seleccionados. Paró su caminar cuando la voz grabada de aquel oyente desconocido expuso los motivos de su elección. Era su mismo sentir el que brotaba de aquellos labios que al instante hizo suyo.  Cuando rítmicamente comenzó, su piel se erizó y no pudo por menos que convertirse en dúo desde la distancia. Sabía que el poeta  había compuesto para sí lo que por aquella sentía y la baraja del destino repartió a su antojo. Poco importó la brevedad cuando la intensidad se hizo presente. Dejó de sufrir los roces de las llagas tanto tiempo tatuadas sobre su corazón y se sintió decidida. Dio la vuelta, acortó el paseo y recitando el último terceto sonrió a la vida.

miércoles, 15 de octubre de 2014


     Alabastro

Amanecieron los idénticos tonos grises de su gris existencia y nada presagiaba el rumbo que llevaría el devenir de las horas. Desperezaba  a sus dormidas ilusiones desde la certeza del imposible y en ellas se mecía, acomodaba, consolaba. No dejó de creer en lo imposible para que lo posible llegara y entre melodías inconexas se meció a la espera. Se sabía poseedora de una hermosura que no tendía penumbras más allá de las que sus labios pronunciaban y en la cadencia de su voz colgaban sus nidos las golondrinas blancas de amantes insospechados. Tenía la elegancia que otorgan los dioses a las musas que evitan el alfanje de la negación a los mortales que se les acercan buscando deidades para sí mismas. Era rotunda como la rotundidad del vuelo provoca en quienes surcan los nimbos desorientados en pos de una quimera. Se sabía invencible a los caprichos sin pretenderlo ser y revivía en sus poros las batallas ajenas en las que el desamor ejerció de verdugo. Y en el solaz de la quietud de su verbo reparó en la soledad de su sombra. No  fue premeditado el haz de luz que la mañana le trajo, pero tras él, descubrió cuan inclinada y a ras de suelo se sentía. Quiso preguntarse el porqué de su inquietud repentina y un halo de tristeza surcó su rostro. Los ocres llovían de las ramas compasivos para ofrecérsele por alfombra sobre la que transitar a no sabía dónde ni con quién. Una grieta comenzó a formarse sobre la inmaculada mirada y sabiéndose perdida,  imploró piedad.  El griterío cercano no fue capaz de aliviar su desconsuelo y ni siquiera el rumor del agua que transcurría a sus pies despertó a su alegría. Pronto sentiría de nuevo las nieves en sus hombros y el frío cubriría el alma marmórea que la custodiaba. Oyó el chirriar de la cancela próxima y dando por concluida una nueva jornada reparó en él. A su derecha, los temblores de sus dedos asistían a la premura de un texto. Giró sobre sí, y le ofreció la posibilidad de leer aquello quien se imaginaba destinataria habitual de los mismos. Eran versos tenues de un módico aprendiz que vino a cortejarla buscando respuestas de quien no se las podía otorgar. Misericordiosa, intentó forzar una sonrisa con la esperanza de serle remitida y cuando aquel alzó los ojos, se sintió complacido. Cerró su cuaderno, acarició sus manuscritos y lanzando a la ternura como respuesta, le dijo adiós. Ella quedó impasible confirmando que un nuevo amante había nacido a sus pies. A su izquierda, unas luces artificiales ejercían de candelabros ante la noche que llegó tan luminosa como tantas veces a lo largo de tantos años sobre tantas y tantas historias de amor.       

martes, 14 de octubre de 2014


    Será la lluvia

Imaginaba  que sería la lluvia la que provocaba  ese ánimo que tantas veces le acompaña compasiva. Debía  ser ella porque si no, no entendería aquello que realmente no merecía ser explicado salvo por los caprichos del alma que carecía de bridas  a las que asirse para frenar sus ímpetus. Siempre se vio ligada al agua quien se sabía sirena varada en el puerto de la soledad. Y así tendió para sí un horizonte sobre el que desplegar sus sueños sin más frontera que la consecución de los mismos. Se sabía feliz, pero no plena. De poco le servían las atenciones de las que era objeto a quien hacía del suspiro una llamada que pocas veces era escuchada. Vivía en una época que no le correspondía más que con materialidades que se subastaban sus minutos cuando era capaz de llenar una vida desde la plenitud de una sonrisa. Refugió sus días en la realidad de un sueño y sus sueños escaparon al rompeolas en el que sus pasiones batían a las mareas. Tantos la conocen como tantos ignoran en realidad quien se refugia bajo su piel. Y así se solaza a la caída de las tardes cada vez que se asoma al alféizar de su ventana y mira al atardecer grisáceo. Lo que para otros se presenta como gris desventura, para ella supone el prólogo de un nuevo capítulo en el que firmar sus sueños con la tinta húmeda que el cielo esparce a quien sueña imposibles. Si la veis, si os cruzáis  con ella, pedid al destino que sea durante una de esas tardes en las que las nubes gobiernan a su antojo. Acercaos y a prudente distancia observadla. Callad porque en ese mismo instante está trazando desde sus adentros el pentagrama sobre el que expandir las notas de su alegría. No corráis al encuentro de quien sabe que su meta sólo la traspasan quienes son capaces de entender a los silencios que la inmortalizan. Cuando las horas lloren su despedida seguid su estela y comprenderéis la magia que la envuelve. Entonces descubriréis que quizás la lluvia ha sido la culpable de proporcionaros el catalejo desde el que contemplar la belleza de tantos silencios.

lunes, 13 de octubre de 2014


AL MAR LANCÉ LA MIRADA

 

AL MAR LANCÉ LA MIRADA

ALCANZANDO LO INFINITO

CIELO QUE EN EL AGUA HA ESCRITO

SUEÑOS SIN LÍNEAS PAUTADAS

SIRENAS QUE SON VARADAS

VIAJES QUE SON FINIQUITOS

BAJEL PIRATA, MALDITO

QUE SE OCULTA EN LA ENSENADA

DONDE YACEN LOS PROSCRITOS

SUEÑOS DE UNA VIDA AJADA

REBAÑOS DE UNA MAJADA

QUE FORMA EN EL PRECIPICIO

DE UNA VIDA MALGASTADA

CUYA DICHA FUE ROBADA

MEZCLANDO DOLOR Y GRITOS

POR ESO HACIA EL INFINITO

LANZO EN EL MAR LA MIRADA

POR AQUELLOS QUE NO HAN VISTO

A LA SIRENA VARADA

Y SÍ AL BAJEL MALDITO

CUYA CARGA TRANSPORTABA

UN GASTADO MANUSCRITO

DEL TESORO QUE OCULTABA

ORO Y RIQUEZAS HURTADAS

A CORAZONES DOLIDOS

CUYO DOLOR ENVASABAN

EN VIDRIOS, Y FUGITIVOS,

AL MAR INMENSO LANZABAN

ALCANZANDO LO INFINITO

LANCÉ MI VISTA, UN CUCHILLO

Y LAS PUPILAS CLAVADAS

ACERTÉ, BLANCO, DIANA,

HOY EL BAJEL HE HUNDIDO

HOY LA BRISA, HOY, RESPIRO

 

 

Jesús ( defrijan)

     Los manuscritos del bohemio

Le llegaron como por casualidad  y no dejé de sorprenderse como sorprende lo inesperado tanto tiempo dormido. Tiempo atrás aquello que ahora salía a la luz fue entonado en las noches de bohemia que la luna provoca mientras genera compañías nacidas de las soledades interiores. Allí se volcaron esperanzas no cumplidas y sueños por gestar a la espera de los vientos a favor. Trasegaron silencios como sólo los desesperados incomprendidos son capaces de libar en su deseo de inmortalizar momentos que saben sin retorno. Horas que segmentaron los segundos de arena caídos como las notas de  un bolero desgarrador para aquellos espíritus nacidos para el sufrimiento. De poco valían las fingidas sonrisas que esparcían por doquier ante quienes se les cruzaban. Las limosnas que les otorgaban a modo de lástima no conseguían más que tatuar sobre sus corazones los surcos de la infelicidad en los que las semillas del zarzal florecerían a las espinas. Poco importaba el desafinado compás que la sexta cuerda marcaba cuando la partitura la escribía la madrugada que inspiraba penurias. De nada sirvió que la ventana sin cortinas dejase pasar  al rayo luminoso de la primavera otoñal. Sabían que la cuesta abajo hacía años que fue trazada como senda del abismo al que descendieron lentamente. Ni los salientes generosos fueron capaces de evitar el sino que nació para perecer en las grandezas de sus almas incomprendidas. Por todo ello, esta tarde en la que regresaron los manuscritos a sus manos, sintió de nuevo arquearse a la ballesta del dolor que creyó olvidado. Repasó las letras y en ellas regresaron tantas ilusiones perdidas que el tiempo no tuvo misericordia en evitar. Entonó los estribillos, y conforme escanciaba la cuarta ronda de tequilas, brindó por él con la seguridad de que el rictus picarón emergería de sus labios para desearle suerte como tantas veces hiciera quien de ella careció. Quiso llorar y no pudo por serle imposible cerrar el encuentro de la noche con lágrimas de dolor ante quien siempre las contuvo y sólo fue capaz de derramarlas en la última estrofa, donde el último verso, hablaba de amor.     

jueves, 9 de octubre de 2014


          Todos los dieces del diez

Todos los dieces del diez se abren con tu sonrisa. Esa que tantas veces escudó tristezas para que no nos llegasen a herir. Esas en las que se almacenaron esfuerzos sin tiempo para el asueto. No aprendimos de ti la versión de la vida que ofrece la espalda al semejante, no. Tú  nos enseñaste desde el ejemplo cómo se conjugan obligaciones con cariños hacia aquellos que incluso no se merecen los segundos. La generosidad iba pareja con la defensa a uñas y dientes de los tuyos, y el precio se flexionaba ante el valor cediéndole el puesto de privilegio. Era tan fácil hacerte feliz que cualquiera de las manifestaciones que mostrabas tras nuestros  mínimos esfuerzos  expandía a la rosa de los vientos la cometa de tu alegría contagiosa. La escoba de palma con la que acariciabas el rocío de la mañana sabía de tu firmeza ante la obligación y se prestaba gustosa a acicalar aceras y esquina. El capricho intuido lo asumías como deber con tal de no defraudar las esperanzas que a todas luces vimos cumplidas. Las rosas de mayo se disputaban el privilegio de brotar las primeras para rendirte pleitesía ante tus cuidados. Y mientras, el laurel y los geranios simulaban su envidia coloreando las calas que prestaban sus albas. Anocheceres  de recientes humedades nos llevaron a disputarle a los ribazos el destino de los  moluscos. Fríos de diciembres nos mostraron los pesebres del musgo con los que fingir verdores de Galilea. Cientos de veces transportamos tallos talados espinados para dar paso a las savias nuevas con las que reverdecer nuestros ojos. Los telares ocultos esperaban su turno para firmarse con iniciales que acunarían futuros sueños. Los humos camuflados se aliaban con tu falta de recriminación para no ser la verdugo de placeres.  Las alacenas se poblaban de orzas en las que aguardaban pacientes  los caprichos culinarios. La rocalla, peana de santidades, esperaba tu abrazo como colofón a la jornada. Eras sabia por haber conseguido sabiduría desde la academia que la vida ofrece en las aulas del compartir. Y desde ahí, te hacías de querer, te haces de recordar. Por eso soy incapaz de vestir de negro a todos los dieces  de los dieces desde siempre y para siempre. Porque gracias a ti, el luto de la pena de no tenerte, se viste  con los lunares de las alegrías al haberte tenido como madre.

Jesús(http://defrijan.bubok.es

  Me gusta

Ese dúo afirmativo se ha convertido en algo tan habitual que pareciese estar tatuado en nuestras falanges cada vez que se disponen a teclear cualquier pantalla. Es curioso como a la más mínima aparición de algún mensaje expuesto en la red, el automatismo actúa de modo veloz para que el autor o autora de dicha publicación se sienta halagado, reconfortado, querido. Como acto amigable, se acepta, aunque la duda aparece al analizar los motivos que lo llevaron a aparecer. Dejando atrás a la presunción se nos presenta la inseguridad derivada del hecho del pensar que no lo hayan podido, querido o sabido digerir quienes nos dan la aprobación de modo tan repentino y entonces carece de validez. Por eso creo yo que deberían eliminarse las aquiescencias que aporta el lema y dejarlas traslucir por el acto reflexivo de la previa lectura en cuestión. Si damos por válida la opción que supone esa especie de palmadita en la espalda como refrendo deberíamos exigir a quien la lanza un mínimo de sinceridad, y quizás la opción opuesta del “Lo aborrezco”. Con ello conseguiríamos crear un clima más sincero  creo yo y de paso evitaríamos el ascenso a los cielos de la soberbia a quien se dedica a contarlos sin más haciendo acopio de ese grano de satisfacción que no siempre es conveniente. Sí, está claro, que las buenas maneras son de agradecer y que no siempre debemos expresar la opinión con el alfanje de verdugo preparado. Pero no es menos cierto que pasado el minuto de gloria que supone el recuento, el souflé de la vanidad se viene abajo ante la duda de sinceridades. Así que, por lo que a mí respecta, prometo cumplir con el postulado que traigo y no clicar jamás un “Me gusta” si no me gusta sinceramente. Sé que podré pecar de juez y esa misma justicia es el que desearía que se me aplicase a mí. Os lo agradecerá eternamente el orgullo que de cuando en cuando intenta salir de mi pecho envalentonándose en el recuento creyéndolo a pies juntillas. Podéis empezar por este mismo alegato, y acepto gustoso cualquier opción opuesta a  la correcta pulsación que el dedo del césar elevado proponga. Empezaré por mí mismo; a mí este escrito de hoy, me ha resultado normalito; será porque es festivo y hace sol.   


Sol

Años hacía en que la cotidianeidad le giró repentinamente. Aquel a quien tanta fidelidad le profesó, dormitaba su hemiplégica mitad sobre el mimbre que acumulaba los calores de la chimenea. Ni una queja, se le oyó pronunciar, y las migajas de caricias que le profesaba quien fuese su señor incondicional, las aceptaba con la resignación de quien percibe su fin cercano. Sus silencios, sus pasos cortos, sus no salidas callejeras, acabaron habituándose a la claustral existencia  que ambos compartían.

Llegado el fatídico día, se le privó de la despedida, y con disimulo, sus pasos se alejaron por voluntad ajena del círculo de devoción que otros seres, solidarios pero extraños, tomaron como escenario de los plañidos de condolencias.

Pasados los lutos, y con las céreas nieblas que seguían inundando la casa, se le permitió salir. No soportó el dolor de su ausencia y durante varias jornadas nadie le fue testigo.

Días después, un óbito  inesperado, abrió la senda de la negra comitiva que hacia el Campo Santo enfilaba sus pasos.

Y al entrar, con el permiso concedido por el chirrido de la cancela, allá estaba. En la misma postura que tantas veces en los últimos años adoptó mientras robaban juntos el calor de la lumbre. Sólo, tras mucho insistir, atendió a los requerimientos de los cercanos que le proporcionaron el consuelo que había perdido.

         Se llamaba Sol.

miércoles, 8 de octubre de 2014


     Volar a tu lado

Sabía que su  realidad se movía en las claridades que la noche ofrece a quien necesita certezas. Y así lo aceptaba. Todos aquellos cimientos en los que fue basando su existencia habían empezado a resquebrajarse de un modo tan silencioso como silencioso suele ser el desencanto. Sus ímprobos esfuerzos por apuntalar quereres se estaban viniendo debajo de un modo tan cruel como previsible a cualquiera que no hubiese prestados ojos sordos ni oídos ciegos a la realidad. Intentaba querer por dos y el esfuerzo no le mereció la pena. De modo que dejó de remar contracorriente y se meció en las caricias y mimos que la oscuridad le ofrecía. Allí descubrió unas nuevas sensaciones que siempre le acompañaron y que creyó fenecidas en el nicho de sus desencantos. Poco a poco el vaivén de las horas creó un rompeolas de emociones que a duras penas conseguía contener. Se sabía comprendido, acompañado, querido, escuchado. Volvió a sonreír desde la alegría que proporciona el saberse soñado desde otras soledades que surcaban los meridianos de la noche en busca de compañía. Volvió a creer en lo que tanto quiso al compás de la alegría que llegaba como viento de levante a remolinar su piel con bucles de ternura. Volvió a ser quien tantas veces fuera y tantas veces ocultara para alzar un escudo protector que tantas veces olvidase. Y así continúa. Ha decidido que será su realidad aquella que expanda la noche entre los cinabrios del cielo en busca del destello ansiado. Surcará errante los caminos que la pasión trace para no volverse a equivocar  en el retroceso. No habrá vuelta atrás, porque cada vez que la hubo, a la tristeza de no emprenderla se unió la penitencia de la cobardía que cubrió su torso. Era el momento y la salida quedaría cerrada para dejar constancia de su marcha. Poco importará que quienes se le crucen, que quienes tengan la suerte de pasar por su vida le tomen por loco. Sabe que su apuesta la ganará y ya ha empezado a ganarla desde el mismo momento en el que se ha respondido a sí mismo a la pregunta que tantas veces no quiso contestar. Lo  que  quizás ignora, y no debería, es que a medida que vaya cruzando por la senda de los sueños, alguien, quizás tan perdido como él, cuando sea interrogado con  un “¿a qué has venido?” , tenga preparada la repuesta que diga “ a volar a tu lado”.


 

martes, 7 de octubre de 2014


Keltíber
 
 Que desplieguen los pendones
 Que vuelen los estandartes
 Que vengan de todas partes
 Arqueros con sus halcones
 
 Que Enguídanos se engalana
 De ayeres de keltiberia
 Y suena a festiva feria
 La plaza siempre lozana
 
 Artesanos sobre el cuero
 Manos diestras en la arcilla
 Y muestras de anea en silla
 Junto a forjas del herrero
 
 Carpas de buen yantar
 Hilos de mil amuletos
 Blasones con los respetos
 Y apellidos que enmarcar
 
 Duelos de fuerzas y espada
 Entre soldados guerreros
 Que esculpen en vivo fieros
 Fortaleza musculada
 
 Ofrendas al dios pagano
 Señor de culto y cultivo
 Mientras espera el olivo
 Dar el jugo de su grano
 
 Nocturnas sacerdotisas
 De funeral al castillo
 Donde se almenan el brillo
 Con el fuego y las pavisas
 
 Lumbre con calor de hogar
 Cobijo de los sentidos
 Carriles recién paridos
 Y el Cabriel justo al bajar
 
 Heraldos de la Manchuela
 Corred la voz presurosos
 Que los días más dichosos
 A Octubre tienen en vela
 
 Ya despliegan los pendones
 Y ondean los estandartes
 Y llegan de todas partes
 Arqueros con sus halcones