domingo, 31 de enero de 2016


Montreaux, Dijon, Gruyéres y Basilea (capítulo III)



Una nueva jornada se abría entre el frescor de Lausana y el deseo de devorar kilómetros se alzaba con nosotros. Partimos bordeando el lago Lemán hasta Montreaux y sobre su paseo marítimo todavía quedaba constancia de los últimos compases de jazz del festival recién finalizado. Esculturas alusivas con forma de claves se dejaban inmortalizar ante el desmembramiento de las carpas que habían sido testigos de ritmos improvisados. Curioso traslado hacia las inmediaciones de los Alpes de aquellos sonidos nacidos en los clubs nocturnos en los que los metales, parches,  vientos, cuerdas y voces campaban a sus anchas.Y así, del mismo modo, a escasos kilómetros, el Castillo de Chillón custodiando a las frías aguas, imitando al  lusitano  de Belén. Y un poco más al noreste, Gruyéres,  la encantadora ciudad medieval de Gruyéres, que se alzaba en lo alto de una colina sobre la que se mostraba orgulloso un castillo a modo de estandarte de pasadas glorias. A un lado u otro de los miradores el verde lo cubría todo y el sosiego de los bóvidos pastantes anticipaba el sentido del gusto sobre los productos derivados de sus ubres. Los cencerros apenas trabajaban por no ser necesario el recogimiento entre aquel ganado tan acostumbrado a la calma que disfrutaba de la placidez de Julio. Sus empedradas callejuelas desembocaban en la plaza que custodiaban los innumerables puestos de artesanía locales y la plácida sobremesa   entre mesones de fondue  precisaba de un tiempo de reposo antes de reiniciar la marcha. Allí pasé revista al estilo político que decidieron los suizos y no dejé de admirar de nuevo la practicidad de la ley. Si entrar en la minuciosidad de los  detalles sólo resumiré el hecho de que los acuerdos son por unanimidad y las presidencias corren turnos  sucesivos. Sin duda buscan evitar acomodaciones al cargo que tan cotidianas nos aparecen en nuestro entorno más próximo. Un nuevo café vendría a sumarse al suspiro del conformismo y el impulso por conocer las famosas cataratas del Rhin que se sumaron al trayecto. Y sin saber ni el  cómo ni el  porqué, acabamos en Basilea. Allí las únicas cataratas que se apreciaban eran las que descendían de los letreros luminosos con un Federer victorioso luciendo reloj de ensueño en una muñeca y raqueta de triunfo en la otra. De modo que con el penúltimo set de la jornada concluido, ya de regreso, Friburgo. La tarde empezaba a mostrarse y la constancia de estar pisando una ciudad sumamente católica no se debía en exclusiva a la Catedral dedicada a San Nicolás, sino más bien a los nombres bíblicos de la mayoría de sus puentes. Retrocedimos a nuestro punto de partida y esta vez sí, esta vez, el melón nos rindió pleitesía.



Jesús(defrijan)    

Un piano para Mercedes y cuatro manos para el deleite

Si de algo puede presumir el barrio de Ruzafa  de Valencia es de ser variopinto, intercultural, cosmopolita y sorprendente. Si no fuese así sería difícil entender cómo en un mismo espacio, por amplio que sea, se pueden diversificar las opciones de ocio. Y más en concreto cómo en una sala como Mercedes en la que el jazz tiene su ermita, tras la bienvenida del rockabilliero  exInhumano que la regenta, un auditorio esperaba expectante tal actuación. Allí nos llevó la llamada de amistad que siempre obra el milagro de saberse preocupar por la difusión de la cultura, en este caso musical. Amistad nacida de entre su propia sangre hacia uno de los geniales pianistas que se disponía a abrir el recital enfundado en un negro riguroso coronado con la pajarita roja a modo de acicate hacia sus yemas. Así, Enrique Carmona, tras unos segundos de pausa silenciosa, comenzó. Y  aquí fue donde mis propias envidias empezaron a volar a su antojo. Sus manos saltaban coordinadas de unas teclas a otras y tras el reflejo del piano de cola no pude por menos que lamentar no tener semejante don como el que mostraba Enrique. Las notas recorrían la sala que se había sellado al ruido exterior y desde las cuerdas del piano se nos mostraba la inmortalidad hecha presente. Ni un solo parpadeo auricular para no perderse detalles de quien con las partituras interiorizadas nos permitía el deleite de gozar de su música. Por un momento recordé aquello que se menciona  de Beethoven cuando, notando los efectos de la sordera provocada por el mercurio del pescado ingerido, serró las patas del piano para seguir componiendo a ras de suelo con la ayuda de la vibración de la tarima. Era magia lo que allí se respiraba  y una vez finaliza su actuación  la serenidad volvió a su rostro. Había cumplido sobradamente con lo esperado y el descanso se hacía preceptivo.  Pasado quince minutos, recogió el testigo Rubén Morcillo.  Este,  la viva imagen del alumno aventajado, del pulcro niño que fuese educado en la corrección de la forma, tomó asiento y tomó partido. Y sus manos se desbocaron como cuadrigas del circo de un pentagrama aprendido  para dejarnos sin aliento. Una bipolaridad en diestra y siniestra como si de dos seres que tocaban a dúo en una misma persona se tratase. Unas veces la derecha saltaba sobra la izquierda que no paraba de teclear y otras veces a la inversa. Ni siquiera los ínfimos momentos de duda iniciales tuvieron descanso. Aquello era un oleaje de notas que golpeaban  el malecón  de nuestro silencio admirativo. Una pared poblada de carátulas de antiguos vinilos se revestía de grandeza ante lo que allí estábamos presenciando y una última composición personal cerró el evento. Y lo cerró con el poso que produce el saberse testigo de algo hermoso protagonizado por dos genios llamados Enrique Carmona y Rubén Morcillo que en cualquier lugar con un mínimo de sensibilidad musical serían reconocidos como se merecen. La tarde daba paso a la noche y Ruzafa, una vez más, y esta vez de modo especial, nos había recompensado.       

Jesús(defrijan)     

viernes, 29 de enero de 2016


Lausana (capítulo II)

Una nueva jornada se desperezaba y con ella nosotros. Algo similar a lo  ya transitado nos esperaba y el Ródano que buscaba la Costa Azul sería nuestro compañero de viaje hasta abandonar Francia y cruzar los innumerables túneles camino de Lausana. Nada más atravesar la frontera, la parada obligatoria para cuñar el parabrisas con el sello que nos acreditaba como contribuyentes al mantenimiento de la red viaria. Empezaba a mostrarse este país con el toque de pragmatismo que no dejaría de sorprendernos. Tras no pocas equivocaciones en los cruces callejeros, llegamos a destino. Y allí, los trolebuses campaban a sus anchas entre los ciclistas avezados que nada temían ni a las cuestas ni al frío. Un frío que a todas luces les parece calor a quienes moran lejos de la calidez mediterránea y que como dato curioso consigue que sea prácticamente imposible conseguir hielo en bolsas en ninguna gasolinera. Obviamente, las viandas viajeras habían menguado casi todas excepto el melón que seguía aguardando rescate. A pies de la ciudad, como zona de esparcimiento y traslado, la zona de embarcadero hacia el lago Lemán. Sobre sus aguas un incesante trasiego de viajeros hacia Evian en la que el poder adquisitivo saltaba a la vista de las edificaciones. Se puso de manifiesto ante nuestros ojos el tipo de casta que suele decidirse por habitar lejos del mundanal ruido y cerca del tintineo, a ser posible, libre de impuestos. Al regresar del paseo acuático no pude por menos que recordar aquella frase de Helmut Kohl cuando en una visita protocolaria le explicaron que el esquí acuático se practicaba en dichas aguas; él, haciendo gala de un humor poco germánico respondió con “no sabía que los lagos suizos tuviesen pendiente para ser descendidos sobre esquíes”. Sin duda eran otros tiempos y quizás la austeridad se tomaba de otro modo. En cualquier caso, ya desembarcados, recorrimos la ciudad pausadamente y en un constante ascenso y descenso nos mimetizamos con el ambiente. Sabíamos que la sede de los cinco anillos de colores no andaba lejos y que el sueño del barón de Coubertin quizás se había desvirtuado tanto en pos del dinero que posiblemente sonase a utopía inalcanzable. Nada mejor que recobrarlas esperanzas a base de quesos y chocolates mientras la noche caía, el cansancio llegaba y dábamos por terminada la segunda jornada de desplazamiento. En los alféizares de las ventanas frontales las botellas de champán  restaban sus grados al relente de la noche. Sobre la mesa, un melón con aspecto de cansado seguía preguntándose por la fecha de su inmediato final.    



Jesús(defrijan)    


jueves, 28 de enero de 2016


Nimes( capítulo I)     

Mucho antes de que los vuelos se convirtiesen en algo cotidiano la carretera ocupaba un lugar de privilegio como vía natural de desplazamiento. De modo que en un arrebato de sobremesa festiva surgió la idea y pronto empezamos a diseñarla. Llegar a Suiza para intentar conocerla en una semana se ofrecía como un reto de esos en los que o te animas a superarlo o el tiempo te privará de esa posibilidad. No hizo falta mucho más a la hora de diseñar la ruta y una parada obligatoria a mitad de camino se hacía imprescindible. De ahí que emprendimos el desplazamiento  hacia la frontera norte y antes de lo calculado atravesábamos los Pirineos y nos adentrábamos en Francia. A popa, un surtidísimo equipaje en el que se incluía un melón de piel de sapo a modo de alacena ambulante nos iría proporcionando la reposición de  fuerzas sin mayor pausa que la estrictamente necesaria. No en balde las áreas de servicio campestres se diseminaban cada decena de kilómetros y le daban un tono bucólico al hecho en sí de galopar sobre los octanajes hacia Nimes. En efecto, una vez descartada Aviñón, Nimes sería la ciudad elegida como punto de descanso. De modo que tomamos posesión de la habitación e inmediatamente la visita por la senda de la historia se hizo realidad. El Arena se nos mostró en su máximo esplendor y con un estado de conservación digno de alabanza se erigía como orgulloso escenario de pasadas y presentes representaciones. Transitar por sus corredizos y verse envuelto en los gritos de gladiadores dispuestos al combate fue todo uno. Los rugidos de las fieras llegando hasta los pretiles desde los que un pulgar indeciso dictaría sentencia de inmediato cumplimiento y el pueblo aceptando el pan y circo con el que resignarse a su suerte. La forma elíptica del mismo como simulado ojo sobre el que el iris del patricio buscaría reconocimiento a sus méritos y un próximo evento taurino en el que la lucha a capa y estoque haría renacer la liturgia de la fiesta para goce de unos y rechazo de otros. Más arriba, alejándonos del ruido y la sangre, los Jardines de la Fontaine  aportando a la tarde ese sosiego entre arboledas y peldaños hacia el mirador desde el que otear a la ciudad. Fuentes ornadas   y estanques dormidos dando un toque versallesco al entorno cuyas cancelas, doradas y negras,  albergaban a los artistas callejeros que los habían elegido como escenario. Cesaba el día y con él la sensación de interinidad de quienes sabíamos que nuestro destino estaba más al noreste y en la brevedad de las horas lo haríamos nuestro.

Jesús(defrijan)

martes, 26 de enero de 2016


Dublín (capítulo II)  Bray, ida y vuelta.



Situada a escasos kilómetros de Dublín, esta ciudad se exhibe desde un pasado reciente como válvula de escape de la capital. Y allí, en la dársena de su puerto, un cierto sabor a leyendas acude a la menor ocasión. No tienes más que lanzar la vista hacia lo alto para sentirte atraído por la necesidad de ascender hacia los acantilados y sentirte vigía de una nave que zarpa hacia   la aventura. Es muy probable que en tu catalejo imaginario se deslicen las imágenes que hablan de desafíos ante las tormentas y cobijo ante los fríos del norte. Sortearás las rocas que se agolpan a ambas cunetas del sendero para alcanzar una cima desde la que otear aquel bajel que tuvo la desgracia de encallar para convertirse en pecio. No será necesario hurgar en las señales de ningún filibustero que nos haya engañado en la búsqueda del tesoro, porque el tesoro mismo reside sobre los pies de quienes volamos a lomos del druida de turno. Allá a lo lejos, parecerá que la silueta de los seres mitológicos emerge de las aguas como señal de advertencia ante el osado navegante que no  las temerá. Tierra Esmeralda en la que el leprechaun descubierto por el viandante se muestra amable  justo hasta  el momento en el que se le solicita el escondite del oro que supuestamente guarda.  Su enfado posterior a tal petición lo difuminará con rabietas con tal de salir airoso del compromiso. Un duende encantador menos peligroso de lo que podría deducirse de su  enfado. Así, lentamente, al paso de las nubes caprichosas, el descenso hacia la bahía nos llevará de la mano por los portalones multicolores revestidos de macetas inmunes a las inclemencias. En las inmediaciones del faro, las atarazanas darán testimonio de su labor y los frutos generosos del mar guardarán turno para ser sazonados. Pareciera como si a lo lejos, aprovechando la bajamar, la hija de Ryan sintiese la llamada galopante del amor que se eleva por encima de la razón. El humeante café salido de una taberna de las inmediaciones reclamará para sí el momento de pausa. Mientras, recostada sobre la silueta del malecón, una rezagada acude con la pesca que dará sentido a una nueva jornada de redes. De regreso, con las viñetas surgiendo desde los ventanales del tren, un nuevo episodio empezará a poner un punto y final. Andar para desandar de nuevo por las mismas avenidas y a modo de despedida tener la certeza de cuánto nos quedó por descubrir y cuánto fuimos capaces de saborear con un último trago a la Guinness de turno. 


 Jesús(defrijan)

Dublín (capítulo I)

 Sería tan breve la estancia como para hacerse una ligera idea de lo que la isla guardaba y el sabor a derrota asumida a través de los siglos embarcó con nosotros. De camino aparecieron las imágenes extraídas de aquellas obras  cinematográficas en las que el poso a drama se respira desde el primer fotograma. De ahí que durante el traslado las innumerables incógnitas no supieran aportar solución alguna y decidiéramos  dejarnos llevar por el ánimo de descubrir. Cuna de escritores a los que habría que rendir pleitesía a la vez que sorteábamos las calles plagadas de pubs festivos que llamaban a ritmo de cerveza negra a todo tipo de viandantes. Allí  el Temple Bar mostraba la cara enrojecida de quienes se agolpaban ante la barra a la espera de escuchar el himno dedicado a su famosa pescadera Molly Malone y firmar el compromiso de entrar como extraño y salir como amigo. Y por todas partes la constancia de ser sede de catolicismo para mayor ira de la corona vecina.  Sortear el río Liffey  por el famoso puente de Half  Penny  para zigzaguear por ambas riberas provoca un mimetismo tan cotidiano como sencillo de asimilar. Y más allá, James Joyce, desde su púlpito bronceando tras su mirada hierática, callando una explicación a su obra para continuarla inmortal. No sería preciso desplazarse en demasía hasta llegar a la casa natal de Óscar Wilde y dar fe de cuánta grandeza acumula un ser privilegiado en su corta e intensa existencia. Posando como el dandy que fuera, su escultura recostada sobre un monolito pétreo habla más de lo que muchos vociferan y da por bueno el lema de  rendirse a la tentación como remedio ante su llegada. En aquella esquina del parque  Merrion el estilo se conjuga con la sapiencia y la inmortalidad se retrata sin culpa alguna. Por un momento pareció como si Dorian se ocultase tras un espejo de sombras delatadoras de una existencia sin límites. De regreso a la zona mundana, la Catedral de San Patricio  alzándose  como custodia de almas que empezaban a transitar por las aceras con paso titubeante y hálito a wiski refrendando  la leyenda que atribuye al santo la llegada a la isla del proceso de destilación. Tanto si fue ese su propósito como si no lo fue, que cada cual juzgue los resultados. Mientras tanto, el Trinity mantendrá imperturbable su orgullo de haber sido cuna de genios, creencias aparte. Quizás por ello se hacía  preciso acabar la jornada en  Stephens Green sobre la hierba,  descalzos y asombrados de cómo el sol se atreve a aparecer para disipar las nieblas de un carácter que se nos mostraba en toda su versión desmaquillada. Que todo Dublín estuviese  plagado de estudiantes hispanos no dejaba  de ser una casualidad convenientemente provocada, astutamente diseñada y prudentemente ofrecida tras el señuelo de un trébol de tres hojas.         

Jesús(defrijan)

domingo, 24 de enero de 2016


Budapest (capítulo VI): El Danubio Azul y la cena zíngara



No podía faltar y evidentemente  no faltó. Como todo turista dirigido que se precie, el Danubio nos esperaba para hacernos creer lo que no éramos. De modo que con la desgana propia de aquellos que se mueven en la ruta de lo cotidiano, el comandante del barco zarpó. A ambos lados volvimos a contemplar la magnificencia de las construcciones y a mitad de travesía sonó. Todo preparado para mayor goce de lo previsible y desde los acordes enlatados de Johann Strauss el ritmo del vals se acomodó al de las aguas. Más de uno intentó marcarse unos pasos de baile creyéndose un húsar condecorado en mitad de la sala acristalada de palacio. La cuestión era dejarse llevar por la imaginación y bajo su inmenso poder el mini crucero cumplió con su misión. Ya podíamos decir aquello de “yo estuve aquí” y con eso bastaba .Y ya dejamos pasar las horas con la desgana propia de quien espera un epílogo festivo. Llegó el atardecer y de nuevo a lomos del autobús emprendimos ruta hacia  los bosques cercanos. Allí, tras unos kilómetros de laberintos arbóreos estaban. Un establecimiento engalanado con todo el atrezo folclórico a la espera de turistas. En la bienvenida, un rosco diminuto de pan como obligatorio amortiguador del licor servido en dedales. Palinka, así se denomina. Y de nuevo volvieron los recuerdos de Karlovary a hacerse presentes. Era como si un duelo gástrico se hubiese entablado entre el bechervodka  checo y el palinka húngaro. A duras penas el pan logró aminorar los ardores  y con los gaznates en ignición pasamos al restaurante. Todo al más puro estilo campestre con mesas alargadas y bancos corridos sobre los que tomar asiento. Y sin más dilación, los escanciadores de vinos abriendo sus inmensas pipetas para repostar tu copa mientras llegaba el sustento. Y de fondo música acorde con el ritmo de servicio más propio de la prisa que del sosiego. Y más vino, y fotos, y costillas, y palinka.  Y los rostros enrojeciéndose por momentos. Y otra foto, y más aplausos y  Maritza desde la distancia  callando un “míralos cómo disfrutan”. Y de buenas a primeras, sobre el escenario, el grupo de baile ataviado para seguir dando ritmo a la cena. Y el osado de turno que se anima a subir y danzar aun a riesgo de aterrizar sobre alguna de las mesas. Y entonces alguien se acuerda del “ Danubio  Azul” y lo entona como si fuese un himno asturiano, y el desparrame toma cuerpo. De modo que antes de lo previsto, el frenético ritmo termina, y regresamos con el sabor pastoso del brebaje recordando los excesos. Poco importa  ya la última visita nocturna a los miradores a quienes más parecemos protagonistas de aquella inolvidable canción de Dova. Con todo ello, Centroeuropa, había merecido la pena, y el viaje sería recordado a ritmo de vals.

Jesús(defrijan)

viernes, 22 de enero de 2016


Budapest (capítulo V): Maritza

Así se llamaba aquel torbellino que relevó a Silvia como guía en esta inmensa ciudad llamada. Sus  rasgos confirmaban una mezcla de cromosomas y una agitada vida que la había llevado a la situación actual desde la vorágine de su nerviosismo. No precisaba micrófono y como única aditivo un abanico la acompañaba en su misión. Emprendimos tras la estela de su verborrea la visita en la que el Puente de las Cadenas nos cedió paso hacia el Castillo mientras el inmenso edificio del Parlamento seguía recontando el paso incesante de paquebotes turísticos sobre las aguas. El calor, compañero inmisericorde a lo largo de la mañana, disputaba con las murallas la atención de quienes intentábamos dejar huella de nuestro paso a ritmo de píxeles. Un trasiego incesante de autobuses para destilar en breve tiempo lo que supuso un esplendor de siglos. De modo que con la premura del horario a cumplir descendimos hacia la Plaza de los Héroes en las que se rinde tributo a las siete tribus fundadoras de la ciudad y en medio de todo aquel homenaje al pasado aparecieron ellos, los Hare  Krishna. El colorido vino a sumarse  a la inmensidad del lugar y  la enorme carroza sobre la que se recogían dádivas captó nuestra atención por encima de los testamentos magiares. Maritza intentando no perder audiencia y aquellos seres rapados y vestidos con túnicas entonando sus fanfarrias a ritmo de sus crótalos manjeera y tambores mridanga. Nosotros insistiendo en buscar una sombra y en las cercanías los restos de la vergüenza. Sobre la acera de lo que fuese el edificio de la Gestapo en esta ciudad las fotografías de algunos de los exterminados reclamaban un no olvido a todos quienes seguimos sintiendo repulsa por semejantes actos. Y más allá, sobre el patio de la Sinagoga, un sauce llorón dorado en el que cada una de las hojas lleva inscrito el nombre de un mártir judío a modo de recordatorio. Lo de menos era que Tony Curtis fuese el mecenas del mismo. Un Holocausto como aquel prestaba a nuestros ojos la auténtica cara de la locura cuando alcanza el poder. Quizás por eso, para intentar aliviarnos el ánimo, en el Café New York buscamos acomodo y reposo. Desde una de las estanterías, un Puskas sonriente y juvenil, hablaba de logros  deportivos más allá del dolor,  más acá de la alegría. Concluía otra jornada y el vino tomó el relevo. La noche se cernía y tras descender cientos de metros, las vías nos llevaron de regreso a las cortinas de cretona que tan necesarias se hacían en aquellos tempranos amaneceres.     



Jesús(defrijan)       

jueves, 21 de enero de 2016


Praga-Viena-Budapest

Y aquí llegó la sorpresa inesperada de la que nadie nos advirtió. Cuarto día de viaje que se emplearía en un traslado hacia Budapest con para da intermedia en Viena a estirar las piernas y tomar un ligero refrigerio. Para quienes sentimos especial animadversión al viaje en autobús meternos entre pecho y espalda más de seiscientos  kilómetros suponía un reto al que no podíamos renunciar y solamente la esperanza de unas buenas vías de comunicación aliviarían dicho tránsito. Más nada de lo previsto llegó. Aquellas que se suponían autovías centroeuropeas no pasaban  de ser meras vías rápidas salpicadas de infinitas obras en las que la fila de a uno se presentaba a la más mínima oportunidad. De modo que decidimos echarle valor y entre las anécdotas de Julio y sus andanzas sobre la moto campera, las innumerables risas de Amparo, la serenidad de Tomás, la frescura de Paqui y el goteo incesante de historia de labios de Silvia desde su puesto de guía, comenzamos a dejar atrás a los campos de cereales para dar paso a los viñedos. Poco importaron las curvas y los badenes cuando los amortiguadores de la historia salían a la palestra de los altavoces a seguir dejando constancia de un pasado imperial cotizado por los sucesivos invasores. Un breve descanso a mitad de trayecto y de pronto, Viena. Y acariciándola , el Danubio,  como anfitrión dispuesto a dirigirnos el tarareo de las notas que le dedicasen como vals. Tiempo justo para recorrer las inmediaciones  del casco antiguo en el que admirar la grandeza de sus edificaciones entre las que Mozart surgía mientras Sissi lloraba su incomprensión ante el atribulado Francisco José que se rendía a sus encantos y caprichos. Volvieron al recuerdo aquellas imágenes en las que  mis mayores se solidarizaban  con Romy  Schneider cuando le daba vida. Estaba claro que la fábrica de sueños seguía cumpliendo con su papel. Mientras tanto, en las inmediaciones de la Catedral de San Esteban, cientos de partidarios de Morsi reclamaban justicia para su líder poblando la plaza de pasquines reivindicativos. Así, pasado el mediodía, reemprendimos ruta y al cabo de unas horas llegamos a Obuda, Buda y Pest, un triunvirato de ciudades que dieron origen a la actual Budapest. Allá abajo, como si nos hubiese servido de brújula, de nuevo el Danubio se mostraba. Quedaban tres días por delante y el reponer fuerzas se hacía imprescindible. No pude por menos que imaginar por dónde transcurriría el antiguo Telón de Acero y faltaban pocas horas para descubrirlo.  



Jesús(defrijan)        

miércoles, 20 de enero de 2016


Praga(capítulo III) Kafka y Palach

Ascendimos a una de las colinas de la ciudad y tras volver a comprobar la belleza de cuanto se abría a nuestros pies fuimos a parar al Callejón de Oro. Reza la leyenda que  debe su denominación al interés de un rey por conseguir la piedra filosofal que tantas utopías prendió en la Edad Media. Y a fe que tuvo éxito, aunque siglos después y no en la forma que soñó.  Allá, en el número veintidós, en el mínimo espacio que las viviendas ofrecen, residió Franz Kafka. Quiero pensar que lejos de amilanarse ante semejantes estrecheces logró darle sentido a su maestría con la pluma y ser capaz de espolear y seguir espoleando a todos aquellos lectores que perciben cómo la sociedad no suele aceptar la metamorfosis del individuo que se sale de la senda trazada. Dejaremos  al lector la posibilidad de adentrarse en ese mundo tan intimista para que descubra por sí mismo el tipo de insecto en el que lo está convirtiendo el conformismo y seguiremos la ruta hacia las garitas en las que unos soldados soportan estoicamente los rayos solares  inclementes desde la marcialidad de su oficio y para asombro de quienes llegamos a pensar que eran maniquíes allí colocados. Justo enfrente, a voz en grito, cargado de pancartas que poco precisaban traducción, un loco cuerdo se parapetaba tras las soflamas que protestaban sobre todo tipo de  injusticias hacia los oprimidos. Un clon de ermitaño sin camisa y sin más Galones que una conciencia interior que clamaba en el desierto de aquellas murallas al que pocos prestamos atención. Una vez más quedaba patente el hecho que anticipase el genio de las letras y en esta ocasión el escarabajo iba desnudo. Al fondo, siguiendo su ritmo acostumbrado, el río nos reclamaba como queriendo poner un epílogo de transición a las jornadas que nos había prestado. La Plaza de la Ciudad Vieja volvía a exhibir su carrillón entre las innumerables variaciones del lúpulo que tanta fama les proporciona. El mercado próximo cerraba la jornada y en los rustidores ambulantes una nueva hornada de cerdos cambiaba de color y se convertía en gustoso alimento para los viandantes hambrientos. En una última despedida un monumento volvía a recordarnos que Jan Palach obró conforme al sentido de la justicia desarmado de pólvoras y cargado de razones. Sin duda el hermetismo ante las emociones del pueblo checo tenía su origen en el convencimiento de lo correcto de su actuación más allá de alharacas fanfarronas. Ahora entiendo cómo el calificativo de moravio se suele aplicar a algunos, en algunos casos, de modo injusto.   



Jesús(defrijan)        

martes, 19 de enero de 2016


Praga ( capítulo II) Karlovary

Como suele ser habitual, se nos presentó la oportunidad de añadir a Praga la visita a la famosa ciudad balneario de Karlovary.  De modo que guiados por la inalterable Silvia recorrimos los campos de cultivos que ejercían de cunetas hacia el valle que tan atractivo resultaba. Y a fe que acertamos. Aquello rezumaba un  sabor a bohemia y a grandezas de la otrora burguesía que lo adoptó como lugar de esparcimiento alejado de la plebe. Sin lugar a dudas las virtudes de sus aguas contribuyeron a tal auge y por si esto no fuese suficiente mérito, el alquimista decimonónico llamado David Becher alumbró la feliz idea de destilar un vodka al que obviamente puso su nombre. Efectivamente, el bechervodka vio la luz tras la anunciación de una receta nacida sobre principios de siglo y a fe que debió extraerla de algún arsenal de municiones químico- gástricas que debieron prohibir al acabar la Gran Guerra. Se supone que ese elixir maravilloso contribuía  a aliviar las dolencias de quienes buscaban cura a sus ajados huesos y hartos estaban de beber sulfurosas aguas. Lo cierto y verdad es que tras las advertencias de Silvia referentes a su poder de ignición esofágica, un leve sorbo fue suficiente. Ni el más mariachi de los tequilas es capaz de provocar efectos colaterales más contundentes. Suele deslizarse hacia el estómago como un áspid callada a la espera de que su cicuta emerja hacia la sangre. No me cabe duda de que las  calderas de Pedro Botero lo utilizan como combustible para añadir sufrimiento a los pecadores del averno. Me pareció escuchar que el número de bajas que las primeras destilaciones provocaron en los huéspedes de los hoteles ocasionaron más de un disgusto al osado de David y que en base a evitar la cadena perpetua decidió rebajarlo hasta alcanzar la graduación  actual. Sea como fuere, con la glotis al rojo vivo, el paseo por los jardines próximos al río aportó un momento de solaz mientras los cristales de Bohemia reclamaban nuestra atención. Metros más allá, el Casino Royal recordaba las últimas escenas grabadas en su interior por el intrépido James Bond en el enésimo capítulo de la saga al servicio de Su Majestad y en el Grandhotel  Pupp las imágenes fotografiadas de los actores famosos venidos al festival cinematográfico anual nos transportaban a una alfombra roja imaginaria. En el viaje de regreso, al compás de los saltos que el pavimento  provocaba en el autobús, no pude por menos que observar como más de uno se llevaba la mano al bajo vientre en un intento penúltimo de calmar los ardores. Si vais a ir, estáis avisados. 

Jesús(defrijan)

lunes, 18 de enero de 2016


Praga ( capítulo I)

Como toda ciudad que se precie, un río la baña, protege y segmenta.  El Moldava es el que consigue que esta capital de la Bohemia rezume un sabor a cuentos de palacio en los que el taconeo de las  húsares marcarían el ritmo de las batallas a disputar. Tal es el sentido de aquella grandeza pasada que incluso en la moneda mantienen su particularidad para no mezclarse con quienes no consideran de su rango. Ciudad que perteneció a una nación que se vio ocupada y sometida por quienes decidieron repartirse las fronteras tras la II Guerra Mundial en cuya Plaza en honor a Wenceslao se rememora a aquel que tuvo agallas suficientes como para enfrentarse a los tanques de ocupación y convertirse en mártir de la causa. Una Plaza que semeja un cuadrilátero desciende hacia los múltiples puestos en los que el andar del cerdo es asado a ritmo para mayor gusto de quienes se atreven con él. Ni siquiera la presencia camuflada de carteristas impide el disfrute de su paseo y en las inmediaciones el tintineo de los relojes anuncia su nuevo ballet para regocijo del paseante. Curiosa y variopinta la silueta de los carruajes que van de norte a sur transportando a turistas con la paciencia del équido resignado. Y justo en las inmediaciones del cementerio judío, él, el inigualable, el inaudito, el inesperado  guitarrista de color con peluca blanca imitando a Amadeus. Guitarra española con tonos desafinados, corcheas de sabor jamaicano y sobre el falso palosanto la pegatina de “I love porno”. Sin duda la mezcolanza residía en él y desde luego la sinceridad surgía de su alba dentadura a los compases de “No woman , non cry”. Sería cuestión de visitar al Niño Jesús que tantas veces mencionase Sabina en aquella magnífica canción titulada “Adivina , adivinanza”  y recuperar la compostura. Próximo a todo, el Puente de Carlos custodiado por las hieráticas estatuas que hablaban de pasados a quienes parábamos a cada momento ante los tenderetes ambulantes. Al fondo, retándonos al ascenso, la colina del monte Petrin exhibiendo una réplica de la torre Eiffel y como recompensa una vista panorámica de toda la grandeza de Praga. Ya en el descenso, la pólvora dando nombre a otra de las torres afamadas bajo el tizne gótico como puerta de entrada a la ciudad antigua que fuese. Quedaba para la siguiente jornada el paseo por las letras doradas del callejón en el que la Metamorfosis viese la luz desde las manos obedientes del intelecto atormentado.  

Jesús(defrijan)        

viernes, 15 de enero de 2016


Londres ( capítulo IV) De regreso

Como todo  viaje que se precie en el epílogo suele residir la valoración final y en este caso no iban a producirse excepciones. Así que llegados con tiempo suficiente a Heathrow tomamos asiento a la espera de que las pantallas anunciasen el vuelo con final en Madrid. El incesante trasiego de azafatas y comandantes de las infinitas líneas que tomaban dicho aeropuerto como punto de cruce no dejaba de ofrecer un espectáculo variopinto a la espera del anuncio de embarque. El tiempo pasaba y el retraso se hacía presente. Con un breve cálculo horario empezaba a hacerse difícil acoplarse al enlace con el puente hacia casa y la aventura se abría paso. Allá que las pantallas anunciaron el embarque, una horda de doscientos viajeros armados con las tarjetas acreditativas salieron en estampida hacia la sala de espera. Nadie cayó en la cuenta que el acceso al avión distaba mucho del de cualquier otro medio terrestre, y que de nada servía batir el récord de los cien metros lisos con el equipaje de mano colgado del hombro. Lentamente subimos a la cabina y una vez aposentados sonó la voz del comandante. Se nos anunciaba un retraso de dos horas debido a la congestión de las pistas por las inclemencias climáticas. Dos horas sentados viendo el cogote del de delante que dieron como resultado la llegada tardía a la capital y la pérdida prevista del enlace. Con lo puesto, y una vez confirmado el vuelo para el día siguiente, en el hotel acordado nos esperó un bufet que alivió la desilusión y puso un agravio comparativo a aquel que dejamos atrás con el perfume a mostaza aún grabado. Pasó la noche y tras el desayuno, un nuevo contratiempo. El microbús que nos llevaba de nuevo a la terminal resultaba sumamente escaso para tantos viajeros que esperábamos turno. No era cuestión de perder el vuelo y la picaresca vino en nuestro auxilio. Comencé a toser escandalosamente y a lanzar al aire la sospecha de ser portador de la gripe aviar. Inmediatamente, y con cierta repugnancia, muchos de los que guardaban turno delante de nosotros, decidieron apartarse y con ello llegamos a tiempo. Y allí  estaba él. Todo enfundado en un look negro, con botas vaqueras, pelo canoso encoletado, una uña en el meñique de dimensiones kilométricas y un mirada estrábica de la que pendía una cicatriz navajera. Acongojaba, vaya si acongojaba. Era la viva imagen de un sicario desplazándose en busca de cumplir una misión. De modo que procuré permanecer lo más alejado posible pero la fortuna me guardaba una última sorpresa. Era, por azares del destino, quien ocuparía un asiento a mi lado y automáticamente me convertí en una estatua de cera voladiza semejante a las que habíamos visto en el museo de Madame Tussauds. Voto de silencio y la mirada perdida para no provocar que aquel a quien suponía de mal carácter me diese motivos para corroborar mis sospechas. Sólo al aterrizar logré visualizar el inicio del tatuaje que en su antebrazo lucía. Empezaba por A.  

Jesús(defrijan)      

jueves, 14 de enero de 2016


Londres ( capítulo III) Speaker, s  Corner y Camden Town

Siguiendo las indicaciones de alguien que logró despertar la curiosidad, aquel domingo acudimos al parque en cuestión y buscamos la esquina en cuestión. Parece ser que la gracia real tuvo a bien hace años el habilitar dicho lugar como parlamento improvisado a todo aquel que quisiera hacerse oír alegando sus derechos a ser escuchado y evitando con ello el entorpecimiento del tránsito por las calles de la urbe. Como condición previa debían guardar respetuosa distancia con los colegas que así lo decidiesen y provistos de taburete de tres peldaños con atril afincarse en semejante sombra a la espera de público. De modo que careciendo del mobiliario no pude por menos que buscar un hueco y desde él lanzar al cielo los versos nacidos a la vera del Tajo para así dejar constancia de la inmortalidad del maestro. Por suerte, unos orientales se afanaron en grabar lo que a todas luces les pareció curioso y más curioso me resultó el recibir los aplausos de aquellos ojos rasgados amantes de la poesía. Mientras tanto, a mi diestra un líder comunista exhortaba a unos y a mi siniestra un pastor buscaba rebaño para su iglesia en ciernes. De modo que cumplida con la promesa del verso, Camden se dispuso a abrirnos sus brazos en aquel laberinto policromado que le da forma a cualquier extravagancia vista como normal. Si alguna vez alguien duda de qué significa flema no tiene  más que acercarse para  comprobar que  la normalidad se instala en medio de aquellos chiringuitos a modo de estandarte permisivo. Si por un momento vence a la tentación y ofrece su piel, el tatuador  le dejará su firma y podrá sentirse como un nuevo Drake en busca de prebendas conseguidas con el abordaje consiguiente al bajel de la provocación.  Y ya sólo nos restaba asistir a la verja de palacio a contemplar el famoso cambio de la guardia. Ningún día precisó de paraguas y por lo tanto este seguía en la maleta a la espera de su estreno. Y allí de abrieron los cielos. Con el gentío agolpado en torno a la estatua de la Reina Victoria el refugio inexistente no pudo impedir el baño celeste y comunitario del que se libraron quienes fueron más previsores. Absolutamente empapados, a golpe de brazos remolinos conseguimos que un hindú accediese a portarnos al cobijo de las moquetas que seguían oliendo a mostaza. Ni siquiera el paso posterior  por los afamados almacenes pudo poner un punto de alivio a las pituitarias que seguían cegadas con semejante aroma. Londres concluía y para ser la primera vez dejaba abierta la puerta a repetir. He de admitir que aquella primera animadversión hacia ella había quedado atrás y comenzaba a  plantearse un próximo regreso.     

Jesús(defrijan)      

martes, 12 de enero de 2016


Londres ( capítulo II) Torre de Londres y desfile por Oxford Street

La jornada siguiente nos llevó a  la Torre y allí comenzamos a  hacernos una idea de cuanta historia se escondía en medio de aquellos muros. Relevos de sangres que serían coronadas en aras de la traición alternaban con las escalinatas que nos trasladaban al cuarto de armas en el que los diferentes artilugios lucían gallardos los logros conseguidos en los campos de batalla o en las salas de torturas. Y un poco más arriba, las joyas de la corona que más de un incauto supuso ciertas mientras diseñaba para sí la infalibilidad del método para sustraerlas. Quizás la auténtica joya quedó en las aguas del Índico y aquellas que mostraban las vitrinas no eran más que ilusas motas de antiguos esplendores coloniales. Sea como fuera, nada resultó más doloroso que ver cómo la mutilación de los cuervos servía como excusa para la perpetuidad legendaria de la corona. Alguien  se inventó la profecía mediante la cual aseguraba la permanencia real en el Reino Unido  hasta que los cuervos del patio de armas emprendiesen definitivo vuelo. Nada más práctico que caparles las alas para así impedir que llegase tal fin  por más envidias que despertasen  en los córvidos  el vuelo de otras aves más afortunadas. Ni siquiera la fotografía con el beefeater de turno pudo evitar la compasión; imagino que faltaba agua tónica para hacerla bebible. De modo que a toda máquina, y a lomos de un taxi conducido por un jamaicano, intentamos acceder a la zona en la que se anunciaba la caravana multicolor reivindicativa. El rastafari , auténtica réplica de Jimmy  Cliff que nos condujo lamentaba el cómo dejaron sus antepasados en manos británicas a su isla y su bombín violeta coronada con una pluma rosa no pudo por menos que darle la razón. Como malas copias de Marley imitamos un reggae y a punto de llegar a Oxford Street nos dimos de bruces con ella. Una inmensa cabalgata cruzaba aquella avenida desde todos los colores del arco iris y todos los sectores de un abanico festivo. Por todas las carrozas surgían las canciones que tan solapadas caminan con los colectivos que reclamaban igualdades en una urbe que ya de por sí las rechaza. Y la lluvia, la amenazante lluvia, aún no había hecho acto de presencia para no deslucir el festejo. Calles más arriba se proyectaba Priscilla y aquella noche todas  las  aceras colindantes se poblaron de pelucas rosas, tacones de aguja y plataformas espectaculares. Mientras tanto, las ardillas seguían siendo las dueñas de los espacios abiertos y  disputaban con los pies descalzos los últimos rayos de sol.              

Jesús(defrijan)      

Londres ( capítulo I)

Menos lluvioso de lo esperado y con la sensación de asomarnos a un concepto diferente de ciudad.  Así fue la primera sorpresa que pronto se vino abajo al paso del desencanto ante semejante hotel recomendado. No, no lo mencionaré para no hurgar en la herida del recuerdo, salvo que alguien decida preguntarme. Sus dos torres enfrentadas a un patio en el que no paraban de entrar y salir vehículos daba buena muestra del error cometido al dejarnos aconsejar por viajeros diferentes a la hora de elegirlo. El incesante olor a mostaza se impregnaba en las innumerables moquetas y daba la sensación de que de un momento a otro se nos iba a presentar la señora de turno con su vestido floreado y el gorro infumable a darnos la bienvenida. Sea como fuera, nos hicimos a la idea, y solamente la cercanía del Museo Británico le avalaba como mal menor. De modo que allá que nos fuimos a sumergir en los inacabables restos del expolio egipcio y mesopotámico para  mayor goce de nuestros sentidos. Entre piedras rosetas y momias embalsamadas nos movimos a la espera de la aparición de cualquier escultura de la esfinge que volviese a mencionar su origen. Calles más abajo, el imponente monolito capitaneado por Nelson competía con la pancarta rosácea  que reclamaba igualdad de sexo al siguiente candidato a la alcaldía londinense entre las múltiples tendencias. Cualquier variación era bien aceptada y entre estrafalarios vestidos a su antojo y bombines acompañados por paraguas supimos ver el auténtico sentido del calificativo cosmopolita. Seguimos hacia el Parlamento y a mitad de bajada, la guardia a caballo realizaba el relevo desde la quietud que cualquier soldado manifiesta al convertirse en estatua viva de la disciplina. Ni siquiera el equino era capaz de pestañear ente tanto flas que lo inmortalizaba. Más allá, el reloj afamado nos recordaba la diferencia horaria mientras el Támesis se convertía en un fluido constante de paquebotes plagados de turistas. La Noria del Ojo girando sin fin en un intento de elevar el sextante más allá de donde las pupilas alcanzaban para ofrecer lo imposible. Los puentes oficiando de custodios de unas tradiciones que se ponían de manifiesto en la pulcritud de la vestimenta de quienes acudían a un oficio religioso en el que darse el  ” sí quiero”. En cuestión de modas casi todo valía; incluso aquellas pamelas  encaramadas a modo de tocados insufribles. Próximos a ellas unos neo punkys surgían con las crestas enfundados sobre botas de cuero militares y pantalones pitillos. Sid  Vicius podía escucharse entre sus imperdibles y con él toda aquella revolución cultural que se sumó a todas las anteriores nacidas en esta ciudad tan singular como imponente. La primera jornada tocaba a su fin y el buen sabor de boca nos acompañó al cerrarla.    



Jesús(defrijan)       

lunes, 11 de enero de 2016


Sintra y Cascais ( capítulo II)

Erigiéndose entre las pinadas  protectoras y custodiada por dos castillos apareció Sintra. Como si de una llamada se tratara surgió la necesidad de encaminarnos hacia las cumbres para sentirnos elegidos oteadores de todo aquello que alcanzaba hacia el mar. Sempiterno reclamo de aventureros que partieron para dejar huella a lo largo de las costas llegamos a sentir el paso de la brisa y a las almenas del Castillo de Mouros dimos por cautivas de nuestras miradas. El trasiego incesante de pasos ignorantes de su grandeza no lograba callar los trovos de aquellos juglares que diesen rienda suelta a sus  octosílabos para regocijo de las que moraban en las torres rumiando sus soledades. Compitiendo con él en el espacio y colorido su homónimo Castillo da Pena luciendo gallardo colorido se ufanaba de mayores requiebros a quienes teníamos la suerte de salpicar nuestros pasos por su muralla sin poder evitar lanzarnos al horizonte de poniente. Vestimos armaduras de sueños y entre las pinochas llegamos a presenciar al unicornio que huía en busca del secreto que toda fantasía acarrea. No hubo lugar para batirse en duelo con ningún dragón que no fuese el nacido de los rayos que reflejaban en las torres sus flechas nacidas de las ballestas de la ilusión. En el descenso, justo en una esquina orientada al noroeste, el reclamo de las letras adornaba la puerta de aquel establecimiento donde dábase  fe de haber albergado a Lord Byron y así se añadía un peldaño más al romanticismo de Sintra. El sabor a vino verde nos despidió y quiso llevarnos entre los recovecos de las rutas sin programar a Cascais.  Allí, el mar se rendía a nuestros pies y azotaba sin piedad al malecón del paseo como queriendo recuperar su espacio usurpado. A cambio, cual boca de infierno presta al cambalache, sus frutos nos serían ofrecidos como muestra de generosidad y aceptamos el trueque. Y a fe que salimos ganando por las dimensiones  de los mismos. Caía la tarde y el horizonte se difuminó como preludio a una noche en la que el sabor a  fado volvería a hacerse presente mientras la Navidad seguía su liturgia. Un último sabor desde el mostrador en el que las manualidades se nos ofrecían tras la evocación de Dolores que seguía pensando en aquel cantante español que tanto la enamoró. Metros más arriba el marqués de Pombal desde su pétrea atalaya se erguía  ufanándose de su visión sobre el futuro de la ciudad que se adornaba con el  epílogo de la exposición universal que la proyectó hacia el mundo; como si fuese necesario dar rienda suelta a quien nunca conoció el sentido de la palabra frontera. Quedó tanto por ver como tanto nos trajimos y en la mochila de vuelta el debe se hizo un hueco para una próxima ocasión. Dormía el Tajo y con él nos mecimos.
Jesús(defrijan)    

viernes, 8 de enero de 2016


Lisboa (capítulo I)  

Con los ecos de los villancicos emprendimos ruta hacia Lisboa aquella mañana de nieblas y recuerdos dolorosos a los que había que alejar de tales fechas. Poco importaba que las encinas echaran de menos a las cigüeñas que meses antes habían tomado a las dehesas extremeñas como zonas de descanso. El sentido hacia  poniente  nos  orientaba  hacia Lisboa y cierto sabor a fado se empezaba a sentir al aproximarnos al estuario del Tajo. Allí el puente colgante rendía homenaje a una revolución que trajo consigo la rendición de proclamas vetustas a los pies de los pétalos de claveles un veinticinco de Abril que esta vez calaron fusiles. Y el trazado de sus avenidas feneciendo en el mar como si la imperiosa necesidad de descubrir se hiciera presente a cada instante e hinchase las velas en pos de nuevos horizontes. Escaparates plagados de bordados y gallos vestidos de cerámica dando la bienvenida mientras el traqueteo que sonaba a añejo seguía la senda de las vías arteriando las cuestas. El Barrio Alto desde el que divisar a las otras colinas echando un pulso al castillo de San Jorge que alardeaba de fortaleza parapetándose en sus cañones fundidos en sueños. Vasco de Gama cediendo su nombre a otro puente por el que despedirse de la ciudad que nunca se aleja de quien la vive. Y a pie de aguas la Plaza del Comercio en la que las transacciones hablaban de fardos cargados con carruchas dispuestos a recorrer océanos y dominar las rutas costeras. Santa Justa elevándose a las alturas para volver a mostrar la inmensidad de un sentimiento mientras el sabor salado tomaba cuerpo y redundaba en la fama gastronómica de mil variedades compuesta. Sabor a ultramarinos desde el saudade entonado por Ana Moura  y en aquel rincón  Saramago dando una lección magistral sin alzar la voz de cómo se puede vivir en la más cruel de las cavernas cuando decidimos aceptarla como propia existencia. Y Pessoa reconociendo en su intento por conocerse que  cualquiera es   “ el intervalo entre lo que deseo ser y los demás me hicieron”. No fue preciso nada más que desplazarse unos kilómetros para sumergirse en la grandiosidad de los Jerónimos de Belén y descender al túnel de acceso al Monumento de los Descubrimientos para verlo de cerca. Era quien entonaba a capela el fado más sincero que se pudo escuchar en el subsuelo de la avenida; era la exposición clara de la dignidad que renuncia a limosna sin ofrecer nada a cambio; era quien apoyado sobre el muro y con el auxilio de una  botella de agua cantaba como solo los firmes  saben cantar cuando el alma se abre; era, “El ciego que cantaba fados” quien supo ponernos la piel erizada a cambio de nuestro silencio al depositarle el agradecimiento que tanto mereció.  

Jesús(defrijan)

domingo, 3 de enero de 2016


Palmeras en la nieve

 Se llamaba Vicenta y su deje canario siempre la acompañó. Narraba cómo fueron sus últimos días en la antigua Guinea Española ejerciendo de esposa del encargado de una de las empresas madereras; cómo la salida de la colonia fue de precipitada y peligrosa; cómo un antiguo empleado llamado  Macías se convirtió en el presidente de la nacida república; cómo echaba de menos aquellos días que tan feliz la hicieron. De ahí que anoche, antes de entrar a la sala a presenciar la película coetánea, no pudiese por menos que recordarla   y así me dispuse a revivir aquella época que de su boca presencié. Y a fe que fue todo un acierto al elección. La ambientación, la fotografía, el ritmo, la banda sonora, todo  ensamblado de modo perfecto en ese ir y venir de la historia entre las nieves oscenses y la selva guineana. Allí el argumento entrelazaba amores perseguidos con abusos capataces,  esperanzas de libertad con placeres vespertinos, pasados presentes con secretos sacados a la luz de la curiosidad. De modo que un funeral se convierte en un bautismo a una historia que te lleva y trae por las sendas de la emoción con el sabor tenue del  cacao de las plantaciones.  Las sucesivas interpretaciones no hacen más aportación que la suma de credibilidades que tan difíciles resultan cuando nacen de unos rostros catalogados de bellos en detrimento de sus otras virtudes. Un continuo tira y afloja entre quienes quieren alcanzar sus objetivos y quienes pretenden ponérselos difíciles. Y todo ello dentro de un puzle compuesto por tres generaciones que separadas seis mil kilómetros permanecen más unidas que las habitualmente cercanas.  El ritmo con el que es dirigida la historia es el auténtico culpable de que las tres horas de duración se queden escasas a la espera de un final diferente que sería tan deseable como  incoherente.  Ella, decide seguir los pasos de Alfonsina  mientras la memoria regresa  a las sienes plateadas de él que la tienen presente. Pocas veces un argumento ha sido tan conmovedor y tan bien llevado a la pantalla al haber sabido caminar sobre el cable del funambulismo del culebrón y no haber caído al precipicio de lo previsible. Ahora que han pasado tantos años es cuando empiezo a comprender el porqué a Vicenta se le humedecían los ojos cada vez que recordaba aquella etapa mientras preparaba las papas con mojo. Quién sabe si no  fue testigo de alguna historia similar a la de anoche y la calló para siempre por no fundir a la nieve con el sol que atravesaba sus palmeras.      

 

Jesús(defrijan)     

sábado, 2 de enero de 2016


Hakuna  matata

 Parece ser que en suajili significa no te agobies, no te angusties, no hay problema, y así un largo etcétera  de expresiones similares vendrían a sumarse a tal sentencia.  Y como tal leyenda  cobran vida para darle vida todos los animales de la sabana sobre los que reina un león siguiendo el guion clásico  de toda prosopopeya que se precie. Los buenos son buenos, los malos son malísimos y torpes y en cada uno de los las virtudes y vicios humanos se hacen presentes. Por lo tanto, nada que añadir a lo ya sabido y proyectado en infinidad de salas para goce y disfrute de niños y mayores.  Lo que ya se sale de lo corriente es el hecho de presenciar cómo un escenario, o mejor, todo un teatro, se muta en parajes africanos y participa de la historia. Y lo hace con la viveza de unas percusiones perfectas desde las esquinas alzadas de los palcos mientras la orquesta esparce el producto de las partituras de modo preciso. Tan preciso que llegas a sospechas que la batuta del director finge dirigir a una orquesta enlatada y no es así. Todo milimétricamente calculado y ensamblado en la coordinación de los innumerables  cantos y bailes que la obra en sí siembra  entre los espectadores. Elefantes, leones, buitres, hienas, lianas, rinocerontes, todos en perfecta armonía  con una historia cuyo final conocemos. Un hilo argumental en el que no es necesario sacar espinas ácidas en la crítica porque ya sabemos de la corrección del argumento. El orden establecido en la convivencia animal permanece inalterable y por un momento pareciera que con ello el mensaje subliminal viniera a hacerse hueco entre las dudas inoportunas que el disconforme plantea. Ya habrá ocasiones, lugares y circunstancias en las que la baraja de las bambalinas distribuya los naipes de modo diferente. Aquí, a escasos metros de la parafernalia de los rugidos, las tres generaciones alternan sus puestos en la misma fila y para unos es suficiente premio el contemplar la cara absorta de los otros.  El colorido del vestuario y los estribillos tarareados ni siquiera se molestan cuando la licencia a la risa fácil desluce el gag con concesiones al chiste barato. Por un momento llegué a echar de menos al  Tarzán de mis lecturas infantiles y supuse que estaría en las inmediaciones  del  teatro luciendo gorritos navideños.  De los cocodrilos, lo único que aprecié fue su ausencia. Si duda alguna se habían convertido en los zapatos, bolsos  y cinturones de quienes taconeaban por la Gran Vía sin desviar la vista a los mendigos que sonreían de modo triste al escuchar de nuevo el lema de la obra.      

 

Jesús(defrijan)