lunes, 31 de julio de 2017


Rendición

Suele ser un momento adecuado para perder el tiempo el que transcurre en la terminal de un aeropuerto. Paseas de aquí para allá, tomas un enésimo café, revisas los documentos y acudes al quiosco en busca de no sabes qué. Y allí, como salvavidas de ante la monotonía, los libros. Y entre ellos, los títulos compitiendo por captar tu atención. “Redención” parecía ofrecerse a modo admonitorio y allá que fui. Lo de menos era Ray Loriga que acreditase ser el ganador del premio Alfaguara. Simplemente rendirse ante algo o ante alguien sonaba a victoria plácida del derrotado por la desgana, vencedor osado ante la curiosidad. De modo que aguardé para hacer coincidir el despegue con el inicio lector y no sé que me provocó más angustia, si el vuelo a tal altitud o el desarrollo de la acción. Una sociedad futurista más cercana de lo que parece a simple vista a la actual. Un orden establecido del que resulta quimérico ausentarse. Unos protagonistas divididos por sus modos de entender la subsistencia. Un pasado, que como todos los pasados, por muy vacíos que hayan sido, resultan ensalzados desde la desesperanza del recuerdo. Un nivel claustrofóbico que poco a poco te va invadiendo y del que te sientes preso, más allá del fuselaje del vuelo en cuestión. Da que pensar y por más que muestre similitudes con planteamientos asimovianos u orwellianos extrae de tu psique todos los miedos haciéndolos reales. En algún momento desearías ser el protagonista woodyano de “El dormilón” y frotar con energía la esfera más rubicunda. Con ello quizás lograrías quitarte de encima esa sensación de asfixia que durante la lectura te va invadiendo. Mundo de ilusiones en el que las ilusiones son vestidas con las túnicas del mimetismo para no desentonar. Espacios abiertos en los que la privacidad se comparte y acaba ignorándose en esa ciudad aséptica. Un grito de rebeldía al que sumarse junto al protagonista que vive entre las dudas de los sentimientos a pesar del abandono que los sentimientos ejercen hacia él. Tibiezas mostradas como edenes cuando realmente se embadurnan de grises conformistas. Ahora que las fechas de la canícula nos dejan tiempo suficiente para el ocio es el momento adecuado de robarle horas a la siesta y leer esta novela. Puede que al despertar dudemos si somos quienes somos o somos quienes hemos sido programados para ser lo que parece que somos. Definitivamente, más temor que el vuelo, me  produjo esta lectura. Aún sigo rememorando capítulos y a veces pienso que arrastrar detritos es lo que hacemos a diario sin querer ser conscientes de ello para no añadirnos penitencia. Puro conformismo.    

viernes, 21 de julio de 2017


El lector


Como si de un espejo reflectante se tratase el título me llamó la atención. Giré la vista hacia la contraportada y el argumento pareció, al menos, interesante. Un joven al que una señorita menos joven convierte en adulto y una historia de amor con diferencia de años que acaba sonando a algo ya leído o visto. Suele suceder en la medida  en que las historias aparecen y se asemejan a otras historias. Así que nada que objetar. Se trataba de dejar transcurrir las páginas para descubrir entre ellas el ligazón de un telar que diese emoción a las mismas. Bernhard Schlink diseña una serie de capítulos cortos sobre los que el protagonista ve cómo la vida avanza en paralelo al secreto que su amante esconde. Primera decepción. Demasiado pueril y poco creíble como para no defraudar. Lo que empezaba como novela giraba a folletín y toda la trama se tornaba en gris. A favor, la lectura fácil. En contra, la fácil lectura previsible de lo que iba a llegar. Los detalles los omito, más que por desgana, por haber olvidado qué encerraban. A veces quiere ser una novela de reconciliación con el pasado y a veces vuelve a manifestarse como una aventura inconclusa de aquello que dejó de ser sin saber el porqué. Para dar un toque más de sabor, un pasado nazi se suma a la justificación de los traumas de la protagonista. Una serie de respuestas quedan sin resolver y casi mejor que así sea. Serían demasiado previsibles y el escaso interés derivaría en suflé insustancial. Eso sí, como currículo, lleva sobre sus lomos infinidad de premios, nominaciones, aplausos, elogios, y demás condecoraciones que no hacen más que situarme en la tesitura de ser un ceporro insensible al no sumarme a los mismos. Supongo que será el verano quien contribuye a la tibieza que me deja semejante libro. De cualquier forma, amigos míos, queridas amigas, si lo que andáis buscando es algo light con lo que soportar la canícula antes de que el sopor de la siesta os rapte, aquí tenéis una opción. Lo más probable es que al cabo de dos horas os despertéis con el libro sobre el regazo y os preguntéis por dónde iba la trama. Tranquilos, dos líneas más y enseguida os cogéis de nuevo. Y si la tarde empieza a refrescar, el paseo se hace tentador y el barullo cercano os llama, no lo dudéis, marchaos. Mañana, en un rato de aburrimiento podréis continuar y nada habrá cambiado, salvo que ya os quedarán menos páginas para concluirla. Del juicio que saquéis una vez terminada, cada cual que se haga responsable. Para gustos, los colores, y en ello estamos, y en ellos seguiremos.  

miércoles, 19 de julio de 2017


Cuestión de espacio



Se veía venir y creo que no nos cogerá de sorpresa. El espacio disponible cada vez se ha ido completando de modo más rápido y ya nos es insuficiente. Los armarios no soportan más adiciones. Las estanterías ceden ante el peso acumulativo. Los trasteros se niegan a admitir a más inquilinos. Hasta el ordenador renuncia a la sucesión infinitesimal de adherentes lápices de memoria que le desmemorian completamente. Ropas, libros, discos de vinilo, cintas de audio, cintas de video, todo se ha adueñado de los espacios y la cuestión se torna en irreversible. Se ha de actuar inmediatamente. Y antes de que lo irremediable aparezca, mira tú por dónde, el espacio se abre hueco en nuestros mismos genes. En concreto en la cadena de A.D.N. Por lo visto, en mitad de las citosinas, guaninas, timinas y adeninas, el hueco sobra y se ha de aprovechar. Evidentemente, en formato comprimido. Allá irán a parar todas las informaciones que nos parezcan necesarias, imprescindibles. Puede que en un momento determinado precisemos de ellas y entonces será el momento de recuperarlas. Imagino que sobre los huesos residirán los datos almacenados sobre las posibles osteoporosis. Lo más lógico será enclaustrar sobre el hígado los remedios previstos y que aún no hemos necesitado cada vez que escanciamos amistades. No cabe duda que en el cerebro deberán depositarse aquellas soluciones a cuestiones monetarias que tantos quebraderos de cabeza (nunca mejor dicho) nos legan. La cuestión será en buscar una guía que sea capaz de llevarnos al almacenamiento predispuesto. No quiero imaginarme echando mano de una libretita con gusanillo, cuadriculada, de tamaño cuartilla, en la que el organigrama esté reflejado. No habremos avanzado nada si así sucede. Y antecedentes hemos presenciado en aquellos que se negaron a utilizar la agenda del teléfono móvil. Era enternecedor ver cómo sacábamos a la luz aquel cúmulo de papeles a la busca y captura del número de nuestra amistad anotada. Aquello no debería repetirse. Bastará con mirar a la cara a cualquiera que se nos cruce y adivinaremos qué secretos esconde y en qué parte del  ácido desoxirribonucléico lo podemos localizar. Será el momento de darle despedida a los despistes que tantas angustias nos provocan al no localizar lo preciso.  Empiezo a pensar que Cervantes fue un visionario y en las primeras líneas de “El Quijote” lo puso de manifiesto. Igual no quería acordarse o igual calló para sí el nombre de aquel lugar para no dar pie a apropiaciones exclusivas. En definitiva, voy a ver de qué espacio dispongo, y por mí, que empiecen las pruebas. Total, el desorden habitual en el que me muevo no va a empeorar, y quién sabe si en un futuro encuentran en mis citosinas algo de valor. Aunque bien pensado, ¿y si me hago con una mascota?         

martes, 18 de julio de 2017


Idos, iros, irsen



Bueno, pues ya está aquí la polémica para despertar al personal del letargo veraniego. Parece ser que el imperativo, ese modo verbal tan degradado, ha vuelto a sufrir un asalto y sus murallas están a punto de resquebrajarse. En base al uso intensivo de la estupidez, por lo visto, la R.A.E. ha cedido y da paso al uso indebido del infinitivo como si del imperativo se tratase. Tiempo atrás, doña Emilia, en aquellas tardes de viernes a las que el horario la había enviado, nos explicaba bien a las claras el lema triple de dicha Institución y todos dábamos por válidas sus premisas. Decía que limpiaba al idioma de impurezas. Que fijaba las normas para el correcto uso del mismo. Que le facilitaba el esplendor de la pluma en según qué casos y qué tipo de escritores. Y todo ello sin menoscabo de la añadidura de nuevos vocablos que quitaban de la cabeza la idea de que el idioma era algo inmóvil, arcaico, vetusto. De modo que quien más quien menos fuimos creciendo en la credulidad de los postulados y gozando de las sorpresas que el vocabulario nos aportaba. Nada había más perverso que insultar a alguien a través de la sátira que no era capaz de reconocer al no percibir la importancia que la palabra en sí atesora. Aplausos y parabienes de parte de aquellos zotes que en vez de asegurarse daban por buenos los halagos que no lo eran. Y si se trataba de añadir más peones al Nebrija, ningún problema, siempre y cuando atendiesen a sus mínimos requerimientos de ubicuidad y precisión. Hasta hoy. Todo lo anterior se va a la mierda. Y se va por dejación de funciones por parte de unos individuos parapetados delante de una inicial que les otorga los rangos de sabelotodo y complacemás. Sí, ya sé que esta última palabra no existe, pero creo que se me entiende. Aquella sociedad que descuida su idioma, que permite su vejación, su dilución en el matraz de la comodidad o de la incultura, está condenada al chonismo futuro ¡Vaya, otra nueva palabra! Hemos llegado a tal grado de cloroformismo  que todo vale y el más tonto se cree docto. Es lo que se denomina igualdad desde la torpeza. Y no creo que sea una casualidad. Posiblemente cuanto más ceporros abunden mejor será la llama que desprenda la hoguera en la que perezcan ¡Pero cuánto capullo redentor de imbéciles! Estamos navegando hacia una Ítaca y los polifemos de turno no hacen más que lanzarnos bloques para ver si somos capaces de sobrevivir con un solo ojo. A este paso, seguro que el único que nos queda es el  de popa. Entonces, y solo entonces, será cuando nadie se podrá ofender si le tildan de tontodelculo. Él solito se lo ha buscado y los meapilas defensores de la lengua seguirán creyendo que su labor está suficientemente justificada.       

viernes, 14 de julio de 2017


El gato



Fue ver la portada, toda negra con unas pupilas fijas mirándome y decidí leerlo. Quizá porque recordaba aquellos versos que dieron origen a mi poemario titulado “La pecera de los gatos”. Quizá porque recordaba el maullar de los que compartieron espacios durante mi niñez. Quizá porque creo que el horóscopo chino se equivocó al asignarme a otro animal que no fuese este. La cuestión estuvo en que mitad curiosidad, mitad premonición, cayó en mis manos. Y a fe que desde las primeras líneas, Giovanni Rajberti, muestra a las claras sus intenciones selectivas. Enumera las virtudes de toda el arca de Noé y acaba decantándose por el estudio pormenorizado de este felino al que Víctor Hugo definió como tigre doméstico. Así se complacía al ser humano a la hora de permitirle acariciarlos sin temor alguno. Salvo en el caso de que los límites establecidos por dicho animal se traspasen. Ahí no habrá clemencia y dejará bien a  las claras sus prerrogativas de amo y señor de la casa. A lo largo de sus setenta y tantas páginas pasa revista a todo el cúmulo de virtudes que desde siempre han acompañado a dicho animal. No deja de sorprender la agudeza visual de quien  es capaz de valorar todos los aspectos  para retratar concienzudamente al félix en cuestión. En este animal se superponen la libertad, la emancipación, la indiferencia, el ocio, la filosofía, los amores. Y en cada una de las parcelas deja bien a las claras quien ha elegido a quien, si el dueño a él o a la inversa. Sonroja al más insolente de los animales al sacarle a la luz las torpezas de las que él mismo carece. Se sitúa en un escalafón muy superior sin necesidad de fanfarrias que sólo harían que distraer la atención sin fundamento alguno. Vive cada una de sus siete vidas como si no hubiera un mañana y siempre cae de pie. Atusa sus bigotes para realzar su elegancia y las garras las oculta para no herir. Únicamente cuando es acorralado pondrá sobre la mesa su capacidad de defensa y ahí, cualquier otro animal, se tentará la piel, por saberse derrotado de antemano. Pulcro, mimoso, zalamero, callado, observador y fiel. Podrá esparcir desde los tejados sus maullidos soñadores, pero nadie será capaz de someterlo si no quiere. Aún recuerdo aquella vez en la que sobre mis sábanas aparecieron las huellas canosas de quien vio la puerta abierta y decidió cambiar su jergón por mi colchón. Calló su atrevimiento y no fui capaz de reprochárselo. Hizo bien. Desde entonces supe que “por eso, sólo por eso, por eso prefiero al gato, por darle al ratón la mano, pudiendo robarle el queso” Y este libro me lo acaba de reafirmar. Voy a mirar mi partida de nacimiento porque hay algo que no me cuadra.      


miércoles, 12 de julio de 2017


De reestreno


Eran calificadas aquellas salas cinéfilas que poblaban barrios. Quizá no aceptaban de buen grado este apelativo de segundonas y por ello el eufemismo las tildaba de reestreno y con ello limaban su dolor. Abundaban por todas partes y en cierto modo cada una de ellas se especializaba en algún género. Puede que la misma idiosincrasia del barrio así lo determinase o puede que el azar se encargase de llevar hasta sus cabinas de proyección los títulos que no pasaban el filtro de la pulcritud de una copia perfecta. Esos quedaban para las salas importantes a las que se acudía como un acto social y lucidor. De modo que Aliatar, Junior, Jerusalén, Avenida, Xerea, Dor, Goya, Alex, Leones, Metropol, Roma, Olóriz, Samoa, Flumen, Savoy, Price, Ribalta, Boston, Paz y alguno más que seme escapa, fueron dando paso a las apetencias de todos aquellos que buscábamos en el cine “el recambio de una vida”, que diría Garci. Podíamos distinguir por su olor característico a cada sala del resto. Dábamos por buenos los mínimos defectos de la proyección en aras a la saciedad que provocaba la sesión doble, triple, e incluso cuádruple. Salieron de entres sus patios de butacas luchadores falsamente mancos que emulaban a los karatecas en cuestión. Seductores con más o menos éxito a los que la siguiente sesión les rescataba del posible fracaso. Ilusos timadores que buscaban en sus adentros las réplicas de los exitosos actores. Fueron tardes eternas en las que el auxilio de la cartelera advertidora en algún caso puso de manifiesto la falta de criterio por parte del crítico en cuestión. Fueron las víctimas propicias de los nuevos adelantos a los que The Buggles  no quisieron incluir en su éxito premonitorio para no añadir daño a lo previsible. Muchas de aquellas salas buscaron nuevos caminos, nuevos hábitos por los que rehacer sus vidas. Algunas dormitan plenas de estanterías echando en falta el patio de butacas. Otras repiten sin cesar el orden de los números que la suerte elige para completar cartones. Otras expenden billetes de viajes callando para sí que no hay viaje más hermoso que el que promueven los sueños. Detrás de su paredes renacidas de estucos, llenas de brillo, perdura el pasquín de aquellas películas que vinieron a dar crédito de todas aquellas tardes en las que más de uno nos sentimos protagonista. Posiblemente hoy vuelva a transitar por la puerta de alguna de ellas. Pararé y preguntaré si quedan localidades para la sesión de las seis. Lo más probable será que me tomen por un ser fuera de tiempo al que deberán explicarle que el cine que visitó ya no existe. Correré el riesgo. Y una vez que haya quedado reconfortada ante su respuesta le diré en voz baja “qué pena, no sabes lo que te estás perdiendo”.       

martes, 11 de julio de 2017


Dad de beber al sediento



Y como tal se ha de cumplir semejante misericordia desde el imperativo verbal por mandato divino. Ese trasiego hacia las papilas gustativas del líquido elemento necesita de un aprendizaje, de una evolución, de una elección, de una decisión. Así que desde aquellas mesas cubiertas de hules multicolores fuimos degustando el sabor que el vino nos legaba bajo las burbujas carbónicas que dulcificaban sus acideces. Era un ritual más que se seguía al pie de la letra. De la cooperativa a la garrafa, de la garrafa a la botella, de la botella al vaso de duralex. A los expertos se les reservaba el lucimiento del caño que la caída libre desde el porrón proporcionaba y los aprendices tomábamos buena nota. La bota quedaba para las salidas campestres y mientras tanto aguardaba paciente en la alacena. Crecimos y el vino se nos fue apareciendo con denominaciones de origen y codeándose con licores más sugerentes, más de tubo largo y helado, a los  que combinar para dar sensación de dominio. Innumerables marcas que se disputaron nuestra atención y entre las empezamos a descubrir el valor intrínseco de la copia barata dieron buena cuenta de noches festivas. Era puro trámite y la enseñanza seguía su curso. Se fueron añadiendo las cebadas y ante tal cúmulo de solicitantes el tiempo se fue encargando de decantarnos por las preferidas. Pasamos del exceso a la contención y de la variación a la fidelidad. Y en eso estamos. Parece que nuestra sombra de lo que fuimos acude a nosotros como ángel guardián cada vez que se nos es ofrecido algún nuevo intruso. Ya no estamos para probaturas, ya cumplimos con el aprendizaje, ya no soportamos las intromisiones. De hecho parecemos los inspectores encargados de poner en cuestión la sabiduría del ofertante cada vez que nos sugiere alguna novedad espirituosa. Hemos envejecido y los experimentos pertenecen al pasado o al presente de los aprendices low cost.  Y no sólo la variedad se nos ha resumido. También la cantidad. Algunos hemos dejado de fumar y los aromas a enebro, los taninos y las dobles maltas nos saben a gloria.  Tal punto de espiritualidad y reposo ha precisado de descartes como si de unas últimas bazas de la partida de póquer se tratase. Aquellas esencias que poblaban el mueble bar y a las que nadie hacía caso han ido sucumbiendo en los sucesivos caldos que a escasos metros la cocina solicitaba. Daba igual si el maridaje era el adecuado o no. Se trataba, sencillamente, de dar de beber al sediento, ora pescado, ora terrestre, y hemos cumplido con nuestra misión samaritana.  Únicamente se nos resiste ese vodka de Karlovy Vary  que no hay forma de encontrarle acomodo en ningún guiso. Creo que no insistiré más y lo reservaré a futuras visitas. Ya veremos si a partir de su degustación seguimos siendo considerados amistades o pasamos directamente al grupo de enemigos irreconciliables. Voy a prepararme un gintónic, pero sin florituras; ¿Alguien quiere?      

lunes, 10 de julio de 2017


A sangre fría

Ya el título de la novela de Truman Capote anticipa lo que viene en el transcurso de sus páginas. Un asesinato múltiple cometido por dos truhanes a los que la vida les ha llevado a ser lo que son. Dos inadaptados en una sociedad que no siente clemencia por quienes no se suben al carro de las normas y es capaz de eliminarlos de raíz. Una pareja que emprende la ruta hacia el delito queriendo  escapar de su propia vida anterior que en nada contribuyó a sus respectivas adaptaciones sociales. Como si un destino común les hubiese imantado, los dos asesinos empiezan a desnudarse a través de los capítulos, a través de los traumas vividos, a través de desarraigos insalvables. Y a la par, el duelo de una ciudad, de una comunidad, de unas gentes temerosas de ser proclives víctimas. Las urgencias por su captura, la falta de pistas, el azar que se acaba aliando con la ley, el arresto, el juicio, la ejecución. Te acabas vistiendo con los diferentes atuendos de los sucesivos personajes y en todos ellos encuentras luces y sombras con las que iluminarte o protegerte. Perjuicios ante los prejuicios y un incesante péndulo, como si de una horca se tratase, aportando argumentos fiscales o defensores. Capote manejando psiques de toda índole nos muestra un completo álbum de conciencias y entre ellas te guía a su antojo para que tú decidas. Te paras a reflexionar y apenas transcurridos unos minutos la trama te lleva de un lado a otro en el asiento trasero del Chevrolet para guardarte el sitio preferente como mudo observador. Pasas de la clemencia a la exigencia en un plis plas y casi sin darte cuenta te sitúas como espectador, como uno de los veinte elegidos, para ver cómo una vida paga con el balanceo de veinte minutos por las vidas que robó. Trazos descarnados de la existencia del mal sin justificación alguna se van solapando con bondades comunes y habituales. Sueños rotos de juguetes rotos que perdieron de vista la cruz de una moneda llamada “sueño americano” y que por ello pagan. Una crónica periodística en la que las notas se toman en los márgenes para no distraer la atención en lo innecesario. Una novela, en definitiva, que marca una línea a todos aquellos que quieren adentrarse en el género policíaco y no saben cómo. Lo más probable es que busquen entre las estanterías de la modernidad títulos a los que la publicidad ha elevado al trono de la magnificencia. Igual si se atreven con esta obra de arte se darán cuenta de lo que significa escribir una novela y no se vuelvan a dejar engañar. Y todo esto, siempre será mejor hacerlo, a sangre fría.       

viernes, 7 de julio de 2017


Love of Lesbian



Existen indicios que te anuncian que tu tiempo ha pasado. El estilo de la ropa, el tipo de películas, el modo de ocupar tu tiempo libre, incluso los deportes que practicabas y que se han quedado obsoletos. Ahí es cuando las agujas del reloj que pensabas eternamente compañero, te delatan. Y caso de que aún tengas alguna esperanza de estar al día aparece la música como apuntillando tu cerviz y pidiéndote la documentación. No te queda más remedio que reconocer que el inmovilismo en el que te habías plantado no te hace ningún favor y que las bases de tu puesta al día ya no sirven. De modo que lo mejor es que aceptes abrir tu mente a lo que se mueve alrededor y procurar que tu desentono no se note mucho. Un mucho de osadía, un mucho de temeridad y una noche de luna llena serán el trípode sobre el que situarte ante el escenario a esperar tu bautizo de modernidad. Y ya en los primeros compases empiezas a entender el porqué de tal afluencia masiva. Han desaparecido los mecheros y la luz de los móviles se convierten en luciérnagas acompañantes. Sobre y frente a ti un grupo del que habías oído hablar a tus hijas se encamina a demostrarte que el buen pop nunca muere y que las letras de sus temas rebosan de poesía. Notas como las notas circunvalan psicodelias y se afianzan en el funky mientras el coro formado por cientos de cientos repiten lo ya escuchado y la lluvia de confetis inunda la moqueta. Sabes que allá abajo, los presentes se irán convirtiendo en futuros desde un halo de esperanza que nada ni nadie puede enterrar. Y te alegras por ellos. Y te alegras por ti. La decisión impulsiva que te llevó a entrar para comprobar por ti mismo de qué se trataba fue la más acertada que pudiste tomar. Un hueco más se acaba de abrir en tu discoteca y posiblemente sea ocupado por estos que están demostrando una pulcritud en el manejo de los instrumentos digna de elogio. Un directo contundente, cercano, independiente, en el que los tiempos son manejados por la armonía de una noche que se hizo cómplice. Una descarga de melodías que pusieron rubrica y sello al contrato que sin leer pedí y firmé para no quedarme atrás. Un mundo fantástico que abogaba por dejarse de problemas y empezar a vivir ajenos a los preceptos de quienes, a veces, manejamos inseguridades fingiendo dominios, sin saber que estamos equivocados, que nuestra música pasó, y posiblemente, con ella, nuestro tiempo presente.   

miércoles, 5 de julio de 2017


El 4

En nuestro sistema de numeración digital cada símbolo que nos hemos atribuido representa un papel que muchas veces ignoramos. Es obvio que  los diez dedos son los encargados de mostrarnos la escala desde el cero hasta el nueve antes de que los dúos de cifras den paso a los niveles superiores y entre ellas se plantee un duelo de egos. Por eso mismo creo que el primer decanato tiene un rango difícilmente superable y en todo caso digno de admiración. Dicho lo cual, me rindo ante el cuatro. Es ese exponente de cualidades  que son ajenas a los demás. Mi preferido. Es quien da paso a  la gloria al reunir a los naipes semejantes en una timba ganadora. Es el culpable de la estabilidad de cualquier mueble sobre el que desarrollar nuestra labor. Es el mejor embajador de cualquier debate en busca de consenso porque no delega en el impar la responsabilidad final. Es, en definitiva, ese fiscal compasivo ante el que las pruebas lectivas no del todo resueltas, piden árnica y clemencia. Mira hacia el nivel superior y se sienten casi como ellos. A veces se pregunta el porqué de haber planteado a tan sólo un punto la línea del apto o no. Sabe que no es el más detestable porque los escalones le sitúan en el rellano del menos malo. Mira suplicante pidiendo lo que no tiene como si de un mendigo necesitado a la puerta de una iglesia se tratase. Cae bien, eso nadie se lo discute. Hasta el punto de plantear un conflicto moral entre quien maneja notas como si de un verdugo se tratase. Aquí, justo en el momento de sellar resultados, una vez contempladas todas las variables y alegaciones, si el cuatro insiste en situarse, la toga se desmorona y la piedad acude. Y sobre qué camino a seguir cada cual optará según su criterio o severidad. Y lo mejor del caso será comprobar cómo los hasta entonces náufragos braceando de gozo al saberse a salvo en el peñasco del ascenso no siempre merecido. Por lo tanto, y sin que sirva de precedente, creo que lo mejor es olvidar que el cuatro existe.  Dar el salto del tres al cinco será la mejor opción y todo conflicto quedará resuelto. Podrás conciliar el sueño. Podrás mirarte ante el espejo y eliminar la crueldad de tu rostro. Podrás, en definitiva, salir airoso de un dilema al que te había llevado el final de un camino. Y ya de paso, aquellos que ascendieron, sonreirán y aquellos que no superaron el tercer nirvana, sabrán que la imposibilidad de un salto doble es manifiesta. Ya puedo descansar. He encontrado la solución. Tan sólo me resta un resolver un pequeño  problema: a esta parrafada anterior, yo le pondría un cuatro. ¿Ahora qué?