Fiebre
del Sábado Noche
Dicen
que cada generación precisa de una película que la identifique cuando cualquier
miembro que no perteneció a dicha etapa quiera saber cómo fue. Así se podría
comprobar a nada que la videoteca de cada quien se desempolvase desde el
plumero de la nostalgia y regresaran los años contados a las cercanías de la
veintena. Este es el caso, esta es la película que hoy pide paso. Y lo hace
desde la noticia surgida sobre la salida a subasta de la pista de baile que
tanta fama le diese a Travolta en aquellos inolvidables contoneos. Música disco
cuando las discotecas se vestían de templos en los que profesar liturgias los
sábados. Ritmos frenéticos que la bola de cristal acompasaba girando sobre los
sueños y temores de los adolescentes que éramos y dejamos de ser. Allí, Tony
Manero, un sencillo aprendiz de dependiente, neoyorquino de raíces italianas,
daba rienda suelta a su papel de héroe en el campo de batalla que las agujas
del tocadiscos marcaban. El disc-jockey de turno asumiendo su papel segundo en
la obra y el concurso preparado para demostrar una vez más quién era el mejor
agitando su traje de tres piezas inmaculadamente blanco. Y de cuando en cuando,
el ensayo para buscar la perfección. Y de vez en vez, la reiteración del puesto
en el ballet improvisado cuando los falsetes de los Bee Gees consideraban
llegado su momento. Tres minutos que se hacían escasos e inmortales como fehacientes
testigos de un tiempo irremediablemente veloz. Conflictos de fe en la propia
familia del protagonista que luchaba contra lo que consideraban contaminación
inadmisible de sus raíces. Canto al desarraigo que a más de un exégeta del celuloide
le provocó sarpullidos en los poros de su intelecto. Ni entendieron nada, ni
posiblemente sigan sin comprender lo que supuso sentirse partícipes de una
época. Todo aquello que fuese infravalorado por las críticas sesudas firmadas
desde las bufandas de los subtítulos, merecía la reprobación inmediata. Esos “meacolonias”
probablemente eran unos zotes patosos que nunca se atrevieron a hacerse un
hueco en la pista y dejarse llevar por la alegría de los diecinueve años. Esos,
a los que el espejo les devuelve la sonrisa irónica que les cataloga de lo que
ignoran que son, esos, hoy darían cualquier cosa por una oportunidad de
regresar a soñarse héroes en la “2001 Odissey”. Otros, os lo aseguro, cada vez
que la nostalgia pide paso, se lo damos y nos alegramos de saber que fuimos partícipes
de una generación a la que alguien retrató perfectamente en una obra titulada
Fiebre del Sábado Noche.