Los
tres saltos de las olas
Se había acostumbrado desde
siempre a seguir el rito que marcaba el inicio del estío. El agua bautizaba al
verano con la intención de purificar lo que a todas luces permanecía puro desde
la inocencia de la niñez. Sabía que esa noche, cualquier exceso que empapase la
ropa sería aceptado desde la norma que premiaba el impulso. Así, la fuente, cómplice
solícita de sus expectativas, cañeaba a
mansalva las purezas que acabarían
siendo arrojadas desde las travesuras y los mejores deseos. Cualquier recipiente
pugnaba por ser el elegido a la hora de convertirse en el artefacto dispensador de tales municiones. Risas,
carreras y gestos de mal fingido disgusto alternaban al tiempo que las campanadas
del reloj daban la salida. Los juegos se prolongaban hasta bien entrada la
madrugada y la recogida de las sillas de anea marcaba el final del rito.
Así lo recordaba esta noche en la
que rodeado de los suyos, desde la distancia que los años otorgan, su ayer se
había hecho presente. Tres generaciones en torno a la brisa marina que esperaba
el turno de la luna para iluminar la senda que les llevaría al rompeolas
cercano. Las canas compartidas confabulaban devenires en los que no había hueco
para las desdichas. Reían las gracias de sus inquietos sucesores mientras los
intermedios intentaban poner un orden que ellos mismos desordenaron hace menos años
de los que creían. Quedaban diez minutos y la premura vino a buscarles. En
orden inverso a sus edades se fueron acercando a las arenas y creyeron oír en el
susurro de las olas aquellas promesas que vieron cumplidas. Con gallardía se apoyaron en el otro y tres tímidos
saltos firmaron en la noche el rito acostumbrado. Nadie supo leer en sus labios
las preguntas y respuestas que se dirigieron. Sabían sobradamente las segundas
y sólo la luna llena pareció brillar con más intensidad. Lentamente regresaron
al cemento haciendo caso omiso a los consejos de aquellos que tantos consejos
desoyeron de ellos mismos. Por un momento, el salitre supo al dulzor de aquellas aguas que bañaron
adolescencias desde las carreras que la fuente permitiese al tiempo que el
reloj daba paso al verano.