viernes, 31 de marzo de 2017

Cuatro años y un día

Tras no pocas opciones y descartes decidí titularlo así. A modo y manera de una condena a la que enfrentarse el título daba respuesta a lo que a través de las páginas siguientes iría apareciendo y revelándose contra la desmemoria de los años. Un libro en el que la suma de relatos actuó como capítulos conexos de todas las peripecias recordadas y vividas por aquellos adolescentes que fuimos. Adolescentes que en busca de un futuro a mejor fuimos paganos de una taxativa separación de nuestra infancia y un pasaporte a la adolescencia sin cuñar se nos fue ofrecido. Tiempos de soledades compartidas con quienes acabaron siendo parte de ti. Jornadas inacabables entre los pupitres y las zonas de recreo subsistiendo a la permanente vigilancia por los custodios franciscanos que ejercieron cumplidamente con su labor. Y con todo ello, el reflejo positivo de aquella etapa como si quisiera el subconsciente alejar del dolor lo dañino. Tardes de invierno en las que el frío penetraba por los resquicios del alma para dar cuenta de aquellas consignas de nosotros mismos en las que nos convertimos. Espacios en los que a modo de islas dejábamos claros los dominios sin aceptar usurpaciones. Vueltas y vueltas a unos juegos en los que las revanchas se aplazaban unas horas y se volvían en tu contra al menor descuido. Eternas tardes de estudio con el silencio como vigía permanente intentando celar  los vuelos. Nadie fue capaz de ponerle cerco a los sueños que en aquellos púberes campaban a sus anchas. Permeabilizados con conocimientos que a la corta resultaron ser más prescindibles que lo que el propio temor a no adquirirlos se empeñaba en pregonar. Una reclusión en la que las penurias se diluían y las alegrías se eternizaban buscando árnica para las primeras. En definitiva, un compendio de todo aquello que será difícil de entender por parte de quienes no pasaron por dicha experiencia. Futuros que apuntaron alto y quedaron en medianías y viceversa fueron dando respuesta a las curiosidades que el interrogante de los calendarios lanzó décadas después. A modo de corolario, aquello que fue, ya no es. El destino le tenía reservado otro papel y aquellas paredes que se alzaron como refugios interiores, cambiaron de argumento. Si alguien sigue recordando de tal modo aquel periodo posiblemente llegue a la misma conclusión. Pese a todo, por encima de todo, y gracias a todo, mereció la pena. Nada tiene sentido cuando se intenta rebobinar una vida que no encuentra su  vuelta atrás. Lo único que nos queda es darle el beneplácito de haberla vivido como sólo el recuerdo es capaz de hacerlo: ocultando las lágrimas y sonriendo compasivamente hacia uno mismo.

jueves, 30 de marzo de 2017

Pausia
Solamente su mención da paso a una serie de preguntas sin respuesta. A unas por padecerla y a otros por observarla sin entenderla del todo. Por lo oído es una catarata hormonal la que decide convertir al fémino cuerpo en un río de lava o en una lengua de glaciar según decida el día. Pueden convivir perfectamente en el espacio comprendido entre las mesitas y el sofá abanicos con mantas, pasminas con felpas o infusiones con refrescos y todo parecerá de lo más normal. Y entre toda esa vorágine de cambios climaterios el desconcierto vendrá de manos del humor. Unas veces imperará el optimismo de manos de las sonrisas, otras veces irrumpirá el llanto en brazo del desánimo  y con ello los cambios físicos delatores del perfil menopáusico. Su duración atenderá a criterios de variabilidad impredecible como si unos dados rodantes decidiesen a su antojo sobre el tapete del ecuador de una existencia hasta entonces coordinada. Nada volverá a ser como antes de semejante  llegada y para unas empezará el declive mientras para otras se reseteará un nuevo estilo de vida a mejor. La pausia dejará paso al avance hacia un nuevo horizonte sobre el que tender ilusiones. Posiblemente hayan quedado muchas cosas atrás pero serán tantas las que siguen adelante que mecerá la pena prestarles atención a estas y olvidar a aquellas. Dejará de tener sentido la fijación materna para adquirir sentido la reivindicación personal aunque el precio a pagar resulte incómodo o excesivo.
En nuestro caso, varones rampantes, émulos de machos alfa, la andropausia  llegará sibilinamente a instalarse en nuestro ser. A los compartidos cambios de humor añadiremos  la constatación palpable de la decadencia física con evidentes resultados en las analíticas prescritas. Empezaremos a comprobar cómo lo habitual se convierte en esporádico y no nos quedará otra que aceptarlo o en el peor de los casos disimularlo. Sea como fuere, el disimulo siempre esconde las carencia de una asunción que mal que te pese te toca de lleno. Así que en lo que  a mí respecta, estoico me someto a los dictados del reloj biológico y me dejo llevar. Quizás ha llegado el momento de convertirte en conejillo de indias en cualquier revisión hospitalaria y debes aceptar que eres uno más de la cadena. Suponiendo que tus ínfulas juveniles quieran regresar a ti ya decidirás si la farmacopea bien en tu auxilio o busca tu sentencia. A criterio personal quedará la decisión y mientras tanto irás aumentando la graduación de tus gafas, espaciando los ritmos deportivos y seleccionando convenientemente los combinados a tomar en la  siguiente salida festiva. Y sobre todo, por encima de todo, tendrás un mapa mentalmente sincronizado de dónde se ubican los puntos estratégicos para aliviar micciones urgentes.

Definitivamente las pausias suponen un estado tan voluble como imposible de evitar; así que será mejor tomárselas con la resignación propia de todo aquel reo que sabe que su condena es prolongar la existencia, afortunadamente.  Todo intento de esconderlas, negarlas o modificarlas, está de antemano condenado al fracaso.  

miércoles, 29 de marzo de 2017

Don Emigdio


Recuerdo perfectamente aquella mañana del mes de Mayo del sesenta y tres. Estaba jugando entre sol y sombra en un charco que las últimas lluvias habían dejado en la curva de Benita y acudí presto a la llamada de mi padre. Tras un babero amarillo con soldaditos bordados mis cinco años e encaminaron hacia la escuela y allí estaba don Emilio. Sí, ya sé, con el tiempo supimos que su nombre era Emigdio pero la cacofonía popular decidió el cambio y así pervivió durante todos los años venideros. Era y sigue siendo la viva imagen del equilibrio y en base al mismo fueron decantándose de sus lecciones los aprendizajes que nos iniciaron en el conocimiento. Las sucesivas materias que todo buen maestro debía y debe dominar partían de un principio fundamental que consistía en la asunción de responsabilidades de puertas hacia fuera y de puertas hacia adentro suficientemente delimitadas. En casa se nos educaba y en la clase se nos enseñaba. Sí, ya sé, más de uno pensará que aquella pedagogía quedó obsoleta y que los nuevos tiempos no la echan de menos. Quizás es porque no tuvieron la suerte de conocer al maestro con mayúsculas que conseguía desde la escasez de recursos sacar de nosotros lo mejor. Y nada se ponía en cuestión cuando aquel cerebro que escondía el corte a navaja sacaba a la pizarra las lecciones precisas. Ni nadie ponía en tela de juicio si la división kilométrica que compartíamos a través de la tiza cara a los demás era antipedagógica o no. Ni a nadie le extrañaba ver a don Emilio almorzar su consabido bocata de tortilla francesa que Ascensión le preparaba al tiempo que se tomaba su quinto de cerveza o encendía su celtas cortos. Eran tiempos en los que lo imprescindible se llevaba a cabo y lo superfluo carecía de hueco. Allí, tras sus directrices, se rotularon eucaristías para cumplir con el dogma, se mezclaron leches en polvo para ayudar al crecimiento y las enciclopedias se sucedieron de modo continuo y certero. El consejo acertado, la decisión justa, el castigo pertinente que más le dolía a él que a los culpados, fueron dejando un poso que todavía perdura. Aquel veinteañero que llegó a Enguídanos consiguió que Enguídanos le abriese su corazón y así lo sigue teniendo. Su crecimiento como docente fue parejo al nuestro como pupilos y todo cobró sentido. Ayer, el azar quiso que nos volviésemos a ver. Con él paseaba su sangre y la mirada volvió a delatarlo. Sigue siendo aquel referente que tanta huella dejó. La memoria no lo ha abandonado y si alguna vez lo hiciera tendrá la seguridad de que la nuestra lo mantendrá vivo.  Si alguna vez tenéis la fortuna de cruzaros con él, disfrutad del momento. Ya veréis cómo vuelve a daros una lección de vida como sólo los buenos maestros son capaces de plantear sin que el alumno pueda resistirse a ella.    

martes, 28 de marzo de 2017

Los livianos tabiques


Desde que la necesidad de ubicación masiva o la especulación urbanística decidieron convertirnos en palomos de un palomar llamado edificio, la cosa empezó a pintar mal. No sólo había que tener ojo o suerte a la hora de elegir tu jaula sino que además debía contar con el comodín adecuado que te garantizase vecinos aceptables por los cuatro costados. Con un poco de paciencia ibas marcando territorio y aceptando el de los otros en la cordialidad que toda convivencia necesita. Pero con lo que nunca contaste fue con el calibre de los tabiques que harían divisible la indivisibilidad y cercana la lejanía de la intimidad. Así, ante tus oídos, periódicamente, acuden todo tipo de zureos. Y  el sentido inverso entre la hora del día en que se producen y la intensidad de los mismos acaba condecorándote como el espía involuntario y coincidente. Si los estertores se llevan a cabo a la luz del día, se dan por válidos. Quizá el acompañamiento callejero difumine las corcheas de tales notas y de tan acostumbrados a ellos no les demos mayor importancia. Ahora bien, llegada la hora de las tinieblas, cuando el descanso se hace necesario, reparador y presente, aquí sí, aquí el protagonismo del más mínimo ruido cobra relevancia.  Dará lo mismo que sea la parada del ascensor la que delata la llegada del trasnochador. Dará lo mismo que el tintineo del llavero anticipe la búsqueda de la llave adecuado entre el manojo bailarín. Dará lo mismo si los pasos almohadillados por el pasillo intentan evitar el taconeo delator. Todo sonará estereofónico y dará pistas de nuestra ruta. Si la necesidad nos remite al baño, entonces se adquieren tonos de tragicomedia y la inutilidad de silenciarnos nos dará de bruces. Y todo por no habernos percatado de  cuán livianos eran y siguen siendo los tabiques que se erigieron en separadores de un carpesano tan frágil como necesario. Puede que  incluso el ritmo frenético de un somier alce tus párpados para descubrir que no eres tú quien navega entre los lienzos sorteando esa borrasca. En un intento pudoroso buscarás recuperar el sueño que dejaste a medias y no lo podrás hacer hasta que el lejano vaivén cese. No sabrás si aplaudir y añadir con ello más decibelios a la noche o callar para respetar intimidades. Puede que las agujas del despertador te despierten sobresaltado cuando apenas habías recuperado tu viaje por las ensoñaciones. Y entonces sí, entonces descubrirás por fin, que el ciclo se reanuda. Alguien al otro lado del tabique que separa inodoros mantiene el mismo silencio que tú a la espera de ser el último que decida vaciar su interior aprovechando tu mismo ruido. Poco importará si coincidiendo en el ascensor de bajada  ambos calláis el hecho de haber sido testigos acústicos de todos los ruidos que la noche dejó volar. Miraréis la botonera como si en ella se depositaran los pensamientos y las risas calladas concluirán con el “buenos días” que educadamente pondrá fin a tan largos espacios de tiempos compartidos a través de las livianas paredes. 

lunes, 27 de marzo de 2017

Parque Jurásico


Las novelas de ciencia ficción tienen ese añadido que permite a la imaginación campar a sus anchas. Y si la primera noticia que te llega procede de una viñeta escasa de centímetros en una revista que se anuncia como muy interesante, más que mejor. Y si además son las tardes de un verano preinternético las que te empujan a la lectura, entonces ya, las expectativas se muestran como imprescindibles. De modo que así, como el que no quiere la cosa, en mitad de aquel pedido de lecturas vanas, me hice con la novela en cuestión. Pasar del sofá a la isla paradisíaca convertida en macrozoológico fue cuestión de segundos. No hizo falta pormenorizar en el cómo de la fusión del ámbar a modo de lázara sepultura del insecto del que extraer el código genético y regresar en el tiempo. Increíble pero deseable a modo de revisión paleontológica  mientras  en ella tratamos de encontrar el eslabón perdido a ritmo de nacimientos de semejantes criaturas. Por un momento se echa en falta a la hermosa Raquel Welch que tanto lustre diese a una pretérita versión de aquellas supuestas convivencias entre saurios colosales y humanos. Todo sea por la trepidante aventura que consigue convertir a la novela en una lucha constante de supervivencia en mitad de semejante Bioparc. Lo que no acaba de convencer es la poca previsión por parte del iluso empresario a la hora de pensar que unos incautos inversores apostarían pos su sueño. Y mucho menos creíble resulta el saber que un abuelo será capaz de poner en peligro a sus propios nietos al no comprobar una y mil veces las medidas de seguridad preceptivas. Lo de que el cazador experto resulte ser un personaje poco apto tampoco le da crédito a la lectura. De modo que todo transcurre a saltos entre el peligro y la incesante búsqueda de una  huida final que resulta poco menos que increíble. Aparecen sobre la barcaza unos astutos velocirraptores emigrantes de la isla que te dejan con un sabor a suspense. Es más, en la siguiente visita que llevas a cabo al entorno de encierro programado de la fieras actuales, echas unas miradas de reojo a sus pupilas y callas el “vuestros antepasados sí que sabían huir” de sus celdas. Nadie puede negar la posibilidad de una vuelta de tuerca hacia el pasado conforme están los tiempos actualmente. De cualquier forma, aquella lectura que robó horas a la siesta de aquel verano, no dejó más secuelas que las propias de la industria cinematográfica, donde ahí sí, ahí se les fue la mano definitivamente a la hora de abrir semejante arca de Noé. Solo resta desear que si un anofélex decide alimentarse de nosotros en las proximidades de cualquier humedal  el destino le prive de un sarcófago de ámbar. Sería un tanto extraño reaparecer al cabo de varios milenios como atracción en un parque ingeniado al efecto.     

viernes, 24 de marzo de 2017


Procrastinador



No tengo la certeza de que sea un adjetivo aceptado por la Academia, ni tampoco me  inquieta el hecho de darle crédito a su aceptación o no. De lo que no me cabe duda es que quien es capaz de adjudicármelo, posiblemente me conozca mejor que yo mismo e incluso se lo atribuya a sabiendas de que somos gemelos. De tanto meternos en el papel asignado por las obligatoriedades nos hemos olvidado  de el solaz que promueve el aplazamiento de las  mismas robando turno al puro instinto del ludo. Quizás algún sesudo análisis psicológico determine que alguna tecla no funciona debidamente en el piano interior de quienes así nos sentimos. Puede que las notas desafinadas sean incapaces de componer la sinfonía que los comunes aceptan. Tal vez los deseos se solapen sobre los deberes y en base a ello se trace una filosofía de vida sobre la que esparcir momentos, cada vez más escasos, ruines, programados. Sea como fuere, cada vez que alguien semejante a ti aparece te llega la bocanada de polen con sabor a almendro que te demuestra tu acierto en la elección del momento y de la compañía que lo hace especial. No, no se trata de embarcarse en un sueño psicodélico hacia el autoengaño. Se trata más bien de saber cubicar los espacios en el damero que sin permiso nuestro se nos ha lanzado a modo de reto sin las reglas definidas hacia la realidad. Vivimos sueños en  los espacios nimios prestados por los segunderos de otros y en base a ello nos sumergimos en la conformidad. Y en algún caso, la rigidez del cumplimiento por parte de los demás, nos aporta una incógnita que enseguida queda resuelta a nuestro favor. Sí, me declaro procrastinador, e incito a quienes aún no lo hayan descubierto en sus propias carnes  que no lo demoren. Posiblemente sean catalogados como especímenes abyectos inmerecedores  de los parabienes que la sociedad esquemáticamente organizada les reserve  en la alacena de las migajas.  Y mientras tanto, conformistas de tiempos prestados a un alto interés, seguirán cotizando a la baja sus propios anhelos. Tuertos que miran en la única dirección que el miedo promulga que desearán a escondidas que alguien en su sano juicio les muestre como espejo sincero el mismo calificativo y los catalogue como los procrastinadores que jamás pensaron ser y que por fin descubrieron. Felicidades a quienes ya lo son y suerte a quienes quieren serlo.  

jueves, 23 de marzo de 2017


Cuentos de Benedetti

Nada más sonar las cuatro sílabas de su apellido nos llega la armonía de sus versos. La sencillez va pareja a la elegancia y nadie ha sido capaz de elevar a sublime lo nacido sencillo como él lo hace. Por eso mismo, para buscar algún resquicio de normalidad en sus letras, me llamó la atención su recopilatorio de cuentos y allá que me embarqué en su lectura. Adoro la magnificencia de los relatos cortos cuando se asoman a las pestañas de cualquiera dispuesto a hacerlos suyos. En la brevedad de dos, tres, cinco o no más de diez páginas, todo un entramado sale a la luz. Y si lo hace desde su rúbrica, la cosa emulsiona de un modo previsible. Más allá del poeta se encumbra el diseñador de historias de una vida tan dilatada como prolija en éxitos. Aquí, en medio de estos cuentos, aparecen desarraigos, exilios, penurias, esperanzas, sonrisas, decepciones. Todos enmarcados en un estilo evolutivo desde las fonéticas porteñas hacia los bulevares franceses por los que se desenvuelve a las mil maravillas. Una vida dilatada por los acontecimientos que nunca sabes discernir como propios o como vividos por cercanos, y poco importa. En definitiva la literatura se basa en la magia que se mueve entre lo verídico y lo creíble sin serlo. Un constante remar de emociones que la magia de su caligrafía debió llevar impresa para ser capaz de agitarnos de se modo. Locuras que parecen realidades y realidades que se vuelven locuras en un incesante desfile de microescenas en las que los tiempos se entrecruzan. Unas veces te legan finales previsibles, imprevisibles, abiertos, inconclusos. Y todo ello desde la evolución por los apartados en los que supongo que la editorial decidió clasificarlos. Ahí es donde discrepo. Si nacen a su libre albedrío, debería haberse respetado la evolución a su antojo y haber sido maquetados tal cual. De cualquier forma, que nadie piense quedar inmune a su lectura. En alguno de ellos, la poesía se camuflará para parecer ausente, pero será visible a nada que nos abstraigamos y nos dejemos llevar. Otros serán los momentos en los que su protagonismo sea palpable. En esta ocasión, las historias cortas, los innumerables actos de la vida misma, se han hecho realidad y así se constata. Quizás alguien sea capaz de descubrirse entre sus párrafos y entonces entenderá lo triste que resulta verse despojado de sus vergüenzas. Benedetti fue capaz de extraerlas a la luz y sólo son capaces de iluminar aquellos que los dioses han elegido.

martes, 14 de marzo de 2017

Tinta de café


Ya el nombre anticipa lo que te va a llegar y suena a diferente. Un local en el que mezclar aromas cafeteros con letras es digno de atención y como tal merecía una visita. Así que retando a las inclemencias del tiempo ventoso del epílogo invernal, animado por la proximidad y desperezado por las nubes flotantes, allá que fui. Lo primero que me llamó la atención fue el revestimiento de los peldaños que permitían el paso a la sala. Madera, como si de ello dependiera el anticipo de saludo cordial. Como si el frío de la acera tuviese que ser exiliado a otros patios para no restar calidez a lo que dentro nos esperaba. Una antesala abierta a modo de marquesina en la que degustar las nicotinas reservaba el derecho al disfrute de aquellos que siguen saboreando entre sus labios el humo prendido. Unos ventanales enmarcados sobre los que vislumbrar en el interior las estanterías ansiosas de libros que empezaron a encontrar su hueco. Y una barra bajo la cual las meriendas guardaban turno para ser liberadas por quienes bajan la vista hacia ellas y realizan su elección. Y a popa, la amplitud de unas paredes albas deseando recibir miradas y quién sabe si versos. Mesas tímidas esparcidas reclamando tertulias y dos en uno forjando ilusiones con el futuro que les espera. En aquel rincón, un niño, ausente de las consignas paternas dictalografiando a su antojo entre los estantes que perfilan la misma altura y el tiempo pasando. El poso del café satisfecho de su labor y a ambos flancos las estanterías como islas náufragas a la espera de nuevos libros ya leídos. Nada más real que compartir páginas con aquellas manos que las hicieran suyas y que se niegan a enclaustrarlos en cajas de olvidos. Títulos que te remitían a etapas en las que de cada epílogo sacabas un aprendizaje que volvían a hacerse presentes mientras el molino del café acompasaba el paso de la tarde. En este escenario podrán llevarse a cabo las representaciones más fidedignas que cualquier lector pueda imaginar a nada que se lo proponga. De las tertulias que podrán o no realizarse sobre las baldosas de dicho tintero hablarán los deseos de aquellos que tanto necesitan hacerse escuchar y no solamente oír.  Y con ello, el tiempo colocará a cada cual en el sitial que se merezca o haya logrado. Poco importará si el debate queda sin resolver. Quizás mejor, si así sucede. Será la excusa perfecta para volver a retomarlo una tarde más en un espacio que no podría haber elegido mejor nombre. La suerte está echada y ya sabéis dónde encontrarla. 

lunes, 13 de marzo de 2017


Las pruebas médicas



Su sola mención ya nos pone en alerta. Cuando alguna revisión rutinaria deriva a semejante frase, algo en nosotros se tambalea y las preguntas saltan como por arte de magia hacia la inquietud. Pensamos que se callan el peor de los dictámenes que indudablemente han visto a bote pronto y que en un acto de caridad lo callan para escudarlo en el retraso de dichas pruebas. De modo que la congoja empieza a expandirse como nube tóxica sobre nuestros días futuros y solamente nos quedará intentar que el goteo del reloj no suene a finiquito próximo. La sucesión de guiones a peor por nuestra parte no dejarán lugar a la duda de que algo no va bien. Probablemente empiecen a aparecer síntomas que ni sospechábamos tener antes de semejante lema que el entendido de turno nos ha soltado de sopetón. Las mil y una circunstancias que normalmente ejercen de perros guardianes de nuestros días a  día se harán a un lado y no tendremos más ansias que las de dar con el epílogo de tales exámenes. Con un poco de desgracia aparecerá en tus inmediaciones aquel que se vestirá de druida consejero tras la máscara de apaciguador y que en un acto torpe a más no poder soltará la retahíla de casos similares al tuyo que tuvieron mal fin. De poco servirá manifestar con los ojos el rechazo a su parlamento cuando haya cogido hilo y siga en sus trece sin tú pedirlo. Lo peor estará por llegar si la aflicción te llega y lo percibe. Este cuervo que se siente palomo, no dejará resquicio alguno por dónde meter  augurios a cual peores para después concluir con “ya verás cómo no es nada importante”. Por supuesto que no lo es, ni vasa permitir que lo sea, pero desde el mismo momento en el que comience su disertación. Lo ideal será descolocarle la toga sotanera y dejarle bien claras tus intenciones de ponerlo a prueba. Y esta vez de modo directo, sin  pausas que le permitan reflexionar, ni momentos de protagonismo. Lo más probable es que la partida cambie de rumbo y al final seas tú quien deje en su lastre a aquel que venía a tocarte las narices. Es más, llegado el caso, hazle heredero de las recetas que te colocaban a la defensiva y a ver qué tal se desenvuelve. Y una vez pasado el tiempo, una vez realizada la correspondiente puesta a punto de tu cuerpo, en caso de que vuelva sobre las andadas, sonríe mientras le lanzas a modo de sentencia “cuando estás más cerca de la meta que de la salida, todo, absolutamente todo, me importa menos” Le llevará tiempo asimilar esta proclama y quizás cuando la resuelva se dé cuenta de que ha perdido el tiempo. Después, si acaso, te sometes a las pruebas médicas y te tomas la vida como si no hubiera un mañana.   

jueves, 9 de marzo de 2017


L@s  presentador@s del tiempo



Aquellos telediarios quedaron atrás. Aquellos en los que Mariano Medina aparecía enfundado en un terno al uso y en el que iba colocando figuritas de soles, nubes, rayos y demás aditivos climatológicos, quedaron atrás. Poco a poco el anuncio de anticiclones o bajas presiones fue modernizándose conforme la superpoblación de satélites cubría la estratosfera. Y así hemos llegado a nuestros días en los que las isobaras apuntan al podio del éxito de audiencia. Como si de por sí no fuera suficiente saber qué tiempo nos espera, las cadenas televisivas han animado el patio con un@s anunciantes a la última. Si se trata de ellos, más pareciera que nos están colocando las botas de agua, los impermeables o la crema solar protectora para no dejarnos salir de casa sin el debido pertrecho de atuendo precisos. Apolíneos eres que esparcen sus vaticinios sobre las ondas sabiéndose dueños de nuestros roperos. Pero si el dictamen sobre la climatología cambia de sexo, la cosa empieza a tomar características de pasarela de moda. Las venusianas encargadas de dar con los tornados en nuestras narices o con los chubascos en nuestros lomos salen a escena al grito de “os vais a enterar”.  Sus alargados minutos transcurren entre las estribaciones montañosas, las depresiones  acuíferas y las marejadas de alta mar mientras ellas se deslizan sobre la plataforma luciendo palmito. Ímprobos esfuerzos los realizados para seguir sus vaticinios mientras el donaire de sus perfiles se antepone a la sintonía. Como que nos da lo mismo el tiempo si quien lo anuncia nos tiene embelesados con su caída de pestañas y cruce de antebrazos.  Poco importará si olvidamos el paraguas en la entrada y nos espera un tremendo aguacero si quien nos lo ha servido en bandeja se muta en vestal de capas altas de la atmósfera. El epílogo del noticiario no podría soñarse mejor y por lo tanto de nada sirve buscarle peros. Es más, lo preferible será dejar pasar a las esfinges por los hertzios de las pantallas y después, si acaso, asomarse a la ventana o preguntarle al juanete por el tiempo que va a hacer. Los  “iron man” que las precedieron en horarios intempestivamente acordados saben que no pueden competir y como tales se resignan al cambio de canal cuando aparecen. Todo en pos de la audiencia y en base a ella programable. Ellas, diosas irreductibles del Olimpo climatológico, se saben poseedoras del elixir de la atención que nos conmina a permanecer embobados a sus predicciones sin importarnos sus aciertos. Dejemos, pues, que el tiempo sea quien elija a sus propios cicerones y ya veremos si son más de fiar unos u otras. Al final, dará lo mismo; siempre habrá alguien que se arrogue el papel que nadie le asignó y lo hará por pura envidia al saberse menos agraciado.   

viernes, 3 de marzo de 2017


El autobús naranja



La verdad es que llamativo resulta, de eso no hay duda. Sea por su color o sea por su lema, el paso de semejante vehículo no deja indiferente a nadie. Unos se fijarán en el color anaranjado y no sabrán hasta verlo de barlovento si se trata de un autobús de forofos del Valencia, de seguidores de Ciudadanos, o de neerlandeses camino de Benidorm. Otros otearán por sotavento y ya de cerca deletrearán el eslogan para darse de pestañas con la obviedad. Pero cuidado, será una obviedad encaminada a trenzar sarpullidos en ambos bandos que se formarán nada más iniciarse el desplazamiento y emprender las disputas a favor o en contra. Unos sacarán a relucir sus estandartes darwinianos para reclamar la naturaleza de las cosas. Otros abogarán por el derecho a mutar en lo que se quiera a quien así lo desee. La polémica, una vez más, estará servida. Y como de costumbre los férreos postulados compartirán espacios noticiables con los transigentes esquemas. Nuevamente saldrán a la luz aquellos para ser o intentar ser apagados por estos y el entretenimiento estará asegurado. Aquí es donde cada cual parece que debiera situarse en uno u otro bando a fin de dar fe de sus máximas aprendidas o pulidas a lo largo de su existencia. Y el circo continuará para dar sentido al propio circo. Parece como si nuevamente la existencia de tal o cual género precisara de una decisión que el hecho unívoco de nacer toma por cada cual. Como si nadie tuviese la posibilidad de contradecirle a la Naturaleza lo que no ha pedido como carga desde su nacimiento si así la considera. Otra vez la fuerza de lo común intentando prevalecer sobre la fuerza de lo individual. Y así, repetición de esquemas que se suponían obsoletos, y que siguen sin serlos. Es como si la propia debilidad del ser humano a la hora de manifestarse consiguiera fortaleza sumándose a las intransigencias de los otros. Si para ello se precisa de una provocación vestida de naranja, pues sea, y ya nos apañaremos. Si de la réplica consideran ataque a sus firmezas, tendrán la justificación para seguir cometiéndolas.  Si en vez de aceptar el reto que supone y antepone al enfrentamiento optamos por la ignorancia más absoluta, igual se dan cuenta del ridículo que cometen. Que cada cual se sienta y sienta como le dé la gana y que nadie se convierta en juez de comportamiento ajeno. Siempre me pareció el artículo neutro el más adaptado a los sustantivos y desde luego, el color naranja no le va en absoluto, por muchos kilómetros que recorra o muchos encierros que sufra. A modo de sugerencia, lo que podrían hacer es descapotarlo y convertirlo en bus turístico. Y ya de paso adornarlo con todo tipo de banderas, soflamas e himnos que fuesen dando colorido a la propia ruta. Está la primavera asomándose a las puertas y los capullos empiezan despuntar por doquier. Démosle la bienvenida como se merece y que cada cual le saque el jugo que más le apetezca.   

jueves, 2 de marzo de 2017


Un “sin pa” sin parangón

Las cosas si se hacen hay que hacerlas a lo grande, claro que sí. Nada de tonterías nimias que encima de no remediarte el desaguisado del bolsillo te tildan de pacato, de mezquino, de simple. A lo grande, con un par, sí señor. Nada de robar una menudencia, no señor; cuanto más, mejor. Y si encima el hecho delictivo sigue el camino inverso, doble mérito. Nada de apropiarse de algo ajeno y luego ir a celebrarlo. No, no, no. Lo suyo es celebrarlo y luego delinquir para añadir un toque de originalidad al delito que al menos quedará en los anales de lo chic. Y no me refiero a los ladrones de guante blanco o sillón de cuero que tan poca gracia hacen y tanto daño ocasionan a los que subyugan con sus trucos de contratos grises. Tampoco me refiero  a aquellas cuentas que dejó pendiente algún directivo futbolero en los salones de palacio donde celebró la boda de su hija. Si de originalidad se trata, busquemos un restaurante de nivel, convoquemos a la familia, repartamos con las invitaciones el plan a seguir en el último acto de la celebración, y todo saldrá a pedir de boca. Una representación digna de libreto operístico en la que las voces entonadas a ritmo de escanciamiento sabrán que de sus gorgoritos dependerá el éxito de la desbandada final. Haremos creíble el guion desde el mismo momento en el que el adelanto solicitado por el dueño del local sea hecho efectivo y con él, la apertura de la confianza. No podrá sospechar lo más mínimo del importante nivel de consumo etílico entre los “encorbatados”  y los “tiros largos” dada la buena imagen que les acompaña. Pensará que aquella desbandada múltiple que se provoca previamente a la entrada de la tarta forma parte del argumento. Creerá que la huida “quemando rueda” de los vehículos estacionados en el parking busca un añadido al acto festivo y no saldrá de su asombro. Solamente cuando los peldaños de chocolate del postre empiecen a derretirse sin haber sido distribuidos sobre el solitario salón recobrará su estado de consciencia y dará la voz de alarma.  Ciento veinte huidos como almas que lleva el diablo y traen el balance negativo. Bolígrafos que dejarán de anotar  infusiones para apuntar matrículas con las que recuperar identidades. Una desbandada planificada al grito de “el último paga” que dará  identidad a un nuevo récord insospechadamente  inédito.  La cuestión será saber si a partir de ahora las consumiciones se abonarán antes de ser servidas o si alguien se arriesgará a superar el nivel marcado. Por si acaso, yo dejaré a la vista encima de la mesa una tarjeta de crédito; con un poco de suerte no se fijarán en la fecha de caducidad y ya el datafono les sacará del error mientras mi sombra se diluye por las callejuelas.

miércoles, 1 de marzo de 2017


Los relojes inteligentes

Atrás quedaron aquellos relojes que normalmente venían como regalo de primera comunión. Esos a los que había que dar cuerda cada veinticuatro horas para que el ritmo de tus horas no decayese y te llegase con ello la sensación de estar perdiendo el tiempo. Posteriormente llegaron aquellos que movían su corazón digital o analógico a base de hacerle trabajar a una pila que duraba lo suficiente como para prescindir del enroscado del botoncito que pasó a mejor vida en su inexistente función cordal. Para dar una vuelta de tuerca más a la inacción rotatoria de los dedos, diseñaron por fin, estos que caminan en base a la sensibilidad sanguínea que descubran debajo de tus muñecas. Un leve movimiento marcial agitando los antebrazo, y a funcionar se ha dicho. Murió el encanto y llegó la premura y el servilismo. Y como no hay que detenerse en la comodidad de lo perpetuo, aquí están, han llegado, se han instalado como vigías inquebrantables al desaliento, los relojes multifuncionales. Digamos que a la curiosidad por el artilugio le sumo la nula pericia en su manejo y con todo ello he decidido calzarme uno. Previamente, la encuesta de reconocimiento a la que me ha sometido sobre mi forma física no ha dejado de provocarme cierta inquietud. Peso, fecha de nacimiento, hábitos de vida, objetivos a alcanzar….Toda una batería de preguntas que me han ido sumergiendo en la más absoluta de las vergüenzas al manifestarme ante su software como un desecho de virtudes. Me ha prometido una rápida reconversión en un pentatleta digno de figurar en las páginas de ejemplos a seguir y, la verdad, me ha entusiasmado su propio entusiasmo. Ya empiezo a ver crecer mis músculos, a tonificar mis flaccideces, a sentirme un hombre de acero que será la envidia de todos aquellos que se crucen en mi camino. Y todo a cambio de un mínimo esfuerzo, según sus esperanzas. Así que ya mismo me voy a pertrechar tras un petate lleno de un atuendo adecuado y a cambiar de vida. Lo único que me falta por averiguar es dónde narices se localiza la hora en semejante dispositivo. Dónde puñetas se ajusta el calendario. Dónde está escondida la alarma que va a su aire siguiendo las coordenadas de algún meridiano desconocido y que disfruta despertándome a deshoras. Dónde se desmonta la sincronización de las llamadas de móvil recibidas sobre los tuétanos del manípulo. Una vez localizados y solucionados estos mínimos inconvenientes, prometo empezar con el plan de entrenamiento trazado por el coach que ya se está frotando las manos al verme de esta guisa. De cualquier forma, si dentro de un par de días considero que no es lo mío, lo intentaré apagar. Aún conservo aquel Duward  y creo que la cuerda sigue esperando a que la despierte.