jueves, 27 de febrero de 2014


Mi parte del tesoro

Érase una vez un iluso pirata que diseñó su travesía entre las aguas azules del gozo y la alegría. Una pirata que cojeaba desde la carcoma del silencio hacia la proa del navío que desplegaba las velas hacia los ónices vivos que iluminaban sus noches. Su parche guiñaba a las sonrisas que se le escapaban al contemplar la suerte que se había apoderado de él desde aquella madrugada de Febrero en la que cruzó por los arrecifes dolientes que moraban próximos. Allí, en medio de la niebla que el tiempo había decidido esparcir, oteó la playa sobre la que se erigía la luna complacida que invitaba al reposo. Y encaminó su navío procurando no encallar en las arenas que pudiesen surcar la quilla para detener su avance. Sabía que el momento de repartir el tesoro entre la tripulación había llegado, y antes de desembarcar, dejó que los demás optasen a todo lo que ansiaban. Excepto a la imagen dorada de una sirena alegre que le cautivó desde el primer instante, desde su primer susurro. La vio y supo que sería para él el amuleto no pedido que el destino le enviaba. Sabía que su valor superaba en creces a los oropeles que pugnaban por salir del cofre al que se asomaban los otros. Supo ver en ella al talismán que colgaría de los harapos de su piel conforme pasasen los años. Se sintió feliz por la elección, y no tuvo que dar explicaciones del porqué de su falta de codicia en el reparto del botín que la vida le aportaba. Era feliz y cuando el tapiz de salitres se tendió a los reflejos de la noche, miró al firmamento y dio las gracias. Y a partir de entonces, siempre, siempre, la llevó consigo. Nada le apenaba más que alegrarse del paso de las estaciones en las que sus pasos se acortaban y la mirada se turbaba de escaseces. Se le veía pleno y no hubo taberna a la que no asistiese sin dar muestras de la dicha que le embargaba. No entendieron la pasión que le movía a encomendarse a las sonrisas que adivinaba, a los gestos que presuponía, a los abrazos que le prodigaba. Sabía que gracias a ella, la cita con el Universo había retrasado la marcha de quien ya se iba. Tenía la certeza de que las cerezas brotarían desde entonces más floridas y que las coletas se disputarían las caricias de sus dedos al albor de las mañanas. Haría felices a todos porque era la viva imagen de la felicidad. Y así fue, así es, así será, quien comenzó a serlo aquella noche y nunca ha dudado de su suerte en la elección. Por eso, cuando este veintiocho de Febrero eleva la vela que iza a los vientos por los que ya  emprendido la ruta hacia la mayoría, se le acumulan sentimientos dispares en la bodega del galeón bajo la popa de su existencia. Si le veis emocionarse, echadle la culpa a la brisa salada. Sigue navegando a favor de la corriente que desde hace años lo llevó a la isla en la que pidió para sí su parte del tesoro. Esa parte que hace que muera cuando ella crece; esa que lo convirtió en corsario sin más patente a la que acogerse que aquella nacida del profundo amor que le profesa; esa que lleva por nombre Loreto, y que es, mi parte del tesoro.

Jesús(defrijan)

Corbata

Siempre tuvo a gala la dependencia de tal complemento en su vestuario. Quizás las primeras muestras de cariño recibido de manos de aquellas que lo veneraban contribuyesen a  ello y la costumbre se acabó apoderando de él. No puso reparos a su uso en el uniforme que los pupitres designaron como distanciantes de clases y se sentía a gusto con el tacto del almidón que al cuello ahogaba. Fueron sucediéndose vivencias y entre ellas las fluctuantes del gozo a la pena. Y sin apenas percibirlo empezó a percibir cierto deseo de liberarse de aquello que siempre le acompañó. Se sintió traidor a sus principios cada vez que intentó aglutinar las fuerzas suficientes para liberarse al fin. Y una y otra vez desistió para no defraudar a quienes consideró no merecedores  de tal osadía. Era el excelso modelo de lo correcto y así se fue convenciendo de que su camino no lo había trazado desde la orientación deseada. No era sólo el complemento en sí lo que atenazaba  a este cobarde, sino más bien aquel nudo que invisible se ocultaba debajo del mostrado y que anudaba a su voz un candado de silencios. Todo y todas las expectativas le miraban girándole en un tiovivo al que no pretendió subir y en el que se vio embarcado. Así se miraba al espejo aquel que estaba a punto de lazarse de nuevo bajo el chaqué que para la ocasión se había apuntado como cicerone de planta noble. Quedaban escasos minutos y todos esperaban la escenificación de lo perfecto en la que él sería el protagonista. Todos le supusieron felizmente convencido y nadie se percató de cuál había sido el libreto de la opereta a la que estaba encaminado. Nada le faltaba y de todo carecía este que, contrario a lo esperado, no sonreía. Así, conforme emprendió el descenso de las escaleras, a cuya base le esperaban los comparsas de la celebración, viéndose en los rostros de los demás, detuvo sus pasos. Lentamente, mientras esbozaba una sonrisa, que por primera vez sonaba a sincera, a suya, a real, se fue deshaciendo el nudo que tantas veces y de tantas formas trazase sobre su cuello, y sin mediar palabra, dejó sobre el recibidor a la sierpe de seda que se enroscó ignorante  en la bandeja de plata. No muy lejos, un órgano ensayaba con el coro las partituras que se habían vestido de gala y que por esta vez, permanecerían en silencio. Más de un nudo de corbata se apretó involuntariamente sobre aquellos cuellos que carecieron de la valentía que éste, demostró tener, por esta vez y para siempre.

Jesús(defrijan)

martes, 25 de febrero de 2014


Días de desencanto

Hay días en los que la apatía se apodera de ti y te muestra un camino insulso, angosto, inatractivo. Un camino por el que encaminar tus horas a la luz del candil a la espera de que la corrección prenda y cuya mecha mojada de desencantos tardará en arder. Días en los que te reprimes ante aquel a quien ves necesitado de un abrazo solidario por el temor a que te considere un espécimen perturbado del que hay que huir por vaticinarse lo peor. Y en esos días es cuando la reflexión sale del zaguán del corazón y se pregunta por los porqués de tal actuación timorata. Acabas actuando según los criterios de quienes tan acostumbrados están a reprimirse las emociones por temor a la descalificación. Por eso tensas las bridas de los ojos y con ello crees haber ganado el pulso ante la desnudez de tu alma. Sujetas lo que no quisieras sujetar y callas aquello que deberías lanzar a los cuatro vientos. Sí, ya sé, más de uno pensará que no va con él esta disertación. Y puede que lleve razón, si nos detenemos un momento y contemplamos las caras de los que pasan de incógnito a nuestro alrededor. Casi todas ellas no superan con la mirada la horizontal de sus hombros y cabizbajas deambulan. Buscan destinos en las estaciones de mínima parada que el devenir diario les ofrece a modo de necesidades. Y allí ni canjean el billete ni renuncian al viaje porque han asimilado en los demás lo que se suponen en sí mismos. Y todo a la espera de la vana recompensa de las horas en las que la noche velará los sueños o desvelará inquietudes. Eso sí, desde el establecimiento ordenado del orden a respetar para no descarrilarse de las vías tan férreas como la cobardía se empeña en prolongar. Así se refugian las ilusiones entre las carcomas de los baúles cuyos candados cierran el paso a las verdades. Nada existe más allá de la fútil recompensa que concede placentera las alegrías fingidas. Y una nueva vuelta de la noria se exhibe desde el río de la vida llenando el cangilón de las expectativas que durarán segundos hasta regar la siembra que otros habrán hecho en nuestro lugar. Llamadle desencanto sería admitir la propia negación de la felicidad, y por tanto, nuestro fracaso. Puede que si reflexionásemos unos minutos nos acabaríamos situando en el estante de la pared a mostrar desde el escaparate de la verdad. Y entonces sería doloroso, muy doloroso, reconocer en nosotros mismos a la viva imagen del derrotado. De cualquier modo, no lo penséis demasiado, ni le deis más vueltas. Puede que hoy no sea uno de esos días en los que la apatía se apodera de ti, te muestra un camino insulso, y sonríe compasiva ante tu propio desencanto.

 

Jesús(defrijan)

lunes, 24 de febrero de 2014


Venecia

Nos vino a recibir al sonido batiente de las olas que en el Canal formaba la inquietud de la noche. Llovía. Y lo hacía con esa tristeza propia de quien se mueve entre grandezas de otrora y resacas de romanticismo. El Puente Rialto albergó en su descenso a uno de los costados a quienes surcaban las expectativas que la bufonada proclama como vísperas de la abstención. Esa noche, la quietud de los rincones contrastaba con la esperanza de la festividad que vendría horas después. Amaneció lentamente y los vaporetos se convirtieron en anfitriones por las islas que le dieron origen. Así, entre cristales forjados por Murano, canales de colores espatulados por Burano y restos de los orígenes de Torcello, amores dolientes de Lido, Venecia, salió a la luz. Y allí, San Marcos se engalanó con el cadalso festivo del Jardín de la Alegría al que dieron vida los frutos de la tierra firme. Leones en su honor que vestían de verdes, anaranjados, morados, mostraban la fiereza del pasado ducal cuyo bastión regía los designios del Adriático. La Catedral se disputaba protagonismos con el Palacio, mientras el carrillón campaneaba despertando al Campanille. Y las góndolas bailando al son de las dulzainas y tambores medievales que inauguraban el desfile. Los sones clásicos iniciaron la andadura sobre la partitura dando licencia de vuelo a la Colombina que descendería lentamente de los cielos a depositarse como licenciadora del festejo. Todo bullía y todo sorprendía. La majestuosidad de los atuendos nobiliarios, la fiereza de los Cruzados, la prestancia del poderío asomaba sobre las telas con las que apenas competían las mascaradas populares. Todo invitaba a la fiesta y en cada garganta se entonaba la melodía romántica que la receptora  merecía. Casanovas ilusos que buscaban dar honor y gloria al prócer prototipo de las licencias amorosas deambulaban sin orden al encuentro del rincón soñado. Allí se pondrían de manifiesto las sombras chinescas de antiguos duelos de honor mientras el paso del carusso gondolero surcaba el pie de los puentes. No pude por menos que ponerme en el lugar de aquel ignorado que a punto de ser ejecutado, desde el Puente de los Suspiros, exhalaba a la belleza su último arrepentimiento. ¡Quién sabe si la justicia se vistió de venganza! Lo cierto fue que en el momento de regresarnos, cuando el Carnaval iniciaba su descenso, tuve la sensación de que el verdadero Carnaval, el más indigno Carnaval, el más opresor Carnaval, es el que pena y no disfruta cada quien cuando no sabe vivir en el Jardín de la Alegría del Amor, y se disfraza de conveniencias que le amargan su día a día.

Jesús(defrijan)

domingo, 23 de febrero de 2014


Remite negro

Era el día en el que se suelen celebrar los cumplidos, a la espera de los por cumplir, y percibió un halo de incertidumbre que achacó al nerviosismos propio de tal fecha. Sabía que pronto, aquellos ausentes de abrazos que la distancia impedía acabarían tomando  posesión de sí mismos hasta agotar los tiempos que el descanso propiciaba. Se soñaban al no tenerse y se vivían al compartir esperas. Era común el trasiego de cartas en las que la premura de la voz se atropellaba con los deseos escritos a los que no se les quitaba ni el borrón surgido desde la inquietud de sus sueños. Noches en las que la luz se compadecía de ellos dos acentuando el retardo del descanso para hacerles vivir lo deseado. Ponían voz a la mudez que las cuartillas mostraban y sus intentos compensaban sobradamente tal hurto. A medida que se acercaba  la hora del reparto, la espera en el portal impedía el depósito de la carta en el buzón. Y así, aquel que se movía entre las agilidades del vuelo amoroso, recibió lo ansiado. Subió los tres pisos con rapidez y en la soledad de la habitación desnudó con cuidado lo que presumía como regalo de cumpleaños. No hubo filo mayor que el herrero del daño forjase. Allí, en medio de la contradicción, el adiós se teñía de negro y las velas se humedecían sin querer prenderse. Tuvo que releer lo no creíble para ser consciente de las razones que aquella a la que amaba desde la escasez del tiempo, le aportaba como fiscal insospechado. Dejó caer la carta sobre la mesa y sólo se compadecieron los lápices que guardaron silencio. Quiso gritar y no pudo. Quiso desplazarse a la cabina más próxima y fingir la no recepción para atisbar el consuelo del arrepentimiento, que sin duda, tendría.  Quiso enumerar la lista de desencantos que sin ser conocedor hubiese podido sembrar en aquella que llegó a creer que lo amaba. Y no pudo encontrar nada de lo que buscó. Desistió de fingir inmunidades ante aquellos que compartían vivienda y bajó atropelladamente a la calle. Allí le esperaba un nuevo mes de Marzo al que encomendar sus vientos. Allí, las escasas nubes que abandonaban los cielos, fingieron no ver el dolor que sentía y se retiraron prudentes al paso del Sol. Allí conoció por primera vez el sabor del desengaño, el perfume de la traición, el llanto hacia dentro. Regresó a su habitación y se juró para sí que jamás volvería a llorar por desamor. Hoy, que su vida discurre plácidamente, sentado a la mesa con los suyos, agasajado por ellos, querido por todos, ha vuelto a ser incapaz de no llorar mientras soplaba las velas. Todos creen que es  de dicha mientras él se dice  que siguen sin conocerlo.

 

Jesús(defrijan)

 

Amantes

Supieron descifrarse los rótulos que las miradas confluyentes esparcieron en sus pechos. La obligatoriedad de la costumbre había acostumbrado a aquellos dos a vivir a medias con las mitades decididas desde el gris que a viajes llevaban y a nada conducían. Eran solitarios acompañados que en las soledades diseñaban el boceto del deseo al que se veían abocados a renunciar. Por eso, aquella tarde en la que las formalidades ejercieron de  cicerones, algo en ellos despertó del letargo en el que vagaban. No hubo espacios para los ecos de los próximos y sí se batieron las contraventanas que encerraban sus sueños. Supieron que nada volvería a ser como hasta entonces y se dejaron vencer por la vorágine de los impulsos. Poco importó lo que a otros importaba desde el preciso momento en el que se descubrieron mitades a compartir. No hubo pactos previos ni horarios a los que someterse más que los dictados por la necesidad de beberse. Nada tenía sentido fuera del sinsentido que suponía este paralelismo de vida. Y cualquier sometimiento a la norma esclavizaba a aquellos que se veían sometidos  a ella. Poco importaba que en las sucesivas reuniones, los clanes comunes percibiesen lo que les unía y separaba de ellos. No se podía poner coto al viento en el que se mecían las querencias y dieron por idos a aquellos dos desprovistos de desesperos. Eran felices y las luces de las juiciosas tormentas no hacían más que contribuir a la iluminación de su caminar. Más pronto que tarde perdieron fuerza los argumentos penitentes que les espetaron las conciencias timoratas de los cobardes que les envidiaban desde el silencio. No se habían atrevido a dar el salto que ellos dos, esos a lo que falsamente repudiaban, osaron dar. No quisieron expandir argumentos sobre el tapete de la corrección porque la baraja que manejaban no portaba comodines para acomodaticios corazones. Siguen  viendo amaneceres en los ocasos que el día les presenta y tienen la plenitud que desde aquella fecha, osaron para sí capturar. Ríen condescendientes como suelen reír aquellos que se saben dueños de la verdad. Sin buscar aprobaciones, fueron capaces de trazar sus líneas por donde sólo la pasión conoce. Y mientras tanto, aquellos que les han seguido, a modo de ejemplo, se siguen preguntando el porqué del repudio que soportaron. No entienden que hubo otra época, otros entornos, otros cobardes, que fueron incapaces de perdonar a aquellos que se soñaron amantes desde el día en el que los rótulos que las miradas confluyentes esparcieron en sus pechos  saciaron a dos sedientos de sí mismos.

Jesús(defrijan)

viernes, 21 de febrero de 2014


Manoli

Bajó desde la Espada hasta la Huerta buscando horizontes azules en los que inspirar dulzuras. Ella, amazona del tesón, es capaz de aglutinar en su mismo ser al trípode que sustenta existencias propias de sangres propias y latidos ajenos. No sabe del desfallecimiento por más intentos que éste haga en su pulso por vencerla. Apoya en el amor lo que del amor consigue y sigue adelante con esa mezcla de fortaleza dulce que aminora los dolos. Entrega más de lo que muchos serían capaces de prestar porque la mueve el cariño y con él envuelve sus días al abrigo de las letras. Y por si la flaqueza le llega, saca los brillos a los pasacalles en los que la devoción se viste de primavera al nacimiento de las flores. Lleva en su piel el valor que la razón le aporta y el tiempo premia. Tras su cortina de tristeza se vislumbra la esperanza a la que se encomienda como tabla salvadora de naufragios de desasosiegos en los que verse envuelta. Se sabe querida y por ello ruboriza sus mejillas mientras desciende su mirada por considerar excesivo tal galardón. Es grande porque disimula su grandeza para que sólo los avezados sepan disfrutar de las mil y una noches en las que diseña sus vuelos sobre los nidos de papel. Deja tras de sí un poso lánguido que no debe confundir a quien tenga la suerte de cruzarse en su camino. No permitirá compasiones porque ella nació para ser punto de apoyo y de ello se enorgullece. Solidaria con el débil y caritativa con el desvalido fluye como sólo los virtuosos saben hacerlo hacia la grandeza. Es quien ha diseñado la túnica gris cuyo forro multicolor la delata ante aquellos que consiguen acercársele. Goza del séptimo mes por saber que a él le debe su nombre que la rotula de feliz. Y mantiene la constancia al saber que a no mucho tardar, cuando las fuerzas estén a punto de dejarse vencer, renacerá como fénix de las cenizas que intentaron derrotarla. Si alguna vez se os presentan unos ojos que desde la dulzura transmiten verdad, no lo dudéis, es ella. Acercaos, pero hacedlo desde el rincón de la sencillez. Nada le avergonzaría más que mostrarse como diva invitada al concierto en el que ella participaría gustosa desde la segunda fila. Mientras ese momento llega, sabed que Manoli, a la luz de la madrugada, seguirá confesándose con su alma y su alma le impondrá como penitencia la confección de unas letras que al darles vuelo la harán feliz; se lo merece.

 

Jesús(defrijan)

jueves, 20 de febrero de 2014


Jesús Sahuquillo
La impronta  estampa que nos presenta renace del molde que el escultor romano rompiera. Patricio del Senado en el que el Triunvirato tricolor vestiría los albos de su túnica en defensa del plebeyo al que someten las escalas sociales por las que no aboga. Seguro que renunciaría a dejarse engatusar por las vestales fingidas del templo del Amor en el que cree a pies juntillas. Trovador de versos que le manan en la ribera donde las lanzas adoptan formas de cañas a las que seducir con la brisa de la tarde. Superviviente de las lavas volcánicas del desencanto que intentó sepultarlo en vides dulces de retamas agrias y no lo consiguió. Sería capaz de reposar sus ímpetus ante la contemplación de un atardecer si el campo llano se vistiese de rosas a las que azafranar estambres. Este que manifiesta raíces recias a las que sustentarse cada vez que su vista gira a poniente y su corazón acompasa a las campanadas del ayer. Busca en el detalle lo que el detalle esconde para abrirlo a las esperanzas como sólo los versados saben hacer. Podría ser el nibelungo que interpretase la ópera por estrenar si viniese pareja a la valentía y el avance constante. Uno más de los nónimos anónimos que repudia las castas opresoras y que hubiese sido el abanderado asaltante de la bastilla parisina al son del lema revolucionario.  Calla más que dice para dejarse sorprender por aquel que le encuentre. Esfuerzo baldío por quien lo intente. Habrá diseñado de tal modo el camino que la vuelta de la penúltima curva mostrará al incauto explorador sus propias carencias a las que no pondrá eco para evitar el daño. Este Duce veneciano abriría las puertas de los calabozos para liberar a los cautivos de las pasiones, sacando a la luz desde las ruinas del Puente de los Suspiros los cimientos del Jardín de la Alegría. Florentino que llevaría de la mano a Beatriz asegurando su talle ante el paseo por los infiernos para no dejarla caer en tentación alguna que ella no desease. Este que jamás permitirá que nadie desholle rías con navajas que seccionen su cordón umbilical por las que fluir a las aguas del Este.  Este que tras la máscara adusta esconde más de lo que muchos muestran, capaz de reír las chanzas con la franqueza que da el abrazo. Este que maneja tizas con la destreza del director curtido que se ilusiona como novel. Este, amigos míos, este es, Jesús Sahuquillo.
 
Jesús(defrijan) 

miércoles, 19 de febrero de 2014


La poetisa

Vivía entre las líneas que la belleza esculpe desde los grafitos libertos. Allá que sus horas de obligaciones tocaban a su fin, el ánimo cobraba bríos y en pos del verso se encaminaba quien sedienta de pasiones cerraba su alma a la negativa del pudor. Había tenido que conformarse con el conformismo del confort en aras a la obediencia que la norma regía y en ello acortaba sus días. Nadie de los cercanos tuvo la valentía de hurgar en los interiores de aquella que todo lo daba a los vientos del necesitado. Compartió confidencias que llegaron a dañarla más que al penitente que las pronunciaba por hacerse partícipe solidaria de las mismas. No pudo ni quiso encadenar con grilletes de culpabilidades a quienes ya de por sí sufrieron desengaños. Y todo el consuelo les remitió desde la descarga agridulce de los versos florecidos. Siempre se preguntó el porqué de tal entrega y nunca tuvo paciente espíritu  para esperar respuesta. Daba, entregaba, cedía para no permitir pasos dañinos a corazones en vilo. Escribió para otros desde el pupitre del corazón con las letras de la sangre que bombeaba a la noche. Rara vez hablo de sí por creer injusto el protagonismo que restaría tiempo al remedio ajeno. Estaba presta, vivía presta, sabía a cierta. Supieron  quienes la disfrutaron del valor de su sonrisa, de la candidez de su mirada, de la tersura de su voz. Y nunca dejó en la estacada a aquellos que viese desvalidos, desesperados, abandonados. No tuvo conocimiento de los nuevos modelos a la hora de mostrar lo nacido y siguió fiel al clasicismo del papel. Adoraba el olor de las hojas que cocerían versos entre las llamas del deseo. Y el ocaso del día se vestía de alba a su llegada. Lo que nadie fue capaz de adivinar por más elucubraciones que intentaron fue la verdadera razón de su forma de ser. Todavía se preguntan si su vida fue tan real como aparecía en los álbumes del recuerdo. Saben que desconocen los motivos del hermetismo que llevase a la sensibilidad a vestirse de ella. Nadie ha sido capaz de recopilar lo que desperdigó como semillas sembradas en fértiles futuros. Creen los más jóvenes que no existió; que la imaginación de los adultos la creó para fingir sus propias debilidades. Lo que no saben es que todos aquellos a los que toman por viejos, guardan para sí, el manuscrito que un día les llegase de manos de aquella poetisa  que quiso, ante todo, versos felices para felices verlos.

 

Jesús   (defrijan)

lunes, 17 de febrero de 2014


Núria

Diríase de ella que nació en los verdes para morar en ellos. El valle que la nombra tuvo que aceptar resignado los designios de los vientos a los que se encaminó en pos de la luz de las velas acuosas. Y en ellas, el timón de su sonrisa derrite  a las tempestades que pugnan por batirle la proa. Cuentan que Neptuno, vencido ante su imagen, dio órdenes estrictas a las olas para que acariciasen los perfiles que la surcan a modo de sirena no varada en el tiempo ni anclada en los sueños. Vive como si la elegancia no la envidiase sabiéndose perdedora en la pugna. Y los amaneceres se pueblan de ventanas al horizonte en el que la línea divisoria de los azules acaba fundiéndose de paz, de sosiego, de calma. De haber nadado de espaldas, vestiría el atuendo de corsaria magnánima ante el galeón abordado para darle la última oportunidad de huída fingiéndose derrotada sin serlo. Cubriría los flancos del parche de aquel que mostrase excesiva crueldad que estaría de más en su buque. Y llegado el momento de ocultar el botín, esparciría tal cúmulo de pistas que cualquier necesitado sabría dónde encontrar su remedios. Así el catalejo barriendo barloventos de exquisiteces y sotaventos de poderío agrandaría el objetivo para que desde el otro extremo la certeza quedase plenamente demostrada. Cuida de las olas como sólo el agradecimiento suele oficiar. A ellas les debe lo que de ellas recibe y entre los salitres diluye los inconvenientes que a pocos convienen. Vive el arte por vestirse de musa a la menor ocasión mientras las jarcias esperan el turno de sus caricias por las yemas delicadas que les trenza. Su ancla deposita en los fondos pidiendo disculpas por los arañazos ocasionados sin percibir que es acogida como bien preciado. No, no va con ella la lisonja. Su mirada es la proa que marca las rutas por las que solamente el aguerrido filibustero que estuviese a su altura se atrevería a cruzar. Quizás con un poco de benevolencia, el próximo aro que circuncidaría su lóbulo no provendría otros cabos de buenas esperanzas distintos a los de conseguir su amistad. Templad velas si tenéis la fortuna de cruzaros en su ruta. Sabréis al instante, que ella, que Núria, ha tendido las redes a vuestro alrededor, os ha capturado, y por más intentos de fuga que probéis, fracasaréis de inmediato. Dejaos vencer sin resistencia ante su encanto; no hay derrota que sepa más a victoria, os lo aseguro.

 

Jesús(defrijan)

Europa

Así rezaba aquella canción que surcaba su memoria mientras las aguas tendían sus verdes a la noche. La vigilia  nocturna custodiada por sus galones  le ofreció horizontes a los que sumirse para  alcanzar sus sueños y desvelar tristezas. En ese momento, justo cuando la guitarra punteaba lamentos, vino a hacerse un hueco en su recuerdo. Sabía de memoria la historia mitológica y meciéndose en ella se dejó guiar. Diseñó para sí la fortaleza del desvalido Zeus que fue incapaz de resistirse a los amores por tal doncella. No dejaba de sorprenderle el hecho de que en aras del deseo, la divinidad se hubiese materializado para abrevar en las aguas cristalinas de sirenas pobladas entre ciprinos dorados. Ninguna fue receptora de sus requiebros simulados y la necesidad le llevó al  rapto de la ninfa que osó tomarlo. Él, galante deidad, se dejó arrastrar por las aguas a remos del amor que profesaba tendiendo un hilo de salitre que orientaría a los valientes que naufragasen de desamores. Y ahora, a la luz de la luna, con la mar en calma, el nuevo rapto venía a las manos de quien con sus las suyas interpretase  la canción que tanto compartieron y que ahora sonaba. Sólo que este rapto llevaba un poso de desesperación que abanicaba las ausencias a las que se veía abocado. Regresaron las luces parpadeantes de los cielos cómplices bajo las que se prometieron tanto como el miedo a perderse fue capaz de firmar. El tenue movimiento de las olas pareció acompañar en el tiempo a los pasos de baile que fundieron pasiones. A cada punteo un beso brotaba desde el manantial del ayer para volver punzante al acorde del adiós que tanto les lastimó. Supieron a perennes lo que amenazaba caduco y la felicidad tejió las velas del navío que surcó sus días. La amaba, la seguía amando, por más tiempo que hubiese transcurrido. Puso especial cuidado en dejar resquicios por los que el recuerdo aflorase cada vez que el desamor le llegase. Tuvo la valentía de mentirse diciendo que mínimo fue lo que máximo supuso. Nadie acertó a ver más allá de sus pupilas lo que para sí guardaba en el camarote de la esperanza. Y hoy, en esta noche en la que el firmamento decidió vestirse de gala, la espoleta de aquella canción le volvió a la cordura de no negar lo evidente. Se sintió dios del Olimpo y prometió hacer para sí lo que para sí estaba destinado. Cesó la canción, continuó la música, pero ya nada importaba. Todo estaba escrito y en ese preciso instante, a lo lejos, la silueta de Creta apareció sonriente desde las primeras luces que el amor encendió anunciando a la mañana.

Jesús(defrijan)

domingo, 16 de febrero de 2014


Por si el adiós me sorprende

Tenía las cicatrices de otros adioses aún vivas en la piel del alma y decidió parapetarse en la trinchera del abandono propio. No siempre fue quien tomó la decisión pero a pesar de ello un nudo se le fue trenzando en cada ocasión. Los hubo fugaces como vuelos inconexos de las aves del capricho. Los hubo eternos que duraron el tiempo que la eternidad destina a los amantes que viven en la angustia del abandono. Los hubo, en fin, de tantos trazos como la dicha del amor suele lanzar a la aventura del querer. Y sabía que las ilusiones se fingían inmortales en un último intento de recuperar esperanzas. Seguían apareciendo en sus sueños los rostros que marcaron sendas y ante los que esbozaba una sonrisa vestida de preguntas. Desechaba rencores porque el tiempo se había encargado de aportar argumentos a las decisiones que no siempre le fueron favorables. Supuso vidas en las que aquellas a las que quiso no tendrían huecos para las dudas y en el mejor de los casos prestarían un rincón a la imagen que de él guardasen . Era feliz, se convencía, y el retroceso no aportaba más que una carga de nostalgia a la que echar una mirada como álbum de instantáneas de lo que fue. Y así, en los días grises que tendía a sus horizontes, la elección del momento vivido venía a reconfortarle. Y hoy era una de ellos. Así que elevó la vista a la caja policromada del recuerdo en la que las instantáneas dormían. Puso rostro a aquella que le aportó alegrías como nunca antes hubo sentido. Volvió el perfil de su rostro que tantas veces acarició y los labios que compartiesen promesas hablaron de nuevo. Cerró los ojos y abrió vergüenzas. Allí recuperaron horas robadas con el ímpetu que las caricias imploran. Salieron los verdugos celosos de los celos a celar las alegrías que la dicha proporciona y en ellos dos no hubo tiempo para el mañana. No quiso preguntarse por los motivos que les llevaron a caminos divergentes. Resultaba demasiado doloroso reconocer la propia culpabilidad que no supo muy bien explicar ante las incógnitas que dejó sin responder. Sabe que la dañó como sólo daña la inconsistencia y que ningún paliativo remedio le vino en su auxilio. Sabe que quizás el rencor no ha disminuido con el paso del tiempo y que sigue vestido con la túnica del menoscabo. Sabe que el final de sus letras impronunciadas llamará a su puerta buscando redención. Pero sobretodo sabe que entre todas ellas, fue la única, la dejó marchar y debe seguir viviendo con esa pena.

 

Jesús(defrijan)

viernes, 14 de febrero de 2014


Hasta que deje de doler tu ausencia

Nací para entregarme a ti y en esa esperanza malvivo tus ausencias. Tú, volátil ave que surcas las nubes por las que se esparcen las ilusiones yacientes, Tú, sabes mejor que cualquier otro sentimiento de la aflicción. Te ofreces vulnerable a aquel que suele exhibirte como trofeo callando para sí su propia derrota al saberse encerrado en tus redes. Alfa y omega de navegantes sin rumbo que perdieron el sentido en el mismo sinsentido que comporta tu goce. Acunas esperanzas entre los jirones tejidos de pieles compartidas y poros abiertos a la dicha mientras desvelas futuros insomnes. Tú, fiscal del juicio eterno en el que se sentencian aquellos cautivos ante  cuyos cargos no aparecen defensores dispuestos a limar el delito de ser lo que sienten. Tú, ángel del más hermoso de los avernos en los que el azufre de la pasión prende a los acomodaticios que dan por válido el paso del reposo ignorando otras respuestas. Das por hecho más de lo que merecen y consigues encalar los muros que te hacen inaccesible con las cicutas del desengaño. Tantas veces atas sin unir que has logrado confusiones a peor entre aquellos que arrastran sus días entre las conveniencias. Te acuso de haber instigado a buscar lo imposible para convertirlo en inaccesible cuando al alcance de los deseos se presentaba. Te acuso de mofarte de quienes han abierto de par en par las alcobas de su alma para desarmarse ante Ti. Y Tú, inmisericorde ocultando la sonrisa de tu triunfo has asentido derrotas en aquellos que no encontraron el camino de regreso. Cínico que das y hurtas a la par echando la culpa a otros de las decisiones por ti paridas. Cobarde que has rehuido en la mayoría de las ocasiones la lucha ante las vicisitudes adversas para no demostrar tu flaqueza. Tú, Amor fingido de lealtades que has permitido que te mal usen aquellos que son incapaces de rendirse ante tu grandeza. Tú, pincel de versos sobre los que verter angustias en busca de redenciones, hoy te ufanas y muestras tu perfil albo. Brindaremos por Ti, sobre Ti, a pesar de Ti. Porque gracias a Ti,  por más que nos pese tu abandono, las veces en que acoges a los peregrinos desolados que surcan soledades, sabemos que saldrás a rescatarlos y habrá merecido la pena. Mientras tanto, aquellos huérfanos de ti, seguirán esperando tu regreso, hasta que les deje de doler tu ausencia.

 

Jesús(defrijan)

jueves, 13 de febrero de 2014


El rulo gallardo

Era ese cilindro forjado de argamasas compactas con un eje de hierro cuya misión consistía en allanar el piso de la era en la que se trillarían las mieses cosechadas. Tirado por briosos animales cumplían su digna labor para ayudar a paliar la escasez en los tiempos en los que la escasez abundaba. También podría llamársele rodillo, pero dada la connotación negativa-agresiva  que apellida, lo evitaré.  Más que nada por ser utilizado de modo soberbio por aquellos que se escudan en mayorías para abusar de las minorías desde la voluntad popular. Y un ejemplo más a los ya sumados lo tuvimos ayer en la era donde debería reinar el consenso y el debate. No sólo se usó de él a la hora de aprobar una ley que nos retrotrae  a tiempos del “ordeno y mando” sino que además dio varias vueltas al menospreciar a aquellos que se sabían perdedores de la votación. Ni la mínima dignidad tuvieron quienes ningunearon los turnos de réplica y decidieron que su tiempo, que nos pertenece o debería pertenecernos, estaría mejor dedicado a los pasillos, al ágape o a cualquier otra ocupación. Decir que fue inelegante sería utilizar el eufemismo de modo sumamente benigno. Si la gallardía se esconde tras el don del que se carece, sólo el aplauso de los coros cercanos se ha de obtener a modo de palmeros agradecidos. Si se juega con vidas en base a las que aún no lo son, bajo pretextos encíclicos más que discutibles y axiomas teologales carentes de virtud, al menos deberían tener la caridad para aquellos que discrepan y escuchar sus argumentos. Pero qué pedir a quienes la soberbia ha elevado a los altares del pisoteo. Me vienen a la memoria mayorías ganadas en las novatas urnas por aquel que apostó a democracia. Jamás renunció a escuchar los calificativos que le fueron destinados. Fue tildado de todos los modos a cual más abyecto que minaron su fortaleza enfrentada a las traiciones. Y dio paso a los siguientes turnos sin siquiera huir ante las balas. Así que aquel ejemplo no se ha seguido y hemos de comprobar cómo el ninguneo rotula a los azules que visten invisible sotanas. Falta gallardía, sin duda, en acometer un debate en el que saldrían a relucir atavismos que creíamos olvidados. Y con ser todo esto lamentable, qué decir de aquellas que anteponen obediencias a siglas a solidaridades de género. Que alguien se equivocó al creer que educaba a sus hijas o a sus alumnas hacia la igualdad. Si fueron conscientes, lamentable, y si no lo fueron, lamentable también. Pero como próximas estudiantes a futuro, espero que reclamen recuperaciones a las que acudir para demostrar que los deberes ya están hechos, y los nuevos postulados enseñan verdades como puños a las que no renunciarán. Entre ellas, la libertad de elección y la elegancia en la defensa de sus postulados. Eso sí, tendrán la gallardía de no abandonar su escaño para dejar con la palabra en la boca al que discrepe de ellas. Son, sin duda, gallardas con don o, si lo consideran, sin él; que decidan ellas.

Jesús(defrijan)

 

miércoles, 12 de febrero de 2014


Nudos

Vivía en el desierto que las arenas del desengaño habían esparcido desde tanto tiempo que ni siquiera sabía de la existencia del oasis en el que abrevar sus penas. Algo provocaba en éste, al que consideraban risueño ejemplo, la tristeza que los desvelos aportaban a sus noches. Ningún motivo aparente le hacía desgraciado y así transitaba en el conformismo de los comunes. Oteaba a su alrededor y creía descubrir sequedades propias en desiertos ajenos y así la caridad del consuelo le llegaba. O eso creía aun sabiendo que tal ungüento carecía de potestad para llevarlo a la dicha. Y casi perdida la posibilidad vino a coincidir con aquello que ni siquiera sospechó merecer. Ella, acogedora voz que desde el otro extremo llegase, en sus primeros timbres le aportó certezas. Ya no recuerda cuál fue el motivo de tal llamada, ni qué artículo pretendió asignarle desde la necesidad innecesaria.Sólo recuerda que en un momento no preciso, el rumbo de la conversación viró a su favor y los minutos pasaron como pasan las nubes que el viento mece. Supo de tales necesidades como las suyas y se estableció un puente invisible pero palpable por el que dos soledades discurrieron sin miedos ante los precipicios que les cunetaban. Tarde que se enlazó con la noche en aquellos esperanzados que dieran por perdidas sus esperanzas y se renacieron a la luz desde en el ocaso de sus vidas. No fueron capaces de decirse adiós y en el intercambio de vidas contadas tendieron a las miradas del otro lo que tanto había ocultado el pudor. Se supieron destinados a interpretar la más hermosa sinfonía que el amor dirige sobre la orquesta de sueños. Sin partituras que entonasen plañidos condenatorios se buscaron por los rincones del estribillo que la pasión encumbra y todo fluyó. Fueron percibiendo que los nudos que atenazaron sus interiores se deshacían como jamás creyeron que volvería a suceder. Uno ponía el pensamiento y el otro pensaba el sentimiento en un vaivén constante donde las borrascas amenazantes de tormentas no se atrevieron a aparecer. Volvió la risa a aquellos que la tenían fingida como se suele fingir cuando se evita la lástima. Se amaron como sólo es capaz de amar la necesidad, sin fecha de caducidad ni razones culpabilizantes. Y hoy, cada vez que a la hora acostumbrada, el teléfono vuelve a sonar, desde la proximidad de su piel, lo dejan sin coger. Saben que en algún otro lugar, un alma dañada por el tiempo, sumida en la tristeza, quizás descuelgue y tenga la fortuna que desde aquella tarde le vino para desatar los nudos que aprisionaban sus almas.

Jesús(defrijan)

martes, 11 de febrero de 2014


Cuarenta y cinco revoluciones por minuto

Había decidido poner orden entre los enseres que acaparaban huecos inundando espacios. El desván al que tantas veces había destinado a los mismos hacía años que había asumido el papel de guardián de recuerdos que en su memoria perduraban como hojas no arrancadas. Allí convivían las cajas de cartones rotuladas por las ilusiones que años atrás dieran forma a sus púberes. Así que decidió que esa mañana sería la adecuada. Subió dispuesto a no ser misericordioso con aquello que fuese inservible. El tiempo le había permutado su condena al olvido por una larga reclusión. Allí aparecieron atuendos de moda pasados de moda que fueron desencadenando sonrisas de nostalgias. Allí renacieron los eternos momentos en los que cabalgaba el tiempo a lomos del corcel de su juventud. Allí, los humos de la no extinta hoguera, elevaron las preguntas que nunca había vuelto a realizarse. Noches de caricias y promesas que se fueron evaporando y que sin embargo mantenían el cordón umbilical que se negaba a cortar. Las cajas apiladas no ofrecieron resistencia a dejarse desnudar a la vez que a modo de conciencia sacaban a la luz actuaciones improvisadas. Carátulas de versos musicados por voces ajenas que sospecharon prestar a aquellos que se empezaban a amar, cobraban de nuevo sentido. La alternancia jugaba a su antojo con los caprichos de las cuarenta y cinco revoluciones por minuto que carraspeaba a los surcos. No pudo evitar tararear aquellos estribillos que tiempo hacía que creyó olvidados. Baladas en las que se fundieron cuerpos al lento paso que los pies marcaban en la común sintonía de los primeros amores. Fue más rápido su canto que el intento por renovar el envejecido tocadiscos que guardaba vigilia desde hacía años. No pudo resistir la tentación de hacerlo girar y con sumo cuidado fue colocando sobre el plato la sucesión de canciones que hicieron suyas. A la par, aquellos que compartieron espacios y sueños bajo las estrellas de los eternos veranos, vinieron a hacerle compañía. Cerró los ojos y la abrazó de nuevo. Su piel seguía teniendo la tersura que hiciese suya y el palpitar apareció de nuevo. Mesó sus cabellos, besó los labios que se le ofrecieron y, otra vez, las promesas de eternidad, lazó a ambos. Ni pudo ni quiso evitar reír nervioso ante el hecho de saber que parte de lo que tanto amó, moraba en la incógnita. Cesó la música y con ella se cerraron las bisagras que chirriaron las contraventanas de la añoranza. Todo volvió a su lugar y el nicho del recuerdo se cerró para siempre. Sigue creyendo que aquello que sintieron habla en pasado. Se equivoca; otro desván está a punto de ser removido y sensaciones comunes saldrán a la pista para bailar con él; como aquellos fugaces veranos de amores eternos  y nunca olvidados.

Jesús(defrijan)

lunes, 10 de febrero de 2014


No te enamores de los poetas

No recordaba en qué libro lo leyó cuando la edad de entender las pasiones le llegó pero siempre tuvo próxima a su ser tal expresión. Creía recordar que aparecía en el epílogo de aquel tomo que le ordenaron descubrir y al que de mala gana accedió desde la obligatoriedad. Un compendio de estrofas de múltiples autores que jugaron con sus sentimientos y los sacaban a la luz le fueron abriendo paso al mundo de la adolescencia que se le mostraba como incógnita gigante. Quiso reaccionar ante la imposición pero poco a poco, a medida que las dicciones le iban calando, aplaudió su suerte. De modo que aprendió  versos  como sin querer. Versos que no sabían del alma destinataria futura en los que guarecerse pero que perfilaba en sueños. Advertencia que, aquel consejo que cerraba la despedida, había anticipado acertaba  de pleno. Los primeros indicios los tuvo cuando la desazón del amor vino a perturbar el desorden de sus esquemas. Ahí flotaron risas, besos, abrazos. Y en todos ellos el acomodo de lo prestado por los trazos ajenos tenía sentido y a la vez carecía de él. Noches en duermevelas por desamores ilusos cedieron turno a plácidos atardeceres en los que la realidad se hacía increíble. Aquellos que colaron sus esperanzas llevaban en sí la imagen del amor que tanto había exprimido de aquellas primeras letras. No le fue suficiente y quiso esculpir por sí misma las líneas que tanto había admirado y hecho suyas. Y probó y siguió probando en un sinfín de sucesivos estados de ánimo que el mismo ánimo se encargó de espolear. Sabía que al abrirse dejaba escapar al juicio ajeno aquello que pocos serían capaces de entender. Intentó pedir perdón al infinito por no protegerse adecuadamente cuando la herida le vino de respuesta y el infinito no la perdonó. No tenía nada qué perdonarle a  aquella que fue capaz de amar desde la irracionalidad que el amor acarrea. Y ya en sus años postreros, cuando las nieves escarchaban su rostro contempló desde la distancia a aquella niña que una vez fue. Se sintió dichosa porque había vivido la vida conforme a los dictados no impuestos que la valentía premia,  De cuando en cuando, su viva imagen viene a su regazo a escucharle recitar aquellos versos que han envejecido con ella y sin embargo siguen alimentando vuelos. Solamente cuando la imagen de su sangre le pregunta por el consejo final, ella responde que no se enamore de un poeta, porque si éste se enterase, acabaría perdiendo la cordura por ella, afortunadamente. Y entonces, la besa, sonríe, renace y pide al destino que no le haga caso.

Jesús(defrijan)

domingo, 9 de febrero de 2014


Si volviera  a nacer

Volvería a repetir los desaciertos  que me llevaron a las certezas que diseminaron semillas de esperanzas. Volvería a colocar flores secas en el jarrón del vestíbulo de mi corazón para sentirme acompañado por semejantes sentires a los míos. Cogería con las manos vacías las rosas de diciembres ignorando a las espinas que me culpaban de usurpador de nubes. Saldría a la calle para cantar alegrías a los oscuros que se olvidaron de su existencia al mimetizarse con los grises que les rodearon. Flotaría sobre los barros para no perturbar las huellas que aquellos cansados pasos esculpieron de desengaños como esculturas ajadas que ni los parques extrañan. Correría tanto que no me desplazaría lo más mínimo por habitar en la dicha que me vino al tenerte, soñarte, saberte. Batiría palmas para alejar a los fríos que buscasen  ilusos el recogimiento del alma en el cesto del silencio. Si volviera, volvería a recorrer el camino a tu lado por haber encontrado la orientación que nunca sospeché necesitar. Nacería en primavera para acompasar el regreso de las flores a los campos renovando las siembras de tristezas por las estepas del miedo. Y reiría, sí, reiría, y reiría otra vez, y mil veces más hasta que la locura fingiese raptarme a los ojos de los demás. Bendita locura que nace de los espacios compartidos por el placer de la necesidad. Reanudaría aquello que quedó por acabar para volverlo a dejar sin terminar y alargar su presencia compañera. Daría la vuelta ante aquel que buscase el enconamiento agreste que la soberbia ensalza; le daría por vencedor, así, sin más, para que su orgullo le anunciase ante los otros como poseedor del cetro absurdo. Volvería a ser el pez que nadase en la pecera de sueños sabiendo que la transparencia de las aguas espejaría mis cambios de rumbo. Arañaría los cristales para desgastar las uñas y evitar heridas innecesarias a quienes quiero y de los que recibo lo que no merezco. Y en los maullidos, escondería las lágrimas que se me pudiesen presentar; diría que el viento gélido atizó con fuerza sobre mis ojos y así la lástima no viajaría conmigo. Lloraría tanto hacia dentro que la costumbre llegaría a convertirse  en virtud de la que no sentirme avergonzado. Si volviera a nacer, os lo aseguro, volvería a pensar que merecería la pena seguir los dictados verídicos que nacen de las ilusiones. Pero sobretodo, creedme, si volviera a nacer, volvería a repetir los errores.  Sería cruel saber que existen y nadie les hace caso.

 

Jesús(defrijan) 

viernes, 7 de febrero de 2014


Llevaba su nombre

 
Los encabezamientos de aquellas cartas que el pudor no llegó a permitir enviar. Aquellas que nacieron de la expresa necesidad que la pasión irrefrenable aportaba al debe del que se supo perdedor desde el principio de la partida. Éste que caminaba entre las sombras que los cipreses tendieron a su paso mientras el desconsuelo le daba por vencido y derrotado. Humillado en la más inmensa sima que es capaz de cavar quien alzó paredes de esperanzas con la fragilidad de lo imposible. Quien fue diseñando guiones para la comedia en la que convirtió a su vida intentando infructuosamente limar el drama que destilaba su existencia. Éste, cuyo este no supo jamás conseguir amaneceres por los que discurriera la alegría que quiso esparcir y nunca recibió. Vagó por los ocasos en los que las derrotas se sientan  alrededor de la extinta llama del quejido común buscando plañideras ante su luto. Las graduaciones que los grados fueron pulsando en sus venas coronaron a este derrotado en el victorioso pelele de la mofa cercana. Nadie fue capaz de aventurarse hacia la solidaridad y la chanza ocupó su puesto. Burlaban las historias que fue sembrando como quien burla al astado incauto que ignora su fin. Y la renuncia a seguir pensándola se le hizo insoportable. La huella quedó prendida en los fangos de su alma que moldearon los barros del rechazo. Nunca el dolor fue más intenso ni más simulado que el nacido en el rictus de aquel que se enmascaraba de sí mismo. Ganó la potestad de vivir por encima de lo deseable bajo el límite de lo deseado y se creyó feliz. Sólo en los momentos en los que la cordura pidió permiso para instalarse flaqueó ante la severidad de la evidencia. Ella habitaba otro universo  al que no tenía acceso y alrededor del cual nunca pudo dejar de gravitar su pena. Siguió como sólo los desesperados siguen, embalsado en la tristeza. Sabía que su precipicio estaba unido al desarme de sus letras y por más que luchaba hacia él se encaminaba. Las letras devueltas nunca vinieron de vuelta por ser de único sentido las que nacieron de él. Y sin embargo la esperanza siempre vino a socorrerlo. Juglar del destiempo en el que los perdedores sólo tienen cabida en la caverna de la misericordia, vibró como laúd desafinado frente al muro de lamentos que tapiaron su existencia. Cayó sobre sí mismo el letrero no manuscrito del consuelo que nunca tuvo en el que se podía leer, “Lleva tu nombre”

 

Jesús(defrijan)

jueves, 6 de febrero de 2014


Él

Le tocó vivir en un tiempo de repudios y rechazos a los que se le asemejaban. Sus vanos intentos por hacerse un hueco entre los cercanos le llevaron al escalón que sin permiso ni solicitud suelen reservar los dóciles a los diferentes a ellos. Gestos amables en él con los que en vano intentaba ganarse el aprecio de aquellos que a la cara se le reían y a sus espaldas chistaban requiebros dolientes. Se sabía diferente y tan solo en la soledad de las argamasas de su hogar daba rienda suelta a las fantasías que se le negaban en su diario transitar como realidades. Soñó con amores fugaces, con amores eternos, con amores de coplas. Soñó y de la noche hacía luminarias de carencias que le secaron lágrimas en más de una ocasión, hasta que el amanecer le traía realidades. De poco sirvieron  reflexiones en las que el intento de fusión con los otros perdió el pulso que intentó forzar. Amaba a la parte semejante que la norma penaba y la pena le acompañaba en su lento paso ante el lento discurrir hacia no sabía dónde. De lejos erguía su caminar a modo de reivindicación prudente para que la caridad se apiadase de su alma. Sabía de reproches entre aquellos que sintiendo de modo semejante, se negaban la posibilidad de así manifestarse. Sólo una vez lo vi llorar. Y lloró para dentro como suele llorar el dolor que se niega a ser contenido. El tránsito fugaz de la dicha al desconsuelo le vino cuando aquel a quien  tuvo como tabla de salvación a la que entregarse plenamente desapreció de su vida. No tuvo el permiso de las cadenas de la obligatoriedad para emprender el vuelo y sus pies se calzaron de granitos. Perdió el tono de la alegría y el desgarro de su timbre sólo se decantó por el desamor. Quiso haber nacido en otra época, en otro lugar, en otras realidades que le acunasen permisos que le eran negados. Envejeció tan deprisa como suele provocar la desesperanza en aquel que ve partir el último vagón de su último tren. En sus horas de invierno, cuando la tarde va durmiendo a las nubes, desde la cercanía de la lumbre, suele trinar hacia las llamas la copla que quedó para siempre prendida de su corazón. Mientras, sus manos se funden con los tallos que trenzan  acordes como sólo él, él que supo amar hasta el exceso, sería capaz de hilar sobre el rostro de aquel que aún perdura en su recuerdo y que tanto quiso.    

 

Jesús(defrijan)

 

martes, 4 de febrero de 2014


Feliz

Aprendió a sentir la necesidad de ser feliz desde el mismo instante en el que se supo capaz de brindar por ello. Había pasado por tantas circunstancias adversas que decidió darse una oportunidad y así compartirla con aquellos que le fuesen cercanos, próximos, parejos en la capacidad de realizar el mismo gesto. Y desde el mismo instante en que tomó tal determinación tuvo claro que en su camino se encontrarían la desconfianza venida del dolor con la alegría nacida de la confianza. De modo que emprendió su ruta mirando siempre de frente a los posibles traspiés que la senda de la vida le fuese salpicando en su andadura. Se solidarizó con el desafortunado a quien el desamor legó su fardo de espinas y tuvo presto el gesto amigable ante aquel que necesitó de su compañía. Luchó ante las incomprensiones que le tomaron por iluso sin saber que su verdadera esencia nacía en los pesebres de la entrega. Tuvo a bien recuperarse de los desgastes que le vinieron ante las injustas reprimendas que los menos comprensibles le remitieron por no saberse conocedores de la grandeza de su alma. Vivía desde la vertiente alba que su río diseñó y en ella no cabían arenas movedizas que destinasen negros finales. Sabía que en cada entrega algo suyo se erosionaba y no tuvo inconveniente en que así sucediese. Generoso ante los valores que nacían de los sentires y cauto ante los errores que los malos entendidos pudieron provocar, siguió su camino. Si hubiese vestido hábito lo habrían tomado como el reflejo de la caridad y pocos, salvo los serenos de espíritu,  entendieron lo que en él no se ocultaba por ser transparente. Volátil con los pies en el suelo dirigió su mirada a los azules para de los azules conseguir consejos. Y cuando el tiempo reposó sus pasos; cuando los latidos de su corazón se fueron convirtiendo en tenues compases; cuando sus dedos ya no fueron capaces de trazar líneas por las que seguir su ruta; cuando sus manos dejaron de temblar ante el contacto de la piel; se sintió desdichado. La sola compañía de la soledad acompaña a la inscripción que alguien tuvo a bien situar sobre la frialdad del monolito en aquel jardín que pocos visitan. Sin embargo, aquellos que han sido guiados por el azar hasta ella, aseguran haber encontrado aquello de lo que ni siquiera sospechaban que carecían. Pocos recuerdan su nombre, pocos reconocen su rostro, pocos saben que la felicidad, llevó su rostro.

 

Jesús(defrijan) 
"Enguídanos, mi sendero de versos"

Nota de presentación:


EN MÁS DE UNA OCASIÓN, AQUELLOS QUE VIVIMOS FUERA DE ENGUÍDANOS, VOLVEMOS LA VISTA ATRÁS Y, CON LOS OJOS CERRADOS, RECORREMOS EL SENDERO IMAGINARIO QUE NOS LLEVA HASTA ÉL.

 
IMAGINAMOS EL AMANECER, EL AZUL INTENSO DE SU CIELO, EL RUMOR DEL AGUA, LOS PERFILES DE SUS MONTES……Y EN TODOS ESTOS DETALLES SEMBRAMOS LA SEMILLA DE LA ESPERANZA DE UN PRONTO REGRESO. un regreso que he buscado desde la evocación de aquellos que nos precedieron y que perpetuarán aquellos que nos sigan.

 
este sendero de versos no pretende nada más que ser una ruta en donde el sentimiento ocupe el puesto que merece y, que compartido, tiene como destino final   enguídanos, cuna de nuestra sangre y nido de nuestros sueños.

 
si cada vez que la añoranza llegue somos capaces de limar la tristeza recorriendo el sendero del recuerdo, esta obra habrá merecido la pena.

 



  Epílogo
 
 
Así concluye el camino de la ensoñación por el sendero del recuerdo que, todos aquellos que llevamos a Enguídanos en lo más profundo de nuestro corazón, trazamos de vez en cuando.
Diseñarlo ha sido un placer, y más sabiendo que la sonrisa cómplice acudirá al rostro de alguno cuando haga suyos estos versos.
Mi profundo agradecimiento a todos aquellos que me animaron a llevarlo
a cabo; a José Vicente por abanderar el proyecto desde la amistad; a José Saíz Valero por permitirme usar parte de su archivo fotográfico como complemento a mi texto; a Fina Luján por demostrarme que los puntos de referencia son amplios y sólo es cuestión de abrir el abanico de la búsqueda; y por último a todos aquellos que, sin proponérselo, inspiraron esta obra. A todos, mis eternas gracias, y a mí (nuestro) Enguídanos el reconocimiento expreso como marco teatral de este sueño hecho realidad.


                                                                                                                                                                                 jesús

Carmen Atienza

He de reconocer que la sorpresa me vino cuando, sin siquiera sospecharlo, la prudencia que te viste se adelantó para presentarte. No hubiese imaginado ni por un momento que en ti buscaban refugio los versos que aquel aprendiz trazó y que tú generosa  acogiste. Sé que la vorágine del día a día nos hubo distanciado tanto o más que las distancias  físicas que las calles trazaron de no haber sido coincidentes en el gusto por los poemas. Por eso mi agradecimiento para contigo se tiñe del pleno sentido que en ti cobra justa relevancia. Me consta que en los ratos de ocio que las obligaciones  te prestan salen a la luz de la timidez para que los recites ante el silencioso público que te aplaude. Y tú, casi como quien pide perdón, ruborizándote ante el hecho de mostrar los sentimientos que desprendes y que sólo los afortunados conocen y disfrutan. Porque eso te hace grande, Carmen, el hecho de ser capaz de no renunciar a la belleza de las palabras que han sido trazadas para que las almas sensibles les den sentido y libertad. Y caso de que le auditorio insista en cohibirte, ahí tu fortaleza sale a relucir, tu firmeza se erige en defensora y tu valentía se pone frente al no atrevimiento. Un no atrevimiento que supondría una derrota por la que no estás dispuesta a pasar. Mientras, tus hábiles manos tejerán manualidades con las que vestir a tus tardes desde la placidez de la pausa. Juegas con ventaja porque tus yemas saben adaptarse por igual al paso de las perennes hojas como a los hilos por trenzar. Y todo desde la no arrogancia que te caracteriza. Poco importará la necedad que te llegue si viene de aquellos que no son capaces de saborear lo que tú destilas y degustas. Sólo aquellos seres similares a ti son capaces de emocionarse ante los detalles que los campos abiertos ofrecen a la sombra de los olivos. Los fríos arden ante ti cuando comprenden que su batalla está perdida si siguen  insistiendo en hurtarte la armonía con la que convives. Podrán pugnar hasta creerse vencedores, pero lo que nunca entenderán es cómo desde la falsa imagen de fragilidad que transmites, has sido capaz de acabar con sus argumentos. Desconocen que naciste del verso, el verso te acoge y de él consigues la pócima que logra hacer de ti, amiga Carmen, un ser excepcional.

 

Jesús(defrijan)

domingo, 2 de febrero de 2014


Alma vacía

Vivía entre las miserias que el vivir a medias lega a los cobardes. Todos los años que le habían precedido llegaron cargados de miles de proyectos entre los que ocupaba un lugar relevante la perpetua conquista. Agraciado, agradecía al espejo la imagen que lucía y en base a ella escudaba las últimas intenciones con presumible idéntico final. Pasó sus primaveras en el vano intento de retardar el paso a aquellos ludos que le proporcionaban alegrías tan ficticias como falsamente creíbles. Atracó en el puerto que a todas luces pensó definitivo quien se postulaba como marinero de abiertos mares que explorar con velas libres. Erró, y a pesar de ello, fingió su yerro. Según cómo la jornada se presentase aparecía la esperanza en su vida y en ella remaban la tristeza o la alegría con alternancia cruel del galeote desdichado que ocupaba su puesto. Llegó a amar de tal modo que creyó ser merecedor de tales ofrendas que el Olimpo le otorgaba sin querer reconocer que sólo era capaz de amarse a sí mismo. Irredento del infierno en el que poco a poco fue convirtiendo su existencia al paso que las canas marcaban por más intentos que pusiese de su parte para recluirlas. Era dichosamente infeliz y se creía, desgraciadamente, feliz. Adoleció de los arrestos para sincerarse y clamó arrestos de su conciencia a aquellas que fueron suyas. Tuvo a bien cumplir la norma que la sociedad espera de quien cubre etapas y de nuevo erró. Había nacido en la cuna del egoísmo y no fue capaz de renunciar a él. Tomó de todas lo que generosas le dieron aquellas ilusas que se negaban a creer su no compartir. Las rebajó y tendió a sus alrededores las luces de gas que las adormecieron entre lágrimas de incomprensiones. No quiso rectificar por saberse alumno avezado de la enciclopedia que él mismo diseñó para su goce hedonista. Cientos de veces perjuró en falso las redenciones de su malévola conciencia y cientos de veces redimió para sí la misma falsedad. Había trazado unos límites en los que siempre dejó un margen para la flaqueza que le tomó por sumiso. Y llegada la que consideraba una más, la venganza le vino en bandeja de plata. Esta vez, quizás por efecto de los años, sucumbió víctima aquel que siempre se supo verdugo. Supo de las llagas que fue esparciendo en su propia piel y no fue capaz de pedir clemencia al infinito. En ella se reunieron todas las afrentas que hubo provocado y en una sola se redimieron. Probó de la cicuta más amarga que suele tener reservado el destino a aquellos que juegan con fuego sin saber que acabarán prendido en las últimas chispas que de las cenizas resurjan. Vedlo y compadecedlo. Es aquel que camina cabizbajo, aquel que esconde su rostro, aquel que lleva, y lo sabe, vacía su alma.

 

Jesús(defrijan)

Herida

Fue de tal modo que tejió para sí la invisible túnica de la desconfianza. Creció entre las imaginaciones en las que la vileza no tenía cabida ni sentido y todo era sentido real desde la ilusión no llevada a cabo. Pasaron por ella las etapas como meros pentagramas en los que diseminar notas de melodías aún no compuestas para la que se soñaba destinataria de las mismas. Era la viva expresión que la calma tomó como modelo y sobre ella cabalgó en pos de realidades venideras. Se entregó como sólo sabe entregarse la generosidad nacida de la reciprocidad y se creyó dichosa. Poco a poco el otoño se abrió camino sin haber sido invitado y el sentido de vuelta embarró a sus remites. La acomodaticia convivencia alzó la valla de lo ya sabido como muestra de no necesidad de promesas renovadas. Se dejó llevar al incierto presagio del fin y dejó de poner impedimentos a que así fuese. Decepcionada de tantos y herida por todos vegetaba en el gris; y de pronto apareció. A modo de recompensa le llegó lo que consideró irreal por fuera de sitio y fuera de lugar. Abrió sus ventanales mínimamente para que la decepción no volviese a acomodarse por compañera y día a día el goteo incesante de muestras verídicas le trajo la confianza que creyó ausente. Empezó a reír como hacía tiempo que no reía; a disfrutar de las noches en la que los sueños se hacían reales; a contar las horas para descontar las horas; a volver a amar. Sí, a amar, por más que se hubiese jurado  exiliar al olvido al verbo que le pertenecía. Supo que las realidades realizaban en paralelo las realidades que la hacían feliz. Y en ello basó su devenir. Temía tanto al propio temor que de cuando en cuando la concha protectora le ofrecía reclusiones en las que cobijar falsas seguridades. Se dio por ganada en su lucha definitivamente. Y en la orilla diestra que su arroyo surcó alzó al viento los lienzos que ayer bañasen las lágrimas de quien volvía a exprimirlas desde la dicha que al amor enciende. Aquel atardecer, cuando todas las dudas fueron disipadas, cuando la entrega firmó el pacto regresó a su cuarto. Se miró en el espejo y el sonriente rostro fue borrando los nombres de aquellos a quienes tanto entregó  y  que tanto la hirieron. Sabía que el alma había sido raptada definitivamente por quien la casualidad trajo ante ésta, que dispuesta estaba a no dejarse vencer de nuevo por temor a ser herida.

 

Jesús(defrijan)