domingo, 30 de noviembre de 2014


      El pecado de sentir

Sí, creo que es realmente así como se considera, el sentimiento.  Desde cualquier punto cardinal que se sienta fiscal del mismo, le llegarán todo tipo de alegatos en contra con los que se argumentarán razones encaminadas a losar con el hormigón de la tristeza  a quien se atreva a erigirse como abanderado del mismo. Y todo se hará desde el convencimiento absurdo que la envidia, la timidez, la cobardía o cualquier otra rémora expenda a la corriente del río corriente que fluye entre tibiezas. Nos hemos empeñado en empañar el brillo de unos ojos, la luminosidad de una mirada, la belleza de una sonrisa, sometiéndonos a la norma. Y nada debe ser más anormal que el cumplimiento de esa norma que penaliza a las emociones, que castra a las ilusiones, que entierra a las esperanzas.  Vivimos rodeados de seres negros que en un esfuerzo supremo se disfrazan de grises para disimular su propia penuria y ellos mismos son los que deberían ser capaces de teñirse su propia piel con los colores del optimismo. Nada se reprocha al abuso explotador de quien recoge beneficios a costa ajena en esta sociedad carroñera con sus hijos. Poco se reclama a la justicia cuando se ve a todas luces su falta de equilibrio por más que las legislaciones quieran extender la cruz sobre la que dar crédito. Y en cambio, contra el sentir el ensañamiento aparece como convidado de piedra al que nunca se espera. Decid si no cómo se catalogaría a quien fuese capaz de regalar una abrazo, un beso, una palabra amable al primer desconocido con el que se cruzase. Como mínimo se le tildaría de imbécil, o loco o demente. Quizás obtuviese la recompensa de una sonrisa que pocas veces sería sincera. Sonaría a precaución tal hecho y quien la lanzase le pondría el sello de la lástima a tal misiva sin remite. He visto al pudor vestirse de adulto cuando el imberbe rechazaba un beso de su progenitor por el qué dirán. He visto mordazas a la espontaneidad por el recato que nadie dictó pero todos asumieron. He visto, y por desgracia seguimos viendo, cómo los párpados se visten de bolsas en las que lágrimas no derramadas han solidificado al llanto.  Por eso, y por alguna razón más que se me escapa, pienso seguir pecando si el sentimiento llama a mi puerta. Puede que la penitencia no sea merecedora del trono al que la hemos encumbrado como soberana madrastra del más infame de los cuentos que siempre acaban mal.


    Los roquetes

Llegó el relevo con don Emilio y con él llegaron las nuevas propuestas de monaguillos. Quiero pensar que las devociones de nuestras madres fueron las impulsoras de tales vocaciones y que de nosotros sólo nació el deseo de figurar en las obras teatrales que las festividades religiosas sacaban a la luz. De modo que nos prestamos a ser maniquíes sobre  los que tomar medidas para que los fieltros rojos y algodones blancos expandiesen santidades en tan angelicales criaturas. Estrenamos los impolutos roquetes y fueron a descansar a la percha personalizada de la sacristía al acabar la misa mayor de las doce que todos los domingos congregaba a las almas. Así pues, una semana después de repetir la escena, llegó el momento de darles un bautismo de jabón a semejantes atuendos. Cada cual se lo llevó a su casa, y a los pocos días volvieron a  lucir estampa colgados de nuevo sobre la pared este del santo lugar. Llegó el siguiente domingo y el milagro tomó cuerpo. Todos, sin excepción, habíamos crecido unos veinte centímetros. Los hasta entonces ignorados zapatos pasaban a cobrar protagonismo ante la longitud de las piernas aumentadas. Quizás las oraciones  tenían su recompensa y en el deseo de alcanzar la Gloria empezaban a elevarse nuestras almas dejando atrás a los hábitos rojizos. Nos miramos, y nadie supo descifrar el quinto misterio que a nuestros pies se mostraba. Ni siquiera los más bajitos habíamos menguado en tal crecimiento y dedujimos que la fe justificaría todo lo injustificable. Ni siquiera el hurto de las formas sin consagrar ni los brindis del vino aún no convertido en sangre resultaron ser acciones penalizadas desde allá arriba y puede que una sonrisa socarrona mirase para otro lado. Ahí empezamos a dar paso al raciocinio y dejamos a un lado la credulidad ciega que tantas preguntas dejaba sin responder. Bien es cierto que cada vez que pasábamos la hucha cilíndrica que un candado custodiaba hacíamos recuento mental de las aportaciones que  llegarían para la mejora del templo. Y mientras, unos sobre el altar, otros sobre las escaleras y otros sobre la nave, celebrando la inmediata llegada de la hora del aperitivo.  Pasarían unas horas hasta que Alfredo se convirtiese en capitán del equipo, Isidoro en el defensa aguerrido, Juan Ángel en el portero risueño, Toni en el lanzador de faltas, José Emilio en el rápido extremo, Artemio en el anárquico todo terreno, Ignacio en el elegante mediocampista…. La tarde de domingo se ofrecía y no era cuestión de dejarla pasar. Hacía horas que los hábitos reposaban en los lavaderos esperando su turno para ser de nuevo indultados de sus pecados. Ellos dejaron de encoger y nosotros de creer sin entender.   

sábado, 29 de noviembre de 2014


      Inma

Trazar el boceto de quien has visto crecer y ahora comparte tus horas laborales  suele ser un ejercicio arriesgado. Pero en la asunción del riesgo a equivocarme, a sonar a falso, a saber a desmedido prefiero desequilibrarme antes que permanecer callado. Así que esparciré los tubos cromáticos sobre la paleta inmaculada y que los pinceles del cariño dispongan a su antojo la concepción de tal lienzo. Pero por si acaso ya anticipo que no pienso ni quiero ser imparcial porque la imparcialidad no debe tener un hueco en la manifestación de los sentimientos. Y cuando el rubor camuflado acuda a su rostro con su sonrisa esparcirá aquiescencias como agradecimientos tímidos que la corrección impulsa. No, no lograrás, por más que te empeñes en derrocar a las columnas de sus convicciones sobre las que su templo se erige. Sabrás enseguida que el centauro arquero que la guía cabalga sobre la firmeza y el friso de su mirada hablará por ella. Verás como la compasión hacia el débil surge desde la fumarola que su interior tiene presta para el auxilio. Y por más que manifieste quejas, notarás que las lanza a modo de boomerang para que regresen a ella y darles solución. Ha nacido para asumir un papel que a veces ha sentido como armadura pesada y ella lo ha moldeado a su voluntad. Porque si de algo va sobrada es de tesón. Quienes han tenido la posibilidad de ponerla a prueba lo han comprobado. Ha sufrido por otros como si fueran ella misma sin derramar una lágrima de queja que derruyese sus almenas. Exige sin imponer tanto como ella está dispuesta a demostrar convirtiéndose en la contramaestre del bajel que ha de surcar los mares de la ignorancia hasta llegar al puerto de la verdad. Y siempre vigilando la línea del horizonte sobre la que trazar cartas de navegación hacia los sueños posibles. De haber nacido en otra época, seguro que habría optado por la Ilustración sobre la que aparecería como heroína de las fábulas que culminan las moralejas. Nació para las tizas y ellas se lo agradecen cada vez que se arrodilla a modo de penitente sobre el altar de madera en el que oficia de sacerdotisa. Sabed, en fin, que si alguna vez necesitáis de ella, por peregrina que sea la causa, saldrá en vuestro auxilio. Nació para querer y su cariño sale por sus poros, por más que su timidez se empeñe en ocultarlo. Concluyo, un último trazo, y ya. Sé, porque la conozco, que me pensará excesivo. Me da igual. El  lienzo nació y la concepción de su imagen así la he sentido.

 

jueves, 27 de noviembre de 2014


      La pasión

Aquella tarde en la que sus pasos detuvo sobre la acera esperando el color verde  supondría un vuelco radical en su  vida y sin ser consciente de lo que se avecinaba esperaba a los parpadeos del semáforo. Vio pasar a su lado a las prisas y le sonaron tan próximas que les negó el saludo. Giró la vista y tras las lunas aparecía el título como en segundo plano custodiado por los tomos que competían desde los mostradores. La Pasión, así rezaba el título. Movida por la curiosidad y quién sabe si por la memoria, entró y lo asió desde la caricia. En ese instante, y sin pararse a leer la contraportada creyó que debería dejar a sus  dedos que cabalgasen a su antojo tras semejante título y así privarse de la cordura que tan  castrante  se manifestaba sin ser llamada. Nada había más sugerente que la vorágine a la que se encomienda quien ha sido raptada por el deseo y no conoce otro mecanismo para sobrevivir que dejarse arrastrar por él. Daba  igual si el pecado sería el precio a pagar y la condena a los infiernos impondría su penitencia. Los raciocinios intentaban expandir vallas por los campos abiertos del compartir entre quienes son capaces  de saberse  dispuestos a la entrega sin dilación. Y ella era una de ellas. Era consciente de cómo el viento custodiaba sus cabellos para mecerlos en el huracán de sus deseos. Nadie conocía mejor que ella los efectos del desencanto que diseñaban una diana para los dardos del vacío compartido. Supuso que la autora de la obra que aún no había abierto quizás imaginó en carnes ajenas lo que se sufría o se gozaba, se admitía o se deseaba, se mendigaba o se obtenía. Quiso pensar que el guión le pertenecía y que salía a la luz del otoño el fruto de tanta abnegación. De nada sirvieron las razones a quien de las razones no se alimentaba. El brioso corcel en el que soñaba cruzar deseos había renunciado a las bridas que refrenasen su cabalgar. Abrió temerosa las tapas y allí se vio reflejada. Aquel rostro cuya autoría semejaba a sí misma, pareció hablarle desde la luminosidad de sus ojos. Creyó leer entre los labios entreabiertos la consigna que lanzaba un “adelante, vive” y no hizo falta nada más. Volvió a cerrarlo y se negó el envoltorio. Sabía que su propio destino estaba escrito tras aquellas letras. Traspasó el umbral y al llegar de nuevo a las rayas  un nuevo parpadeo se le ofrecía. Esta vez sabía que el paso a dar no tendría retorno.        


      Un santo varón

“Comprendiendo mis padres que yo era, desde niño un arcángel tutelar, quisieron que estudiase la carrera, y fuera sacerdote, no seglar….” Así comienza la canción cuyo título encabeza estas líneas. Al hilo de la actualidad junto a los innumerables casos  de corrupciones miles, están aflorando las libidinosas prácticas de unos clérigos lascivos. Unos servidores de la fe que entendieron que el mejor método para saltarse el celibato era el puesto por ellos en marcha. Unos tunantes de sotanas negras que han teñido el alzacuellos con los óleos de la sinvergonzonería del abuso basado en su propio credo. Quizás si el tan traído y llevado voto de castidad se regulase esto no habría pasado. Puede que si a los considerados carnales pecados se les eximiesen de tanta culpa, el hombre que se antepone al cura habría tenido la posibilidad de ejercer como segundo siendo el primero su cargo libre de carga. Y ahí es cuando la letra de la canción que da título a este texto vuelve a ponerse de moda. Además de recomendar su audición os anticiparé cómo un joven al que sueñan sacerdote se anticipa y decide ser seglar, tras no pocas luchas internas entre el deseo propio y el deseo ajeno por verlo en los altares oficiando sacramentos. La chanza, la carcajada, está asegurada. Pero lejos de las notas musicales que pudieran amenizar noches en garitos varios, la verdadera cuestión sigue sin resolverse. No se trata de magnificar con argumentos  fílmicos el morbo que llevaría al paso previo por la taquilla. Se trata sencillamente de considerar lo absurdo del planteamiento que olvida la condición de hombre que cualquier sacerdote lleva desde que nace. La extensa lista de primas y tías que ejercieron de amas de compañía y cuidado de los mismos, daría fe de lo que la fe escondía. Tan injusto resultaría incluir a todo el clero en este rebaño como negar la evidencia para preservar a la recua de pastores en conjunto. Lo que a todas luces resulta inadmisible es el aprovechamiento de la superioridad moral para saciar tus apetencias con indefensos bajo tu tutela. Quiero pensar que algún día llegará en el que la norma normalice lo anormal. Posiblemente en algún Concilio venidero se regule las querencias de los servidores divinos y no por ello dejarán de ejercer su misión. Muchos hemos visto como llegaron reformas anteriores y el mundo no se vino abajo. El practicar o no, ya cada uno lo decidiremos. Pero poner paños calientes a la injusticia además de restar credibilidad a los postulados genera rechazo firme. Por cierto, el estribillo de la canción mencionada dice  “huir de mundanos, livianos placeres, ¡yo quiero ser padre, pero sin mujeres!”  Pues eso.

martes, 25 de noviembre de 2014


     Empañado

Último día de la semana que se aventuró agitada y que hoy concluiría. Ya había perdido la cuenta de los kilómetros que en su afán de exponer lo vendible llevaba acumulados y faltaban horas para el regreso tan poco deseado. Era la rutina quien se había instalado en los hombros de quien tiempo atrás se juramentase para no permitirle tal solapamiento. No, no había una causa culpable, sino más bien una falta de motivos a los que atribuir la sonrisa que ayer le acompañase y hoy le huía. Ralentizaba sus pasos para no aproximar el regreso a la nada en la que subsistía y ni siquiera se tenía lástima. Puede que el sonido de la alarma le despertase a la realidad a la par que la ducha ejercía de lluvia ante esa piel ajada por el desencanto. Se dejó acariciar por el agua y por un momento el hueco de las obligaciones lo ocuparon las ensoñaciones en quien se sabía dueño de su propia quimera. No renunció a nada pero por nada luchó. Y en ese trapecio se balanceaba sobre la pista del circo en la que él ejercía de payaso triste. Pasaron unos minutos y cuando el agua decidió terminar con sus caricias, se cubrió con el albornoz y se dispuso a seguir con el rito habitual. Y entonces la vio. Vio amaneciendo desde la bruma que empañó al espejo la declaración escueta que no quiso ser borrada por el paño de la precursora mano. Se notaba femenina la firma no  escrita pero sí descubierta tras aquellos restos de carmín semiborrados. Allí, escupiéndole a su rostro, el amor regresaba desde otros seres que fueron capaces  de expandirlo por las paredes provisionales de aquella habitación. Se sintió culpable por no ser capaz de continuar dándole relevancia a la que fuese testigo de la dicha de quienes se quisieron. Sintió envidia y meció a la tristeza entre los escalofríos de la tibieza obligada. Soñó ser el destinatario en el mismo momento en el que el nudo de la corbata se camuflaba debajo de su cuello apretándole menos que de costumbre. En un acto de misericordia añadió la inicial de su nombre sin atreverse a tocar el cristal. Una vez más, el engaño hacia sí mismo abrió un nuevo día. Una vez más, la comedia se alzaba y el guion de la obra carecía de sentido.         

 

lunes, 24 de noviembre de 2014


      El meu xic

Supongo que por no tenerlo acabé por adoptarlo como hermano menor. Es el típico representante de la paciencia quien detrás de su mirada esmeralda la transmite   a quienes tenemos la fortuna de compartirle horas. Horas en las que las risas aplauden nuestro trayecto diario en el que el sueño intenta hacerse un hueco y casi nunca lo consigue. De él puedes esperar cualquier cosa menos que se convierta en el Vellido Dolfos que aseste puñaladas para conseguir beneficios. Es lo que se conoce como buena gente y que para otras que no lo son pasaría como representante supremo de la inocencia. Este murciélago cuatribarrado sobre el paño gualda corona las pasiones del fin de semana con la utopía de la esperanza que sabe improbable mientras en anfiteatro sueña con ser Olimpo de dioses terrenales. Pulcro hasta la extenuación, redimirá meteduras de patas de quienes por más tiempo que practiquemos seguiremos errando para buscar en él la solución. Ni siquiera hará honor a su nombre sacudiéndose las sandalias al abandonar el territorio que tanto le debe. Generoso, pasará página y se encomendará al destino para que el destino juzgue y adjudique sentencias. Este descendiente directo de Giacomo Casanova  es capaz de cabalgar a lomos del aluminio como si el caballero andante que le viste necesitase de una nueva aventura por la que encaminar sus pasos. No, no será una ecuación irresoluble la que nazca de su interior, porque sabe que los planteamientos absurdos jamás obtendrán la respuesta válida. Todo teorema que los clásicos expandieron le llegará para que demuestre la racionalidad del crédito. Y a la par, el aguijón del escorpión que tímidamente esconde sobre el apéndice de su cola, amenazará sin dar por más deseos que le acudan. Sabe que la cicuta que de allí saliese causaría más daño que el merecido y no se lo perdonaría. Es, como ya habéis visto, un gran ser del que me siento orgulloso, del que soy compadre y del que siempre, os lo aseguro, os podréis fiar. Sé que sonreirá al leer estas letras y simulará vergüenza ante tal desnudez. Pero sabed que el marco que merece debe de estar a la altura de la visión que la amistad  ha dictado. Él ya se encargará de tomar medidas sobre la pared en la que habrá de taladrar el orificio para que la escarpia  equilibre sus excesos.

domingo, 23 de noviembre de 2014

  Amor de madre

Era el tatuaje que lucía en el antebrazo izquierdo Rafael. Sus ojos achinados ejercían de luminarias escuetas en las noches en las que el verde nos cubría de patriotismos obligados. Menguaba estatura y en los lacios de su cabeza se adivinaban años de penurias que suelen amortiguarse bajo los muelles del perdedor. Sus vivencias en los extrarradios habían estado marcadas por los constantes paseos sobre el filo del cuchillo que en alguna ocasión le precipitó al lado oscuro del perdedor. La noche era todo lo plácida que suele ser excepcional en el febrero transitorio hacia la primavera. Y allí, bajo las negras cartucheras intimidatorias a no se sabe quién, unos oídos se prestaron a ser dianas de unas voz tantas veces callada. Poco nos importó si la vigilia debía tener como fin el sueño seguro de los galones  de los pabellones. Allí, en mitad de la nada, el todo existía. Hablamos de lo divino y de lo humano, hasta que las necesidades de rebelarse revelaron su interior. Dijo ser padre de una criatura a la que le soñaba un futuro mejor  que el suyo desde la certeza que el imposible asigna al nacido en según qué cunas. Los castillos en el aire se sucedieron a modo de vía láctea de constelaciones ilusas. Habló, escuché, fumamos. Ni siquiera los relevos nos remitieron al sueño ni a mí ni a quien tantas veces se supo ignorado y no merecía la injusticia de la repetición de la sordera. Pasaron las horas y cuando el amanecer quiso hacerse un hueco, el trasiego de risas y llantos contenidos vinieron a poner punto y final a la noche. Antes de despojarnos de las pólvoras la pregunta le llegó desde mi involuntaria  impertinencia. No supo responder por no saberlo. En la inclusa no quisieron o no supieron facilitarle el nombre y durante veinte años tuvo que imaginársela buscando sobre su piel un rostro inexistente. Enrojecí avergonzado y las tenues sombras del amanecer simularon el indecoro. Hoy me he cruzado con un grupo de jóvenes cuyas pieles han servido como cuadernos caligráficos sobre los que expandir modas. El pasado ha vuelto a traerme a la memoria a aquel hijo del agobio e infortunio. He vuelto a escuchar en su honor aquella canción trianera que decía saber de un lugar y que tanto tarareaba en sus ratos desocupados. Quién sabe si en ese lugar una madre descubre la dedicatoria de un antebrazo izquierdo que le va dirigida.     


 A vivir que son dos días

Su propio eslogan invita al optimismo que tanta falta nos hace en estos tiempos de crisis que nos toca sufrir. Javier del Pino y unos magníficos colaboradores mantienen una velocidad de crucero equidistante entre el aprendizaje, el ocio, las novedades, la buena música y la risa. Sí, la risa inteligente que no necesita de voces en of  para resultar creíble. Y para muestra un botón.  Esta mañana, acompañando al cielo gris y al recuerdo gris, le tocó el turno de intervención a Ramón Lobo. Un señor que en la brevedad de sus textos enseña más que muchos en la extensión de sus tomos. Hoy, Ramón Lobo, se decantó por el titulado “La Iglesia y el sexo”. Y  se ha encaminado a rememorar la historia que desde mi torpeza intentaré refrescar. Resulta, según Ramón,  que un sacerdote hace años cayó enfermo y fue hospitalizado. Debido a las coincidencias del destino, en sus días de convalecencia, un recién nacido en el mismo hospital, vaya usted a saber por qué, pasó a ser huérfano. De modo que las monjitas caritativas, cogieron al neonato y lo depositaron al lado del cura mientras dormía. Quizá la anestesia mal eliminada o la creencia ciega en los milagros provocasen que al despertar, éste, asombrado, creyera  que el cielo se lo enviaba, y lo adoptó. Pasaron los años, y un día en el que sintió la necesidad de confesarle la verdad sobre su origen, se sentó frente a él y a punto estaba de confesarse cuando el adoptado hijo le interrumpió diciéndole, que ya suponía desde hace tiempo que él no era su padre. El sacerdote en cuestión, con lágrimas en los ojos, así lo reconoció a la vez que se quitaba un peso de encima diciéndole que efectivamente, él, era su madre, y el verdadero padre gobernaba sobre una diócesis desde hacía años.

Sin más comentarios que escuchar, he tenido que pausar el desayuno a riesgo de atragantarme ante semejante muestra de ironía dominical. Acabo de comprobar cómo el cielo ha recobrado su luminosidad y me dispongo a dar las gracias a las ondas que son capaces de despertarnos con uno de esos días que la vida nos regala. Del otro ya se encargan los cuervos y desde luego resulta menos atractivo.  

 

jueves, 20 de noviembre de 2014


  Hipster

En base a la modernidad, el término ha salido a la luz y las barbas pueblan rostros por doquier. Es evidente que la vida misma  centrifuga modas para ponerlas en vigor cada cierto tiempo y en esa revuelta de armario les ha tocado el turno. Atrás han quedado las caras rasuradas  y se baten en retirada las imágenes aniñadas de ayer mismo. Bueno, una moda más, que ya se tuvo allá por los años setenta. Faltan las chaquetas de pana, las bufandas kilométricas, los pantalones acampanados y las proclamas izquierdistas que tantos debates enarbolaron. Ah, y los cines de arte y ensayo a los que como todo moderno de la época había que asistir para contemplar cualquier rollo absurdo de planteamientos, eterno de duración, escaso de atractivo, pero eso sí, cargado de críticas a las que había que rendir pleitesía. Vamos, otro aborregamiento más que añadir a la lista de concesiones en aras a no ser considerado ajeno a la contracultura. Daba igual si tus apetencias iban dirigidas a la comedia italiana con estereotipos claros dirigidos por hábiles genios. En algún caso, de la cuna del cine se aceptaba alguna que no podía ser catalogada de penosa, cuando posiblemente era una obra de arte. La barba y el hábito requerían fidelidad a los postulados contraculturales de la gilipollez. Recuerdo un cine fórum en una hamburguesería al que asistimos en la Isla Perdida de Camino Vera. Si la hamburguesa era un horror, la pantalla era escasa de dimensiones  y el film incalificable. Allá que las luces se encendieron, unas silenciosas miradas recorrieron el garito buscando al valiente que abriese el turno. Evidentemente, los barbudos que allí estábamos buscamos argumentos sobre los que aplaudir semejante bodrio. Allá que llevábamos cinco intervenciones no demasiado convincentes, de la esquina de la barra, una voz se hizo un hueco. Al grito de petición de una cerveza le añadió el epitafio que nos dejó mudos. Calificó de coñazo absoluto a  aquel film sacado de alguna filmoteca reverenciada. Y mesándose las barbas que peinaban canas, bebió despacio, y salió del lugar.  Resultó ser un habitual del barrio que como buen lobo de mar estaba acostumbrado a sortear olas menos peligrosas que la estupidez. Nadie fue capaz de replicarle, porque todas las demás eran postizas y la suya sabía a verdad. De ahí que ahora que la pereza ha vuelto a mi rostro, cada vez que me miro al espejo, pido a la cordura un mínimo de sensatez para no recaer en aquellos postulados que las trencas abrigaron. Lo de ser o no catalogado de hipster, sencillamente, me da igual.


       20 de Noviembre

 

Desde luego hay fechas en las que el calendario se empeña en vestirse de luto. Y esta de hoy parece ser una de ellas. Hace ya bastantes años, aquellos alevines que fuimos, trenzábamos coronas a la memoria de un falangista fusilado en una cárcel alicantina por “las hordas infames que blandían hoces y martillos” para acabar con nuestra estirpe. He de reconocer que, compungidos, llegamos a llorar dicha muerte a los sones del himno que nos dirigía las miradas al Sol. Criaturas inocentes que soñábamos ser de mayores  réplicas de los mayores que así nos lo inculcaban desde el movimiento inmóvil del yugo con flechas. Pasaron los años, y el inmortal decidió morirse. Y mire usted por donde, elige la misma fecha. Casualidad de casualidades que el lloriqueo televisivo lazó  un nudo en la garganta a quien anticipó nudos gordianos imposibles de deshacer. Ni Alejandro Magno tardó menos en deshacer el suyo, por más intentos que lucharon por que siguiese atado y bien atado. De modo que tal fecha, el 20-N siempre se ha sentido teñida de las solemnidades que todo luto conlleva, para mayor desgracia suya. Hasta hoy. Hoy, la vitalidad que se ayuda de un buen bolsillo ha decidido colorearlo. Supongo que a casualidad habrá hecho coincidir el óbito con aquellos anteriores para esparcirles una mano de pintura de colores mientras los faralaes se abren al palmeo. Olé por quien ha sabido vivir como a muchos nos gustaría. Todo pareció resbalarle a quien siempre tuvo un espíritu hippie nacido de del respaldo económico que la herencia le otorgase. Reconozco que me rindo a los efluvios del brandy que lleva por nombre su excelso título. Sea Grande de España de nuevo quien es capaz de destilar semejante maravilla. Ahora bien, aquí mi duda aparece en el tablao de la fanfarria para preguntarme a mí mismo si semejante icono de modernidad será capaz de conseguir, que aquellos adustos que la precedieron en tal fecha se animen a bailar las sevillanas que  les propondrá. Me imagino que necesitará unas buenas dosis de rebujitos esparcidos por las mesas coloridas mientras los rasgueos compiten con las palmas de las almas, hasta hoy, en pena. Veo expandirse los farolillos para dar luz a quienes siempre se empeñaron en vivir entre tinieblas. Veo a los claveles reventones invadiendo chaquetas cuarteleras a modo de insignias. Veo las calesas repletas de admiradores que le rendirán la penúltima pleitesía mientras en la maestranza del más allá suenan clarines y trompetas. Dejo de ver, porque tanto arrikitrán me está cegando la sesera. Sólo me cabe un consuelo. Es de de saber cómo a partir de hoy, a los niños del Benelux ya no podrán atemorizarlos  más con la llegada del duque. Sabrán que su sucesora pasó de meter miedo porque  ni siquiera  a la muerte, se lo tuvo.

 


 

       El beso

 

Más allá de los postulados de la copla que limitan su entrega al auténtico amor; más allá de los cortes censores de aquellas películas que acabaron en las trastiendas de los cinemas  paradisos; más allá de las fotografías robadas a los bulevares parisinos; más allá de todo esto, ahora resulta que se ha convertido en un transmisor de bacterias según sesudos estudios de sesudos estudiosos que en sesudos laboratorios han teorizado al respecto. Y digo yo que podrían haber dedicado su tiempo a explicar los beneficios que aporta cuando es compartido. Da lo mismo si lo dirige el amor, la pasión, el celo. Da igual si lo sabemos efímero o perpetuo. Lo significativo en sí del beso estará en el instante que se convierte en eterno cuando  depositamos en lo común lo que hasta entonces dormitaba solitario. Puede que en ese mismo instante los microorganismos empiecen a entender la verdadera labor que la ciencia les otorga. Quizás descubran que ningún antibiótico mejor habrá que aquel nacido de la necesidad de compartir verbos paridos por el deseo al tálamo de los labios cuando el dosel de la boca  se decora de verdades. El eco de los “te quieros”  abrirán la partitura con la que los sonidos cubrirán cúpulas de firmamentos. Serán preludios o  epitafios según dispongan  los caprichosos disparos de las saetas de Cupido. Nacen para perecer enfrente y el castillo de artificios que conjugan en las noches no puede negar su certidumbre. Quitan alientos para que la sed desaparezca cuando atravesamos el desierto de la soledad. Y en ellos el oasis reverdece proyectando las sombras que de las palmeras de abrazos emergen. Piel a piel, ninguna arena movediza será capaz de sepultarlo en los sarcófagos funerarios que engullen los desamores. Si estos hubieran de venir, llegarán con la advertencia de que quienes besaron son capaces de amar como sólo la verdad dispone. Ni siquiera la venganza de la estatua becqueriana podrá cobrarse el precio de envenenar al néctar que la corola dispone. Y así ha sido, así será y así debe de ser. Ya pueden empeñarse las probetas del laboratorio en proclamar las penitencias a cumplir por los besantes, que nada será capaz de evitar que florezcan, ni evitar que se pidan, ni evitar ser robados, como sólo son robados los preciados tesoros que guardan dentro de sí quienes los enterraron a medias para que fuesen descubiertos cuando ya se daban por y perdidos. Por tanto dejo las teorías en los atriles del dogma y, con o sin vuestro permiso, paso a besaros y que las bacterias del cariño corran a su antojo como sólo lo hacen los antojos deseados.

 

martes, 18 de noviembre de 2014


       Corazón solitario

 

Doy fe de que estas peregrinas letras teñirán de púrpura tu rostro cuando descubras que te son dedicadas. Siempre has esquivado el reflejo enmarcado para que el halo de tristeza no te delatase como el vulnerable que eres y mejor conoces. Esa túnica que ha ido ocultando tus cicatrices se ha convertido en la peor de las celdas en las que el desencanto suele habitar cuando las soledades ofrecen su compañía. Y a ellas te has encomendado buscando esa tabla de salvación que apenas flota cuando las fuerzas flaquean ante las contracorrientes a las que te ves sometido. Han cuidado de ti desde la atalaya en la que suelen exhibirse las razones sin entender que tus auténticas razones las repudian. Tú, siempre tú, te has dejado guiar por los timoneles de la pasión a la que tan a menudo has tenido que renunciar bajo los auspicios de la incomprensión. Llevas tatuada la marca del galeote condenado a remar contemplando las espaldas de otros desgraciados que se suman contigo en el rítmico movimiento que la penitencia impone. Sueñas con la irrupción del espolón de proa en el costado de babor de cualquier otro navío que intente cruzarse en tus rutas, y mientras tanto compites con los eólicos deseos que surcan los mares caprichosos. Sabes y callas. Y callando retomas los argumentos para el juicio impune al que te someterás sabiéndote culpable de antemano. Las togas se calzaron puñetas negras con las que redactan absurdas conclusiones que te ignoran por principio y enlutan el epílogo de tu existencia. Nada has pedido más allá del común latir tantas veces negado. Y en los plenilunios a los que el insomnio te guió los reflejos nacidos del manantial de sueños, se ciegan con los tarquines que el tiempo convertirá en falsos barros de alfarero. Se esculpirá tu imagen a la que ni la más insignificante elegía nacida de la caridad  pondrá epitafio. No será necesario que lo haga por ti. Tú ya diste licencia para que así fuera y en la lápida marmórea que empieza a pulirse buscándote el molde de tus letras se cincela con el escoplo más infame que el granito soñase soportar. Nada ha significado para quien tanto ansiaba significar. Supiste desde siempre que tu lugar estaba entre los nimbos que los vientos jalean. Has comprobado que  el anclaje de la maroma atada al muelle lleva tu nombre y finges no saberlo leer, no quererlo entender, no poderlo mecer.

 

lunes, 17 de noviembre de 2014


       La mala gente

 

Nada más titularlo me arrepentí. No, no sería a ellas, a las malas gentes a las que dedicaría mis letras. Entre otros motivos porque quizás supusieran que me las he copiado, que las he hurtado de algún otro lugar o que simplemente son insignificantes. Puede que esta última suposición sea cierta, pero qué le voy a hacer, al menos a mí me satisface  el hecho de plasmarlas. Vaya, no quería darles protagonismo y mira por donde ya empiezo a justificarme ante quienes no lo merecen. Así que mejor dirigiré la mirada a aquellas que llevan consigo el cartel de buena gente. Esas personas que por principio son capaces de extraerte una sonrisa sólo con mirarte a los ojos. Esas que escuchan sin imponer sus criterios para que tus desahogos tengan significado más allá de tu interior. Esas  a las que no les importa perder el tiempo contigo porque en realidad lo ganan.  Esas personas como tú, y como tú y como tú también, que son permeables a los sentimientos hasta el punto de dolerles tus daños y regocijarles tus alegrías. Quienes gozan de tu cercanía porque saben que nada impune de ti les llegará y serán capaces de perdonarse el no haberte sabido comprender si sucediese lo contrario. Puede que más de uno piense en lo absurdo de estas expectativas y catalogue de ilusorias a tales esperanzas. Puede. Sólo necesitará el momento de reflexión mínimo sobre el que valorar la postura maniquea de la bondad. Más de una vez los cuervos catalogarán esa actuación a su modo y manera y reirán ante la inocencia de quien opte por la opuesta. Seguro que buscarán en la mofa de los corifeos los argumentos a su pensar. Dejémosles que así continúen hasta que la vida les demuestre o les devuelva el cambio que se han ganado a pulso. Torvos planteamientos que teñirán de codicias a las alas negras que les impedirán volar. Bastante tienen desconociendo que en la torre londinense de su existencia, alguien se encargó de amputarlas. Vivirán bajo la niebla y su mirada irá baja para salvar las trampas que a su caminar sospechen que se han tendido. Ni siquiera el pensarse pertenecientes al grupo mayoritario les aportará razones. De cualquier modo, si en algún momento, cualquiera de nosotros fuésemos colocados por las opciones de la vida en el platillo erróneo, siempre podremos rectificar. La vida es demasiado breve como para dejar a nuestro paso un rastro de inmundicia que ni la más furiosa lluvia sería capaz de diluir con la tormenta del arrepentimiento. Voy a mirarme al espejo por si acaso.

 

domingo, 16 de noviembre de 2014


      La sabina que apoya a Tomás

 

En una de esas mañana en las que el sol nos muda de sitio en los placenteros veranos, volvimos a coincidir.  El banco adosado frente al estanco de Isabel y custodiado por el colmado de Nhora, la conversación giraba en torno a las penurias pasadas por quien  siempre expuso una fortaleza fuera de lo común. El librillo de bambú y la picadura comenzaron a hacerse un hueco mientras en la horizontal descansaba el bote de cerveza que pedía turno dadas las horas que eran. Con la elegancia nacida de la buena hombría prendió y bebió a caladas largas y tragos cortos. Y entonces reparé en él. Uno de ellos, de sus dos bastones, lucía la estampa gallarda del manufacturado en otros lares a los que se le sumaron lacas para darles tronío y severidad. A la par, el otro, más humilde, parecía esconderse pudoroso sobre la reja que la ventana de popa nos mostraba. Era curioso comprobar cómo las desigualdades de ambos se solidarizaban en la espera de la decisión de salir a acompañarlo. Allí, los minutos se hicieron segundos y la verdad no hacía falta ser demostrada porque saltaba a la vista. Creo que en un acto reflejo de coquetería se restó años cuando decidimos escanciar de nuevo. Su porte de indiano regresado de las Américas ofrecía la mayor de las riquezas que se pueden acumular. La honradez, el buen hacer, la bondad, seguían y siguen siendo sus señas de identidad. Y entonces pensé que cualquiera de los que lo conocemos formaríamos cola ante sus diminutos ojos a la espera de su herencia si así llegase el caso. Sí, reconozco egoísmo al anticiparme sin permiso. Pero entre la petaca de tabaco, la boina, o su bastón, desde luego no tuve dudas. Opté por solicitar a su magnanimidad este último como herencia inmerecida. Y por más que viese alegrarse al de noble madera al instante su rictus cambió al comprobar que mi deseo de posesión le pertenecía al de sabina. No sólo había colaborado a la verticalidad del paso de Tomás, sino que además, había sido diseñado a tal efecto por las manos de quien ahora de él se servía. No sé si llegó a entender mi renuncia a su oferta por heredar el impoluto. Sé que quizás siga pensando que me equivoqué en la elección. Pero lo que no me cabe duda es que disfrutar en el futuro de la ayuda y compañía de quien ha sido capaz de compartir con Tomás la palma de su mano, es una herencia tan deseada como necesaria. Su curvatura ya me irá dictando todo cuanto hemos dejado de saber de quien a todas luces es y será eterno entre nosotros.  

 

 

sábado, 15 de noviembre de 2014


       Olga María

 

Estimada señorita:

No he podido por menos que interesarme por su persona  al dar por válidos los comentarios que alababan su  belleza caribeña. Efectivamente, así es. No en balde su país tiene a gala ser uno de los más reconocidos en cualquier certamen al uso en el que tal virtud salga a escena. Mi enhorabuena, Olga María. Dicho lo cual no dejo de preguntarme, intentando no traspasar la línea de la morbosidad, por el tipo de encantamientos que nacidos de su persona han conseguido que un servidor público se convirtiese en sobrecargo de las líneas aéreas que unen a la Península con las Afortunadas. Y lo de sobrecargo no va con segundas. No, por dios, no crea que estoy enumerando sus méritos ni estoy contabilizando los costes. Cualquier inversión en el amor, por principio, tiene mi beneplácito y no pienso penalizar el caso en cuestión. ¿O acaso nos olvidamos que allí  vieron la luz los más insignes conquistadores que cruzaron meridianos? ¿El derecho que tuvieron aquellos a actuar como tales hemos de negarlo a los presentes? No, claro que no. Es más, aquellos impusieron religiones y actuaron por las bravas al aniquilar culturas. ¡Quién sabe si en estas nuevas conquistas no se esconde el arrepentimiento y la penitencia a pagar es más dolorosa que los envidiosos creen! Nada más romántico que ver volar gaviotas sobre los azules cielos que los Sabandeños  entonan con las Isas correspondientes. Seguro que si Mencey resucitara erigiría  en su honor, querida (es un decir) Olga, una escultura par en la que sus rostros estuviesen tan unidos que darían testimonio de la hermosura del amor. Las nieves del Teide se licuarían ante tanta pasión y el Gran Drago extendería sus sombras hasta Garachico. Pero mientras esa posibilidad no aparezca, querida (es un decir, por segunda vez) Olga María, haga usted el favor de emprender el viaje. Debe seguir vigente el derecho a reducción de precio por parte de las compañías aéreas y sería un detalle evitar gastos que pagamos todos. Más que nada para dar ejemplo y además para que el amante en cuestión se sienta valorado. Mientras se lo va pensando le sugiero la posibilidad  de salir a la palestra para convertirse en la Lady Godiva a la que la historia le atribuye   la compasión  ante los sufrimientos y apuros de los comunes que comprobaban cómo sus contribuciones se malgastaban impunemente a manos de virreyes mal coronados.  

                                                Afectuosamente, un admirador

 

jueves, 13 de noviembre de 2014

      La senda de dos  perdedores


Reconoció en la singularidad de aquel  título que le vino a la memoria el rótulo que bien podría lucir su propio friso. No, no era exactamente gemela la vida del protagonista con la suya. A él los éxitos se le multiplicaban a modo de panes y peces que rebosaban su despensa de oropeles envidiados. Viva imagen del triunfo que se expone a ojos ajenos como muestra de logros  conseguidos  en esa etapa en la que el camino de vuelta es más breve que el ya pisado. El trazado halagüeño creyó ser diseñado para conseguir aquello que era suyo y los incentivos materiales no suponían ningún reto insalvable. De modo que sus jornadas se escribían  con el epílogo de la satisfacción tras los humos que cubrían sus pensamientos tras la mesa atiborrada con los informes transcritos de las resoluciones propuestas. Miró con desgana el portarretratos que ocupaba la esquina derecha de la caoba y con ironía se sonrió. Accedió al teléfono y marcó el número memorizado para inventarse una nueva excusa con la que justificar su tardanza. Se engañaba al pensar  en la veracidad de su propia mentira y se cercioraba de la reciprocidad al escuchar desde el otro lado el falso dolor de quien fingía extrañarlo. Una comedia absurda que solía representarse más a menudo de lo que una vez supusieron  nunca pasaría. Sabía que las escenas cambiaban de protagonistas cuando las explicaciones le llegaban de la otra parte vestidas con los mismos atuendos que la falsedad pespunta. El acuerdo tácito en el que la discreción burguesa se escondía  llevaba la rúbrica de la desgana rayana al desprecio. Vivían en la falsedad de los regalos envueltos en fechas que nada significaban y en las fugacidades de los besos ni queridos ni soñados. Las dagas de los reproches hacía tiempo que se habían oxidado con las sangres de las heridas no cicatrizadas. Ambos caminaban en paralelo procurándose zancadillas a las que teñían de involuntariedad. Así respiraba aquel atardecer mientras las nicotinas invadían sus desencantos. En el pasillo de enfrente, la turbina anunciaba el fin de sus pensamientos. Apagó a las brasas sobre el cenicero, se ajustó la corbata, se cruzó la gabardina y marcó de nuevo. Una voz le recibió y a esa voz encaminó sus pasos al cruzar la avenida cuando el verde relegó al rojo. En el extrarradio, los cabellos de quien fingiese sorpresa se atusaban mientras otra cita concertaba para la mañana siguiente. Esta noche, una senda de perdedores triunfantes, comenzaba a regarse de nuevo bajo la lluvia del cinismo, en ambos sentidos, sobre los carriles paralelos de engaño palpable.

miércoles, 12 de noviembre de 2014


      Las katiuskas

 

Llegan las lluvias y con ellas regresan los recuerdos calzados de gomas forradas con simulacros de lana. Esas abnegadas calzas que esperaban sus  turnos  impacientes a través de los eternos veranos obtenían al final su recompensa, su protagonismo, su supremacía. Nada más amenazar los cielos grises, pasaban a ser reclamadas del  armario donde habían dormido y desperezaban a los granados y sonreían a los viñedos. Era su turno y con ellas llegaba la alegría del pisoteo incontrolado de cualquier charco que nos saliese al paso. Pasaban a formar parte adherida a nuestro caminar y a lo largo de la jornada se convertían en deportivas con las que golpear balones o  botas vaqueras con cuyas espuelas imaginarias intentaríamos  espolear a los caballos desde  los que perseguíamos a forajidos. Tan alta estima nos proporcionaban que al regresar a casa solíamos pasarles el paño de lágrimas para evitarles aquellas que el chapoteo había formado en sus redondeados perfiles. Negras, para darle más solemnidad. Se adherían a la piel usurpando a los calcetines el puesto intermedio que quería para sí. Botas que reclamaban  su origen moscovita a modo de cosacos inocentes que atravesábamos las estepas cuando las vestíamos. Más de un aguerrido camal se convirtió en bombacho de húsar desde el que conquistar ilusiones. Más de una proporcionó llagas a modo de condecoraciones. Más de una curvó dedos ante el propio crecimiento y la perenne resistencia del caucho. Así fueron pasando los años cuando los años se degustaban. El camino se fue trazando sin ser conscientes de que el regreso no existía. Y ellas pasaron al olvido. Quién sabe si la mutabilidad atmosférica lo ha querido o la comodidad ficticia que supone el no empaparse ha contribuido a ello. Lo cierto y verdad es que ahora, cuando compruebo el arco iris que dibujan las pisadas de los siguientes sobre los charcos que sus adultos siguen queriendo evitarles, no puedo dejar de sonreír. El negro ha dado licencia al multicolor para que gobierne a su antojo. Y a nosotros mal que nos pese, sólo nos queda el fingir que no lo hemos visto, atrevernos a pisarlo y calzarnos por una vez, aunque sólo sea una última vez, las katiuskas que cuidaron de nosotros cada vez que cruzábamos los charcos de la ilusión y que pocas veces recordamos. Os dejo. Está empezando a llover y los charcos se han extendido por la calle invitando a ser pisados  de nuevo.

 

 

martes, 11 de noviembre de 2014


      Los dos clics azules

 

De buenas a primeras  han empezado a teñirse de azul los clics de la aplicación mundialmente conocida y mundialmente utilizada. Al contemplarlos pensé que la opción real partía de haber adoptado los postulados monárquicos con los que teñir a sus guiños. Después creí que un halo de esperanza intentaba colorear de azul celeste a los mensajes grises que tan insípidos resultan a veces. Ahora  resulta que la verdadera razón estriba en el control por parte del remitente del recibo y lectura por parte del receptor. ¡Qué pereza! ¿De verdad  es tan importante hurgar en las vidas de aquellos que lo utilizan para el ocio o para el destierro de soledades? ¿No es menos cierto que entre tanto trasiego se esconden y redimen sentimientos que merecen respeto? Sea cual sea la opción del usuario, el controlador debería tener un mínimo de respeto por más que aduzca la gratuidad de su servicio.  Mira por donde acaban de regresar los dos rombos que cubrían esquinas de los añejos televisores en blanco y negro. Estos celadores de la moral urgían a nuestros padres a que nos evitaran la visión de tal programa por ser perjudiciales para nuestra moral, o mejor dicho, la suya. Un rombo para los menores de catorce años y dos rombos para los menores de dieciocho. Así nos privamos del abanico de opciones que podían abrirnos los ojos. Pues han regresado en forma de sonrisas al mundo de la comunicación para convertirse en espías absurdos. He de creer que más de uno pensaremos cuan poca validez tienen las opiniones de aquellos que pretenden convertirse en censores. Sin entrar en detalles de las múltiples opciones que podrían tomarse para cambiar de estafeta, lo mejor será seguir siendo toso lo naturales que queramos y a lo mejor así les acabamos demostrando lo vacía que es la existencia de quien se regocija en las escuchas ajenas. Pasaron los tiempos en los que el miedo tomaba tronos y es hora de dejárselo claro. De todos modos, puestos a censurar, a vigilar, a coartar, ¿qué tal si empezasen por eliminar aquellas publicaciones que incitan a la violencia de cualquier tipo? ¿No sería más honrado  cercenar a quienes realizan proclamas  injustas, xenófobas, radicales de cualquier sentido? ¿Y si bloqueasen publicaciones o accesos a páginas indeseables? Son sólo sugerencias mientras empiezan a teñir de nuevo a las pestañas que durante estos días han sembrado la inquietud, o no, entre los watsappeadores. Y caso de rectificar, a título de sugerencia, ¿por qué no dar la opción de colorarlas a modo de arco iris y que cada cual elija? Quizás así, la libertad de acción, de emisión, de recepción, de lectura de respuesta, sería plena, ¿no creen?

lunes, 10 de noviembre de 2014


   La soledad del poeta

 

Había algo en el ambiente que le anticipaba el soliloquio. Sabía que el runrún de las hojas esparcidas por la mesa,  significaban el presagio de un nuevo abandono a la suerte que las musas decidiesen. Nada le fluía y en el vano intento por forzar el caudal y arañar al cauce, ellas  jugaban a su antojo ente la desesperación de lo no parido. A menudo buscaba razones quien se movía en el lago de las emociones y las razones no llegaban. Había acumulado tal necesidad que la siembra infructuosa le atenazaba el alma. De modo que aquella misma situación, regresó como ciclo lunar a posarse sobre las tinieblas de quien tanto las rechazaba. Intentó sin conseguir y pasadas las horas decidió darse una tregua que anticipaba su derrota. Calzó la comodidad, el atuendo volátil y echó a andar. Transitó por la senda conocida sorteando a desconocidos solitarios que acrecentaban su soledad tras los aislantes musicales que les custodiaban. Ritmos dispares que se intercalaban con prisas innecesarias a la sombra de los chopos que empezaban a desnudarse, aceleraban a su antojo a quienes vagaban sin prisa hacia la premura de la tarde. Y entonces, en la curva tantas veces transitada y otras tantas,  ignorada,  lo vio. Vio el diseño de un corazón  atravesado por dos iniciales que intentaban ocultar lo que era evidente. Ahí empezó a soñar cómo los protagonistas de aquella historia se dejaron mecer por el pudor a la hora de no ir más allá en la delación de sus nombres. Puso letras que completasen lo que parecía incompleto sin serlo y diseñó el poema que tanto merecían. Una A y una M, daban rúbrica a quienes no firmaron lo que allí se afirmaba. Puso rostro a quienes ignoraban ser protagonistas y tendió un hilo sobre el que colgar la aventura del descubrimiento de tal pasión. Tomó pausa, tomó papel, tomó a la impaciencia. Y dejándose guiar por ellos, apoyó su cuaderno sobre las rodillas mientras los versos llegaron. Una vez acabado, a modo de descuido, acercó la hoja a quien de hojas empezaba a carecer y lo recitó. Más de uno giró la vista creyéndole ido. Al acabar, con un guiño de complicidad y una sonrisa dibujada continuó su camino. Esta vez ya no lo hacía solo. Las musas optaron por aliviarle la carga que suponía una jornada de silencios y él les daba las gracias recitándolo a modo de letanía en el camino de vuelta. Cree, cada tarde que regresa, que desde entonces, la sombra de aquella curva se ilumina a su paso y le dedica los últimos rayos con los que el día se despide y le aleja soledades.  

 

 


     Hoy

 

Tan perecedero como su propio nombre indica suele transportar en sus alforjas a las urgencias sobre el corcel desbocado de la prisa. Queremos todo para hoy como si el ayer no nos hubiese servido de aprendizaje hacia la pausa y el futuro fuese un telón de amianto tan difícil de correr como temeroso de descubrir. Necesitamos el presente a modo de bombona de oxígeno para nuestra diaria inmersión en la que sumergir nuestros sueños para evitarnos las pesadillas. Y en esas aguas tranquilas el eco del silencio intentará transmitirnos la paz que tan a menudo se nos niega como queriendo acelerarnos a no se sabe dónde ni con nadie sabe quién. Estamos dispuestos a ningunear lo pasado por si en él nos aparece algún error insoluble que todavía no ha cicatrizado en nuestro interior y nos recrimina lo hecho. Estamos dispuestos a afrontar lo siguiente con las credenciales de la certidumbre que la soberbia del engreído o la chulería del temeroso propongan. En ambas circunstancias  la fugacidad estará adosada al presente y puede que no nos demos cuenta. El Carpe Diem lanzado a los vientos sin la convicción necesaria no será más que un brindis al sol en día nublado. Somos cuánto queremos ser y cualquier excusa derivada hacia la obligación o la devoción, no sirve más que para segar pajas en ojos ajenos  a modo de recolecta absurda  de las mieses no granadas. Alguien dijo en una ocasión que sólo los egoístas son felices porque se quieren sin juzgarse y no atienden a enmiendas ajenas. Así que desde hoy el planteamiento deberá ser contrario al exhibido hasta la fecha para que los presentes entiendan de la importancia que tienen. Nada suena más a lamentable que el lamento por no haber sido capaces de realizar aquello que se deseaba y que fuimos postergando por el miedo a la vergüenza, a la timidez, a la indecisión. Decidido. Desde mañana habrá que empezar a considerar al hoy como presente inmune a cualquier censura que quiera mostrarse como inquisidora y mandar un remite de menosprecio a los candados que silencian a las voluntades, por más que se empeñen en que así no procedamos. Puede que se gane con ello el calificativo de egoísta, pero no en balde se han abierto las ventanas y las ventiscas de otoño formarán remolinos en los que envolver definitivamente a los reparos.  

domingo, 9 de noviembre de 2014


      El muro

 

Veinticinco años ya, bodas de plata. Aquel nueve de Noviembre lo imposible se convirtió en real y el cemento que asfixió durante tantos años a unos impidiéndoles el paso libre queda como muestra de lo que el ser humano puede llegar a ser si se empeña en convertirse en carcelero de voluntades ajenas. Los restos que se alzan a modo de testigos dan fe de la desesperación que vivió pegada a las paredes de aquellos cuya única misión consistía en obedecer los dogmas.  Aquel año, aquel día, la  euforia se hizo un hueco y a codazos derribó opresiones. O al menos eso fue lo que se soñó. Han pasado cinco lustros y los el muro visible ya no existe. Ha sido sustituido por otro mucho más sibilino que se nos alza sin que nos demos cuenta de la exoneración de derechos que nos trae. En aras a la globalización, lo que debió ser una sociedad más justa, se ha convertido en un mercado salvaje en el que cuatro pastores  sin escrúpulos manejan al rebaño a su antojo. Y nosotros, paciendo pacientes ante las injusticias y dando por bueno cualquier postulado que nos exhiba la imposibilidad de eliminarlas. Nada más horrible que vivir sometidos a los dictados de hoces, martillos, yugos, flechas…Nada más horrible, excepto la sensación de haber sido engañados por aquellos que mostraron la senda hacia el edén de la sociedad igualitaria y que acabaron con las ilusiones. O quizás no; quizás aún estamos a tiempo de darle la espalda a doctrinas que juegan con las vidas presentes y futuras a modo de ajedrez caprichoso. Han mudado de sitial a los prebostes para que el sistema continúe ofreciendo el maná de la desigualdad con el que subsistir por encima del cercano. Y mientras, las miserias repartiéndose a modo de boletos agraciados con el reintegro de la conformidad. Ese, ese es el auténtico muro que habría que derribar sin esperar a que pasen otros tantos años y nuestros descendientes nos culpen de no haber sido capaces de cargar, con los mazos de la razón,  ante tal muro. Quizás aún estemos a tiempo de dar la espalda a los magos del engaño y dar una oportunidad a la Utopía. Así que, mientras hoy, nueve de Noviembre sigan pasando las imágenes que vimos en vivo, desempolvaré el vinilo de Pink Floyd y soñaré al escucharlo de nuevo, que todo es posible si todo se sueña.     

 

 

jueves, 6 de noviembre de 2014


   La venganza

 


Le dijeron que era esa oportunidad que la vida te presta para dar cumplida respuesta a  quien provocó tu mal. Que se sirve fría siendo caliente o se sirve caliente siendo fría, tanto  daba. De cualquier forma, cuando alguna vez soñó con la posibilidad de ejercerla, la dualidad del bien y el mal venían a disputarse la victoria que inclinaría su decisión a favor de cualquiera de los  postulados. Así que  lo mejor sería dejarse llevar por las caprichosas decisiones de la vida y cuando llegase el momento de decidir, ya vería. De modo que dejó pasar las horas, los días, los meses y los años a la espera del momento propicio. Escuchó consejos que le acicateaban a llevarla a cabo con la daga de las cartas boca arriba y ese punto de prudencia que siempre tuvo se convertía en la imagen  prudente que se daña cuando daña. Tapó sus tímpanos a las provocaciones que sus propios silencios le escupían y dejó transcurrir la maduración de tal fruta prohibida con la certeza de que su propio peso la haría caer a tierra y vería su putrefacción.  Era un ser albo que se fingía rojo y nadie podría modificar su interior. Pasaron las circunstancias a contabilizarse como  cuentas de rosarios mal engarzadas y los misterios se sucedieron hacia las letanías sin fin en constante giro perenne. Nada volvería a ser igual desde que su espalda sintiese el filo cortante del daño premeditado. En sus noches de desespero llegó a prometerse la máxima crueldad hacia quien tanto daño le provocó.  Esta tarde se han vuelto a cruzar sus miradas y ninguno ha sido capaz de aguantar la mirada ajena. Uno ha sonreído quizás buscando una nueva forma de humillación sin darse cuenta de que su posibilidad yace en el túmulo de la indiferencia. La otra le ha salpicado la cara con la ballesta de sus ojos a los que nunca fue capaz de poner freno quien hoy se sentía diana. Ni siquiera la sonrisa lastimera que le remitió pudo paliar el dolor que sentía quien tantas veces, durante tanto tiempo,  creyó ser el dueño y señor de las voluntades manejadas a su antojo. Se supo heno pisoteado por el propio destino que se convirtió en verdugo permanente. Cruzaron sus pasos y ella escuchó el golpeteo de un bastón sobre las losas regadas que a duras penas ayudaba a apoyarse a la mitad de quien se sintió inmune a las desgracias ajenas. La venganza ya no era necesaria.

miércoles, 5 de noviembre de 2014


.        Claudia

 

Podría decirse de ella que la simpatía se cuelga de su rostro para exhibir  al camafeo que cubrirá la nuez de los agraciados con su cercanía. Llegó con los vientos de levante que Eolo decidió dirigir al  mar interior donde las aguas nacen, donde las aguas fluyen, donde las aguas nunca se tiñen de negro. Trajo bajo su piel el ímpetu del Vesubio para dejar constancia de que las lavas de su elegancia batirían las  laderas con el fuego propio que renunciaría a sepultar a la Pompeya que la acogió. Más bien, sería su mar de alegrías el que derramaría olas de gratitud y deseos de aprender desde el lado cooperativo que desconoce de fronteras por saltarlas en búsqueda de nuevos alicientes que acumular en su mochila. Ella, sacerdotisa del templo de la elegancia, supo fusionar  entre valles y cerros el encanto al que difícilmente fueron capaces de resistirse los gladiadores voluntarios que ofrecieron sacrificios gustosos en las arenas del coliseo agradecido. Hubiese sido suficiente su presencia para derrumbar los cimientos de las murallas alzadas por las numantinas reticencias. Y así pasó. De puntillas para no pisotear, sabiéndose dueña de los méritos de su caja de Pandora, fue derramando actitudes de saber estar y saber asimilar para llevarlas consigo. Quizás el mismísimo Neruda le habría aconsejado al cartero la composición poética merecedora de tal belleza si el tiempo se hubiese detenido para hacerla presente. Puede que entonces hubiese sido capaz de reconocer los cánones etruscos de la belleza máxima que huye de patrones ficticios para hacerse terrenal.  Y habría acertado de pleno en los versos que al punto trazase desde la dicha de su compañía. De cierto que la mismísima Beatriz envidiaría desde el Averno la hermosura que la guía y bajaría la cabeza pudorosa al ver cómo Dante cambiaba de musa. Se ha ido, se ha mudado, pero permanecerá aquí. El escenario que las cuestas diseñan y los ríos esculpen entre las noches pobladas de luces ya la extrañan. Saben que  Claudia, la amiga Claudia,  siempre tendrá en su corazón un hueco reservado para quienes tuvieron la suerte de conocerla.. Eso nadie, ni siquiera, los que tengan la fortuna de compartir su futuro, podrán evitarlo, por más que se empeñen.

 

martes, 4 de noviembre de 2014


       Bob y Pam

 

Peinaba el tupé como el aguerrido rockero que no era,  quizás con la intención de desviar la vista de aquellos que la dirigían a su mano diestra. El destino había querido ubicarlo en el grupo de seres que por comparación suelen verse inferiores sin serlo y así vivió sus años de adolescencia. Nada más allá del enfado mal disimulado por quien poseía la virtud escondida de saber querer como pocos y ser poco querido como los tantos.  No había tenido oportunidad de demostrarlo en esta sociedad en la que las oportunidades vienen bajo el celofán del modelo deseable y él, no lo era.  Ella apareció como de la nada y tras su mirada indefinida, unos ojos atenuaban  a la ignorancia que desde dentro  pugnaba por mostrarse como igual ante los diferentes. Así les llegó el encuentro y así decidieron emprender el sin rumbo que la carencia anima. Paseos a compás cogidos de la mano que ya no se ocultaba y que lucía orgullosa ante aquellos que les intentaban ningunear. Una capa de paciencia vino a sumarse al impermeable que el tiempo fue tejiendo sobre las cansadas espaldas de quienes soportaron burlas. Eran y se sentían superiores porque el escalón al que habían ascendido sólo los valientes se atreven a subirlo dejando en la barandilla, relegando al pasamanos  las opiniones lacerantes  que poco daño les causaban ya. Vivieron la pasión desde esta parte que la barra del bar promueve ofreciendo paraísos a los que ignoran que ya lo han conseguido. No necesitaban más que la sombra del otro para que el uno se hiciese presente. En alguna ocasión la daga de los celos atravesó por su portal e intentó hacerse fuerte en la alacena de su corazón y no pudo. Las lágrimas se sumaban en aquellos que tantas veces las contuvieron  para regar de nuevo el futuro incierto en el que se soñaban. Se dejaron nombrar con los nombres de moda que la televisión puso en primera fila y por más que alguna risa escuchasen, se sabían envidiados, se sabían felices, se sabían uno. Traspasaron la difusa línea de la razón desde los brazos destilados y el último capítulo cerró aquella historia de amor. Él dejó un hueco que ella no logró rellenar, Ella, cada vez que los vientos giran a su favor, viene a depositarle las silvestres que tantas veces recibió de su parte mientras los días de lluvia presagiaban la alegría de su nuevo sustento. 

 

lunes, 3 de noviembre de 2014


     El perro de la Basílica

 

He de reconocer que en lo referente a creencias el pragmatismo y la racionalidad ganan la baza frente a las admoniciones y penitencias presentes para purgar futuras glorias. De poco debieron servir  las enseñanzas franciscanas más allá de la asimilación de conceptos e incluso algunas ideas filosóficas. Pero lo que siempre quedó patente fue la respetabilidad de las opciones contrarias en mi modo de abrir el abanico de dogmas, a ser posible, no impuestos en ningún sentido. Por eso, sabiendo que las oraciones serían bien recibidas  por los ausentes que tanto nos dieron, me dispuse a orárselas desde la Basílica de la Virgen de los Desamparados la mañana de difuntos. La misa discurría como tantas otras veces y la repetición de catecismos, no dejaba de ser  la relectura  de algo ya sabido. Poco importaban el ruido del guiñol de la plaza contigua, o los bailes desde la tarima erigida a modo de escenario. El trasiego de orantes y visitantes convirtió a la girola en una especie de desembocadura humana mitad profanos, mitad fieles. Después de repetir el repetido argumento de fe, y cuando cada cual se disponía a salir tras la señal de la cruz correspondiente, aparecieron los tres. Él, con pinta de progre setentero, peinando canas y llevando sobre sí un letrero no escrito de triunfador moderno,  postmoderno, eternamente viril, montando las gafas de pera que tanto look agradecido maneja. Ella, moviendo el palmito como sólo las niñas de cincuenta y tantos saben mover para dar cobertura a su felicidad, quizás plástica, y sin duda, menor de la que soñase su mamá para ella. Gafas de pasta cubriendo sus arrugas mal disimuladas y con la bandolera colgando de su artritis contenida. No sé si se santiguaron; no sé si les movía la fe; no me importa que cada quien se crea lo que es o no es; me da lo mismo. Pero lo que me pareció deleznable fue comprobar cómo el terceto lo completaba un perro que paseó su cuerpo y procesionó  sus patas por el lugar de culto. Aquí, vinieron del Más Allá, las quejas de aquellas que formaron parte de mi infancia entre cirios e incensarios.  Pedían desde el rezo recibido alguna explicación a semejante falta de respeto y no supe qué responderles. El único perro conocido en las iglesias y aceptado por el santoral pertenece a San Roque, y estos individuos, ni lucían llagas ni curaban pestes. Era evidente que en ese trío de snobs, el can, era el menos culpable. Y cuando les sugerí la idea de visitar otros lugares, otros centros de culto, otras cunas de otras creencias llevando al perro con ellos, no tuvieron arrestos a aceptar la oferta. Supongo que sabrán  la penitencia en vida que cumplirían en el juicio sumarísimo que el fanatismo expone. Si en una nueva visita me los vuelvo a cruzar, quitaré del animal la correa, se las pondré a ellos y quizás entonces entiendan que ese no es su lugar.