domingo, 31 de marzo de 2019


Fiebre del Sábado Noche

Dicen que cada generación precisa de una película que la identifique cuando cualquier miembro que no perteneció a dicha etapa quiera saber cómo fue. Así se podría comprobar a nada que la videoteca de cada quien se desempolvase desde el plumero de la nostalgia y regresaran los años contados a las cercanías de la veintena. Este es el caso, esta es la película que hoy pide paso. Y lo hace desde la noticia surgida sobre la salida a subasta de la pista de baile que tanta fama le diese a Travolta en aquellos inolvidables contoneos. Música disco cuando las discotecas se vestían de templos en los que profesar liturgias los sábados. Ritmos frenéticos que la bola de cristal acompasaba girando sobre los sueños y temores de los adolescentes que éramos y dejamos de ser. Allí, Tony Manero, un sencillo aprendiz de dependiente, neoyorquino de raíces italianas, daba rienda suelta a su papel de héroe en el campo de batalla que las agujas del tocadiscos marcaban. El disc-jockey de turno asumiendo su papel segundo en la obra y el concurso preparado para demostrar una vez más quién era el mejor agitando su traje de tres piezas inmaculadamente blanco. Y de cuando en cuando, el ensayo para buscar la perfección. Y de vez en vez, la reiteración del puesto en el ballet improvisado cuando los falsetes de los Bee Gees consideraban llegado su momento. Tres minutos que se hacían escasos e inmortales como fehacientes testigos de un tiempo irremediablemente veloz. Conflictos de fe en la propia familia del protagonista que luchaba contra lo que consideraban contaminación inadmisible de sus raíces. Canto al desarraigo que a más de un exégeta del celuloide le provocó sarpullidos en los poros de su intelecto. Ni entendieron nada, ni posiblemente sigan sin comprender lo que supuso sentirse partícipes de una época. Todo aquello que fuese infravalorado por las críticas sesudas firmadas desde las bufandas de los subtítulos, merecía la reprobación inmediata. Esos “meacolonias” probablemente eran unos zotes patosos que nunca se atrevieron a hacerse un hueco en la pista y dejarse llevar por la alegría de los diecinueve años. Esos, a los que el espejo les devuelve la sonrisa irónica que les cataloga de lo que ignoran que son, esos, hoy darían cualquier cosa por una oportunidad de regresar a soñarse héroes en la “2001 Odissey”. Otros, os lo aseguro, cada vez que la nostalgia pide paso, se lo damos y nos alegramos de saber que fuimos partícipes de una generación a la que alguien retrató perfectamente en una obra titulada Fiebre del Sábado Noche.

A puerta cerrada


Hace catorce meses me llegó de la mano de la amistad este poemario de Luis García Montero. Y como todo poemario que se precie de serlo parece que la alianza con los días de lluvia es preceptivo paso encaminado a iluminar con su belleza la penumbra del gris. De modo que lo abres al azar y te dejas sorprender. Vuelves a comprobar cómo el autor no poemiza desde el yo sino más bien lo hace desde el tú para que te sientas desnudo y a la vez reconocido. Así, casualmente o no, la decimocuarta estación se te abre bajo el título de “Vigilar un examen” y algo en ti se alerta. Vas a ver qué ha compuesto como si pretendieses descubrirte a través de sus letras. Poco tiempo necesitas para resolver la duda que intuías inexistente. Sientes un ir y regresar de la tarima al pupitre que el poeta plasma intentando desterrar la labor policial que la vigilancia le exige. Rememora aquellas edades en las que la obediencia debida añadía una disculpa para evitar más decepciones a las sotanas encargadas de tu formación. Plantea un rechazo pleno a la instrucción encaminada a cortar alas para impedir vuelos y en cierta medida te reconforta saber que tú también has hecho la vista gorda en alguna ocasión. Hallas en mitad de sus versos tantas verdades que niegas transcendencia al orden de las preguntas esparcidas sobre los folios. “Dos ojos de persona mayor doctorada en antiguas esperanzas…” te acaban asaeteando las migajas de dudas que a modo de certezas te servían de alimento. Reposas, vuelves a mirar a través del cristal, sigue la lluvia y paras la lectura. Empiezas a entender que el auténtico examen que has de vigilar es el de tu misma recuperación si la posibilidad te es ofrecida. De poco servirán las incesantes vueltas a la noria que les resulta inapetente, extraña, prestada. Buscas en la alquimia de estas letras la piedra filosofal que les devuelva la esperanza a quienes aún no se han envenenado con las decepciones. Imaginas la desrobotización que serías capaz de prender y aplaudes el hecho de que alguien de un nivel infinitamente superior haya abierto la brecha como cuña de posibilidades. Sonríes sin creerte a la dedicatoria de las páginas albas y recuerdas que mañana tienes un nuevo examen. Mientras lo diseñas se va resolviendo la duda de cómo lo vigilarás y nada más cesar momentáneamente la llovizna de la mañana gris, encuentras la respuesta.

sábado, 30 de marzo de 2019


To Be or Not to Be


A veces cuando alguien intenta mostrarte la supuesta grandeza de alguna película reciente echas mano de la filmoteca de tu memoria y casi siempre encuentras alguna que la supera. No, no se trata de anclarse en el axioma que preconiza porque sí la excelencia del tiempo pasado; pero no está demás tenerlo en cuenta ante la aparición de la supuesta obra maestra. Y llegado el caso, si de comedia se trata, reconozco que esta que encabeza el texto, se erige como magnífica muestra. Pocos genios son capaces de darle un giro de ciento ochenta grados a una tragedia shakesperiana y convertirla en una comedia lubitschiana recién concluida la segunda guerra mundial. El enredo devenido de la confusión acaba por dar forma a una hipotética opción salvadora hacia aquellos perseguidos por el nazismo en la Varsovia ocupada. Una obra teatral que se inserta en el celuloide para mayor gloria de sus intérpretes situados en la dualidad del guion. Unas infidelidades incentivadas por el monólogo cadavérico en los que el afectado pierde parte del ego que le hace competir con su esposa y primera actriz. Un incesante trasiego de despachos a brazo alzado demostrando el poder de convicción que el miedo incentiva. Todos sospechan de todos y cada cual intenta salir a flote de este enredo insuperable. Una visión esperanzadora de cómo el humor puede ser la moneda de cambio en las situaciones más dolosas que se puedan imaginar y constatar. Una obra de  arte que te reconcilia en contra de las decepciones que tanto abundan. Pareciera que los guionistas han dejado de tener inspiración al sentirse  acuciados por la exigencia del rendimiento inmediato. De modo que esta tarde, a nada que el tiempo se ponga en contra, volveré a pulsar el play. Poco importará la fecha de rodaje, el color blanquinegro o las risas escondidas de un supuesto Hamlet al que se le hubiese dado la oportunidad de cambiar su rol. Indudablemente el sabor a buen cine admite mil variaciones. Lo que no permite por más que a veces insistan en lo contrario es adjudicarle el título de inmortal a todo lo rodado. Y si alguien duda, que se haga un favor, relea para sí el monólogo nacido del soliloquio de la indecisión y opte por otro final que no sea el disfrute de semejante obra. Seguramente la calavera callará su opinión al respecto.

viernes, 29 de marzo de 2019




1. Arantxa M.


Por fin reconocí a quién me recordaba su cara cuando pasados unos meses alcancé tal certeza. Evidentemente, era su clon y solamente era cuestión de esperar para comprobar si su modo de hacer se asemejaba. Cargaba y sigue cargando sobre las tapas azules que la escudan el legado del conocimiento a transmitir como si los Nematodos exigiesen perpetuidades. Ella, que tan acostumbrada está a los vientos del valle que la acunan, fluye desde la discreción apostando por las comprensiones y compasiones de los más desvalidos. Les tiende el cabo al que han de asirse con la esperanza perpetua del auxilio preciso. Goza de las ocurrencias filosóficas que le vienen de sopetón intentando disimular la carcajada que convertiría en ineficaz la reprimenda. Vive siguiendo el compás de las castañuelas que marcan el ritmo de la entonación de la décima letra camuflada en mitad de las bandurrias afinadas. Reconoce el valor de la ironía batiendo sin pudor los maxilares si llega el caso. Poco importará si la popa y la proa se han cambiado los papeles desde el descuido del sueño. La naturalidad ocupará el puesto que le ceda el error que será el antepenúltimo. El rigor dará paso al aplauso si de la bóveda celeste se desprende de un inacabable viaje hacia el infinito y más allá. Tiene clara conciencia del valor de sus pilares y se abre a la crítica si de ella consigue extraer el aprendizaje. Posará ante el objetivo con la seguridad que otorga reconocerse en los que custodian su vida y fundirá en agua los nombres diluidos que están de paso. Si la veis enfrascada en sus cosas, pasad haciendo el ruido que os plazca. Su concentración superará cualquier intento de perturbación y de la manzana mordida conseguirá la sabiduría nacida para ser ofrecida. Levantará ángulos a la vez que las perspectivas lograrán encontrar el punto de fuga más cerca de lo que se podría suponer. Y mientras tanto, desde su imaginario descapotable conducirá las rutas secundarias evitando los áridos rincones del desierto de la torpeza. De poco serviría ponerla en busca y captura por ser inocente de cualquier achacable delito no cometido. Si llegara el caso, alzaría la vista, ajustaría el puente y miraría de tal modo al  tribunal que osase con juzgarla, que sería declarada no culpable de los cargos. En el fondo de armario de sí misma se adivinan las perchas dispuestas a seguir prestando su apoyo a cualquier prenda que se sienta desvalida. Ya habréis imaginado el rostro al que me refería en las primeras líneas y seguro que pensaríais lo mismo si tuvieseis la fortuna de conocerla de cerca.

jueves, 28 de marzo de 2019

Cinema Paradiso
Tiempo atrás mi hermana Henar tuvo en enésimo detalle conmigo y me regaló el dvd de dicha película. Como la gran mayoría de los interesados por el cine sabrán, versa sobre la evolución de una comunidad hacia el futuro y en paralelo el desarrollo de un niño hacia la edad adulta. Un niño huérfano que dejándose llevar por su pasión cinematográfica hace todo lo posible e imposible por permanecer cerca del celuloide para siempre. El regreso al ayer desde el luto que le llega nos sitúa en un momento en el que la sociedad pasa de ser sumamente agrícola, pueblerina, cercana, a convertirse en aquello que se mostró como modelo de progreso. La ciudad arrasa con cualquier vestigio anclado en las raíces de la cuna y pasado el tiempo el protagonista y más de un espectador pausa su propia cinta y valora si ha merecido la pena el precio a pagar. Probablemente las respuestas no acaben de convencernos del todo y sigamos mirando hacia otro lado para evitarnos las lástimas. Aquellos tiempos que discurrieron a ambos lados de la pantalla llevaban sobre sí mismos unas cargas de cercanía y de verdad que se han difuminado. Puede que de los cortes de la autocensura sigamos componiendo el mediometraje que sirva como árnica hacia el ánimo decaído. No hay vuelta atrás y aquel incendio de la bobina resultó metafórico y premonitorio. Revuelves tu pasado entre las entradas que conservas para evitarte la desmemoria y aparece Martín, Maloraje, Pompeyo, Apache…y en cada personaje de la cinta pareces adivinar al cercano que se dormía nada más comenzar la proyección. Y en cada pausa publicitaria rememoras las salidas al barranco o al bar de la Rulla en busca de la gaseosa. O las críticas inmisericordes de Emilianete, o las flatulencias de….Y vuelves la vista hacia la pared del fondo en la que el cuadro enmarcado sitúa a los abuelos Telesforo y Perpetua como aposentadores de ilusiones. Y pareja a la evolución de la pantalla del televisor se adivina la amenaza de las televisiones en blanco y negro hacia la continuidad del proyecto. El tiempo se convirtió en la apisonadora que todo lo reduce a olvido hasta que alguien decide sacar a la luz las vivencias de tus primeros años. Te sientes Totó y solamente necesitas que la oportunidad de visitar Cefalú se presente, que el Cinema Comunale te reciba, que el proyector te guiñe un ojo desde su sagrario acristalado para cerrar un ciclo de vida tan hermoso como hermosos suelen ser los finales de todas las películas que perduran en tu memoria.

miércoles, 27 de marzo de 2019




1. Los Baixauli Portillo


No sé exactamente por dónde empezar, lo reconozco. Si comienzo por Rafa, probablemente me regresen como réplica las primeras notas de aquellos vinilos que en tiempos pasados dieron fe de dominio de platos y amplificadores radiofónicos. Si comienzo con Mari Carmen, lo más previsible será recibir como respuesta la sonrisa enmarcada entre comprensiones hacia la labor que tantas veces se cuestiona y ella aprueba sin dudar. Y lo hará, además, escanciando el manjar dulcemente fallero que rebose de dulzor con el farton adecuado. Sabrá que la infancia se escapa irremediablemente y no es cuestión de amargarla bajo cualquier excusa remediable. Puede que entre ambos hayan lidiado tantas y tantas embestidas del morlaco inesperado que se han forjado un fajín preventivo sobre el que descargar tensiones. De las astas del capricho curarán las heridas como si el trofeo a exhibir mereciese la pena a pesar del coste de la impopularidad. Todavía recuerdo cómo Iván se me presentó con un obsequio que procuraba nombrarme corredor del encierro. Todavía recuerdo cómo se emocionaba al recordar sus vivencias en Iruña y en las cercanías de Viver intentando hacerme partícipe de las mismas. Estaba tan habituado a los recortes que jamás dudó en sacarlos a relucir cuando en el coso del aula el sobrero de la duda no le aportaba soluciones. Se situaba en los medios y calzaba sobre su intelecto las banderillas adecuadas para salir airoso del trance. Pocas veces escuchó los avisos que amenazaban su regreso a corral que desde su fuero interno sabía que otros tendrían, que otros tuvieron. Y llegado el calendario, Andrea, como colofón y cierre, sigue manifestando el cúmulo de aptitudes y actitudes que le han sido asignadas por la herencia y el cultivo diario. Mira, analiza, calla y si llega el caso, protesta. Casi siempre desde los argumentos de los catorce en los que los vaivenes del sí y el no dan cumplida cuenta a los ánimos. Capta la ironía mientras caligrafía las letras como si de una impensable monja medieval encerrada en la biblioteca del monasterio se tratase. Podría enmarcarse a modo de papiro para muestra futura. Incluso llegado el momento del descuido ortográfico pareciera que el leve soplido que entró por la ventana se ha encargado de cometerlo y la exime del fallo. Ríe con la franqueza que le nace porque sabe cuál es el fondo del que extraer corolarios. Defensora de causas desde el argumento de la comprensión, se situará en el lugar del otro para rebajar penitencias. Este póquer de ases ha elegido pertenecer al mazo de cartas sin marcar y solamente necesita un tapete de fieltro verde para reanudar la partida; eso sí, sin comodines.

martes, 26 de marzo de 2019


1. Resu y José Manuel


Supe de ellos a través de la amistad común y en la brevedad que el tiempo dispuso enseguida percibí lo que mostraban. No había más que dejar hablar a las pupilas para entender qué tipo de seres les cubrían y a fe que sigo pensando lo mismo. Porque este dúo impar se fusiona a nada que las circunstancias lo pidan. Puede que el atronador acompañamiento del sonido del parche  reciba la maza con el agrado de saberse imprescindible en el desfile. Puede que las franjas blanquirrojas les hayan aportado un modo de ser mecido por el convencimiento de victoria ante las adversidades que les salgan al paso. Puede que el azafrán que tapiza sus sueños y alquitrana sus recuerdos apuntale las vigas de madera que desconocen de carcomas. Puede que los fríos descabalguen intensidades si el campo precisa de sus presencias. No marrarán el encuentro si el tiempo de cosecha les reclama. Sabrán verter en la trébede del sentimiento los aprendizajes asumidos de las veteranías que les legaron sapiencias. Verán cómo las notas intercalan partituras afinando pasodobles como dobles pasos de un mismo camino. Resu acudirá a la llamada del verso escoltada por las sangres a las que mostrar modos de latir tan escasos como imprescindibles. José Manuel cubrirá ascensos y descensos para despertar a las somnolientas mañanas de agosto que reclaman festejos y comparsas. Y todo seguirá pendiente de una próxima cita en la que el bombín convenientemente calzado los seguirá recontando entre los más fieles seguidores sabineros.  Dos peces de hielo incapaces de fundirse en un wiski on the rock si no es acompañado por el tamborileo de las yemas sobre el antebrazo del asiento más próximo. Dos a quienes nadie les ha robado el mes de abril y que siguen perpetuando por el callejón de los sueños rotos el sentido auténtico de la felicidad. Dos que reclaman que cualquier cruce de caminos tenga abierta la puerta a la voluntad personal de aquel que decida arriesgarse con cualquiera de ellos. Dos que miran hacia las lomas y saben que más allá de las mismas existe el pilar del puente que les mantiene lejos de la corriente. Dos, que del modo más inesperado posible, se convirtieron en ávidos testigos de unas letras aficionadas. Hoy las velas arderán una vez más y seguramente los deseos se seguirán cumpliendo. No hay más que mirarles las pupilas para comprobar que no exagero al afirmar que existen duraciones que superan ampliamente los diecinueve días y sus quinientas noches.

lunes, 25 de marzo de 2019




1. Luis García Montero


Ni tengo la proximidad suficiente, ni la categoría necesaria, ni los datos precisos como para describir a este poeta. Simplemente convertiré el zapeo vespertino dominical en la paleta de colores múltiples que intenten retratar a Luis García Montero. Será una visión tan personal que no resultaría extraño verla como exigua. El atrevimiento, y con él la admiración devenida, escriben por mí y a ellos derivo cobardemente las culpas del resultado final. La suerte llamó a las puertas del mando a distancia cuando los goles de una cadena buscaban pausa. Cambié y el mismísimo título ya decía más de lo que se suele degustar como imprescindible siendo solamente medianía. Allí, tras ese rostro de niño, aparecía el poeta. Y lo hacía desde el gabán de la humildad que los grandes suelen vestir para no humillar a los mediocres. Hablaba el ser humano y hablaban por él las experiencias de quienes le son y fueron cercanos. Un niño crecido al compás de las rimas del Bósforo que le brindaron la oportunidad de encaminar su travesía adecuadamente. Un ser en cuya mirada se descubren tantas razones que se dirigen hacia las yemas de sus pensamientos para darles salida. Un señor al que la vida, el día a día, le ofrece los motivos para componer versos desde la excelencia de la sencillez. Versos que rechazan la mirada hacia el ombligo por considerarla aburrida, egoísta, encerrada. Él escribe para que los demás se vean reflejados si la vida les permite el goce de su obra. Un ser que rechaza los viernes por considerarlos los cabos cuarteles de la corrección, merece mucho la pena. Un profesor que inunda las paredes de su existencia con los papeles pintados de firmas a veces olvidadas, merece la pena. Un granadino que sabe extraer de las esencias de la multiculturalidad el germen auténtico de la belleza, merece, vaya que sí, la pena. Filósofo capaz de dejar abierta la ventana de la vida para que la amistad la barnice, las arenas la calcen y el viento de levante oree sus sentimientos. Ni sé ni me importa cuál fue el resultado del partido que dejé a mitad. Había cosas mucho más importantes a las que prestar atención. Un  imprescindible llamado Luis García Montero, poeta de un tiempo en el que serlo parece sencillo, quiso cerrar un anodino domingo del modo más hermoso que uno se puede uno imaginar y vaya si lo consiguió.

domingo, 24 de marzo de 2019


Blanca V.
Como si cada mañana ofreciese la oportunidad de repetición, Blanca acude. Abre las puertas y las inocencias comienzan a recluirse bajo sus faldas a la espera de sus dictámenes. Rayados de azul, expectantes, con las curiosidades prestas en las comisuras de sus labios, la hacen partícipe de sus vivencias. Ella, paciente, intenta ubicar a cada quien en el rincón adecuado y del panel de bienvenida configura el foro iniciador de la jornada. Desperezos que se alternan con caras de sueños. Anarquías que con mano diestra encamina hacia la obligatoriedad del ritmo. Burbujas incipientes de largo recorrido que Blanca sabe tan breve como para no merecer la pena del severo castigo. Trae de las dunas el viento vivificador de los salitres y presta espacios a quien se decide a lanzar un paréntesis en la ardua tarea que le aporta recompensas. Mientras, a nada que su mente decida descansar, rememorará los manteles penúltimos que en su incesante labor de gourmet avezada ha ido descubriendo. Calificará pormenorizadamente los detalles para dar cumplida cuenta del valor preciso que cada uno de ellos posee. Pondrá sobre sus pensamientos el enésimo complemento a modo de faro orientador de penumbras y poco tardará en diseñar un nuevo ciclo hacia la primavera siguiente. De ella extrae los pétalos ofrendados dentro de la emoción que cada Marzo se renueva al pisar las baldosas de la historia. Cambiará los aderezos para que nadie sospeche que la rutina la ha invadido. Lo vive, amasa, fermenta y cuece como si del horno de sus raíces esperase el resultado de la hogaza merecida. Y mientras, a nada que te descuides, verás cómo su vista busca más allá de lo tangible el enésimo encargo que se le hace imprescindible. Nació entre las cunas de las tecnologías y es una más de las tantas que así se manifiestan como devotas novicias de las mismas. De haber anticipado su existencia se habría movido por los parterres de palacio, calzaría rasos con lazos versallescos y la sombrilla compondría la imagen de quien ignorase la existencia de la guillotina amenazadora. Haceos a un lado. Acaba de diseñar el nuevo artilugio decorativo que penderá de la pared semidesnuda que moraba en el olvido. Ha de ser revestido de plástico y por nada del mundo perdonaría a quien le derramase el humus por descuido. Hoy toca probar de nuevo lo que su mente culinaria ha soñado. Posiblemente al soplido le acompañará un nuevo reto que mañana, a no más tardar, será resuelto, una vez más, un año más.

sábado, 23 de marzo de 2019


Pedro Prim
“Pedro, tú eres piedra y sobre esta piedra, construiré mi Iglesia”, dicen que dijo Dios cuando el apóstol fue elegido como primer papa. De modo que hoy, a modo de celebración soplavelas, me siento en la necesidad, o más bien, me dejo llevar por mis ansias pictóricas nacidas de las teclas y voy a intentar pincelarte. No será fácil, no. No lo será porque tú eres el exponente máximo del culo inquieto que no deja de zigzaguear de aquí para allá en busca de respuestas que no siempre interesan conocer. Desde el púlpito de la dicción de tus principios emanas unas consignas molestas hacia quienes tienen como virtud suprema la inflexibilidad de sus razones. Bastes tus pensamientos a modo de lanza por más amenazadores que se te muestren los brazos de los molinos que otros toman por gigantes. Escondes tus alas de querubín para evitarte las explicaciones que a nadie más que a los próximos incumben y con ellas emprendes vuelos hacia la Utopía del “siempre quizás” Miras de soslayo el lienzo dorado y de las yemas de tu intelecto le tatúas las cuatro falanges que tintan de sangre las incomprensiones. Das la sensación de estar a punto de darte un descanso en la tarea inacabada de opositor a notarías de la Verdad. Como si del examen oral dependiese tu futuro, ensayas la retórica que te puntúa cicerónido aventajado. Hubieras sido el preciso ariete de los sans-culottes parisinos buscando golletes empolvados de blanco y soberbias. Cargas sobre tus pensamientos el diseño del improbable renunciando a verlo como imposible. Empático ser que de la epidermis nórdica refugia en sí las constantes anímicas del Mediterráneo fenicio. Prosador testigo del Cyrano al que adular para no desanimarle en sus sueños de poética medianía. Vives a caballo como si temieses escuchar desde detrás, a lo lejos, la atronadora pregunta de “Quo Vadis?” y no supieses qué responderle. Probablemente cambiaste sin decidirlo las redes de pesca ante el temor de ver presos donde no se necesitan. Hoy, amigo Pedro, tú sabrás mejor que nadie qué destino tiene el deseo nacido del soplo hacia las candelarias. Hoy, amigo Pedro, Byron, Wilde y tantos otros, se suman a la celebración. Hoy, amigo mío, da lo mismo qué tipo de piedra seas; cualquier edificio siempre se ha de construir desde dentro para que cada quien le coloque los tabiques que considere necesarios. Ni yo soy Dios, ni tú, obviamente, aceptarías tal imposición, por mucho que tu nombre sugiera que ha de ser así.

viernes, 22 de marzo de 2019




1. Don Antonio García


Envidio profundamente a quienes tuvieron la fortuna de pasar por sus aulas. Profundamente, sí, no lo puedo remediar. Así que me tengo que conformar con saborear el recuerdo de sus últimos veranos en los que regresaba con toda la familia a disfrutar de Enguídanos. Veranos en los que a nada que te descuidases aparecía ante ti la clase inesperada en mitad del aula de la vida que tus diez años precintaban. De cualquier insignificancia extraía el cuestionario para que tú mismo, a nada que te abrieses a la curiosidad, buscases las respuestas. Sin imposiciones, con pausas, sin advertencias de castigos. Él dominaba el arte de la didáctica como nadie y sabía del valor inherente de la duda que busca respuestas. Daba igual el tema, daba igual la premura, daba igual en entorno. Todo afloraba de modo tan natural que resultaba imposible permanecer recluido en el rincón del temor que diseña el fallo. No recriminaba, no; simplemente reconducía tus opciones a la vez que el paso del zapatero surcaba la corriente bajo el Puente de Hierro. Arriba, el Seat 850 permanecía a la espera de la hora de regreso- Abajo, los barbos compartían aguas con los lucios huyendo de las brazadas infantiles. Don Antonio reflejaba el auténtico espíritu del docente que se sabe conocedor de sus responsabilidades de futuro. De las anécdotas que goteaba a modo de descansos, se podría completar una enciclopedia y más de uno sentiría sonrojo al reconocerse protagonista cuando el poder delegado se enfrenta al poder del conocimiento. Erudito con base, matemático sin decimales, culto sin engolamiento, profesor curtido en mitad de noches de vigilia mientras las vías del tren desvelaban sus horas. Y ahora, cuando los años se han ido depositando, cada vez que desde el silencio vuelvo a recorrer las sendas que sus pasos marcaron, la sonrisa se dibuja mientras escondo los motivos. Da igual si las plantas oliáceas son las que dan ajoaceite, o si London es una capital diferente a Londres, o si la estación del tren dista dieciocho kilómetros del pueblo que la nombra, o si el precio delos caramelos es favorable al comprarlos por unidades en vez de a peso. Todo da lo mismo. Lo que no deja de dar lo mismo es comprobar cómo maestros tan especiales como él lo fue escasean o se ven sometidos a rigideces ajenas a la esencia de la didáctica. Quizás solamente los privilegiados como don Antonio hayan conseguido dar nombre a un centro educativo mientras la cruz de Alfonso X el Sabio testimonia todo aquello que fue y yo que tuve la fortuna de disfrutar en aquellos veranos de mi infancia tan lejana.

jueves, 21 de marzo de 2019


Una temporada en el infierno
En ocasiones pesamos que las drogas son las mayores causantes de los desequilibrios emocionales. Damos crédito a las autoridades que nos advierten de las consecuencias y a veces las experiencias cercanas acaban reafirmando semejantes desventuras. Cierto, todo muy cierto. Pero quizás en el listado de las sustancias psicotrópicas habría que hacer un hueco a los poemas nacidos de seres peculiares. Y aquí, en este poemario breve firmado por Rimbaud, la prueba fehaciente de lo arriba expuesto. Como si de un condenado penitente se tratase, el autor se desplaza y nos lleva con él por los estados anímicos y mentales que le tildan de loco desde la racionalidad. Ahí se reafirma el epíteto tan comúnmente admitido hacia los poetas y con un esfuerzo más que notable el lector debe asirse a los pasamanos próximos por los que el desequilibrio transita. Desesperanzas preñadas de nostalgias van circundando primaveras ficticias dejándose llevar por los pecados de la virtud sin buscar mayor fin que la inmediatez. Apariciones bíblicas desde todos los ángulos reprueban o aplauden a su libre albedrío los vaivenes de quien se nos presenta como regreso en su camino de ida. Por momento se desliza entre los labios del lector el sabor intenso de la absenta y las volutas del opio que nublan, o mejor dicho aclaran, los teoremas de un caos que a nadie debe respuestas. Vírgenes locas, esposos infernales, diálogos celestes y delirios nacidos de los matraces   de un alquimista refugiado en la torre más alta que el desvarío del hambre emocional erige. Hechizos en busca de la dicha que tantas veces le es esquiva a un poeta llamado a ser el inmortal  Jean Arthur Rimbaud que firma la obra.  A punto de entrar en la veintena, se nos muestra desnudo de convencionalismos. Como si renunciara de antemano a lo que se le viene encima este canto de cisne adolescente se iza como preludio de juveniles generaciones posteriores  que tan de moda se pondrían. Ácrata obediente a sus instintos de los que va diseñando unos caminos sin asfaltar amojonados con la prosa poética que lo convierte en inmortal. Que cada quien decida si hoy, día que se ha decidido dedicar a la Poesía, merece la pena o no, traspasar el umbral de lo comúnmente recitado. Probablemente descubra en este libro el tormento interno de alguien que supo sacar a la luz a las legiones de demonios que se alistaron en su propio infierno. Lo demás, es otro nivel, indudablemente.

miércoles, 20 de marzo de 2019


Armados hasta los dientes




Quienes tenemos ya una edad lo suficientemente amplia somos fieles testigos de cómo las armas fueron parte de nuestro crecimiento. Aquellas pistolas imitadoras de los revólveres del lejano oeste lucían cachas plateadas y se sustentaban sobre un cinto de plástico ornado con las balas convenientes. A veces, incluso un puñal venía a sumarse al arsenal infantil y ya el colofón lo aportaba la estrella de seis puntas que nos asignaba la labor de custodios de leyes al más puro estilo pistolero. Del acento sudamericano que fluía de las televisiones quisimos entender que venía a sumarse  al arrojo del sheriff en cuestión. Matábamos, moríamos, resucitábamos y entre las zarzas y los olivos dábamos salida a las imaginaciones que aquellos años propiciaban. Con el tiempo, algunos dieron paso a los rifles de balines y con ello perdieron la inocencia y ganaron trofeos en forma de gorriones según la puntería. Con el tiempo, algunos optaron por las escopetas como salida cinegética para sus aficiones. Otros, en cambio, pasamos de puntillas sobre las exigencias de la milicia demostrando tal ineptitud frente a las dianas que las municiones se exiliaron de nuestras vidas. Sea como fuere, parece ser que la moda norteamericana se quiere importar y con ella la posibilidad de llevar a las últimas consecuencias lo que nació como juego de niños. Y aquí empiezan mis dudas. Pensar que llevar un arma en modo admonitorio te va a proporcionar más seguridad acabará derivando en epílogos que todos conocemos. Ver cómo el uso del arma reglamentaria le supone un sinfín de problemas a un policía sevillano quizás provoca la deriva hacia la adquisición bajo el lema de “sálvese quien pueda” De cualquiera de las dos opciones se irán destilando seguidores y detractores. Mucho me temo que conforme  vayan aumentando las proclamas exacerbadas con dos puntos sumamente distantes y contrapuestos. Así que aquí me hallo, en un mar de dudas. No sé si pasarme por la armería mejor surtida y pedir la Parabellum 9 mm, el Magnum 45,  o el Smith and Wesson del especial para cargarlo encima y que me libre de todo mal. De las escopetas, rifles, ametralladoras o lanzagranadas, haré caso  omiso; no me caben en ningún armario y el trastero está que revienta de chismes. O eso, o mejor intento recuperar del modo que sea aquella cartuchera de la infancia. Seguramente no infundiré el más mínimo temor y llegado el caso pensarán que he perdido la razón mientras me encañonan con una recortada. Será el momento de imitar a Cantinflas y convertirme en el pistolero capaz de disparar con balas de fogueo cargadas de ironía. Siempre es buen momento aquel que nos lleva  de vuelta a la niñez. En esa edad todo era mucho más creíble y mucho menos peligroso.

lunes, 18 de marzo de 2019


La señora X

No, no es que quiera guardar secreto sobre su nombre, no; sencillamente, no se lo logré arrancar y me limitaré a describirla. O mejor describiré la situación que nos llevó a coincidir en espacio y tiempo. Mascletá, 13: 26, gentío máximo y mínimo hueco sobre el espacio habitual. La pasarela aportando sombra y ella, la señora X, allí apostada. Un trípode minúsculo y plegable aposentado sobre la verticalidad de las mallas que la protegían del sol, la coronaban como reina y señora del cubículo. Frente a ella, o mejor, a sus pies, una señora a la que le supuse parentesco cardada con un look setentero aparentaba ser lo que no era. De pie, una pareja supuesta que tampoco era y detrás una familia de turistas murcianos. Ya acceder resultó complicado; pero hacerle entender a la señora que la presencia oportuna de dos baldosas desocupadas a su espalda nos reclamaban, descompuso sus esperanzas. No hizo ademán de permisividad de paso y el leve roce del camal del pantalón sobre su brazo la descompuso. Las bolsas portacahquetas pedían suelo y un nuevo roce con su espalda encendió la mecha definitiva. Bramó, protestó, ejecutó aspavientos, y los siguientes veinte minutos amenazaban con convertirse en un bombardeo incesante de quejas. Debajo de su gorrito de pescadora se adivinaban los enfados y el cricreo de las pipas la sumían en un estado insoportable de incomodidad. Sentí cómo sus manos se aferraban al minúsculo bolsito que cruzaba su torso nada más lanzarle al viento la inexistente advertencia de la sobreabundancia de carteristas en las inmediaciones. El sol apretaba de firme y a la par prendían sus temores. Faltaba poco y seguía llegando gente. Un enésimo roce contra la curvada postura le resultó inaceptable. Despertó a sus pies, elevó su cuerpo, plegó el trípode y entre improperios miles desanduvo los pasos que antes la llevaron a semejante posición. Regresó la calma y vi que tres metros atrás una cuidadora la esperaba y se ponía en alerta. Todo tronó como de costumbre y al comenzar la evacuación de la plaza pasé a su lado. Sí, lo reconozco, la maldad pidió paso. Mirándola de frente le pregunté si el billete de diez euros que apareció en su hueco nada más irse le pertenecía. Giró la vista ignorándome y vi cómo su testuz se inclinaba en un ángulo de cuarenta y cinco grados fijando el dardo de su mirada en aquel metro cuadrado. De si volvió o no, no tengo constancia. El día ha amanecido nublado pero la tentación de regresar al mismo lugar para comprobar si hay posibilidad de continuar este guion se muestra como imposible de evitar. Igual, si la señora X está, le doy un billete mío y en paz. Eso sí, antes de nada, me dirá su nombre y ya cambio mañana el título de esta historia.

domingo, 17 de marzo de 2019


El hijo del hielo
Reconozco mi debilidad por los libros ignorados que ocupan huecos en las librerías. Olvidados, casi despreciados, a la espera de algún rescate que les aporte consuelo. De modo, que una vez más, no me pude resistir y apadriné esta obra que firma Elizabeth McGregor. Una novela con tres secuencias superpuestas que se interrelacionan a modo de varillas de un abanico blanco. Sobre todo por tomar como marco principal el prestado por los hielos eternos del Ártico. Un historiador que intenta reconstruir los pasos perdidos de unos osados navegantes que buscaban rutas. Un hijo que en su fuero interno intenta superar al padre y no siempre es capaz de salir victorioso de sus propios traumas. Una exmujer que rechaza la idea de no ser el tótem de toda la familia que ya no lo es. Una nueva mujer que lucha contra las adversidades que le han llegado de golpe. Y de cuando en cuando, la vida animal de una osa, su osezno, y las mil circunstancias que le afines para sobrevivir en semejantes lares. Incesantes idas y vueltas al ayer en la narración como queriendo demostrar los límites del tesón y las fronteras de la soberbia que se cree invencible. Saltos alternos entre los glaciares y las salas del hospital que se enmarcan con un abrupto arrepentimiento que resulta cuando menos dudoso. No está mal el paseo por este filo de lo imposible pero resultan innecesarios esos toques de sentimentalismo metidos con calzador. Por un momento, como suele ser habitual, la idea de haber leído algo similar en algún otro sitio te viene a la cabeza. Por un momento, el anuncio de una compañía de seguros te asalta en mitad de las correrías de los úrsidos. Por un momento, las camillas hospitalarias se abren  paso entre los catéteres al toque de sirenas ambulantes. Por un momento, de modo definitivo, exclamas un adiós y recuerdas cómo has contribuido a paliar la soledad de un libro que miraba con envidia a los vecinos de la primera línea de ventas. Y de paso agradeces la clase de hematología que se te ha ofrecido sin pedirla. Solamente queda por concretar la posibilidad de viajar a aquellos confines y ser testigo directo de las auroras boreales que tanta fama tienen. Si llega ese día, prestaré especial cuidado en qué tipo de comida enlatada llevo. Yo sé porqué lo digo y no pienso desvelar el secreto. Leedlo y después opinad. La primavera está a punto de llegar y los deshielos siempre dejan una vía libre por la que pasar.

jueves, 14 de marzo de 2019


Mula


Reconozco que la idea que plantea el guion resulta de lo más atractiva. Cuando ya estás más próximo a la jubilación y empiezas a escuchar los cantos agoreros que pronostican escasez, que Clint Eastwood  se presente como alentador de posibilidades, resulta por lo menos apetecible. El problema empieza cuando a los diez primeros minutos de proyección sospechas que ni la gracia, ni la osadía, ni la sorpresa, nacen de semejante historia. Se mueven por el filo de la corrección con mínimas concesiones al chiste sin gracia. A Clint se le echa en falta el carácter violento capaz de desarmar, destruir, eliminar, al más que osado mequetrefe que le saliera al paso. Ha pasado el tiempo y ni siquiera se le adivina la gracia al rostro que tan duro ha aparecido siempre. A esto añadamos ligera gotas de sentimentalismo, de conflictos paterno filiales, y ya está el pastel a punto de horneo. El otrora implacable policía ha cambiado el Magnum 45 por los bulbos florados y nada viene a cuento. Ni la sobreabundancia de primeros planos, ni las innumerables travesías de los todoterrenos por la misma autopista, ni la oronda imagen de Andy García como capo del narcotráfico le dan posibilidad a las dos horas de proyección. Le sobra más de setenta minutos y del reparto de papeles no hay nada que sea capaz de ser destacado. Sales con la sensación de estar presenciando la despedida de una estrella del cine que se niega al adiós y en cierto modo lo compadeces.  Empiezas a calibrar la idea de imitarlo en breve y sopesas pros y contras. Las flores no te conmueven ni tu espíritu de sacrificio estaría encaminado a su cultivo. El posible todoterreno se escapa a tus posibilidades de adquisición. Las autopistas del narcotráfico ni las conoces ni serás capaz de localizarlas. El temor a acabar tus días encerrado puede más que la tentación de unos sobres marrones con sobresueldo en negro. Pero sobre todo, por encima de todo, lo que no eres capaz de asegurar es que podrás manejar tanto cambio de teléfono móvil. Bastante esfuerzo te ha supuesto entender el funcionamiento del que llevas como para que te vengan con novedades que no entiendes. Dicho lo dicho, allá cada cual. Quien decida acudir a ver semejante película, hágame caso, disfrute con las canciones, intente no mirar hacia los parpadeos de los móviles que se iluminan en la sala a mitad de proyección y dese un homenaje de chocolate y buñuelos a  salir. Estamos en Fallas y eso es lo realmente importante.

miércoles, 13 de marzo de 2019


1. Sigfrido


Siguiendo el hilo de una pregunta apareció su nombre y con él los recuerdos que le adjetivaban. De media estatura, delgado, coqueteaba frente al espejo intentando evitarse la planicie de su cabeza peinándose el disimulo de la escasez. Paseaba como si la urgencia le persiguiera. Paso vivaz que ascendía o descendía siguiendo la voluntad del sol que veraneaba con todos. Él, dueño y señor de la alcazaba convertida en soportal, dejaba transcurrir el tiempo de golondrinas como si de ellas dependiese el sello de permanencia. Los claroscuros de las sombras ofrecerían a los transeúntes hacia el mirador el punto de oasis preciso para soportar las calendas. Mientras tanto, a nada que la ocasión se mostrase propicia, Sigfrido, se aproximaba a las tertulias. Allí trasegaba un clarete y sin necesidad de turno de palabra exponía sus argumentos. Probablemente estos argumentos desconocían el valor real de la utopía y quizás de su mismísimo nombre renaciese el hontanar teutón que manaba practicidades. Así fue como aquella tarde sucedió. El ascenso del baño de la Playeta requería tertulia y la misma tomó por tema principal la crueldad de los incendios recién llegados los montes cercanos. Las brigadas forestales como de costumbre esforzándose de modo infinito y todos los presentes alrededor de las mesas de aluminio elucubrando sobre las medidas precisas para evitar nuevos desastres del fuego. Y tomó la palabra, y lanzó sus remedios. Propuso como solución definitiva canalizar los montes. No, no hablaba en broma. Argumentó que las tuberías deberían tejer una tela de araña alrededor de  los romeros, pinos, carrascas y demás especies vegetales, convenientemente enlazadas con las espitas irrigadoras cuya presión sería revisada diariamente. De la sorpresa pasamos a la posibilidad y de la posibilidad al presupuesto. Quien más quien menos al tercer botellín intuyó la revalorización de sus eriales hasta entonces improductivos. Siguiendo sus planteamientos, los páramos se mutarían en vergeles, los regadíos ascenderían a las cumbres y las devastaciones de los incendios finiquitarían a perpetuidad. Como suele ser habitual, las discrepancias aparecieron conforme el sol se ocultaba por la Muela. Vitorio, increpaba la idea; Roldán, sopesaba pros y contras; Felipe, liaba el enésimo cigarro y sonreía; yo, pensé que Sigfrido emergía hacia la utopía recién bañado en la sangre del dragón que le convertía en inmune, en invencible nibelungo. Curiosamente, cada vez que se acerca el tiempo del fuego, el canto de la inexistente walkiria me trae su recuerdo. Por más que lo intento no logro apartar de mí la pregunta de ¿y si llevaba razón? Solo él sabrá la respuesta ahora que su ausencia sigue sellando los nidos que las golondrinas vuelven a ocupar  el alero de su balcón.

martes, 12 de marzo de 2019


1. Sergi y Carlos


A veces las imágenes hablan por sí solas. Te retrotraen a tiempos de tebeos en los que un dúo inquieto daba paso a la sucesión de travesuras para desespero de sus mayores. A veces te llevan a la sala de cine donde presenciaste las peripecias de dos hombres buscando un destino más allá de donde pudiese alcanzarles la justicia. A veces te traslada a las sendas que cruzaban huertos por los que soñarse pistolero cabalgando al inexistente caballo. Y todo esto no hace más que redundar en el giro circular que la vida ofrece. Así, tal cual, este binomio se manifiesta. Parecen competir en la inexistente pugna por diseñar la experiencia más ocurrente. Buscan en los orificios los signos de vida que la premura da por inexistentes. Cruzan espacios como si de sus pasos se diseñasen los meridianos que la cordura desconoce. Miran hacia arriba lanzando un interrogante sin esperar mejor respuesta que la que ya se han otorgado. Dominan el trono que se les ha asignado y principean coronados ante los súbditos que se les ofrecen. Podrías colmar el vaso del temple y seguirías solicitando unos centímetros más de altura para abarcar las dimensiones del zen que te es esquivo. Ves cómo desde el azul de uno se expanden las miradas suplicantes y desde el azabache del otro se segmentan cabellos a su libre albedrío. Pugnan contra las normas sin entender muy bien el sentido estricto de las mismas ni la necesidad de su existencia. Vagan de aquí para allá asiendo con sus falanges la vida que les ofrece lo que quizás no imaginan. Trazan con sus brazos el arco carente de flechas que imitan sin pararse a valorar qué representa. Crecen, y con eso basta. De la anécdota componen un capítulo de vida y poco a poco le van dando forma al libro recién comenzado. Ni siquiera sospechan que los trazos valorados desde el defecto puedan ser catalogados como imperfectos. Ellos, volátiles seres de inmaculados latidos, se hacen merecedores de que la risa se camufle entre las hojas de la reprimenda. Probablemente, dentro de nada, antes de lo que se imaginan, sepan disculpar a quien los quiere mayores a los tres años de vida. Entonces distinguirán perfectamente las bromas de lo que no lo son y ya nada tendrá remedio. Mientras ese momento llega, lo mejor será volverse a poner la careta de la tragedia por más deseos de reír que tengas ante sus nuevas ocurrencias.

sábado, 9 de marzo de 2019


Donato P.


“Noches como esta de luna llena son las que aprovechan los jabalíes para bajar del cerro a comerse las panochas”, dijiste a modo de prefacio cuando julio se hubo abierto paso. Presté oídos y los detalles de la captura de aquel ladrón de cosechas ocuparon el hueco de la sombra que la farola expandía sobre la acera. Un curso cinegético que venía a sumarse a la sapiencia que siempre demostraste hablaba de cómo eras. Como si de repente se hubieran abierto las aulas hasta entonces desconocidas por aquel adolescente que era, la enciclopedia no escrita vivía en ti y en ti se mostraba. El paso del tiempo nos llevó a compartir momentos en los que mostrar a las generaciones siguientes el modo en el que se reproduce la vida por muy enjaulada que esté. Hiciste de guía hacia quienes desconocían límites fronterizos y sacaste a la luz sacrificios de primogénito encargado de vigilar a los suyos. Fuiste el buhonero avispado capaz de mutarse en vendedor cuando la ocasión se puso delante. Fuiste el consentidor pleno del capricho cuando el capricho lo exigía la niñez. Trashumante de caminos de los que hacías gala como buscando devolverles las gracias. Orientador de causas perdidas a las que encontrarles salida. Retador invencible a las dolencias que te soñaban cautivo sin reconocer su error. Punto equidistante entre quienes del vociferio buscaban la imposición. Redentor de aquellos que intentaban imponer como lema la injusticia negando sendas por las que avanzar futuros. Amigo de aquellos que miraban de frente luciendo sinceridades. Esquivo desde la ironía con quienes soñaban ser lo que jamás serían. Leñador que pulía los filos del hacha con la sutileza suficiente para evitar el daño innecesario. Orador  preciso que dejaba hacer por más disconforme que fuese con las acciones. Lince que fue dejándose la vista en un intento de evitarse a sí mismo el retrato exhibido enmarcado con la estupidez barnizada de soberbias. Paciente acostumbrado a ser el vivo involuntario de los dardos de una diana que llevaba su nombre. Sarmiento de la cepa capaz de trasegar en vino exquisito macerado por sus pisadas. Referente de un tiempo que para muchos sonará a extraño y que fue tan cierto como la memoria plasma. Hoy, amigo mío, la luna se muestra creciente y la primavera se asoma. Aquellas cosechas dejaron de ser para convertirse en fuente luciendo tu nombre. Probablemente algún inquilino de las hoces bajará cuando la llena regrese. Probablemente la brisa no dé pistas del peligro que se le cierne. Probablemente abreve de ti desconociendo que una noche de julio de hace años fuiste el maestro de vida que jamás dejaste de ser.

miércoles, 6 de marzo de 2019


El precio de la prepotencia




El éxito se siembra, se cultiva, se riega, se abona y con algo de fortuna, se recoge. Solamente se precisa seguir las reglas que la Naturaleza manda y cumplirlas del modo más preciso posible.  Incluso puede suceder que llegado el momento de la recolección, aun sabiendo que no has dedicado la atención que merecía, tu cosecha sea fructífera y con ello llegue a ti la satisfacción. A poco que las palmadas de los demás acudan a tu espalda, desde la ceguera propia, creerás que el éxito lo merecías y por lo tanto se ha hecho justicia. Lucirás los frutos como méritos escasamente cultivados y pensarás que el futuro seguirá de tu parte. Es más, pisotearás si es preciso el sembrado incipiente del vecino creyendo que tú eres merecedor de lo que él ansía. Como debe ser, pensarás. Y el lento discurrir hacia un nuevo ciclo lo postergarás para no cometer errores que se te podrían achacar. No, de eso nada, tú, solamente tú, eres el demiurgo certero. Y por si te quedaba alguna duda, los bufones palmeros te seguirán recitando el mantra para no sacarte del sueño en el que vives. Hasta que poco a poco empiezas a comprobar cómo viene de torcida la siembra de este año. Algo no cuadra y alguien que no eres tú debe ser el culpable. Vas quemando brotes como si fueran rastrojos y llega el día en el que compruebas que no queda ni el más mínimo indicio de aquello que soñaste. Es entonces cuando aquellos que permanecían al acecho esperando tu caída, salen a la luz. No, no salen para exhibir éxitos personales; lo hacen para regocijarse en el fracaso que ven en ti y con ello sentirse dichosos. Poco les importarán las efemérides que les devuelvan derrotas pasadas. Viven en la decepción ajena su personal triunfo y se les puede, se les debe  disculpar el que así sea. En su piel anidan deseos de revancha que probablemente el destino les niegue y saben que el tren pasó dos veces sin detenerse en su estación. Sea como fuere, tú, créeme, has dado motivos de alegría desde la semilla de la prepotencia incuestionablemente. Ahora, como acto de consuelo, solamente te queda darte un paseo por la sala de las vitrinas y rememorar aquellas alegrías. Probablemente no tardará en ser insuficiente el espacio destinado a los nuevos trofeos. Date tiempo, despide de ti mismo el engolamiento y sé comprensivo, sobre todo sé comprensivo con quienes no encuentran mejor motivo de celebración que aquel nacido de la derrota del envidiado. Cada cual se consuela como puede y no todos consiguen lo que ansían.

martes, 5 de marzo de 2019


1. Manuel V.P.


Tentado estaba de autorretratarme hoy, 5 de Marzo, y he caído en la cuenta de que alguien más pedía paso. Obviamente sería una petulancia creerme el elegido por la fecha que anticipa la floración de los almendros. Sería demasiado soberbio pasar por alto a todos aquellos que comparten tal fortuna. Y en eso estaba cuando la imagen de Manuel me ha llegado. Como si entre las bambalinas del escenario que tan habituado a tenerlo se mostrase, ha dejado caer el aviso silencioso. Como si del entreacto pendiente de continuidad se tratase, este a quien tengo la fortuna de considerar amigo, se ha abierto paso con el guion más creíble que la existencia transcribe. Alguien capaz de dar vida a los textos que para la parte ilustrada de la sociedad siguen vivos. Alguien capaz de mimetizar en sus letras los amaneceres llegados de las macetas que el rocío acuna. Alguien capaz de enarbolar la bandera del sentimiento más allá de exhibicionismos innecesarios. Alguien capaz de poner cordura a las aulas cuando las aulas adormecen inquietudes. Alguien como Manuel, renaciente vate de las letras barrocas que escudan los ataques de quienes se sienten lo que no son. Y todo desde la sencillez que no precisa de alharacas. Como si un bufón consciente le anidase sobre el hombro, cualquier intento de resbalón le será evitado. Y con ello surcará las líneas de sus pensamientos que como pez al uso vagará de las turbulencias a los sosiegos. No, no perderá de vista lo esencial, ni dejará que las valvas de la inquina se le solapen sobre la quilla de su nave. Hace tanto tiempo que decidió manejar el timón para dominar a la rosa de los vientos que no habrá tormenta capaz de hacerle encallar. Pirata cuyo cofre permanece abierto en las arena de la isla que pocos se atreven a descubrir. Y de la bandera que las tibias cruzadas firman transcribirá una calavera risueña capaz de restar temores al osado que decida abordarlo. Este alquimista de las yerbas hierve para sí los oráculos cercanos como si de ellos dependiese el siguiente paso a dar. Siempre sabrá buscar el valor positivo y el rayo de luz a la penumbra que se cierna sobre el sueño ligero. Tiempo atrás, atrás quedaron las dudas y los pestillos celan toda posibilidad de regreso. Este, en resumen, es Manuel, y este, en resumen, es su día. De cómo lo enmarque, de si el cáncamo queda más o menos recto sobre la pared elegida, eso, creedme, ni él mismo lo sabe; es piscis, y con ello todo queda dicho.

lunes, 4 de marzo de 2019


El gran Gato



Dos canales de televisión, despuntes de una etapa esperanzadora, Carlos Tena como parte de los comentaristas y críticos musicales de Popgrama y un tipo bajito, regordete, cubierto con tirolés, con acento sudamericano, lanzando su “Sabor de barrio”. Automáticamente me cautivó y no dejé de seguir su trayectoria. Más allá de trabajos creados por la obligación, a Xavier Patricio Pérez, al Gato Pérez, le envolvía un halo de autenticidad al fusionar ritmos de su cuna con la rumba catalana que le había dado cobijo. Así, uno tras otro, sus éxitos pasaron a formar parte de mi fonoteca y aún perduran. A su temprana muerte le siguió un vacío que aventuraba una serie de cambios a los que posiblemente no se habría acostumbrado. La vorágine de la movida y las ansias de libertad dieron cumplida cuenta de aquellos que incluso dentro de los excesos buscaban el sosiego de la letra bien concebida y sacada a la luz. Hasta que alguien como Ventura Pons decidió resucitar la obra en voces amigas. Y así surgió este documental póstumo. Desde Sisa a los Chunguitos, desde Aute a Los Ojos de Brujo, desde Tonino Carotone a Kiko Veneno, de Los Manolos a Manel Joseph todos fueron interpretando los éxitos de aquel trovador mecido por las nocturnidades del Barrio de Gracia y la sala Zeleste. Crónica musical de una época en las que las libertades se presentaban como prólogos de vida. Gitanitos rumbeando con ventiladores y curvas del Morrot alineando proyectos sin planificar futuros. Y la voz del Gato como en la sombra declarando intenciones con esa melancolía propia del tango y la habanera.  Un deleite más allá de lo convencional en el que las anécdotas se superponían a modo de testaferros de vivencias entre los testigos de las mismas. De las sangres, el recuerdo nostálgico carente de reproches. Sabían que tras aquella pose anidaba una sensibilidad que renunciaba a ser uno más. Se deja traslucir a través de la película ese poso amargo que todo aquel que ha pasado una infancia de carencias afectivas arrastra a lo largo de su existencia.  Y como si quisiera buscar árnica a todo ello a través de la rumba, él, el auténtico, el inimitable Gato Pérez dejando claras sus apuestas. Se fue como se suelen ir los genios, sin dejar cenizas. Continúa, como continúan los genios, con un legado que de cuando en cuando, al margen de modas intencionadas, sale de nuevo del vinilo, se exhibe desde el cromo y vuelve a entonar el “Ja sóc aquí i he vingut amb la rumba” para goce y disfrute de quienes supimos de su existencia.

domingo, 3 de marzo de 2019


Ana A.P.


Si la memoria no me falla creo que fue a bordo del 6 cuando coincidimos la primera vez. Carpeta bajo el brazo, pelo rizado, mofletes y pecas, muchas pecas, miles de pecas. Cruzamos la ciudad y a bordo del 6 llegamos a las inmediaciones de las prefabricadas. Allí, entre conocidos y desconocidos, cada cual se fue ubicando y coincidimos de nuevo. Inmediatamente supe que en ella cohabitaban dos mitades completamente diferentes y complementariamente unidas. Risas, nervios, dudas, asambleas, apuntes. Todo fue abriéndose paso al calor de los sones flautados que tan soporíferos resultaban. Medias mañanas que concluían con la enésima propuesta del subsiguiente delegado no electo que pugnaba por situarnos en las barricadas no pedidas. Medias mañanas que a lo largo de aquel primer cuatrimestre fueron dando paso al regreso a pie parándonos en la anécdota que de cualquier escaparate surgiese. Atrás quedaban las obligaciones hasta un nuevo día y por delante se iba configurando un grupo tan variopinto como ácratamente divertido. Daba igual si la clave de Sol o la de Fa eran las precisas. Lo verdaderamente importante era conseguir situarnos justo en la fila angulada que permitiese tener de perfil a la ciscariana pedagoga que nunca pudo adoctrinarnos del todo. Lo nuestro eran más las ramonianas ecuaciones. Y Ana, como buscando un hueco en la platea del no protagonismo, haciendo gala de discreción. Cambiamos hacia el escenario alamédico y entre rodajes de culos al aire y ensayos de pasodobles todo siguió su camino. Tres años en los que los apuntes circularon de mano en mano, donde los cafés compartían salitas con los humos nicotinados, donde las festivaleras noches politécnicas daban cuenta de cómo éramos y cuántos interrogantes nos salían al paso. Ella, sin embargo, siempre supo que de su Alcarria extendería un nexo hacia el noreste y así lo ha llevado a cabo. Como si desde un principio supiese cuál sería su destino último fue tejiendo los mojones costeros para no perder de vista al mar. Los barrios llenos de gracia la esperaron y los maullidos con sabor a feliz felino la tienen gustosamente  cautiva. Lo que quizás se le escapa, es saber que cada vez que el capricho de mis pasos me lleva por las venas de la ciudad, antes de detenerme en cualquier escaparate, un rostro sonriente, unos mofletes redondeados, unas pecas todavía presentes, vuelven a mi memoria mientras entono por enésima vez a la Platería. A veces el tiempo se detiene buscando perpetuarse en aquellos que siguen  formando  parte de lo que eres. Y Ana, por mucha vergüenza que le esté llegando como sonrojo, sabe que así es.

sábado, 2 de marzo de 2019


La muerte del Comendador (libro segundo)

Menos larga de lo previsto, afortunadamente, llegó la segunda parte. Y con ella se reiniciaron las situaciones que en la primera parte habían quedado en suspenso. Todo a ritmo lento, parándose en los detalles para que los detalles se conviertan en claves fundamentales de una lectura más allá de la lectura. Como si tu mente precisase sumergirse en un pozo aislado en mitad de un bosque, te dejas llevar y te mutas en la sombra de quienes viven en tiempos diferentes al presente. Unos quieren anclarse en pasados buscando respuestas y otros ansían llegar al futuro para encontrarlas. Y en medio de ese paréntesis atemporal las secuencias siguen su curso. Repetitivamente cobran vida los inertes personajes del óleo inacabado y entre un extremo y otro de las edades se van meciendo las conclusiones. Apenas el aleteo nocturno del búho inquilino y callado aporta un chispazo de realidad a lo que fluye en el onírico argumento. Rectitudes que abogan por saltarse las normas  son constreñidas por un modelo social aprendido y llevado a efecto. Por momentos la angustia camina de dentro hacia fuera buscando liberar al cautivo dela misma. El legado traumático cuya firma feretraba en el desván pasa a ser asumido por quien fisgoneó y fue descubriendo secretos no revelados. Breves permisos a la realidad como si ella misma exigiera un papel en la obra van completando una ópera cuyo final ni anticipas ni te defrauda. Lo cierras, lo exhalas y vuelves a felicitarte por haber sabido elegir lo que ya conoces. Empiezas a enumerar la cantidad de mentes que Murakami ha ido psicoanalizando y te das cuenta de que en él subyace un observador excepcional. Y por si esto no fuese suficiente, además saca a la luz los pensamientos envueltos en un estilo tan sencillo como grande. Sabes, después de tantas pruebas que su obra te ha aportado, que realmente, que posiblemente, que seguramente, ese es el secreto final de la escritura entendida como arte. Entiendes ahora la diferencia sucinta que existe entre un  Jaguar multiválvulas, rugidor, estentóreo, y un Prius híbrido que sencillamente se desliza para no llamar la atención molestando a los cercanos. Modos de desplazarse como formas de relacionarse. Miras el reloj, son las siete y media de la mañana y tu día pide paso. Has desayunado los dos últimos capítulos y cuando vas a cerrar la contraportada no puedes reprimir el deseo de lanzar al viento un “¿Quién mató al Comendador?” Ya cada cual responderá según crea. Unos pensarán en Lope de Vega y otros en Murakami. En ambos casos, habrán acertado.

Ángel M.P.
Lo ves y tienes la sensación de estar siendo testigo privilegiado de la Revolución Mejicana. Como si de su mismo porte se desprendiesen las ansias libertarias, como si de su mirada directa se destilaran las verdades, abre de par en par sus pensamientos de modo directo. Asume que esa debe ser su carta de presentación más allá de las lomas que del campo natal promuevan. Él, que tan acostumbrado está al horizonte teñido de mieses, fluye por las hoces de la cuenca con  la mansedumbre que el buena hacer le permite. Sube y baja las empedradas calles buscando el rincón aún no descubierto y así dar a conocer el punto exacto que la belleza merece. La cortina tricolor que le refugia la espalda le sirve de credo reafirmante de un estilo de vida y modo de pensar que tan extraño sueña hoy en día. Convencimientos paridos en las cunas de las injusticias a los que Ángel intenta poner en la dirección exacta que la gatera de salida muestra. Sus portón no entiende de visados de acceso más allá de los merecidos desde el abrazo abierto. Entiende de las precariedades del alma cuando de frente intentan aportarle razones que del alma se escapan y anidan al calor de los bolsillos tintineantes. Se emociona con una puesta de sol que perfile el puente salvador de desniveles y animador de leyendas. De las angustias extraerá el aprendizaje que se encamine hacia la luz reverberante del Júcar. Poco importará si las turbas reclaman sosiegos ante el juicio inquisitorial. Para él, la fe va más allá de los calendarios y llega más acá de los misterios por desentrañar desde la razón. Si llegara el caso, luciría el sombrero y formaría parte del mariachi pertrechado tras el guitarrón. No temáis si veis que le custodian dos cartucheras. Las balas son de fogueo y su intención no deja de ser más que disuasoria. Probablemente el cretino que se le venga encima enseguida entenderá que la derrota le espera y no tendrá posibilidad de revancha. Se habrá topado con un ser más firme de lo que imaginaba, que le dejará argumentar, sin duda, y que al final le sonreirá displicente con un gesto compasivo como respuesta a aquellos teoremas que le son inaceptables. Cazador de ilusiones al que es imposible no dedicar atención por más que aparente fiereza. Hacedle un hueco, si tenéis ocasión. Poco tardaréis en comprobar cómo es y entenderéis que su retrato no lleva la firma errada que podría suponerse. Acompañadle en el coro del corrido que hoy, un año más, seguro que entona.