Absolución
Relatos para compartir con aquell@s que se vean reflejad@s.
jueves, 30 de noviembre de 2017
miércoles, 29 de noviembre de 2017
Los insomnios
No es que entienda
demasiado sobre los ciclos del sueño. He oído sin prestar apenas atención
hablar sobre el ciclo R.E.M. en inmediatamente me he puesto a tararear su “Losing
my religión” y de ahí no he pasado. Alguien mencionó algo sobre la fase R.O.M.
y busqué en las entrañas del P.C. algo parecido sin encontrar solución. Así
que, iniciales a parte, aquí me encuentro, en mitad del desvelo, sumergido en
el mayor de los insomnios sin saber a quién culpar del mismo. A la cafeína no
puedo porque hace tiempo que la desterré de mis armarios. A la nicotina tampoco
por ser la olvidada arpía que tantos años me atenazase ante el encendedor. A la
falta de liquidez, tampoco, porque más o menos voy tirando y si no me sobra,
tampoco me falta. A los vaivenes del corazón, en absoluto, a pesar de las
secuelas propias de la edad que se aleja deprisa hacia la recta final y los
latidos se alteran a capricho. No sé, la verdad, a qué se debe. Podría echar la
culpa a la próstata que en algún momento de la noche, y no siempre, decide
convertirse en la despertadora inguinal
antineurésica. Nada, que no hay forma de encontrar al culpable. Sólo me resta
por averiguar si a lo largo de la jornada ha aparecido alguna contrariedad a la
que no he dado importancia y en las horas oscuras sale a la luz sin pedir
permiso. Si así fuese, ahora no caigo. Quizás aquel exabrupto que lanzó el
peatón hacia el conductor que se saltó un paso de cebra ha quedado impreso en
mi cerebro y busca explicaciones que no le he pedido. Puede que aquella
conversación que mantenía a grito alzado por el móvil una pareja mal avenida. A
lo peor las recriminaciones injustificadas de una madre pidiéndole actitud de
adulto al niño que arrastraba la mochila con aspecto cansado. Igual el aviso
naranja de la reserva del coche me pilló desprevenido y enojado cerré el portón.
Demasiadas posibilidades y escasas culpabilidades palpables. Así que lo mejor
será dejarse llevar y que las horas del alba decidan a su libre albedrío qué
camino seguir. Si al menos tuviese un perro podría lanzarle el reto de un paseo
temprano que seguro agradecía. Pero no es el caso, y creo que carezco del
espíritu de sacrificio que ello conlleva. Dentro de nada empezarán las emisoras
de radio a pregonar incidentes, controversias, accidentes, agresiones,
desacuerdos, estafas, robos, persecuciones. Así volverán a desfilar ante mis
tímpanos los tics-tacs del día a día que
tan pronto se presenta. Puede que la ducha logre disimular las secuelas del
insomnio. Será tan momentáneo que el ciclo de la duda resurgirá tras el
descanso del albornoz y los posibles culpables aguardarán unas horas para volver
a actuar. Ni siquiera me queda la opción de acusar a un constipado persistente
del aspecto que muestran mis ojeras. Y lo peor de todo es que justo ahora,
cuando el sol empieza a asomarse, me están entrando ganas de dormir. ¡Será
posible!
martes, 28 de noviembre de 2017
¿Y si llevaran
razón?
¿Y si en el fondo
de la cuestión llevaran razón y estuviera la mayoría que piensa que no,
equivocada? ¿Y si las instituciones nacidas para un fin se hubiesen quedado
obsoletas? ¿Y si aquellas urnas que fueron ninguneadas y perseguidas le
hubiesen otorgado la potestad de hablar desde el convencimiento que tantos
comparten? ¿Y si los de enfrente fueran quienes sienten seguridad desde el
acatamiento sin atreverse a dar un paso hacia adelante? ¿Y si fuese simplemente
cuestión de tiempo que el propio tiempo les fuese dando como buena su postura
que hoy parece una entelequia? Demasiados
“y si “ como para dar cerrojazo a un planteamiento que
incluso desde la distancia mantiene su hoja de ruta. Ahora mismo me vienen a la
memoria todos los movimientos secesionistas que a lo largo de la historia han
existido. Joyas de la corona que dejaron de ser dependientes de la corona;
colonias que empezaron como presidios y siguen su curso como naciones;
cuadriláteros trazados a mano alzada sobre mapas en los que distribuir y
repartir territorios y subsuelos;
dinastías reales que pusieron pies en polvorosa al no fusionarse con súbditos
que no los aceptaban. Sí, ya sé, más de uno pensará que no son equiparables
ambas realidades, pero lo piensa desde la perspectiva unilateral del bando
opuesto al que critican. Identidades que no se sienten identificadas antes o
después dejarán de permanecer en el engrudo que la norma apelmaza, si de las
partes no nace el deseo de permanencia.
No hay más que fijarse en cómo ven la realidad quienes piensan que les
ha sido secuestrada su legitimidad y por lo tanto renuncian a sentirse bien
tratados. Presos que adjuran en modo galileo de lo que hasta ayer consideraban
válido dan pie a una presidencia exiliada que unos consideran ex y los otros le
quitan el prefijo de caducidad. ¿Y si aquellos que no quieren ver la realidad,
hicieran un esfuerzo para poderla entender? Igual entonces le restábamos
dramatismo a la ruptura de este matrimonio en el que una de las partes no cree.
Todo lo demás, chascarrillos para
desacreditar, bufonadas para ridiculizar y gana de infravalorar lo que en
realidad temen. “Hasta que la muerte os separe” rezaba la sentencia que
provocaba más temor que alegría en los matrimonios de antaño y estamos viendo,
por desgracia más de lo que nos gustaría, cómo, efectivamente, la muerte se
acaba imponiendo cuando la sinrazón se abandera. Los movimientos se inician y
cuando nacen de las entrañas desembocan en terremotos. Lo único que queda
después es la tarea de reconstruir aquello que el mismo temblor ha destrozado. Y
si así no se quiere ver, una de las partes está equivocada anclada en puerto
seco y condenada a la oxidación del casco de sus naves.
lunes, 27 de noviembre de 2017
Sentido único
Así leído suena a
tránsito autoviario en el que seguir en paralelo a los vehículos que te
rodean. Con ello se evitan problemas tan
comunes como los atascos, como los choques frontales, como los adelantamientos,
y todo transcurre más o menos al unísono. Y así lo ha debido imaginar Carmena,
la alcaldesa de Madrid, para el tránsito peatonal en estos días de compras
compulsivas por el centro de la capital. No parece mala idea. Atravesar la
calle Preciados de norte a sur por una horda de legionarios comprantes a la
busca del chollo es una visión que no deja de tener su gracia. Todos a ritmo
como si de un desfile militar coreano se tratase enfilando hacia el portal
adecuado en el que sumergirse y dejarse la cartera. Todos siguiendo el ritmo de
las pisadas de este intenso desfile procesional semana santero sin más tronos
que portar que las bolsas de plástico custodias de los productos adquiridos. A
piñón fijo, sin posibilidad de retroceso, en vuelo rasante y pausa ausente.
Desde luego los choques en cadena parecen más que previsibles. Bastará con que
alguien decida refrenar su velocidad para que aquellos que le siguen se den de
bruces con él y el parte de lesiones salga a la luz. Supongo que el paso
siguiente será exigir un seguro, al menos obligatorio, a todo caminante que
decida sumergirse en ese trayecto. Y de paso, luces catadióptricas en la ropa,
intermitentes en las muñecas y luz de frenada en el trasero. Bocinas no creo
que hagan falta ante el incesante murmullo del tropel. Ni imaginarme quiero el
día que decida amanecer o atardecer lluvioso; el caos será impredecible e
irresoluble. Los ataques de ansiedad, agorafobia y estrés, están asegurados. De
nada servirá guiarse por las luces parpadeantes de los edificios pregoneros de
ilusiones si no somos capaces de abandonar el carril que elegimos sin meditar.
El “manos libres” se hará imprescindible para dar rienda suelta al cambio de
planes que exija un inmediato acceso al baño más próximo. Ante la congestión
multitudinaria vete tú a saber si no se impone la necesidad de peatonalizar las
circunvalaciones. Al paso que va la contaminación, y conforme se estipulan las
velocidades de los vehículos, yo no descartaría tal propuesta. Se trata de
vaciar bolsillos, envolver regalos, completar bolsas y repetir procesos. No en
balde la vida se vive en sentido único y estas escenas no iban a ser una excepción. Ahora es cuando me
llegan nítidas las imágenes de peregrinaciones a la Meca, de los giros
presidiarios en el penal de “El expreso de medianoche”, y todo empieza a
encajar como metáfora de un tiovivo llamado “Estupidez”. Supongo que los badenes habrán sido eliminados
y las rotondas no serán necesarias.
jueves, 23 de noviembre de 2017
Puigdemont
No dejo de darle
vueltas al perfil de este señor. Ahora mismo no sé si calificarlo de President,
exPresident, refugiado político, defraudador de seguidores, resistente a
ataques españolistas….la verdad es que no sé, ni creo que logre saber cuál de
los epítetos le va mejor. Ni soy sesudo analista político ni me parece que se
necesite analizar el comportamiento de un señor cuando, como es el caso, para
unos sigue siendo y para otros dejó de ser lo que unos creyeron que era y otros
jamás aceptaron. La cuestión está en qué prisma deberíamos visualizar el
exilio, la huida, o como quiera definirse su salida de España. Si pervive en la
utopía de creer en la validez de su hoja de ruta, su esfuerzo es encomiable,
más allá de las opiniones de los disconformes. Si se refugia para evitar las
rejas con las que le amenazan, adopta un papel de conde montecristiano que no
deja de tener su aquel. ¡Quién sabe si no alcanzará su libertad envuelto en un
saco de rafia sustituyendo al cadáver que iban a lanzar al mar! Mientras tanto,
paralelos más abajo, unos esperan su regreso, otros empiezan a intuir alianzas,
y muchos nos preguntamos por sus días a días belgas. De vez en cuando aparece
en mitad de una entrevista propagando sus argumentos en busca de oyentes que le
otorguen crédito y de cuando en vez surge entre las brumas flamencas o valonas
compartiendo chascarrillos a pie de calle con quien se le muestra solidario. Lo
bueno que tiene, quizás lo poco bueno que tiene este exilio, es la abundancia
de chocolates y cervezas que este país atesora. Ni azúcares ni hidratos le
faltarán y quizás con ello atenúe en parte la falta de respuestas sobre su futuro.
Imagino que seguirá con atención el desarrollo de los acontecimientos de
Cataluña y alguna duda empezará a sobrevolar por su mente. Puede que piense que
aquellos que en su fuero interno lo acusan de traidor estén esperando cobrarse con
traiciones su marcha. Igual desconfía de quienes le daban palmaditas en la
espalda para exponerlo como peropalo de
feria receptor de golpes a otros
destinados. Sera como fuere, la verdad, me produce desconsuelo verlo en esa
situación. Y por si algo faltaba, el peluquero de turno, ha decidido
arrebatarle otra seña más de identidad. No sé quién habrá sido el artífice de
semejante propuesta pero ha dado de modo inconsciente unas señales de aviso a los
demás, llamadas arrepentimiento, cambio, cesión, derrota, complacencia. Un
simple cambio en el corte de pelo tiene más significado de lo que imaginamos.
Por si acaso, y a riesgo de no ser escuchado, ojo con escalonárselo a navaja en
futuras visitas al fígaro de turno; podría interpretarse de modo poco
convincente y su imagen ya no sería la asimilada por todos. Se tornaría en
quien no es y eso siempre confunde.
miércoles, 22 de noviembre de 2017
La manada
Grupo de animales de ganado doméstico, especialmente
cuadrúpedos, que andan juntos. Grupo numeroso de otro tipo de animales de una
misma especie que van juntos. Como acepciones denominativas no sabría cual de
las dos se adapta mejor al grupo de
amigos que estos días está siendo juzgado y hoy espera sentencia. Si me decanto
por la primera, estoy ofendiendo a los animales en la medida que son irracionales
y no deben serles exigidas conductas humanas. Si me decido por la segunda, al
eliminar el adjetivo de cuadrúpedos quizás me acerco más al fondo de su intención.
Manada, grupo de “animales” de una misma
especie que van juntos. Sí, sin duda, esta les cuadra mejor. Y puede que dentro
de esa cuadra en la que sus valores crecieron pueda seguir exhalándose el hedor
de la basura que les sirvió de alfombra. Puede que más de uno que los tuvo bajo
su custodia empiece a pensar que en algo se equivocó y gire la vista avergonzado.
Puede que aquellos que en su día les rieron las gracias hoy estén buscando
argumentos con los que justificar su coleguismo y no los encuentren, o lo que
es peor, los sigan exhibiendo. Puede que alguna de las féminas que pulularon a
su alrededor agradezcan al destino el haberse librado de la adversidad que la
víctima en cuestión ha padecido. Puede que aquellos educadores que se vieron incapaces de exigirles éticos
comportamientos se estén devaluando la nota como profesionales que en su día se
otorgaron. Puede que algún iluminado jurista se esté cuestionando si la ley es
lo suficientemente grave como para enarbolar la justicia que tantas veces se ve
difuminada. Puede que las sangres cercanas aboguen por la misericordia hacia
quienes no fueron capaces de limitar conductas. Puede que algún gurú televisivo
empiece a plantearse si determinados programas no alientan a imitadores de actos vomitivos
como este que se juzga. Son tantos los puedes que podrían enumerarse que la
lista sería tan extensa como mínima será la condena para los supuestos
culpables. Sea la que sea, la condenada, la que no será capaz de vivir una vida
normal, equilibrada, igualitaria, confiada, ya la está cumpliendo, sin ser
culpable. Y a partir de aquí, las dudas
deberían jugar a favor de ella. A partir de aquí, la inocencia no debería
ponerse en cuestión cuando una manada ha demostrado ser más manada que la de
cualquier especie animal. Si cualquiera
de nosotros como padres intentamos ponernos en el lugar de los padres de la
chica, creo que no podríamos resistir los deseos de buscar una gasolinera
cercana y añadir nuestros alegatos finales como defensa de nuestra sangre.
Demasiados atenuantes como lanzaderas de irresponsabilidades. Demasiadas prebendas
para quienes sabiendo lo que hacen, eluden culpas y quieren aparecer como víctimas.
Demasiados perros de paja como para no dejar de buscar un bozal con el que
evitar nuevas mordeduras.
martes, 21 de noviembre de 2017
Tomás, amigo mío:
Te vas sin apenas
darme tiempo a la despedida que te mereces y me dejas sin argumentos, huérfano
de ti, desconsolado, y no te lo perdono. Es tan impensable imaginarse las
calles sin tu presencia que soy incapaz de articular palabras de ánimo a este
ánimo afligido por tu adiós. Lograste sacar a la luz la valentía de los pesares
para darle un giro hacia el optimismo, y eso, amigo mío, perdurará para
siempre. Fuiste emblema para tantas generaciones que lograste el respeto que
solo los grandes merecen y ganan. El paso hacia la Eternidad será tan
bamboleante como aquel que fuiste trazando a la búsqueda del banco solariego
cada mañana y la bienvenida supondrá un acontecimiento en el Más Allá, digno de
aplauso. Sabes que cuando alguien que fue parte de ti se va de ti, su legado
permanece contigo. Y esa verdad será la que de fe de una existencia tan de
frente como este rostro tuyo labrado de arrugas que emprende la marcha. Será
complicado asomarme al balcón y no escuchar tus soliloquios mientras el mechero
se te ofrecía voluntario. Será impensable prescindir de la sombra que dejaba
sobre la acera el fieltro que te protegía de los rayos del sol. Será, amigo
mío, muy difícil saber que esas lecciones de filosofía de vida a pie de calle ya
no almacenarán más capítulos. El reloj decidió pararse, de nuevo Noviembre de
viste de luto y cae la ceniza del último cigarro liado como si la vida quisiera
cobrarse el tributo. Fue tan fácil y sencillo compartirte como difícil será
asimilar tu ausencia, te lo aseguro. Nos dejas huérfanos y hemos de asumir que
nada es perpetuo. Por si te sirve de consuelo, en cada rincón que revisemos,
algo tuyo permanecerá. De los Poyos a la cuesta del Castillo, de la Carretera a
la Plaza, cada paso sabrá que tú diste cumplida cuenta de ese transitar que ya
empezamos a extrañar. Vete en paz, no olvides tus garrotes, ni tu picadura, ni
tu mechero. Nadie sabe qué te puedes encontrar allá arriba y por si acaso es
mejor ir prevenido. Vete tranquilo y añade a tu equipaje la absoluta certeza de
haber sido Genio y Figura, amigo mío. Sé que cuando llegues, te reconocerán.
Sabrán que llega, desde Enguídanos, nada menos que Tomás, y serás de nuevo, el filósofo al que prestar oídos, aunque
esta vez tengamos que imaginarte disertando en la Gloria Eterna
Buen viaje, amigo
Tomás
lunes, 20 de noviembre de 2017
Franco
miércoles, 15 de noviembre de 2017
Los productos de
limpieza
Me echo a temblar
cada vez que debo adquirir alguno de estos productos. Salvo que lleve
absolutamente detallado el nombre, el color del envase, las especificaciones
pormenorizadas y el tamaño, el error
vendrá adherido a la factura final. No, no hay forma de aclararme. Unas
veces el lavavajillas que hasta ayer era de color azul, ha decidido cambiar de
tonalidad. Otras veces, el amoníaco que estaba situado sobre el peldaño
inferior de la estantería, ha cedido el puesto al salfumán y semejan ser
gemelos; otras veces, el abrillantador que era transparente, pudoroso él, ha
decidido ocultarse tras un nuevo envase opaco. A todo esto añadamos la
fagocitación de las marcas por parte de la marca predominante y el jeroglífico
estará servido. No hay forma de aclararse ni con la chuleta fotográfica que
desde el móvil parecía ser la tabla salvadora ante semejante naufragio. Nada,
de nada sirve. Así que una vez acumulados los productos revestidos de dudas
sobre el carro de establecimiento la llamada del “por si” interior vendrá a
recordarte lo que has olvidado. Pasarás por la zona de los geles y vuelta a
empezar. Aquel que glosaba fragancias marinas huyó. Aquel que pareciera nacido
de las entrañas del aloe emigró. Aquel
que prometía raíces y puntas inmaculadas, puso frascos en polvorosa y nadie
sabe nada de su paradero. Desconsolado, como alma en pena, vagas por los
pasillos, y de repente, la luz llega a ti. Como un destello camino de Damasco,
una pastilla con forma ortoédrica parece deslumbrarte. De pronto, el recuerdo
de aquellas pastillas artesanales que tan familiares te fueron en la niñez,
regresan. Y con ellas el sabor a la sosa caústica y al aceite removido para
darle consistencia. Se agregan aquellos polvos de azuletes que nadie recuerda y
que tanto hablaban de limpiezas bajo los chorros del lavadero. Se suman a ellos
los polvos del tú-tú, que tanto servían para la ropa como para cualquier otra
parte que considerásemos. Y las bolsitas de champú al huevo, incipientes
precursoras de nuestras calvicies con su aire inocente. Y las pastillas de
jabón Lagarto, o de Lux, o de Palmolive, o de Rexona. O el musel de legren-París
timpaneando en tu cerebro. Todas aquellas que te adentraban en un mundo
desconocido de aromas que tanto echas a faltar en esta selva variopinta
actual. Despiertas, te toca el turno en
la caja, miras al carro, te compadeces. Ha pasado tan deprisa el tiempo que
apenas te queda tiempo para regresar y desandar los pasillos andados. Una pena.
Acabas de pagar mientras el resto de la cola te mira y en silencio te acusa de
lento. Justo entonces recuerdas que dejaste de añadir el espray para los
muebles. Te perdonas con un “a la
mierda”, sales a tomar aire fresco y juras que no vas a volver a entrar. Diez
minutos después, compadecidos ante tu olvido, los que guardan cola de nuevo, te
dejan pasar con el producto en cuestión. Sonríen sin saber que en tu interior
permanece alguien que vivió aquellos años de un modo tan intenso que nada será
capaz de limpiar el recuerdo que fueron dejando y tan fresco perdura.
martes, 14 de noviembre de 2017
Sin
Realmente las
preposiciones resultan de lo más atractivas. Ni varían, ni disimulan, ni van de
lo que no son. Simplemente se dedican a colocarse entre otras palabras más
dignas y ellas como apartadas del pedestal, aparecen. Y hasta hace poco nadie
les prestaba especial atención. Hasta hace poco; porque de un tiempo a esta
parte se han convertido en imprescindibles. Es más, yo diría que han usurpado
el protagonismo a todo aquello que se sabía dominador y está empezando a dejar
de serlo. Y si hay alguna que sobresale es la preposición Sin. Veamos sino cómo
ha proliferado y empezaremos a darle valor. Las cervezas, claro exponente de
rabiosa actualidad, toman la delantera en la lista de las sin. Saben a zumo de
cebada y a cambio de no perder la cordura se te ofrecen como maná para el
sediento que quiere mantener la compostura. El alcohol que tantas pérdidas de
conocimiento provoca, queda fuera de sus ingredientes y ellas mismas lucen un
sello de sanidad y puede que de santidad. El pan, el de toda la vida, el de las
tahonas a leña, de un tiempo a esta parte, sin gluten. Ya está, punto final, no
se hable más. De buenas a primeras todos celíacos o en vías de serlo. Fuera ese
ingrediente y a cambio admitamos un pupurri de cereales que hasta hace nada desconocíamos.
Avena, espelta, maíz, lino y cualquier otro que se apunte a la cocción será
bienvenido. Si además su origen es exótico, entonces ya, ni se discutirá sobre
las infinitas posibilidades beneficiosas que contiene. Si hablamos de leche,
aquí la cuestión se zanja de un plumazo: fuera la lactosa, pero fuera de modo
inmediato. La peor de las secuelas que se pudieran soñar proviene de ese
componente que de las ubres mana y que hasta hace nada de tiempo nos parecía
magnífico. A cambio, y para no pecar de estrictos, añadamos ácido fólico, omega
tres, lecitina, avena de nuevo y cualquier otro producto surgido de la marmita
del ordeñador de turno. Todo sea por la salud. De nuevo Sin. Obviamente, el
café, sin cafeína. Las tensiones, las palpitaciones, los insomnios nos lo
agradecerán y al cabo de varios miles de litros ya ni nos daremos cuenta del
sabor gris que aporta. A cambio, unas cápsulas convenientemente publicitadas,
nos prometerán éxitos de galán a nada que concluya su vertido en el vaso de la
compañía elegida. Entonces repudiaremos el encendido de un cigarro que, obviamente, será sin
nicotina. Ya ni nos acordamos a qué sabía aquel primer pitillo de la mañana que
a veces prendíamos sin filtro. Otro sin que se nos sumó a la lista. Y a ella
añadamos los refrescos que decidieron quitar el azúcar. Y si aún queda hueco,
sumemos los quesos sin grasa, los potitos que te aseguran un futuro sin
colesterol. Y si nos fijamos bien, añadiremos frutas sin sabor, colonias sin
olor, mandamases sin vergüenzas, trabajos sin ganas. Un sinfín de aditivos que
se han ido sumando a esta interminable vida cuyo único fin parece ser el
vivirla sin alegrías, sin ruptura de normas, sin salidas del redil y sin turnos
de réplicas. Creo que voy a empezar a rechazarlos y esperaré a que la moda gire
ciento ochenta grados. Seguro que algunos me sobreviven más tiempo, pero qué
vida más triste, por dios. Deberíamos empezar a reclamar el paso para otra
preposición más permisiva, más colaboradora, más vital. Repasad la lista y
veréis como dais con ella. Luego ya, vamos decidiendo por cuál de las dos tomar
partido. Acabo de abrir un paquete de
jamón envasado al vacío y viene sin grasa; definitivamente nos ha invadido.
lunes, 13 de noviembre de 2017
La casa
de los espíritus
viernes, 10 de noviembre de 2017
La codicia
No creo que figure
entre la lista de los pecados capitales. No, no creo. Y como no pienso
repasarlos porque no espero la extremaunción a corto plazo, tampoco me voy a
enfrascar en resolver la duda. Pero por si acaso no está en dicha lista, me atrevo
a incluirla por si a alguien se le ocurre reflexionar sobre el tema. La
codicia, la máxima expresión de la avaricia, del acaparamiento. Es esa especie
de cualidad que atesoran los insaciables a la hora de acumular bienes y más
bienes. Como si temiesen perecer en la más absoluta de las miserias se pasan la
vida echando mano de todo aquello que haciéndoles falta o no les suele resultar
vital. Esos seres usureros que a nada le hacen ascos si de lo que se trata es
de apropiarse de lo que otros no osarían tomar son los máximos exponentes de la
codicia. Yo creo que lo hacen porque se empeñan en emprender una carrera al
sprint pensando que otros harían lo mismo que ellos y por tanto han de llegar
los primeros. Execrables maestros del engaño, de las medias verdades, del
tahurismo. Recelosos de quienes miran de frente por serles ajenas esas
cualidades de sinceridad que desconocen, o peor aún, repudian. Seres
incompletos a los que ni las sombras quieren por compañeros de viajes al temer
ser expropiadas al menor descuido. Ni saben ni entienden de cordialidades si en
ellas vislumbran balances negativos.
Harán fintas a las preguntas que les dirijan si son lanzadas buscando
explicaciones claras y no truculentas. Se mueven entre el tarquín por ser el
lecho preferido el de los detritos que tanto esparcen mientras tapan sus
pituitarias. Piensan que donde otros perecerán ellos saldrán a flote y sus
miserables éxitos los tomarán como refrendo de sus actuaciones. Miserables que
serán rehuidos por aquellos que físicamente les tienen próximos y no se fían de
ellos. No podrán quitarse de encima la acreditación que tan a pulso se han ido
ganando y cuando comprueben que sus enseñanzas se perpetúan ignorarán que están
encuadernadas con el vacío. Tendrán sin ser y rumiarán su fracaso con la falsa
sonrisa que nadie cree. Dignos de lástima, vagarán entre soledades hasta el fin
de sus días. Nadie los echará de menos y en el mejor de los casos nadie se
atreverá a dar por bueno su epitafio. Vivieron para la codicia y en ella misma
tendrán su sudario. Serán, sin duda, los más ricos del cementerio y los más
repudiados del infierno. Entonces quizás alguien de los que les sobreviva se
preguntará si no es excesivo el precio
sin recordar siquiera lo excesivos que fueron los actos por los que ahora
purga.
jueves, 9 de noviembre de 2017
La cena
secreta
El título ya de por sí llama la atención, y la
firma de Javier Sierra, más aún. Un autor acostumbrado a llevarnos por los
vericuetos del misterio casi siempre en entornos medievales no se aparta un ápice
de su línea. En esta ocasión el mismo periodo de elaboración de “La última cena”
de Leonardo da Vinci desplaza un poco más el contexto hacia el Renacimiento
italiano. El trasiego entre poderes pontificios y noblelescos da pie a una
serie de artimañas encaminadas a encontrar en el cuadro indicios de herejía. Un
padre dominico se encarga de pormenorizar en los trazos del maestro para ver si
encuentra en él motivos de condena crematoria tras juicios sumarísimos. De modo
que empiezan a entrar y salir personajes que te llevan del dogmatismo oficial a
la demoníaca abjuración de los principios cristianos. Un viaje incesante entre
los pinceles debajo de los cuales hemos de presenciar rostros apostólicos
sacados de los monjes o nobles más cercanos. Como si algún mensaje oculto me
quisiera enviar el destino, de nuevo, los cátaros se adhieren a mi piel y
empiezan a ser algo empalagosos. Cada vez que surge de las sombras en temido exterminador pareciera que
un nuevo trazo de la pintura ha provocado su venida. A todo ello habrá que
añadir la escritura en espejo tras la que descifrar unos versos, cuyas
iniciales conforman la revelación final. Hace páginas que he perdido el hilo
argumental y lo que es peor, la tibieza me acompaña sin lograr sacarme del
letargo. Como prueba de resistencia me niego a abandonar dicha lectura, y nada,
sigue sin resultarme atractiva. Como si de una cena navideña en la que se ha
dejado de discutir el supuesto desentrañado de las claves sigue a su aire.
Miras las páginas que restan y ansías que al menos el postre sea el que deje un
regusto agradable; y nada, más de lo mismo. Buenos que se reafirman y malos que
se reconvierten. Pareciera que ha llegado la hora de los aguinaldos y no es
plan de seguir enfadado. Entonces, como prueba definitiva, como si alguien
hubiese decidido hacerse un hueco entre las letras, el triplete de páginas en
las que se ensalzan las virtudes de Torrevieja. Sí, ya sé, yo también me sigo
preguntando si ese no es el precio estipulado por haber sido finalista de unos
premios convocados por dicha ciudad. Lo ideal entonces será echar mano de unos
chupitos digestivos para que la cena en cuestión no nos provoque una gastritis.
De cualquier forma, si vuelvo a encontrarme con alguna copia del famoso cuadro
no resistiré la tentación de preguntarme si se trataba de una despedida de
soltero y si pagaron a partes igual semejante ágape. Lo de leer entre
pinceladas mensajes antiinquisitoriales, si acaso, para la siguiente reunión,
que imagino que será en el más allá y con un poco de suerte estaré invitado.
miércoles, 8 de noviembre de 2017
En
defensa propia y ajena
Se nota
nada más comenzar el recitado su naturaleza satírica. En un compendio de
veintisiete poemas, las chanzas, las burlas, las puyas, se abren paso hacia
aquellos que suelen merecerlas aun sin saber que le son dedicadas. A modo y
manera de los clásicos barroquianos los sonetos y las décimas se van sucediendo
como dardos en busca de dianas a las que zaherir con el menor derramamiento de
sangre posible. Poemas que necesitan de una segunda y quizás tercera lectura
para limar la capa superficial que nos impide adentrarnos en las metáforas que
le dan sentido. Un desahogo supremo en el que el autor busca, y quién sabe si
consigue, que más de una testuz agache la mirada avergonzado o reconduzca conductas que le llevaron a ser
merecedor de tales galardones. Desde la mera observación de los perfiles suelen
trazarse las líneas definitorias del ser. Y aunque no siempre sea el resultado
aquel que el posador insospechado soñaría tener, la casulla que le reviste le
otorga el galardón merecido. Cornudos que no sospechan serlo; traidores que se
sienten a salvo desde sus atalayas; soberbios a los que los humos no les
permiten empaparse de realidades; exégetas de las letras que se sobrevaloran
destrozando versos. Todos y todas tienen cabida y más de un lector podrá
ponerle sello de autenticidad a nada que lo intente. No quedará a salvo ni él
mismo en cuanto descubra en su mismo reflejo alguna de las verdades ocultas que
el verso destapa. La risa tornará en rictus si acaba concluyendo en una
reflexión de vida que en nada quiso ver como real y que sin embargo las voces
calladas de los cercanos saben cierta. En esta ocasión, no hubo cortapisas ni
celos por velar lo que la pluma ansiaba libre. La pregunta surgirá nada más
acabar la lectura y el propio autor dejará que cada cual se la responda. Un
juicio sumarísimo en contra de la estupidez que tantas y tantas veces se adueña
de los púlpitos y se hace fuerte en los tronos por muy carcomidos que se sepan.
Quiero pensar que logró sobrevivir a la Inquisición en los tiempos en los que
ese tribunal supremo proponía demostrar inocencias partiendo de una base de
culpabilidades. Subió al estrado y buscó como defensa propia y ajena el mayor
de los alegatos posibles, el de la Libertad. Consuelo para desvalidos y fusta
para prepotentes. Yo de vosotros, le echaría un vistazo, y luego, juzgaría la
sentencia.
martes, 7 de noviembre de 2017
La escoba robótica
Llegó,
inevitablemente, llegó. Con un aspecto de galleta triple equis, una lucecita
azul intimidatoria y un zumbido torturador, ha llegado. Y sospecho que ya no
habrá vuelta atrás. Ha elegido como suyo
uno de los enchufes de la habitación más soleada y allí ha instalado su zona de
repostaje. La dueña, se ha hecho la dueña. Exige a las buenas que las puertas
queden abiertas para así poder transitar a sus anchas y redondeadas formas
según le plazca. Ha tardado menos de lo imaginable en orientarse por los
rincones y sabe de memoria dónde está dispuesto cada obstáculo que logra salvar
sin inmutarse. Si por un casual se te ocurre mantener los pies sobre su
trayectoria corres el riesgo de ser
barrido del piso sin posibilidad de vuelta atrás. Ama y señora que se ha
instalado a modo de okupa y que empieza a sembrar dudas sobre mil cuestiones.
Por un momento la sombra de Isaac Asimov ha venido a turbar mi tranquilidad.
Probablemente empiecen a aparecer clones de dicha escoba y pidan hueco y asilo en
mi misma casa. Lo más normal será que empiecen a exigir mi cotización en su
nombre para garantizarse un retiro adecuado y de que me quiera dar cuenta,
vacaciones pagadas, días de descanso semanales, afiliaciones sindicales….Un no
vivir me espera, sin duda. Y mientras, como olvidadas en un rincón, las hasta
ayer compañeras de paseo en busca de las pelufas, rumiando su abandono.
Colgadas del mango esperando acontecimientos y sintiendo cierta envidia hacia
la recién llegada. Le ganan en perspectiva al saber que la nueva no podrá alzar
la vista más allá de los diez centímetros y de momento sonríen victoriosas sin
saber qué camino seguir. Se saben más cómplices porque el movimiento pendular
precisaba de una simbiosis con nuestras yemas que a partir de ahora adolecerán
de callos. Quizá no recuerden cómo ellas mismas ignoraron las palmas que sus
predecesoras prendían y no sean conscientes del paso del tiempo. Oyen rumores
de expansiones y tapan sus oídos para no incrementar sus desazones. Inútil
esfuerzo, por más que lo ignoren. Una batalla más acaban de ganar aquellos que ofrecen
comodidad a base de pérdidas de sentir. Creo que lo mejor será plantearle a la
nueva inquilina una serie de pruebas para ver su capacidad de aguante. Empezaré
cerrando puertas y si no consigue volverse loca de tanto girar por el mismo
habitáculo le daré la oportunidad de seguir con mi compañía. Eso sí, de la
cofia y del delantal, no se libra, haga lo que haga. Del zumbido ya me
encargaré más adelante.
lunes, 6 de noviembre de 2017
Cyrano
Sabía a
lo que iba y sabía que no saldría defraudado. Unidos el verso y la escena sobre
la alfombra del clasicismo romántico de esta obra, la puesta no podía fallar, y
no falló. Allí apareció el personaje bajo la piel de quien tantas sesiones
televisivas nos ofrece y logró que en ningún momento estas hicieran acto de presencia.
No, no era posible la mezcla, y no lo fue. El mosquetero imbuido de rimas guardaba
bajo tu tahalí de sentimientos la vaga esperanza de ser amado por la musa que
amaba a las letras. Nada nuevo que añadir a estos vaivenes amorosos que por
inmemoriales se perpetúan. Nada excepto la más que crediticia actuación de aquellos
que entraban y salían de los escenarios como si los mismos escenarios pugnasen por
arropar semejante argumento. Una delicia entre la que se mezclaba la ironía a
modo de intermedio ante el dolor que el desamor supone. Duelos mosqueteros a la
busca de lavar honores y entre todos ellos la intrínseca pena de quien sabe que
jamás podrá lograr lo que tanto ansía. Puestas en valor de los valores
atemporales entre los que destacaba el fin último como revelación de secreto
celosamente guardado por Cyrano. Actos entre los que se vislumbraba el poder de
la palabra como imán de dos mundos tan físicamente opuestos como amorosamente
unidos sin saberlo. Una Rosana que dejaba pasar el tiempo entre los lutos del
duelo confiada en un futuro que sonaba a pasado. Un resignado espadachín que
mantenía a raya cualquier atisbo de afloramiento de sus vergüenzas hasta que la
muerte logra liberarlo de tan pesada carga. Y frente a todos ellos, las
emociones surcando rostros en un tercer acto sublime. La caída de las hojas a
modo de metáfora cubriendo el suelo de pesares irreductibles e insalvables. Una
perfecta dicción que no dejaba paso ni al más mínimo de los reposos para no
privarnos de semejante representación. Pasaron las horas y el regusto a gozo
semejaba ser un poso de café expedido por la máquina de la grandeza. Pasaron
las horas y la comunidad amante del teatro tuvo la oportunidad de reafirmarse
una vez más en sus creencias. Sé que resultará complicado volver a sintonizar los
canales televisivos y ante su presencia no ver a aquellos amantes que lograron
dar vida una vez más a un magnífico Cyrano que tan buen sabor de boca logró
dejarnos ¡Quién sabe si la llovizna previa quiso advertirnos y nosotros nos
dejamos arrastrar! Acudid y comprobadlo si el buen teatro os cautiva.
viernes, 3 de noviembre de 2017
Presos políticos o
políticos presos
Supongamos que los
que somos padres, llevados por el amor infinito hacia nuestros retoños, les
mimamos, consentimos y avalamos sus actos a lo largo de su crecimiento.
Supongamos que la norma es tan laxa que permitimos que sean ellos quienes nos
eduquen y guíen bajo la bandera del buen rollo y el coleguismo en nuestra casa.
Supongamos que se nos van haciendo mayores y sus niveles de exigencias son cada
vez mayores y en aras de seguir fieles a nuestros principios paternos damos
cumplida cuenta a todos ellos. Supongamos que llega un día en el que nuestros
retoños, aquellos inocentes brotes de nuestra sangre, deciden emanciparse de
nosotros por considerar obsoleta la convivencia. Supongamos que les intentamos hacer
recapacitar, les mostramos los inacabables álbumes de fotos acumulados a lo
largo de generaciones, y no conseguimos que se sientan como nosotros, ¿qué nos
queda? ¿Amenazarles con normas que no conocen ni aceptan? ¿Dejar que los tíos y
familiares cercanos les hagan entrar en razón? ¿Acudir a los profesores, a los
que posiblemente en alguna ocasión hayas desautorizado, para que actúen en consecuencia?
Nada. No habrá posibilidad alguna de desandar lo andado. De poco servirán los
arrepentimientos y el mero hecho de
reconocer nuestro error será suficiente penitencia. Purgaremos nuestra
indolencia, nuestros vaivenes de valores, nuestra inacción. Será el momento de
reconvenirles a las buenas o a las malas su errada actitud y en el peor de los
casos, ir por las bravas. Miraremos a su alrededor y veremos que no están solos,
que miles como ellos han mamado de los mismos credos y no habrá vuelta atrás. Y
si la hay será tan doliente que nosotros mismos dudaremos de su efectividad. Si
hemos desviado la vista para no corroborar la evidencia observaremos que han
emprendido un camino equivocado para nosotros pero fidedigno para ellos. Y
entonces, como único consuelo nos quedará la pregunta en el aire que dará miedo
respondernos ¿Y si llevan razón y los planteamientos suyos carentes de forma
acierta en el fondo? Seremos de nuevo la
cruz veletera que no sabrá distinguir de dónde viene el viento y lo que es peor,
hacia dónde va. Probablemente nos intentemos aferrar al catecismo de la letra
impresa y volveremos a cometer el mismo error, una y otro vez. Eludimos la
educación en base al consentimiento y ahora ni siquiera somos conscientes de lo
que somos, presos políticos de nuestra inamovible doctrina o políticos presos
de nuestros propios renuncios. El único consuelo será ver el traje de rayas
imaginario en el resto de quienes actuaron igual y no osar siquiera a verlo en
el terno de lujo de quienes deberían llevarlo y aún no les ha tomado medidas el
sastre.
jueves, 2 de noviembre de 2017
WhatsApp
La cuestión
comenzó como una especie de broma ala que apuntarse para pertenecer al grupo de
los snobs más instruidos. Bajo la falsa creencia de la gratuidad que la
aplicación ofrece de modo tentador se levantaba el telón de una permanente
conexión con alguien a quien tu vida pudiese interesar y viceversa. O no, nunca
se sabrá de modo cierto. Así que tras la
pantalla un mundo nuevo por descubrir salía a la luz y tras él las mil
fluctuaciones de la irrealidad más real
que pudiera imaginarse. Besos que no saben, flores que no huelen, risas que no
se escuchan, abrazos que no se sienten….todo, todo, para forjar una creencia no
siempre creíble, pero sí creída. Y la cosa fue evolucionando como suelen
hacerlo las novedades; hacia el desparrame, hacia los grupos. Y aquí, en los
grupos, el vértigo sí que campó y campa a sus anchas. Que si el familiar, que
si el familiar restringido, que si el de los amigos, que si el de los amigos más
íntimos, que si el de los colegas de trabajo…lo dicho, un desparrame. Es
prácticamente imposible mantener en ellos un hilo conductor. Lo más probable es
que alguno de los miembros decida lanzar el anzuelo de la disconformidad y
entonces se arma la mundial. O basta con que entre miembros se saquen a la luz
disputas de a dos para que el combate cibernético adquiera tintes épicos de
lucha sin cuartel. Puede que las heridas no cicatricen o puede que se limen las
llagas a la más mínima oportunidad; es igual. La cuestión será permanecer
alerta ante cualquier tintineo que marque el inicio de alguna nueva disputa.
Tras los focos de la no intervención los habrá que permanezcan en silencio a
ver qué pasa. Los habrá que tomarán partido para encender más aún las disputas.
Emergerán de las sombras los videos, las
fotos, los memes y todo un arsenal encaminado a curar o lacerar aún más. Todo o
casi todo estará permitido y los llamados moderadores se verán envueltos en el
duro trance de tener que poner orden, o dejar que el tema fluya. El caso es
hacerte leer y quizás leer a otros. Para
facilitar las tareas, la misma plataforma te dejará frases hechas para que no
tengas que seguir absorto ante el teclado y lo que tengas que decir sea dicho a
la mayor brevedad. Puede que seas añadido a un grupo sin haberlo solicitado y
una lluvia de bienvenidas te empapará la piel sintiéndote uno más. Pero como
todo en esta vida, el peligro de la equivocación no será ajeno al teclear
errado. Puede que aquello que tenías como destino acabe en un destino diferente
y entonces las consecuencias serán imprevisibles. No hay más que ver cómo escaños electos han sido movidos por
errores de dirección. Y entonces será cuando la actitud sibilina pedirá paso, y
la tentación aparecerá para remover las tranquilidades. Sólo tendrás que intercambiar el nombre de los
grupos y esperar acontecimientos. Sí, ya sé que resultará al menos peligroso ¡pero
qué vida más simple y gris si no la teñimos de vez en cuando! ¿no os parece?
Ahí lo dejo y quien quiera que compre la idea; de las consecuencias futuras, sólo
el destino sabe la respuesta.
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