miércoles, 31 de mayo de 2017

Predicantes


Se han abierto las puertas de los atrios religiosos y la fe ha tomado la calle. La calle, la plaza, o el rincón del parterre que hasta su llegada permanecían tranquilos y ausentes. Enfundados en su terno con raya diplomática ellos; pulcramente vestidas a modo y manera de sensibles señoritas dispuestas a evangelizarte, ellas. Unos y otras se apostan al margen de un panel que más parece el reinante en los halles de los hoteles ofertantes de excusiones y mil y unas actividades lúdicas. Los mandamientos que por pudor aún no he sido capaz de solicitarles seguro estoy que llevan una carga evangélica digna de estudio y atención. Nada les desanima. Ni el sol implacable ni las insistencias de los motores que les pasan a escasos metros  son suficientes argumentos como para destruir sus postulados. Atrás quedaron aquellas clones de Janis Joplin que te asaltaban cándidamente ante el semáforo en rojo y te declaraban su amor en aras de convertirte en seguidor de su secta. Lejos permanecen quienes renuncian a los placeres culinarios que las oreadas morcillas proporcionan como sibilinas embajadoras de sangres. Todo aquello ya es pasado. Ahora el futuro manda en la forma y el fondo se camufla entre ella. Aleluya, aleluya, y que siga el sermón, aleluya, desde el amplio ventanal de máxima audiencia, aleluya. Y si de paso tu paso sabatino vespertino te lleva sin saberlo a una reunión espontánea en mitad del ecuador ciudadano, mejor que mejor. Vas a disfrutar de la labia de un speaker ducho en la materia y la tarde tomará tonos floridos. No podrás evitar retrotraerte a aquellas de aquellos mayos en los que las flores a María se convirtieron en habituales peregrinaciones. Pensarás que las modas cambian y lo esencial permanece. Algo tendrá la fe cuando todo el mundo intenta ofertarla como camino de salvación. Lo que no está muy claro es si la salvación que prometen es realmente la que buscas o ni siquiera te habías planteado encontrar. Raciones de un pastel que genera beneficios a plazo fijo en el más allá con una cuota en el más acá.  Sea como fuere la tarde irá languideciendo. Solamente te faltará pasar por la acera adecuada y comprobar cómo  las plegarias se camuflan entre las guitarras, el órgano y las palmas, aleluya, aleluya. No hay posibilidad de escapatoria; vayas donde vayas, aparecen con uno u otro signo, con uno u otro dogma. O te  sumas o no sumas méritos. Así que he decidido estudiar a fondo la cuestión y antes de que el tiempo se convierta en pasado tomaré una decisión. Lo que me da mucha pereza es seguir siendo cuestionado como alma pecadora por dejar de cumplir unos preceptos altamente cuestionables, aleluya, aleluya. No os extrañéis si dentro de nada me veis convertido en un predicante más buscando, eso sí, mi cuota de adeptos a los que convertir en fieles. Empiezo a diseñar ahora mismo  las estrategias que puedan llevarme a ello; os mantendré informados de la cuenta a la que podéis realizar los donativos preceptivos. Aleluya, aleluya. Lo del canal televisivo, de momento, está en pleno trámite su elaboración.

viernes, 26 de mayo de 2017


La metamorfosis

Reconozco que cuando visité Praga y paseé por el Callejón del Oro situado en el Castillo de la ciudad, al pasar a la casa de Franz Kafka me sentí intruso de su intimidad. Y puede que en ese mismo instante naciese la necesidad de curiosear entre sus letras para comprobar qué tipo de sorpresas deparaban. No erré. Fue comenzar la lectura de su obra “La metamorfosis” y entrar en un mundo de imágenes alegóricas a un estado de ánimo pesimista. Quizá eso le llevase a imaginar una transformación en el protagonista. Un protagonista de vida gris, sustentador en parte de la vida familiar compartida con sus padres y hermana  que se despierta un día convertido en escarabajo. A partir de ahí la vida emprende una cuesta abajo sin pausa ni freno posible. De las primeras sorpresas por parte de quienes comparten el habitáculo familiar se va pasando al rechazo que nace de la repulsión que por sí mismo siente. Se ha convertido en un animal despreciable al que todos desprecian y los menos compadecen. Su misma vergüenza le anima a pasar desapercibido en la medida de lo posible y ni siquiera es capaz de imaginar qué le deparará el futuro. Premonitorio, sin duda. Puede que el propio Kafka intuyese algo de lo que los acontecimientos históricos reservaban al los calendarios inmediatos y no fuese capaz de ponerlo en claro. Mejor así. Mejor ir descubriendo cómo cualquier humano es repudiado por sus semejantes en la medida en que busca una diferenciación a peor. Nada entonces tiene valor que admirar o envidiar, nada. Te has ido convirtiendo en la viva expresión de lo indeseable y ni los tuyos se acercan a ti para no ser tildado de ti. Aquellos que hasta hace nada se mostraban confiados han torcido el gesto. Te vas o te van arrinconando en el cuarto de los olvidados y el polvo decide tejerse como gabán a tu piel. Cruda realidad que en forma de caparazón herido por la repulsa siente sobre sus espaldas y ve crecer infecta hacia un final previsible. Metáfora plena de la condición humana que sale desnuda cuando se la desnuda de seguridades.  Lectura breve, intensa, directa, provocadora que no te deja inmune y cuya sacudida te hace reflexionar sobre el espejo que los demás pulen por ti. Puede que quien lo lea acabe viendo en sí mismo unos indicios de cambios que intenta disimular para no mostrar debilidades. No se perdonan ni se admiten. Como no se admiten ni perdonan las diferencias que suelen adherirse a nosotros cada vez que decidimos probar suerte y acabamos siendo catalogados de locos. Claustrofóbica obra que sigue vigente por más tiempo que pase y más intentos de bufonadas quieran catalogarla como excéntrica ocurrencia de un loco llamado Franz y apellidado Kafka.    

jueves, 25 de mayo de 2017

De Profundis

Hay que estar preparado o dejarla pasar. No, no es aconsejable echarse sobre tus pupilas como paso previo a la asimilación lectora, semejante obra. Y no es que Óscar Wilde no merezca ser leído una y mil veces; pero casi es preferible optar por alguno de sus maravillosos cuentos o por el “Retrato de Dorian Gray” si no queremos privarnos de la magnificencia de su pluma. No, no optemos por “De profundis” si no somos capaces de entender cómo el amor acaba siendo vencido por la razón de una sociedad que se muestra implacable con aquellos sentimientos que se le escapan de su control. Si no somos capaces de asumir que el amor camina por una senda de dirección única y doble sentido en la que aquellos que lo sientan a la vez podrán coincidir, no estaremos preparados para entender y solidarizarnos con esta epístola. Una epístola que desde la soledad carcelaria lanzó Óscar a modo de desagravio hacia quien no se reconoció inferior en el sentir y superior en la frivolidad. De nada sirvieron sus oropeles o su posición social si en su fuero interno aquel insensible amante se sabía en deuda y no lo admitía. Tuvo que ser la fuerza de la ley la que acabase poniendo fin a aquel amor sodomita que quitaba lustre a un apellido escudado en dignidades. Y como moneda de cambio, la prisión. Y como resultado final, el desahogo del genio. Tiempo de reflexión y de miradas al espejo en las que se volvió a ver cómo era realmente. Darse cuenta del  daño recibido tuvo como consecuencia el nacimiento de semejante monólogo. Con calma, así hay que paladear al genio. Con calma, silencio y pausa para poder entender esa resurrección, esa subida desde los infiernos de quien decidió dejarse llevar sin medir las consecuencias legales que ello le acarrearía. Vidas del día a día que se envuelven en lienzos de caprichos sin esperar nada porque no hay nada que esperar. Y como fondo del escenario, la corrección en la conducta que la sociedad impone. Tanto mayor es el yugo cuanto mayor es el deseo de quitártelo si te empecinas en no querer ver los nudos gordianos que lo atenazan a tu cerviz. Sólo te quedará el consuelo plañidero de lanzar a voz alzada o callada el propio monólogo que a pocos interesará más allá de la lástima. Hay que ser un genio para convertir en obra magistral un desencanto, y eso, amigos míos, eso, sólo está al alcance de los privilegiados que tienen reservado un sitial en el Olimpo de las letras. Óscar Wilde, de nuevo, dejó clara constancia de lo que significa sentir y ser capaz de ponerlo por escrito, por mucho dolor que destilase la obra que da título a esta reflexión.    

lunes, 22 de mayo de 2017

Robinson Crusoe


Solamente puedo comentar medio libro. Puede que la misma naturaleza del mismo sea la que me indujera a leer la primera parte como si la dualidad del lector que anidaba en mí tuviese suficiente con ella. Quien más, quien menos, sabe de qué argumento estoy hablando y en caso de ignorarlo, si la pereza lectora le llega, podrá echar mano de la versión moderna que Tom Hanks protagonizase en la película al caso. De cualquier modo, pertrecharte en unas líneas que diseñará Defoe para dejarte embarcar hasta llegar a una isla desierta tras un naufragio, merecerá la pena. No se tratará simplemente de una novela de aventuras en las que el ingenio del superviviente haga posible su supervivencia solitaria en los mares del Sur. Será más bien un viaje al interior del ser humano que huye de las convenciones y se adentra en una reflexión nacida de la necesidad. Aprenderá a valorar lo que hasta entonces carecía  de importancia y con ello extraerá una enseñanza a futuro. Luchará contra las inclemencias y saldrá victorioso. Logrará rescatar al inocente que estaba a punto de ser devorado por antropófagos de islas cercanas y cada vez dará menos importancia al sentirse recluido en lo que para muchos podría significar el paraíso. Hará de su capa un sayo y sabrá que Las normas establecidas por la necesidad serán dictadas por la animalidad del instante para ser firmadas por la conciencia del ser que se sabe superior y que tantas veces se manifiesta como si no lo fuese. Hará de su semejante una copia de sí mismo desde la base dándole a conocer los preceptos morales por los que dejarse guiar. Años de soledad que poco a poco irán convirtiendo al desespero en un modo conformista de aceptación. Estoicismo ante la adversidad imaginando los porqués que en un principio se le podrían escapar. Y al acabar, la paradoja no resuelta como cierre de la primera parte y aldabonazo de la segunda. Un rescate que le llevará a reintegrarse al lugar del que huyó sin saberlo y que por conocido sobradamente carece de interés leer ¿Para qué leer aquel epílogo que te llevará al suspiro de la inevitable cobardía aceptada? Sabrás lo que le espera y no es cuestión de verte reflejado en el protagonista. Dejadlo ahí, no sigáis, hacedme caso. Por muchos deseos que tengáis de concluir la lectura, dejadla a medias. Así os evitaréis ver en vosotros mismos al náufrago que un día fuisteis y al que renunciasteis al ver que un bergantín llamado cobardía venía a rescataros y os dejasteis secuestrar.   

viernes, 19 de mayo de 2017

El Quijote


No es que sea la lectura más recomendable por más méritos que acumule para serlo. Y no lo es por su misma naturaleza aglutinadora de diversidad múltiple. El adolescente que se vea obligado a leerla buscará las aventuras más o menos inocentes, más o menos risueñas, más o menos creíbles. Trivializará sobre los personajes antagónicamente expuestos y puede que meramente se quede con el poso de la anécdota. Pensará que la edad adulta conlleva un cierto grado de locura admisible y que el exceso de lectura por parte de Alonso Quijano deja a las claras lo pernicioso que resulta semejante afición. ¡Cuidado, mucho cuidado, con abocarlos a la confusión! Si quien se convierte en lector traspasa el meridiano de su vida,  la versión que le llegará desde las letras será la de un recorrido por lugares y costumbres que cualquier geolocalizador  invitará a recorrer en una próxima escapada festiva. El “yo pasé por allí” le aportará un plus en su bagaje cultural del que se sentirá ufano cuando llegue el momento de la tertulia. Analizará desde el pupitre de las viandas bien regadas el solaz de las tierras candentes bajo el sol abrasador y seguirá sonriendo ante los molinos cuando el selfie de turno deje constancia a futuro. Si el lector quijotesco sobrepasa ampliamente los tres cuartos de su vida quizás debería plantearse seguir hasta el final o dejarlo pasar. Aquellos textos que antes le parecieron divertidos, amenos, aventureros, inocentes, se habrán convertido en un fiel reflejo de los vicios permanentes de un entorno cambiante pero no mutable. Sabrá que las virtudes que pregonase Cervantes siguen tomándose a risa y que de la virtud se hace mofa. Verá cómo cualquier botarate secundario de ayer cobra vida y rostro en uno del presente y todo sigue como estaba. Tendrá constancia plena de que aquello que aprehendió como valores en otros zurrones encontraron un orificio por el que escapar y nadie se preocupa de recogerlos. Sabrá que la condición humana se animaliza cada vez que damos paso al tener y olvidamos el ser. Locos que desde su cuerda locura harán lo imposible por poner remedio a tanto desmán seguirán siendo tomados a broma. Y todo seguirá su curso hacia un final tan previsible como el de la propia novela. Así que una vez dispuestos a la locura abogo por la inversión personal del lector que se acerque a ella. El anciano que la lea como si de una novela de aventuras se tratase; el joven, como si de un estudio sociológico fuera y así evitarse sorpresas; el intermedio, que decida por sí mismo si perder por completo la cabeza y recuperar con ello la inocencia de aquellos años que acaba de dejar atrás o embarcarse en una travesía con destino a un puerto llamado inconformismo. De la opción que elija sacará provecho y trazará de su misma existencia el perfil de un personaje al que don Miguel habría dado cabida. 

jueves, 18 de mayo de 2017

La enciclopedia Álvarez


Seguro que más de uno cuando lea este encabezamiento sonreirá con añoranza. Sí, esa enciclopedia Álvarez nos transporta a aquellos años en los que el saber estaba comprimido y convenientemente ordenado entre aquellas páginas. Páginas que se sucedían en los diferentes compartimentos que conformaban el conocimiento a adquirir en aquellos tiempos tan cuadriculadamente establecidos. Allí, en mitad de la nada que todo lo abarcaba tras las paredes de la escuela, la imaginación de cada cual saltaba a su antojo. Podías imaginarte a Pitágoras trazando escuadras y regocijándose con su teorema. Podías repetir con los fabulistas los octosílabos que estaban abocados a depositarte una moraleja que apresara tus patas si codiciosos te mostrabas. Podías imaginar a Sansón derribando las columnas y sepultando a cientos de pérfidos filisteos. Incluso podías adentrarte entre las líneas de los meridianos y no acabar de entender cómo un archipiélago que pertenecía a España precisaba de un muro marino que lo encerraba justo encima de África. Nada se discutía y todo se aceptaba por la cuenta que te traía. Juan Sebastián el Cano, Hernán Cortés, Pizarro y Orellana se disputaban glorias con aquellos aguerridos héroes del Antiguo Testamento que eran capaces de abrir océanos, matar a gigantes de una pedrada o errar cuarenta años por el desierto buscando no se sabía qué. A la par, si es que tu ensoñación se alejaba del pupitre que coronaba el hueco del tintero, los sujetos se ajustaban a los predicados cargados de complementos directos y los avances científicos te dejaban claros sus orígenes en los núcleos y citoplasmas. ¿O esto fue posterior? Sea como fuere, aquellas portadas en las que un sol emergía entre las montañas nevadas mientras un risueño y  bien peinado querubín sonreía a las normas,  no dejaba lugar a la duda sobre su finalidad. Viriato dando leña a las legiones romanas, Guzmán el Bueno ejerciendo de mal padre, el Cid yendo y viniendo de moros a cristianos….Todo en pos de mostrarnos un ayer embadurnado de glorias que con el tiempo comprobamos excesivas. Así que cada vez que vuelvo a ojearla, al hojearla no puedo dejar de sentir cómo la fugacidad de la vida nos niega la revancha. Quizá sea mejor así. Quizás es preferible seguir creyendo que fuimos cobayas de unas expectativas que no siempre se cumplieron y que sin embargo formaron parte de nuestros principios. Hoy que todo se acepta, que todo se valora, que todo se tiene en cuenta, no estaría de más hacer una pausa para reconocer que gracias a ella un mundo maravilloso llamado aprendizaje nos llegó y nuestra deuda será eterna. La lista de Reyes Godos, casi que carece de importancia, ¿no? Lo verdaderamente importante es intentar concebir cómo Filípides es capaz de convertirse en mensajero veloz de un triunfo y morir en su misión. Lo relevante es comprobar que las huellas de los elefantes cartagineses siguen presentes en su tránsito hacia Roma a enfrentarse al poder establecido y eso sí que es una moraleja a tener en cuenta.   

lunes, 15 de mayo de 2017

Caminart


Su existencia me llegó de improviso como suelen llegar las casualidades. Un amigo me hizo saber de la existencia de un grupo de entendidos que eran capaces de mutarse en maestros de ceremonias para enseñar lo que tan habitualmente transitamos y pocas veces deleitamos o conocemos. De modo que semanas atrás nos sumergimos en la “Valencia Literaria Renacentista y Barroca” atravesando todas las calles que fueron testigos del nacimiento de una Nueva Era. Nueva y sobredimensionada en la que fueron apareciendo rincones hasta ahora ignorados por los profanos y que convirtieron a esta ciudad en un marco inigualable de prosperidad. No faltaron detalles escabrosos basados en las rencillas, duelos, envidias y odios religiosos. No en balde este periodo convulso dejó bien a las claras que los cimientos establecidos en el Medievo no se socavarían por ínfulas libertarias de conocimientos. Hogueras, torturas, horcas, y todo tipo de represiones daban cuenta de aquellas ovejas descarriadas del sendero común del dogma. Así comprobamos que el humanista Luis Vives tuvo que renunciar a su cuna para salvar su vida. Vimos el poder llevado más allá de la venganza y de la codicia que la Inquisición ejerció para beneficio propio y de los acólitos venerables. De modo que aquella mañana de sábado dejó abierta la puerta a una continuación más luctuosa si cabe. “Camins negres” tomaba el relevo y nos sumergía en las mazmorras más abyectas que el ser humano es capaz de construir cuando se trata de decapitar la libertad de pensamiento. Siempre apareciendo desde las sombras la mano alargada de aquellos hábitos dominicos expertos ejecutores de brujas, hechiceras, barberos rebanagargantas o judíos acaudalados conversos  los que expoliar. Por un momento, como compadeciéndose del pasado, desde el más allá Javier Krahe se sumaba en silencio a la comitiva entonando “La hoguera” como si pidiese árnica hacia el reo. Plaza festiva en vísperas de los desamparados que otrora fuese centro de ejecuciones ejemplarizantes, extramuros en los que los lupanares daban rienda suelta a los desahogos de la carne, callejones sobre los que adivinar venganzas a cuchillo y todo contado con la maestría de quien vive el argumento. Atrás, en el inicio de la ruta negra, los restos del hospital que cambió tantas veces de atuendo para dar salida a las curaciones por muy imposibles que resultasen. Galenos vestidos con máscaras carnavalescas intentando cicatrizar pestes bubónicas mientras en las proximidades el “penjat” de turno oscilaba a su voluntad, que sin duda, era la última. Todos aquellos que fuimos partícipes de la experiencia nos sumergimos en el papel que el sambenito de la fortuna nos asignó y por un momento mezclamos compasión y pena. Lo más curioso fue comprobar cómo el paso de los siglos ha mantenido inamovible a parte de aquellas actitudes y cómo sigue presente esa Inquisición interior que busca castrar todo aquellos que nos provoque dicha. Pecados ajenos suelen ser virtudes propias y si no dejáis escapar la oportunidad podréis comprobarlo. Un grupo de anfitriones llamado Caminart os llevará de la mano y seréis convenientemente reconfortados, os lo garantizo.

lunes, 8 de mayo de 2017

La Traviata


Supongo que fue la curiosidad la que me llevó a asistir a la representación operística a la que Verdi dio forma sobre la base de “La Dama de las Camelias” de Alejandro Dumas. Quiero pensar que la sorpresa inicial al ver cómo una orquesta de cámara se situaba en el rincón diestro del escenario no fue más que un anticipo de lo que minutos después vendría. Un excelente grupo denominado Eutherpe daba sentido a las cuerdas, metales, y coro, batutados por Francisco Valero-Terribas con suma maestría desde una minúscula tarima que en nada interfería con la representación. Y así, como si nada pudiese detener el festivo comienzo de la representación, Violeta, enfundada en el rojo que Carmen Avivar expandía sobre el escenario, la obra comenzó a rodar. Pronto se fueron sumando al argumento el enamorado Alfredo interpretado por Néster Martorell y todos aquellos que desde sus variadas escalas vocálicas dieron rienda suelta al romanticismo de la obra. Obra que como toda aquella que se tilda de romántica sabe que su comienzo festivo irá decantándose hacia un final  trágico. Como si el destino no fuese capaz de aceptar un final feliz en una historia de amor con Paris de fondo. Como si la punitiva penitencia cayese inmisericorde sobre quienes se dejan arrastrar por la pasión. Como si la tuberculosis fuese elegida como verdugo de aquel sentir que los años siguen manteniendo presente. Idas y venidas sobre el libreto en el que Germont, Flora, Annina, Gastone, Giuseppe, Marchese, Barone y Dottore tenían acertada réplica en Valentín Petrovici, Amparo Zafra, José Manuel Delicado y Manuel Torada. Dualidades sobre las que construir un magnífico espectáculo sin un mínimo pero que alegar en su contra. Llegó a parecer que sobre la ribera diestra del bulevar sur se exhibía una obra grabada por su real y concisa ejecución. Nadie parpadeaba y en el mejor de los casos, butacas a la derecha, algunos párpados se bañaban solidarios con el infortunio de los protagonistas. Hermosa, muy hermosa, la obra disfrutada. Por primera vez, que yo recuerde, el descanso estuvo sobrado de minutos. Nadie quiso perderse la reanudación a sabiendas de que la ocasión era única y como tal debía disfrutarse. Quedó de manifiesto el concepto de inmortalidad que tantas veces se diluye en las medianías cotidianas con las que se nos intenta complacer. La escena precisa de actos que nos envuelvan en el halo de la credibilidad y esta vez sirvió de precedente. Una vez más la Rambleta supo ejercer de camaleónico espacio y poner al alcance de todos lo que suele ser patrimonio de los bisones.

miércoles, 3 de mayo de 2017

La piara

Todo lo que la carrera armamentística promueve en pos de unos intereses espurios se acaba de venir abajo, de ir al traste, de perderse como argumento definitivo. Tanta lluvia de misiles, tanta destrucción, tanto caos derivado en aniquilación del adversario, no tuvo en cuenta la primigenia opción que la propia Naturaleza ha desvelado. Parece ser que una piara salvaje de jabalíes vieron interrumpido su solaz por un comando perteneciente al denominado Estado Islámico. Parece más que probable que dicho comando tuviese como intenciones la de defender de cualquier modo su ideología y a tal fin preparaban un nuevo atentado. Parece confirmarse que no repararon en el estado de la atalaya en la que tomaron posiciones para planificar la acción y cayeron presos de su propia improvisación. Allí, a escasos metros, el verraco alfa cuidaba de su piara, de su harén, de sus jabatos. Nada ni nadie, de esta o de aquella confesión, de esta o aquella ideología, sería bienvenido a su majada y a la más mínima sospecha de ocupación tocó a rebato y se armó el cisco. Por un momento vino a mi memoria aquel cuadro que colgaba del comedor del señor Julio en el que se rememoraba la caza a grupa y picas de cerdos senglares en mitad del bosque. Unos peones huidos intentaban alcanzar las ramas de los árboles mientras los jinetes lanceaban a los colmillados y los perros hacían presa de sus cuellos. Por otro momento me llegó la estampa de McArthur, Paco para los amigos, que en su corral de Cueva Santilla no sólo cuidaba del ganado sino que criaba a rayones como solamente lo sabe hacer un entendido. Pensé que si de aquellas estampas hubiesen sido conocedores los portadores de turbantes quizás habrían aprendido la lección que sin duda se perdieron en sus años de estudios elementales. Quién sabe si a partir de ahora desde el puesto de mando no se decide bombardear con tales misiles a las huestes enemigas y con ellos lograr al menos que la guerra sea menos sangrienta. Me cuesta poco imaginar cómo le sentaría el uniforme a semejantes especímenes. Me cuesta poquísimo imaginar cómo se sentiría de orgulloso el magnate presidente al condecorar a los porcinos una vez regresados de su misión. Supongo que el lastre dejado por aquellos cómics bélicos o por aquellas películas rámbicas ha acentuado escasamente mi imaginación. Pero lo que no acaba de cuadrarme, y no va con segundas, es el hecho de imaginar al porquero en cuestión que dio el primer paso hacia la repoblación jabalínea de tales meridianos. Quiero pensar que ni Agamenón ni su porquero estarían detrás de tal decisión, porque si así no fuese, si los argumentos que llevan a mantener una guerra no son los meramente destructivos, sólo me resta pensar que el ser humano es el más cerdo de la piara por salvaje y destructivo.        

martes, 2 de mayo de 2017

Miguel Martínez Iranzo


Como si el tiempo quisiera regresar de aquellos años, así se presentó. Más de cuarenta han pasado desde que las aulas enclaustrasen esperanzas y dejasen volar inquietudes. Más de cuarenta que supusieron una crónica de aquella adolescencia de fríos y distancias. Más de cuarenta, que en la brevedad que proporciona la tecnología, regresaron de golpe y a tono. “Sí, soy yo a quien describes” me dijo y a partir de ese momento las notas del recuerdo cobraron vida. De modo que la curiosidad innata me llevó a seguir su trayectoria y amén de academicismos cum laude, la música volvió a manifestarse. De nada valían las escusas que la pereza ofrecía si se trataba de volver a pisar los adoquines de la Calle Real y acceder a aquel reciento que tantas tardes de manuscritas copias enciclopédicas nos acumuló. Poco importaba el viento gélido que se negaba a decir adiós al invierno. Poco importaba si detrás de una sonrisa de bienvenida los acordes se anticipaban como anfitriones. Y así, pertrechado tras una guitarra, desde la cercanía de sus cercanos, comenzó el recital. Desgranó melodías de juventud que nos eran comunes y las imágenes volvieron a pasear por la Alameda de Utiel buscando  aquellos ojos cómplices que callaban el sí. Los arpegios se apiñaban tras sus yemas y de su garganta salían las versiones personales de los poetas que tantas letras pusieron a nuestros sueños. Aquella voz que erizaba la piel en el ofertorio volvía a erizarla desde la ofrenda que un público entregado recogía con cariño. No, no hubo distancia separadora entre él y nosotros; no era posible, ni se precisaba. No había un ápice de soberbia en quien se sabía uno más siendo de los que más galardones ha acumulado. Amancio Prada, Serrat, Rosana, Los Secretos, John Denver, Adriano Cellentano, fueron dejando hueco a Miguel que supo extraer de toda aquella juventud un puente hacia la madurez digno de admiración. Por una vez, por extraño que resulte, alguien fue profeta en su tierra y de su tierra hizo gala. Por una vez, y que sirva de precedente, el regreso a la voz de aquellos años, fue el salvoconducto hacia la respuesta al interrogante vital. No os lo perdáis, si tenéis una edad parecida a la mía, no os lo perdáis. Y si vuestra edad difiere, tampoco os lo perdáis. Entenderéis de una vez para siempre el concepto aglutinador del humanista que durante el día razona y sobre el crepúsculo siente. Posiblemente el precio que paguéis os resulte insignificante; tres mil seiscientos segundos son una ridiculez si de lo que se trata es de comprobar cómo un vicerrector se viste de juglar y regresa a tu vida para demostrar cuánta razón tenías al suponerle su futuro.