Rendición
Suele ser un momento adecuado para perder el
tiempo el que transcurre en la terminal de un aeropuerto. Paseas de aquí para
allá, tomas un enésimo café, revisas los documentos y acudes al quiosco en
busca de no sabes qué. Y allí, como salvavidas de ante la monotonía, los
libros. Y entre ellos, los títulos compitiendo por captar tu atención. “Redención”
parecía ofrecerse a modo admonitorio y allá que fui. Lo de menos era Ray Loriga
que acreditase ser el ganador del premio Alfaguara. Simplemente rendirse ante
algo o ante alguien sonaba a victoria plácida del derrotado por la desgana, vencedor
osado ante la curiosidad. De modo que aguardé para hacer coincidir el despegue
con el inicio lector y no sé que me provocó más angustia, si el vuelo a tal
altitud o el desarrollo de la acción. Una sociedad futurista más cercana de lo
que parece a simple vista a la actual. Un orden establecido del que resulta
quimérico ausentarse. Unos protagonistas divididos por sus modos de entender la
subsistencia. Un pasado, que como todos los pasados, por muy vacíos que hayan
sido, resultan ensalzados desde la desesperanza del recuerdo. Un nivel claustrofóbico
que poco a poco te va invadiendo y del que te sientes preso, más allá del
fuselaje del vuelo en cuestión. Da que pensar y por más que muestre similitudes
con planteamientos asimovianos u orwellianos extrae de tu psique todos los
miedos haciéndolos reales. En algún momento desearías ser el protagonista woodyano
de “El dormilón” y frotar con energía la esfera más rubicunda. Con ello quizás
lograrías quitarte de encima esa sensación de asfixia que durante la lectura te
va invadiendo. Mundo de ilusiones en el que las ilusiones son vestidas con las
túnicas del mimetismo para no desentonar. Espacios abiertos en los que la
privacidad se comparte y acaba ignorándose en esa ciudad aséptica. Un grito de
rebeldía al que sumarse junto al protagonista que vive entre las dudas de los
sentimientos a pesar del abandono que los sentimientos ejercen hacia él.
Tibiezas mostradas como edenes cuando realmente se embadurnan de grises
conformistas. Ahora que las fechas de la canícula nos dejan tiempo suficiente
para el ocio es el momento adecuado de robarle horas a la siesta y leer esta
novela. Puede que al despertar dudemos si somos quienes somos o somos quienes
hemos sido programados para ser lo que parece que somos. Definitivamente, más
temor que el vuelo, me produjo esta
lectura. Aún sigo rememorando capítulos y a veces pienso que arrastrar detritos
es lo que hacemos a diario sin querer ser conscientes de ello para no añadirnos
penitencia. Puro conformismo.