El
sastrecillo engolado
Con
el paso de los años uno empieza a perder cualidades sensoriales. La vista se
vuelve perezosa, la piel más sensible a los cambios de temperatura, el oído
precisa de más decibelios, el sabor acaba siendo el mismo en casi todo lo
ingerido y el olfato pasa a ser el añorante de aquellos humos que ya no expeles.
Lo dicho, el precio por cumplir años. De modo que unidos en su decadencia los
cinco forman una piña y deciden auxiliarse entre sí para demostrar fortaleza. A
la más mínima ocasión salen en tropel y entre ellos se chivan las impresiones
que reciben. Así, por ejemplo, llegado el caso en el que la distancia se acorta
entre un vendedor y tú, la alarma salta a la más mínima sospecha. Miras, y si
ves un entrecejo altivo, que se cree superior, que te perdona la vida mientras
te acercas a él, sabes a qué tipo de espécimen te enfrentas. Dejas paso a la
clemencia pensando que nadie le ha enseñado a ser lo que no es y prestas oído a
lo que de su garganta surge. Lo más probable será que la insulsez, la
gilipollez, la prepotencia, vengan a sumarse a sus méritos y empiezas a dar por
perdido el tiempo. Insistes en tu generosidad y por más que por sí mismo
intente epatarte con feromonas falsificadas callas, hueles, y calificas. Efectivamente,
es un capullo. De modo que despliegas tu capote y sabes que la faena a realizar
será tan fácil que no merecerá ni el corte de orejas. Él, engolado morlaco, se
pondrá a sí mismo las banderillas de la capullez, de tan acostumbrado como está
a mirarse en el espejo. Pensará que te hace un favor sin recapacitar sobre el
hecho de que gracias ti, gracias a tantos como tú, come, sobrevive y llega a
creerse lo que no es. Ha aprendido el mecanismo más correcto para evitar que
nadie se acerque a lo que considera dominios y el muy cenutrio ni se da cuenta
ni aprenderá jamás. Lo único que te queda es dejarle sobre su quijada la
tarjeta de visita que habla de ti con la seguridad de que será incapaz de
entenderla. Lo suyo es creerse Jacinto de un estanque plástico del que ni sabe
salir ni puede salir. Dentro de lo que menos se imagina, un nuevo cartel sobre
su establecimiento dará por finiquitado lo que él, o quien confió en él, creyó pingüe
negocio. Igual entonces reconoce la valía que tiene el saber tratar a quienes,
ay ceporro, miró con suficiencia. Al
tiempo. No sé si llevárselo en mano. Igual le hago un favor si le explico el
significado de todo lo anterior para que encuentre el sentido que falta.