jueves, 30 de noviembre de 2017


Absolución


Tantas veces nos topamos con una novela hacia exteriores que cuando se nos presenta una con toques intimistas un cierto desasosiego se adhiere a nosotros. Este es el caso de la presente. Un protagonista llamado Lino cuyas querencias son tan impredecibles como impredecibles son los  temores que las desencadenan. Un perfil psicológico en el que el cambio de rumbo nos sitúa en una mente tan insegura que es incapaz de seguir una ruta por muy convincente que se presente a vueltas de un futuro inmediato. Una incansable sorpresa a la que no se habitúan quienes le quieren, odian e incluso protegen de sí mismo. Cientos de avatares van encauzando al protagonista a cumplir con un papel tan deseado por la mayoría sin darse cuenta de que él no es más que una veleta movida por los caprichos del infortunio. Herencias no recibidas que le anticipaban sueños a él y a su familia se ven relegadas a un puesto de trabajo tan anodino como anodinos son los compañeros que así lo aceptan. Huye del amor como si del amor se pudiese huir sin parecer un cobarde irredento. No hay explicaciones a su modo de actuar y solamente quien ha pasado por esas mismas experiencias consigue entenderlo. Saben que es fugitivo de sí mismo y que será poco probable que encuentre un remanso de paz más allá de la propia escapada. Lo saben y sabe que lo saben. Aún así, enmascarado entre la urgencia de un quehacer en nada urgente, consigue sobrevivir entre dos raíles que le sirven de modelo y guía. Fluctúa entre el arrepentimiento y la necesidad de guardar silencio, entre la certeza de haber actuado correctamente y la duda generada al no saberse enfrentar a los hechos. Como si la vida misma decidiese buscarle los límites que Lino consigue alargar, así se nos muestra esta introspectiva obra. Por un momento, algún reflejo de cercanos nos viene al poner rostro conocido y quién sabe si patéticamente semejante. Habría que situarse en la piel que Landero perfila para intentar sopesar si seríamos capaces de actuar de modo diferente. Pasan las páginas y entre ellas se vislumbra una penitencia que solamente necesita de una absolución. Si la consigue o no lo dejo para el lector que se sienta atraído por este argumento. Indiferente, desde luego, no va a quedar. De si al final se convierte en el clon del protagonista o rechaza abiertamente su modo de actuar dependerá del valor que como lector demuestre al interiorizar semejante mente. Seguridades en mitad de las incógnitas y preguntas con respuestas no creíbles jugarán caprichosas al concluir esta magnífica novela. Que cada quien decida por sí mismo si mereció la pena leerla. Yo ya lo hice y si de mí depende la absolución está concedida.      

miércoles, 29 de noviembre de 2017


Los insomnios



No es que entienda demasiado sobre los ciclos del sueño. He oído sin prestar apenas atención hablar sobre el ciclo R.E.M. en inmediatamente me he puesto a tararear su “Losing my religión” y de ahí no he pasado. Alguien mencionó algo sobre la fase R.O.M. y busqué en las entrañas del P.C. algo parecido sin encontrar solución. Así que, iniciales a parte, aquí me encuentro, en mitad del desvelo, sumergido en el mayor de los insomnios sin saber a quién culpar del mismo. A la cafeína no puedo porque hace tiempo que la desterré de mis armarios. A la nicotina tampoco por ser la olvidada arpía que tantos años me atenazase ante el encendedor. A la falta de liquidez, tampoco, porque más o menos voy tirando y si no me sobra, tampoco me falta. A los vaivenes del corazón, en absoluto, a pesar de las secuelas propias de la edad que se aleja deprisa hacia la recta final y los latidos se alteran a capricho. No sé, la verdad, a qué se debe. Podría echar la culpa a la próstata que en algún momento de la noche, y no siempre, decide convertirse en la despertadora  inguinal antineurésica. Nada, que no hay forma de encontrar al culpable. Sólo me resta por averiguar si a lo largo de la jornada ha aparecido alguna contrariedad a la que no he dado importancia y en las horas oscuras sale a la luz sin pedir permiso. Si así fuese, ahora no caigo. Quizás aquel exabrupto que lanzó el peatón hacia el conductor que se saltó un paso de cebra ha quedado impreso en mi cerebro y busca explicaciones que no le he pedido. Puede que aquella conversación que mantenía a grito alzado por el móvil una pareja mal avenida. A lo peor las recriminaciones injustificadas de una madre pidiéndole actitud de adulto al niño que arrastraba la mochila con aspecto cansado. Igual el aviso naranja de la reserva del coche me pilló desprevenido y enojado cerré el portón. Demasiadas posibilidades y escasas culpabilidades palpables. Así que lo mejor será dejarse llevar y que las horas del alba decidan a su libre albedrío qué camino seguir. Si al menos tuviese un perro podría lanzarle el reto de un paseo temprano que seguro agradecía. Pero no es el caso, y creo que carezco del espíritu de sacrificio que ello conlleva. Dentro de nada empezarán las emisoras de radio a pregonar incidentes, controversias, accidentes, agresiones, desacuerdos, estafas, robos, persecuciones. Así volverán a desfilar ante mis tímpanos los tics-tacs  del día a día que tan pronto se presenta. Puede que la ducha logre disimular las secuelas del insomnio. Será tan momentáneo que el ciclo de la duda resurgirá tras el descanso del albornoz y los posibles culpables aguardarán unas horas para volver a actuar. Ni siquiera me queda la opción de acusar a un constipado persistente del aspecto que muestran mis ojeras. Y lo peor de todo es que justo ahora, cuando el sol empieza a asomarse, me están entrando ganas de dormir. ¡Será posible!

martes, 28 de noviembre de 2017


¿Y si llevaran razón?



¿Y si en el fondo de la cuestión llevaran razón y estuviera la mayoría que piensa que no, equivocada? ¿Y si las instituciones nacidas para un fin se hubiesen quedado obsoletas? ¿Y si aquellas urnas que fueron ninguneadas y perseguidas le hubiesen otorgado la potestad de hablar desde el convencimiento que tantos comparten? ¿Y si los de enfrente fueran quienes sienten seguridad desde el acatamiento sin atreverse a dar un paso hacia adelante? ¿Y si fuese simplemente cuestión de tiempo que el propio tiempo les fuese dando como buena su postura que hoy parece una entelequia? Demasiados  “y si “   como para dar cerrojazo a un planteamiento que incluso desde la distancia mantiene su hoja de ruta. Ahora mismo me vienen a la memoria todos los movimientos secesionistas que a lo largo de la historia han existido. Joyas de la corona que dejaron de ser dependientes de la corona; colonias que empezaron como presidios y siguen su curso como naciones; cuadriláteros trazados a mano alzada sobre mapas en los que distribuir y repartir  territorios y subsuelos; dinastías reales que pusieron pies en polvorosa al no fusionarse con súbditos que no los aceptaban. Sí, ya sé, más de uno pensará que no son equiparables ambas realidades, pero lo piensa desde la perspectiva unilateral del bando opuesto al que critican. Identidades que no se sienten identificadas antes o después dejarán de permanecer en el engrudo que la norma apelmaza, si de las partes no nace el deseo de permanencia.  No hay más que fijarse en cómo ven la realidad quienes piensan que les ha sido secuestrada su legitimidad y por lo tanto renuncian a sentirse bien tratados. Presos que adjuran en modo galileo de lo que hasta ayer consideraban válido dan pie a una presidencia exiliada que unos consideran ex y los otros le quitan el prefijo de caducidad. ¿Y si aquellos que no quieren ver la realidad, hicieran un esfuerzo para poderla entender? Igual entonces le restábamos dramatismo a la ruptura de este matrimonio en el que una de las partes no cree. Todo lo demás, chascarrillos  para desacreditar, bufonadas para ridiculizar y gana de infravalorar lo que en realidad temen. “Hasta que la muerte os separe” rezaba la sentencia que provocaba más temor que alegría en los matrimonios de antaño y estamos viendo, por desgracia más de lo que nos gustaría, cómo, efectivamente, la muerte se acaba imponiendo cuando la sinrazón se abandera. Los movimientos se inician y cuando nacen de las entrañas desembocan en terremotos. Lo único que queda después es la tarea de reconstruir aquello que el mismo temblor ha destrozado. Y si así no se quiere ver, una de las partes está equivocada anclada en puerto seco y condenada a la oxidación del casco de sus naves.  

lunes, 27 de noviembre de 2017


Sentido único



Así leído suena a tránsito autoviario en el que seguir en paralelo a los vehículos que te rodean.  Con ello se evitan problemas tan comunes como los atascos, como los choques frontales, como los adelantamientos, y todo transcurre más o menos al unísono. Y así lo ha debido imaginar Carmena, la alcaldesa de Madrid, para el tránsito peatonal en estos días de compras compulsivas por el centro de la capital. No parece mala idea. Atravesar la calle Preciados de norte a sur por una horda de legionarios comprantes a la busca del chollo es una visión que no deja de tener su gracia. Todos a ritmo como si de un desfile militar coreano se tratase enfilando hacia el portal adecuado en el que sumergirse y dejarse la cartera. Todos siguiendo el ritmo de las pisadas de este intenso desfile procesional semana santero sin más tronos que portar que las bolsas de plástico custodias de los productos adquiridos. A piñón fijo, sin posibilidad de retroceso, en vuelo rasante y pausa ausente. Desde luego los choques en cadena parecen más que previsibles. Bastará con que alguien decida refrenar su velocidad para que aquellos que le siguen se den de bruces con él y el parte de lesiones salga a la luz. Supongo que el paso siguiente será exigir un seguro, al menos obligatorio, a todo caminante que decida sumergirse en ese trayecto. Y de paso, luces catadióptricas en la ropa, intermitentes en las muñecas y luz de frenada en el trasero. Bocinas no creo que hagan falta ante el incesante murmullo del tropel. Ni imaginarme quiero el día que decida amanecer o atardecer lluvioso; el caos será impredecible e irresoluble. Los ataques de ansiedad, agorafobia y estrés, están asegurados. De nada servirá guiarse por las luces parpadeantes de los edificios pregoneros de ilusiones si no somos capaces de abandonar el carril que elegimos sin meditar. El “manos libres” se hará imprescindible para dar rienda suelta al cambio de planes que exija un inmediato acceso al baño más próximo. Ante la congestión multitudinaria vete tú a saber si no se impone la necesidad de peatonalizar las circunvalaciones. Al paso que va la contaminación, y conforme se estipulan las velocidades de los vehículos, yo no descartaría tal propuesta. Se trata de vaciar bolsillos, envolver regalos, completar bolsas y repetir procesos. No en balde la vida se vive en sentido único y estas escenas no iban  a ser una excepción. Ahora es cuando me llegan nítidas las imágenes de peregrinaciones a la Meca, de los giros presidiarios en el penal de “El expreso de medianoche”, y todo empieza a encajar como metáfora de un tiovivo llamado “Estupidez”.  Supongo que los badenes habrán sido eliminados y las rotondas no serán necesarias.

jueves, 23 de noviembre de 2017


Puigdemont



No dejo de darle vueltas al perfil de este señor. Ahora mismo no sé si calificarlo de President, exPresident, refugiado político, defraudador de seguidores, resistente a ataques españolistas….la verdad es que no sé, ni creo que logre saber cuál de los epítetos le va mejor. Ni soy sesudo analista político ni me parece que se necesite analizar el comportamiento de un señor cuando, como es el caso, para unos sigue siendo y para otros dejó de ser lo que unos creyeron que era y otros jamás aceptaron. La cuestión está en qué prisma deberíamos visualizar el exilio, la huida, o como quiera definirse su salida de España. Si pervive en la utopía de creer en la validez de su hoja de ruta, su esfuerzo es encomiable, más allá de las opiniones de los disconformes. Si se refugia para evitar las rejas con las que le amenazan, adopta un papel de conde montecristiano que no deja de tener su aquel. ¡Quién sabe si no alcanzará su libertad envuelto en un saco de rafia sustituyendo al cadáver que iban a lanzar al mar! Mientras tanto, paralelos más abajo, unos esperan su regreso, otros empiezan a intuir alianzas, y muchos nos preguntamos por sus días a días belgas. De vez en cuando aparece en mitad de una entrevista propagando sus argumentos en busca de oyentes que le otorguen crédito y de cuando en vez surge entre las brumas flamencas o valonas compartiendo chascarrillos a pie de calle con quien se le muestra solidario. Lo bueno que tiene, quizás lo poco bueno que tiene este exilio, es la abundancia de chocolates y cervezas que este país atesora. Ni azúcares ni hidratos le faltarán y quizás con ello atenúe en parte la falta de respuestas sobre su futuro. Imagino que seguirá con atención el desarrollo de los acontecimientos de Cataluña y alguna duda empezará a sobrevolar por su mente. Puede que piense que aquellos que en su fuero interno lo acusan de traidor estén esperando cobrarse con traiciones su marcha. Igual desconfía de quienes le daban palmaditas en la espalda para exponerlo como peropalo  de feria receptor de golpes  a otros destinados. Sera como fuere, la verdad, me produce desconsuelo verlo en esa situación. Y por si algo faltaba, el peluquero de turno, ha decidido arrebatarle otra seña más de identidad. No sé quién habrá sido el artífice de semejante propuesta pero ha dado de modo inconsciente unas señales de aviso a los demás, llamadas arrepentimiento, cambio, cesión, derrota, complacencia. Un simple cambio en el corte de pelo tiene más significado de lo que imaginamos. Por si acaso, y a riesgo de no ser escuchado, ojo con escalonárselo a navaja en futuras visitas al fígaro de turno; podría interpretarse de modo poco convincente y su imagen ya no sería la asimilada por todos. Se tornaría en quien no es y eso siempre confunde.  

miércoles, 22 de noviembre de 2017


La manada



Grupo de animales de ganado doméstico, especialmente cuadrúpedos, que andan juntos. Grupo numeroso de otro tipo de animales de una misma especie que van juntos. Como acepciones denominativas no sabría cual de las dos se adapta mejor al grupo  de amigos que estos días está siendo juzgado y hoy espera sentencia. Si me decanto por la primera, estoy ofendiendo a los animales en la medida que son irracionales y no deben serles exigidas conductas humanas. Si me decido por la segunda, al eliminar el adjetivo de cuadrúpedos quizás me acerco más al fondo de su intención. Manada, grupo de “animales”  de una misma especie que van juntos. Sí, sin duda, esta les cuadra mejor. Y puede que dentro de esa cuadra en la que sus valores crecieron pueda seguir exhalándose el hedor de la basura que les sirvió de alfombra. Puede que más de uno que los tuvo bajo su custodia empiece a pensar que en algo se equivocó y gire la vista avergonzado. Puede que aquellos que en su día les rieron las gracias hoy estén buscando argumentos con los que justificar su coleguismo y no los encuentren, o lo que es peor, los sigan exhibiendo. Puede que alguna de las féminas que pulularon a su alrededor agradezcan al destino el haberse librado de la adversidad que la víctima en cuestión ha padecido. Puede que aquellos educadores  que se vieron incapaces de exigirles éticos comportamientos se estén devaluando la nota como profesionales que en su día se otorgaron. Puede que algún iluminado jurista se esté cuestionando si la ley es lo suficientemente grave como para enarbolar la justicia que tantas veces se ve difuminada. Puede que las sangres cercanas aboguen por la misericordia hacia quienes no fueron capaces de limitar conductas. Puede que algún gurú televisivo empiece a plantearse si determinados programas  no alientan a imitadores de actos vomitivos como este que se juzga. Son tantos los puedes que podrían enumerarse que la lista sería tan extensa como mínima será la condena para los supuestos culpables. Sea la que sea, la condenada, la que no será capaz de vivir una vida normal, equilibrada, igualitaria, confiada, ya la está cumpliendo, sin ser culpable.  Y a partir de aquí, las dudas deberían jugar a favor de ella. A partir de aquí, la inocencia no debería ponerse en cuestión cuando una manada ha demostrado ser más manada que la de cualquier especie animal.  Si cualquiera de nosotros como padres intentamos ponernos en el lugar de los padres de la chica, creo que no podríamos resistir los deseos de buscar una gasolinera cercana y añadir nuestros alegatos finales como defensa de nuestra sangre. Demasiados atenuantes como lanzaderas de irresponsabilidades. Demasiadas prebendas para quienes sabiendo lo que hacen, eluden culpas y quieren aparecer como víctimas. Demasiados perros de paja como para no dejar de buscar un bozal con el que evitar nuevas mordeduras.  

martes, 21 de noviembre de 2017


Tomás, amigo mío:



Te vas sin apenas darme tiempo a la despedida que te mereces y me dejas sin argumentos, huérfano de ti, desconsolado, y no te lo perdono. Es tan impensable imaginarse las calles sin tu presencia que soy incapaz de articular palabras de ánimo a este ánimo afligido por tu adiós. Lograste sacar a la luz la valentía de los pesares para darle un giro hacia el optimismo, y eso, amigo mío, perdurará para siempre. Fuiste emblema para tantas generaciones que lograste el respeto que solo los grandes merecen y ganan. El paso hacia la Eternidad será tan bamboleante como aquel que fuiste trazando a la búsqueda del banco solariego cada mañana y la bienvenida supondrá un acontecimiento en el Más Allá, digno de aplauso. Sabes que cuando alguien que fue parte de ti se va de ti, su legado permanece contigo. Y esa verdad será la que de fe de una existencia tan de frente como este rostro tuyo labrado de arrugas que emprende la marcha. Será complicado asomarme al balcón y no escuchar tus soliloquios mientras el mechero se te ofrecía voluntario. Será impensable prescindir de la sombra que dejaba sobre la acera el fieltro que te protegía de los rayos del sol. Será, amigo mío, muy difícil saber que esas lecciones de filosofía de vida a pie de calle ya no almacenarán más capítulos. El reloj decidió pararse, de nuevo Noviembre de viste de luto y cae la ceniza del último cigarro liado como si la vida quisiera cobrarse el tributo. Fue tan fácil y sencillo compartirte como difícil será asimilar tu ausencia, te lo aseguro. Nos dejas huérfanos y hemos de asumir que nada es perpetuo. Por si te sirve de consuelo, en cada rincón que revisemos, algo tuyo permanecerá. De los Poyos a la cuesta del Castillo, de la Carretera a la Plaza, cada paso sabrá que tú diste cumplida cuenta de ese transitar que ya empezamos a extrañar. Vete en paz, no olvides tus garrotes, ni tu picadura, ni tu mechero. Nadie sabe qué te puedes encontrar allá arriba y por si acaso es mejor ir prevenido. Vete tranquilo y añade a tu equipaje la absoluta certeza de haber sido Genio y Figura, amigo mío. Sé que cuando llegues, te reconocerán. Sabrán que llega, desde Enguídanos, nada menos que Tomás, y serás  de nuevo, el filósofo al que prestar oídos, aunque esta vez tengamos que imaginarte disertando en la Gloria Eterna



Buen viaje, amigo Tomás    

lunes, 20 de noviembre de 2017


Franco


Cada veinte de Noviembre su rostro reaparece en las páginas del recuerdo. Un rostro moribundo enmarcando aquella voz aflautada recobra protagonismo y como si la pesada losa que lo protege quisiera convertirse en papel de seda lo libera de la tumba, lo pasea por el presente y comprueba cómo los nudos se deshicieron. Muy a su pesar y al de sus seguidores, aquello que soñó perpetuo se desmembró tan rápidamente que aún alguno se estará preguntando sobre la calidad del cáñamo. Una cuerda que se suponía  duradera, duró lo que dura un cambio de chaqueta cuando el tiempo se revierte y recomienda nuevos paños. Los azules dieron paso a los grises y entre todos dieron paso a la incógnita de la posible concordia. Sus más y sus menos, sus concesiones y exigencias, sus olvidos y memorias, todos pusieron de su parte y de sus partes se parió la nueva etapa. Sobre el ambiente volaba un interrogante al que pocos nos atrevíamos a ponerle solución. Atrás quedaban los fascículos dedicados a ese “gran hombre” en los que la glosa de méritos lo presentaba como el caudillo redentor de todos los males. Aparecían los primeros libros en los que se fantaseaba sobre su resurrección y la congoja subsiguiente de sus enemigos. Chascarrillos que luchaban por la inmortalidad de quien tantos pasaportes definitivos expidió en otros, daban juego a la risa nerviosa de quienes no adivinaban una posible convivencia en paz. Se logró, y costó lo suyo. Quedaron flecos que con el tiempo se fueron cayendo por su propio abandono o se convirtieron en crines de caballos de troya a la espera de su turno. Pocos fueron quienes consiguieron quitarse de encima la mácula de traidores a unos principios que garantizaban movimiento desde la inmovilidad. Todo se dio por válido y se decidió mirar hacia delante. Y en esa rueda de noria que la Historia pone en funcionamiento, más de uno que no vivió aquella época apasionante y convulsa, hace gala de dominio de la misma queriendo resucitar al muerto para acreditar sus credos. Como si de la revisión de lo que han leído fuese a dar solución a lo no padecido. Se atribuyen el papel de redentores justicieros para buscar en las aguas cenagosas  del ayer motivos para subsistir en el presente. No, no se trata de olvidar el pasado y con ello correr el riesgo de repetirlo. Se trata de no olvidar el pasado para no dar pie a que desde la exacerbación que el desconocimiento provoca renazca alguien similar y volvamos a la casilla de salida. Franco dejó de ser y no necesita legados que acaben echándolo de menos. Lo más lamentable sería volver a ver postulados semejantes en otros ternos. Ni siquiera la ausencia de voces aflautadas nos llevaría a pensar que esa misma situación ya la hemos vivido antes. Mientras esto no se tenga claro como índice en el cuaderno de bitácora la navegación estará condenada al naufragio. Cada vez que descubro individuos interesados en cambiar de tiempo verbal nuestra propia existencia, la verdad, los escalofríos se adueñan de mí y un nuevo veinte de Noviembre aparece en el calendario sea el día  sea del mes que sea. Quiero pensar que el otoño es el culpable de este modo de temer  lo ya sabido.

miércoles, 15 de noviembre de 2017


Los productos de limpieza



Me echo a temblar cada vez que debo adquirir alguno de estos productos. Salvo que lleve absolutamente detallado el nombre, el color del envase, las especificaciones pormenorizadas y el tamaño, el error  vendrá adherido a la factura final. No, no hay forma de aclararme. Unas veces el lavavajillas que hasta ayer era de color azul, ha decidido cambiar de tonalidad. Otras veces, el amoníaco que estaba situado sobre el peldaño inferior de la estantería, ha cedido el puesto al salfumán y semejan ser gemelos; otras veces, el abrillantador que era transparente, pudoroso él, ha decidido ocultarse tras un nuevo envase opaco. A todo esto añadamos la fagocitación de las marcas por parte de la marca predominante y el jeroglífico estará servido. No hay forma de aclararse ni con la chuleta fotográfica que desde el móvil parecía ser la tabla salvadora ante semejante naufragio. Nada, de nada sirve. Así que una vez acumulados los productos revestidos de dudas sobre el carro de establecimiento la llamada del “por si” interior vendrá a recordarte lo que has olvidado. Pasarás por la zona de los geles y vuelta a empezar. Aquel que glosaba fragancias marinas huyó. Aquel que pareciera nacido de las entrañas  del aloe emigró. Aquel que prometía raíces y puntas inmaculadas, puso frascos en polvorosa y nadie sabe nada de su paradero. Desconsolado, como alma en pena, vagas por los pasillos, y de repente, la luz llega a ti. Como un destello camino de Damasco, una pastilla con forma ortoédrica parece deslumbrarte. De pronto, el recuerdo de aquellas pastillas artesanales que tan familiares te fueron en la niñez, regresan. Y con ellas el sabor a la sosa caústica y al aceite removido para darle consistencia. Se agregan aquellos polvos de azuletes que nadie recuerda y que tanto hablaban de limpiezas bajo los chorros del lavadero. Se suman a ellos los polvos del tú-tú, que tanto servían para la ropa como para cualquier otra parte que considerásemos. Y las bolsitas de champú al huevo, incipientes precursoras de nuestras calvicies con su aire inocente. Y las pastillas de jabón Lagarto, o de Lux, o de Palmolive, o de Rexona. O el musel de legren-París timpaneando en tu cerebro. Todas aquellas que te adentraban en un mundo desconocido de aromas que tanto echas a faltar en esta selva variopinta actual.  Despiertas, te toca el turno en la caja, miras al carro, te compadeces. Ha pasado tan deprisa el tiempo que apenas te queda tiempo para regresar y desandar los pasillos andados. Una pena. Acabas de pagar mientras el resto de la cola te mira y en silencio te acusa de lento. Justo entonces recuerdas que dejaste de añadir el espray para los muebles. Te perdonas con un  “a la mierda”, sales a tomar aire fresco y juras que no vas a volver a entrar. Diez minutos después, compadecidos ante tu olvido, los que guardan cola de nuevo, te dejan pasar con el producto en cuestión. Sonríen sin saber que en tu interior permanece alguien que vivió aquellos años de un modo tan intenso que nada será capaz de limpiar el recuerdo que fueron dejando y tan fresco perdura.

martes, 14 de noviembre de 2017


Sin



Realmente las preposiciones resultan de lo más atractivas. Ni varían, ni disimulan, ni van de lo que no son. Simplemente se dedican a colocarse entre otras palabras más dignas y ellas como apartadas del pedestal, aparecen. Y hasta hace poco nadie les prestaba especial atención. Hasta hace poco; porque de un tiempo a esta parte se han convertido en imprescindibles. Es más, yo diría que han usurpado el protagonismo a todo aquello que se sabía dominador y está empezando a dejar de serlo. Y si hay alguna que sobresale es la preposición Sin. Veamos sino cómo ha proliferado y empezaremos a darle valor. Las cervezas, claro exponente de rabiosa actualidad, toman la delantera en la lista de las sin. Saben a zumo de cebada y a cambio de no perder la cordura se te ofrecen como maná para el sediento que quiere mantener la compostura. El alcohol que tantas pérdidas de conocimiento provoca, queda fuera de sus ingredientes y ellas mismas lucen un sello de sanidad y puede que de santidad. El pan, el de toda la vida, el de las tahonas a leña, de un tiempo a esta parte, sin gluten. Ya está, punto final, no se hable más. De buenas a primeras todos celíacos o en vías de serlo. Fuera ese ingrediente y a cambio admitamos un pupurri de cereales que hasta hace nada desconocíamos. Avena, espelta, maíz, lino y cualquier otro que se apunte a la cocción será bienvenido. Si además su origen es exótico, entonces ya, ni se discutirá sobre las infinitas posibilidades beneficiosas que contiene. Si hablamos de leche, aquí la cuestión se zanja de un plumazo: fuera la lactosa, pero fuera de modo inmediato. La peor de las secuelas que se pudieran soñar proviene de ese componente que de las ubres mana y que hasta hace nada de tiempo nos parecía magnífico. A cambio, y para no pecar de estrictos, añadamos ácido fólico, omega tres, lecitina, avena de nuevo y cualquier otro producto surgido de la marmita del ordeñador de turno. Todo sea por la salud. De nuevo Sin. Obviamente, el café, sin cafeína. Las tensiones, las palpitaciones, los insomnios nos lo agradecerán y al cabo de varios miles de litros ya ni nos daremos cuenta del sabor gris que aporta. A cambio, unas cápsulas convenientemente publicitadas, nos prometerán éxitos de galán a nada que concluya su vertido en el vaso de la compañía elegida. Entonces repudiaremos el encendido de  un cigarro que, obviamente, será sin nicotina. Ya ni nos acordamos a qué sabía aquel primer pitillo de la mañana que a veces prendíamos sin filtro. Otro sin que se nos sumó a la lista. Y a ella añadamos los refrescos que decidieron quitar el azúcar. Y si aún queda hueco, sumemos los quesos sin grasa, los potitos que te aseguran un futuro sin colesterol. Y si nos fijamos bien, añadiremos frutas sin sabor, colonias sin olor, mandamases sin vergüenzas, trabajos sin ganas. Un sinfín de aditivos que se han ido sumando a esta interminable vida cuyo único fin parece ser el vivirla sin alegrías, sin ruptura de normas, sin salidas del redil y sin turnos de réplicas. Creo que voy a empezar a rechazarlos y esperaré a que la moda gire ciento ochenta grados. Seguro que algunos me sobreviven más tiempo, pero qué vida más triste, por dios. Deberíamos empezar a reclamar el paso para otra preposición más permisiva, más colaboradora, más vital. Repasad la lista y veréis como dais con ella. Luego ya, vamos decidiendo por cuál de las dos tomar partido.  Acabo de abrir un paquete de jamón envasado al vacío y viene sin grasa; definitivamente nos ha invadido.  

lunes, 13 de noviembre de 2017


La casa de los espíritus


Adentrarse en las entrañas de una familia tiene su acicate. Y si esa familia ha logrado su posición social y su éxito económico aún resulta más atractiva ese reto fisgoneador. Te dejarás llevar por el hilo argumental de una sangre que aun siéndote ajena acabas haciendo propia desde la óptica que te ofrece quien para ese fin la diseña. Una estirpe afincada en el amplio sentido de la palabra en Chile en una época en la que las clases sociales empiezan a despertar para buscar un hueco a sus derechos y en la que los caciquismos se resisten a tal paso adelante. Luchas de poderes que se sazonan con amores y desvaríos en gran parte de los protagonistas que le dan forma. Visionarias que anticipan fracasos y éxitos que acaban sucumbiendo ante la mordedura de la misma serpiente que amamantaron creyéndose inmunes a su veneno. Época convulsa en la que todo el planteamiento soñado y conseguido por el jefe del clan se viene abajo ante el torbellino de acontecimientos sociales que le acaban superando. Aquí, Isabel Allende, anfitriona de lujo y certera pluma nos traza un boceto de un pasado que tan personal puede resultar y de su mano recorremos los ranchos de la ambición. Es como si hubiese querido transmitirnos una metáfora sobre el precio que el éxito acarrea cuando se consigue con métodos turbios y el epílogo superase con creces al goce de haberlo conseguido. Pones rostro a los desheredados para confabularte con ellos en busca de sus razones existenciales que no precisan de más explicación. Una casa como nido de fracasos vestida de disimulados triunfos en un intento final de filtrar decepciones. Más de uno, más de muchos, deberían plantearse viendo sus propios entresuelos si la escalera que han ido ascendiendo merece la pena. Posiblemente, en un nuevo intento de autoengaño, pensarán que sí, que todo el que la encofra lo hace para lograr el mismo fin. Se equivocan como se equivoca el patrón protagonista, el padre decepcionado, el marido insatisfecho, el político vapuleado. Todos en un mismo papel que la vida saca a la luz como si la vida misma se negase a velar el sueño de unos espíritus que revolotean como conciencias de lesas actuaciones. Mirad a vuestro alrededor y veréis qué cantidad de Estebanes Rueda aparecen sin que ni siquiera ellos mismos sepan reconocerse o quieran equipararse con él. Una novela, sin duda, de varias lecturas, para que cada quien valore por qué caminos discurre su vida. Quizás entonces, cuando vea el precio a pagar, decida cambiar de papel o en el peor de los casos alcanzar su final revestido de decepciones.  

viernes, 10 de noviembre de 2017


La codicia



No creo que figure entre la lista de los pecados capitales. No, no creo. Y como no pienso repasarlos porque no espero la extremaunción a corto plazo, tampoco me voy a enfrascar en resolver la duda. Pero por si acaso no está en dicha lista, me atrevo a incluirla por si a alguien se le ocurre reflexionar sobre el tema. La codicia, la máxima expresión de la avaricia, del acaparamiento. Es esa especie de cualidad que atesoran los insaciables a la hora de acumular bienes y más bienes. Como si temiesen perecer en la más absoluta de las miserias se pasan la vida echando mano de todo aquello que haciéndoles falta o no les suele resultar vital. Esos seres usureros que a nada le hacen ascos si de lo que se trata es de apropiarse de lo que otros no osarían tomar son los máximos exponentes de la codicia. Yo creo que lo hacen porque se empeñan en emprender una carrera al sprint pensando que otros harían lo mismo que ellos y por tanto han de llegar los primeros. Execrables maestros del engaño, de las medias verdades, del tahurismo. Recelosos de quienes miran de frente por serles ajenas esas cualidades de sinceridad que desconocen, o peor aún, repudian. Seres incompletos a los que ni las sombras quieren por compañeros de viajes al temer ser expropiadas al menor descuido. Ni saben ni entienden de cordialidades si en ellas  vislumbran balances negativos. Harán fintas a las preguntas que les dirijan si son lanzadas buscando explicaciones claras y no truculentas. Se mueven entre el tarquín por ser el lecho preferido el de los detritos que tanto esparcen mientras tapan sus pituitarias. Piensan que donde otros perecerán ellos saldrán a flote y sus miserables éxitos los tomarán como refrendo de sus actuaciones. Miserables que serán rehuidos por aquellos que físicamente les tienen próximos y no se fían de ellos. No podrán quitarse de encima la acreditación que tan a pulso se han ido ganando y cuando comprueben que sus enseñanzas se perpetúan ignorarán que están encuadernadas con el vacío. Tendrán sin ser y rumiarán su fracaso con la falsa sonrisa que nadie cree. Dignos de lástima, vagarán entre soledades hasta el fin de sus días. Nadie los echará de menos y en el mejor de los casos nadie se atreverá a dar por bueno su epitafio. Vivieron para la codicia y en ella misma tendrán su sudario. Serán, sin duda, los más ricos del cementerio y los más repudiados del infierno. Entonces quizás alguien de los que les sobreviva se preguntará si  no es excesivo el precio sin recordar siquiera lo excesivos que fueron los actos por los que ahora purga.

jueves, 9 de noviembre de 2017


La cena secreta



El título ya de por sí llama la atención, y la firma de Javier Sierra, más aún. Un autor acostumbrado a llevarnos por los vericuetos del misterio casi siempre en entornos medievales no se aparta un ápice de su línea. En esta ocasión el mismo periodo de elaboración de “La última cena” de Leonardo da Vinci desplaza un poco más el contexto hacia el Renacimiento italiano. El trasiego entre poderes pontificios y noblelescos da pie a una serie de artimañas encaminadas a encontrar en el cuadro indicios de herejía. Un padre dominico se encarga de pormenorizar en los trazos del maestro para ver si encuentra en él motivos de condena crematoria tras juicios sumarísimos. De modo que empiezan a entrar y salir personajes que te llevan del dogmatismo oficial a la demoníaca abjuración de los principios cristianos. Un viaje incesante entre los pinceles debajo de los cuales hemos de presenciar rostros apostólicos sacados de los monjes o nobles más cercanos. Como si algún mensaje oculto me quisiera enviar el destino, de nuevo, los cátaros se adhieren a mi piel y empiezan a ser algo empalagosos. Cada vez que surge de las  sombras en temido exterminador pareciera que un nuevo trazo de la pintura ha provocado su venida. A todo ello habrá que añadir la escritura en espejo tras la que descifrar unos versos, cuyas iniciales conforman la revelación final. Hace páginas que he perdido el hilo argumental y lo que es peor, la tibieza me acompaña sin lograr sacarme del letargo. Como prueba de resistencia me niego a abandonar dicha lectura, y nada, sigue sin resultarme atractiva. Como si de una cena navideña en la que se ha dejado de discutir el supuesto desentrañado de las claves sigue a su aire. Miras las páginas que restan y ansías que al menos el postre sea el que deje un regusto agradable; y nada, más de lo mismo. Buenos que se reafirman y malos que se reconvierten. Pareciera que ha llegado la hora de los aguinaldos y no es plan de seguir enfadado. Entonces, como prueba definitiva, como si alguien hubiese decidido hacerse un hueco entre las letras, el triplete de páginas en las que se ensalzan las virtudes de Torrevieja. Sí, ya sé, yo también me sigo preguntando si ese no es el precio estipulado por haber sido finalista de unos premios convocados por dicha ciudad. Lo ideal entonces será echar mano de unos chupitos digestivos para que la cena en cuestión no nos provoque una gastritis. De cualquier forma, si vuelvo a encontrarme con alguna copia del famoso cuadro no resistiré la tentación de preguntarme si se trataba de una despedida de soltero y si pagaron a partes igual semejante ágape. Lo de leer entre pinceladas mensajes antiinquisitoriales, si acaso, para la siguiente reunión, que imagino que será en el más allá y con un poco de suerte estaré invitado.  

miércoles, 8 de noviembre de 2017


En defensa propia y ajena



Se nota nada más comenzar el recitado su naturaleza satírica. En un compendio de veintisiete poemas, las chanzas, las burlas, las puyas, se abren paso hacia aquellos que suelen merecerlas aun sin saber que le son dedicadas. A modo y manera de los clásicos barroquianos los sonetos y las décimas se van sucediendo como dardos en busca de dianas a las que zaherir con el menor derramamiento de sangre posible. Poemas que necesitan de una segunda y quizás tercera lectura para limar la capa superficial que nos impide adentrarnos en las metáforas que le dan sentido. Un desahogo supremo en el que el autor busca, y quién sabe si consigue, que más de una testuz agache la mirada avergonzado o  reconduzca conductas que le llevaron a ser merecedor de tales galardones. Desde la mera observación de los perfiles suelen trazarse las líneas definitorias del ser. Y aunque no siempre sea el resultado aquel que el posador insospechado soñaría tener, la casulla que le reviste le otorga el galardón merecido. Cornudos que no sospechan serlo; traidores que se sienten a salvo desde sus atalayas; soberbios a los que los humos no les permiten empaparse de realidades; exégetas de las letras que se sobrevaloran destrozando versos. Todos y todas tienen cabida y más de un lector podrá ponerle sello de autenticidad a nada que lo intente. No quedará a salvo ni él mismo en cuanto descubra en su mismo reflejo alguna de las verdades ocultas que el verso destapa. La risa tornará en rictus si acaba concluyendo en una reflexión de vida que en nada quiso ver como real y que sin embargo las voces calladas de los cercanos saben cierta. En esta ocasión, no hubo cortapisas ni celos por velar lo que la pluma ansiaba libre. La pregunta surgirá nada más acabar la lectura y el propio autor dejará que cada cual se la responda. Un juicio sumarísimo en contra de la estupidez que tantas y tantas veces se adueña de los púlpitos y se hace fuerte en los tronos por muy carcomidos que se sepan. Quiero pensar que logró sobrevivir a la Inquisición en los tiempos en los que ese tribunal supremo proponía demostrar inocencias partiendo de una base de culpabilidades. Subió al estrado y buscó como defensa propia y ajena el mayor de los alegatos posibles, el de la Libertad. Consuelo para desvalidos y fusta para prepotentes. Yo de vosotros, le echaría un vistazo, y luego, juzgaría la sentencia. 

martes, 7 de noviembre de 2017


La escoba robótica



Llegó, inevitablemente, llegó. Con un aspecto de galleta triple equis, una lucecita azul intimidatoria y un zumbido torturador, ha llegado. Y sospecho que ya no habrá vuelta atrás. Ha elegido  como suyo uno de los enchufes de la habitación más soleada y allí ha instalado su zona de repostaje. La dueña, se ha hecho la dueña. Exige a las buenas que las puertas queden abiertas para así poder transitar a sus anchas y redondeadas formas según le plazca. Ha tardado menos de lo imaginable en orientarse por los rincones y sabe de memoria dónde está dispuesto cada obstáculo que logra salvar sin inmutarse. Si por un casual se te ocurre mantener los pies sobre su trayectoria corres el  riesgo de ser barrido del piso sin posibilidad de vuelta atrás. Ama y señora que se ha instalado a modo de okupa y que empieza a sembrar dudas sobre mil cuestiones. Por un momento la sombra de Isaac Asimov ha venido a turbar mi tranquilidad. Probablemente empiecen a aparecer clones de dicha escoba y pidan hueco y asilo en mi misma casa. Lo más normal será que empiecen a exigir mi cotización en su nombre para garantizarse un retiro adecuado y de que me quiera dar cuenta, vacaciones pagadas, días de descanso semanales, afiliaciones sindicales….Un no vivir me espera, sin duda. Y mientras, como olvidadas en un rincón, las hasta ayer compañeras de paseo en busca de las pelufas, rumiando su abandono. Colgadas del mango esperando acontecimientos y sintiendo cierta envidia hacia la recién llegada. Le ganan en perspectiva al saber que la nueva no podrá alzar la vista más allá de los diez centímetros y de momento sonríen victoriosas sin saber qué camino seguir. Se saben más cómplices porque el movimiento pendular precisaba de una simbiosis con nuestras yemas que a partir de ahora adolecerán de callos. Quizá no recuerden cómo ellas mismas ignoraron las palmas que sus predecesoras prendían y no sean conscientes del paso del tiempo. Oyen rumores de expansiones y tapan sus oídos para no incrementar sus desazones. Inútil esfuerzo, por más que lo ignoren. Una batalla más acaban de ganar aquellos que ofrecen comodidad a base de pérdidas de sentir. Creo que lo mejor será plantearle a la nueva inquilina una serie de pruebas para ver su capacidad de aguante. Empezaré cerrando puertas y si no consigue volverse loca de tanto girar por el mismo habitáculo le daré la oportunidad de seguir con mi compañía. Eso sí, de la cofia y del delantal, no se libra, haga lo que haga. Del zumbido ya me encargaré más adelante.

lunes, 6 de noviembre de 2017


Cyrano

Sabía a lo que iba y sabía que no saldría defraudado. Unidos el verso y la escena sobre la alfombra del clasicismo romántico de esta obra, la puesta no podía fallar, y no falló. Allí apareció el personaje bajo la piel de quien tantas sesiones televisivas nos ofrece y logró que en ningún momento estas hicieran acto de presencia. No, no era posible la mezcla, y no lo fue. El mosquetero imbuido de rimas guardaba bajo tu tahalí de sentimientos la vaga esperanza de ser amado por la musa que amaba a las letras. Nada nuevo que añadir a estos vaivenes amorosos que por inmemoriales se perpetúan. Nada excepto la más que crediticia actuación de aquellos que entraban y salían de los escenarios como si los mismos escenarios pugnasen por arropar semejante argumento. Una delicia entre la que se mezclaba la ironía a modo de intermedio ante el dolor que el desamor supone. Duelos mosqueteros a la busca de lavar honores y entre todos ellos la intrínseca pena de quien sabe que jamás podrá lograr lo que tanto ansía. Puestas en valor de los valores atemporales entre los que destacaba el fin último como revelación de secreto celosamente guardado por Cyrano. Actos entre los que se vislumbraba el poder de la palabra como imán de dos mundos tan físicamente opuestos como amorosamente unidos sin saberlo. Una Rosana que dejaba pasar el tiempo entre los lutos del duelo confiada en un futuro que sonaba a pasado. Un resignado espadachín que mantenía a raya cualquier atisbo de afloramiento de sus vergüenzas hasta que la muerte logra liberarlo de tan pesada carga. Y frente a todos ellos, las emociones surcando rostros en un tercer acto sublime. La caída de las hojas a modo de metáfora cubriendo el suelo de pesares irreductibles e insalvables. Una perfecta dicción que no dejaba paso ni al más mínimo de los reposos para no privarnos de semejante representación. Pasaron las horas y el regusto a gozo semejaba ser un poso de café expedido por la máquina de la grandeza. Pasaron las horas y la comunidad amante del teatro tuvo la oportunidad de reafirmarse una vez más en sus creencias. Sé que resultará complicado volver a sintonizar los canales televisivos y ante su presencia no ver a aquellos amantes que lograron dar vida una vez más a un magnífico Cyrano que tan buen sabor de boca logró dejarnos ¡Quién sabe si la llovizna previa quiso advertirnos y nosotros nos dejamos arrastrar! Acudid y comprobadlo si el buen teatro os cautiva.   

viernes, 3 de noviembre de 2017


Presos políticos o políticos presos



Supongamos que los que somos padres, llevados por el amor infinito hacia nuestros retoños, les mimamos, consentimos y avalamos sus actos a lo largo de su crecimiento. Supongamos que la norma es tan laxa que permitimos que sean ellos quienes nos eduquen y guíen bajo la bandera del buen rollo y el coleguismo en nuestra casa. Supongamos que se nos van haciendo mayores y sus niveles de exigencias son cada vez mayores y en aras de seguir fieles a nuestros principios paternos damos cumplida cuenta a todos ellos. Supongamos que llega un día en el que nuestros retoños, aquellos inocentes brotes de nuestra sangre, deciden emanciparse de nosotros por considerar obsoleta la convivencia. Supongamos que les intentamos hacer recapacitar, les mostramos los inacabables álbumes de fotos acumulados a lo largo de generaciones, y no conseguimos que se sientan como nosotros, ¿qué nos queda? ¿Amenazarles con normas que no conocen ni aceptan? ¿Dejar que los tíos y familiares cercanos les hagan entrar en razón? ¿Acudir a los profesores, a los que posiblemente en alguna ocasión hayas desautorizado, para que actúen en consecuencia? Nada. No habrá posibilidad alguna de desandar lo andado. De poco servirán los arrepentimientos y  el mero hecho de reconocer nuestro error será suficiente penitencia. Purgaremos nuestra indolencia, nuestros vaivenes de valores, nuestra inacción. Será el momento de reconvenirles a las buenas o a las malas su errada actitud y en el peor de los casos, ir por las bravas. Miraremos a su alrededor y veremos que no están solos, que miles como ellos han mamado de los mismos credos y no habrá vuelta atrás. Y si la hay será tan doliente que nosotros mismos dudaremos de su efectividad. Si hemos desviado la vista para no corroborar la evidencia observaremos que han emprendido un camino equivocado para nosotros pero fidedigno para ellos. Y entonces, como único consuelo nos quedará la pregunta en el aire que dará miedo respondernos ¿Y si llevan razón y los planteamientos suyos carentes de forma acierta en el fondo?  Seremos de nuevo la cruz veletera que no sabrá distinguir de dónde viene el viento y lo que es peor, hacia dónde va. Probablemente nos intentemos aferrar al catecismo de la letra impresa y volveremos a cometer el mismo error, una y otro vez. Eludimos la educación en base al consentimiento y ahora ni siquiera somos conscientes de lo que somos, presos políticos de nuestra inamovible doctrina o políticos presos de nuestros propios renuncios. El único consuelo será ver el traje de rayas imaginario en el resto de quienes actuaron igual y no osar siquiera a verlo en el terno de lujo de quienes deberían llevarlo y aún no les ha tomado medidas el sastre.

jueves, 2 de noviembre de 2017


WhatsApp



La cuestión comenzó como una especie de broma ala que apuntarse para pertenecer al grupo de los snobs más instruidos. Bajo la falsa creencia de la gratuidad que la aplicación ofrece de modo tentador se levantaba el telón de una permanente conexión con alguien a quien tu vida pudiese interesar y viceversa. O no, nunca se sabrá de modo cierto. Así que tras la  pantalla un mundo nuevo por descubrir salía a la luz y tras él las mil fluctuaciones de la  irrealidad más real que pudiera imaginarse. Besos que no saben, flores que no huelen, risas que no se escuchan, abrazos que no se sienten….todo, todo, para forjar una creencia no siempre creíble, pero sí creída. Y la cosa fue evolucionando como suelen hacerlo las novedades; hacia el desparrame, hacia los grupos. Y aquí, en los grupos, el vértigo sí que campó y campa a sus anchas. Que si el familiar, que si el familiar restringido, que si el de los amigos, que si el de los amigos más íntimos, que si el de los colegas de trabajo…lo dicho, un desparrame. Es prácticamente imposible mantener en ellos un hilo conductor. Lo más probable es que alguno de los miembros decida lanzar el anzuelo de la disconformidad y entonces se arma la mundial. O basta con que entre miembros se saquen a la luz disputas de a dos para que el combate cibernético adquiera tintes épicos de lucha sin cuartel. Puede que las heridas no cicatricen o puede que se limen las llagas a la más mínima oportunidad; es igual. La cuestión será permanecer alerta ante cualquier tintineo que marque el inicio de alguna nueva disputa. Tras los focos de la no intervención los habrá que permanezcan en silencio a ver qué pasa. Los habrá que tomarán partido para encender más aún las disputas. Emergerán de las sombras  los videos, las fotos, los memes y todo un arsenal encaminado a curar o lacerar aún más. Todo o casi todo estará permitido y los llamados moderadores se verán envueltos en el duro trance de tener que poner orden, o dejar que el tema fluya. El caso es hacerte leer  y quizás leer a otros. Para facilitar las tareas, la misma plataforma te dejará frases hechas para que no tengas que seguir absorto ante el teclado y lo que tengas que decir sea dicho a la mayor brevedad. Puede que seas añadido a un grupo sin haberlo solicitado y una lluvia de bienvenidas te empapará la piel sintiéndote uno más. Pero como todo en esta vida, el peligro de la equivocación no será ajeno al teclear errado. Puede que aquello que tenías como destino acabe en un destino diferente y entonces las consecuencias serán imprevisibles. No hay más que  ver cómo escaños electos han sido movidos por errores de dirección. Y entonces será cuando la actitud sibilina pedirá paso, y la tentación aparecerá para remover las tranquilidades.  Sólo tendrás que intercambiar el nombre de los grupos y esperar acontecimientos. Sí, ya sé que resultará al menos peligroso ¡pero qué vida más simple y gris si no la teñimos de vez en cuando! ¿no os parece? Ahí lo dejo y quien quiera que compre la idea; de las consecuencias futuras, sólo el destino sabe la respuesta.