miércoles, 31 de enero de 2018


Parabrisas



Lo que debería ser una ventana abierta para encontrar la normalidad en el tránsito empieza a parecer un escaparate multicolor. En el costado derecho empezamos a colgar las primeras pegatinas de la i.t.v. que garantizaban a los curiosos la idoneidad de tu vehículo y la cosa ha ido en aumento. Algunas se resistieron a ceder su puesto y se adhirieron de tal modo que la imposibilidad de despegue sigue de manifiesto. De hecho he decidido guardar como reliquias  las de los años impares y lanzar al destierro las de los pares. Un damero ajedrecístico sobre  el que fijar la vista y entretenerse cuando las condiciones lo permiten. Un atasco, un semáforo, una recta interminable. Todo se presta a recordar la buena o precaria salud del vehículo que logró pasar el examen a la espera  de un futuro desguace. Por algún sitio de la guantera sobreviven los llaveros regalados y algún paquete de pañuelos de papel amarillento. Se han hecho ocupas de un espacio y no es plan de desahuciarlos después de tanto tiempo. No molestan y solamente se manifiestan ante los cercanos custodios de la ley. Son discretos y nada piden. Sin embargo, centímetros más arriba el caos se desata y la franja empieza a tener aspecto de superpoblación. De modo que no sé exactamente dónde ubicaré la que está a punto de ser obligatoria. Una pegatina colorida que hablará del tipo de contaminante que es el coche en cuestión. Ahora mismo no sé si será azul, amarilla, verde, roja, morada. Tampoco es que me quite el sueño. Lo más preocupante es buscarle ubicación cuando  llegue el momento. Puede que si nadie lo remedia me acabe convirtiendo en un mal imitador de aquel Renault ocho  que pilotaba Bernardo. No le cabían más pegatinas de discoteca en la luna trasera y ellas hablaban por sí solas del tipo  que era y sigue siendo. Una secuencia antecesora del gps oliendo a cubalibres de jota be que acompañaban al petardeo de aquel tubo de escape  imitador de  Zanini a su paso. Nunca tuvo problemas para verificar la calidad de su octanaje. Sabía que una vez concluido el fin de semana las acacias y los abetos purificarían lo que supuestamente había contaminado. Así que me hallo nadando en un mar de dudas y en un océano de desconsuelo. No sé cómo se tomarán el puzle que configure cuando vean que además de las pegatinas preceptivas  he añadido los posavasos de los pubs menos recomendables que encuentre. No soy fan de las discotecas y creo que ya ni siquiera regalan adhesivos. Mal camino llevamos, sin duda.  

martes, 30 de enero de 2018


Mono


Siempre ha sido una palabra de lo más variopinta, reutilizable, acomodaticia. Ha servido para designar al primate antecesor nuestro y precursor de la inteligencia que se supone que nos viste. Ha actuado como paterner de un Tarzán arborícola matacocodrilos y jinete de elefantes. Ha dado rienda suelta a la alegría en el circo ante la atenta mirada de los niños que le hacían muecas imitatorias para disimular su temor. Ha llegado a ser protagonista de películas futuristas en las que  Charlton Heston se daba por vencido ante la hecatombe imprevisible. Incluso ha llegado a ser un astronauta llamado Albert que marcó el camino a los que le siguieron.  Aizkolari de osamentas en una odisea que se supuso anterior en el tiempo. En resumen, mil y unas capacidades le avalan y como tal se fueron ganando el respeto generación tras generación. Si nos decantamos por el lado lúdico, ha dado imagen al silencio, a la sordera y a la ceguera en un intento de no dar pie a controversias testimoniales. Incluso ha sido la carátula de una botella de anís que tantos sonidos cristalinos arrancase en las noches navideñas. De nada le ha servido tanto esfuerzo y fecundidad, de nada. Todo aquel respeto que se le suponía se ha venido abajo al salir a la luz su novedoso papel como yonki de anhídridos. Parece ser que alguien sugirió la posibilidad de someterlos a unas cámaras de gas combustible para comprobar el efecto letal de los monóxidos en las vías respiratorias de dichos primates. Sin la más mínima permisibilidad les han ido sometiendo a unas sesiones opiáceas en las que los inocentes animales degustaron lo que ni sospechaban ni querían. Humos incesantes en busca de respuestas bronquíticas sobre las que ajustar catalizadores y evitar sanciones. Y allí, ellos, silenciosamente sumergidos en esas nubes tóxicas sin probabilidad de escape posible. Quizás en algún momento lanzaron miradas de envidia hacia los monos que vestían los operarios y llegaron a pensar lo cruel que había resultado la polisemia para ellos. Probablemente más de uno fuese sometido a sesiones de abstinencia para comprobar hasta qué punto el mono lo soportaba el mono. No sé, ni quiero planteármelo. Lo que sí queda en evidencia es el nivel de crueldad al que puede llegar el llamado homo sapiens al intentar conseguir resultados al precio que sea. Sin duda habría que revisar la nomenclatura y declarar al homo, mono. Igual resultaba más rentable someter a estos verdugos a semejantes pruebas y que luego rellenasen un cuestionario mientras tosían descompuestos. Tanta tecnología para acabar en el mismo nivel de barbarie de siempre. Lo peor de todo será escuchar cuando estrenemos uno de esos coches testeados a alguien que nos diga que es  “muy mono” el modelo elegido. Darán ganas de asirse a una liana y salir pitando.

lunes, 29 de enero de 2018


Calcetines

Lo bueno que tienen las modas es que siempre ponen de moda aquello que no creía pertenecer a la moda. Reciclan sin permiso tendencias y de que te quieres dar cuenta empiezas a vestir como tu padre o como tu abuelo. Y tú sin enterarte. Observas los escaparates y algo te suena a ya visto. Echas la vista atrás y recuerdas aquellas gafas de pasta protectoras del sol que se exhiben como si nada ante tus ojos sorprendidos. Vagas unos pasos más y el chaleco renacido te retrotrae a la foto en blanco y negro. Abotonado, protector de la camisa con dobladillo en las mangas, allí renace. Y el cuello liberado de las corbatas acaba siendo sometido por las pajaritas como muestra de vigencia cool. La moda manda y un cierto regusto renacentista se palpa desde las aceras. Entonces, como si el destino te hubiese reservado ese momento, allí están, esperándote, llamando tu atención, los calcetines. Hace tanto tiempo que se rebelaron a morar con hábitos insulsos, que su hora ha llegado. El gris, el negro, el azul marino, todos uniformes en la medianía de la ignorancia hacia los pies, han visto pasar ante tus punteras y talones la renovación. Atrás quedaron las sutilezas de la seriedad y el desparrame colorista calza tus empeines y tobillos. Han compartido la solidaridad con la mengua en las longitudes de los pantalones y exhibicionistas se han lanzado a  reclamar su sitio. En un tiempo en el que todo el mundo camina cabizbajo no es de extrañar que el horizonte de la vista haya caído hacia la línea que franquean los pasos. Allí, ellos, los calcetines, hasta hace nada ninguneados, son los protagonistas. Coloristas,  provocadores, embajadores de un modo de ser y de manifestarse hablan por sí solos y nadie es inmune a su mensaje. Los osados los admiran y los tímidos los envidian. Unos saben que les están esperando y otros saben que la lucha interna por decantarse o no a portarlos se dirimirá en el peor de los cuadriláteros posibles. La vergüenza pugna y será cotoso derrotarla. Se ha interiorizado de tal modo que cualquier atisbo de perderla  recibirá la crítica más severa que nacerá de uno mismo. Craso error. Si nadie se atreve a caminar bajo la complicidad de los diseños rompedores, su tránsito será tan triste como triste será su vida. Da igual si acaban siendo agujereados o si alguna  goma cede y terminan caídos. Lo esencial será comprobar cómo la osadía ha salido victoriosa y la provocación ha roto esquemas que se creían imbatibles. Doy por válido este tiempo de espera anticipatoria al comprobar que por fin la seriedad ha emigrado del reino de los juanetes. Adelante, atreveos. Veréis como a partir de entonces vuestros pasos serán disfrutarán de una sucesión continua de optimismo. Y si acaso alguien os mira con desdén, regladle un par; está claro que lo necesita con urgencia, por mucho que lo nieguen.   

domingo, 28 de enero de 2018


Salir a pasear bajo la lluvia


Como si un arrebato ancestral despertase a la urgencia decidí salir a pasear. Las condiciones eran las idóneas. Llovía con cierta intensidad, el viento era lo suficientemente frío y el pavimento resbalaba traicionero. Perfecto, todo perfecto. El paraguas kilométrico anunciaba un inmediato resquebrajamiento y las hojas alfombraban las aceras como si de un tapiz procesionario se tratase. Me calcé los auriculares a la espera de alguna charla radiofónica amena que me acompañase y decidido a completar los diez mil pasos comencé la ruta. Los pasos cortos me aseguraban la estabilidad desestabilizada por las ráfagas ventosas y sentí la carencia de un número impar de manos que pudieran auxiliarme en tan disparatadas circunstancias. Arreciaba la lluvia y traicioneramente se me colaba por la nuca ese canalón perfecto que buscaba la rabadilla. Apreté el paso creyendo que con ello lograría desanimar al aguacero y volví a sentirme derrotado. No había otra opción que no fuese asumir con cierta dignidad mi fracaso. Uno más. Y de pronto, como queriendo mostrarse magnánima, apareció. Ocupaba la cara sur que la dualidad del operario le había asignado y allí estaba. Su gemela había desaparecido y la sensación de orfandad brillaba a través de las teclas tanto tiempo en desuso. Colgaba su silencio desde la empuñadura rojiza que semejaba sangre de batallas acaecidas. El cajetín adolecía del eco tintineante de las monedas de ayer y la ranura del crédito permanecía intacta. Paré con disimulo bajo el alero de una farmacia y la miré fijamente. Por un momento sentí deseos de buscar en el monedero para ver de qué modo podía rescatarla de la ignorancia. Volvían a faltarme manos y tuvo que ser el cuello quien se ofreciese voluntario a sujetar las varillas húmedas que mal impedían el goteo. No pude resistirme. Introduje las monedas perdidas y marqué al azar. Uno, dos, tres, cuatro y cinco fueron los toques que regresaban al auricular ensangrentado de aquel espray. Por fin, a punto de colgar, una voz respondió desde el otro lado. No supe qué decir. Se le adivinaban unas cuerdas vocales tan poco acostumbradas a la charla que por un momento pensé en mentir. Pregunté por un nombre al azar y al  recibir un “se ha equivocado”  por respuesta supe que había cumplido y dejé que el silencio pusiera fin a un nuevo final de los que tantos acumulaba. Dentro del impermeable, protegido del aguacero, otro teclado me miraba absorto sin saber qué decisión me había llevado a actuar así. Cualquier día de estos, cuando vuelva a llover, se lo explicaré.      

viernes, 26 de enero de 2018


Las bicicletas no tienen marcha atrás



Creo recordar que fue un triciclo del que apenas tengo impresa la imagen el primer vehículo sobre el que empecé a notar cómo el movimiento se acompasaba a mis pies sin tocar suelo. Me desplazaba de aquí para allá en una incesante búsqueda de rutas imaginarias. Raras veces probé pedalear hacia atrás; suponía un esfuerzo absurdo y un riesgo innecesario. Como mínimo podrías tropezar contra algo mucho más fuerte y partirte la crisma. Por eso no puedo afirmar o negar si tuve habilidad en ir contracorriente. Lo más probable será que aquella bicicleta con ruedas supletorias, de color azul, de piñón fijo, tampoco me administrase los conocimientos imprescindibles sobre el retroceso sin bajarse del sillín. A ella le siguieron tres más y nada, ninguna ha sido capaz de enseñarme a retroceder. Como mucho fueron y son condescendientes al permitirme girar en un arco suficientemente grande para dar la vuelta. Y todos sabemos que cualquier camino de vuelta siempre es distinto al de ida por muy similar que parezca. Si ya lo pasaste quedó pasado y el nuevo no será ni de lejos el mismo. De modo que parece que ese lema se me adhirió y nunca ha dejado de ser parte de mi existencia. Ciclos que pasaron forman parte de un recuerdo más o menos asentado, más o menos recordado, en absoluto añorado. Nada me provoca más tristeza que ver amarrado un barco a puerto sin querer ver el orificio oxidado que luce su casco. Sabe que si la más mínima travesía le saliese a retar, el naufragio quedaría como sello definitivo de lo que fue y ya hace tiempo dejó de ser. No, no tiene ni siquiera la posibilidad de colocarse un piñón fijo que le enseñe a llevar el timón hacia atrás. El salitre ha oxidado las fisuras y las amarras pesan más de lo que imagina. Ve pasar por la escollera a los pedaleantes cargados de ilusiones en busca de horizontes abiertos y siente envidia. Inmóvil, cargado de fantasías, moribundo. Con un poco de suerte alguien le prestará atención y trazará sobre su quilla el pentagrama de una habanera que languidecerá sin remedio. Pronto será llevado a la atarazana desguazadora en la que nadie será capaz de remediar su estado. Mientras tanto, a la espera de ese momento queda.  Sabe que en el fondo le habría gustado ser lo que no es. Quizás una bicicleta capaz de lanzarse a cruzar  los caminos abiertos en tierra firme. Acaba de descubrir que las bicicletas no tienen marcha atrás. Desde luego la mía no  y a estas alturas tampoco se lo voy a pedir. Me da pereza y ya sé que cuando se está más cerca de la línea de meta que de la de salida, todo importa mucho menos.

jueves, 25 de enero de 2018


Tres anuncios en las afueras



Había que ir y seguir los consejos de quienes la habían visto ya. Digo visto y creo que lo correcto sería decir disfrutado. Una película a ritmo pausado en la que las circunstancias generadoras de las más internas emociones de venganza se van decantando hacia el matraz menos esperado de la trama. Una sucesión de silencios explosivos en los que salen a la luz reproches guardados a la espera de su oportunidad. Un uso correcto del medio plano como si se quisiera respetar la intimidad de los protagonistas. No, no se debe avanzar hacia el abrazo si no se es invitado y así es como se muestran desde la dureza de la existencia. Respuestas imprevistas que desde la butaca arrancan aplausos, risas, solidaridades, y que en un momento determinado se ven sometidas a un cambio brusco del timón argumental que te deja sin posible reacción. Parece como si el arrepentimiento a la suposición se adueñase de ti y en la semioscuridad de la sala se escondiese el rubor de tus mejillas al reconocer tu error. Un canto a la esperanza de encontrar en lo más profundo de nuestro yo ese recodo de bondad que tantas capas de hormigón va acumulando a lo largo de la vida y a lo ancho de las circunstancias. Un ambiente sofocante que se va atenuando a medida que transcurren las casi dos horas de duración. Cómplices de un final que queda plasmado como muestra de un sentir que tantas veces hacemos nuestro cuando la visceralidad queda arrinconada. Id, ida verla. Comprobaréis cómo la narración fílmica supera lo habitualmente conocido y si sois medianamente sensibles guardaréis un grato recuerdo hasta la noche de entrega de las estatuillas. Frances McDormand ganará la suya a mejor actriz principal. Sam Rockwell conseguirá la suya como mejor actor secundario. Ya lo aviso. Y si este vaticinio no se cumple, algo estará fallando en el jurado de los premios. Posiblemente, si este final que anticipo en la entrega de los óscar no se cumple, os entren ganas de buscar en cualquier carretera secundaria próxima a vuestro entorno tres paneles publicitarios en desuso. Y en caso de que estén ocupados, colocaréis sobre ellos tres rótulos sucesivos sobre fondo rojo con la inscripción oportuna. Que cada cual vaya eligiendo los tres lemas aunque no creo que sea necesaria semejante acción. La película merece mucho la pena y como tal será reconocida.    

miércoles, 24 de enero de 2018




Jura de bandera



Menudos tiempos aquellos. Había que ponerse de bonito, desfilar al son de cornetas y tambores, respirar aires marciales y besar con el alma encogida la bandera. Una bandera por la que daríamos la vida (¿?) si fuera necesario sin meditar las intenciones que nos llevaran a ello. Uno, dos, uno, dos, izquierda, izquierda, izquierda, derecha izquierda. ¡Qué tiempos! ¡Qué emociones derramadas al compás del calimocho! ¡Qué sentimientos de camaradería a plazo fijo de reemplazo! ¡Qué bravura vestida de verde oliva coronada con una boina! De modo que aquellos tiempos que a algunos les parecerán prehistóricos, mira por donde, acaban de tener un remake danés que nadie esperaba. Un “cabo cuartel” con más pinta de no saber marcar el paso que otra cosa, ha conseguido una bandera en el bazar de la esquina y se ha convertido en abanderado de una nueva jura de bandera en plan graciosillo. Y con ser esto lamentable, más lamentable parece el hecho de darle cobertura a semejante chorrada. ¿Qué se pretendía?: ¿Ridiculizar al electo huido? ¿Demostrar sus temores ante los demás? ¿Conseguir el aplauso de la tropa de a pie? Menuda imagen. Imagino que desde el mostrador la expendedora de galletas de mantequilla habrá girado la vista para no sr testigo de semejante bochorno. Vale, objetivo cumplido, sin saber cuál era. ¿Ahora qué falta?: ¿Otro espontáneo con una montera que le pida “amablemente” que se la ponga y brinde al tendido del siete? ¿Un cofrade que le lleve el capirote y le dé el número de costalero que le han asignado? ¿Un fallero que le cuelgue el atuendo y lo arrastre hasta la Ofrenda? No es por dar ideas, pero si se busca convertir a la fe de la mayoría a quien solo entiende de una mayoría minoritaria para el resto, el camino no es el adecuado. Y mal hará prestándose a ser el hazmerreir si piensa que con ello se ganará el respeto de los demás. Nuevamente el lema tarradellense sale a la luz y reivindica que un político puede hacer de todo menos el ridículo. La imagen, en estos tiempos de imágenes, vale muchísimo más que cien discursos. Ganar prestigio cuesta tanto tiempo como escaso tiempo cuesta perderlo. Sea como sea, lo que sí debería plantearse, es si merece la pena como precio a pagar. Yo, que simplemente me permito observar desde la andana del once, me parece que para esta corrida, mejor sacar al sobrero. Y si se trata de jurar bandera, te guste o no te guste, el patio de armas es el lugar indicado. De las tejas y mantillas ya se encargarán los asistentes y del himno, la banda de música. Que vuelen o no palomas, es opcional.

martes, 23 de enero de 2018


Toni Pons, el hipnotizador


Reconozcámoslo, cada vez que aparece ante nosotros un hipnotizador desconfiamos. O creemos que está compinchado con el público o que no será capaz de hacernos caer en sus artes por más que lo intente. Así que llega el día en el que la sorpresa llega como sobremesa festiva y allá que te presentas a ver su espectáculo. Bueno, tú y toda una legión de seguidores con las mismas interrogantes que tú a la espera de ser resueltas. No es que tengas el cuerpo como para someterte a ser conejo de indias pero aún así te acomodas y dejas que los minutos transcurran. Piensas que ante ti se ha presentado el calvo de la lotería y sin duda traerá la suerte en forma de sorpresa a la agnosis que te recubre. Y empieza el espectáculo. Y con él empiezas a sentir que más de un centenar de voluntarios fusionan sus palmas sin ser capaces de despegarlas sin motivo racional alguno. Algo pasa y estás siendo testigo del poder de la sugestión que Toni Pons dirige. Poco a poco la sorpresa va creciendo y dejando de lado la chabacanería propicia en tales eventos y que se negó antes de empezar la función. Aquellos que siguen siendo partícipes de la puesta en escena se convierten sin darse cuenta en colaboradores absortos de la batuta de este genio. Unos ríen, otros tiritan, otros sudan, todos nos sorprendemos. Miramos a nuestro alrededor para comprobar si somos los únicos sorprendidos y la respuesta es no. Un coro silencioso aplaudiendo una y otra vez de   no deja lugar a la duda por más que la duda del cómo siga paseándose a sus anchas. Nada de atuendos pseudoesotéricos que hagan ver lo que no se ve. Un tipo normal que podría ser uno más de los que allí estamos ejerciendo de sus dones para sumirnos en el asombro. Y como remate final, si es que aún se necesitasen más pruebas, la alfombra tejido con vidrios rotos ofreciéndose a un pase propio con los pies descalzos. Él, que minutos antes ha traspasado brazos con agujas sin causar dolor alguno, ahora se desplaza por semejante césped vítreo y el dolor ni aparece ni se le espera. No solo él, sino también aquella que parece incrédula y que deja de serlo a los cinco minutos. Lo dicho, si no lo veo, también lo creo. Sobre todo a partir de haber sido testigo directo del poder mental que es capaz de amortiguar o eliminar sensaciones que tantas veces consideramos invencibles, y que en manos expertas, lo dejan de ser.   

lunes, 22 de enero de 2018


Corre, corre…



Corre, corre, corre,  que te van a echar el guante, entonaba Rosendo capitaneando a Leño en aquellos años ochenta que parecen regresar al escaparate de la moda.  Hablaba de cómo evitar ser apresado cuando la policía te seguía de cerca y la justicia te esperaba para juzgar tus conductas. Y como suele ser habitual, el halo del perseguido se convertía en una cola de cometa para los imitadores que lo tomaban como héroe. ¡Qué tiempos! ¡Todo por descubrir y casi todo por experimentar! Así se entienden las actuaciones de muchos que decidieron tomar la vía del salto de mata  para no someterse a ninguna norma que no fuese la meramente libertaria nacida de sí mismos. ¡Qué tiempos! Y lo peor de todo es que aquellas fechas que anticipaban cambios los han acabado aportando, y de qué modo. Todo enmarcado en un paralelogramo con escarpia en la parte de atrás esperando turno. Nada de lo que se suponía ha llegado a ser y con ello se ha esparcido una marea negra de desencanto que difícilmente podrá eliminarse. Un tiempo hubo en el cual el velo del progreso ficticio y tramposo nos llevó a creer que el bienestar llegaba para quedarse. Un bienestar basado en el enriquecimiento abusivo y la remodelación de las normas siempre a favor del dictado. Que todo cambiase para que nada sufriera cambio, parece  ser el corolario de aquellos tiempos. Y toques donde toques, levantes la alfombra que levantes, el mismo polvo de los mismos pasos. Da igual si la huella es del pie izquierdo o del derecho. Las utopías se han ido acomodando y las esperanzas han caído en el pozo del olvido donde solamente el tarquín habita. Y con ser esto lamentable, mucho más lamentable es la sensación conformista que viste a los perdedores que nos siguen.  Se aceptan como normalidades lo que no debería ser aceptado y los valores han desaparecido. Se trata de poner en primera línea de atención la posible huida y/o captura de un presidente si/no aceptado, o el morbo de un asesinato con todo lujo de detalles, o el deseo de venganza ante cualquier acto que consideremos lesivo para nosotros. Seguimos adulando a ídolos de barro que completan cromos o venden humos en los programas televisivos y con ello nos conformamos. El no hacia nuestros deseos no lo permitimos jamás porque nos creemos por encima del bien y del mal. Tenemos, más o menos, pero no somos. Vivimos en la continua idiotez narcótica de la ilusión prestada y damos por perdida una convivencia a la que no le prestamos la reflexión adecuada. Así que no veo otra solución que la de hacerle caso al gran Rosendo y salir corriendo. Bueno, quien dice corriendo, dice andando; no están las articulaciones como para ser sometidas a un esfuerzo que por edad no se merecen. Voy a por el chándal y que sea lo que mis pies quieran.

viernes, 19 de enero de 2018


Café



Supongo que la moda ha impuesto su criterio y la asepsia paranoide ha completado el puzle. Todo o casi todo gira en torno al envasado y como derivación final al encapsulado. Primero empezaron las grageas que dejaron de dispensarse a granel para ser suministradas envueltas en plástico y ahora le toca el turno al café. Sí, a ese aditivo despertador que de buena mañana nos pone las pilas, le ha tocado en suerte apuntarse a la moda. Evidentemente, cualquier cambio necesita de un catalizador y la publicidad no es ajena a ello. De modo que un rostro agradecido empezó alabando las excelencias de las cápsulas cafeteras y todo comenzó a rodar. A mí, como que no me gustaba. Me daba la sensación de estar destilando un contenido hartamente sospechoso y no me atrevía a probarlo más que en casos de extrema necesidad. Todavía estaba fresco el recuerdo de aquel artefacto que llegaba de Andorra al que se le vestía con un filtro y se le calzaba con una jarra de plástico. Tu cocina se acababa pareciendo a la comisaria del teniente Furilo a punto de salir a patrullar y el sabor no te lo despegabas de la glotis en todo el día después del primer trago. Atrás quedaron aquellos cafés recién ordeñados tras una no menos reciente molienda, a mano, si era posible. La casa se llenaba de un aroma que invitaba a volverse a la cama o salir a pasear y prescindir del camino hacia el trabajo. Cuando las prisas no existían o eran ignoradas, la sobremesa la presidía un café, a veces acompañado por un cigarro o dos y por algún acompañamiento licoroso. Grandes timbas de media hora al tute jugándote el precio de los cuatro que poblaban la mesa se organizaron a la espera de que la tarde transcurriese a ritmo lento. Nada queda de aquello, lamentablemente. Ni siquiera el café. Se nos ha olvidado que la urgencia es una trampa en la que caemos y por ello hemos dado paso a la moda. Acabo de sucumbir y me siento raro. No sé qué modelo escoger, ni de qué variedad, ni de qué especificaciones. Torpe en grado sumo cercano al suicidio mientras el riesgo se asomo por el pitorro del robot. Me mira como si viese en mí al converso cautivo que no ha sabido resistirse y sonríe goteando los últimos restos de la primera cápsula. Derrotado mantengo la cucharita de plástico sobre los labios como si quisiera implorarme perdón al no haber resistido la tentación. Dudo mucho que mi perfil empiece a asemejarse al actor que prometió éxitos y hasta que llegue el momento de la definitiva desilusión, haré como que no estoy afectado. De las secuelas digestivas espero clemencia y cierto acomodo a la nueva ingesta que tan extraña le parece a mi intestino. Acabo de comprender que la metáfora de la vida se ha abierto de nuevo ante mis ojos y me anticipa una cápsula final como morada previa al final. Empiezo a verme como la crisálida que espera metamorfosearse en el lepidóptero jamás sospechado. Tiempo al tiempo. Al final,¿ un capullo más, qué importancia tiene?

jueves, 18 de enero de 2018


The disaster artist



O sea, que este bodrio ha sido galardonado con el Premio Feroz Zinemaldia por votación de la Asociación de Informadores Cinematográficos de España en el Festival de San Sebastián. Pues muy bien. Veamos entonces dónde está mi error de apreciación. El argumento es muy simple: un tipo absurdo quiere ser actor y ante las nulas cualidades que posee, convence a otro aspirante a actor para que sea partícipe de un drama que costeará por sí solo. Nadie sabe del origen del dinero y a medida que transcurre la película (por llamarla de algún modo) deja de interesar tanto el origen de la pasta como la película en sí. Por si todo esto no fuese suficiente, la grima que produce este aspirante a actor-guionista-director-productor se complementa con un tono de voz repelente y una sobreactuación pretendidamente histriónica. Ni siquiera aquí es creíble semejante engendro y los minutos gotean sobre las butacas al mismo ritmo que los bostezos. Empiezas a recordar en un lapsus voluntario  aquellas películas basadas en rodajes de película que tantos momentos de gloria dieron al esparcimiento y lloras por dentro. Piensas en las noventa y cinco tesis de Lutero y sientes la imperiosa necesidad de exponerlas ante los Papas del celuloide para ver si prohíben el rodaje y puesta en mercado de esta gilipollez y las que pudieran llegar. Una vez más, has sido engañado. Reconoces que te has dejado arrastrar por la promesa de algo diferente y eso te ha llevado a esta atapuercana obra sin pies ni cabeza. Parece ser que es una obra de culto y que en más de una sesión golfa sigue triunfando. Bien, eso está bien. No hay resaca que encuentre mejor cura que aquella en la que una sala es iluminada solamente por la pantalla a lo largo de la madrugada. Podrás contener más o menos las ganas de ir al baño y seguir creyendo que el garrafón no era tan malo como la obra que estás presenciando. Puede que con un poco de suerte te duermas y algún alma caritativa no te despierte al concluir. Igual al despertar te das cuenta de quién eres o quién sueñas ser: un crítico informador. Si es así, genial. Será señal de que la cena y el festín posterior que pagó la distribuidora merecen una palmadita de agradecimiento. Entonces, aún sin peinar,  con la resaca adherida a ti, mientras te sirven un café bien cargado, sonríes a tus colegas y entre todos pensáis que es una obra de arte ¡A ver quién es el primero en partirse de risa ante tal propuesta! Ese, ese que sea capaz de pensar que sois unos cretinos agradecidos, será nombrado presidente de la asociación. Igual dentro de unas semanas le da por filmar algo similar sabiendo que la crítica estará, sin duda alguna, de su parte.  Si no perteneces a este grupo de exégetas aduladores del frikismo, huye como alma que lleva el diablo y evítate dos horas de estupidez.    

miércoles, 17 de enero de 2018


Flirteo, acoso, abuso



Deberían estar más que claras las diferencias entre las definiciones de los tres sustantivos y así no habría lugar al equívoco. De ningún modo es admisible la argamasa que mezcle a tal triunvirato para dar pie a un todo vale con consecuencias irreparables. Flirtear supone sacar a escena las máximas virtudes de seducción que almacena el seductor de turno y exponerlas con toda la elegancia posible. Ni caer en el  absurdo, ni pretender ser lo que no se es. De nada valdrá apropiarse de un traje que te viene grande si a la hora de manifestarte como redivivo Casanova demuestras más carencias que virtudes. Serás el hazmerreír y vestirás con la capa de imbécil que ni siquiera percibiste y que te cubre por entero. Cuestión de reflejo y mirada sincera sobre el cristal antes de estar empañado por la estupidez. Si la parte receptora aprecia tu modo de  desenvolverte, tu porte físico, tu agudeza en el verbo, tu saber estar, tu simpatía, quizás tengas alguna posibilidad. Incluso podrás juzgar si merece la pena insistir o no, llegado el caso. Si el “no”  te llega de modo categórico, lo ideal será dar media vuelta y dejar paso. No hay más. Te ha de quedar clara la respuesta y debes asumirla por más que te pese. Puede que no acabes de entender tal negativa y busques los fallos cometidos y no los hallarás. Sencillamente, no, y punto. Y si entonces decides sacar a la luz al cabestro que te viste, a ese morlaco que no acepta la derrota, al que se siente infravalorado, lo último que debes hacer es convertirte en la mosca cojonera que dé la brasa a quien no tiene frío. Ridículo será dar ese paso, piénsalo. Pero si aún así insistes en ser obtuso y porfías una y otra vez, admítelo, te estás convirtiendo en un acosador. Aquí sí que la broma deja de serlo si es que alguna vez lo fue. Empiezas a dar motivos de temor y nada de eso te llevará a reconducir posturas que no te pertenecen. Eso que tú consideras objeto sin serlo, eso mismo, no te pertenece. Has oído bien y no es necesario que te sigas autoengañando. Eres un acosador. Así de claro. Estás a punto de dar un giro definitivo a tu obsesión y convertirte en un abusador. Te has situado o te han situado por encima del bien y del mal y crees que nada te ha de ser negado. A las buenas o la las malas quieres alcanzar tu objetivo y así consideras que ha de ser. Puede que eches mano de tu posición privilegiada y desde el dominio que te ofrece valores como éxito aquello que no es más que la viva estampa de tu inmundicia. No, no te dejes llevar por las palmaditas que te brinden quienes adulan tu estatus. Son tan taimados que simplemente les encantaría estar en tu puesto para actuar como tú. Ya ves, aquello que empezó como una posibilidad de conquista ha derivado a ser una letrina infecta que lleva tu nombre. Mírate y hazte caso. Tu propia imagen ya anuncia lo que eres y lo que se puede esperar de ti. No pases del intento de flirteo si ves que ni tienes capacidad, ni estilo, ni gracia, ni mérito para seguir. Nadie se merece a alguien como tú encarándosele para soportar nimiedades o baboserías. Pero sobre todo, nadie merecerá padecer por un tipo como tú que desconoce las diferencias existentes entre flirtear, acosar y abusar. Reconócelo y antes de avanzar, medita. Es por su bien; no lo olvides.

lunes, 15 de enero de 2018


El lunes más triste del año



Hoy, hoy es el día más triste del año. Lo digo por si alguien piensa que es una circunstancia personal la que le lleva a creer que se ha levantado con mal pie. Debe desechar esa idea inmediatamente de su pensamiento. No posee la exclusividad de sentirse desgraciado por mal que le hayan ido las circunstancias durante el fin de semana pasado. Sencillamente, su tristeza es el resultado de una ecuación que Cliff Arnall planteó desde Cardiff y los parámetros concuerdan. Como incógnitas aparecen los gastos navideños, el frío de Enero, la imposibilidad de cumplir los retos planteados, y una innumerable  lista de negritudes. Quiero pensar que esta ecuación de enésimo grado tiene tantas variables que nadie ha sido capaz de desentrañar una única solución que muestre el salvavidas al ánimo alicaído. Y encima, lunes. Así que la escasa ilusión que proporcionaron las compras se viene abajo y como viable camino aparece la devolución de todo aquello que se adquirió de modo compulsivo. Seguro que más de la mitad no nos hacen falta y tal devolución supondrá un alivio al espíritu y al bolsillo. De las voluntades firmes, mejor no fiarse demasiado. Nada seduce más que saltarse las normas y si son autoimpuestas, mejor que mejor. Qué necesidad se tiene de mortificación para seguir unos cánones esculpidos en modo aeróbico. En cuanto a la alimentación, más de lo mismo. El adverbio de negación sobrevolando a la tentación de la gula y los gurús adoctrinando sobre qué comer y qué no beber. Apolíneos modelos tan inalcanzables como deseables aparecerán tras las baldas de la alacena como conciencias negadoras y no habrá posibilidad de redención posible. De la negación a la nicotina, qué decir que no se haya dicho ya. Sí, es evidente que perjudica, que engancha, que quema por dentro. Pero, qué podrá más, ¿el esfuerzo por dejarla o el placer de ser esclavo de la misma?  No sé, no sé. Empezamos a confeccionar una lista restrictiva al son de las uvas y empezamos a cuestionarnos si merece la pena. Así que para el siguiente fin de año creo que lo mejor será no plantearse ningún reto ni lanzar promesas al aire. Ese sí que será un propósito asumible y no acarreará tristezas. Sólo nos queda esperar trescientos cincuenta días y da tiempo de sobra. En el mejor de los casos igual merece la pensar en confeccionar una lista inversa. Completarla con todo aquello que no se piensa cumplir para que cuando aparezca un nuevo lunes negro no sepa qué hace colgado de nuestra sombra. Seguro que entonces la ecuación queda resuelta y no necesitamos nuevos planteamientos. Mientras ese momento llega será mejor empezar a poner en práctica todo aquello que nos provoque alegrías. Quien quiera amargarse que se amargue por sí solo y busque a alguien similar para refrendar entre ambos un error que siguen tomando como acierto.         

sábado, 13 de enero de 2018


Presidencia cibernética


Original sí que resulta la propuesta de investidura telemática vía Bruselas del electo presidente en primera convocatoria. Original y rechazada. Rechazada de pleno, por aquellos que se atrincheran detrás de las alambradas de la norma para hacer cumplir la norma que ellos mismos normalizaron. Nada de salirse del redil ni de plantear alternativas. Aquí de lo que se trata es de capturar al huido e impedirle ejercer el cargo que según él y los suyos le corresponde. Y no se hable más. Si se atreve, que vuelva, y ya veremos si desde la cárcel consigue llevar a cabo su misión. O sea que si no se ve, no se cree, y por lo tanto no existe. Regresó el postulado del incrédulo y quizá sea preciso hurgar en las heridas del costado para dar testimonio de certeza. Llevamos toda la vida creyendo en lo que no vemos en primera plana y ahora resulta que es imprescindible. ¿O es que sólo se aplica cuando la respuesta va pareja con la amenaza? Si es así, no hay más que hablar. Supongo que mi ingenuidad me hace creer ciegamente en los personajes cinematográficos aun sin verlos en vivo y en directo. Ni por asomo dudo de cómo Tarzán despedaza a un cocodrilo, ni de cómo Indiana Jones recupera tesoros, ni de cómo James Bond acaba con todo quisqui sin despeinarse. Es más, doy por válida la directriz de un Gran Hermano que Orwell anticipó y que resulta tan presente como inevitable. Entonces, ¿por qué no va a ser viable una presidencia a través de las ondas o de los bits? ¿Para unos sí que es admisible  la declaración judicial a través de las pantallas y para otros no lo es el ejercicio de una presidencia? Cuesta creer ecuánime esta disparidad, sinceramente. Sí, ya sé, es extraña la propuesta, tiene un punto de originalidad que se escapa a los razonamientos sesudos. ¿Y qué? A mí también me resulta extraño que una cámara asentada sobre las cunetas me fotografíe cuando paso a determinada velocidad y me reenvíe el  posado involuntario como recordatorio punible y pasa, vaya si pasa y se da por válido. La realidad virtual se está imponiendo sobre la presencia física y quien no lo quiera ver es por temor a ver movidas las columnas de sus postulados. A partir de ahora, si esta opción se mantiene, nada que no pase por la presencia física será dado por válido. Parece la mejor de las opciones. Cualquier uso tecnológico será puesto en cuestión y rechazado por principio. De acuerdo. Si es así, el regreso a las cavernas se ha emprendido y dentro de un tiempo la involución habrá llegado a buen puerto. Enhorabuena para todos y buen viaje.        

viernes, 12 de enero de 2018


Estoy mucho mejor


Bueno, así de sopetón, no es que le título anticipe algo novedoso. Una novela, diríamos cotidiana, en la que las relaciones de dos matrimonios cuarentones se van deslizando a través de sus páginas hacia  sus miserias y sus virtudes. Unas miserias no especialmente dolosas como si David Foenkinoss no se atreviese a usar el bisturí. Una mezcla de problemas laborales que viene a sumarse a los propios de la convivencia que se muestra tan previsible como insulsa. Los reproches son cribados por la forma cordial de la buena educación y sobre las traiciones laborales se vuelca la vagoneta de la culpabilidad. Dolores somatizados al más puro estilo de la sociedad occidental y correcta en las que más de uno puede sentirse retratado. Nada de salirse de madre más allá de lo que la escena de un anuncio veraniego televisivo pudiera idear. Hijos crecidos que abandonaron el nido y que dejaron sobre los progenitores esa pátina de orfandad en sentido creciente. Un protagonista apocado que ha ido asimilando día a día sus negatividades para no desentonar con el decorado que teatraliza su vida. Discreto encanto burgués que suena a chicle de fresa a punto de reventar una de sus pompas. Adolescentes que dejaron de serlo y que viven en ese punto de desequilibrio que la cuarentena se niega a admitir. Son demasiado jóvenes para mirar por encima del hombro y demasiado viejos como para no ser mirados con lástima. Una reflexión cogida con pinzas para no herir sensibilidades que pudiesen rechazar, de pleno,  esta mirada sobre el espejo. Quizás se echa a faltar alguna pista más sobre ese camino emprendido de quemar las naves al traspasar el cuarto decenio de vida. No sé, un cambio de peinado, unos tatuajes, un imparable deseo de crear músculo o aprender a bailar ritmos caribeños…..Quizás no fue lo suficientemente premonitoria y necesita de una revisión actualizada. Sea lo que sea, lo cierto y verdad es que, cuando un dolor aparece y el origen no se localiza, igual el cerebro es el causante del mismo y no nos damos cuenta. Por eso, queridos míos, si el paréntesis de edad está enmarcado en el mismo del protagonista y sus amigos, mi consejo es que os hagáis con un diván de Le Corbusier , y entonces, solo entonces empecéis a leerlo. Lo más probable es que os decepcione tanto como a mí, pero la decepción tendrá un estilo que nadie podrá negar. A los demás, a aquellos que ya habéis pasado por esa frontera de edad, no creo que os merezca la pena leer este panfleto bienqueda. Os sonará tan ridículo que pensaréis que cualquier tiempo pasado fue peor y a lo mejor lleváis razón al pensarlo.

jueves, 11 de enero de 2018


Rato

Reconozco que una de las mayores diversiones que existen es la de pasar el rato. Nada te obliga, nada te apremia, nada te acucia. Pasas el rato y se convierte en una eternidad lúdica que no precisa de mayores explicaciones. Un lujo, sin duda. O te decantas por el enésimo crucigrama que dejarás como los previos sin acabar, o te embarcas en una lectura del horóscopo que olvidarás de inmediato, o te decides a hojear la publicidad que ha invadido tu buzón en busca de tu atención. Lo dicho, pasas el rato, y todo permanece ajeno a ti. Un bálsamo temporal se adueña de tu existencia y asciendes al nirvana del ganseo como alma pura, incotaminada, dueña de sus actos. Y en ese estado catatónico recuperas las energías que pensaban agotadas quienes te creyeron vencido y tomas impulso. Engarzas un argumento de silencio con otro y a este otro le añades el siguiente hasta completar una cadena que solo precisa de un enganche adecuado. No eras y te has convertido en el orfebre que ni soñabas ser y desde la osadía soberbia que te otorga tal visión de ti mismo, te envalentonas y abres los ojos a la luz que hasta entonces vivía en la penumbra. Te miras al espejo y todo cuadra. Vuelves a ser el que siempre fuiste y nada ni nadie te va a increpar sin pagar las consecuencias. Ensayas el “usted no sabe con quién está hablando” y a la tercera vocalización  notas creíble el axioma. Que abran la puerta de toriles que ya te sitúas tú para recibir a los morlacos a porta gayola. Tu genuflexa postura no deja de ser momentánea y al primer embiste esquivas al astado desde la burla del capote. Un artista, sí señor, un artista. Sigues pasando el rato, pero esta vez, decides ampliarlo. Miras por encima del hombro con la suficiencia que te otorgas y anteayer te invistió y sigues adelante.”¿Algún problema?”, sueltas a la concurrencia que permanece absorta ante tu postura. Se invierten las tornas y la huida hacia delante sale al encuentro de quienes buscaban respuestas. No pasa nada. Nunca pasa nada. Nunca dejarás o dejarán que pase nada porque la nada es el espacio en el que permanece el delito, el fraude, el engaño. Trileras  como el más avezado de los crupieres  y sabes que en alguna mesa cubierta de fieltro verde algún incauto caerá en la trampa. Posiblemente no supo valorar cuanto valía su rato y en vez de meditar se dejó mecer por los cantos de sirena a toque de campana. Verde, eso sí, muy verde. Tan verde como la esperanza depositada en aquellos que invirtieron sus ratos en barajar los naipes marcados para exclamar una increíble sorpresa. Total, ¿qué puede pasar? Quizás vuelvas un rato a permanecer con otros cuyos ratos se suman para irse restando y emerger victoriosos a la superficie a la mayor brevedad. Tranquilo, tu equilibrio está asegurado. Tan solo has provocado en los incautos un mal rato que les dibujó un futuro incierto. El único problema es que ese rato para ellos es eterno y no encuentran explicación posible a tal desajuste de tiempos.    

miércoles, 10 de enero de 2018


Cerrado por defunción



Un cadáver más acaba de sumarse a la lista de los finados empapelados. Interviu ha echado el cierre y se suma al obituario de toda aquella prensa escrita que tantas jornadas de gloria y protagonismo tuvo no hace mucho. O quizá sí que hace mucho y ese es el problema fundamental. Han pasado los años y quienes los hemos visto pasar seguimos teniendo presente un pasado como si no lo fuera. Ese es el principal  problema que acarrea la sorpresa. A nada que nos detuviéramos veríamos como se han quedado de obsoletos nuestros planteamientos. Aquellos planteamientos que, ingenuos de nosotros, nos hacían invencibles en una sociedad que vuela más deprisa que nuestros sueños. Nos hemos enancianado  sin apenas percibirlo. No pasa nada, es ley de vida. Quienes nos precedieron no lograron advertirnos a tiempo de cómo su paso también fue raudo. Nosotros ocupábamos las primeras planas de la vida y les hicimos un hueco en la cuneta del olvido. Les dejamos hablar sin prestarles atención y sin percibir cuán cercano estaba el relevo que ahora mismo se nos antoja incomprensible. Interviu no ha sido la excepción. Programas de radio de éxito se esfumaron de improviso y ya casi nadie sabe de su existencia. Periódicos vespertinos que procuraban la puesta al día en mitad de la sobremesa languidecieron desarmados. La tecnología ha impuesto su ley y lo que hasta ayer era novedoso dejó de serlo y fue reemplazado. Nos asomamos al precipicio de la incultura si no somos capaces de aprender los nuevos códigos, las nuevas alternativas, las nuevas tendencias y caminos. De nada sirve ya el señuelo propuesto por aquellas ediciones en las que se mezclaba lo frívolo con lo sesudo. La prisa se ha encargado de barrer con todo ello y ni la más mota de polvo se adivina en la palma de la escoba. Todo el mundo es capaz de asumir un papel que no necesita de certificaciones. El periodista compite con el husmeador voluntario de noticias a golpe de flas. El cuerpo desnudo se exhibe a cualquier hora tras las pantallas sin más pudor que el que el impudor traza. Las crónicas detectivescas se reiteran hasta la saciedad llevando al agotamiento  al lector proclive que hasta hace nada las hacía suyas. Las crónicas deportivas se encauzan una y otra vez hacia el mismo escudo para dar sentido a unas vidas vacías carentes de estímulos serios. Los sucesos se amontonan sobre las mesas y nadie necesita de un ejemplar manoseado para sentir el placer del morbo detallista. Vivimos pegados a una pantalla que nos ofrece las infinitas posibilidades de husmeo y la inmediatez manda. Se cierran etapas por defunción de las mismas y ni siquiera el brazalete negro sobre el brazo sirve de consuelo. Puede que dentro de poco  el papel deje de existir como soporte lector y entonces sentiremos por fin la auténtica emoción del liberto. Seremos tan felices en nuestra propia estupidez que nadie se dará cuenta que sobre nuestro frontal va escrito un “Cerrado por defunción”. Entonces será el momento de indagar en los orígenes del fin que nos ha llevado a ser lo que irremediablemente ya seremos: unos cretinos destetados.

martes, 9 de enero de 2018


Ratonera de nieve


Hace años, llevado por la moda, decidí adquirir un todo terreno. Así, sin más, un todo terreno. De tres puertas, no demasiado largo, bastante cuadriculado y con un aspecto coreano poco indisimulado. Atractivo a los ojos y sobre todo a las ilusiones de convertir mi transitar por las carreteras en un remedo de aventurero dakarí. Ilusiones vanas que poco a poco fueron dando paso a la realidad del tránsito. A decir verdad, calculo que las excursiones monteras podía resumirlas en doscientos kilómetros siendo optimista en el cálculo. Todo lo demás, paseos por asfaltos más o menos parcheados y eso sí, a más altura que la del resto de los mortales. Pura ilusión, ya digo. De hecho estaba deseando ser partícipe de alguna nevada copiosa que viniese a darme la razón y todavía la estoy esperando. Previamente, y por si acaso, completé los escasos huecos que quedaban con todo tipo de aditamentos ante las irremediables contrariedades que seguro me saldrían al paso. Planchas antiempanzamientos areneros, gatos hidráulicos más propios de tonelajes excesivos, inclinómetros equilibradores, extintor ante la llegada de un inminente incendio del motor y creo que dos palas y una eslinga. Un sinfín de artilugios que obviamente no llegué a estrenar y que ya no sé ni dónde los he dejado. Por supuesto el móvil aquel que parecía un ladrillo caravista convenientemente cargado. Todo por si, y nada al azar. Pasó el tiempo. Aquel estribo se hizo excesivo para alcanzar el puesto de conducción y las estaturas crecieron menguando espacios. No había remedio posible ante mi desilusión. Las nevadas y yo no coincidíamos y la tracción integral solamente la utilicé para comprobar que existía y percibir el ruidoso eco de de bajo del capó. Aquel sueño de verme como Ari Vatanen espoleando  los neumáticos jamás se llegó a cumplir y he de confesar que cierto poso de amargura me dejó. Así que decidí desprenderme de este caballo de hierro que había tocado menos monte que una gasolinera y no creo que vuelva a reincidir en otra adquisición similar. Y visto el descontrol que se ha formado en las autopistas me pregunto si aquellos osados conductores que se han visto atrapados en ellas no habrán echado de menos ese pack de supervivencia estilo McGiver que la paranoia me aconsejó. Tiempos actuales en los que dejamos que los demás nos resuelvan los problemas desoyendo las mínimas precauciones. Tiempos en los que los irresponsables confían en que los paganos se busquen la solución sin anticiparse a los problemas. Tiempos en los que la certificación de conductor se obtiene en base a un examen plagado de trampas y carentes de soluciones viales. Tiempos, curiosamente cargados de cadenas invisibles, inmovilizadoras y punitivas. Tiempos modernos en los que someternos a los engranajes chaplinianos del absurdo error sin culpable que lo asuma. Ratoneras en las que permanecer procesionando a la espera del paso de las andas salvadoras sin una saeta que llevarse a la faringe. Y mientras, todos culpándose sin mirarse al espejo a la espera del deshielo. Absurdo tras absurdo, sumado al absurdo precedente. Creo que si vuelvo a cambiar de coche pediré que lleve el suficiente equipamiento como para poder sacarme las castañas del fuego o mejor, el frío de las heladas. Mientras tanto, que la responsabilidad de los irresponsables salga a la luz y paguen las consecuencias sería lo deseable. Lamentablemente, también fue deseable por mi parte disfrutar de la nieve y nunca tuve la suerte ni la osadía de llevarlo a cabo. Sería el miedo a la nevada copiosa que sacase a la luz mis nulas aptitudes de autorrescate. 

lunes, 8 de enero de 2018


La Guillotina



El fin último de la poesía debe ser el de despertar emociones que tantas veces quedan reducidas en la estantería del olvido. Unas por pereza y otras por exceso de pudor, los poemas suelen permanecer ocultos como si temiésemos el veredicto del juicio del lector inquisidor. Vale, se admite, se comprende. Pero cuando los versos deciden convertirse en vengadores de agravios, defensores de insolencias, o celadores de gilipolleces, entonces salen a la luz y proclaman el sea lo que dios quiera. Un grito de libertad a la espera de que quien se vea retratado sepa reconocerse y en los sarpullidos que tal lectura le provoque lleve para siempre la rúbrica de su condena. Insolentes, pendencieros, botarates, ilusos, imbéciles inconscientes de serlo, todos y todas tendrán el marco barnizado que merecen para colgar en el ángulo más hermoso de su salón el retrato merecido. Quizá alguno luzca como trofeo de caza autónoma ese galardón al no entender siquiera la doble intención de la sátira y dé por halago lo que no deja de ser un puyazo inmisericorde. Más de dos se disputarán la posesión del trofeo que les cataloga de lo que son y no quieren ver. Y todo vestido con la sutileza del lenguaje  que tantas y tantas acepciones permite. Un gesto de caída libre de la cuchilla seccionadora para depositar en el cesto de mimbre la casquería y el envoltorio de ese cerebro hueco y a veces malvado. Os aseguro que el resumen de cada poema supone una bocanada de aire fresco en el que la única concesión es el eufemismo autoimpuesto. Más que nada para que el imbécil que no se reconoce tenga abierta la puerta a la inteligencia en un mínimo esfuerzo por razonar cuanto lee. Doy fe de cómo se lo pasó el autor pincelando los trazos que envolvían caracteres y formas de actuación y de cómo las carcajadas se sometieron al presidio de lo evitable para no añadir calificativos al lego que no supo verse. No os la perdáis. Seguro que más de uno cuando lea este poemario sabrá de quién se habla en él y le pondrá rostro. No os preocupéis, seguro que el rostro se multiplica en cada lector y en un acto de compasión malévola recomienda dicha lectura al poseedor de semejante perfil. De la respuesta que obtenga, allá cada cual. La intención quedó clara desde el principio y si algo tiene de bueno cualquier principio son los finales que le dan sentido. Y si llegado el caso, alguno de los que disfrutan de la lectura se ve a sí mismo degollado, que no se preocupe; todos tenemos un cadalso y es cuestión de no pisarlo sin sabernos reos. Ciento once sátiras dan para esto y mucho más. Del desahogo que supuso sacarlas a la luz ya responderá la crítica, si es que se atreve. Del placer que brotó al erigir La Guillotina da fe la sonrisa que se me dibuja cada vez que la releo y me regodeo en dicha lectura.

viernes, 5 de enero de 2018

No sé qué pedir

Sinceramente, no sé que pedir como sorpresa esta noche. Si paso revista a los cajones me doy cuenta de que podría montar un comercio de calcetines y hacerle sobrevivir varias generaciones. Si echo un vistazo al corbatero, parece que me he dedicado a robarlas y almacenarlas sin más uso que uno única vez. Si paseo por los espacios de la tecnología, dadas mis mínimas habilidades sobre la misma, con lo que hay, me basta y sobra. Si repaso las estanterías de los libros, observo que están los que merecen estar y hasta próximas lecturas no me atrevo a añadir medianías. Si repaso los distintos destinos a los que podría embarcarme siempre sale alguna pega para aplazar el inicio del viaje hasta que el tiempo levante. De las colonias, mejor no hablar; tampoco soy de andar por ahí como un ambientador. Si bajo hasta los dominios de Margaret, mi adorada Margaret, contemplo como sus veintidós años apenas le han pasado factura, que nos seguimos entendiendo perfectamente y que no solicita ningún aditivo más a su esbelta figura de acero. De videojuegos y tal, mejor pasar; me quedé en aquellas máquinas de los recreativos y cualquier otro divertimento me resulta artificial. Relojes acumulo más que horas, así que descartados. De modo que empiezo a pensar que soy o un soso o un sobrado. Puede que ambas cosas a la vez y de ahí mi duda permanente. Si al menos tuviese alguna cualidad artística, un caballete pictórico, un torno alfarero o unas partituras musicales podrían servirme. Pero nada. No me veo a menos que quiera hacer el ridículo. Lo de convertirme en cocinero o especialista de algo desconocido como que no. Y por supuesto, de karaokes, ni hablar. Así que, a punto de aparecer por el balcón aquellos que tendrían que venir cargados de regalos, aquí estoy sumido en la apatía de tener que agradecerles el esfuerzo empleado y la poca ilusión al recibirlos.  No me va a quedar más remedio que salir como alma que lleva el diablo a ver si en algún escaparate, en alguna estantería, en algún rincón olvidado, algo reclama mi atención. Por cierto, acabo de ver pasar a unos chavales patinando y creo que ya lo tengo.  Si dentro de un tiempo aparezco con muletas, ya sabéis cuál fue el motivo. Solo espero que las rodillas dejen de lado sus avisos artríticos y me permitan al menos por esta vez intentar regresar a los años de la inconsciencia y del capricho. Creo que he sido bueno y me he portado bien. Pero solo lo creo yo.      

jueves, 4 de enero de 2018


Cuestión de tamaño



Las comparativas suelen ser molestas para aquellos que se saben inferiores. Tienen la agridulce sensación de derrota nada más abrirse la puja y ni siquiera las compasivas palmadas de los incondicionales les sacan la menor de las sonrisas. “El mío es más gordo, más intenso, más directo y siempre funciona” suele espetar el que se cree superior. Y entonces el que se supone inferior se palpa y desde la quietud mal disimulada intenta mostrarse como dominador de la escena. “El mío, aunque te cueste creerlo, es mucho más resolutivo y nadie es capaz de contradecirme por más que no lo creas”. Y así, mirándose a la cara, prosiguen con su duelo encarnizado de gallitos a punto de saltar a la escena del combate ilegal. A su alrededor, los nerviosos apostantes, palpándose la ropa ante el riesgo de perderlo todo al menor de los descuidos.  Sobre la arena, los entrenadores de ambos mostrando sus espolones para dar cumplida cuenta de las imposibilidades del rival. Sobre los último asientos de los últimos estrados, de las últimas luces, el sudor frío recorriendo los rostros. La cuenta atrás del reloj avanzando inmisericorde y al trasluz un viento gélido como quinto jinete de un apocalipsis más que cercano. En ese momento echas de menos a la inocencia de aquellas partidas de parchís que amenizaban las tardes vacacionales de Navidad y piensas qué ecuánimes eran las reglas. Poco importaba si el cinco se resistía a salir y veías pasar a tus rivales preso en tu propia casilla. Antes o después tendrías la opción de darles caza y contarte veinte. Incluso las trampas del recuento se perdonaban entre risas y polvorones. De paso, los seguros se diseminaban sobre el tablero y suponían un alivio momentáneo. Aquello dejó de existir. Ahora, frente a ti y sin tú pedirlo, un duelo está a punto de llevarse por delante al tablero, a las fichas, a los involuntarios testigos, a los animadores del mismo y a quien haga falta. Embravecidos, con las palmas de las manos abiertas, los gemelos luciendo brillo a la espera de la cuenta atrás, esta pareja de púgiles, echándole más arrestos que nadie a lo que nadie desea. Saben de sobra que  la grandeza del órdago está en los preliminares y que una vez descubierta la baza final cada uno queda por lo que es. Así que lo más probable será que sigamos asistiendo a este enfrentamiento rapero sin que ninguno se atreva a desvelar quien de los dos la tiene más grande. Hay intimidades que es mejor dejar para la intimidad propia y no sacarlas a la luz para no pecar de ridículo. Sobre todo, y más que nada por consolarme ante el miedo que me producen, prefiero pensar que el tamaño, al menos esta vez, no es la cuestión más importante. Del cerebro, si acaso, ya hablaremos en otra ocasión. 

miércoles, 3 de enero de 2018


Cara a cara



Surgió como suelen surgir las casualidades. La sobremesa invitaba al recogimiento y en un apartado de la misma, las ideas se abrieron hueco, los momentos cobraron forma y por sí solos emprendieron el camino. Sin forma, sin la precisión que no se precisaba, echaba a andar este compendio de relatos que cruzaba los umbrales más dispares que la imaginación diseña. Como si de una voz interior se tratase, se me fueron dictando desde el silencio y las teclas se fueron agolpando pidiendo turno. Por él aparecieron historias reales que parecen inventadas e historias inventadas con tintes de realidad. Sueños abiertos a la lectura y compartidos por los óleos pincelados en negrita. Pausas que daban sentido a lo ya vivido y proyectaban imágenes hacia los sueños por cumplir. Miradas de ciegos lisboetas, maullidos de felinos toledanos, declaraciones de amor, añoranzas de ladridos, y tantas y tantas situaciones que llegó un momento en el cual el fin se trazó por sí solo. Protagonistas ignotos de serlo que fueron lanzados al viento de la verdad que hasta ellos mismos desconocían. Miradas furtivas a las esperanzas que tantas veces la conveniencia recluye entre los pétalos marchitos de un San Valentín ajeno. Rincones en los que sigue creciendo la flor que nadie sospecha que pueda llevar el nombre de la olvidada aventadora de cruces de sarmientos. Reclamos de justicias hacia la bondad que tanto desprecia el lucimiento ante la muchedumbre. En todos y cada uno de los relatos, la verdad por bandera, izada a golpe de sensaciones para ser compartidas. Una lectura que debería hacerse desde la audición para modular en cada frase las metáforas que le dan sentido. Porque si algo tiene sentido es el hecho mismo de sentir. Sentir que la vida la vives bebiendo del goteo de las emociones que le otorgan crédito y perpetuidad. Puede que no sea la lectura más digerible, ni la más asimilable, ni la más sublime. Pero de lo que no me cabe duda es que su nacimiento vino avalado por la personal necesidad de poner en la línea de salida aquello que callaba quien menos lo imaginaba. Cara a cara se perciben las virtudes y se perdonan los defectos que cada rostro va a cumulando en el transcurrir de su existencia. Cara a cara, os lo aseguro, logró desempañar el vaho de un espejo que hasta entonces  dormitaba en el silencio que llegó a convertirse en voz cada vez que la tarde se abría de par en par. Cuarenta y cinco paradas con un destino final llamado sentimiento y apellidado perpetuo.

martes, 2 de enero de 2018


El último Don


Sabiendo de los antecedentes de Mario Puzo como escritor sobre el tema de la Mafia no debía sorprenderme  el resultado final de esta obra y no me sorprendió. Organiza del tal modo los perfiles de los personajes que consigue llevarte de un lado a otro en pos de unas razones que a los comunes de los normales nos resultan tan sorprendentes como envidiables. Poder, sexo, artimañas, corrupciones de todo tipo y un Don plenipotenciario reivindicando para su sangre un futuro estadounidense en el lado legal del éxito. Como si de la Sicilia originaria el código del silencio se hubiera exportado y fuera necesario mantenerlo como seña de identidad ante nuevas generaciones, estos que empuñan cualquier tipo de arma, exhiben un honor capaz de responder por ellos ante la más mínima duda de deslealtad. No pudiendo resistirse a los rumores de Verona, un cierto toque a amores imposibles se desliza hacia el final de la obra como prueba evidente y catalizadora de un modo de ejecutar lealtades. Da igual si la insistencia de los personajes de El Padrino o de Érase una vez América piden paso. No consiguen usurpar el perfil de aquellos que de tu imaginación han surgido mientras el plato de pasta cede el paso al queso parmesano. Las órdenes son claras y los escalones están suficientemente delimitados. Todo se rige por un código superior y a él se someten todos los protagonistas de la obra. Corruptelas políticas se sobreponen a las ambiciones del juego que el propio generador del juego sabe perdedoras de antemano. El Hollywood bambalinado se ofrece como el nido de víboras que únicamente entienden el valor del dinero. Alguna mínima concesión al lagrimeo poco creíble se pasa por alto en la medida en que se busca limar la soberbia de la diosa del celuloide. El amor se sublima hasta el punto de asomarse al precipicio de lo aceptable. Y a pesar de todo esto, las doscientas y pico últimas páginas se suben al tren del deseo de querer saber el final a toda costa. Mínimas sorpresas que acaban siendo enormes conforman este argumento que a la postre resulta magnífico. No os alarméis si al principio la catarata de nombres os sumerge en un laberinto intrincado. Tranquilos, pronto se aclara el panorama y cada cual ocupa su espacio. Y lo mejor de todo es que acabas sin tener necesidad de una continuación. La saga ya se escribió, se llevó al cine y subió al estrellato. Quién sabe si con esta obra Mario Puzo no quiso dejar claro que cada personaje que pulula por el oropel tuvo su bautismo en esas mismas raíces. De los sacramentos comunión y confirmación, mejor no os hablo; descubridlos por vosotros mismos y ya deduciréis el  porqué . Igual es que me da miedo y no quiero reconocerlo en público.      

lunes, 1 de enero de 2018


Mayumana



El nombre del grupo tiene reminiscencias hebreas que evocan al ritmo, a la alegría, a la destreza, al disfrute. Sin duda alguna, un acierto. Como acierto fue comprobar que de los acordes de Estopa la rumba catalana salía escena para hacerse presente y desde el preludio el del medio de los Chichos anunciaba lo que estaba a punto de suceder. Una sucesión ininterrumpida de pasos de baile dando validez a un argumento en el que la rivalidad de dos bandas se convertía en el eje principal. El amor, como suele ser habitual, simulando ser un remake de West Side Story, pero más cercano, más mediterráneo, más nuestro. La sincronía entre voces y pasos de baile, absoluta, precisa, exacta. Hasta el punto de parecer que estuviéramos presenciando un producto enlatado. Nada más lejos de serlo. Ni un solo fallo de sonido sobre el que acumular puntos en contra y la complicidad con el patio de butacas a la hora de acompasar algunos de los temas. Sobre los palcos, multitud de niños, cuyos mayores decidieron  mostrarles un divertimento menos almibarado de la Navidad, mirando asombrados a aquellos atletas, a aquellos cantantes, a aquellos músicos, a aquellos bailarines. Por un momento intuyo que pensaron que la magia se hacía verdad al comprobar lo cercana que resultaba. Y la rumba, a lo suyo, dando paso sin tregua, amenizando la tarde. Como si tantos genios que le dieron forma y valor se estuvieran regocijando al comprobar tal fusión, los temas se sucedían y los minutos se aceleraban. Aquello no era un musical al uso basado en una película en desuso. Ni era una puesta en escena de algo insustancial a lo que sacar rendimiento sin demasiado esfuerzo. Aquello era algo más. Era una clara exposición de facultades por parte de los once componentes del grupo que aún sabiendo cuál era el papel de cada uno, supieron integrarse en un todo simplemente magnífico. Podría decir que supo a poco. Que los casi noventa minutos se pasaron en un santiamén. Que la salva de aplausos duró más de cinco minutos. Que las caras de satisfacción hablaban por sí solas. Y todo sería verdad. Quien asista al espectáculo no saldrá defraudado. Probablemente salga tarareando alguno de los temas. Probablemente decida practicar el ventilador con la guitarra que tenía olvidada en el rincón de su juventud. Probablemente se interese de nuevo por los sonidos del Barrio de Gracia de Barcelona. Probablemente no necesite averiguar el significado literal de Mayumana porque lo habrá tenido ante sus ojos y no precisará de más traducciones. Enhorabuena.