jueves, 29 de noviembre de 2018


1. Marina  C. Ll.


En base a la memoria que me asiste, su nombre regresó a mí. Regresó, y con ella regresó la mañana en la que tuve el inmenso infortunio de acudir a su consulta. Un problema otorrinolaringólogo necesitaba ser resuelto a la mayor brevedad posible y el destino quiso que el infortunio se vistiera de bata blanca con su nombre y apellidos. Obviaré de momento los mismos para sacarlos a la luz en alguna visita que el futuro me depare. Le llevaré en mano una copia dedicada de este retrato y posiblemente deduzca el tono áspero del mismo. Puede que entonces compruebe lo merecido que lo tiene cuando le recrimine el modo, que no el fondo, de su atención sanitaria. Nada que objetar a sus conocimientos; obviamente, ni puedo ni debo ponerlos en cuestión, faltaría más. Me dedicaré a explicarle cómo se trata a un paciente que acude cargado de nerviosismo y que espera al menos un mínimo de árnica ante el veredicto de su exploración. Probablemente está acostumbrada a soltar abominaciones por su laringe para hacerse de valer más de lo que vale. Probablemente está acostumbrada a verse superior  en la medida que extiende un paño de malos augurios sobre el doliente que la visita. Probablemente está acostumbrada a verse ante el espejo y es  tal la repulsa que se provoca que no acepta ser como es. Probablemente será la trepa que escale los peldaños del organigrama sanitario peloteando al superior y pisoteando al rival. Seguramente es una desgraciada y, o no lo sabe, o no lo quiere aceptar. Seguramente rechaza la alegría porque considera que tras una sonrisa nerviosa de quien se tiende ante ella para dejarse diagnosticar se esconde un ser optimista, y por lo tanto sospechoso. Seguramente echa de menos aquellas técnicas de extirpación de anginas en las que se ataba al incauto mientras las tenazas ejercían de verdugo. Seguramente fue la menos querida y sigue sin superarlo a pesar del tiempo transcurrido. Tiene suerte. Dejé de fumar hace once años y las visitas al servicio de otorrino no me son imprescindibles. Pero me conozco, y sé que si vuelvo a tener problemas, acudiré, buscaré sus atenciones, le firmaré su retrato y mirándola a la cara le dedicaré un  “qué pereza” que tanto me gusta. Igual no sabe cómo reaccionar al ver que alguien que tuvo la oportunidad de cruzarse con ella la sigue recordando, pero para mal. Dicen los que saben que la mejor leña para caldear una chimenea es la de carrasca y puede que la mejor cerilla sea aquella que prende la piña del desahogo.

miércoles, 28 de noviembre de 2018


1. Isabelín


Existen nombres que por sí solos son suficientemente especificativos. No necesitan la ayuda de ningún apellido e incluso acaba despareciendo del carnet diario de la proximidad. Isabelín es la prueba. Nadie podrá negarse la imagen que le llega cuando oiga pronunciar su nombre. Inmediatamente se trasladará a las puertas metálicas que fronterizan la planta en la que el todo se acumula. Un todo llegado del esfuerzo y la constancia que en el Abrevaor tiene el origen y que bajo los nogales firman un modo de vida. Tantos y tantos viajes a lomos de la furgoneta azul sobre la que disponer en un Segundo de todo aquello que la tierra ofrecía y sigue prestando. Aún mantiene el aroma al espliego que llegó a encabritar por el sobrepeso a la furgoneta que buscaba la marmita destiladora en la curva del río. Las aguas compitieron con las hoces para ofrecer productos y en ello sigue. Sobre la acera, las macetas adoptan las mil formas caprichosas que los geranios exigen. Sobre su piel, los claroscuros se simultanean para ofrecer dos versiones de un mismo rostro siempre risueño. La romana descansa y espera al siguiente del turno sabiendo que será generosa con la pesa. La toca duerme en el arcón ante la lejana llegada del otoño que presagiará lluvias y fríos. Enhebrará el hilo de la conversación adueñándose de la prisa para vencerla al menor descuido. Nada importará más que recontar los pasos de quienes pasan por delante de su mirada aguda sin caer en la cuenta de ello.  La rueda del carretillo ronronea el óxido que la fuerzas fueron depositando y la silla baja de anea será pintada de nuevo como cada primavera. Icono de un tiempo que se resiste a convertirse en olvido, aún de cuando en cuando, se sueña viajera hacia mercados cercanos. Las cajas de cartón con respiradero fueron convenientemente anudadas con cuerdas de pita y fueron maleta de enseres en tantas ocasiones como ocasiones se presentaron. Bastará su simple desplazamiento hacia la esquina para que todo aquel que la eche de menos la tenga de nuevo. Habla de la familia en un intento de afianzar los lazos que tantas y tantas veces se desatan sin querer. Un nuevo ciclo se asoma a su vida y ella misma será la encargada de darle cuerda al reloj pausado de su existencia. El corazón sincopa los latidos como si el péndulo le negase a la pausa a quien la pausa desconoce. Es de las que con tres perras ha sido capaz de comprender el auténtico valor de la riqueza. Si alguna vez os la encontráis, si alguna vez le preguntáis cómo está, no hagáis caso excesivo a sus quejas primeras. Enseguida comprobaréis que la vitalidad la sigue acompañando y no le gusta presumir de ello ante nadie.

martes, 27 de noviembre de 2018


1. Dani Mateo


No es que sea fiel seguidor de sus actuaciones ni me vuelvan loco de alegría sus monólogos. Supongo que la sobreabundancia de ofertas lleva al hartazgo y raramente te paras a degustar lo que alguien como Dani Mateo puede ofrecerte. Igual los guionistas son los culpables a favor o en contra de la aceptación por parte del público. Es igual; simplemente, me da lo mismo. Han pasado tantas figuras escénicas por delante a lo largo de los años que parece que la risa se me ha agotado. Aunque visto lo visto, creo que más que agotarse se ha avinagrado en el matraz del acético que el peor de los vinos pudiera ofrecer. Según cuentan, en la Edad Media, el bufón era el encargado de elevar el ánimo al alicaído noble que se solía aburrir en sus veladas de hartazgo. Posiblemente la expansión de territorios había diezmado sus huestes y la pena le embargaba de modo incruento. Las bajas eran lo de menos; lo importante resultaba ser la victoria sobre aquellos a los que tomaba por enemigos por poseer lo que él ansiaba, reclamaba, conquistaba o robaba . De modo que ante el compás de espera que una nueva refriega ofrecía, el señor, se aburría y había que sacarlo de ese estado penoso. Y ahí estaba el bufón. Con más o menos fortuna conseguía ejercer su papel y de los cascabeles de su cabeza brotaban las chanzas con el interrogante sonando de la aprobación o la repulsa. Supongo que los pendones ondearían a la intemperie y los centinelas nocturnos cuidarían de ellos como oro en paño en sus sucesivas imaginarias almenadas. Imagino que por nada del mundo se le habría ocurrido al payaso del castillo solicitar que arriaran alguno para convertirlo en un elemento más de su representación. ¡Por dios!, ¿quién se iba a atrever a ondear las carcajadas a costa de semejante estandarte identificativo? ¡Faltaría más! De modo que pasaron los siglos, llegaron revoluciones y las banderas siguieron siendo algo más que elementos identificativos de clases más o menos dispares. Tras ellas se generaron guerras y no parece que la cosa vaya a remitir. Ahí, querido Dani, señor Mateo, es donde usted o quien le haya escrito el guion, ha patinado. No se han dado cuenta del fervor que desencadena una bandera sea del color que sea. Que los seguidores sean fanáticos defensores de la misma es una cuestión que precisaría de un estudio concienzudo y un análisis definitivo. Mientras ese siglo llega, estimado señor, paciencia. El castillo sigue firme, la torre del homenaje está convenientemente custodiada y las mazmorras siguen siendo el lugar más inhóspito de toda la fortaleza. Y por supuesto, algo que no es admisible de ninguna de las maneras es el humor irreverente que pudiera dañar en lo más hondo a los súbditos, o sí. Créame si le digo que se han arrestado banderas castrenses pero no me pida que le explique los motivos porque sonarían a broma.

lunes, 26 de noviembre de 2018


Easy Rider


Como si la vida diese la vuelta sobre tu vida misma y te ofreciese la posibilidad de regresarte a aquellos años, así regresó esta película a mi recuerdo. Un canto a la libertad absoluta por parte de un par de amigos en busca de la carencia de normas. Un camino de ida hacia el paraíso que en aquellos años sesenta se situaba sobre la costa oeste norteamericana. Un no retorno hacia las corrección que como de costumbre busca adoctrinamientos y por lo tanto sometimiento. Un fugaz sueño que las mismas pesadillas se encargan de cercenar dejándote un sabor amargo del quise y no pude. Y todo a lomos de una montura de acero con auténtico sabor a ruta 66. Los coqueteos con la ley se suceden a lo largo del film y no deja de asomarse el peculiar personaje que considera que su vida es una mierda y se suma a la utopía. Porque de eso se trata, exactamente, de eso. De dejar transcurrir  a lo largo del metraje ese canto cargado de octanos de dos mitades de un mismo sentir en busca de sí mismos. Las trabas no suponen más que un traspié para aquellos que las colocan y la irreverencia se hace presente cada vez que la noche se cierne sobre los flecos de sus chaquetas. Podría considerarse predecible la persecución y prohibición que tuvo por parte de unas autoridades que no permitían ni el más mínimo descarrilamiento de los postulados. Más o menos como ahora, si se analiza despacio. Una banda sonora cargada de ácidos lisérgicos y guitarreos salvajes apoyan la trama y sobre esa misma idea empañas el espejo, cierras los ojos y decides asomarte a lo que pudieron sentir aquellos que lo vivieron en tiempo y lugar. Sientes el rugir de los cilindros, echas de menos los  pañuelos que han cedido puesto al casco, echas de más los carenados de las máquinas y te sumerges en ese sueño personal inacabado. Comparas y ves que el sistema ha fagocitado aquello que amenazaba su propia norma y te das por vencido. Recuerdas el final de aquella hermosa película y achacas al frío viento de poniente la culpa de la humedad que recorre tus mejillas. Sabes que Dennis Hopper se debe estar partiendo de risa una vez más y que Jack Nicholson sigue luciendo el caso de quaterback como pasajero de la Harley. Ya, si acaso, cuando caiga la noche de nuevo, prestarás atención a lo que tiene que decir sobre la libertad y entonces pide que el sueño no se te acabe convirtiendo en desvelo. Quienes no la hayáis disfrutado, hacedlo. Puede que a partir de entonces calléis para vosotros la respuesta que habéis dado a tantas preguntas, más que nada, por vergüenza.

viernes, 23 de noviembre de 2018


La naranja mecánica



Supongo que este otoño lluvioso y gris que llevamos se empeña en refrescarme la memoria y llevarme en volandas a aquellas sesiones de cine. Y supongo también que la sucesión de noticias luctuosas que a modo de cascada nos llegan ha decidido que fuese esta película la protagonista de hoy. Para quienes no la hayan visto les recomiendo que lo hagan y saquen las conclusiones pertinentes. El argumento es muy sencillo: una sociedad futura  se ve sometida a la violencia en sus múltiples variantes. Y como muestra de la misma, una pandilla se dedica a ejercerla desde el criterio que las drogas y su propia naturaleza dictan. No hay miramientos hacia las víctimas y la sed de mal se propaga por todo el celuloide a ritmo vertiginosamente imprevisto. Hasta que las autoridades consideran que este malestar puede derivar en su contra y buscan solucionarlo. Para ello echan mano de unas pruebas psicotécnicas que los estudiosos del tema consideran infalibles para conseguir la reeducación de los hasta ahora violentos. El hecho de someterlos a dichos métodos logra sacar del espectador el aplauso preventivo ante la posibilidad indeseada de ser una víctima más de aquellos abominables seres. Torturas más o menos veladas que acaban dando por resultado el amansamiento y con ello la paz social. Pareciera que la reconversión ha llegado y la calma se reposa en el fondo del vaso que empezaba a enfriarse con la intranquilidad. Es más, aquel que fuera líder de la banda, ha optado por abrazar la ley y convertirse en defensor extremo de la misma. Un regusto a duda te queda como interrogante. En aquella ocasión, duró poco y la solución llegó enseguida. Concretamente llegaron seis soluciones uniformadas de azul, numeradas con el veintiséis y dispuestas a repartir estopa sin miramiento. Aquellos que meses antes fueran “manguis” fueron reclutados para formar parte de la nueva brigada que velaría por la paz de las calles. Debieron pensar que los cantos de alborozo previos a la marcha de vacaciones trimestrales eran lo suficientemente peligrosos y optaron por cerrarnos el paso. No, no llevábamos bombín, ni bates de béisbol, ni botas paramilitares. Por un instante pensé que la pantalla había decidido hacerse real en la Plaza del Carmen y que la segunda parte de la película estaba a punto de estrenarse. Tras el amedrentamiento, el silencio, la despedida y la certeza de que estábamos en el punto de partida hacia un tipo de sociedad temerosa y presa de sus miedos. Creo que el tiempo ha venido a corroborar todo aquello y lamentablemente no parece existir una vuelta atrás.  

jueves, 22 de noviembre de 2018


Alguien voló sobre el nido del cuco



Quiero pensar que los años me intentan reenviar a aquellos pasados como si pretendiesen de mí un resteo. Siempre, o casi siempre, aparece una situación cotidiana que te suena a ya vivida desde el patio de butacas de aquella sesión cinéfila. Y a nada que te descuides el título te viene a la memoria. Este es el caso del nido en cuestión. Un inadaptado protagonizado por Jack Nicholson acaba siendo ingresado en un psiquiátrico para ser reeducado. A los sucesivos intentos de amansamiento, este responde con nuevas  salidas de la ruta marcada por la norma impuesta. No solo no se conforma con ello sino que además empieza a manejar sin apenas oposición a los inadaptados deficientes que hasta entonces carecían de líder. Se establece una lucha sin miramientos entre los defensores de las normas y este escuadrón libertario dispuesto a seguir las suyas. De poco sirven los escarmientos a los que es o son sometidos y el miedo echa un pulso a la osadía. Nada tienen que perder aquellos que nada temen y en esos parámetros discurre la película. Lo de menos es el resultado final que obviamente otorga derrota y victoria siguiendo el catecismo previsible. Lo verdaderamente curioso empieza al salir de la proyección y una vez degustada la primera cerveza, desoyendo las opiniones de los próximos, te aíslas y recapacitas sobre el mensaje recibido. Cuestionas cosas, normas, estilos de vida, de direcciones, y entonces los interrogantes se engrandecen. Te dejas llevar por el movimiento cíclico y cuando llegas a la edad del retrovisor te das cuenta de que posiblemente eres uno más de aquellos secundarios personajes que vivieron una ilusión y se dejaron vencer. No han aparecido líderes capaces de llevarte hacia la utopía y  las sesiones de electroshok ta producen cosquillas. No ves en el horizonte a ningún Milos Forman capaz de dirigir este desbarajuste de guion y empiezas a meditar la posibilidad de ingreso en un manicomio. Seguramente allí dentro persisten aquellos que fueron tomados por lo que realmente no son y les encanta aparentar para no sucumbir a la uniformidad. Una enfermera Ratched se aproximará y tú le sonreirás socarronamente indicándole que yerra nuevamente. La convencerás medianamente cuando consigas llevarla hacia la ventana más próxima. Con la ironía colgada de tus yemas le dirigirás la mirada hacia la escalinata de entrada. Allí, dos melenas felinas hieráticamente situadas a ambos lados, le marcarán el camino definitivo hacia el pabellón que precisa de sus auxilios. Justo en ese momento, una nueva ronda de lúpulo recorrerá la barra y todo volverá a la anormalidad de costumbre.  

miércoles, 21 de noviembre de 2018


1. Rexeyes



Nada más verlo tienes la sensación de encontrarte en el Bosque de Sherwood y estar delante de unos de los componentes de la banda de Robin Hood. La inmediatez del sonido de las flechas imaginarias silban por tus oídos y un retorno a la leyenda se abre hueco. Buscará entre su túnica el frasco de la pócima en el que guarda los sueños y a nada que te descuides te los brindará. Será un brindis al sol de la aventura a la que tanto le debe este que mira desde los marcos de madera la llegada de un nuevo amanecer. Probablemente haya diseñado a lo largo de la noche el enésimo soliloquio del razonamiento encaminado a la incordura. Sabe que en este lado de la norma están las verdaderas raíces de la subsistencia del alma y a ellas se aferra para no dejarse arrastrar hacia el abismo de la normalidad. Juega su papel de juglar como si el mismísimo riego de la sangre se lo hubiese transmitido a modo de herencia irrenunciable. Su puesto se eleva unos centímetros por encima de los cercanos y a veces el hábito de la incomprensión le tatúa indeseos. Volátil pensamiento el suyo que reniega de pertenecer a una época tan solitaria como la incompetente mirada de quien solamente busca réditos. Este eremita del sentir se sacia para sí con la savia del convencimiento de estar en el lugar equivocado en el momento preciso. Mesías de posturas que no precisará de apóstoles ni evangelistas que le sigan o den testimonio. Sus sagradas escrituras se caligrafían de fuera hacia dentro y en el cofre más seguro las mantiene. Únicamente la aparición de alguien capaz de entenderlas será capaz de vencer la resistencia que pone con el candado del pudor. Dentro de nada, las golondrinas volverán a ocupar el nido que eligieron debajo de su alero. Entonces, solamente entonces, comprenderá que una nueva primavera se ha abierto y con ella los brotes    de sus postulados florecerán a su antojo. Ni siquiera el desafinado sonido de las seis cuerdas será capaz de amortiguar la vibrante expresión de alegría que nazca de sus ojos. El resto de lo que suceda en el bosque, le traerá al pairo. Tan acostumbrado está a los repartos injustos que ha desistido hace tiempo a reclamar el lote que le corresponde. Y mientras tanto, intenta cumplir con el sueño de los justos sobre los que eleva una antorcha que les orientará en el camino de regreso cuando soliciten su compañía. Las estrofas se agolpan de nuevo y no es cuestión de hacerlas esperar.

martes, 20 de noviembre de 2018


1. Alejandra Milla Sánchez



Reconozco mi debilidad ante determinadas situaciones, ante determinados caracteres, ante determinadas formas de ser. Y también ante determinados apellidos que se perpetúan en el tiempo para seguir acompañándote en tus horas lectivas. Este es el caso, uno más de la saga. Ella, que tuvo como precursora a la experiencia heredada, se mueve como pez en el agua que repudia las tormentas. Pareciera que una corriente de calma la envuelve cuando se trata de afrontar los problemas que a esa edad solemos considerar insalvables. Nada se le resiste porque nació con el convencimiento de poder superar cualquier adversidad y en ello continúa. Hace honor al apellido al lanzar al viento que la tiza torbellina la carcajada que solamente los agudos e inteligentes guardan en su interior. Domina el lenguaje para hacer con él las cenefas que adornan su progreso. Tatúa las líneas a la derecha de las pautas como si quisiera aferrarse al legado que las letras siembran a la espera de dar sus frutos. Cosecha en el día a día y no se vanagloria para no desmerecer al próximo. Sería imperdonable para ella dañar al cercano que se sabe inferior. Por ello disimula su poderío y sencillamente se deja llevar por el discurrir de las jornadas. Ase del brazo a la acompañante que le da sombra cada mañana hasta que la acera pone coto al pudor de la despedida. Un ladrido callado se preguntará de nuevo cuánto va a durar su ausencia y ella le sonreirá para aportarle la calma. Nunca osará protestar porque sabrá meditar desde el silencio las opciones que desde la tarima la juzgaron. Se hace de querer y quiere. A los interrogantes de la vida les limará las aristas para que sean capaces de aportarle argumentos en su imparable crecimiento como persona. Probablemente considere inmerecidas estas líneas y le resulte costoso disimular el cárdeno de sus mejillas cuando las lea. Sus méritos para ello se siguen descolgando a modo de estalactitas en la caliza existencia que le da cobijo. Cuida las formas de un modo que sorprende hasta a las mismas formas cuando la disconformidad se le adhiere como jubón inesperado. El último escalón ha pedido hueco y ella, como no, se lo ha hecho. Seguirá siendo el eje equilibrador de la balanza filial y solo será cuestión de tiempo el que pueda comprobarlo por ella misma. Mientras tanto, su mirada inquieta, su atención al verbo, su pulcritud en la obligación, siguen firmando con rúbrica firme su nombre. El hueco en la orla del recuerdo ya lo tiene reservado, sin duda.       

lunes, 19 de noviembre de 2018


Y al tercer año, resucitó



Probablemente a más de uno le suene a chanza histriónica y un tanto irreverente el título de este libro. Posiblemente aquellos que vivimos el nacimiento de acontecimientos predemocráticos aún recordemos a Vizcaíno Casas, autor de semejante obra. Y dado el cariz desenterrador que lleva el discurrir de los días no he podido por menos que recordar aquel argumento que no dejaba de ser una novela bufa sobre la imposibilidad de perpetuidad del “añorado Caudillo”. En la misma, Fernando Vizcaíno Casas, plateaba la posibilidad de dar vida a alguien semejante físicamente a Franco y hacerle desfilar como cuerpo presente a ver qué reacción tenía el pueblo.  La calidad literaria de la obra ya se puede intuir. Los derechos de autor pasaron a ser salvoconducto de la película subsiguiente y la sucesión de momentos a través de las páginas en las que el temor de unos se confundía con los vítores de los otros acababan por redondear este folletín para mayor gloria de nostálgicos del Régimen. Aquella lectura soñaba con parecerse a la letra de una zarzuela aún por estrenar en la medida en que retrataba el sentir cotidiano de una de las partes sociales. Nada de reivindicar justicias, no; en eso, Vizcaíno Casas, tenía muy claras sus posturas a pesar de dejarlas deslizar con un increíble halo de imparcialidad. Según él, el mal disimulado miedo por parte de los rojos salía la luz ante el resucitado, y el orden se dictaba de nuevo. Lo dicho, una obra simple, oportunista como tantas otras del autor que llegó  a los quioscos para consuelo de lutos con brazo en alto y saludo centurión. Curioso, de cualquier modo, resulta  que transcurridos cuarenta años de aquella publicación, unos, otros, otros, unos y todos entre unos y otros, parezcan echar de menos una reedición de aquella novela insustancial. Si algún perteneciente a cualquiera de los bandos muere de deseos por leerla, que me lo comunique y la busco. En alguna caja de cartón anudada debe estar como recuerdo de vida ya finiquitada hace años. Lo más probable será que el olor a naftalina se haya impuesto al polvo del entierro de las páginas que no dejan de ser un compendio de chistes no demasiados afortunados. Queda un día para otro veinte de noviembre y la casualidad ha actuado a su antojo. De las disputas más o menos estériles, paso completamente a la espera de la aparición de una novela titulada “Fin, por fin”. Igual es más divertida y sella un argumento definitivamente serio.

domingo, 18 de noviembre de 2018


La mano del diablo



Llevaba tiempo , demasiado  tiempo, excesivo tiempo sin dedicarle a la novela policíaca su espacio como lector. Demasiado tiempo sin regresar a los argumentos en los que la acción se sobrepone al carácter del protagonista o la secuencia de planos escénicos se solapa una y otra vez a modo de sectores de un abanico en constate movimiento. De modo que dejándome llevar por el título, de la mano de Preston  y Child, asumí el reto. Atractivo ser es el Diablo, sin duda, que ha dado pie a innumerables páginas noveladas, leyendas, y demás ficciones. Así que sumergido en una imaginaria nube de azufre de dejé llevar. El argumento, más o menos conocido. Crímenes no resueltos con toques satánicos y un par de policías a la búsqueda de la solución final del enigma. De paso un mesiánico personaje que se cree lo que no es teniendo sus momentos de gloria y todo ello aderezado con sutiles gotas de oscurantismos medievales puestos al día. Nueva York alternando telones con Florencia y el dúo protagonista desentrañando lo que parecía provenir del más allá. Seiscientas y pico páginas que se despliegan a  buen ritmo y que parecen destinadas a convertirse en guion cinematográfico a nada que vuelva aponerse de moda semejante género. Por un momento parece que Holmes y Watson se trasladan a la actualidad y con algo más de energía física van dando cumplida cuenta a los acertijos del enigma en cuestión. Las carencias emocionales o vitales de ambos pasan a un segundo plano y aquí lo esencial es recuperar la senda de la investigación que nos lleve a un resultado, obviamente, satisfactorio. Cierto tufo en algún momento a gato negro de Poe se deja apreciar. Lo que no acaba de encajar es la fusión un tanto forzada entre el pragmatismo de los negocios orientales cargados de billetes con los sonidos excelsos del violín Stradivarius. No lo veo, no; parece un añadido postizo al argumento en sus constantes idas y venidas por las páginas del libro. De hecho, ese día que te has levantado con mal pie lector tu mente se detiene más en el cartel de la multinacional de la confección que en la propia secuencia de los capítulos. No en balde, justo en la planta baja de al lado, un establecimiento luce máscaras demoníacas carnavalescas. Dispersiones que pronto dejan de estar y recuperan el paso hacia un final de novela más o menos esperado. Lo único que a partir de entonces te provoca inquietud es el microondas sobre el que gira la taza a la espera de ser liberada. De la relación de este electrodoméstico con la trama de esta obra narrativa no añadiré más.  Quien se sienta interesado, que se deje arrastrar por su lectura y lo descubra por sí mismo. Y si es mayor la curiosidad que su paciencia, que me la pida. Si la desvelaré o no, solamente el diablo lo sabe.

viernes, 16 de noviembre de 2018


1. Jesús Vergara, y sus libros


Quizás resulte escaso el hecho de limitar a los libros que le envuelven su diario laboral. Escaso y sobre todo, demasiado simple cuando de lo que se trata es de intentar explicarte a ti mismo qué le lleva a alguien a ser custodio de libros y administrador de enseñanzas en las horas de ludo. Amas las lecturas, admiras a los y las autores que las firman, y no dejas de darle vueltas al hecho de que cada día más parezcan abocadas a la desaparición definitiva. Cierto desconsuelo te llega y entonces alguien como Jesús te proporciona el aliento para seguir creyendo en las utopías ciertas. Alguien capaz de combinar aguas de Guadalquivir y Cabriel, perfiles de marismas y cerros, acentos manchuelos y sevillanos, alguien así, merece tu atención, tu respeto, tu admiración, tu aplauso. Parapetado tras una mesa sobre la que disemina contraseñas y ofrece aventuras, cada tarde abre el abanico de posibilidades que tan denostado parece estar hoy en día. Y lo hace desde la paciencia que de sus lentes de alumno aventajado exhala proporcionando una pátina de comprensión hacia la llegada del aburrimiento a las inquietudes del joven lector. No desfallece porque sabe que el precio a pagar es la constancia y el fruto llegará dentro de un tiempo a quienes no sospecharon estar cultivándose desde el hoy. Mutará de papel en el escenario de la voluntad cuando las calizas protectoras chorreen inmundicias y se sumará al acto redentor hacia la Naturaleza. Será capaz de liar convenientemente las hebras mientras el refresco debajo de la sombra adquiere su temperatura equilibrada y seguirá mostrando como marco de perfil su disponibilidad incuestionable. Callará para sí las añoranzas a la espera de un nuevo y breve vuelo trianero y mientras tanto seguirá recopilando tomos y más tomos a la espera del bienaventurado que los adquiera como compañero de sueños. Probablemente desde el rumor de los caños le llegue la estrofa sincopada que espera ser entonada y decida ponerse manos a la obra. Mora donde moraron las tizas que trazaron patrones y definieron costuras con puntadas ciertas. Será capaz de convertirse en maestro de ceremonias del verso renunciando al lucimiento del primer plano. Se ha abierto hueco en las grietas de la lejanía y no ha precisado convertirse en cuña forzosa de las mismas. Puede que lo veáis pasear y penséis que un nuevo turista ha llegado a recorrer los senderos que Enguídanos ofrece. Miradlo bien, prestadle atención. Comprobareis que la prisa no le viste, que la mochila le resulta innecesaria y que el auténtico equipaje lo lleva consigo hacia la meta diaria donde duermen los libros.

jueves, 15 de noviembre de 2018


Bohemian Rhapsody



Tantos rumores de excelencia me decidieron a acudir a la sala a presenciar la vida cargada de éxitos y fracasos de Freddie Mercury, alter ego de Queen. Y lo primero que me llamó la atención fue lo bien ambientada que estaba la historia, lo certero que resulta regresar a aquellos años de eclosión rockera. Un panorama en el que hacerse un hueco musical no precisaba de disfraces  tan habituales hoy en día. Ni se abusaba de los medios audiovisuales ni se daba gato por liebre a quien mínimamente contase con algo de juicio a la hora de valorar. Y así, tras una media hora estirada hacia los cuarenta minutos en los que la atonía parecía ganar la partida, empezó el auténtico espectáculo. Meciéndose en la soledad que disimulaba su liderazgo, el auténtico protagonista se nos mostraba desnudo de cuerpo y alma, carente de afectos y sobrante de poses. Precio de una fama que suele mostrar la cara más amable para no defraudar a los seguidores delas estrellas a las que intentan imitar. No se permitirían flaquezas de ánimo a quien era capaz de envalentonar estadios enteros con su enérgica actuación protegido por su auténtica familia. Nubes de inconsciencia se van abriendo paso en medio de la vorágine del éxito y la borrachera del mismo te lleva en volandas a las cataratas de caída libre. Decepciones en ambos sentidos en los que la única amarra que le queda para no perecer de soledad es el amor de aquella a la que quiso y que le sigue correspondiendo. Las malas influencias se dejan caer como si su ausencia restase credibilidad a semejante biografía. Percibes el tarareo próximo de las butacas cercanas y te subes a él como queriendo reivindicar el derecho a que cada cual elija el modo de vida que quiera. Los estribillos del coro a media voz que se va formando dan testimonio de pertenencia a la grada que desde el patio de butacas se sueña en Wembley.  Años ochenta que dejaron huella no siempre aceptada por quienes dictaron las reglas. Años de reinado de un modo de hacer, de cantar, de actuar, de vivir, que tuvo en este genio el icono merecido. Hoy que tan acostumbrados estamos a ver desfilar por el podio de la fama a ídolos con fecha inmediata de caducidad se hace imprescindible revisar los méritos. Puede que más de uno al compararse agachase las orejas y supiese ver que su escalón está a años luz de aquellos que marcaron época y exhibieron libertades como bandera de vida. Los inmortales perduran por más que la tierra los quiera como abono para que florezca el olvido.      

miércoles, 14 de noviembre de 2018


1. Abilio Cerdán Martínez


El primer recuerdo que me llega suyo viene enmarcado entre las tapas de aquella enciclopedia Álvarez de primer grado. La escuela que coronaba las escaleras frente al ayuntamiento veía transitar el diario paso de las diferentes edades que allí buscábamos los conocimientos. Él tuvo la gentileza de dejármela para poder iniciar desde allí la senda del aprendizaje que tanto se valoraba en aquellos años. Pues, bien, así sigue, gentil como siempre, desde siempre y para con todos. Las expectativas de futuro se le ofrecieron más allá de las aguas y las aguas le prestaron el salvoconducto. Tomó tierra y se hizo uno más. Como si la necesidad precisara de pasaportes, allí, entre las calas rocosas y las bahías calmas, instaló su permanencia. Fue y sigue siendo uno más de esos a los que la llamada les regresa de cuando en cuando para pedirles presencias. Transcurrieron los años, ascendieron los edificios, se poblaron las playas, y sin embargo, nunca dejó de lado el fresco sabor de su origen. Cultivó para sí el don de gentes del que sigue haciendo gala y con esa chulería personal que le caracteriza se abre paso para dejar constancia de su presencia. Tuesta su piel venciendo a los propios rayos solares como si quisiera transmutarse en el beduino de las dunas perfiladas de sonrisas puras. Este émulo de Sempronio sería capaz de desbancar al mismísimo Calisto que le saliese al paso sin que se diera cuenta de su derrota ante Melibea. Labiado acostumbrado a la corte de la conquista usurparía a cualquier don Juan la categoría que en justicia a él le corresponde mal que le pese a los Luises Mejías de turno. Puede que de sus nicotínicas falanges  descubra el arte de las relaciones para dejar claras sus posturas. Se ha movido entre los vaivenes del norte de tal modo que cualquiera sería incapaz de superar la viva voz que de la pantalla se le ofrezca para ser entonada. Seguramente la costa sepa más de lo que calla y no será cuestión de pecar de indiscreto. Resulta suficiente rédito el comprobar cómo del regreso ha trazado un puente al que tantas veces hicieron coro quienes bailaban al son de las verbenas. Mostró hace años la valentía y el arrojo con el que cerrar puertas para abrir otras y sin duda alguna, sabe que el adiós definitivo nunca se da a las nanas de tu vida. Se supo grumete de un barco llamado aventura y sigue haciendo la travesía con el mismo espíritu que siempre le caracterizó. Las enciclopedias, como veis, cumplieron sobradamente  con su apoyo al aprendizaje; en Abilio, la prueba.

1. Antonio y Manola


Una jornada más se abre paso y los balcones que perfilan la mínima cuesta testimonian su presencia. La peña hace tiempo que dio las campanadas horadada de vivencias que de las piñas descienden. Todo comienza como si el tiempo se detuviese, como si no tuviera prisa, decantándose los segundos. Han velado el sueño sobre el mural que habla de vendimias a las que tanto tiempo tuvieron por testigo. Han recorrido la senda común de un paseo que se reafirma en las pisadas vespertinas circundantes. Subidas y bajadas sobre una existencia pareja que manifestó la simbiosis indisoluble de pertenencia común. Abajo quedaron los estantes, las cuentas por abonar, las pagadas, las paciencias. Del mostrador añejo todavía se siguen escuchando los maullidos de la gata que dominaba la cueva ataviada con un cascabel silencioso. Ellos dijeron tantas veces adiós que supieron guarecerse las penas que las lejanías provocaban. Todo lo daban por bien empleado mientras las señas inequívocas del nido quedasen patentes ante los vuelos peregrinos. Y de peregrinos se visten como si quisieran pasar  lista a los límites que las puertas cerradas insisten en mostrar calle tras calle. Hace tiempo que los cartuchos dejaron de compartir parajes y los ladridos ya no son tan cercanos como antes. Ahora las escenas se exigen sobre las tablas de unas obras convenientemente ensayadas y aplaudidas. Reciclaron calendarios como si la negativa a quedarse obsoletos hubiera aparecido exigente ante sus inexistentes dudas. Lucen con orgullo lo conseguido y de los posos de aquellos mostos consiguen destilar tinajas de perseverancias. Las levaduras les acompañan como si de una consagración se tratase en el tabernáculo de una última cena. El pan será consagrado, repartido, compartido; el vino se sentirá sangre de su sangre por partida doble. Allá abajo, el recuerdo anegado por las aguas, seguirá sabiendo a melocotón. Allá arriba, comenzará el descenso hacia el salobre sabor de un sueño que se convirtió en páramo. Nada importa cuando la importancia no tiene permiso de entrada. Sus propios cayados son ellos mismos y cada vez que la noche se cierre sobre las luces de la fuente, un nuevo signo de aprobación, se dedicarán ambos. Testigos de un tiempo, de un paso, de una forma de ser. Dinteles de una misma puerta custodiada desde el cerrojo que la firmeza de los postulados ha sabido engrasar convenientemente. Llega la tarde. Estad atentos. Un bastón de peregrino emprende su marcha diaria. Dos mitades de un todo le acompañan. Son, como  ya sabéis, Manola y Antonio, mis primos. Feliz paseo.    

martes, 13 de noviembre de 2018


1. Pili , Jose y viceversa


Sería una temeridad, una imprudencia, una falta de cordura, buscar solamente  a la mitad del todo que forman. Y lo sería desde el mismo instante en que un breve paso por la senda de su sombra nos diese pistas de lo que son, de lo que lucen. Bastará con que el día se desperece dando una nueva vuelta de vida para que todo se ponga en marcha al ritmo que ellos decidan. La calle que tantas veces recontó matasellos sigue despejando las escarchas de la noche y del cruce se perciben los sonidos de un trasiego tan habitual como extrañado en la lejanía. Hace rato que Nicolás dejó de velar sus recuerdos a nada que se descuide notará que las manos hábiles se encaminan a saciar las inquietudes artísticas que le protegen y cuidan. Probablemente se pregunte algún incauto por la practicidad de sus nuevas obras y no sepa encontrar otra razón que no sea rentable. Qué error el suyo al desdeñar la sabiduría que de estas manos que suman pares se desprende a la menor ocasión. Llevarán desde la huerta que la Albufera custodia el sabor hermanado del marjal para fundirlo con los regajos propios. Sabrán que las idas y regresos suponen un movimiento pendular que como aves migratorias están dispuestos a seguir. Harán réplicas autóctonas con formas falleras para dar testimonio de ello y siempre tendrán una sonrisa tendida hacia propios y extraños. Cuidan que ese rastro perdure y siga dando fe de procedencia como si debieran lo que no se les exige. Llegará el mediodía y silencioso cabalgará sobre la batería motora recordando al niño que jamás debemos dejar de ser. Mientras, Pili tomará asiento bajo la sombrilla como si fuese juez de ese circuito. Plegará sobre su flequillo las lentes de cerca porque ella es más de mirar hacia lo lejos. Todo fluirá con la pausa que la risa determine. Quizás esta noche los números caprichosos decidan buscarles como afortunados noctámbulos. Ilusos dígitos ellos si así consideran a los que ya lo son. Allá, dos curvas más arriba, la tertulia prosigue, los recuerdos fluyen, las horas se descuentan. Aquí, adosados a la fuente recién nacida, con el perfil de las almenas iluminando la oscuridad, ellos dos, una noche más, darán testimonio de pertenencia y fe de paso. Una nueva jornada se cierra y una nueva jornada renace con la satisfacción que su amistad provoca y la dicha de saber que tuvo precedentes en aquellos que nos legaron su ejemplo. Esta vez, la línea fue correcta.     

lunes, 12 de noviembre de 2018


1. Noé
Luján Ochoa, añadiré para que su carta de presentación esté completa. Como completo permanece aquel sabor a nicotina que debajo de su bigote perfilado exhalaba. Inmediatamente después volvía a reafirmarse en su firme promesa de dejar el tabaco para volver a romperla a la menor ocasión. Y creo que debió de ser lo poco que dejó de cumplir. Él, que pasó gran parte de su vida como guardia de mandamases estaba tan acostumbrado a cumplir con el deber como aquellos que pertenecieron a la generación del ordeno y mando. De sus vísperas de aquel final de febrero dio cumplida cuenta e información aquella noche de verano bajo la luz de una farola. Encendimos el de rigor y toda una crónica de primera mano me llegó de su garganta. Entre calada y calada la sucesión de pasos amenazantes hacia la convivencia post franquista salieron a la luz. La vorágine de traslados de los estrellados generales, los circunloquios de las cartucheras, los gritos callados de quienes se sintieron sin permiso custodios de futuros, tomaron turno en esa plácida hora extensa de conversación. Más allá, de posturas políticas, allí, al socaire de la torre de la iglesia, un argumento paralelo a la versión oficial salía a la luz. De nuevo el mechero se unía a la charla y de su carraspeo hacía Noé testamento apócrifo. Él, que siempre presumió de ser experto y veloz piloto, dominaba el cambio de marchas de la tertulia y poco a poco derivó hacia temas más cotidianos. Supe al día siguiente de sus habilidades artesanas que convertían cepas en lámparas. Supe de su intransigencia ante una mala jugada de dominó que le hacía reo de la derrota no merecida. Dejé de saber si los lentes circulares de su padre seguían leyendo las consignas falangistas en algún cajón de la cómoda. O si su carnet de guardia real llegó a salvarle de algún contratiempo con las parejas de la benemérita como en aquella primera ocasión. Se hacía de respetar sin imponer criterios y su paso jamás dejó privilegio a la espalda que curvan los años. Cada vez que el telón festivo se despliega en el frontal, su figura reaparece. Se apoya sobre la barandilla del balcón, saluda a quien pasa y lanza a los vientos ese tono de voz que tanto le sigue caracterizando a pesar de su ausencia. Posiblemente si alguien intentase hoy en día preguntarle por el destino adecuado de los restos de Franco, antes de contestarle, lo miraría a la cara, se palparía el bolsillo y diría “¿llevas fuego?”; merecería la pena volverlo o a escuchar, sin duda.

viernes, 9 de noviembre de 2018


Loquillo



Cuesta un tiempo bajarse de una opinión preconcebida. Cuesta tiempo y a veces el tiempo se encarga de hacerte recapacitar para sacarte del error que ni siquiera admitías tener. Tus apreciaciones previas venían cargadas de cierta aversión hacia el postureo del artista en cuestión y trazaron una enredadera entre su virtuosismo y tu admiración hacia dicho artista. Hasta que llega el momento en el que decides arriesgarte a participar en directo de uno de sus espectáculos a ver qué pasa. Pasa que es viernes, que la plaza de toros ha dado paso a un Loco y su banda y la expectación se palpa en la arena y en las gradas. Pasa que te mueves buscando la dirección correcta del sonido y una vez ubicado te dejas llevar por el rock and roll que deciden ofrecerte a ti y los miles de seguidores que empiezan a moverse a la primera ocasión. Pasa que la elegancia de este dandy llamado Loquillo traspasa su atuendo y se convierte en poesía para que lo disfrutes plenamente. Pasa que tus oídos no dan crédito a semejante perfección en cada uno de los miembros de su banda. Por un momento crees que está enlatada la música al no aparecer ni un solo fallo en ninguna de las participaciones. Las canciones se suceden sin interrupción y alucinas al comprobar cómo un acordeón se convierte en instrumento rockero impensable y absolutamente bienvenido. Las guitarras se suceden a ritmo frenético y desde la batería los compases son marcados con la advertencia de negarte el descanso. La muchedumbre se mueve a modo de marea vibrante y toda una carrera musical cubre etapas a lo largo de esta noche. De frente, un pájaro loco fuma mofándose de las normas, añorando los buenos tiempos en los que las ansias de libertad abrieron fronteras, derribaron muros y cobraron peajes. Pura resistencia musical a cualquier intento de regreso al oscurantismo y nula presencia de discursos innecesarios. La música mostrada encierra por sí sola el mensaje definitivo de una forma de entender la vida y afrontar los desafíos. Sigue la catarata de corcheas, los lucimientos de las cuerdas, los saltos por todas las variaciones que su estilo domina y definitivamente reconoces tu error de apreciación que tanto tiempo has guardado en el cofre de tu ignorancia. Miras al cielo, cruza un nuevo avión hacia Manises, el reloj de la plaza hace casi tres horas que se peinó con el tupé adecuado al concierto y te sumas a la opinión unánime que proclama larga vida al rock and roll. Y solamente entonces compruebas y agradeces que todos los gatos del callejón, todos los reyes del glam, cruzaron el paraíso subidos en un cadillac pilotado por un tipo feo, fuerte y formal llamado José María Sanz Beltrán, Loquillo.  

1. Quintín


Hubo tiempos en los que la foresta era lo suficientemente rentable como para convertirse en panal de miel para los maderistas. Acudían al reclamo de la corta y tras los sucesivos permisos se disponían a ello. De la organización y distribución de faenas se encargaba el capataz de turno y de su sapiencia y experiencia se lograba el resultado más o menos esperado. Este era Quintín. Un tipo singular que desde la mirada del niño aparentaba ser un señor todopoderoso al que respetar y temer. Su orondo perfil se coronaba con unos surcos impolutamente peinados y de su guayabera se percibía el abultado valor de su cartera. Los puros venían a asomarse como infantes por la trinchera de su bolsillo superior y la fanfarronería de su dicción no dejaba indiferente a nadie. Poderío destilaba y sobre ese corcel se exhibía y galopaba. Era legendaria su afición a convertir billetes en cerillas con las que prender las nicotinas y del rebufo de su Citroen Tiburón blanco se podían deducir las prisas que el polvo de la carretera intentaba ocultar a su paso. No había nada que se le pusiese por montera y de ello dio fe el sillín de la bicicleta sobre el que decidió posarse para dejarla a la altura conveniente de mis ocho años. Jamás logré levantarlo por más intentos que hiciese. Su huella quedaba clara y seguro que en más de un recuerdo permanece viva. Tan viva como sigue aquella curva peraltada de la Juanherrá de Abajo a la que el destino lo encaminó aquella tarde. La corta de pinos seguía su ritmo y el remolque del tractor empezó a llenarse de troncos con pasaje hacia las lejanas serrerías. Tomando nota mentalmente de los ángulos del terreno, el tractorista dedujo la imposibilidad física de franquear aquella chicane con éxito. Retando al valor y votando al cielo tomó Quintín los mandos del vehículo e ignorando las recomendaciones que le llegaban afrontó el paso. Las leyes de la Física se impusieron y el centro de gravedad descendió rápidamente. Su cuerpo se convirtió en el epicentro  de aquel maderamoto provocado por la osadía y sepultado bajo kilos de resina terminó sus días. Dicen quienes le asistieron que el puro todavía mantenía la vitola cerca de sus labios. Dicen quienes le rescataron que un cierto rictus de derrota intentaba esconderse entre la pluma del remolque. Cuentan quienes le conocieron de cerca que tuvo miedo a perder ante los demás el sello de un carácter que tanto le había costado conseguir. Aquel sí que hubiese sido un final indigno al que no estaba dispuesto a llegar como corolario de su propia vida.       

jueves, 8 de noviembre de 2018


Això ho pague jo



A todos aquellos y aquellas que vivimos en Valencia, nos sonará a cercana y mil veces escuchada semejante expresión. Para los foráneos diré que viene a traducirse literalmente como  un lema de generosidad que anticipa el pago de una cuenta común por parte del más generoso del grupo. Con ello, además de ganarse el aplauso de la concurrencia, un halo de egolatría se tejía sobre dicho individuo y con ello tenía su recompensa. Pues bien, visto lo visto, parece ser que se ha extendido la moda entre las sentencias judiciales cambiando solamente el pronombre final. Del yo, se ha pasado al tú. De la vanagloria fanfarrona a la penitencia de seguir haciéndote pagano de rondas abiertas en las hipotecas previsibles. Aquí todo el mundo metiendo la mano en un acuerdo contractual y como pagano de todo el abajo firmante. Genial, pero genial de veras. Vendría a ser algo parecido a la reunión más o menos espontánea a la que se va sumado gente y cuando aquella amenaza con concluir dicha gente empieza a desaparecer disimuladamente. El más confiado tiene que hacerse cargo de la cuenta y cuando se da cuenta se siente timado. A partir de entonces andará con pies de plomo cuando alguien le vuelva a proponer una nueva reunión. Está escaldado de las previas y no le hará ninguna gracia pasar otra vez por el trance. Igual se aferra a la esperanza que otro lance cuando proponga reunión y se deje llevar. Pensará que en  justa medida le serán reconocidas sus dádivas previas. Se creerá recompensado por sus pérdidas. Iluso una vez más. A nada que se descuide, la factura volverá a buscarle como destinatario. Esta vez puede que ni siquiera haya  desaparecido de su proximidad aquellos que lo hicieron en ocasiones precedentes. Lo mirarán con una mirada entre inquisidora y risueña y entre sus labios sellados creerá leer el “ això ho pagues tu”. Suplicará para sus adentros que  las subsiguientes reuniones se espacien eternamente y que el rótulo colgado a su espalda en el que se le califica de infeliz no sea demasiado legible. Quién sabe si no se plantea buscar una justa recompensa y que alguien se ponga de su parte. Infeliz de nuevo, se dará cuenta de que aquellos que se la prometieron abandonan el local con un palillo entre los dientes y se despiden  amigablemente citándose para otra pronta reunión. Saben de sobra quien acabará pagando las rondas y eso es lo que les importa.

miércoles, 7 de noviembre de 2018


1. Villarejo, el comisario


“Dueño de tus silencios y esclavo de tus palabras”. Así rezaba el dicho que hace años escuché por primera vez. A modo de admonitoria advertencia aparecía entre aquellos que se sentían coartados a expresar sus opiniones, disensiones, afirmaciones, negaciones, y todas las  ones que se pudieran ocurrir o añadir. De hecho, el secretismo las mantenía a raya para lograr impedir que llegasen a oídos inadecuados y pudiesen utilizarse en contra. El cuchicheo tomaba carta de naturaleza y el mal disimulo no conseguía levantar la careta de aquellas o aquellos que lo ponían en práctica. No hacía falta fingir cuando a todas luces el descenso del tono hablaba por sí solo de cuanto estaba tramándose entre aquellas tertulias. Parece que en la propia condición humana anida el deseo innato de averiguar la vida del ajeno para conseguir una posición de superioridad. Y si hay que usar la extorsión o la amenaza, se da por válido el ticket para conseguir el fin de un trayecto no demasiado claro. Imagino que estas disquisiciones se parecerán a las del comisario en cuestión. O debieron parecerse cuando decidió convertirse en el alcahuete supremo, vete tú a saber si por órdenes superiores recibidas. El caso es que este buen señor debe tener una fonoteca impresionante con las cantadas de más de un artista aficionado a cantar o contar sin saberlo hacer, sin partitura.  Por intentarme hacer una idea de su paciencia y pulcritud recuerdo aquellas sesiones de grabaciones musicales extraídas de la radio que, más de una vez, se venían abajo por la inoportuna intervención del locutor. Mirabas el cuentavueltas del frontal y deseabas que la canción acabase lo más rápidamente  posible. Misión cumplida y a esperar a la próxima. Pues bien, este señor, atalayado en su puesto de privilegio, a lo suyo. De aquí, de allá, de este, de aquella, del por si, de todos y todas. Y ahora, como si de un goteo interminable se tratase, decantándolas para gozo de unos y vergüenza de otros. O quizá lo de vergüenza debería ponerlo entre interrogantes. La cuestión estriba en que la forma se ha impuesto a un fondo tan vomitivo que ya nada parece sorprendernos. Seguirán apareciendo voces de artistas involuntarios que jamás sospecharon saltar a la fama de este modo y se multiplicarán las declaraciones que seguirán sin declarar nada que no sea simple banalidad. En vano intentaremos comprender lo incomprensible y de la catarata más o menos discontinua solamente ganaremos un chaparrón. Sea como sea, una recopilación de grandes éxitos siempre suele aparecer en vísperas de Navidad y como regalo suele ser bien recibido. Ahí lo dejo, señor Villarejo. Suponiendo que no haya ninguna casa de discos interesada en sus grabaciones, la autoedición se le ofrece en bandeja. Pero dese prisa. Las fiestas están próximas y puede que como regalo reciba un aguinaldo impune con hedor a cloaca que a todos nos resulte repulsivo. Los beneficios de las ventas están asegurados incluso antes de haber salido a la luz.

martes, 6 de noviembre de 2018


1. Paco, el de la Hermandad



Ahora que lo pienso, no sé, nunca supe sus apellidos. Tampoco es que me sea imprescindible para pespuntear su imagen pero nunca los supe. Sé que llegó dándole gas a su vespa desde Cardenete y que su mujer, Ana, ocupaba el asiento del sidecar. Demasiadas curvas en esos diecinueve kilómetros como para   regresar frecuentemente. Vestía como todo aquel posicionado a la sombra de una victoria que hacía suya y no tengo muy claro si las manos se le tiznaron de pólvora en alguna trinchera. He de dar por válida la versión que acusaba a un accidente de bicicleta como el causante de su cojera. Corto de talle, elegante en la postura, con el bigote recortado según la moda de la época que le identificaba sobradamente como miembro de un Movimiento llamado a perdurar haciéndose inamovible. Curioso camaleón como tantos otros que subsistieron holgadamente al socaire de los himnos. Sus primeros años se vistieron de camisa azul Mahón y corbata negra con un yugo flechado sobre el ojal de la chaqueta. Su constante transitar escaleras abajo y escaleras arriba le fueron allanando el camino que tan bien protegía el tricornio familiar. Manejaba la Hermandad de Agricultores y Ganaderos desde la atalaya esquinada de la plaza como si de un preboste berlangueño se tratase a la espera de un discurso soflamador. Sabía moverse como nadie en las corrientes de un río llamado a fenecer y poco apoco se fue reciclando. Uno más de otros tantos que dejaron de cantar al sol para contar las monedas que esas entonaciones les proporcionaron. Se subió al cambio y de su despacho selló las oportunas mensualidades de quienes se apuntaron a futuras pensiones convenientemente cotizadas. Manejó intereses bancarios desde la oficina convenientemente caldeada y pulcramente abierta desde primera hora de la mañana. Dejó pasar la vida. La gomina del pelo cada vez tuvo menos trabajo y el perfilado labio superior se convirtió en páramo. Nada parecía querer recordar a aquello que la Historia calificaba de inadmisible. Uno de los últimos recuerdos que tengo de él proviene de la oficina que en el modificado Cuartel de la Guardia Civil se instaló. Pasé a llevarle un comunicado y estaba acabando de cobrar la mensualidad a quien su espalda curvada daba fe de una vida llena de sacrificios. Éste se había quitado la boina como signo de pleitesía y reconocimiento de inferioridad. Pero lo que más me llenó de estupor fue ver cómo una vez pagado el recibo, el infeliz añadió una propina. Que cada cual adivine si le fue aceptada o no. Yo con ser testigo ya tuve bastante. Poco tiempo después, un Seat 131 Supermirafiori, emprendió una ruta de salida sin posibilidad de regreso.

viernes, 2 de noviembre de 2018


1. Mi tío Zoilo


Como si la fecha de hoy quisiera convertirse en demandante de recuerdos, aparece su imagen. Quizás el despertar hacia un día lluvioso haya contribuido a ello o puede que la casualidad de la causa se haya erigido en despertadora hacia su imagen. Y lo primero que me viene a la memoria es la brevedad de su talle y la grandeza de su talla. Menor de todos y bueno como pocos, siguió los dictados de su corazón hasta que su corazón nos dejó por latidos los silencios sobre la Villa y Corte. Allí encaminó sus pasos cuando los horizontes pedían osadía y la cuna solamente legaba desesperanza. Cargó sobre sí las obligaciones como si de ellas quisiera extraer las enseñanzas del ejemplo que tan a menudo se desprecia. Puso la carne en el asador sin percatarse de cuan incandescente resultaría aproximarse al fuego sin tomar las debidas precauciones. Se sumó al rescate acarreando las sogas hacia el precipicio del barranco y sus manos sellaron latones que poblarían alacenas. De los marjales rescató el remedio a las sístoles y diástoles que aceleraban su paso sin percatarse ni querer prestar oídos al origen vero de las mismas. Era capaz de convertir el rincón de la plaza en la frontera de bienvenida a quien decidiera aproximarse mientras la verbena seguía su ritmo. Puso tantas veces las cartas sobre la mesa como tantas veces fue derrotado por la jugada contraria. El pozo en mitad del páramo le sigue echando de menos y calla para sí el grito que lo reclama. Erró en la forma mientras buscaba el acierto en el fondo. Quiso para los que quiso un puesto en la gloria sin hacer caso a los avisos que los recelos lanzaban. Creo que en el fondo fue consciente de ello y sin embargo lo dio por bueno. Más que nada, porque de un ser cargado de bondad no sería aceptable una respuesta diferente. Defraudaría y eso en él no tenía permiso de paso ni de residencia. Se fue desde el banco de aquel parque que quiso inmortalizarlo como estatua viva de ejemplo a seguir. Dos puntos cardinales segmentan la fuente como si de una aguja imantada se tratase en busca de su recuerdo. Como si la casualidad de su causa hubiese puesto el despertador al amanecer del día de difuntos, los pespuntes de su existencia se prenden con las velas de las ánimas que, si existe el Cielo, en el Cielo descansan. Y entre ellas, sin duda alguna, mi tío Zoilo, el lleno de vida.

jueves, 1 de noviembre de 2018


Finales felices



Debería existir la posibilidad de visualizar por unos minutos el final de tu propia existencia. Sería una última voluntad aquella que te nacería de un puesto de director de escena al que todos los asistentes como actores obedecerían sin posibilidad de réplica alguna. La claqueta marcaría el momento justo del comienzo del rodaje y todo cumpliría con tus expectativas  a fin de satisfacerte plenamente.  No sería necesario cubrir un largometraje pero sería imprescindible cumplir punto por punto el guion de la comedia, tragedia o drama que hubieras decidido. Más o menos, adjudicarías a cada participante un papel adecuado y siempre quedaría abierta la posibilidad de ampliar la escena con detalles de última hora, nunca mejor dicho.  De paso, en lo que a mí concierne, eliminaría los llantos, prohibiría los suspiros,  censuraría las lágrimas. Qué horror traspasar la frontera hacia lo desconocido en brazos de la tristeza.  Nada de lutos, nada de cirios, nada de urnas acristaladas en las que el protagonista que me muere permanezca tumbado boca arriba encajonado en un féretro.   No soy de los que suelen dormir bien si no es de lado y las apneas posturales póstumas no serían bienvenidas.  Por si acaso alguien decidiese venir en persona a corroborar mi finiquito,  que al menos se gane el brindis adecuado y sea  sincero a la hora de despedirse de mí. Me da lo mismo si verbal o por escrito, pero que se desahogue si es lo que precisa.  De velatorio, lo justo, y si es posible, lo mínimo, y si es posible, nada.  Lo más rápido y urgente será cumplir con mis deseos de ser el inmediato tronco ígneo del horno crematorio. Siempre he preferido el calor al frío y no me voy a andar entonces con tiquismiquis. Una vez enfriadas las cenizas, nada de búcaros; si de algo sirviera, al substrato del rosal, a los pies del laurel, a las raíces del lilero. Y si no es mucha molestia, que unas rosas blancas germinen por encima. Si los gatos vienen o no a husmear, o las avispas a revolotear, o los caracoles a saciarse, ya dará igual, sinceramente. Pero si algo hay que no me gustaría en absoluto sería verme enclaustrado en el tercero  derecha del bloque libre de un nuevo  edificio  llamado cementerio. Suelo llevarme bien con todo el mundo, pero tanto silencio resultaría claustrofóbico. Bueno, queda dicho, y espero que mis deseos se cumplan cuanto más tarde mejor.  Mientras llega, intentaré por todos los medios buscarme todos los momentos felices que pueda sean o no finales.  De lo que vaya a figurar como epitafio en el recuerdo, allá cada cual; solo espero que sea divertido y si alguien ya lo tiene que me lo pase y lo voy valorando.