martes, 30 de abril de 2019


1.   Jesusete

Tenía el porte propio de aquellos que se saben bendecidos por los dioses y a fe que hacía gala de ello. Espigado, de mirada altiva, como si de un torero a punto de alternativa se tratase, se mostraba desde la viveza de su paso que buscaba la arena en el albero circular de su existencia. Movía su rostro con la displicencia de quien tan acostumbrado está a las contrariedades como intentando darles una última oportunidad de rendición ante su aplomo. Coqueto que desde el rechazo sabía teñir las nieves para evitarse los inviernos que helasen su modo de encarar la vida, cargaba sobre sí con la canana del ánimo repudiando cualquier asomo de flaqueza. Probablemente le llegó de sus rojos  ese ímpetu y de dicho estilete tejió al ariete que daba testimonio de sí. Vivió en las cercanías del agua las trasformaciones que el agua propiciaba y del camuflaje de su vestimenta hizo un arte alzada la veda. Amaba la vida sabiéndola fugaz, acariciando los momentos, destilando las emociones. De haber nacido en otros confines el estrellato habría llamado a su puerta y quién sabe si algún Negrete se habría sentido afónico ante el reto de encarársele. Habría encabezado al mariachi más pulcro y seductor en cuyas cartucheras viajarían los requiebros con sabor a tequila y perfume de espliego. Buscó la intercesión celeste  de manos de la cuesta que faldea la fortaleza y no hubo pendiente capaz de doblegar a sus ilusiones. De las nicotinas que habitaban en su guayabera se sabe que esperaban ansiosas el momento de prenderse bajo su bigote mientras el dorado prestaba la llama que les daba permiso. Adherido a las palmeras que se ufanaban desérticas vivió en la plana  como un corsario cuyo  permiso de abordaje estuviese abierto a las fechas que el viento designase. Negó el permiso al adiós para reivindicarle a las despedidas el dominio absoluto de las mismas y hoy en día su recuerdo sigue sabiendo a salitre de prensa en cuba de madera. Si por un momento existiese la posibilidad de juicio seguro que se encaramaba, calzaba el puente de sus doradas, miraba de frente y espetaba aquello de “¿con qué permiso?” Segundos después sonreiría como suelen hacerlo los tahúres conocedores de su baza ganadora y antes de mostrar su triunfo daría por ganada la partida al rival. Más que nada, para no dañarlo. Tiempo habría para provocar una revancha que sería, puedo asegurarlo, más acertada.         



   Alicia T.
Si ella ha elegido el apellido no seré yo quien se lo cambie. Probablemente le va más, dice más de ella, la define mejor. Porque ella es definitivamente la titiritera de un circo llamado vida al que se apuntó hace años.  Un circo que busca la solemnidad de las actuaciones a través de la mirada sonriente que marca su herencia genética y de la que hace gala a la más mínima ocasión. Y todo ello desde la levedad de un cuerpo más propio de Campanilla que ni el mismísimo Peter Pan podría imaginar. Viste sus tatuajes como si de ellos indicase el camino a quien se atreva a recorrer los mojones de sus poros. Luce sus zíngaras vestimentas como si Esmeralda la hubiese elegido heredera terrenal y custodia del París soñado. Fluctuará con sus versos como si de las corrientes  buscase al cimbreante junco que la inspiración le otorgue. Abrirá sus sentimientos asumiendo el riesgo que eso acarrea y el precio a pagar lo dará por bienvenido. Sabe que la cinta que une a los dos pilares que forman los troncos sustentadores ha de ser lo suficientemente elástica y lo suficientemente tensa para evitarse caídas o vértigos innecesarios. De pronto, se adherirá a los acordes y las voces se fusionarán para redondear las corcheas que suenen a nuevos amaneceres. No os dejéis engañar por la imagen frágil que pudiera derivarse de un imprevisto cara a cara. Sabe lidiar los contratiempos y cuando decide Erato le otorga sus poderes para que los saque a la luz. De poder elegir, elegiría los anfiteatros abiertos a la luz de las estrellas, las túnicas albas de la tragicomedia de turno y los tonos de voz suplicantes invocando la intercesión de los dioses. De los errores ajenos buscará las pócimas que aminoren sus daños. De los errores propios extraerá el aprendizaje que de nada le servirá a quien da por bueno el riesgo de volveros a cometer. Lo suyo es saberse dueña del horizonte despejado que sobrevuela techumbres desde los que echar a volar sus esperanzas. Probablemente los idus le sean propicios y no será preciso esperar demasiado tiempo para comprobarlo. Mientras tanto, el pebetero que la inspira, sigue rebosante de aceite cuya llama no deja de iluminar por muy oscura que sea la estancia que cualquier otoño se empeñe en usurpar. De cómo será diseñado el capitel, ni ella misma lo sabe, ni creo que le dé demasiado valor a anticipar futuros. Su único tiempo es el presente y la carpa sigue tensa en todos los cabos de los versos que a esta titiritera le sirven de escenario y refugio. 

El desorden de tu nombre



Novela de Juan José Millás de hace años en la que los personajes se identifican a nada que comienzas su lectura. Un triángulo amoroso en el que las carencias toman cuerpo y mal disimuladas perduran a lo largo de los capítulos. Editor enamorado de la esposa del  psicoanalista que le trata. Esposa que empieza a darse cuenta del precio a pagar por haber renunciado  a su progreso laboral y personal en aras del triunfo del esposo. El amante, preso y perseguido por unas cacofonías leninistas a las que no logra desterrar de sí. Psicoanalista que tiene como meta alcanzar las cumbres del poder político que le han prometido sin pasar por el tamiz del examen que le faculte como funcionario. Madre de la protagonista que le recrimina a su hija la falta de atención hacia la figura de su marido y  que en el fondo aplaude la osadía que a ella le faltó para actuar de modo similar con su esposo. Miedos vestidos de sport para dar un toque permisivo a  los discretos encantos de la burguesía que se resiste a romper amarras y lanzarse a la aventura.  Aventura a la que se atreve un secundario que hace gala de vivir como le da la gana  sin cortarse un pelo y quizás escondiendo temores. En fin, una ciudad como Madrid escogida como marco ideal sobre el que desarrollar este argumento que pide a gritos un guion cinematográfico. O vete tú a saber si ya vio la luz en aquellos años ochenta en los que los vodeviles más o menos enrevesados vieron la luz dejando un poso de ironía agridulce como bajada de telón. Se lee bien. El hilo no se pierde en ningún momento  y deja claras las puertas de salida hacia un desenlace que quizás no esperas.  Millás  se viste de radiólogo y pespuntea el interior de unos personajes insatisfechos y acomodados. Posiblemente algunos de los rasgos nos suenen lejanos y algunas actuaciones excesivas. Poco importa si de lo que se trata es de aportar una visión maniquea del quiero y debo. Al final es como si esperases una prolongación, una segunda parte, un retorno para comprobar cómo han encauzado las consecuencias de sus actos quienes no vivían la plenitud de una vida. Muertos vivientes que transitan tan a menudo alrededor de cualquiera de nosotros  que podrían perfectamente ser algunos de los aquí dibujados. No, no descubriré el final. Que cada quien se anime los diecisiete capítulos y tome partido por quien más se le asemeje.

martes, 16 de abril de 2019


Obsesiones


Quedas en  “Tinta de café” con los amigos, llegas puntual, pides una cerveza, te aproximas a las estanterías, echas en falta a las gafas de cerca y eliges al azar. Pasa el tiempo y en casa echas un vistazo a la contraportada. Vaya, una novela policíaca ambientada en Nueva York. A ver, a ver, vale. Agentes a ambos sexos compartiendo desvelos, intentando compatibilizar su vida personal con el desorden de horarios que el trabajo les impone y una persecución  de un desconocido delincuente siguiendo las pistas habituales. Nada nuevo, por lo que se ve. Ah, sí, un prostíbulo como primer escenario de la trama, unas peleas entre chulos y clientes, algo de sexo telefónico y unos traumas escondidos que guardan turno hasta el final de la novela. En medio, un burgués arquitecto en constante movimiento que aprovecha sus viajes para solazarse los bajos del mejor modo que su cartera dispone, su mujer sospecha y su rutina dictamina. Nada nuevo, por lo que se sigue viendo. Por un instante crees intuir cómo las cámaras de un inmediato capítulo, de una inmediata serie televisiva, empiezan a desplegarse por las parrillas que conforman las avenidas neoyorquinas. Tú, a lo tuyo. Lees como si la sorpresa te estuviese aguardando en el capítulo siguiente y a falta de palomitas que llevarte a la boca sobrevives en la nadería de la historia.  Comprendes que Evan Hunter se ha trajeado con el mejor esmoquin de barman que tiene y decide ofrecerte un cóctel de profesional. El único problema está en que las supuestas exquisiteces revestidas de torpes sedas literarias, lo único que te producen es resaca. Lo de buenos que son lo son, malos que no lo parecen e inocentes que no lo saben, hace tiempo que dejó de sorprenderte y ya no tienes remedio. Sumas esta obra a la lista de obras que no te dejarán tatuajes en tu recuerdo y tomas la mejor de las decisiones que el epílogo te podía ofrecer. Volverás a “Tinta de café”, claro que sí; volverás a solicitar una cerveza a Noelia mientras llegan tus amigos; volverás a acercarte a las estanterías repletas de libros. Pero esta vez y todas las siguientes veces las gafas de cerca irán contigo a modo de salvavidas. Ellas se encargarán de guiarte por los anaqueles y acabarán aconsejándote sobre la elección más acertada.  Probablemente entonces descubras que existen obsesiones más creíbles. Saber disfrutar de la buena lectura, sin duda, es una de ellas.

lunes, 15 de abril de 2019


1. Alejandrina S.


Empieza a clarear el día y desde la cortina que desnuda al rocío de la noche adivino su voz. Habrá madrugado para que todo esté preparado y nada se vea sorprendido por la improvisación. Mirará hacia la curva y la Umbría mostrará el ronroneo del lento discurrir del tiempo. Con un poco de suerte el maullido remitido desde la tapia cercana le recordará la inacabada lista de obligaciones que le esperan y a las que hará frente. Los lirios están a punto de florecer y la primavera se anticipa como si quisiera permanecer más tiempo a su lado. Echará un vistazo al embozo de las sábanas y volverá a recordar las puntadas que las bobinas de colores le ofrecieron y de las que dio cumplida cuenta. Iniciales para perpetuar señas de identidad cubiertas de morenos trazos. Y a nada que la pausa se ofrezca sacará del cajón los folios pacientes que esperan sus letras. Abrirá sus sentimientos y en líneas paralelas desgranará lo que dentro le anida. Declarará sentimientos y de ellos extraerá la fortaleza suficiente para erigir un muro de sólidos bloques, inexpugnable, invencible. Será incapaz de asaltar el gallinero de las vergüenzas por saber que de ellas nada meritorio se destila. Será la rabosa condescendiente que perdone errores y cuide de los vástagos enseñándoles un modo de actuación digno de perpetuarse. Saldrá al escenario y pondrá voz a lo que hasta entonces permanecía en silencio. Se hará acompañar para mostrar el valor real de la osadía cuando la osadía mira de frente y ofrece cariño. Y todo desde la sencillez, huyendo de las alharacas que el aplauso forzado solicita. Ella, Alejandrina, sabe de sobra de qué viento te llega la brisa y de cuál la tormenta. Ha ido acristalando los sabores de la cuna y el cierre hermético impedirá cualquier posibilidad de paso al deterioro. Ha apilado en los estantes de la alacena tanta vivencias que únicamente pedirá un reloj de arena que desgrane lentamente sus arenas y le permita echarlas a volar. Eso sí, lo hará, cuando la mañana se vuelva a desperezar, vuelva a desprenderse del rocío y un nuevo maullido llegado desde la higuera de la tapia cercana, le dé los buenos días. Ya se encargará de responderles del modo más hermoso que encuentre a nada que abra el cajón y los folios la miren sonrientes.

domingo, 14 de abril de 2019


1. Joaquín E.



Lo veo y no puedo por menos que recordar los momentos en los que el cómo se anteponía al por qué. Daba igual si la insensatez devenía retadora a lomos de la risa o si la cordura había decidido tomarse una pausa. Él, el menos insensato de todos los insensatos, se sumaba sin hacer ruido y de su sonrisa celadora de párpados dejaba pasar a la ocurrencia. Quizás no era el momento de pararle los pies y ya se encargaría de firmar el corolario la circunstancia precisa que no había sido invitada. En su Citröen 2 caballos amarillo cabía cualquier cosa que tuviese como destino final el curso de las aguas. O bien aparecían los aparejos de pesca reclamando meandros en busca del desperece o de su maletero surgía la raqueta buscando hueco en el frontón a la mayor brevedad. Y si la tensión había provocado un esguince a las cuerdas nada mejor que buscar en la sartén todavía humeante a la sustituta cuando la partida estaba sin acabar. Por casa, las cintas de la capa seguirían entonando la rondalla siguiendo los compases de la bandurria semidormida. Los claveles serían convenientemente regados al amparo del sol vivificador que ejercía de escudero de los pétalos. Sobre la mesa alba, circular, marmórea, se adivinaba la clase magistral de anatomía a la espera de la llegada de la anestesia en forma de consejos. El ayer se replicaba en el hoy y Joaquín tomaba buena nota de todo ello. Ya habría tiempo a lo largo de la madrugada para huir del bullicio de las carretillas en pos del sosiego de la Vega. Allí, como dando paso al inminente amanecer, los ciruelos corrían la cortina del desvelo y del cerro surgían los primeros rayos. Este que tan acostumbrado estaba a las oliverales vivencias lograba escrutar los tropiezos de los pensamientos y decidió diseñarles los apoyos. Las nieves han hecho acto de aparición como si quisieran recordarle lo que no es necesario y cada vez que nos volvemos a cruzar nos seguimos reconociendo. Probablemente de haber vivido en el Renacimiento el mismísimo Rafael habría diseñado una torre llamada a formar parte del escudo de armas que tan bien los identifica. Y en esa torre, Joaquín, Chimo, seguiría buscando un hueco para el penúltimo libro que aportase conocimiento a quien sobrado va de ello.

sábado, 13 de abril de 2019


P.A.C.M.A.




Partido Animalista Contra el Maltrato Animal, para quien todavía desconozca el significado de las siglas. Así se anuncian y en base a ello la curiosidad salta al ruedo en busca de respuestas. Y si ese ruedo metafórico se viste de mesita con altavoz repetidor de consignas en mitad del cruce de dos calles atiborradas de gente, mejor que mejor. Oyes, escuchas sus proclamas, te aproximas. Ves como una señorita educadamente reclama tu atención y te ofrece la posibilidad de formar parte de aquellas firmas adheridas a su causa. Has oído algo al respecto. Sabes que están en contra de las corridas de toros, de la caza y en general de todo lo que suponga maltrato hacia los animales. Y en ese momento te llega desde el cofre de la memoria la estampa de aquel que sigilosamente situado en su tractor en mitad del sembrado decidió convertirse en custodio de sus cosechas. Cosechas de cereales de las que estaba dando cumplido final la superpoblación de jabalíes de aquella época. Recuerdas cómo los cartuchos de su escopeta ejercieron con la misión encomendada. Y entonces te aproximas al burladero que la acera te ofrece y lanzas la pregunta. Te observa extrañada y de reojo te envía a su compañero para que te saque de dudas. Metros más allá, unos silenciosos enmascarados lucen carteles demonizando el consumo de carne. Nadas en un mar de dudas. Ni eres cazador ni excesivamente carnívoro. Así que nada de ello te lo puedes tomar como una afrenta personal. Sigues a la espera de la respuesta. El tiempo pasa, las firmas siguen goteándose sobre la carpeta y te dices a ti mismo que ya te informarás al respecto. Horas más tarde, buscas, lees, analizas y deduces. Observas cómo la esterilización de machos y hembras se plantea como remedio. Es tan sencillo que no entiendes el porqué de tanta tardanza en llevarla a cabo. Se capturan a los machos, se reclaman a las hembras, se les administran los anticonceptivos y problema resuelto. Es entonces cuando regresas mentalmente al palomar de Palma de Mallorca, vuelves a enfundarte el caqui, y te remuerdes la conciencia por haber aplicado un método diferente a las prolíficas  voladoras mensajeras. Eras un mandado, y solamente esa excusa te libra de la penitencia. Para consolarte buscas a Dylan , le das paso a “Man gave names to all animals” y la paz regresa a ti.

jueves, 11 de abril de 2019


  1. Araceli y Teófilo



Cada vez que surco las calles, acabo pasando por su puerta. Y os aseguro que tenía su punto de emoción traspasar aquella puerta. Como aviso previo un buzón azul encastrado en la pared te anunciaba la posibilidad de depositar las cartas convenientemente y no alterar el normal desarrollo del interior de la vivienda. Sonreías al sello y la dejabas caer. Sabías que al otro lado la recepción de las mismas estaría presta y que una saca densa pespunteada con los colores de la bandera se encargaría de trasladarla hacia la estación. De sus manos viajaban hacia los raíles las esperanzas, las añoranzas, las alegrías y todo el conjunto de necesidades que precisaban ser leídas. Si la suerte te proporcionaba la posibilidad de certificar alguna, pasabas y mientras se comprobaba el peso tu vista se entretenía en la imagen goyesca que decoraba la chimenea. Mozos y mozas compartiendo momentos y tú convidado de piedra aplaudías en silencio. Los murillos se cuadraban a la espera de la lumbre y la vida seguía a pasos agigantados hacia el adiós a la niñez. Notabas en su mirada el pesar cuando algún ribete negro envolvía al sobre de turno. Percibías cómo el pésame callado nacía de sus ojos y el matasellos se cubría de luto al estampar la fecha sobre la cara de Franco. Ellos sabrán cuántas fueron las veces en las que se vieron envueltos en esa amalgama de sensaciones. Y como si buscasen un paréntesis, allá, más adentro, una envasadora hacía las veces de compañera de trabajo en su ardua labor de precintar conservas. Tiempos en los que la palabra viajaba envuelta en cuartillas a las que se les exigía elegancia. Tiempos en los que alguna vez hubo que  leer o redactar en nombre de quienes no tuvieron la fortuna de aprender. Tiempos en los que el callejón caldeaba los hielos y templaba los bochornos. Tiempos en los que la inocencia infantil escribía a los Magos de Oriente y ellos dos, Araceli y Teófilo, se convertían en cómplices de ilusiones callando verdades. Hoy, cada vez que los pasos me guían a su antojo, vuelvo a pasar por el zócalo granulado. Vuelvo a comprobar si el sobre del recuerdo está bien cerrado. Vuelvo a sellar con una peseta volátil la carta que sigue viva. Sé que al otro lado del buzón azul, ellos dos, seguirán siendo los receptores y le darán cumplida salida.

miércoles, 10 de abril de 2019


  1. Amparo y Jose


Esquinando la calle en su ascenso moran, permanecen y se  perpetúan. Ella, manifestando en su rostro la procedencia que la anuncia. Él, trajinando sin cesar para exprimir los minutos que a la pausa le niega. Ella, cargando con el cesto de paja sobre su antebrazo, deslizándose hacia las calles. Él, poniendo en práctica la enésima enseñanza que del esparto le ha llegado y la maestría de enfrente le ha legado. La pleita, el recincho o cualquier otra muestra de la artesanía autóctona condenada al olvido, han encontrado en Jose al meritorio testigo de su permanencia en los días. Se ubicará frente a los leños convenientemente apilados para decorar la clase de una escuela que le caracteriza a nada que te des por recién llegado. Mientras, Amparo, volverá a testimoniar cómo se puede convertir una amistad en consanguinidad. Habrán visto el amanecer y contará las horas para atender al reclamo de las aguas. Allí les esperan los juncos dispuestos a convertirse en grilleras sobre las que encerrar los sueños de los vástagos llegados del Cantábrico. Enseñarán sin imponer y transmitirán las verdades que son inmutables. Viajarán dejando en las cunetas del Mojón de la Moza el mensaje claro de un inmediato regreso y nada más acceder al llano comprobarán su papel de cordón umbilical que el destino les ha adjudicado. Serán capaces de asombrar con sus pasos alocados a las sangres que quieran imitar sus pasos de baile y de los sonidos saxofónicos les brotarán orgullos. Ella sabe por herencia cuánto valor curativo tiene el abrazo. Él sabe por costumbre que al campo se le acaricia generoso sin esperar nada que el campo no esté dispuesto a entregar a cambio. Del arnero de su constancia han trenzado una malla invisible de fortaleza que sirve de apoyo y punto de referencia. Probablemente sigan echando de menos las nevadas que les plantearon retos nocturnos. Igual sonríen cuando se enfrenten a situaciones ajenas que tanto les suenan y tan lejanas resultan en el tiempo. Son, el refugio seguro a todo navío que sienta los azotes de la galerna inesperada. Son, estas dos mitades de un todo que día a día siguen tejiendo la estera por la que dejar sus huellas. Una estera, os lo aseguro, custodiada por el perfume de espliego que todos los veranos renueva las verdades y rubrica las sensaciones. Si veis la cortina medio abierta, ya sabéis que una nueva clase se está impartiendo, y no es plan de llegar tarde a tales enseñanzas.

martes, 9 de abril de 2019




  1. Elvira R.



Es cruzarme con ella y saber que en breve tendré que prestar atención gustosa a sus acordes. Sonreirá, arqueará los brazos y de ella surgirán los tonos del bolero que tantos y tantos recuerdos le traen. Mirará de frente como si de la respuesta de tus pupilas esperase la aprobación que no necesita. Y a nada que el aplauso concluya hará mención a los múltiples acontecimientos de los que se sabe partícipe y protagonista en el cruce de caminos que el foro diseña. La eterna vitalidad la acompaña y de su herencia se destilan las consecuencias. Unas veces morisando fiebres del sábado noche en los eternos veranos de juventud; otras poniendo en valor de cantautor retratos cercanos mientras las aguas acompasan con su rumor los arpegios; otras desde ceñidos presagios de gurús que tanto la califican como precursora de escenarios por encima de votaciones. Cuidará de la Villa y Corte cada quince de Mayo intentando que la Pradera se cuadricule en ladrillos donde firmar el chotis de sus vivencias. Mantón custodiado por el clavel reventón de chulapa dispuesta a ser la Revoltosa que siempre ha sido. No habrá Hilarión capaz de seguirla por la senda de la simpatía si ella así lo decide. Y a nada que las estrellas te guíen hacia el Mirador de la noche abrirá la frontera para facilitarte el paso entre las sillas apoyadas sobre los zócalos somnolientos de las paredes. Vive como si destilara los momentos y frente a la ofrenda sacará de sí el Ave María que Schubert legó para voces como la suya. De su brazo colgará el bolso sobre el que sacar a pasear la orfandad del antebrazo que le es ausente y al que tanto añora. Su vestido de lunares se abraza a su talle para impedir que vuele donde su imaginación la lleva. Vano esfuerzo. Seguirá pendiente del verso extenso que verá la luz cuando se abra a las noches de Agosto. Nadie podrá ponerle bridas ni freno a quien nació libre y libre permanece. Y si por un casual eres capaz de resistir el sonrojo ante sus requiebros, lo mejor será intentar hacerle los coros. Los estribillos serán tuyos a nada que te fijes, pero ten claro que el resto, le pertenece. Ni se te ocurra pasar por alto el saludo creyendo que no formas parte de ella. Hace tiempo que tuvo la generosidad de hacerte un hueco y sus decisiones son perpetuas. Si por una casualidad la veis enfadarse, no la creáis, es pura pose. Sería incapaz de guardar en el cofre de su corazón algo que no mereciese la pena. Esta Eydie Gorme sacará a la pista de cemento sus pasos para convertir a la plaza en la sala de baile improvisada a las primeras notas. Callo. Hoy el paseo lo he anticipado y coincidiendo con el sol del mediodía ha comenzado a cantar. No diré nada más. Prefiero seguir pensando que se siente la protagonista de un nuevo recital que acaba de dar por inaugurado y lo mejor será encontrar una buena localización para volver a disfrutarla.

domingo, 7 de abril de 2019


Alejandrín J.


La primera imagen que me regresa fue aquella respuesta que dio en la escuela a mitad de mañana. Se acercaba la Navidad y Alejandrín dijo que pediría a los Reyes Magos un gorro de policía. Premonitoria, sin duda, su vocación. Y aunque la brevedad que el infortunio impuso no le permitiese ejercer como tal, ya se le adivinaban dotes de mando y querencia hacia los uniformes. La marcialidad parecía viajar de modo forzado con su atuendo que a todas luces avanzaba modas. Lo que para muchos fue actualidad pasado el tiempo, para él resultaba obsoleto, caduco. Claro exponente del lema juvenil que a nada teme al optar por vivir deprisa, probarlo todo y los etcéteras que le siguen. La pausa no iba con su estilo de enfocar los días. De sus rizos podían deducirse las fórmulas precisas encaminadas a la superación de los miedos y el rechazo absoluto a las vergüenzas que de sus neuronas nacían. Clon de Marc Bolan, retaba a las correcciones desde las plataformas que lo ascendían desde el Guitón en un intento no disimulado de provocación hacia los status quo imperantes. Indomable capaz de enfrentarse a los retos más atractivos que repudiaban los avisos del peligro. Boina verde que se embarcó con todo el equipo hacia un salto impuesto en contra del Alisio desértico que ofrecía su pulso. Maspalomas impuso su ley y el zinc selló a perpetuidad el arrojo de quien nada se negaba. Probablemente los porfíricos pasos que año tras año dirigían los compases matutinos pregoneros de la fiesta tuvieron como finalidad rendirle el homenaje que del dolor suele manar cuando lo irreversible se hace patente. Probablemente las tardes en las que Alejandra se asomaba al Soto y miraba hacia el Cerro de San Cristóbal guardasen para sí el penúltimo suspiro que la pena de una pérdida enhebra de luto. Sea como fuere, aquel de vosotros que sienta curiosidad por conocer algo más del significado que tiene el arrojo, que baje hacia San Blas y espere. La voz callada de Vicente dejará constancia clara de cuanto significa haber sido testigo en primera línea de todo lo expuesto. Será el notario definitivo que selle un testamento vital que hace años, cuando éramos unos críos, Alejandrín tuvo los arrestos suficientes para abrirlo y dejar que el destino jugase sus bazas. Esta vez el viento de Levante  seguro que se muestra más misericordioso con el paracaídas en su descenso.

sábado, 6 de abril de 2019


Paco B.

Posiblemente muchos lo recuerden y muchos otros pregunten quién es. A los últimos les responderé que fue el veterinario que apreció por Enguídanos mediados los ochenta, se hospedó en casa de Marieta, nos hizo partícipes de las excelencias de Beefeater  y compartió con nosotros unos años absolutamente geniales. De hecho, cada vez que Jaime Marques vuelve a aparecer por las ondas del recuerdo, su imagen renace entonando la batucada nada más comenzar a sonar las tres de la mañana. Un beatlemaníaco risueño capaz de dar paso a lo innecesario para darle rango de imprescindible en cuanto la ocasión lo exigiese. Un barbudo enfundado en las panas de la diversión a nada que la obligación de su cargo cesase. De nada servían los razonamientos derivados de la capa del cerdo de turno si ante ello se anticipaban las excelencias de una buena charla. Poco importaba si aquel 4L blanco regresaba de Cuenca con la prórroga de la milicia y las vacunas pertinentes si la noche aciagamente divertida se nos ofrecía como fin de jornada. Ácrata neonato al que encomendar todos los recados inimaginables sabiendo a ciencia cierta que serían ignorados al creerlos inútiles. Él, con  adiestrar a los dogos que roían los muebles, tenía suficiente. Si la tertulia nocturna derivaba hacia los intentos de comunicaciones espirituales, la pócima risueña estaba más que asegurada. De nada servirían llamadas de atención hacia la cordura cuando el dislate de la improvisación pedía paso. Nada más provocarse una pausa, el estribillo pedía paso y Liverpool se hacía presente de nuevo. Los horarios no formaban parte de su ADN y a nada que te descuidases te aliabas con él hacia una nueva y dislocada ocurrencia. Se hacía, se hace de querer. Es un tipo genial capaz de palmearte la espalda a la más mínima sospecha de abatimiento que vea en ti. Puede que el tiempo lo haya pausado y la distancia ralentice la llegada de sus improvisaciones. Puede que aquel paréntesis de estancia supusiese más de lo que él mismo está dispuesto a admitir. Puede, y en eso no habrá discusión posible, que en su hueco más íntimo sepa que aquellos años trajeron a su vida un halo de espontaneidad que pocas veces se habrán repetido. Si me lo vuelvo a cruzar, no tendré más que entonar el  “al dar las tres de la mañana” y esperar que Paco, mi amigo Paco, responda con “salí de casa, radiante de alegría, vi nacer un nuevo día, ha llegado el carnaval” Lo más seguro será que unos ladridos boxerianos ejecuten los coros y se unan a la fiesta.

viernes, 5 de abril de 2019


1. Jesús S.



No tiene pérdida, es el que lleva sobre su pecho la tira cruzada de una bolsa que contiene lo más imprescindible de todo lo imprescindible. Sí, ese que bracea su paso como si buscase en el horizonte la llegada próxima de la penúltima novedad. Sí, hombre, sí, el que lleva de la mano la correa lo suficientemente destensada para no causarle daño al animal de compañía. Sí, claro que sí, el dueño de la autocaravana que se precia de haber transitado por los infinitos rincones a los que la aventura ha decidido encaminarlo. El que se viste de capitán Ahab desde la neumática roja buscando capturar a la ballena blanca que le salga al paso. Fluye como si de un eremita se tratase impartiendo máximas que casi siempre esconden un punto de realismo por disparatado que parezca. A modo de proclama exhibe desde la posición de centinela la rojigualda que deja claras sus intenciones patrias. Puentecilla la cuesta como si buscase en ella la aduana del antes y el después de un raciocinio que le resulta atenazador. Lía las hebras de la conversación desde el púlpito de la acera prendiendo la mecha con el fósforo de la ironía. Y se hace acompañar. Este labiado seductor timbrará los sellos sin certificado para que el deambular de la saca amarilla resulte más gratificante. Poco importará la opinión ajena a quien convencido está sobradamente de sus principios. Groucho capaz tanto de exponer los que sean precisos si la precisión del momento los reclama o modificarlos si el receptor consigue hacerle reflexionar. Vive en el nirvana perpetuo reclamando el regreso de las flores poderosas al puesto de mando. Reencarna al gurú hindú capaz de concertar a tantos seguidores como detractores en torno a su inexistente Ganges. De sus mantras, que cada cual decida, qué hacer. Obviarlos por demasiados irrealizables o reclamarlos como paso previo a su confirmación. Mientras todo este dilema se desarrolla, mientras la conclusión llama a la puerta, haceos a un lado que ya aparece y reclama atención. Esta vez el Opel dejó su mando al Audi y entre ambos decidieron ser los guías de los pasos de este que de haber sido sentenciado a crucifixión, seguramente habría conseguido el perdón del Sanedrín y habría montado una cena con Anás y Caifás como invitados de honor. No me quiero ni imaginar los resultados apócrifos de semejante posibilidad. Mejor imaginarlo como colega de un redivivo Morrison en un concierto más cercano sobre las arenas de un río que tan bien conoce.    

1. Valentina y Santiago


Cuando los veo parapetados sobre la valla verde que protege a la Umbría no puedo por menos que derivar la imagen a la plaza de toros del recuerdo. Plaza de toros televisiva que provocaba la pausa a las faenas del campo y conseguía vaciar las calles desde la llamada de las antenas de los bares. De ahí, de su devoción vitigudina, le remite el sobrenombre, y de ello hace gala. Postura erguida en su paso mientras a su lado Valentina trasiega las hogazas hacia la despensa. Latidos acompasados con la pendiente como si de ellos exprimiesen el tic tac de los peldaños de su existencia. De la esquina orientada hacia el castillo sus miradas pasean por la senda de los tiempos pasados y del horizonte extraen el balance de todos ellos. Dentro de nada, antes de que el sol decida mostrarse inclemente, bajarán hacia la huerta en busca de los frutos que las aguas cristalinas cobijaron. Subidas y bajadas al lento discurrir de aquellos que desconocen el valor engañoso de la urgencia. Demasiadas veces han sido testigos en primera línea de cuanto significado tiene los reveses y desde hace tiempo pausaron sus ritmos. Él, retallará los sobrantes en los olivos de la conversación para darle sentido a la charla que le salga al paso. Ella, volverá a preguntar de corazón por el bienestar de los que te son cercanos y de tu respuesta lucirá la sonrisa que le caracteriza. En nada que se den cuenta, la higuera les recordará la llegada de una nueva estación. Las noches se poblarán de infantiles gritos entre juegos inocentes y ellos dos revisarán para sí el calendario de una inmediata reunión con todos los suyos. Seguirán posicionándose sobre el tendido del coso a la espera de la siguiente lidia. No pasarán por alto las faenas y sentirán dolor en su piel como si las banderillas del sufrimiento las quisieran evitar y cargarlas consigo. Sonarán clarines, trompetas, timbales. Unos pases de pecho saldrán al ruedo para dejar constancia de su tesón y de su mismo pecho brotarán los avisos. Y llegado el momento supremo de la suerte final, el estoque de acero dejará paso al de madera. Serían incapaces de herir por muy fiero que se mostrase el morlaco del infortunio y lo tuviera merecido. Aquellas tardes en las que el sobrenombre quiso adoptarlo, dejaron huella, perduran y siguen testificando un modo de hacer llamado verdad.

martes, 2 de abril de 2019


1. Maricruz L.


En ella se resumen las virtudes que para muchos de nosotros suelen ser inalcanzables. Podríamos catalogarla de paciente, empática, sacrificada, tenaz…y aún quedarían en el tintero un sinfín de adjetivos que la buscarían como destinataria. Ella, que ha sabido amamantarse en las esencias supremas de la ironía, es capaz de revertir cualquier situación por extrema que aparezca. Seguramente el tránsito incesante por los parajes de las bellezas naturales le ha asignado el papel de hada madrina de las voluntades del tesón. Asume el timón de una nave convencida de las  posibilidades de navegación que tiene por más que de lejos algunos quieran apreciar fisuras en la quilla. Ella reconoce la dirección de los vientos y expande a los mismos las cobardías nacidas de las indecisiones. Mira hacia las aguas como si de ellas rescatase las verdades que a tantos otros se les escapan sin ser conscientes de ello. Maneja desde la cuna el valor exacto del vocablo preciso a cada ocasión que se ofrezca. Busca en la diferencia la igualdad y en el silencio las respuestas. Y las consigue, alienta, dignifica y luce. Como si de su mismísimo nombre tallase en letras forjadas inoxidables el concepto de victoria, rechaza las plegarias lastimeras, aboga por los repiques. Sonreirá ampliamente cada vez que la proximidad de los latidos le ruegue desplazamientos y se verá una más. Labrará desde su mirada los surcos de un campo para muchos yermo al que dará vida sembrándolo de cariño. Afluente del Pisuerga, en su discurrir hacia poniente, verá de nuevo la luz por mínima que se manifieste la llama de un ocaso al que le niega razones. Nació a la primogenitura con el único motivo de mostrar cómo encarar a la vida cara a cara. Y en ello sigue y en ello perdura. Anudará de azules el lazo, pero será un lazo lo suficientemente intenso para evitarles traspiés a aquellos que el resto del tiempo lo calzan de un modo diferente. No permitirá el paso al rencor. Su vida está encalada de blanco y por nada del mundo permitiría que los tiznes negros llegaran a ella. Hoy el día se abrió entre las nubes y claros que su imagen prestó sin pedirle permiso. Poco hubo que esperar para que regresara a ocupar el hueco merecido que toda persona cargada de bondad merece. Si alguna duda le llega, solamente tendrá que revisar la jugada y comprobar que al V.A.R. obedece siempre la razón.