miércoles, 23 de diciembre de 2015


      Feliz  Navidad

Ya está todo preparado y todo sigue pendiente del último detalle. Las chimeneas exhalan fumatas blancas y las alacenas rebosan de melaos y frita en sartén. En un constante goteo, los cláxones anuncian en cada curva que no cierren la lista, que siguen llegando y el tránsito desde la lejanía se ha hecho eterno. Un año más, las aceitunas esperan su turno para ser ordeñadas desde las ramas y sumergirse en el lebrillo de la cocinilla que cubre sus barros de sosa y aliño. Las perchas de madera exhiben el oreo de la matanza y las bolsas de agua caliente saben que ha llegado su turno. Las orzas se exhiben ufanas a pie de pared pintada de azulete  porque se saben las elegidas por quienes tanto las echan de menos. Y las castañas, guardianas del secreto de su sabor, reinas de la corona con la que se viste la estufa, caldearán su interior para hacerse más dóciles al paladar que tanto entiende de gestos. Allá, en el rincón próximo al pasillo, la botella tantas veces rellenada con el dulzor del anís a granel, pedirá que unas manos infantiles se acerquen a ella con la cuchara que la extraerá ritmo al frotarle la piel acristalada. Por las calles penumbrosas los aguinaldos se abrirán paso desde las gargantas desafinadas solícitas de recompensa.  Las panochas se interrogarán de modo silencioso sobre qué tal nos ha ido el trimestre de ausencia y bañadas en sal se sumarán al festejo.  Un incesante goteo de troncos alimentará a la estufa para que el calor siga luciendo su origen y se esparza entre los reunidos de nuevo. El almanaque empezará a languidecer sabiendo que su tiempo está concluido y cederá el turno. En aquel rincón, las figuras del belén agradecerán el frescor del musgo extraído de las peñas orientadas al norte y los ríos plateados sabrán a chocolatinas que les dieron origen. Las panderetas, las zambombas, las frutas escarchadas, los higos secos, los turrones de guirlache, todo, dodo, dará fe de cuánto tiempo perdemos hasta darnos cuenta de lo verdaderamente válido.  Las manecillas reloj de pared corren veloces en busca la su hora y sin darnos cuenta se ha hecho la hora. Quedan como centinelas sobre la mesa las botellas de sidra hasta dentro de una hora. Los abrigos y las bufandas se enfilan hacia la estera del pasillo y el toque de campanas sabe a canto de gallo. Los pétreos que albergan a la liturgia del misterio  nos acogen y el parpadeo de las ceras nos guiña su complicidad.  No sabría deciros quien es más feliz de entre todos los que por una noche somos capaces de serlo. Feliz Navidad, de nuevo, amigos míos.

 

Jesús(defrijan)

lunes, 21 de diciembre de 2015


El asno de oro embrujado

La tarde se prestaba a contabilidades ya contadas y recontadas y la fortuna quiso hacer coincidir a ambos espectáculos. Por un lado los sempiternos triunfadores por más pérdidas que obtengan luciendo derecho a seguir en el púlpito y por otro la grandeza de la escena teatral de la mano de Rafael. En esta ocasión para dar vida a la obra clásica en la que  Lucio, miembro de la aristocracia romana, es testigo de las miserias que rodean a los de casta inferior en base al abuso de los de siempre. Y todo desde la piel de un asno en el que se metamorfosea para disimular su espionaje. No entraré en mayores detalles que están al alcance de quienes quieran disfrutar de la ironía que rezuma toda picaresca desde el clasicismo. Simplemente me ceñiré  al acto teatral para volver a rendirme ante quien es capaz de manejar a su antojo los silencios de la sala. Allí, sobre un lienzo rojo como pavimento, acompañado de un violinista cómplice, apareció El Brujo. Vestido de chaqué crudo como queriendo darle más realismo a la piel del onagro y calzando por herraduras unas babuchas piscineras a juego abrió el elixir de las esencias ante todos nosotros. A las primeras carcajadas siguieron otras que brotaban de la inmediata reflexión nacida del tira y afloja entre ambos. Allí, bajo los focos, el tiempo volaba hacia atrás para regresar al instante y  dejar ese poso de amargura en quienes veíamos virtudes hacinadas y vicios exaltados como de costumbre. Era como si se hubieran puesto de acuerdo los dioses para hacer girar la rueda del infortunio sin pausa ni permiso a la esperanza. Sobre su voz se añadían aditivos al condimento a degustar llamado desencanto y las risas comenzaban a tintarse de grises. Patricias que ejercían de patronas ennegreciendo sus labios a base de cicuta que las señalaba como sacerdotisas de un templo llamado clasicismo. Llantos risueños desde las bambalinas teñidas de canas en las que la complicidad no venía de la mano soez del chiste fácil, sino más bien del brindis al sol de quien ya ha visto demasiadas puestas del mismo y sigue sin desesperar ante un nuevo día. Unas poses animales en las que con su simple parpadeo, con su pose hierática de asno dócil con su destino, daba una lección de ser que a muchos nos logró sonrojar en la oscuridad de la sala.  No pude por menos que desviar la vista hacia la testuz de quienes aplaudíamos al finalizar la obra y allí comprobé cómo dos apéndices auriculares sobresalían a ambos lados de nuestras caras. Minutos después, la radio rebuznó los resultados.   



Jesús(defrijan)      

sábado, 19 de diciembre de 2015


Hacia Figueras (capítulo V)

La intensidad circulatoria de aquella mañana de viernes vino a verse acompañada por el gris que nos despedía. Ya nos habíamos acostumbrado a los repentinos cambios del cielo y no era de extrañar que los sucesivos estados pidiesen turno. Así que antes de que nos diésemos cuenta estábamos inmersos en los innumerables cruces hacia la única salida que buscaba una ruta hacia el sur. El caos se sumó como invitado no previsto y las cuatro horas primeras se contentaron con cien kilómetros en los que vino a ser una procesión lenta de motores en marcha. Tras no pocos desesperos y adioses a los cruces meridionales de las autovías que buscaban el mar se nos puso de frente el macizo montañoso a modo de rampa descendente sin fin  a la busca de la frontera. Carteles en los que se retrocedía al reloj a aquellos años de visitas a los cines de Perpiñán en busca del   último acorde de aquel tango que tanto sonaba a París. Ni Marlon Brando ni María Schneider lograron encontrar una explicación a aquellas peregrinaciones que competían con Lourdes en busca de devotos hacia sus  santuarios. Tiempos pasados en los que el verde empezaba en Los Pirineos y por dicho verde volábamos sobre pendientes del siete por ciento. Llegué a pensar que amerizaría en la Costa Brava y llegada la noche Figueras se nos mostró. Quedaba toda una jornada por delante para ser testigos de la locura meditada de Dalí como genio pictórico. De modo que a primera hora accedimos a su museo y en él pudimos comprobar cómo a los auténticos maestros se les permiten  y aplauden las excentricidades que les tildan de originales. Cristo crucificado mutándose en Lincoln, cadillacs convertidos en jardines colgantes, labios que invitan a sentarse, relojes fundidos por el paso del tiempo, cuerpos  ajados por la propia naturaleza y ascensiones a los cielos de la imaginación que en mano de cualquier mortal se denominaría como absurda. Y entre todas ellas, la diosa Gala reivindicando su supremacía como musa del artista. Allí la barretina había servido de salvaguarda de unos pensamientos que tomaron forma en la Residencia de Estudiantes aliándose con los fotogramas de Buñuel y las letras de Lorca para dar como resultado final lo que debería ser principio para todos. Dijimos adiós y durante los quinientos finales pasamos revista a todo lo vivido más allá de la cordillera con la intención abierta de regresar cuando el espíritu así lo solicite.   

Jesús(defrijan)

viernes, 18 de diciembre de 2015


Eurodisney  ( capítulo IV)

Y ya era la tercera vez que cruzaba el umbral de los dibujos animados vivientes. Ratones, perros, osos, patos y un innumerable parque de fieras dóciles sobre las que se depositaba un disfraz para hacer real lo que real es en la fantasía infantil. Princesas, sirenitas, piratas buenos, brujas perdedoras, luces  voladoras, todo, todo, encaminado a la diversión de los más pequeños y el disfrute de los más mayores que vuelven a serlo por unas horas. Montañas rusas en las que el sistema óseo se expone a ser desmontado a la siguiente curva de la vagoneta minera, plácidos cruceros por el Misisipi ficticio, cánticos de muñecos interraciales, elefantes voladores que bailan al son del carrusel y el tiovivo de Camelot. La mirada del alazán de cartón volvió a cruzarse con la mía y nos retamos de nuevo. Aquella primera vez, soñándome Lancelot, sin permiso de Arturo, caí sobre  su lomo. Eran cuatro filas de équidos de menor a mayor tamaño y en acto de arrojo insensato opté por él. A ojo, calculo que mediría casi un metro de ancho y  no pude por menos que arrepentirme cuando decidí dar por terminada la cabalgada circular. Mis piernas, como brazos de un compás abierto, se negaban a recuperar su postura natural y llegué a pensarme centauro eterno. Creo  que gracias a la intercesión de algún  hada compasiva me libré de una criptorquidia permanente  mientras en las tazas giratorias se formaba una mayonesa estomacal con el menú degustado al paso del enésimo  desfile festivo. Era evidente que aquello se me escapaba y gracias al destino en la cueva de los Piratas hallé reposo. Una fiel representación de la Martinica y todos los corsarios filibusteros a ritmo de caída por cataratas  dieron por concluída la estancia en el parque. Colofón final con la cabalgata  nocturna en la que los personajes volvían a lucir galas a ritmo de melodías archiconocidas que dejaron absortos a quienes a duras penas soportaban  la caída de párpados que les tildaban como agotados. De lejos, antes de acceder al tren, el Santa Fe seguía mostrando a los aguerridos aquel bufet mejicano en el que demostrar ser dueño de un aparato digestivo a prueba de fuego. Y a la izquierda, la enésima actuación de unos camareros que por encima de las mesas bailaban a ritmo de Aretha  Franklin mientras las pizzas  se enfriaban, en los platos de plástico. París había decidido adoptar para sí al mundo de la fantasía y lo había conseguido de nuevo. 

Jesús(defrijan)

jueves, 17 de diciembre de 2015


París ( capítulo III)

Las inmediaciones de Notre Dame volvieron a ser tan acogedoras como años antes y al carrusel circulatorio se le habían añadido las innumerables bicicletas que por sus adoquines transitaban. Todo permanecía igual que lo recordaba y en constante evolución hacia el sempiterno chovinismo del que sigue haciendo gala y no inmerecida. Esta vez, para dar cumplida cuenta del tiempo, horadaríamos el subsuelo en busca de los barrios que permanecían impasibles en ese tablero de ajedrez cuyas piezas encajan en un imposible jaque mate. Aún sigo sin entender cómo en la plaza del Arco de Triunfo no se producen los accidentes que se presuponen ante tal acumulación de motores y ausencia total de semáforos. Trocadero ofreciendo la visión del emblema por antonomasia en forma de torre a la que una vez más no accedí. Quizás las vistas desde el Sacre- Coeur ya hablaban por sí solas de la inmensidad de Lutecia y conforme ascendíamos por la escalinata sorteando  a los vendedores ambulantes aparecieron ellos. En un rincón de la escalinata previa a la Basílica, ocho australianos cargados de instrumentos lanzaban a los vientos sus canciones. Banjo, guitarras , flautas, trombones , panderetas, y un sinfín de voces solapadas ofreciendo un eco a las espaldas de los artistas que a base de óleos, acuarelas o tijeras  se vendían al mejor postor. Esta vez renuncié al perfil en negro recortado que tan amablemente me ofrecieron años antes y volví a reconocer al bohemio tocado con bicornio que se soñaba Napoleón tras una vasito de Ricard. Descendimos hacia las zonas en las que el lujo se exhibe sin pudor y dejando atrás a los Inválidos fuimos segmentando al Sena. Montmartre  nos decía adiós desde la certeza de saber que no sería la última vez. Montparnase, Las Tullerias, los jardines de Luxemburgo,  Louvre y  Sant Michel. Aquí aún lloraban los adoquines desde el suelo el fin de la utopía que consiguió derrocar a De Gaulle a base de proclamas libertarias que como siempre sucede fagocitó el egoísmo. Dani el Rojo ya no exhibía sus dotes de líder existencialista y desde las terrazas llegaba un poso de conformismo yaciente. Ni siquiera la presencia de Saint- Jacques animándonos a convertirnos en peregrinos hacia Compostela logró quitar del alma la sensación de derrota. La noche se cernía y el paseo desde el Bateau Mouche supuso una reconfortante suelta a las palomas de los sueños que sólo en Paris son posibles tener.Esta vez Versalles quedaría exenta de una nueva visita. No era necesario regresar a la cuna que dio origen a una imparable Revolución. Ningún  Trianon volvería plantear dudas ya resueltas y sin duda los pasteles que recomendase comer al pueblo hambriento de pan María Antonieta, hacía tiempo que enmohecieron. Al regresar del paseo me pareció oír la voz de Voltaire mofándose de aquellos que todavía siguen esquemas basados en peldaños inamovibles; sería producto del sueño, seguro.    

Jesús(defrijan)

miércoles, 16 de diciembre de 2015


Valle del Loira: (capítulo II)

Reemprendimos ruta hacia las proximidades del Loira y allá al anochecer llegamos a las inmediaciones de lo que se suponía una mansión señorial. La quietud, el silencio roto por el graznido de las ocas encerradas y la penuria de la senda de acceso hablaba bien a las claras de la equivocación. O el auxiliar artefacto se había confundido o mis propias manos erraron en le final de la etapa. Una antepasado de D,Artagnan salió a interesarse por nuestra inesperada visita y de paso a sacarnos del erro, Cruce de caminos en el que la suerte nos encaminó a la diestra cuando debió hacerlo a la siniestra para acceder a la casona en cuestión. Allí se podía aún oler a polvos de pelucas preguillotinadasy el espíritu de Robespierre lanzaba proclamas de bienvenida previas al descanso. Nos quedaban para el día siguiente la ampulosidad de Chambord  y no era cuestión de dormir intranquilos. De modo que tras un reparador descanso y una fe ciega en la ruta allá que llegamos. Y ante nosotros se alzaba un edificio concebido como pabellón de cacerías que se exhibía en mitas de los parterres como muestra de grandeza y poderío. Se apreciaba la mano de los artistas renacentistas y el paso de sucesivas  coronas que lo fueron a ocupar como residencia en la que la doble hélice de la escalera llevaba la firma de Da Vinci. Biblioteca plagada de pergaminos y una  cúspide en la torre del  homenaje a la que acompañaban los tejados erizados. La torretas,  las chimeneas  expoliadoras de  los bosques, los increíbles tragaluces, todo lo fuimos dejando atrás en busca de la fantasía. Y esta se llamaba Ussé.  Allí la Bella que inspirase a Perrault cobraba vida tras la quietud de las escenas en cartón piedra que hablaban de final feliz. Ni siquiera el hada más malvada que tantas maldiciones le dedicase logró que dejásemos de soñarnos niños una vez más en aquel marco exento de otro atributo que no fuese la candidez de creer en la magia. Nuestras etapas en el Loira tocaban  a su fin y en la cena los vinos y quesos que tanta fama remiten nos proporcionó una despedida acorde a lo vivido. De cualquier forma, cierto tufo a carne chamuscada en la hoguera inquisitoria nos empezó a llegar y parecía venir de Orleans. Quizás en el camino hacia París lograríamos seguir componiendo este puzle de abadías y  castillos que marcaban la ruta a la ciudad luminosa que tanto sabe a libertad, igualdad y fraternidad.



Jesús(defrijan)

martes, 15 de diciembre de 2015


      Ave María Purísima; sin pecado concebida.

Ese era el prefacio de aquellas confesiones en las que los pecados transitaban entre las celosías de los labios a los tímpanos. Era como si un salvoconducto nos fuese exigido como paso previo a ser redimido de toda mácula que cerraría el paso a la Gloria de la Vida Eterna si no nos habíamos desprendido de las garras de Belcebú. Y con toda la candidez del mundo soltábamos por la boca aquello que era o sospechábamos  como pecado. No es que estuviésemos rodeados de centinelas con sotanas a los que temer, pero sí que ante su sola visión, un rápido repaso a nuestra conciencia se hacía preciso por si nos pillaban en renuncio. De hecho no nos quedaba tiempo para sospechar de aquellas cuyo parentesco las hacía próximas a los centinelas de la virtud y dábamos por válida su dedicación al cuidado de aquellos santos varones coronados de tonsuras. Nadie osaba  poner en tela de juicio el amor filial que se profesaban y para muchos de nosotros, las urgencias del bajo vientre no tenían hueco en semejantes ejemplos de castidad. Ya con el tiempo empezamos a sospechar de cuanta crueldad implicaba hacia la propia naturaleza animal  este abnegado rechazo a la carne y todo seguía su curso. Incluso llegó a importarnos bien poco más allá del consabido “padre de todos y marido de ninguna” con los que se solía bromear a  su costa y de ahí no pasaba. Por si acaso, sólo por si acaso, de nuevo el refranero acude con su  “nunca digas de esta agua no beberé ni este cura no es mi padre”, a poner un interrogante sobre el buró.  Hasta que los capelos se han puesto al mundo por montera, nunca mejor dicho, y como una revisión del famoso  serial “Pájaro espino” aquí se han desatado los cíngulos y alzado las casullas. Que una Eminencia abra las puertas de su Palacio a la propia secretaria a horas intempestivas no hay duda a qué responde. Indiscutiblemente los informes  quedaron por redactar y los designios divinos no admiten tregua. Horas extras no cobradas con más óbolos que el “dios te lo pague” que tanto nos suena a los que tenemos ya una edad. Una muestra de profesionalidad por parte de la mecanógrafa  que a base de sueño cumple con su deber sea a la hora que sea.  Una prueba irrefutable de predicamento por parte de monseñor que demuestra un celo extremo por el cumplimiento de su misión pastoral. Una corroboración plena de cuanto significa el acto de confesión sin más penitencia que el paso de las horas hacia el nuevo día. Sólo a un astado caprino se le ocurriría pensar en algo más abyecto basándose en suposiciones. Puede que cuando hizo cola ante el confesionario  en sus años púberes  en algún momento de la genuflexión le asaltase la duda sobre los poderes de aquel que se sentaba dentro a la hora de redimirlo. Sea como fuere, hay que reconocer una  evidencia. Si ya de por sí duelen los apéndices craneales cuando te coronan, que además lo haga quien sigue atribuyendo a una paloma la santidad de un espíritu, la verdad, resulta demasiado cruel. Sea cuál sea el resultado final conviene recordar que las corridas ya no se consideran en muchos sitios fiestas nacionales; y las de toros, tampoco.

Jesús(defrijan)        

lunes, 14 de diciembre de 2015


Carcason:  ( capítulo I)

Tras  varios cientos de kilómetros   al volante, siguiendo la margen pirenaica hacia poniente,  divisamos Carcason. La intensidad del  tráfico que cruzaba de parte a parte el sur francés en busca de las costas en el fin de semana no llegó a retrasar en exceso la llegada y con las primeras luces de la tarde tomamos posesión. Y allí, dominando a la ciudad crecida a sus faldas estaba ella, La Fortaleza. El Aude como arteria canalizadora derramaba su cauce uniendo a ambas partes a través de los arcos que hablaban de historia. Allá a lo alto, erguida sobre torres cónicas que pespunteaban a la muralla, ejerciendo de dueña y señora del valle nos recibió. Y en ella los adoquines se fueron convirtiendo en contadores de pasos al paso de las leyendas que hablaban desde sus almenas de caballeros medievales batiéndose a duelo contra dragones y demás especímenes mágicos. Fue como  si los caballeros de la mesa redonda cobrasen vida para seguir siendo paladines de la justicia universal que sólo en sueños vive. Como si Lanzarote reclamase para sí el amor de Ginebra y en su lucha interna declinase mostrarse como traidor ante su rey Arturo. Todo sonaba a magia y el mismísimo Merlín se encargó de hacerla presente desde los innumerables atuendos que colgaban de las perchas ilusionantes.  Por un momento sobrevolaron el cielo todo tipo de quimeras que ni siquiera se sintieron temerosas ante la presencia de las gárgolas vigilantes. Las troneras escrutando los rostros viandantes una vez traspasada la barbacana en un trasiego incesante de cámaras digitales inmortalizando el momento. Paso obligado para todo aquel que sigue creyendo en los valores inmutables que coronan al caballero y que tan en desuso se manifiestan. No costó demasiado entender el porqué de la doble muralla. Sin duda el acceso a la Ciudadela  merecía de una insistencia que solo está al alcance de los privilegiados que se sueñan juglares fuera de tiempo.  Y ya en la bajada a la busca del reposo, la sorpresa final. Oír a tu costado, a setecientos de distancia, envuelto en risas sorprendentes, mencionar tu nombre, dejaba a las claras que la casualidad viaja y  a veces nos sale al encuentro. Cercanos en el día a día con los que apenas coincidimos yendo a coincidir en aquel valle plagado de viñedos para disfrutar de una hermosura llamada Carcason. Sin duda la vorágine se había encargado de traspasar fronteras para así hacerlo posible. Sigamos sus consejos.

Jesús(defrijan)

viernes, 11 de diciembre de 2015


ROMA (capítulo II): Quo Vadis?

Repuestas las fuerzas, llegó el momento de acceder a la grandiosidad que la ciudad guardaba para dar testimonio de la perfección hecha belleza. De ahí que como si fuésemos jacobeos en mitad del exilio sinaíta, llegamos a los pies del mármol sobre el que las manos del genio supieron ver a Moisés. Barbas cinceladas y venas extraídas de la piedra para dejar bien a las claras la imperiosa necesidad de exigirle voz para hacerla real. Y cruzando por enésima vez las calzadas traspasamos las fronteras hacia la columnata de San Pedro que circulaba como cerca del redil al que la divinidad encargó cuidar antes de ser crucificado. Colas interminables a las que sumarse para recorrer las líneas del tiempo en los que la fe se vistió y sigue vistiendo de ostentación para lanzar a los comunes las incógnitas del  porqué la distancia entre lo primigeniamente predicado  y lo permanentemente exhibido podían formar un todo creíble desde la racionalidad. Lujo y poderío bañado en incienso y que periódicamente la Paloma Santa se encarga de inclinar hacia una u otra tendencia en mitad de la Capilla Sixtina. Allí, forzando la cerviz, la inmensidad del Eterno hecha frescos intentando minimizar la condición humana y reclamando un acto de contrición permanente. Fuera, más allá de los corredores plagados de audioguías, la presencia de los expectantes a la espera de la aparición desde el balcón principal de Su Santidad para dar testimonio gráfico de haber estado ante sus ojos por más diluído que fuese su perfil entre la multitud. Ya se encargaría la Boca de la Verdad de apostar por la misma cuando introdujésemos la palma en ella sin saber que la auténtica verdad nace y muere en nosotros mismos.  Quizás era preciso un paseo por el Trastevere para descender  a pie de calzada mientras la Plaza Navona se vestía de artista callejera como hospicio de aquellos que aún tienen su nombre camuflado en la inmensidad. En las proximidades, el Panteón, testigo de un tiempo que sabía a perfección  y hablaba de Adriano.  Y el Coliseo rememorando los torneos en los que la lucha a muerte entre fornidos espartacos,  sirvieron de regocijo al pueblo cada vez que el Poder sospechaba revueltas y al grito de “pan y circo” calmaba sus inquietudes. Sangres derramadas en  pos de la supremacía que se busca  a costa de cualquier precio.  Quizás las Catacumbas podrían responder mejor a la pregunta que ninguno de los adoquines romanos quiso o supo desvelar. Mientras caía la tarde, un nuevo vuelo de aves surcaba el cielo y la escritura premonitoria batió las alas anunciando un próximo regreso.



Jesús(defrijan)

jueves, 10 de diciembre de 2015


ROMA (capítulo I): Ciudad abierta

Sucia. Esa fue la primera sensación que me llegó nada más entrar en el dominio de las siete colinas. Quizás la visión cinematográfica que  tantas sesiones nos deparó a lo largo de los años nos mostró la imagen que a todas luces difería de lo que ante mis ojos se mostraba. El caos del tráfico y la anarquía de los conductores venían a sumar deméritos a  la que fuese capital del Imperio dominante en el Mare Nostrum. De modo que el único consuelo que se nos presentaba era el de intentar camuflarse entre sus vías y buscar los detalles que hablasen para bien de la Ciudad Eterna. La Plaza de España con su escalinata soleada nos recibía mostrando un pasado que nos sonaba a familiar y en la Plaza del Pueblo la confluencia con la Vía del Corso nos remitía al fondo hacia la escalinata de acceso a la tumba de Víctor Manuel con su pebetero siempre flameante. Un piano de peldaños que nos pareció próximo y llegó agotarnos antes de llegar a sus inmediaciones. De hecho buscamos acomodo por las callejuelas que buscaban el rumor de la Fontana de Trevi en la que Marcello  Mastroianni seguía a la caprichosa Anita Ekberg  en sus movimientos voluptuosos que sólo a las diosas  les  son permitidos. Fellini dirigiendo de nuevo, pero en esta ocasión a la multitud de transeúntes que seguíamos el rito de lanzar monedas como pago a las esperanzas por cumplir. Y en las proximidades, el Tíber, dejando pasar el tiempo para que la eternidad siga creyendo en la grandeza de su leyenda. No se divisó el vuelo premonitorio que anticipó a Rómulo como fundador de la misma. No pudimos por menos que sonreír ante los centuriones que actuaban como extras en las inmediaciones del Coliseo. No pudimos resistirnos a la tentación de intentar comprender cómo el Hipódromo desaparecido pudo albergar legendarias carreras de cuadrigas. No pudimos negarnos el hecho  de echar de menos a Cara de Ángel  a lomos de una vespa  disfrutando de la mano de Gregory Peck de sus vacaciones en la ciudad que empezaba a vestirse de luces y nos invitaba al descanso. Mañana sería otro día y buscaríamos el arte donde sólo el arte sabe buscar refugio aún a sabiendas de las críticas que llevará impresa semejante salvaguarda. No era necesario buscar entre las muñecas la hora en que nos encontrábamos; las innumerables torres campaneaban a su antojo reclamando para sí la fe que en uno de sus límites ciudadanos, lucía en su celestial apogeo.

Jesús(defrijan)

martes, 8 de diciembre de 2015


VENECIA (capítulo III):   El Carnaval

Todo preparado para el acto inaugural en la Plaza de San Marcos. Tiempo de espera en el que la visita a la Basílica dio muestras de la belleza que atesoran sus paredes y dominándolo todo  la cuadriga que tantos trasiegos tuvo desde Estambul hasta París en un deseo de perpetuarse a gloria en dominador de turno. A un costado de la Plaza, el Campanile como observatorio supremo y depositario del homenaje a Galileo. Y sobre la línea inclinada la tirolina despierta y preparada mientras los aguerridos hercúleos golpearán el tiempo sobre la campana de la Torre del Reloj anunciando el inicio puntual del festejo. Vivaldi sumándose a la fiesta a cuyo compás irá descendiendo como ángel alado la Colombina reina de la misma ataviada a modo y manera de angelical criatura que terminará su vuelo en el Jardín de la Alegría al finalizar las últimas notas. Acto seguido por el desfile de todas aquellas estatuas vivas de un pasado histórico de la ciudad en la que se pasará revista a todos los apartados que la han hecho eterna. El barroquismo hecho vida en quienes disfrutan del ludo desde el lado más exquisito y que se ofrecen a ser fotografías intocables con quien les solicite posado próximo. Al otro lado, el Palacio Ducal en el que las múltiples estancias chivaban secretos impronunciables a temor de ser recluidos en las minúsculas mazmorras que  dieron paso al Puente de los Suspiros. Por él transcurrieron los condenados y a través de sus cristales diminutos  exhalaron los mencionados en una cruel despedida de manos del verdugo. Sala dedicada a guardar la virtud de aquella dama que permanecía  a la espera del consorte entretenido en ganar o perder batallas por el Mediterráneo en las que se puso de manifiesto la perversidad de la mente a la hora de cerrar el paso al placer. De frente, al otro lado del canal, la Basílica de la Salud luciendo orgullosa su papel de refugio sanatorio a aquellos que tuvieron la fortuna de librarse de las epidemias que asolaron a la ciudad. Y al otro costado el Harry,s   Bar en el que todavía se percibe la presencia de Ernest Hemingway  compartiendo risas y champán con  Orson Welles.  Todo ello salpicado con el incesante trasiego de gondoleros que siguen entonando la melodía que les convertirán  en improvisados tenores para satisfacción de los enamorados. Y como queriendo sumarse a la tristeza de la despedida sobre  la maleta cerrada, Charles  Aznavour paliando  nuestro dolor y dejándonos un poso de  melancolía que no  impidió   humedecernos la mirada. Esta vez las máscaras las llevábamos puestas y saltaban a la vista. 



Jesús(defrijan)

      Antonio Piedras

Uno nunca se acaba acostumbrando a lo antinatural. Y por más repetitivas veces que se empeñe en aparecer cuesta aceptar como normal lo que no debería ser. Últimamente la guadaña se ha empeñado en ocupar un puesto destacado en el devenir diario y no hay forma de hacerle entender que no es bienvenida. Sobre todo cuando decide apropiarse de una edad que no es la razonablemente esperada ni nunca merecida tomar como rehén eterna. Así que he de suponer que una vez más, Antonio, el bueno de Antonio ha sido incapaz de negarse a una petición por dolorosa que fuese. Porque si algo era Antonio era bueno. Pero bueno en el más amplio sentido del calificativo; bueno como compañero, como amigo, como alumno, como persona en definitiva. Sí, ya sé que muchas veces damos por supuesta a la bondad como innata al ser humano y que nos e acaba valorando como se merece. Sólo cuando deja de ser presente es cuando la mencionamos a modo de consuelo en la búsqueda de otros atributos del finado. Pero este no es el caso, no. Antonio era el niño siempre dispuesto a socorrer al desvalido aunque en ello le fuese su propia protección. Pasó en su camino hacia la adolescencia de ser el único vástago a convertirse en el varón al que siguieron sus hermanas trillizas alas que tantas veces sacó de apuros. Cientos de veces bromeábamos con él al decirle que se acabaría convirtiendo en el padrino consentidor de sus futuros sobrinos a modo y manera de José Luis López Vázquez en “La gran familia”.  Y él, en lugar de enfurecerse, sonreía aceptando tal papel que el destino le tenía reservado. Era un manojo de nervios que intentaba disimular tras los cristales de sus gafas que no consiguieron  jamás esconder la verdad que de sus ojos nacía. Era el alumno capaz de reconocer cualquier culpa sin haberla realizado con tal de no contradecir el dictamen de la sospecha. Era, os lo aseguro, un ser magnífico que supo hacer feliz a quienes lo tuvieron cerca. Por eso, querido Antonio, aquí me tienes a mí, que tantas veces te planteé problemas, sin saber encontrar la solución a este último que me pide una respuesta  creíble y aceptable ante la incógnita de tu pronta partida. No creo que la halle y sólo me quedaré con la rúbrica de tu sonrisa que tan sincera fue y tan sincera perdurará en quienes tuvimos la fortuna de tenerte. Definitivamente, uno nunca se acaba de acostumbrar a lo antinatural.

Jesús(defrijan)   

lunes, 7 de diciembre de 2015


    Mujeres y hombres sin viceversa

La verdad que por ser tan manido el tema de la lucha de sexos resulta un poco arriesgado volver a hablar de ello sobre el tenue hilo del equilibrista tecleante.  Si te inclinas hacia una de las opciones, puedes ser catalogado de machote por aquellos que aún no han evolucionado hacia una sociedad igualitaria y exhiben el falso poderío de la fanfarronada a modo de medallero sobre el pecho. Si optas por la otra vertiente, lo más probable será que recibas por ambas partes pescozones que no harán más que sumergirte en el pozo de de dudas de la incomprensión. Unos te tildarán de arribista hacia el feminismo con turbias intenciones y otras te mirarán de soslayo ante la sospecha continua que todo varón les pudiese originar. De modo que creo que puestos a caer en uno de los lados del alambre, que sea la opinión de cualquiera la que se encargue de empujarme a la caída libre sin red. Sí, de acuerdo, lo reconozco, somos básicos. El “por la señal de la santa cruz” que empieza en la frente y termina en la entrepierna pasando por el estómago nos hace ser un resumen trinitario del eje vital que nos segmenta. Cierto, básicos, elementales, infantiles, a veces irresponsables….. Siempre dispuestos a recibir sobre las espaldas o bien la palmada del advenedizo o el saco de reproches por no haber sabido adivinar el pensamiento minutos antes de convertirse en orden a ejecutar sin mayor dilación ni retraso alguno. Marionetas guiadas por los invisibles hilos de la perfidia que nace en el mismo instante en el que el problema inexistente pasa a ser irresoluble y por lo tanto motivo de suspenso. No se trata de sometimiento, no; se trata de carecer de dotes demiúrgicas sobre las que construir un universo llamado normalidad. Por eso aparecen las válvulas de escape en las que la presión se va liberando lentamente antes de superar el máximo nivel de barias que la hagan estallar. Quizás un punto de equilibrio sería imprescindible conseguir sobre el fielato de una balanza sin otro sobrepeso que el cambio de roles en pensamiento y acción.  No serían necesarias más explicaciones que aquellas nacidas de la propia conclusión que a todas luces habla de cuánto somos de vulnerables aquellos que alardeamos de ser los más fuertes y sabemos que nos mentimos.  En cualquier caso, queridas mías, amas y señoras del paraíso, un poco menos de dramatismo tampoco estaría de más a la hora de aceptarnos con nuestras carencias que no son más que la consecuencia de sabernos inferiores a vosotras. Mientras tanto, y aun a riesgo de no haber aportado nada a lo ya sabido, voy a buscar un solucionario llamado optimismo que seguro esconde las respuestas venideras.  

Jesús(defrijan)

VENECIA (capítulo II): Las islas

De entre el más de un centenar de islas que conforman  Venecia, la  ruta obligatoria incluyó a Murano,  Burano, Lido y Torcello. Surcando las aguas el vaporetto  se encarga de trasladarnos a cada una de ellas y encontrarnos con la esencia primigenia de Torcello bajo su vestimenta románica en la que se adivinan las oraciones bajo los claustros porticados. De frente hemos disfrutado del policromismo  que Murano aporta a sus cristales desde los tubos que inflan a los pulmones capaces de exhalar bellezas. Las fraguas a pleno rendimiento para dejar constancia de la creatividad eólica antes incluso de que la creatividad cobre vida más allá de la imaginación del soplido  que las hace suyas. Auténticas filigranas que irradiarán reflejos a modo de luminarias en las estancias que las adopten como afortunadas víctimas sobre la soga del recuerdo luminoso. Y más allá, los caballitos rampantes, los payasos con la mirada tristemente alegre y   todo tipo de motivos decorativos basados en el recuerdo que regresará con nosotros camino de Burano. Allí, un nuevo campanile inclinado hablará de movimientos sísmicos capaces de vencer a la verticalidad sin llegar a derrotarla por más empeño que ponga en semejante tarea. Todo esto acariciando al canal por el que las infinitas variedades de las fachadas pintadas hablarán de apellidos sin necesidad de mencionarlos. Barcas que regresarán con los frutos del mar dispuestas a dejarse vaciar mientras desde los escaparates los encajes compiten en atención con las capas negras que darán lustre a los dignatarios pretéritos venidos al presente en la bufonada anual. Y más allá, la alfombra roja enrollada a la espera de unirse a la fiesta del cine sobre las arenas del Lido. Un nuevo visionado de aquella obra imprescindible que Thomas Mann pariese y que Luchino Visconti  convirtiese  en arte y que habla de la caducidad del ser y la inmortalidad del deseo por la belleza de la mano de un atribulado Dirk Bogarde que perece en sus arenas como clon del desespero. Un regusto amargo que quedó a popa sabiendo que tal destino sólo lo logra evitar la visión alegre de la vida más allá de los sinsabores,  más allá de las esperanzas baldías, más allá de las ilusiones perdidas en el tiempo. Caía la noche y la silueta de la Catedral volvía a ofrecerse a nuestros ojos. La Plaza se convirtió en un hormiguero y la multitud fue ocupando su puesto no asignado bajo el atuendo que hablaba de vísperas. Sobre el arco celeste, un hilo funicular aguardaba su turno.  

Jesús(defrijan)

domingo, 6 de diciembre de 2015


       Escenas de la vida conyugal

Como si una catarsis se precisase a modo de espejo en el que mirarse, la sala se pobló de parejas. Todas con la callada intención de descubrir en el escenario el resumen de sus miserias cotidianas que se suelen diluir entre las miserias de los prójimos para así hacerlas menos dolientes. Esos problemas del día a día puestos en la piel de aquellos cómicos llamados a actuar para deleite del patio de butacas que busca árnica desde las filas de fieltro. Y ellos dos, Ricardo Darín y Érica Rivas, dando vida a las idas y venidas que toda convivencia acarrea y enclaustra entre los muros de una fortaleza llamada matrimonio. La profesionalidad de ambos fluctuando entre la histeria de uno y la practicidad del otro a la hora de dramatizar del modo menos  dañino el desgaste que ello conlleva. Listas interminables de tics en los que verse retratado y constantes idas y venidas de la risa fácil al dramatismo poco entendido por quienes seguían riendo en base a su propia estupidez desde unas meninges cerradas al intelecto. Demasiados saltos en el tiempo que acabaron por acelerar hasta el borde de un precipicio llamado desilusión a un argumento tan manido como previsible en su final. La condena a quien decide soltar amarras y dejarse llevar por la pasión y la recompensa hacia quien demuestra firmeza en sus ideales por muy mediocres que resulten en un acto supremo de quedar bien con el orden establecido para no provocar el derrumbe de las columnas de un templo llamado desilusión estucado de falsedades.  Poco importaba que la escena careciese de decorado pomposo cuando la tristeza se plasmaba en los reproches que tantas veces se callan y acaban formando un engrudo de detrito difícil de eliminar. Allí, tras los focos de la mediocridad, los verdaderos actores estaban sentados mientras disimulaban su tristeza. Alguien sobre unos folios había sentenciado a quienes creyeron eterno el sabor a primavera y se negaban a reconocerlo. Como acta notarial  sin firmar, un acuerdo de divorcio con la vida elegida racionalmente que la emoción se negaba a rubricar y que las escenas sucesivas convirtieron en un tiovivo de decepciones. Esperaba más, mucho más, bastante más que un simple reflejo atropellado de mil situaciones  cotidianas en las que los tópicos buscaron el papel de protagonistas. Solamente  al salir, el silencio reinante dio fe del  éxito de la obra. Habían puesto el dedo en la llaga y no era necesario añadir más comentarios. Quien no tenga espejos en casa en los que mirarse o hace tiempo que no les da lustre, que no se la pierda. Al resto les sugiero justo lo contrario.

 

Jesús(defrijan)     

viernes, 4 de diciembre de 2015


VENECIA (capítulo I): El Rialto

La noche esparcía lloviznas y desde la terminal emprendimos entre sombras el desplazamiento hacia el hotel Rialto. No sé si la elección fue un acto casual o si las reminiscencias a tiempos pasados  nos llevaron a ello. Justo a la caída de uno de sus puntos de apoyo se encuentra dando testimonio de épocas en las que lució como único puente que sobrevivió a incendios al reconstruirse para seguir uniendo partes de un canal empeñado en dividir lo indivisible. El trayecto semejaba un remake de aquel film en el que un expresidiario  acosa a la familia de un letrado que lo condujo a la cárcel y entre bamboleos sobre las aguas dormidas la persistente lluvia no acompañó en el trayecto por el Gran Canal. Venecia no dormía; sencillamente reposaba en las vísperas del Carnaval y recobraba  fuerzas para enfrentarse a lo que la Cuaresma condena en un acto cíclico de repudio por el placer. Tomamos posesión a través de las escalinatas que hurgaban en el interior y nos dispusimos a atravesar las callejuelas sorteando puentes y compartiendo viandantes hacia la plaza del evangelista. Allí competían los vendedores callejeros entre sí ofertando todo tipo de atuendos a quienes sintiésemos la necesidad de enmascararnos para la ocasión. Así lo hicimos y cubiertos con el preceptivo capelo y el antifaz oportuno supimos engañar como solo engaña la ilusión a nuestra propia imagen. De pronto aparecieron alrededor viajeros de allende las fronteras atlánticas y solicitaron la prueba fotográfica precursora del selfie  a la que gustosos nos ofrecimos. Nada más acabar comprobamos cómo era preceptivo dar las gracias a quienes se habían dignado a seleccionarte como muestra carnavalesca; justo al revés de lo que suele ser norma como más adelante comprobaríamos. El Campanile,  la Catedral de San Marcos, el reloj, el Adriático, todo nos daba la bienvenida y en uno de los costados de la plaza, el catafalco adornado con todos los productos de la tierra diseñando un Jardín de la Alegría  hermosísimo vigilado por el león guardián de la ciudad. Los contornos acompañando el decorado y la ilusión plena como telón de fondo a lo que nos esperaba en los días sucesivos.  Las góndolas amarradas descansaban de su jornada y entre las sombras se adivinó la silueta de Casanova que emprendía su vuelo nocturno en pos de la conquista que tanta fama le diese y tantas envidias sigue despertando. No había bocina alguna que fuese capaz de perturbar el silencio que en breves horas se mutaría en bullicio.    

Jesús(defrijan)

jueves, 3 de diciembre de 2015


Florencia (….. y capítulo III) Bárbaro regreso.

Sí así podría calificarse al mismo, de bárbaro. Por circunstancias imprevistas, el taxi que nos conducía al aeropuerto se vio metido en un atasco kilométrico insalvable. La radio escupía la notica en la que un desafortunado motorista había sido víctima de un atropello y las retenciones amenazaban con perpetuarse más horas de las necesarias. Un vuelo de regreso nos estaba esperando y lo haría descontando lentamente los segundos hasta que nos viese aparecer la terminal del aeropuerto. Rápido descuento temporal en el que el nerviosismo se hizo hueco y las taquicardias acudieron como invitadas no previstas antes de que casi diésemos por perdido el embarque. Milagrosamente accedimos con la ventana de facturación casi cerrada y más milagrosamente aún nos vimos sentados con la vista fija en la pista de despegue. Y a nuestro lado, un encanto llamado Bárbara. Se le adivinaba la clase nada más empezar a charlar con ella. Nos habló de cómo regresaba a Madrid para no sentirse extraña en la lejanía que la Toscana le aportaba. Ella, acostumbrada a vivir más en el aire que el resto de los comunes, llevaba sobre su talle la elegancia que toda azafata nacida para serlo sabe lucir sin esfuerzo alguno. Habló de cómo se sumó a la lista de esposas de un famoso tenista que cayó rendido a sus encantos y no cejó hasta hacerla suya.  Nos hizo partícipe de sus constantes vuelos transoceánicos en los que compartieron preferencias con aquellos primeros viajeros con destino al Caribe antes de convertirse en destino popular. Madre de una niña a la que dio todo tipo de posibilidades desde su propia iniciativa tan callada como cierta, tan segura como necesaria. De sus orígenes levantinos seguía guardando el acento que no había perdido  por más años de ausencias que llevase. Y con todo ello, nos abrió su corazón al relatarnos el último motivo por el cual se encontraba en Florencia residiendo. Un amor a prueba de fechas, persistente desde el convencimiento, que ya hubiese servido de modelo a García Márquez más allá de sus tiempos coléricos, consiguió convencerla. Años rondándola y años esperando una respuesta afirmativa en la que el temor a un definitivo adiós se palpaba en cada una de las escapadas que hacía a su cuna. Los viajes incesantes  entre los viñedos y el Renacimiento como convidado de piedra acunando para este amor un lecho de esperanzas que aquel etrusco mantuvo a pesar de todo consiguieron tenerla próxima que no cautiva. Creo que se olvidó mencionar que cada vez que se separaba de Alfredo, este intentaba disimular la incógnita que se trazaba bajo sus sienes, y que siempre tenía la misma respuesta. Queda pendiente comprobar de nuevo, si todo es cierto, si todo sigue sonando a flauta travesera cada vez que la llovizna lanza sobre la Magnífica Florencia otro rayo de hermosura cuando la noche se tiende y le rinde pleitesía.

Jesús(defrijan)

martes, 1 de diciembre de 2015


Florencia (capítulo III) A la mañana siguiente

Entre brumas y rayos luminosos nuestros pasos sortearon las calles hasta El Duomo. Visita obligada a la catedral en cuyo subsuelo las criptas hablan de antepasados presentes y sobre los que la inmensidad de la cúpula eleva creencias. Un cuadro en uno de los laterales homenajea a Dante y la fusión de blancos con verdes realza la hermosura del conjunto. Unas calles más allá, la Academia. Y en ella, a modo de receptor supremo, David. Hermoso como pocos sustentando todo el peso de su belleza sobre uno de sus pies y hablando a las claras de la genialidad autora de Miguel Ángel. A ambos lados, salas repletas de cuadros y el taller donde los aprendices tuvieron que sortear el gozo de ser alumnos privilegiados con la tristeza de no ser capaces de superar al maestro. Esculturas funerarias en las que las simetrías hablaban del Renacimiento y las medio terminadas  como sello de un resultado tan provechoso como digno de lástima. De nuevo a la calle y sumándose a la oferta una librería que mostraba la genialidad total desde la vertiente de Vinci. Obras precursoras de los artilugios navales o aéreos que sólo Leonardo fue capaz de anticipar siglos antes de su puesta de largo y ante los que el asombro de la mediocridad de cualquier mente se postra para rendirle reverencia y así se hizo. Minutos después el olor a cueros repujados llegando desde el Mercado de la Paja mostrando el lado cosmopolita que todo el Mediterráneo ofrece más allá de las fronteras trazadas por miedos. Y al otro lado del río, el Palacio Pitti en el que caminar atropelladamente  entre el gentío ansioso de empaparse de arte.  La joyerías abiertas sobre el puente y en ellas la cruda realidad de saberlas fuera de tu alcance. Y metros más a la izquierda, los Uffizi  dejando clara la idea de dónde estábamos y del acierto tenido al elegir semejante destino. Arte sobre arte envuelto en arte capaz de sobrepasarte como una apisonadora y dejarte sin aliento. Salir de allí con la sensación de haberte perdido en la inmensidad del tiempo y haber nacido en la época equivocada fue todo uno. Las puertas cerradas de la iglesia de la Santa Cruz nos evitaron sucumbir definitivamente a la vez que nos mostraban el reclamo a una nueva visita. Cincuenta años esperando habían valido la pena y el billete de regreso llevaría impresa una nueva fecha de retorno a quien desde ya, se hizo inolvidable.   

Jesús(defrijan)