1. Marina C. Ll.
Relatos para compartir con aquell@s que se vean reflejad@s.
jueves, 29 de noviembre de 2018
miércoles, 28 de noviembre de 2018
1. Isabelín
martes, 27 de noviembre de 2018
1. Dani Mateo
lunes, 26 de noviembre de 2018
Easy Rider
viernes, 23 de noviembre de 2018
La naranja mecánica
Supongo que este otoño lluvioso y gris que
llevamos se empeña en refrescarme la memoria y llevarme en volandas a aquellas
sesiones de cine. Y supongo también que la sucesión de noticias luctuosas que a
modo de cascada nos llegan ha decidido que fuese esta película la protagonista
de hoy. Para quienes no la hayan visto les recomiendo que lo hagan y saquen las
conclusiones pertinentes. El argumento es muy sencillo: una sociedad futura se ve sometida a la violencia en sus múltiples
variantes. Y como muestra de la misma, una pandilla se dedica a ejercerla desde
el criterio que las drogas y su propia naturaleza dictan. No hay miramientos
hacia las víctimas y la sed de mal se propaga por todo el celuloide a ritmo
vertiginosamente imprevisto. Hasta que las autoridades consideran que este
malestar puede derivar en su contra y buscan solucionarlo. Para ello echan mano
de unas pruebas psicotécnicas que los estudiosos del tema consideran infalibles
para conseguir la reeducación de los hasta ahora violentos. El hecho de
someterlos a dichos métodos logra sacar del espectador el aplauso preventivo
ante la posibilidad indeseada de ser una víctima más de aquellos abominables
seres. Torturas más o menos veladas que acaban dando por resultado el
amansamiento y con ello la paz social. Pareciera que la reconversión ha llegado
y la calma se reposa en el fondo del vaso que empezaba a enfriarse con la
intranquilidad. Es más, aquel que fuera líder de la banda, ha optado por
abrazar la ley y convertirse en defensor extremo de la misma. Un regusto a duda
te queda como interrogante. En aquella ocasión, duró poco y la solución llegó
enseguida. Concretamente llegaron seis soluciones uniformadas de azul,
numeradas con el veintiséis y dispuestas a repartir estopa sin miramiento.
Aquellos que meses antes fueran “manguis” fueron reclutados para formar parte
de la nueva brigada que velaría por la paz de las calles. Debieron pensar que
los cantos de alborozo previos a la marcha de vacaciones trimestrales eran lo
suficientemente peligrosos y optaron por cerrarnos el paso. No, no llevábamos
bombín, ni bates de béisbol, ni botas paramilitares. Por un instante pensé que
la pantalla había decidido hacerse real en la Plaza del Carmen y que la segunda
parte de la película estaba a punto de estrenarse. Tras el amedrentamiento, el
silencio, la despedida y la certeza de que estábamos en el punto de partida
hacia un tipo de sociedad temerosa y presa de sus miedos. Creo que el tiempo ha
venido a corroborar todo aquello y lamentablemente no parece existir una vuelta
atrás.
jueves, 22 de noviembre de 2018
Alguien voló sobre el nido del cuco
Quiero pensar que los años me intentan reenviar a
aquellos pasados como si pretendiesen de mí un resteo. Siempre, o casi siempre,
aparece una situación cotidiana que te suena a ya vivida desde el patio de
butacas de aquella sesión cinéfila. Y a nada que te descuides el título te
viene a la memoria. Este es el caso del nido en cuestión. Un inadaptado
protagonizado por Jack Nicholson acaba siendo ingresado en un psiquiátrico para
ser reeducado. A los sucesivos intentos de amansamiento, este responde con
nuevas salidas de la ruta marcada por la
norma impuesta. No solo no se conforma con ello sino que además empieza a
manejar sin apenas oposición a los inadaptados deficientes que hasta entonces
carecían de líder. Se establece una lucha sin miramientos entre los defensores
de las normas y este escuadrón libertario dispuesto a seguir las suyas. De poco
sirven los escarmientos a los que es o son sometidos y el miedo echa un pulso a
la osadía. Nada tienen que perder aquellos que nada temen y en esos parámetros
discurre la película. Lo de menos es el resultado final que obviamente otorga
derrota y victoria siguiendo el catecismo previsible. Lo verdaderamente curioso
empieza al salir de la proyección y una vez degustada la primera cerveza,
desoyendo las opiniones de los próximos, te aíslas y recapacitas sobre el
mensaje recibido. Cuestionas cosas, normas, estilos de vida, de direcciones, y
entonces los interrogantes se engrandecen. Te dejas llevar por el movimiento
cíclico y cuando llegas a la edad del retrovisor te das cuenta de que posiblemente
eres uno más de aquellos secundarios personajes que vivieron una ilusión y se
dejaron vencer. No han aparecido líderes capaces de llevarte hacia la utopía y las sesiones de electroshok ta producen
cosquillas. No ves en el horizonte a ningún Milos Forman capaz de dirigir este
desbarajuste de guion y empiezas a meditar la posibilidad de ingreso en un
manicomio. Seguramente allí dentro persisten aquellos que fueron tomados por lo
que realmente no son y les encanta aparentar para no sucumbir a la uniformidad.
Una enfermera Ratched se aproximará y tú le sonreirás socarronamente
indicándole que yerra nuevamente. La convencerás medianamente cuando consigas llevarla
hacia la ventana más próxima. Con la ironía colgada de tus yemas le dirigirás
la mirada hacia la escalinata de entrada. Allí, dos melenas felinas hieráticamente
situadas a ambos lados, le marcarán el camino definitivo hacia el pabellón que
precisa de sus auxilios. Justo en ese momento, una nueva ronda de lúpulo
recorrerá la barra y todo volverá a la anormalidad de costumbre.
miércoles, 21 de noviembre de 2018
1. Rexeyes
Nada más verlo tienes la sensación de encontrarte en el Bosque
de Sherwood y estar delante de unos de los componentes de la banda de Robin
Hood. La inmediatez del sonido de las flechas imaginarias silban por tus oídos
y un retorno a la leyenda se abre hueco. Buscará entre su túnica el frasco de
la pócima en el que guarda los sueños y a nada que te descuides te los
brindará. Será un brindis al sol de la aventura a la que tanto le debe este que
mira desde los marcos de madera la llegada de un nuevo amanecer. Probablemente
haya diseñado a lo largo de la noche el enésimo soliloquio del razonamiento
encaminado a la incordura. Sabe que en este lado de la norma están las
verdaderas raíces de la subsistencia del alma y a ellas se aferra para no
dejarse arrastrar hacia el abismo de la normalidad. Juega su papel de juglar
como si el mismísimo riego de la sangre se lo hubiese transmitido a modo de
herencia irrenunciable. Su puesto se eleva unos centímetros por encima de los
cercanos y a veces el hábito de la incomprensión le tatúa indeseos. Volátil
pensamiento el suyo que reniega de pertenecer a una época tan solitaria como la
incompetente mirada de quien solamente busca réditos. Este eremita del sentir
se sacia para sí con la savia del convencimiento de estar en el lugar
equivocado en el momento preciso. Mesías de posturas que no precisará de
apóstoles ni evangelistas que le sigan o den testimonio. Sus sagradas
escrituras se caligrafían de fuera hacia dentro y en el cofre más seguro las
mantiene. Únicamente la aparición de alguien capaz de entenderlas será capaz de
vencer la resistencia que pone con el candado del pudor. Dentro de nada, las
golondrinas volverán a ocupar el nido que eligieron debajo de su alero.
Entonces, solamente entonces, comprenderá que una nueva primavera se ha abierto
y con ella los brotes de sus
postulados florecerán a su antojo. Ni siquiera el desafinado sonido de las seis
cuerdas será capaz de amortiguar la vibrante expresión de alegría que nazca de
sus ojos. El resto de lo que suceda en el bosque, le traerá al pairo. Tan
acostumbrado está a los repartos injustos que ha desistido hace tiempo a
reclamar el lote que le corresponde. Y mientras tanto, intenta cumplir con el
sueño de los justos sobre los que eleva una antorcha que les orientará en el
camino de regreso cuando soliciten su compañía. Las estrofas se agolpan de
nuevo y no es cuestión de hacerlas esperar.
martes, 20 de noviembre de 2018
1. Alejandra Milla Sánchez
Reconozco mi debilidad ante determinadas situaciones, ante
determinados caracteres, ante determinadas formas de ser. Y también ante
determinados apellidos que se perpetúan en el tiempo para seguir acompañándote
en tus horas lectivas. Este es el caso, uno más de la saga. Ella, que tuvo como
precursora a la experiencia heredada, se mueve como pez en el agua que repudia
las tormentas. Pareciera que una corriente de calma la envuelve cuando se trata
de afrontar los problemas que a esa edad solemos considerar insalvables. Nada
se le resiste porque nació con el convencimiento de poder superar cualquier
adversidad y en ello continúa. Hace honor al apellido al lanzar al viento que
la tiza torbellina la carcajada que solamente los agudos e inteligentes guardan
en su interior. Domina el lenguaje para hacer con él las cenefas que adornan su
progreso. Tatúa las líneas a la derecha de las pautas como si quisiera aferrarse
al legado que las letras siembran a la espera de dar sus frutos. Cosecha en el
día a día y no se vanagloria para no desmerecer al próximo. Sería imperdonable
para ella dañar al cercano que se sabe inferior. Por ello disimula su poderío y
sencillamente se deja llevar por el discurrir de las jornadas. Ase del brazo a
la acompañante que le da sombra cada mañana hasta que la acera pone coto al
pudor de la despedida. Un ladrido callado se preguntará de nuevo cuánto va a
durar su ausencia y ella le sonreirá para aportarle la calma. Nunca osará
protestar porque sabrá meditar desde el silencio las opciones que desde la
tarima la juzgaron. Se hace de querer y quiere. A los interrogantes de la vida
les limará las aristas para que sean capaces de aportarle argumentos en su imparable
crecimiento como persona. Probablemente considere inmerecidas estas líneas y le
resulte costoso disimular el cárdeno de sus mejillas cuando las lea. Sus méritos
para ello se siguen descolgando a modo de estalactitas en la caliza existencia
que le da cobijo. Cuida las formas de un modo que sorprende hasta a las mismas
formas cuando la disconformidad se le adhiere como jubón inesperado. El último escalón
ha pedido hueco y ella, como no, se lo ha hecho. Seguirá siendo el eje
equilibrador de la balanza filial y solo será cuestión de tiempo el que pueda
comprobarlo por ella misma. Mientras tanto, su mirada inquieta, su atención al
verbo, su pulcritud en la obligación, siguen firmando con rúbrica firme su
nombre. El hueco en la orla del recuerdo ya lo tiene reservado, sin duda.
lunes, 19 de noviembre de 2018
Y al tercer año, resucitó
Probablemente
a más de uno le suene a chanza histriónica y un tanto irreverente el título de
este libro. Posiblemente aquellos que vivimos el nacimiento de acontecimientos
predemocráticos aún recordemos a Vizcaíno Casas, autor de semejante obra. Y
dado el cariz desenterrador que lleva el discurrir de los días no he podido por
menos que recordar aquel argumento que no dejaba de ser una novela bufa sobre
la imposibilidad de perpetuidad del “añorado Caudillo”. En la misma, Fernando
Vizcaíno Casas, plateaba la posibilidad de dar vida a alguien semejante físicamente
a Franco y hacerle desfilar como cuerpo presente a ver qué reacción tenía el
pueblo. La calidad literaria de la obra
ya se puede intuir. Los derechos de autor pasaron a ser salvoconducto de la película
subsiguiente y la sucesión de momentos a través de las páginas en las que el
temor de unos se confundía con los vítores de los otros acababan por redondear
este folletín para mayor gloria de nostálgicos del Régimen. Aquella lectura
soñaba con parecerse a la letra de una zarzuela aún por estrenar en la medida
en que retrataba el sentir cotidiano de una de las partes sociales. Nada de
reivindicar justicias, no; en eso, Vizcaíno Casas, tenía muy claras sus
posturas a pesar de dejarlas deslizar con un increíble halo de imparcialidad. Según
él, el mal disimulado miedo por parte de los rojos salía la luz ante el
resucitado, y el orden se dictaba de nuevo. Lo dicho, una obra simple,
oportunista como tantas otras del autor que llegó a los quioscos para consuelo de lutos con
brazo en alto y saludo centurión. Curioso, de cualquier modo, resulta que transcurridos cuarenta años de aquella
publicación, unos, otros, otros, unos y todos entre unos y otros, parezcan
echar de menos una reedición de aquella novela insustancial. Si algún perteneciente
a cualquiera de los bandos muere de deseos por leerla, que me lo comunique y la
busco. En alguna caja de cartón anudada debe estar como recuerdo de vida ya
finiquitada hace años. Lo más probable será que el olor a naftalina se haya
impuesto al polvo del entierro de las páginas que no dejan de ser un compendio
de chistes no demasiados afortunados. Queda un día para otro veinte de
noviembre y la casualidad ha actuado a su antojo. De las disputas más o menos
estériles, paso completamente a la espera de la aparición de una novela
titulada “Fin, por fin”. Igual es más divertida y sella un argumento
definitivamente serio.
domingo, 18 de noviembre de 2018
La mano del diablo
Llevaba tiempo , demasiado tiempo, excesivo tiempo sin dedicarle a la
novela policíaca su espacio como lector. Demasiado tiempo sin regresar a los
argumentos en los que la acción se sobrepone al carácter del protagonista o la
secuencia de planos escénicos se solapa una y otra vez a modo de sectores de un
abanico en constate movimiento. De modo que dejándome llevar por el título, de
la mano de Preston y Child, asumí el
reto. Atractivo ser es el Diablo, sin duda, que ha dado pie a innumerables páginas
noveladas, leyendas, y demás ficciones. Así que sumergido en una imaginaria nube
de azufre de dejé llevar. El argumento, más o menos conocido. Crímenes no
resueltos con toques satánicos y un par de policías a la búsqueda de la
solución final del enigma. De paso un mesiánico personaje que se cree lo que no
es teniendo sus momentos de gloria y todo ello aderezado con sutiles gotas de
oscurantismos medievales puestos al día. Nueva York alternando telones con
Florencia y el dúo protagonista desentrañando lo que parecía provenir del más
allá. Seiscientas y pico páginas que se despliegan a buen ritmo y que parecen destinadas a
convertirse en guion cinematográfico a nada que vuelva aponerse de moda
semejante género. Por un momento parece que Holmes y Watson se trasladan a la
actualidad y con algo más de energía física van dando cumplida cuenta a los
acertijos del enigma en cuestión. Las carencias emocionales o vitales de ambos
pasan a un segundo plano y aquí lo esencial es recuperar la senda de la
investigación que nos lleve a un resultado, obviamente, satisfactorio. Cierto
tufo en algún momento a gato negro de Poe se deja apreciar. Lo que no acaba de
encajar es la fusión un tanto forzada entre el pragmatismo de los negocios
orientales cargados de billetes con los sonidos excelsos del violín
Stradivarius. No lo veo, no; parece un añadido postizo al argumento en sus
constantes idas y venidas por las páginas del libro. De hecho, ese día que te
has levantado con mal pie lector tu mente se detiene más en el cartel de la multinacional
de la confección que en la propia secuencia de los capítulos. No en balde,
justo en la planta baja de al lado, un establecimiento luce máscaras demoníacas
carnavalescas. Dispersiones que pronto dejan de estar y recuperan el paso hacia
un final de novela más o menos esperado. Lo único que a partir de entonces te
provoca inquietud es el microondas sobre el que gira la taza a la espera de ser
liberada. De la relación de este electrodoméstico con la trama de esta obra
narrativa no añadiré más. Quien se
sienta interesado, que se deje arrastrar por su lectura y lo descubra por sí
mismo. Y si es mayor la curiosidad que su paciencia, que me la pida. Si la desvelaré
o no, solamente el diablo lo sabe.
viernes, 16 de noviembre de 2018
1. Jesús Vergara, y
sus libros
jueves, 15 de noviembre de 2018
Bohemian Rhapsody
Tantos rumores de excelencia me decidieron a acudir a la sala a
presenciar la vida cargada de éxitos y fracasos de Freddie Mercury, alter ego
de Queen. Y lo primero que me llamó la atención fue lo bien ambientada que
estaba la historia, lo certero que resulta regresar a aquellos años de eclosión
rockera. Un panorama en el que hacerse un hueco musical no precisaba de
disfraces tan habituales hoy en día. Ni
se abusaba de los medios audiovisuales ni se daba gato por liebre a quien
mínimamente contase con algo de juicio a la hora de valorar. Y así, tras una
media hora estirada hacia los cuarenta minutos en los que la atonía parecía
ganar la partida, empezó el auténtico espectáculo. Meciéndose en la soledad que
disimulaba su liderazgo, el auténtico protagonista se nos mostraba desnudo de
cuerpo y alma, carente de afectos y sobrante de poses. Precio de una fama que
suele mostrar la cara más amable para no defraudar a los seguidores delas
estrellas a las que intentan imitar. No se permitirían flaquezas de ánimo a
quien era capaz de envalentonar estadios enteros con su enérgica actuación
protegido por su auténtica familia. Nubes de inconsciencia se van abriendo paso
en medio de la vorágine del éxito y la borrachera del mismo te lleva en
volandas a las cataratas de caída libre. Decepciones en ambos sentidos en los
que la única amarra que le queda para no perecer de soledad es el amor de
aquella a la que quiso y que le sigue correspondiendo. Las malas influencias se
dejan caer como si su ausencia restase credibilidad a semejante biografía.
Percibes el tarareo próximo de las butacas cercanas y te subes a él como
queriendo reivindicar el derecho a que cada cual elija el modo de vida que
quiera. Los estribillos del coro a media voz que se va formando dan testimonio
de pertenencia a la grada que desde el patio de butacas se sueña en Wembley. Años ochenta que dejaron huella no siempre
aceptada por quienes dictaron las reglas. Años de reinado de un modo de hacer,
de cantar, de actuar, de vivir, que tuvo en este genio el icono merecido. Hoy
que tan acostumbrados estamos a ver desfilar por el podio de la fama a ídolos
con fecha inmediata de caducidad se hace imprescindible revisar los méritos.
Puede que más de uno al compararse agachase las orejas y supiese ver que su
escalón está a años luz de aquellos que marcaron época y exhibieron libertades
como bandera de vida. Los inmortales perduran por más que la tierra los quiera
como abono para que florezca el olvido.
miércoles, 14 de noviembre de 2018
1. Abilio Cerdán
Martínez
1. Antonio y Manola
martes, 13 de noviembre de 2018
1. Pili , Jose y
viceversa
lunes, 12 de noviembre de 2018
1. Noé
Luján Ochoa, añadiré para que su carta de presentación
esté completa. Como completo permanece aquel sabor a nicotina que debajo de su
bigote perfilado exhalaba. Inmediatamente después volvía a reafirmarse en su
firme promesa de dejar el tabaco para volver a romperla a la menor ocasión. Y
creo que debió de ser lo poco que dejó de cumplir. Él, que pasó gran parte de
su vida como guardia de mandamases estaba tan acostumbrado a cumplir con el
deber como aquellos que pertenecieron a la generación del ordeno y mando. De
sus vísperas de aquel final de febrero dio cumplida cuenta e información
aquella noche de verano bajo la luz de una farola. Encendimos el de rigor y
toda una crónica de primera mano me llegó de su garganta. Entre calada y calada
la sucesión de pasos amenazantes hacia la convivencia post franquista salieron
a la luz. La vorágine de traslados de los estrellados generales, los circunloquios
de las cartucheras, los gritos callados de quienes se sintieron sin permiso
custodios de futuros, tomaron turno en esa plácida hora extensa de
conversación. Más allá, de posturas políticas, allí, al socaire de la torre de
la iglesia, un argumento paralelo a la versión oficial salía a la luz. De nuevo
el mechero se unía a la charla y de su carraspeo hacía Noé testamento apócrifo.
Él, que siempre presumió de ser experto y veloz piloto, dominaba el cambio de
marchas de la tertulia y poco a poco derivó hacia temas más cotidianos. Supe al
día siguiente de sus habilidades artesanas que convertían cepas en lámparas.
Supe de su intransigencia ante una mala jugada de dominó que le hacía reo de la
derrota no merecida. Dejé de saber si los lentes circulares de su padre seguían
leyendo las consignas falangistas en algún cajón de la cómoda. O si su carnet
de guardia real llegó a salvarle de algún contratiempo con las parejas de la
benemérita como en aquella primera ocasión. Se hacía de respetar sin imponer
criterios y su paso jamás dejó privilegio a la espalda que curvan los años. Cada
vez que el telón festivo se despliega en el frontal, su figura reaparece. Se
apoya sobre la barandilla del balcón, saluda a quien pasa y lanza a los vientos
ese tono de voz que tanto le sigue caracterizando a pesar de su ausencia. Posiblemente
si alguien intentase hoy en día preguntarle por el destino adecuado de los
restos de Franco, antes de contestarle, lo miraría a la cara, se palparía el
bolsillo y diría “¿llevas fuego?”; merecería la pena volverlo o a escuchar, sin
duda.viernes, 9 de noviembre de 2018
Loquillo
Cuesta un tiempo bajarse
de una opinión preconcebida. Cuesta tiempo y a veces el tiempo se encarga de
hacerte recapacitar para sacarte del error que ni siquiera admitías tener. Tus
apreciaciones previas venían cargadas de cierta aversión hacia el postureo del
artista en cuestión y trazaron una enredadera entre su virtuosismo y tu
admiración hacia dicho artista. Hasta que llega el momento en el que decides
arriesgarte a participar en directo de uno de sus espectáculos a ver qué pasa.
Pasa que es viernes, que la plaza de toros ha dado paso a un Loco y su banda y
la expectación se palpa en la arena y en las gradas. Pasa que te mueves
buscando la dirección correcta del sonido y una vez ubicado te dejas llevar por
el rock and roll que deciden ofrecerte a ti y los miles de seguidores que
empiezan a moverse a la primera ocasión. Pasa que la elegancia de este dandy
llamado Loquillo traspasa su atuendo y se convierte en poesía para que lo
disfrutes plenamente. Pasa que tus oídos no dan crédito a semejante perfección
en cada uno de los miembros de su banda. Por un momento crees que está enlatada
la música al no aparecer ni un solo fallo en ninguna de las participaciones.
Las canciones se suceden sin interrupción y alucinas al comprobar cómo un
acordeón se convierte en instrumento rockero impensable y absolutamente
bienvenido. Las guitarras se suceden a ritmo frenético y desde la batería los
compases son marcados con la advertencia de negarte el descanso. La muchedumbre
se mueve a modo de marea vibrante y toda una carrera musical cubre etapas a lo
largo de esta noche. De frente, un pájaro loco fuma mofándose de las normas,
añorando los buenos tiempos en los que las ansias de libertad abrieron fronteras,
derribaron muros y cobraron peajes. Pura resistencia musical a cualquier
intento de regreso al oscurantismo y nula presencia de discursos innecesarios. La
música mostrada encierra por sí sola el mensaje definitivo de una forma de
entender la vida y afrontar los desafíos. Sigue la catarata de corcheas, los
lucimientos de las cuerdas, los saltos por todas las variaciones que su estilo
domina y definitivamente reconoces tu error de apreciación que tanto tiempo has guardado
en el cofre de tu ignorancia. Miras al cielo, cruza un nuevo avión hacia Manises,
el reloj de la plaza hace casi tres horas que se peinó con el tupé adecuado al
concierto y te sumas a la opinión unánime que proclama larga vida al rock and
roll. Y solamente entonces compruebas y agradeces que todos los gatos del
callejón, todos los reyes del glam, cruzaron el paraíso subidos en un cadillac pilotado
por un tipo feo, fuerte y formal llamado José María Sanz Beltrán, Loquillo.
1. Quintín
jueves, 8 de noviembre de 2018
Això ho pague jo
A todos aquellos y
aquellas que vivimos en Valencia, nos sonará a cercana y mil veces escuchada
semejante expresión. Para los foráneos diré que viene a traducirse literalmente
como un lema de generosidad que anticipa
el pago de una cuenta común por parte del más generoso del grupo. Con ello,
además de ganarse el aplauso de la concurrencia, un halo de egolatría se tejía
sobre dicho individuo y con ello tenía su recompensa. Pues bien, visto lo
visto, parece ser que se ha extendido la moda entre las sentencias judiciales
cambiando solamente el pronombre final. Del yo, se ha pasado al tú. De la
vanagloria fanfarrona a la penitencia de seguir haciéndote pagano de rondas
abiertas en las hipotecas previsibles. Aquí todo el mundo metiendo la mano en
un acuerdo contractual y como pagano de todo el abajo firmante. Genial, pero
genial de veras. Vendría a ser algo parecido a la reunión más o menos espontánea
a la que se va sumado gente y cuando aquella amenaza con concluir dicha gente
empieza a desaparecer disimuladamente. El más confiado tiene que hacerse cargo
de la cuenta y cuando se da cuenta se siente timado. A partir de entonces andará
con pies de plomo cuando alguien le vuelva a proponer una nueva reunión. Está
escaldado de las previas y no le hará ninguna gracia pasar otra vez por el trance.
Igual se aferra a la esperanza que otro lance cuando proponga reunión y se deje
llevar. Pensará que en justa medida le serán
reconocidas sus dádivas previas. Se creerá recompensado por sus pérdidas. Iluso
una vez más. A nada que se descuide, la factura volverá a buscarle como
destinatario. Esta vez puede que ni siquiera haya desaparecido de su proximidad aquellos que lo
hicieron en ocasiones precedentes. Lo mirarán con una mirada entre inquisidora
y risueña y entre sus labios sellados creerá leer el “ això ho pagues tu”. Suplicará
para sus adentros que las subsiguientes
reuniones se espacien eternamente y que el rótulo colgado a su espalda en el
que se le califica de infeliz no sea demasiado legible. Quién sabe si no se
plantea buscar una justa recompensa y que alguien se ponga de su parte. Infeliz
de nuevo, se dará cuenta de que aquellos que se la prometieron abandonan el
local con un palillo entre los dientes y se despiden amigablemente citándose para otra pronta
reunión. Saben de sobra quien acabará pagando las rondas y eso es lo que les
importa.
miércoles, 7 de noviembre de 2018
1. Villarejo, el comisario
martes, 6 de noviembre de 2018
1. Paco, el de la
Hermandad
Ahora que lo pienso, no sé, nunca supe sus apellidos. Tampoco es
que me sea imprescindible para pespuntear su imagen pero nunca los supe. Sé que
llegó dándole gas a su vespa desde Cardenete y que su mujer, Ana, ocupaba el
asiento del sidecar. Demasiadas curvas en esos diecinueve kilómetros como para regresar
frecuentemente. Vestía como todo aquel posicionado a la sombra de una victoria
que hacía suya y no tengo muy claro si las manos se le tiznaron de pólvora en alguna
trinchera. He de dar por válida la versión que acusaba a un accidente de
bicicleta como el causante de su cojera. Corto de talle, elegante en la
postura, con el bigote recortado según la moda de la época que le identificaba
sobradamente como miembro de un Movimiento llamado a perdurar haciéndose inamovible.
Curioso camaleón como tantos otros que subsistieron holgadamente al socaire de
los himnos. Sus primeros años se vistieron de camisa azul Mahón y corbata negra
con un yugo flechado sobre el ojal de la chaqueta. Su constante transitar
escaleras abajo y escaleras arriba le fueron allanando el camino que tan bien
protegía el tricornio familiar. Manejaba la Hermandad de Agricultores y
Ganaderos desde la atalaya esquinada de la plaza como si de un preboste
berlangueño se tratase a la espera de un discurso soflamador. Sabía moverse
como nadie en las corrientes de un río llamado a fenecer y poco apoco se fue
reciclando. Uno más de otros tantos que dejaron de cantar al sol para contar
las monedas que esas entonaciones les proporcionaron. Se subió al cambio y de
su despacho selló las oportunas mensualidades de quienes se apuntaron a futuras
pensiones convenientemente cotizadas. Manejó intereses bancarios desde la
oficina convenientemente caldeada y pulcramente abierta desde primera hora de
la mañana. Dejó pasar la vida. La gomina del pelo cada vez tuvo menos trabajo y
el perfilado labio superior se convirtió en páramo. Nada parecía querer
recordar a aquello que la Historia calificaba de inadmisible. Uno de los últimos
recuerdos que tengo de él proviene de la oficina que en el modificado Cuartel
de la Guardia Civil se instaló. Pasé a llevarle un comunicado y estaba acabando
de cobrar la mensualidad a quien su espalda curvada daba fe de una vida llena
de sacrificios. Éste se había quitado la boina como signo de pleitesía y
reconocimiento de inferioridad. Pero lo que más me llenó de estupor fue ver
cómo una vez pagado el recibo, el infeliz añadió una propina. Que cada cual
adivine si le fue aceptada o no. Yo con ser testigo ya tuve bastante. Poco
tiempo después, un Seat 131 Supermirafiori, emprendió una ruta de salida sin
posibilidad de regreso.
viernes, 2 de noviembre de 2018
1. Mi tío Zoilo
jueves, 1 de noviembre de 2018
Finales felices
Debería existir la posibilidad de visualizar por unos minutos
el final de tu propia existencia. Sería una última voluntad aquella que te
nacería de un puesto de director de escena al que todos los asistentes como
actores obedecerían sin posibilidad de réplica alguna. La claqueta marcaría el
momento justo del comienzo del rodaje y todo cumpliría con tus expectativas a fin de satisfacerte plenamente. No sería necesario cubrir un largometraje
pero sería imprescindible cumplir punto por punto el guion de la comedia,
tragedia o drama que hubieras decidido. Más o menos, adjudicarías a cada
participante un papel adecuado y siempre quedaría abierta la posibilidad de
ampliar la escena con detalles de última hora, nunca mejor dicho. De paso, en lo que a mí concierne, eliminaría
los llantos, prohibiría los suspiros,
censuraría las lágrimas. Qué horror traspasar la frontera hacia lo
desconocido en brazos de la tristeza. Nada
de lutos, nada de cirios, nada de urnas acristaladas en las que el protagonista
que me muere permanezca tumbado boca arriba encajonado en un féretro. No soy de los que suelen dormir bien si no
es de lado y las apneas posturales póstumas no serían bienvenidas. Por si acaso alguien decidiese venir en
persona a corroborar mi finiquito, que
al menos se gane el brindis adecuado y sea sincero a la hora de despedirse de mí. Me da
lo mismo si verbal o por escrito, pero que se desahogue si es lo que
precisa. De velatorio, lo justo, y si es
posible, lo mínimo, y si es posible, nada. Lo más rápido y urgente será cumplir con mis
deseos de ser el inmediato tronco ígneo del horno crematorio. Siempre he
preferido el calor al frío y no me voy a andar entonces con tiquismiquis. Una
vez enfriadas las cenizas, nada de búcaros; si de algo sirviera, al substrato
del rosal, a los pies del laurel, a las raíces del lilero. Y si no es mucha
molestia, que unas rosas blancas germinen por encima. Si los gatos vienen o no
a husmear, o las avispas a revolotear, o los caracoles a saciarse, ya dará
igual, sinceramente. Pero si algo hay que no me gustaría en absoluto sería
verme enclaustrado en el tercero derecha
del bloque libre de un nuevo edificio llamado cementerio. Suelo llevarme bien con
todo el mundo, pero tanto silencio resultaría claustrofóbico. Bueno, queda
dicho, y espero que mis deseos se cumplan cuanto más tarde mejor. Mientras llega, intentaré por todos los
medios buscarme todos los momentos felices que pueda sean o no finales. De lo que vaya a figurar como epitafio en el
recuerdo, allá cada cual; solo espero que sea divertido y si alguien ya lo
tiene que me lo pase y lo voy valorando.
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