La foto
Apareció
en el mismo momento en el que los álbumes impresos se habían quedado obsoletos.
En pos de una reducción de espacios había decidido trasladarlos al rincón
último, del último hueco, del último armario. No era consciente de que de
dentro nació la necesidad de dar carpetazo a los años previos en los que se
fueron configurando los actuales. Había seguido el consejo y almacenaría en
bytes lo que tanto estorbaba. O eso creía. De modo que la película musicada de
sus instantáneas estaría servicial a su requerimiento en el momento en que
desde el mando a distancia dirigiese su obra a una primigenia visión. El
escaneo le había pasado factura y el estreno aguardaba impaciente. Esa noche,
explicaría a quien quisiera oírla, quienes eran aquellos que mudos aparecían
como intérpretes de una vida que años ha permitió compartirles. Llegó la noche y tras las luces
apagar de la cotidianeidad tomaron asiento. Ella, maestra de ceremonias,
reemprendía su vuelta atrás como directora de emociones tantos años
encuadernadas en revelados de nueve por quince. La música iba abriendo el
camino, y tras los textos añadidos a modo de intrusos del tiempo, los escalones
de su existencia se deslizaban ante sus ojos. Iba explicando lo que la emoción
rememoraba y los suyos se fueron sintiendo cómplices de la alegría que emanaba
por doquier. Pasaron treinta minutos en
la intensidad alegre del regreso, y a
punto de dar por concluida la sesión, mientras las risas aplaudían complacidas,
su rostro rejuveneció. En una de ellas, casi como por casualidad, volvió a
aparecer aquel rostro. Aquel de quien
nunca supo más allá de lo que su timidez cobijaba en el plano secundario del
ignorado extra posante. Aquel a quien pocas veces prestase atención quien se
erigió como diosa inalcanzable para todos. Aquel que fue componiendo bocetos
con el carboncillo que la ignorancia no supo apreciar ni siquiera al ser
esparcidos como migajas en el camino de la amistad. Vagamente, recuperó la
memoria de sus gestos y decidió prenderse de las escasas briznas que su
recuerdo le ofrecía. Comenzó a entender lo que tanto tiempo hubo ignorado y los
ayeres dictaron a su antojo. Soledades en compañía, alegrías fingidas y
sinceridades emparedadas tuvieron la compasión de deshacerse de la túnica de la
recriminación y la dejaron reconciliarse consigo misma. Ella, a la que siempre
marcaron un camino por el que ascender, acababa de convertirse en la Beatriz
más triste que visitase su propio
infierno de la mano del dantesco
regreso. Lloró desconsolada al pagar la luz. Todos creyeron que la emoción de
la obra la había sobrepasado. Allá, soportando el peso de los álbumes, en el
último rincón, del último hueco, del último armario, dormía un boceto que la
compadecía en silencio.
Jesús(http;defrijan.bubok.es)