martes, 28 de febrero de 2017

Y el óscar a la mejor película es para….


Mira por donde cincuenta años después de protagonizar a dúo aquella famosa película que rememoraba las andanzas de dos maleantes amantes, Faye Dunaway Y Warren Beatty , esta pareja octogenaria, la vuelve a liar. Esta vez sin necesidad de armas ni de huidas vertiginosas de la policía. Sin precisar de atracos a gasolineras o a bancos, estos redivivos Bonnie Parker y Clyde Barrow prescinden de las balas y se sitúan sobre el pescante del escenario para soltar a modo de ráfaga el premio gordo de los óscar de esta edición. Ese momento supremo  que todo productor sueña ver convertido en cheque sin firma que reembolsará sus inversiones a modo de beneficios. Y todo parecerá previsible cuando ella, lance a la sala el título de la película ganadora. Él, tan seductor como de costumbre, sonreirá. Y  desde sus hoyuelos aplaudirá con todos los asistentes esta última entrega a modo de epílogo de una velada tan anodina como de costumbre. Los elefantes estrellados cumpliendo con su papel de embajadores de Hollywood ante el Mundo y todas las elegantes y todos los elegantes asintiendo. Puede que hastiados de tan larga espera o puede que encantados de volverse a ver a este lado del camarógrafo. La cuestión estriba en que lo único que desentonará en ese momento de cierre será el error. O mejor dicho, la rectificación del error. A lo hecho pecho. Y si dos voces autorizadas dan por ganadora a una película que no lo es, ¿a santo de qué viene desmentirlos? Habría que haber impedido el paso a ese señor que como un poseso arrebató el contenido del sobre al bueno de Warren y no contento con desmontar el espectáculo, además le dio la vuelta para acreditarse ante todos. ¡Qué poca profesionalidad! Si la has liado, lo mejor es dejar que siga la noche a ritmo de equívoco, y aquí paz y después gloria. Daban ganas de desmentir de nuevo al desmentidor oficial por inoportuno y metomentodo. Daban ganas de poner en marcha aquel Ford T y salir quemando rueda en pos de un escondite seguro para la estatuilla en cuestión. Me recordaba a alguna cara conocida cuya máxima virtud consiste en contar el final de un chiste para hacerse de notar. Imaginad que hubiese pasado aquel año de Eurovisión en el que Salomé compartió triunfo con cuatro más si alguien hubiese actuado igual. Posiblemente se habría desencadenado un conflicto sin parangón y aún estaríamos cavando trincheras para defender lo ganado. No pasó nada. Se repartieron cuatro como se podrían haber repartido quince o veinte. O acaso nadie de nosotros no tiene en alguna leja de su casa una estatuilla que lo acredita como el mejor padre, cónyuge, amigo, compañero, o lo que sea. Prohíban urgentemente el paso a semejantes individuos dispuestos a revelar verdades. Realmente, ¿a quién le interesan? 

lunes, 27 de febrero de 2017

Minibolsillos

Debe ser o al menos a mí se me escapa otra razón que así lo justifique. No es que sea demasiado aficionado a llevar muchos trastos encima, pero al menos los más imprescindibles, sí. Las llaves en su correspondiente llavero que sería el deseo de cualquier sereno, el paquete de pañuelos de papel, el mechero vacío de gas como reliquia de aquellos tiempos de fumador y por supuesto, el móvil. Y aquí es cuando el dilema sale a la arena y el concepto de proporción inversa cobra pleno sentido. Veamos si no cómo explicar de modo convincente el hecho de enlazar en un nudo coherente el tamaño creciente del Smartphone con el cada día más menguante volumen del bolsillo. Llegué a pensar que un defecto de fabricación había reducido el hueco de las perneras en contra de la voluntad del diseñador del patrón. Busqué en las estanterías al semejante que acreditase tal suposición y al no encontrarlo me di por vencido. Efectivamente, los bolsillos se habían convertido en mini huchas y había que resignarse. Poco importaban las necesidades de acomodo del material mínimo de supervivencia en el día a día actual. La moda mandaba y de ti dependía el resolver el enigma de acomodar tus pertenencias en tan diminuto hueco. Tras no pocos intentos, mitad de móvil salía de tu trasero e intentaba suicidarse contra los adoquines de la calle al menor contoneo de tu culo. El monedero pedía árnica hacia su asfixia entre los pespuntes delanteros. El billetero expandía a duras penas las tarjetas de crédito que simulaban estar encerradas en un hammam involuntario. Y las llaves, ellas por sí solas, defendían su territorio convirtiéndose en cilicios purgantes hacia tus pliegues dérmicos. De modo que a la brevedad del paso se fue uniendo el rosario de argumentos para poder conciliar la correcta distribución con la comodidad. Tras no pocos debates monologados, sigo igual. No encuentro una explicación razonable ante semejante mengua de forro. Si se trata de abaratar costes, me parece lamentable que sea a costa de tan singulares talegos. Si se trata de posmodernidad, que valoren en qué meridiano de las perneras añadir algún nido a modo de  consigna. Si se trata de promover el liviano equipaje de cada quien, entonces sí, entonces daré por bueno el nuevo diseño. Será el momento de salir con lo puesto y ya de paso dejar de ser esclavos de la amenaza nomofóbica que nos angustia a la más mínima ocasión.  Mientras esa decisión llega, por favor, tengan a bien restaurar proporcionalmente a esos  impagables huecos que tanto auxilio nos proporciona cuando los tanteamos antes de cruzar el umbral y satisfactoriamente nos responden “lo llevas todo”            

viernes, 24 de febrero de 2017

23-F


Aquel lunes de Febrero de 1981 más parecía un día primaveral que otra cosa. Como de costumbre, las vísperas falleras aportaban la luminosidad a las calles y todo empezaba a renovarse en un nuevo ciclo vital. Desde bien temprano, unos cuantos pendientes del examen de Pedagogía del día siguiente, decidimos recluirnos en una vivienda que los padres de Julián tenían por Tres Forques y dar cumplido repaso al temario que la señorita Ciscar tuvo a bien plantear como prueba de semestre. De modo que entre los apuntes se vinieron a sumar los preceptivos bocadillos y los botes de refresco para no perder tiempo en buscar otros lugares donde comer. Todo transcurrió según lo previsto y a eso de las siete de la tarde, cada uno dio por concluida la reclusión y regresamos a casa.  La tarde invitaba al paseo y las piernas lo precisaban. Por ello, unos cuantos optamos por dar un rodeo que sirviese de distracción. El noticiario de la  2 que dirigían Joaquín Arozamena y Victoria Prego suponía un paso obligado por la actualidad y su cita era ineludible. Llegué puntual y al encender el televisor la carta de ajuste, me dio la bienvenida. Pasaron los minutos y algo fallaba. Ni se asomaban los locutores ni aparecían programas de relleno a los que pedir explicaciones. Así que opté por las ondas radiofónicas y ante mi  sorpresa solamente emergían notas de desfiles militares. Algo no iba bien. Algo se salía del guion establecido. Algo no casaba con las esperanzas de aquella incipiente democracia. Llamadas al orden por parte de quienes tan acostumbrados estaban al mando nos conminaban a un encierro doméstico bajo pena de arresto o quién sabía que otra ocurrencia punible por parte de los galones cuarteleros. De los acontecimientos posteriores, aquellos que ya los vemos en la distancia, damos fe y no es necesario recordar el miedo involucionista que nos invadió. De las implicaciones de tal o cual estamento se cernió una nube de incógnitas sin resolver que dieron como resultado el encarcelamiento de aquellos militares conspiradores. Pero desde entonces, cada vez que se renueva la fecha, no puedo dejar de buscar la respuesta a aquella pregunta de “Cui prodest?” ( ¿Quién se beneficia?), y la respuesta sigue sin aparecer. Aunque bien pensado, sí que la sé; es más, sospecho que más de uno la sabe y sigue mirando tontamente buscándola para no sacar los pies del tiesto. Este país se ha acostumbrado de tal modo a la conformidad que todo nos resbala y nos parece bien. ¡Qué curioso que hoy, precisamente  hoy, un nuevo 23-F vuelva a lanzar al viento las pistas sobre la respuesta a aquella inocente pregunta! ¿Qué quién se benefició? ¿Qué quién sacó y sigue sacando provecho de aquello? ¡Vamos, anda, no me digas que no lo ves! Por cierto, aquel examen lo aprobamos. Los que aún no han aprobado la asignatura llamada democracia son quienes se siguen saltando esa misma pregunta en el examen anual al dejarla en blanco para no comprometerse y prefieren ser señalados como indignos representantes del pueblo que todo les aprueba sin necesidad de recluirse a estudiar temarios.   

jueves, 23 de febrero de 2017

El fútbol
Diríase que como sustituto de ancestros combates medievales, el fútbol cumple sobradamente con su tarea. Se trata de que partidarios de ambos bandos, pertrechados con sus banderas, insignias, escarapelas y demás atributos, se manifiesten en cualquiera de los extremos del campo de batalla y esperen acontecimientos. Sabemos que será una batalla tan provisional como el mismo calendario de batallas decida para permitir una rápida recuperación al derrotado y un breve disfrute al vencedor. El circo debe continuar y no es plan de limitar el desarrollo de estas contiendas con paréntesis demasiado largos. De modo que cuando la ocasión así lo requiere y el ambiente general lo promueve, te decides. Y rememorando aquellos años en los que te soñabas pateador de éxito, te armas de esperanzas y acudes al coliseo a presenciar lo que consideras digno de tenerte como testigo. Atraviesas la ciudad sorteando los mil y un inconvenientes circulatorios y empiezas a sentirte uno más de los miles de más que han optado por tu misma decisión. Ríos de huestes hacia el campo donde se lidiará lo que por esta noche será fin y principio. Fin de penurias para quienes las penurias asolan diariamente y necesitan descargarlas en  el pozo ciego del vociferio masivo y principio de goces para quienes hacen del momento triunfante causa propia. Veintidós guerreros correrán, saltarán, gritarán. Miles de orlados seguidores saltarán, gritarán, juzgarán, improperiarán, biliarán y tendrán su recompensa, o no. Durante noventa minutos nada tendrá más  importancia. Nada que no sea ver colmado el deseo de triunfo para dar árnica a un estado ciclotímico a punto de manifestarse. Padres de familia pormenorizando en sus vástagos las declinaciones infinitas del insulto. Sesudos oficinistas dispuestos  a sobrevolar a modo de halcón el manto verde y dar caza a la presa vestida de negro. Rugientes entonando himnos con los que levantar pasiones como si aún se necesitaran. Y para colmo, auriculares en los pabellones auditivos para que te narren gargantas ajenas lo que tus ojos presencian. Una excelsa representación en la que siempre se debuta y se desconoce el epílogo. Lloros de alegría, rictus de tristezas, mentones alzados, frentes gachas, todo ello conviviendo en las proximidades una vez finalizado el encuentro. Solo resta por contemplar el incesante tintineo de los centros samaritanos próximos. Allí, los serpentines se unirán a la celebración y darán cumplida cuenta de los lúpulos que esperaban el momento. Sed de victoria en una sociedad demasiado acostumbrada a la derrota. Horas después, la posdata. Aquellos que se sintieron dueños del podio recibirán su dosis de parabienes en las impresas letras que bogan a favor de titulares. Aquellos que se sintieron derrotados leerán entre líneas las causas que así lo propiciaron y descubrirán entre dichas líneas a los culpables, obviamente, ajenos a sus colores. Nadie será derrotado. El vencedor por serlo y el no vencedor por situarse a la espera de la revancha. Pocas jornadas de pausa y se la servirá de nuevo este circo tan maravilloso como incomprensible llamado fútbol. Un cúmulo de batallas que jamás termina en guerra. Una interrogante no resuelta para todo aquel que jamás ha sentido el orgasmo que supone marcar un gol y que todos te tomen por su héroe, aunque sea de modo transitoriamente escueto.  

martes, 21 de febrero de 2017


Las reuniones de escalera



Son el precio a pagar por vivir en enjambres ortoédricos en los que cada celda adquiere potestad una vez liquidada la hipoteca. Allí, en mitad de la nada, el zaguán. En el mejor de los casos aliviando su soledad con la compañía de alguna planta destinada a rápida muerte si es de naturaleza natural o a ser engullida por el polvo si su genética es artificial. Este espacio de tránsito adquiere su máxima categoría llegada la fecha de la renovación de cargos. Allí sí, allí sí que luce en todo su esplendor llegada la llamada de la tercera convocatoria. Poco a poco descendimos de nuestros palomares y con cierta desgana nacida de la obligatoriedad nos disponemos a seguir el orden del día. Caso de que un ajeno al bloque oficie de administrador, la atención será suprema. De todo lo que allí se decida dependerá el mejor o peor funcionamiento en los próximos meses. Así que lo mejor será estar atentos a cualquier propuesta de mejora o en su defecto al estado de cuentas. En caso de que este último cumpla con su equilibrio, los distintos puntos del orden del día se irán sucediendo en tono monocorde con la esperanza última de la brevedad. Más arriba nos esperan nuestro hueco favorito en el sofá, el penúltimo resumen de las noticias, las cartas por abrir y algún que otro asunto que a todos nos resulta familiar. De modo que llegado el momento de los ruegos y preguntas lo normal será que no existan. Pero si la fortuna caprichosa decide hacerlos presentes, entonces la cosa cambia. El rumbo de la travesía de dicha reunión virará a sotavento y aquí lo mejor será pertrecharse a buen recaudo. Las ideas más insospechadas aflorarán para dar rienda suelta al finiquito de quien no dio por finiquitado su estado de cuentas. Las sugerencias buscarán el convencimiento del indeciso a la hora de votar por tal o cual resolución. Se hará memorándum de aquellas medidas adoptadas en aquella lejana ocasión que tan a cuento vienen. Se harán cálculos sobre el ábaco desprovisto de tecnología que nos cubre las meninges y con un poco de suerte, a las dos horas, habrá concluido la citada reunión. Y en caso de que la suerte nos sea esquiva lo mejor será armarse de paciencia. Los grupúsculos intercambiarán opciones a modo y manera de comisiones parlamentarias y conste o no en el índice se añadirán novedades de mejora que no se habían ni imaginado en un principio. Así y todo, creo que lo mejor sería convocar una reunión de escalera lejos de la zona de paso. Quizás en la terraza. Quizás con una barbacoa comunitaria a la luz de la luna. Quizás convirtiendo semejante ático en un chill out sobre el que desparramar deudas y recoger propuestas. No sé, pero debería pensarse esta posibilidad. De hecho, esta tarde noche tengo una y como no hay fútbol posiblemente se alargue demasiado. Ya os contaré qué tal les ha parecido y si alguien tiene alguna sugerencia más, que me la haga llegar. Dentro de nada me tocará ser presidente de nuevo y no es cuestión de que me coja desprevenida la toma de posesión. No sé por qué, pero me está viniendo a la memoria la proclamación de Bokassa y me estoy viniendo arriba. 

lunes, 20 de febrero de 2017

Supongamos, es un suponer


Supongamos que cualquiera de nosotros  fuésemos lo suficientemente hábiles para manejarnos entre las altas finanzas. Supongamos que en base a ello nuestro patrimonio se incrementase de un modo altamente envidiable. Supongamos que gracias a nuestra buena presencia, a la notoriedad de nuestro enlace matrimonial y al pavoneo rosa que de nosotros vive, cayésemos bien y todo lo que se nos remitiera fuesen sonrisas de admiración y respeto. Supongamos que en base a todo ello, las ínfulas impropias nos llevasen a considerarnos merecedor de un habitáculo acorde a mi categoría en la mejor zona de la mejor zona de las mejores zonas. Supongamos que decidiéramos no poner límites a la codicia y llegásemos a pensar que nuestra dignidad se merece lo que se nos va proporcionando. Supongamos que  a modo de confianza total en nuestro cónyuge, le hiciésemos firmar unos farragosos documentos a los que pondría rúbrica sin preguntar ni qué eran ni para qué servían. Y que como pago a todo ello  obtuviésemos unos pingües beneficios de los que no dar cuenta al cierre anual como cualquier contribuyente.  Sigamos suponiendo que al ser descubiertos en nuestros chanchullos buscásemos culpables en nuestros socios y cercanos con tal de eludir las responsabilidades penales. Sigamos suponiendo que en pago a favores manifiestos u ocultos los más insignes legisladores saliesen en defensa de lo indefendible para conseguir con ellos minimizar las penas. Supongamos, y  ya empiezan a ser demasiadas suposiciones, que entre montañas y montañas de folios sentenciadores, el tema se fuese diluyendo buscando resquicios, defectos de forma, o las mil y unas variaciones exculpatorias. Suponiendo todo lo anterior, ¿qué nos quedaría? Nos quedaría un cúmulo de  motivos para responder con contundencia. Nos quedaría a sensación de ser peones de un tablero a los que se ningunea, sacrifica o menosprecia sin ningún rubor. Nos quedaría el sabor a bilis que asciende desde la conciencia hacia los labios para protestar y comprobar que todo sigue siendo igual o a lo peor, a peor. La mujer del césar ha de serlo y parecerlo; y con ella, el césar, la cohorte del césar, los cercanos al césar, los precursores del césar. Pero qué se puede esperar de un país que ríe las gracias a los escarceos  talámicos, safáricos y de cualquier otro tipo del jerarca. Qué se puede esperar de un país que ríe las gracias de un querubín que patea en mitad de la misa nupcial a una de sus acompañantes. Qué se puede esperar de un país que da por sentado que todo seguirá igual como de costumbre. Qué se puede esperar de un país de corifeos y pelotas que hacen todo lo posible por no mover lo que consideran inamovible. Debería esperarse justicia, pero eso, sería esperar demasiado. Dicen que el desconocimiento de la ley no nos exime de su cumplimiento; me da la sensación de según qué casos y según quiénes. Aunque  indudablemente, supongo que vuelve a ser otra suposición de alguien que supone indebidamente.

viernes, 17 de febrero de 2017


Brújulas que buscan sonrisas perdidas



Pues eso, que el título me llamó la atención y no pude resistirme a leerlo. Y mira que me lo avisaron, y mira que me lo temía y mira que no hice caso. El tema está en que alguien en una edad en la que se empiezan a restar años a la misma velocidad que se suman traumas, decide contar sus vivencias pasadas, presentes y casi futuras. Eso sí, con un trasfondo de penurias enmarcadas en accidentes mortales, cánceres inmisericordes, alzéimeres incontrolables y constantes vistas atrás buscando explicaciones que resultan tan increíbles como vacías. Así que por más que he seguido la máxima de no terminar un libro si en sus primeras páginas no te cautiva, insistí en mi error, y en el error viví hasta más allá de la finalización. Puro masoquismo por no llamarlo de otro modo. No se puede tener más mala suerte y ser capaz de sobrevivir a tantas desgracias como el protagonista acumula línea a línea. Ni siquiera resulta gracioso el hecho mismo de compadecer al anciano padre al que se rechaza por más que intente parecer que somos parte del péplum de su insospechado nuevo film. Ni la pérdida de unos anillos viene a cuento ni el agua del lago da para más ni hay nada que merezca la pena ser leído. Y por si todo lo anterior sonase a escaso, he de confesar que abundan, vaya si abundan, hasta la extenuación abundan, los puntos suspensivos. Como si pinzas de un tendedero sin ropa a las que nadie ha querido recoger, allí están. Golondrineando sobre el papel esperando encontrar sentido a sus propio sinsentido. Y dicho todo esto, creo que el único culpable, he sido yo. Sí, yo, y nadie más que yo, por varios motivos. Primero por no estar en edad de dilapidar mis menguantes dioptrías de modo tan irracional como este que me llevó a leer semejante panfleto infumable. Segundo por intentar ver Literatura donde solamente existe juntaletras. Tercero por empecinarme en localizar algo salvable de este naufragio impreso. Cuarto por mimetizarme en la piel del editor que tuvo un listón de calidad tan gris como , imagino, rentable. Quinto por creer que cualquiera es capaz de despertar emociones tras parapetarse ante un teclado y comenzar a yemear palabras. Lo dicho, si tú, querido lectora, amiga lectora, tienes la posibilidad de cruzarte con semejantes burbujas, haz lo que creas conveniente si ves perdidas tus sonrisas. Avisado quedas y de nada servirá que después de reincidir en el error intentes disculparte ante ti mismo con aquel “no está mal” que califica por sí sólo a la mediocridad. Regresemos a la Literatura cuanto antes como antídoto sanador.

jueves, 16 de febrero de 2017


Pues  no acabo de verme injubilado

No, no consigo verme más allá de los años neurológicamente aceptados como posible trabajador atlante de una sociedad futura de ancianos laborantes. No, la verdad es que no me veo. Y no es porque me desagrade o moleste ejercer de lo que ejerzo. Es un privilegio repetir año a año, curso a curso, con el mismo intervalo de edades y de ellas sacar puestas al día  impensables por mí mismo. No, no consigo verme, y mira que lo intento. Pero la mente se me evade al paseo vespertino que me lleve a rebajar la escasa  cafeína del descafeinado de turno. Me veo transitando a paso más lento que vivo entre los jardines esquivando a corredores, ciclistas, perros, patinadores y demás tribus que quieren compartir espacios. Me veo leyendo los titulares de la prensa digital tras unos cristales de no sé cuántas dioptrías para seguir al día de lo que nunca cambia, y si lo hace, a peor. Me veo, a duras penas, intentando comprender el funcionamiento del último móvil que la permanencia de costumbre me ha hecho renovar cuando ya tenía controlado al anterior modelo. Me veo, sigue siendo un decir, intentando dar una patada a un balón perdido y jugándome la vida en un posible traspié. Me veo, a la puerta de un colegio, comprobando cómo los renovadores de generaciones pasadas han cambiado de hábitos para seguir consumiendo hábitos. Me veo pasando de todo y haciendo de mi capa un sayo porque nada es punible en una mente a la que se le supone pérdida de lucidez. Volviendo a fumar, pasando de tomarme la tensión, vistiendo como me da la gana (bueno, eso ya lo hago), y quién sabe si tatuándome algún verso que deje constancia de mi locura sensata. Me veo aprendiendo de una santa vez el paso country que tanto se me resiste en las coreografías veraniegas. Quizás incluso aprendiendo a tocar el saxofón, o cambiando a Lucía por otra, o escribiendo soliloquios como desahogos diarios; yo qué sé. Pero de lo que no me veo, pero vamos, en absoluto, es  de becario setentón en una sociedad que algunos cretinos deciden hacer funcionar alargando una vida laboral suficientemente amortizada. Más que nada para no sentir vergüenza ajena cuando me miren aquellos que estaban destinados a relevarnos y las decisiones de unos legisladores ajenos a la normalidad se lo han impedido.   Así que, si me veis por ahí con aspecto raro, fumado como un poseso, pateando como un “pelusa sobrio”, pensad que si no me he jubilado, mis méritos están a punto de salir en mi defensa para ser retirado de la circulación. De momento, voy a buscar un sobrero vaquero y frente al espejo ensayaré los pasos para ver si de una vez consigo no pisar a nadie cuando vuelva a sonar la melodía. Lo del tatuaje, no es que me pille mayor, que también, es que el lema que he elegido me llevaría directamente a presidio y no es plan.

miércoles, 15 de febrero de 2017


Chicago

Tiene su aquel el intentar traer a las inmediaciones del Mediterráneo un musical que transcurre a unos cuantos meridianos hacia el oeste. Tiene su aquel que sobre el escenario se acomoden once músicos virtuosos y se parapeten tras las partituras para llevarnos a los otrora famosos clubs de jazz. Lo tiene, vaya si lo tiene, y vaya si se agradece para una tarde sabatina y climatológicamente adversa. Sobre todo si nada más comenzar la representación percibes que los sones emitidos por los metales con sordina y sin ella conjugan perfectamente con el argumento en el que las ambiciones de las aspirantes a estrellas del musical salen a batirse. Entre los espectadores nacerá la complicidad hacia el consentidor marido que todo lo perdona y de la sonrisa se hará barrera hacia el daño. Del abogado corrupto nada te sorprenderá por ser inherente a la época en la que todo chanchullo es bien visto con tal de que la ley lo permita. De la madame custodia de divismos harás réplica para poner rostro a todas aquellas capaces de venderse al mejor postor para seguir medrando. Y todo te parecerá tan real que ni siquiera te darás cuenta de la atemporalidad de la representación. Pentagramas sobre los que el banjo dará paso a la batería y entre los que la batuta oficiará como mosén preconciliar de espaldas a los inmóviles y presenciales que les escuchamos absortos. Un Chicago Piccolo sobre el que desparramar bourbon de ritmos destilado en la clandestinidad de las tardes de ensayos para deleite de quienes sabemos valorar el directo. Pareciera como si por momentos fuese a aparecer la bofia con Eliot Ness y cumplir con su misión arrestándonos a todos por cómplices de semejante espectáculo. Allí, en esta tarde noche de sábado inclemente, el buen hacer superaba leyes secas y se dejaba arrastrar hacia las corcheas de la historia. Una historia, por cierto, real en la que un asesinato acaba desembocando en una hilarante sucesión de capítulos periodísticos para goce de los lectores ávidos de adrenalinas. Y como tantas veces sucede, la representación real, superando a la trama real del acontecimiento. Años locos en los que el ritmo avivó las noches para aligerar los duelos que vendrían después. Hora y media de disfrute que mereció, y mucho, la pena. Un deleite para los espectadores y para aquellos que amamos el vivo sobre las tablas cuando lo protagoniza la verdad y sapiencia del buen hacer.

viernes, 10 de febrero de 2017


Veinte mil leguas de viaje submarino

Mil y una formas de dar salida a un espíritu aventurero nacieron de la pluma de Julio Verne. Y entre todas ellas quizás esta novela reúna todos los aditivos que supone adentrarse en la fantasía que empareja viajes y lecturas. Aparecer inmerso, nunca mejor dicho, como invitado de honor en un submarino capitaneado por un atormentado Nemo que renunció al mundo exterior, y dejarse llevar por toda una aventura que recorre los cinco continentes, es y sigue siendo un  auténtico placer. A la primigenia acción defensiva que el Nautilus lleva a cabo ante un buque que pretende capturarlo confundiéndolo con una especie monstruosa, se le van agregando jornadas de subsistencia submarina en la que los rehenes empiezan a dudar de su desgraciado sino de cautivos y comienzan a descubrir un mundo que ni siquiera imaginaban. Hasta el arponero Ned Land acaba dando por bueno el encierro más allá de las apetencias científicas del profesor Aronaax y de su fiel Conseil. Sucesivas escalas en las que bajo la excusa de repostar víveres nos llevan de uno a otro confín de mano de las hélices propulsadas por energías marinas precursoras de las que no tardarán en llegar a sernos familiares. Nada se deja al azar y las escafandras de los buzos dan fe de ello cuando deciden poner pie a tierra y dejar sus huellas sobre fondos marinos en busca de nuevas grutas que siguen desconocidas. Otros mundos, otros sentires, otro modo de entender la vida más allá de los convencionalismos superficiales de una sociedad aferrada a unos hábitos rígidos. Un precursor de Cousteau que décadas después acabaría poniendo sobre el tapete la realidad imaginativa de Verne. Y no dejas de compartir el dolor que ha llevado al hierático capitán a sumirse en esta soledad silenciosa de los abismos marinos. Un dolor nacido del desengaño provocado por la muerte de seres queridos que tantas soledades desencadena y que tantos interrogantes deja en el aire. Una novela, en definitiva, mezcla de muchas novelas en las que el neófito amante de la literatura descubre por fin el camino hacia el goce de la imaginación. No serán necesarias más escalas, lejos de las pautas o los márgenes de este viaje llamado lectura. No serán necesarias nuevas recaladas en puertos francos alejados de las letras. No será necesaria una nueva ruta hacia el aliento del alma porque ya hemos surcado los mares y nos hemos dejado guiar por la rosa de los vientos en una travesía sin retorno. Una vez más, de la mano de Verne, la magia se hizo, se sigue haciendo y se hará, eternamente presente.   

miércoles, 8 de febrero de 2017



El túnel



Suele parecer extraño que una novela desvele su final en las primeras líneas. Este es el caso de “El túnel”. Nada más comenzar, el protagonista se confiesa autor de un asesinato y a partir de ahí una incesante retrospectiva te envía a desentrañar los motivos que le indujeron a cometerlo. Una mente perturbada desde la soledad que le envuelve de incomprensiones que necesita desahogarse con la mínima esperanza de que alguien lo comprenda. Parece como si desde el arrepentimiento se respondiese a sí mismo y considerase que quien únicamente lo entendió fue precisamente su víctima. Un ser atormentado que se parapeta tras su atril de pintor para huir de una soledad que se empeña en servirle de túnica. Un simple comentario casual de una casual presencia femenina que le lleva a imaginarla como su compañera ideal y de la que poco a poco va descubriendo los entresijos de su pasado no común en las sucesivas citas que se prestan el uno a la otra y viceversa. Y pese a todo ello, la insistente desconfianza del protagonista hacia ella que percibe que lo quiere de un modo menos intenso. Todo abocado a un cúmulo de reproches y huidas que parecen dar vueltas en un incesante tiovivo de pasiones no correspondidas de igual modo. Una carta de despecho que se remite y que inmediatamente es imposible de frenar en su avance hacia la destinataria que va dando pie a un desenlace previsible e intenso. Y aún así conmovedor desde el momento en el que él amenaza con un suicidio buscando una compasión que no le llega. Búsquedas de cuerpos similares sobre los que redimir su dolor seguidos de las mismas frustraciones que dan como resultado el asesinato ya mencionado. Y una vez acabada la pregunta colgada en el aire queda tendida  los cuatro vientos. Nada duele más a quien no acepta la no reciprocidad que el sentirse rechazado. Mentes atormentadas por respuestas que no llegan y que acaban formando en su psique un puzle imposible de resolver. Realmente quien empuña el arma no es dueño de sus actos porque sus actos pasaron hace tiempo a ser dirigidos por su ilusión irreal. La pintura, como metáfora de vida, es usada para esconder tras sus trazos la verdadera personalidad de un ser que reclama el afecto que no se corresponde con el que está dispuesto a entregar. Túnel oscuro cuya salida se niega a sí mismo porque realmente aquello que teme se llama soledad. Aquellos que tengáis el ánimo decaído por las circunstancias que sean, no lo leáis; posiblemente el consuelo que toda lectura proporciona al acabar la historia, esta vez, supure dolor y no sea tan reconfortante como suelen ser las letras inmortales. Mejor buscad en los anaqueles otros títulos y este dejadlo  para otra ocasión. Sábato no lo escribió para débiles y resultaría provocador retar al autor.  

martes, 7 de febrero de 2017

La Biblia


Efectivamente, la Biblia, el Libro de los Libros por excelencia, pasa a ocupar su hueco en esta sección. Y siguiendo el orden cronológico, empezaremos por el Génesis. Allí, en pleno Paraíso, una pareja colocada por Dios a modo y manera de porteros de la Gloria, cometen el error de querer saber más que nadie. Inducidos por la serpiente, ay, la malvada serpiente, la demoníaca serpiente, claudican ante la tentación y saborean la manzana que les delata. Es decir, que pudiendo haber elegido seguir con su gozo, la codicia les lleva a perderlo todo. Primera lección: el incorformismo y las ansias de conocimiento que desobedecen asumen las consecuencias a peor. Y a partir de ahí el sufrimiento en una penitencia eterna hasta que te llegue la muerte. Eso sí, durante esta travesía, a acreditar méritos suficientes como para no caer al averno y seguir purgando culpas de aquellos veganos predecesores. De modo que mientras llega ese momento echas mano de la primera parte y allí las luchas tribales desencadenan las mil y una batallas en las que la mano del Señor toma partido. Ni filisteos, ni fariseos, ni nadie que se les parezca, pueden con los seguidores de quien les ha prometido dos Alianzas de protección en un contrato indefinido. Pueblo errante que busca una Tierra Prometida y que acaba dando pie a tribus, que darán pie a dinastías reales, que darán pie a multiplicaciones de creyentes, que darán pie a un nuevo orden en el que dar pie a vivir del dogma. Y, llegado el momento, el sacrificio del Enviado como muestra de renovación del contrato hasta más ver. Entre ambas firmas, esclavitud del pueblo en Egipto, guerras intestinas contra los enemigos, exilios desérticos, seccionamiento de cabezas de profetas o generales  enemigos, destrucciones de templos a toque de cornetas, derribo de columnas de manos de un forzudo excalvo rapado por su consorte, y mil y una batallitas más con las que amenizar las tardes de ocio ante la llegada del aburrimiento. Cruces de mares cuyas aguas se abren a toque de invocación, elegidos que sobreviven a una travesía acuática en su más tierna infancia….todo, en resumen, encaminado a hacer digerible un testamento que más parece una novela de aventuras y del que disfrutamos como niños, más allá de la fe. Ya en la segunda parte, el tema se vuelve más árido y todo el ambiente de aventuras pasa a depender de un solo protagonista al que acaban culpando de revolucionario quienes temen perder sus puestos de privilegio. Reconozco que el atractivo de los milagros, de las parábolas, de los mandamientos o de las bienaventuranzas, carece de la épica que antes del  edicto de César Augusto tenían los capítulos o versículos. Aquí, como por arte de magia desaparecen la condición humana para bien o para mal y todo se encamina a dar sentido a la llegada del profeta que acaba proclamándose Hijo de Dios. Milagros aparte, la verdad, es que resulta menos atractivo como lectura. De modo que si alguien sigue echando de menos las pedradas de un pastor que derrota a un gigante, o el trueque de una primogenitura por un plato de lentejas, o las danzas de una sibilina Salomé, que opte por la primera de las partes. Lo demás, ya se encargaron los acólitos sucesores de darle sentido y muchas veces, sinceramente, suena aburrido. Por cierto, de qué clase sería la manzana es algo que todavía nadie ha sabido concretar. 

lunes, 6 de febrero de 2017

Tiempo entre costuras


Una novela más situada en los prolegómenos de la Guerra Civil Española del 36, en la que una joven modista se deja arrastrar por el amor y abandonando Madrid se instala en Tánger. Sira, la protagonista enamorada, considera a su amante Ramiro como el hombre de su vida y poco a poco las circunstancias empiezan a sacarla de su equivocación al así comprobar la piel de tahúr que lo viste. A punto de tocar fondo se le brinda la oportunidad de colaborar con los servicios de espionaje y hete aquí que la costurera pasa a ser un elemento clave en ese turbio mundo de secretismos vestidos de etiquetas y uniformes. Lectura fácil y quizás con cierto regusto a “me lo imaginaba”. Puede que esa fuese la clave de su éxito que acabaría traspasando el papel impreso hacia la miniserie televisiva. Bueno, pues muy bien, tampoco se trata de estar siempre enfrascados en lecturas sesudas que abotarguen el cerebro en los momentos de ocio lector. El incesante ir y venir de la trama parece que se da codazos con los protagonistas de la contienda a punto de subirse al vuelo de  “El Dragón Rapide” y enfrascarse en la lucha fratricida. El cruce del Estrecho lleva consigo ese halo de misterio que las chilabas parecen acompasar por los zocos magrebíes. Los pespuntes de la confecciones se disfrazan, y nunca mejor dicho, de diccionarios Morse sobre los que traducir consignas y enviar ordenanzas. Vamos una especie de Mata-Hari sin la perfidia de esta. Caso se abrirse de nuevo el canal de la Historia Contemporánea, nuestra querida Sira debería ocupar un puesto de relevancia en la misma y por un momento la justicia se haría presente. Si luego, conforme pasan las páginas, a más de uno le viene a la memoria la imagen de alguna de aquellas señoras de alambradas de perlas sobre sus cuellos  que bien pudieron prestarse a ser espías, debe darlo por bien leído. Nada hay más reconfortante para este tipo de lectores que creerse, por un momento, capaces de desenmascarar a quien nadie sospechaba ser lo que es. Aquella etapa de nuestra historia está todavía inmersa en una nube gris de incógnitas que quizás novelas como esta son capaces de iluminar. No para resolver pasados, sino más bien, para entender cómo pudo perpetuarse en el tiempo un modelo político social como aquel que vivimos. Echemos mano del álbum fotográfico que tengamos por casa que igual acabamos descubriendo a alguna Sira similar que ignorábamos. Y caso de no descubrirla, imaginemos qué hubiera podido pasar de haber podido cambiar el curso de los acontecimientos. O por qué las solapas, los dobladillos, o cualquier otro tipo de costuras, se niegan a entregarnos un mensaje cifrado que nos empeñamos en descubrir en los trajes del ayer.

viernes, 3 de febrero de 2017

Enguídanos, mi sendero de versos


El día amaneció como de costumbre entre los brazos de las escarchas que desde los Tornajos daban paso a la luz diluyente de las cuestas. Como todos los Febreros, San Blas esperaba el turno de su celebración y anticipándonos a la fiesta, lo vi nacer. Había sido gestado desde la gratitud que merece la cuna que te ha aportado tantas vivencias que el único esfuerzo radicó en conseguir equilibrar las emociones para hacerlas partícipes. Fueron meses en los que la vista de los ayeres salieron al encuentro de quien necesitaba exponer la alegría que suponía el reconocimiento a la aportación callada de rincones, calles, cuestas. Ellos fueron esculpiendo con cinceles de versos el sendero que la memoria precisa `para no dejar hueco al olvido. Un olvido imposible para quienes lo hemos y seguimos viviendo en un constante ir y regresar. Un olvido a evitar en quienes no han tenido la posibilidad de entender la grandeza de pertenecerle. Así, en veintiocho escalones, en veintiocho etapas de un paseo de sueños, el sendero fue trazado y sacado a la luz. Pronto despareció la inquietud del primerizo que me vestía de dudas y los versos fluyeron. Allí los presentes, allí los ausentes, allí los recordados, allí los no olvidados, fueron desfilando desde el portal de la evocación. Fuera, el frío de la noche se fue asomando a los cristales para hacerse presente. Las sombras cubrieron los perfiles de los montes y el agua susurró complacencias. Las volutas ascendieron en columnas caprichosas buscando el infinito mientras las luminarias celestes parpadearon a su antojo. Quise adivinar guiños de complicidad desde los silencios y abierta la noche tuve la constatación de haber pagado parte de la deuda que le debía. Por eso, cada vez que lo sigo recorriendo, cada vez que sigo con la vista los rincones que nos crecieron, cada vez que veo los postigos abiertos, sonrío y me digo que valió la pena. El escenario de sueños nació para en él representar la más hermosa de las obras: nuestra propia razón de ser. De ahí que cada tres de Febrero, cada vez que la tarde se aproxima, vuelvo a extender sobre mi memoria el “Sendero de Versos” que lleva por nombre Enguídanos y os aseguro que lo recorro feliz nuevamente para agradecerle cuanto le debo. Aquella tarde de Febrero, aquella luz que se resistía a alejarse, dio vida a los renglones y con ellos se tendieron hacia el Infinito todas las sensaciones que solamente son capaces de comprender aquellos que las hacen suyas y las comparten. ¡Quién sabe si la fecha fue elegida por el destino y la advocación de aquel que cuida de las gargantas actuó en consecuencia! Lo auténtico quedó plasmado, y de eso se trataba, como pago gratificante a la cuna que nos vio nacer. 

jueves, 2 de febrero de 2017

Justine


Solamente mencionar el título abre un abanico de posibilidades a la imaginación de todo aquel que ha oído hablar de dicha novela. Efectivamente es lo que se presume que es y más. Una novela de excesos en la que los caminos de la virtud se asfaltan de los más abyectos guijarros para dar cumplida cuenta de aquellos en su transitar por las páginas. Una mente capaz de recrearse en los límites del placer que busca en ellos mismos la renuncia a cualquier dictamen moral que no provenga de las leyes de la naturaleza. Pareciera que la incesante rebelión hacia los designios de la divinidad va más allá de la lujuria de la que se reviste a cada capítulo. Una bajada a los infiernos desde los cuales comprobar el precio que supone cumplir con los dogmatismos teocráticos que buscan equilibrios sensoriales quien sabe si para sometimiento de sus súbditos o goces propios. Constantes reflexiones en los que la filosofía libertina intenta poner en el haber el derecho  y en el debe la penitencia. Y todo ello desde un afilado acero contra aquellos que ostentan los púlpitos de la virtud escondiendo sus maldades para beneficio propio. Ella, la inocente Thérèse, convertida en una bola rodante a lo largo de los capítulos interrogándose sobre el verdadero sentido de sus creencias que a cada paso son cuestionadas por los crápulas que las destierran de sus conciencias. Ellos y ellas, abominables seres, contrapuntos sobre los que trazar renglones de ignominias, dando fe de una visión mundana hasta más allá de los límites. Por un momento vienen a tu mente esas novelas posteriores en las que se camuflan bajo tonos rosas psicologías enfermas y no puedes dejar de sonreír con una mueca como máscara. Libertinos de altas cimas que necesitan autocensurarse con traumas no demasiado claros vividos en sus previos para confesarse ante  las ávidas almas y buscar reconciliaciones grupales. ¡Ay de aquellos que sólo vean en esta novela lujuria sin frenos! Seguirán pensando que un marqués decidió poner sobre la mesa todos los límites sobrepasados y con ello se reconfortarán. Quizás si hurgan en la lectura detenidamente verán que una vuelta al mundo clásico se plantea como renuncia a planteamientos catecúmenos. ¡Quién sabe si  el ágora se quedó desprovista de librepensadores hace tanto que ya no hay solución ni vuelta atrás! La lucha entre el bien y el mal sigue siempre los designios de quienes son capaces de catalogarlos para así controlar y someter voluntades que quizás nacieron sin bridas. Supongo que temiendo el repudio general, el final de la obra es tan correcto como las buenas costumbres, incluso hoy en día, lo exigen, premian y aplauden. 

miércoles, 1 de febrero de 2017


La sombra del viento

Prototipo de superventas justificadísimo en el que el lector se ve envuelto en una intriga continua que no le deja ni un momento de respiro. En el supuesto caso de que todavía haya alguien que no lo haya leído, que lo haga. Merece mucho la pena. Del argumento no desvelaré nada porque son tantas las historias que se entrecruzan que sería como diseccionar un cuerpo que se mantiene vivo, y no es plan. Pasarán las hojas a velocidad vertiginosa y te verás inmerso en la lectura repudiando a Morfeo que pide su tiempo. Dicho lo cual, y sin ánimo de repartir estopa, una vez acabada la lectura, eludir aquella que lleva la misma firma y que responde al título de “Marina”. Esta novela  que fuese escrita con anterioridad dormía el sueño de los justos en la biblioteca de los libros olvidados, y sí, va con segundas, a expensas de una linotipia que no se veía necesitada de sobreesfuerzo. De suerte que al rebufo de la sombra posterior, salió a la luz y con ella la primera decepción. Personajes precursores que apuntaban maneras se habían quedado a medias y no se sabía muy bien a qué jugaban. Era como si un primer soliloquio escrito no hubiese sabido terminarse en ese guion simplón. De modo que, un cierto regusto a decepción, venía a enturbiar el sabor que dejase la primera leída y segunda editada. Así que, “La sombra del viento” se mantuvo en el tiempo, se tradujo a mil idiomas y vivió sus momentos de gloria. Imagino que Ruiz Zafón pensaba en una trilogía cuando sacó a la luz lo que pretendía ser una continuación llamada “El juego del ángel”. Y si nunca segundas partes fueron buenas, en esta ocasión, tampoco. Pesaba demasiado la primigenia y no llegó a las cotas de aceptación de su hermana mayor. Seguía flotando “La sombra del viento” como si una nube gris impidiese la nueva salida del sol de las letras. Tibia, muy tibia y absolutamente prescindible. De modo que como pata del trípode ha aparecido la que se anuncia como cierre del ciclo. Y aquí estoy meditando si hacérmela o no. “El laberinto de los espíritus”, se denomina y temo llevarme una nueva decepción. No sé, ya veremos qué hago. Si alguno de los que leéis estas líneas tenéis la gentileza de opinar, os lo agradeceré enormemente. Caso de que me gustase, daría por buena las decepciones mencionadas. Pero si no me gusta, si algo en ella vuelve a sonar hueco, a ya previsto, a ya anunciado, entonces sí que volveré a leer “La sombra del viento” para congraciarme con mi buena suerte. Esa sí tiene todo lo que una buena novela debe tener y volver a lo magnífico, siempre es un acierto.