Cuatro años y un día
Relatos para compartir con aquell@s que se vean reflejad@s.
viernes, 31 de marzo de 2017
jueves, 30 de marzo de 2017
Pausia
Solamente su mención da paso a una serie de preguntas sin respuesta. A
unas por padecerla y a otros por observarla sin entenderla del todo. Por lo oído
es una catarata hormonal la que decide convertir al fémino cuerpo en un río de
lava o en una lengua de glaciar según decida el día. Pueden convivir
perfectamente en el espacio comprendido entre las mesitas y el sofá abanicos
con mantas, pasminas con felpas o infusiones con refrescos y todo parecerá de lo
más normal. Y entre toda esa vorágine de cambios climaterios el desconcierto
vendrá de manos del humor. Unas veces imperará el optimismo de manos de las
sonrisas, otras veces irrumpirá el llanto en brazo del desánimo y con ello los cambios físicos delatores del
perfil menopáusico. Su duración atenderá a criterios de variabilidad impredecible
como si unos dados rodantes decidiesen a su antojo sobre el tapete del ecuador
de una existencia hasta entonces coordinada. Nada volverá a ser como antes de semejante
llegada y para unas empezará el declive
mientras para otras se reseteará un nuevo estilo de vida a mejor. La pausia
dejará paso al avance hacia un nuevo horizonte sobre el que tender ilusiones.
Posiblemente hayan quedado muchas cosas atrás pero serán tantas las que siguen
adelante que mecerá la pena prestarles atención a estas y olvidar a aquellas.
Dejará de tener sentido la fijación materna para adquirir sentido la
reivindicación personal aunque el precio a pagar resulte incómodo o excesivo.
En nuestro caso, varones rampantes, émulos de machos alfa, la andropausia
llegará sibilinamente a instalarse en
nuestro ser. A los compartidos cambios de humor añadiremos la constatación palpable de la decadencia
física con evidentes resultados en las analíticas prescritas. Empezaremos a
comprobar cómo lo habitual se convierte en esporádico y no nos quedará otra que
aceptarlo o en el peor de los casos disimularlo. Sea como fuere, el disimulo siempre
esconde las carencia de una asunción que mal que te pese te toca de lleno. Así que
en lo que a mí respecta, estoico me
someto a los dictados del reloj biológico y me dejo llevar. Quizás ha llegado
el momento de convertirte en conejillo de indias en cualquier revisión
hospitalaria y debes aceptar que eres uno más de la cadena. Suponiendo que tus
ínfulas juveniles quieran regresar a ti ya decidirás si la farmacopea bien en
tu auxilio o busca tu sentencia. A criterio personal quedará la decisión y
mientras tanto irás aumentando la graduación de tus gafas, espaciando los
ritmos deportivos y seleccionando convenientemente los combinados a tomar en la
siguiente salida festiva. Y sobre todo,
por encima de todo, tendrás un mapa mentalmente sincronizado de dónde se ubican
los puntos estratégicos para aliviar micciones urgentes.
Definitivamente las pausias suponen un estado tan voluble como imposible
de evitar; así que será mejor tomárselas con la resignación propia de todo
aquel reo que sabe que su condena es prolongar la existencia, afortunadamente. Todo intento de esconderlas, negarlas o
modificarlas, está de antemano condenado al fracaso.
miércoles, 29 de marzo de 2017
Don Emigdio
Recuerdo perfectamente aquella mañana del mes de Mayo del sesenta y tres.
Estaba jugando entre sol y sombra en un charco que las últimas lluvias habían
dejado en la curva de Benita y acudí presto a la llamada de mi padre. Tras un
babero amarillo con soldaditos bordados mis cinco años e encaminaron hacia la
escuela y allí estaba don Emilio. Sí, ya sé, con el tiempo supimos que su
nombre era Emigdio pero la cacofonía popular decidió el cambio y así pervivió
durante todos los años venideros. Era y sigue siendo la viva imagen del
equilibrio y en base al mismo fueron decantándose de sus lecciones los
aprendizajes que nos iniciaron en el conocimiento. Las sucesivas materias que
todo buen maestro debía y debe dominar partían de un principio fundamental que
consistía en la asunción de responsabilidades de puertas hacia fuera y de
puertas hacia adentro suficientemente delimitadas. En casa se nos educaba y en
la clase se nos enseñaba. Sí, ya sé, más de uno pensará que aquella pedagogía
quedó obsoleta y que los nuevos tiempos no la echan de menos. Quizás es porque
no tuvieron la suerte de conocer al maestro con mayúsculas que conseguía desde
la escasez de recursos sacar de nosotros lo mejor. Y nada se ponía en cuestión
cuando aquel cerebro que escondía el corte a navaja sacaba a la pizarra las
lecciones precisas. Ni nadie ponía en tela de juicio si la división kilométrica
que compartíamos a través de la tiza cara a los demás era antipedagógica o no.
Ni a nadie le extrañaba ver a don Emilio almorzar su consabido bocata de
tortilla francesa que Ascensión le preparaba al tiempo que se tomaba su quinto
de cerveza o encendía su celtas cortos. Eran tiempos en los que lo
imprescindible se llevaba a cabo y lo superfluo carecía de hueco. Allí, tras
sus directrices, se rotularon eucaristías para cumplir con el dogma, se
mezclaron leches en polvo para ayudar al crecimiento y las enciclopedias se
sucedieron de modo continuo y certero. El consejo acertado, la decisión justa,
el castigo pertinente que más le dolía a él que a los culpados, fueron dejando
un poso que todavía perdura. Aquel veinteañero que llegó a Enguídanos consiguió
que Enguídanos le abriese su corazón y así lo sigue teniendo. Su crecimiento
como docente fue parejo al nuestro como pupilos y todo cobró sentido. Ayer, el
azar quiso que nos volviésemos a ver. Con él paseaba su sangre y la mirada volvió
a delatarlo. Sigue siendo aquel referente que tanta huella dejó. La memoria no
lo ha abandonado y si alguna vez lo hiciera tendrá la seguridad de que la
nuestra lo mantendrá vivo. Si alguna vez
tenéis la fortuna de cruzaros con él, disfrutad del momento. Ya veréis cómo
vuelve a daros una lección de vida como sólo los buenos maestros son capaces de
plantear sin que el alumno pueda resistirse a ella.
martes, 28 de marzo de 2017
Los livianos tabiques
Desde que la necesidad de ubicación masiva o la especulación urbanística
decidieron convertirnos en palomos de un palomar llamado edificio, la cosa
empezó a pintar mal. No sólo había que tener ojo o suerte a la hora de elegir
tu jaula sino que además debía contar con el comodín adecuado que te
garantizase vecinos aceptables por los cuatro costados. Con un poco de
paciencia ibas marcando territorio y aceptando el de los otros en la
cordialidad que toda convivencia necesita. Pero con lo que nunca contaste fue
con el calibre de los tabiques que harían divisible la indivisibilidad y
cercana la lejanía de la intimidad. Así, ante tus oídos, periódicamente, acuden
todo tipo de zureos. Y el sentido inverso
entre la hora del día en que se producen y la intensidad de los mismos acaba
condecorándote como el espía involuntario y coincidente. Si los estertores se
llevan a cabo a la luz del día, se dan por válidos. Quizá el acompañamiento
callejero difumine las corcheas de tales notas y de tan acostumbrados a ellos
no les demos mayor importancia. Ahora bien, llegada la hora de las tinieblas,
cuando el descanso se hace necesario, reparador y presente, aquí sí, aquí el
protagonismo del más mínimo ruido cobra relevancia. Dará lo mismo que sea la parada del ascensor
la que delata la llegada del trasnochador. Dará lo mismo que el tintineo del
llavero anticipe la búsqueda de la llave adecuado entre el manojo bailarín.
Dará lo mismo si los pasos almohadillados por el pasillo intentan evitar el
taconeo delator. Todo sonará estereofónico y dará pistas de nuestra ruta. Si la
necesidad nos remite al baño, entonces se adquieren tonos de tragicomedia y la
inutilidad de silenciarnos nos dará de bruces. Y todo por no habernos percatado
de cuán livianos eran y siguen siendo
los tabiques que se erigieron en separadores de un carpesano tan frágil como
necesario. Puede que incluso el ritmo
frenético de un somier alce tus párpados para descubrir que no eres tú quien
navega entre los lienzos sorteando esa borrasca. En un intento pudoroso
buscarás recuperar el sueño que dejaste a medias y no lo podrás hacer hasta que
el lejano vaivén cese. No sabrás si aplaudir y añadir con ello más decibelios a
la noche o callar para respetar intimidades. Puede que las agujas del despertador
te despierten sobresaltado cuando apenas habías recuperado tu viaje por las
ensoñaciones. Y entonces sí, entonces descubrirás por fin, que el ciclo se
reanuda. Alguien al otro lado del tabique que separa inodoros mantiene el mismo
silencio que tú a la espera de ser el último que decida vaciar su interior
aprovechando tu mismo ruido. Poco importará si coincidiendo en el ascensor de
bajada ambos calláis el hecho de haber
sido testigos acústicos de todos los ruidos que la noche dejó volar. Miraréis
la botonera como si en ella se depositaran los pensamientos y las risas
calladas concluirán con el “buenos días” que educadamente pondrá fin a tan
largos espacios de tiempos compartidos a través de las livianas paredes.
lunes, 27 de marzo de 2017
Parque Jurásico
Las novelas de ciencia ficción tienen ese añadido
que permite a la imaginación campar a sus anchas. Y si la primera noticia que
te llega procede de una viñeta escasa de centímetros en una revista que se
anuncia como muy interesante, más que mejor. Y si además son las tardes de un
verano preinternético las que te empujan a la lectura, entonces ya, las
expectativas se muestran como imprescindibles. De modo que así, como el que no
quiere la cosa, en mitad de aquel pedido de lecturas vanas, me hice con la
novela en cuestión. Pasar del sofá a la isla paradisíaca convertida en
macrozoológico fue cuestión de segundos. No hizo falta pormenorizar en el cómo
de la fusión del ámbar a modo de lázara sepultura del insecto del que extraer
el código genético y regresar en el tiempo. Increíble pero deseable a modo de
revisión paleontológica mientras en ella tratamos de encontrar el eslabón
perdido a ritmo de nacimientos de semejantes criaturas. Por un momento se echa
en falta a la hermosa Raquel Welch que tanto lustre diese a una pretérita
versión de aquellas supuestas convivencias entre saurios colosales y humanos.
Todo sea por la trepidante aventura que consigue convertir a la novela en una
lucha constante de supervivencia en mitad de semejante Bioparc. Lo que no acaba
de convencer es la poca previsión por parte del iluso empresario a la hora de
pensar que unos incautos inversores apostarían pos su sueño. Y mucho menos
creíble resulta el saber que un abuelo será capaz de poner en peligro a sus
propios nietos al no comprobar una y mil veces las medidas de seguridad
preceptivas. Lo de que el cazador experto resulte ser un personaje poco apto
tampoco le da crédito a la lectura. De modo que todo transcurre a saltos entre
el peligro y la incesante búsqueda de una huida final que resulta poco menos que
increíble. Aparecen sobre la barcaza unos astutos velocirraptores emigrantes de
la isla que te dejan con un sabor a suspense. Es más, en la siguiente visita
que llevas a cabo al entorno de encierro programado de la fieras actuales,
echas unas miradas de reojo a sus pupilas y callas el “vuestros antepasados sí
que sabían huir” de sus celdas. Nadie puede negar la posibilidad de una vuelta
de tuerca hacia el pasado conforme están los tiempos actualmente. De cualquier
forma, aquella lectura que robó horas a la siesta de aquel verano, no dejó más
secuelas que las propias de la industria cinematográfica, donde ahí sí, ahí se
les fue la mano definitivamente a la hora de abrir semejante arca de Noé. Solo
resta desear que si un anofélex decide alimentarse de nosotros en las
proximidades de cualquier humedal el
destino le prive de un sarcófago de ámbar. Sería un tanto extraño reaparecer al
cabo de varios milenios como atracción en un parque ingeniado al efecto.
viernes, 24 de marzo de 2017
Procrastinador
No tengo la certeza de que sea un adjetivo aceptado por la Academia, ni
tampoco me inquieta el hecho de darle
crédito a su aceptación o no. De lo que no me cabe duda es que quien es capaz
de adjudicármelo, posiblemente me conozca mejor que yo mismo e incluso se lo
atribuya a sabiendas de que somos gemelos. De tanto meternos en el papel
asignado por las obligatoriedades nos hemos olvidado de el solaz que promueve el aplazamiento de
las mismas robando turno al puro instinto
del ludo. Quizás algún sesudo análisis psicológico determine que alguna tecla
no funciona debidamente en el piano interior de quienes así nos sentimos. Puede
que las notas desafinadas sean incapaces de componer la sinfonía que los
comunes aceptan. Tal vez los deseos se solapen sobre los deberes y en base a
ello se trace una filosofía de vida sobre la que esparcir momentos, cada vez
más escasos, ruines, programados. Sea como fuere, cada vez que alguien
semejante a ti aparece te llega la bocanada de polen con sabor a almendro que
te demuestra tu acierto en la elección del momento y de la compañía que lo hace
especial. No, no se trata de embarcarse en un sueño psicodélico hacia el
autoengaño. Se trata más bien de saber cubicar los espacios en el damero que
sin permiso nuestro se nos ha lanzado a modo de reto sin las reglas definidas
hacia la realidad. Vivimos sueños en los
espacios nimios prestados por los segunderos de otros y en base a ello nos
sumergimos en la conformidad. Y en algún caso, la rigidez del cumplimiento por
parte de los demás, nos aporta una incógnita que enseguida queda resuelta a
nuestro favor. Sí, me declaro procrastinador, e incito a quienes aún no lo hayan
descubierto en sus propias carnes que no
lo demoren. Posiblemente sean catalogados como especímenes abyectos
inmerecedores de los parabienes que la
sociedad esquemáticamente organizada les reserve en la alacena de las migajas. Y mientras tanto, conformistas de tiempos
prestados a un alto interés, seguirán cotizando a la baja sus propios anhelos.
Tuertos que miran en la única dirección que el miedo promulga que desearán a
escondidas que alguien en su sano juicio les muestre como espejo sincero el
mismo calificativo y los catalogue como los procrastinadores que jamás pensaron
ser y que por fin descubrieron. Felicidades a quienes ya lo son y suerte a quienes
quieren serlo.
jueves, 23 de marzo de 2017
Cuentos de Benedetti
Nada más sonar las cuatro sílabas de su apellido
nos llega la armonía de sus versos. La sencillez va pareja a la elegancia y
nadie ha sido capaz de elevar a sublime lo nacido sencillo como él lo hace. Por
eso mismo, para buscar algún resquicio de normalidad en sus letras, me llamó la
atención su recopilatorio de cuentos y allá que me embarqué en su lectura.
Adoro la magnificencia de los relatos cortos cuando se asoman a las pestañas de
cualquiera dispuesto a hacerlos suyos. En la brevedad de dos, tres, cinco o no
más de diez páginas, todo un entramado sale a la luz. Y si lo hace desde su
rúbrica, la cosa emulsiona de un modo previsible. Más allá del poeta se
encumbra el diseñador de historias de una vida tan dilatada como prolija en
éxitos. Aquí, en medio de estos cuentos, aparecen desarraigos, exilios,
penurias, esperanzas, sonrisas, decepciones. Todos enmarcados en un estilo evolutivo
desde las fonéticas porteñas hacia los bulevares franceses por los que se
desenvuelve a las mil maravillas. Una vida dilatada por los acontecimientos que
nunca sabes discernir como propios o como vividos por cercanos, y poco importa.
En definitiva la literatura se basa en la magia que se mueve entre lo verídico
y lo creíble sin serlo. Un constante remar de emociones que la magia de su
caligrafía debió llevar impresa para ser capaz de agitarnos de se modo. Locuras
que parecen realidades y realidades que se vuelven locuras en un incesante
desfile de microescenas en las que los tiempos se entrecruzan. Unas veces te
legan finales previsibles, imprevisibles, abiertos, inconclusos. Y todo ello
desde la evolución por los apartados en los que supongo que la editorial
decidió clasificarlos. Ahí es donde discrepo. Si nacen a su libre albedrío,
debería haberse respetado la evolución a su antojo y haber sido maquetados tal
cual. De cualquier forma, que nadie piense quedar inmune a su lectura. En
alguno de ellos, la poesía se camuflará para parecer ausente, pero será visible
a nada que nos abstraigamos y nos dejemos llevar. Otros serán los momentos en
los que su protagonismo sea palpable. En esta ocasión, las historias cortas,
los innumerables actos de la vida misma, se han hecho realidad y así se
constata. Quizás alguien sea capaz de descubrirse entre sus párrafos y entonces
entenderá lo triste que resulta verse despojado de sus vergüenzas. Benedetti
fue capaz de extraerlas a la luz y sólo son capaces de iluminar aquellos que
los dioses han elegido.
martes, 14 de marzo de 2017
Tinta de café
Ya el nombre anticipa lo que te va a llegar y suena a diferente. Un local
en el que mezclar aromas cafeteros con letras es digno de atención y como tal
merecía una visita. Así que retando a las inclemencias del tiempo ventoso del
epílogo invernal, animado por la proximidad y desperezado por las nubes
flotantes, allá que fui. Lo primero que me llamó la atención fue el
revestimiento de los peldaños que permitían el paso a la sala. Madera, como si
de ello dependiera el anticipo de saludo cordial. Como si el frío de la acera
tuviese que ser exiliado a otros patios para no restar calidez a lo que dentro
nos esperaba. Una antesala abierta a modo de marquesina en la que degustar las
nicotinas reservaba el derecho al disfrute de aquellos que siguen saboreando
entre sus labios el humo prendido. Unos ventanales enmarcados sobre los que
vislumbrar en el interior las estanterías ansiosas de libros que empezaron a
encontrar su hueco. Y una barra bajo la cual las meriendas guardaban turno para
ser liberadas por quienes bajan la vista hacia ellas y realizan su elección. Y
a popa, la amplitud de unas paredes albas deseando recibir miradas y quién sabe
si versos. Mesas tímidas esparcidas reclamando tertulias y dos en uno forjando
ilusiones con el futuro que les espera. En aquel rincón, un niño, ausente de
las consignas paternas dictalografiando a su antojo entre los estantes que
perfilan la misma altura y el tiempo pasando. El poso del café satisfecho de su
labor y a ambos flancos las estanterías como islas náufragas a la espera de
nuevos libros ya leídos. Nada más real que compartir páginas con aquellas manos
que las hicieran suyas y que se niegan a enclaustrarlos en cajas de olvidos. Títulos
que te remitían a etapas en las que de cada epílogo sacabas un aprendizaje que
volvían a hacerse presentes mientras el molino del café acompasaba el paso de
la tarde. En este escenario podrán llevarse a cabo las representaciones más
fidedignas que cualquier lector pueda imaginar a nada que se lo proponga. De
las tertulias que podrán o no realizarse sobre las baldosas de dicho tintero
hablarán los deseos de aquellos que tanto necesitan hacerse escuchar y no solamente
oír. Y con ello, el tiempo colocará a
cada cual en el sitial que se merezca o haya logrado. Poco importará si el
debate queda sin resolver. Quizás mejor, si así sucede. Será la excusa perfecta
para volver a retomarlo una tarde más en un espacio que no podría haber elegido
mejor nombre. La suerte está echada y ya sabéis dónde encontrarla.
lunes, 13 de marzo de 2017
Las pruebas médicas
Su sola mención ya nos pone en alerta. Cuando alguna revisión rutinaria
deriva a semejante frase, algo en nosotros se tambalea y las preguntas saltan
como por arte de magia hacia la inquietud. Pensamos que se callan el peor de
los dictámenes que indudablemente han visto a bote pronto y que en un acto de
caridad lo callan para escudarlo en el retraso de dichas pruebas. De modo que
la congoja empieza a expandirse como nube tóxica sobre nuestros días futuros y
solamente nos quedará intentar que el goteo del reloj no suene a finiquito
próximo. La sucesión de guiones a peor por nuestra parte no dejarán lugar a la
duda de que algo no va bien. Probablemente empiecen a aparecer síntomas que ni
sospechábamos tener antes de semejante lema que el entendido de turno nos ha
soltado de sopetón. Las mil y una circunstancias que normalmente ejercen de perros
guardianes de nuestros días a día se
harán a un lado y no tendremos más ansias que las de dar con el epílogo de
tales exámenes. Con un poco de desgracia aparecerá en tus inmediaciones aquel
que se vestirá de druida consejero tras la máscara de apaciguador y que en un
acto torpe a más no poder soltará la retahíla de casos similares al tuyo que
tuvieron mal fin. De poco servirá manifestar con los ojos el rechazo a su
parlamento cuando haya cogido hilo y siga en sus trece sin tú pedirlo. Lo peor
estará por llegar si la aflicción te llega y lo percibe. Este cuervo que se siente
palomo, no dejará resquicio alguno por dónde meter augurios a cual peores para después concluir
con “ya verás cómo no es nada importante”. Por supuesto que no lo es, ni vasa
permitir que lo sea, pero desde el mismo momento en el que comience su
disertación. Lo ideal será descolocarle la toga sotanera y dejarle bien claras
tus intenciones de ponerlo a prueba. Y esta vez de modo directo, sin pausas que le permitan reflexionar, ni
momentos de protagonismo. Lo más probable es que la partida cambie de rumbo y
al final seas tú quien deje en su lastre a aquel que venía a tocarte las
narices. Es más, llegado el caso, hazle heredero de las recetas que te colocaban
a la defensiva y a ver qué tal se desenvuelve. Y una vez pasado el tiempo, una
vez realizada la correspondiente puesta a punto de tu cuerpo, en caso de que vuelva
sobre las andadas, sonríe mientras le lanzas a modo de sentencia “cuando estás
más cerca de la meta que de la salida, todo, absolutamente todo, me importa
menos” Le llevará tiempo asimilar esta proclama y quizás cuando la resuelva se
dé cuenta de que ha perdido el tiempo. Después, si acaso, te sometes a las
pruebas médicas y te tomas la vida como si no hubiera un mañana.
jueves, 9 de marzo de 2017
L@s presentador@s del tiempo
Aquellos telediarios quedaron atrás. Aquellos en los que Mariano Medina
aparecía enfundado en un terno al uso y en el que iba colocando figuritas de
soles, nubes, rayos y demás aditivos climatológicos, quedaron atrás. Poco a
poco el anuncio de anticiclones o bajas presiones fue modernizándose conforme
la superpoblación de satélites cubría la estratosfera. Y así hemos llegado a nuestros
días en los que las isobaras apuntan al podio del éxito de audiencia. Como si
de por sí no fuera suficiente saber qué tiempo nos espera, las cadenas
televisivas han animado el patio con un@s anunciantes a la última. Si se trata
de ellos, más pareciera que nos están colocando las botas de agua, los
impermeables o la crema solar protectora para no dejarnos salir de casa sin el
debido pertrecho de atuendo precisos. Apolíneos eres que esparcen sus
vaticinios sobre las ondas sabiéndose dueños de nuestros roperos. Pero si el
dictamen sobre la climatología cambia de sexo, la cosa empieza a tomar
características de pasarela de moda. Las venusianas encargadas de dar con los
tornados en nuestras narices o con los chubascos en nuestros lomos salen a
escena al grito de “os vais a enterar”. Sus
alargados minutos transcurren entre las estribaciones montañosas, las depresiones
acuíferas y las marejadas de alta mar
mientras ellas se deslizan sobre la plataforma luciendo palmito. Ímprobos esfuerzos
los realizados para seguir sus vaticinios mientras el donaire de sus perfiles
se antepone a la sintonía. Como que nos da lo mismo el tiempo si quien lo
anuncia nos tiene embelesados con su caída de pestañas y cruce de antebrazos. Poco importará si olvidamos el paraguas en la
entrada y nos espera un tremendo aguacero si quien nos lo ha servido en bandeja
se muta en vestal de capas altas de la atmósfera. El epílogo del noticiario no
podría soñarse mejor y por lo tanto de nada sirve buscarle peros. Es más, lo
preferible será dejar pasar a las esfinges por los hertzios de las pantallas y
después, si acaso, asomarse a la ventana o preguntarle al juanete por el tiempo
que va a hacer. Los “iron man” que las precedieron
en horarios intempestivamente acordados saben que no pueden competir y como
tales se resignan al cambio de canal cuando aparecen. Todo en pos de la audiencia
y en base a ella programable. Ellas, diosas irreductibles del Olimpo climatológico,
se saben poseedoras del elixir de la atención que nos conmina a permanecer
embobados a sus predicciones sin importarnos sus aciertos. Dejemos, pues, que
el tiempo sea quien elija a sus propios cicerones y ya veremos si son más de
fiar unos u otras. Al final, dará lo mismo; siempre habrá alguien que se arrogue
el papel que nadie le asignó y lo hará por pura envidia al saberse menos
agraciado.
viernes, 3 de marzo de 2017
El autobús naranja
La verdad es que llamativo resulta, de eso no hay duda. Sea por su color
o sea por su lema, el paso de semejante vehículo no deja indiferente a nadie.
Unos se fijarán en el color anaranjado y no sabrán hasta verlo de barlovento si
se trata de un autobús de forofos del Valencia, de seguidores de Ciudadanos, o
de neerlandeses camino de Benidorm. Otros otearán por sotavento y ya de cerca
deletrearán el eslogan para darse de pestañas con la obviedad. Pero cuidado,
será una obviedad encaminada a trenzar sarpullidos en ambos bandos que se
formarán nada más iniciarse el desplazamiento y emprender las disputas a favor
o en contra. Unos sacarán a relucir sus estandartes darwinianos para reclamar
la naturaleza de las cosas. Otros abogarán por el derecho a mutar en lo que se
quiera a quien así lo desee. La polémica, una vez más, estará servida. Y como
de costumbre los férreos postulados compartirán espacios noticiables con los
transigentes esquemas. Nuevamente saldrán a la luz aquellos para ser o intentar
ser apagados por estos y el entretenimiento estará asegurado. Aquí es donde
cada cual parece que debiera situarse en uno u otro bando a fin de dar fe de
sus máximas aprendidas o pulidas a lo largo de su existencia. Y el circo
continuará para dar sentido al propio circo. Parece como si nuevamente la
existencia de tal o cual género precisara de una decisión que el hecho unívoco
de nacer toma por cada cual. Como si nadie tuviese la posibilidad de
contradecirle a la Naturaleza lo que no ha pedido como carga desde su
nacimiento si así la considera. Otra vez la fuerza de lo común intentando
prevalecer sobre la fuerza de lo individual. Y así, repetición de esquemas que
se suponían obsoletos, y que siguen sin serlos. Es como si la propia debilidad
del ser humano a la hora de manifestarse consiguiera fortaleza sumándose a las
intransigencias de los otros. Si para ello se precisa de una provocación
vestida de naranja, pues sea, y ya nos apañaremos. Si de la réplica consideran
ataque a sus firmezas, tendrán la justificación para seguir cometiéndolas. Si en vez de aceptar el reto que supone y
antepone al enfrentamiento optamos por la ignorancia más absoluta, igual se dan
cuenta del ridículo que cometen. Que cada cual se sienta y sienta como le dé la
gana y que nadie se convierta en juez de comportamiento ajeno. Siempre me
pareció el artículo neutro el más adaptado a los sustantivos y desde luego, el
color naranja no le va en absoluto, por muchos kilómetros que recorra o muchos
encierros que sufra. A modo de sugerencia, lo que podrían hacer es descapotarlo
y convertirlo en bus turístico. Y ya de paso adornarlo con todo tipo de
banderas, soflamas e himnos que fuesen dando colorido a la propia ruta. Está la
primavera asomándose a las puertas y los capullos empiezan despuntar por doquier.
Démosle la bienvenida como se merece y que cada cual le saque el jugo que más
le apetezca.
jueves, 2 de marzo de 2017
Un “sin pa” sin parangón
Las cosas si se hacen hay que hacerlas a lo grande, claro que sí. Nada de
tonterías nimias que encima de no remediarte el desaguisado del bolsillo te
tildan de pacato, de mezquino, de simple. A lo grande, con un par, sí señor.
Nada de robar una menudencia, no señor; cuanto más, mejor. Y si encima el hecho
delictivo sigue el camino inverso, doble mérito. Nada de apropiarse de algo
ajeno y luego ir a celebrarlo. No, no, no. Lo suyo es celebrarlo y luego delinquir
para añadir un toque de originalidad al delito que al menos quedará en los
anales de lo chic. Y no me refiero a los ladrones de guante blanco o sillón de
cuero que tan poca gracia hacen y tanto daño ocasionan a los que subyugan con
sus trucos de contratos grises. Tampoco me refiero a aquellas cuentas que dejó pendiente algún
directivo futbolero en los salones de palacio donde celebró la boda de su hija.
Si de originalidad se trata, busquemos un restaurante de nivel, convoquemos a
la familia, repartamos con las invitaciones el plan a seguir en el último acto
de la celebración, y todo saldrá a pedir de boca. Una representación digna de
libreto operístico en la que las voces entonadas a ritmo de escanciamiento
sabrán que de sus gorgoritos dependerá el éxito de la desbandada final. Haremos
creíble el guion desde el mismo momento en el que el adelanto solicitado por el
dueño del local sea hecho efectivo y con él, la apertura de la confianza. No
podrá sospechar lo más mínimo del importante nivel de consumo etílico entre los
“encorbatados” y los “tiros largos” dada
la buena imagen que les acompaña. Pensará que aquella desbandada múltiple que
se provoca previamente a la entrada de la tarta forma parte del argumento.
Creerá que la huida “quemando rueda” de los vehículos estacionados en el parking
busca un añadido al acto festivo y no saldrá de su asombro. Solamente cuando
los peldaños de chocolate del postre empiecen a derretirse sin haber sido
distribuidos sobre el solitario salón recobrará su estado de consciencia y dará
la voz de alarma. Ciento veinte huidos
como almas que lleva el diablo y traen el balance negativo. Bolígrafos que
dejarán de anotar infusiones para
apuntar matrículas con las que recuperar identidades. Una desbandada
planificada al grito de “el último paga” que dará identidad a un nuevo récord insospechadamente inédito. La cuestión será saber si a partir de ahora
las consumiciones se abonarán antes de ser servidas o si alguien se arriesgará
a superar el nivel marcado. Por si acaso, yo dejaré a la vista encima de la
mesa una tarjeta de crédito; con un poco de suerte no se fijarán en la fecha de
caducidad y ya el datafono les sacará del error mientras mi sombra se diluye
por las callejuelas.
miércoles, 1 de marzo de 2017
Los relojes inteligentes
Atrás quedaron aquellos relojes que normalmente venían como regalo de
primera comunión. Esos a los que había que dar cuerda cada veinticuatro horas
para que el ritmo de tus horas no decayese y te llegase con ello la sensación
de estar perdiendo el tiempo. Posteriormente llegaron aquellos que movían su
corazón digital o analógico a base de hacerle trabajar a una pila que duraba lo
suficiente como para prescindir del enroscado del botoncito que pasó a mejor
vida en su inexistente función cordal. Para dar una vuelta de tuerca más a la
inacción rotatoria de los dedos, diseñaron por fin, estos que caminan en base a
la sensibilidad sanguínea que descubran debajo de tus muñecas. Un leve
movimiento marcial agitando los antebrazo, y a funcionar se ha dicho. Murió el
encanto y llegó la premura y el servilismo. Y como no hay que detenerse en la
comodidad de lo perpetuo, aquí están, han llegado, se han instalado como vigías
inquebrantables al desaliento, los relojes multifuncionales. Digamos que a la
curiosidad por el artilugio le sumo la nula pericia en su manejo y con todo
ello he decidido calzarme uno. Previamente, la encuesta de reconocimiento a la
que me ha sometido sobre mi forma física no ha dejado de provocarme cierta
inquietud. Peso, fecha de nacimiento, hábitos de vida, objetivos a
alcanzar….Toda una batería de preguntas que me han ido sumergiendo en la más
absoluta de las vergüenzas al manifestarme ante su software como un desecho de
virtudes. Me ha prometido una rápida reconversión en un pentatleta digno de
figurar en las páginas de ejemplos a seguir y, la verdad, me ha entusiasmado su
propio entusiasmo. Ya empiezo a ver crecer mis músculos, a tonificar mis
flaccideces, a sentirme un hombre de acero que será la envidia de todos aquellos
que se crucen en mi camino. Y todo a cambio de un mínimo esfuerzo, según sus
esperanzas. Así que ya mismo me voy a pertrechar tras un petate lleno de un
atuendo adecuado y a cambiar de vida. Lo único que me falta por averiguar es
dónde narices se localiza la hora en semejante dispositivo. Dónde puñetas se
ajusta el calendario. Dónde está escondida la alarma que va a su aire siguiendo
las coordenadas de algún meridiano desconocido y que disfruta despertándome a
deshoras. Dónde se desmonta la sincronización de las llamadas de móvil
recibidas sobre los tuétanos del manípulo. Una vez localizados y solucionados
estos mínimos inconvenientes, prometo empezar con el plan de entrenamiento
trazado por el coach que ya se está frotando las manos al verme de esta guisa. De
cualquier forma, si dentro de un par de días considero que no es lo mío, lo
intentaré apagar. Aún conservo aquel Duward
y creo que la cuerda sigue esperando a que la despierte.
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