miércoles, 28 de febrero de 2018


1. Loreto


Ni  quiero ni busco encontrar la imparcialidad. No hace falta y se notaría demasiado el esfuerzo forzado si así lo intentase. De modo que hoy que los dos patitos se muestran cara a cara como queriendo recordar el tiempo pasado, hago equilibrios y no dejo de sonreír. Sé que le sonará a ya leído, a ya escuchado, a mil veces repetido. Sé que desde su fuero interno en el que la velocidad se ha aposentado encontrará un momento de pausa para destilar lo que ya sabe. Ella, que feliz es repartiendo felicidad entre los más desvalidos, es ese apéndice dichoso que cualquiera soñaría con tener en la sucesión de la sangre. Nació con las luces de la madrugada queriendo arrancarle al día los sueños en un intento de aprehender los instantes. Y toda la generosidad se manifiestará en los actos que la comprensión reclame. Paño de lágrimas que se extiende como sobremantel de las mesas que sirven aliños avinagrados, logrará poner un punto de raciocinio a los pálpitos afilados que le lleguen de cerca. Lucirá cara de circunstancias queriendo demostrar que el dominio de las situaciones llegará en el preciso momento en el que el karma así lo decida. Palpará las venas para encontrar el sitio justo por el que buscar el cárdeno de los latidos que tamborilearán a su ritmo. Echará la vista atrás y sonreirá al ver cómo el pasado dejó de ser para difuminarse en una neblina a la que dedicará un simple rictus de compasión. No, no sería capaz de albergar odio, porque no sabe de su significado. Ha aleteado tantas veces en las olas de la risa que estará decidida a surcarlas cuantas veces sean precisas. Se acurrucará en su rincón favorito como si de un útero reconvertido se tratase y nunca exigirá más de lo que está dispuesta a ofrecer. Llegará justa porque verá imprescindible dejarle un buen sabor de boca a quien reclamaba su atención. Basculará en los platillos del mimo para conseguir lo que apenas necesita de esfuerzo. Y será feliz, muy feliz, inmensamente feliz. De sus anhelos se desprende el sabor a salitre que todo cofre recién descubierto acumula. Atrás quedaron los remos carcomidos y las velas henchidas marcan el rumbo al galeón de su vida. Y sobre el mascarón de proa, a nada que os fijéis, lograréis distinguir el perfil del pirata al que sigue sonriendo cada vez que percibe su garfio oxidado, por más que el loro vaya enmudeciendo, por más que la pata de palo marque un ritmo cada vez más menguante. No en balde se sabe  su parte del tesoro.       

martes, 27 de febrero de 2018


Los pistoleros de la tiza

Quién podría imaginar que al cabo de los años íbamos a regresar a aquellos juegos de infancia. Aquellos que transcurrían en el lejano oeste de los huertos sembrados de alfalfe en los que la noguera ejercía de fuerte ante el inminente ataque de los indios que irremediablemente llevaban las de perder. Siempre perdían y solamente encontraban redención en el grito de “chin, curao” que les permitía resucitar para volver a morir. Un ciclo tan previsible como auténtico que nos convertía en virginianos, broncos, sheriffs o bonanzas cargados con las cartucheras de plásticos nacarados y disparos laríngeos. Quién podría imaginar que a estas alturas en las que el pulso empieza a temblar, la vista a escasear y los galopes se parecen más a los de un tiovivo que a los de los garañones por domesticar, nos iban a proponer un duelo al sol ante la inminente aparición de buenos, feos y malos parapetados en los pupitres. Sí, ya sé, solo se le ha ocurrido a aquel que proclama la ligereza del gatillo ante cualquier amenaza surgida entre las ecuaciones, las disoluciones, los versos o las historias. Pero visto cómo está el patio, o mejor, el salón, no me extrañaría nada que se exigiese en el currículo el dominio de las armas al profesorado. Así que, el dilema se me plantea a la hora de elegir si mutarme en  Clint Eastwood, John Wayne, Willie el niño, Lee Van Cleef…o buscar similitudes con Rambo, Bruce Willis, Steven Seagal o Charles Bronson. La verdad, tengo dudas. Lo que en unos son ventajas, en los otros son inconvenientes y así no hay forma de definirme. Mientras llega el momento buscaré un descampado sobre el que configurar una pista de tiro. Los botes de conserva que antes iban al cubo del reciclaje acaban de encontrar sentido a su último servicio. Procuraré que no sea una zona transitada para evitar males mayores y poco a poco me graduaré, seguro, como francotirador certero desde la tarima. De paso, el maletín, por obsoleto, lo cambiaré por un petate en el que quepan las cananas y toda la munición. Qué narices, ya que me pongo, nada de Magnun 45, que más parece un helado que un arma. Añadiré una repetidora, un subfusil y alguna granada de mano por si acaso. Si de esta guisa no soy capaz de convencerles de la importancia del aprendizaje, amenazaré con colocar una tanqueta en la trinchera izquierda de la pizarra. Y cuando pida voluntarios lo haré con el punto de mira ajustado y el tambor del revolver girando. Es que me estoy viendo y me vienen a la memoria tantas tardes pistoleando que no puedo refrenarme. Ostras, se me ha pasado la hora y he de volver a clase. Voy a ver si soy capaz de descargar la película de Cantinflas titulada “Por mis pistolas” y les voy poniendo en situación. Más que nada para que no les pille con el estribo cambiado si me ven aparecer con una pañuelo al cuello y unas espuelas tintineantes.   

lunes, 26 de febrero de 2018


1. Victoria de Frías
Quiero pensar que ser el menor de los primos paternos me otorga el privilegio de mirar hacia delante, contemplar a los que me preceden y procurar que la ecuanimidad de sus retratos no traspase los límites del crédito de la sangre. Así que el carboncillo nacido de las venas comunes aparece afilado para diseñar sobre el lienzo inmaculadamente blanco el perfil de mi prima Victoria. Y lo haré intentando poner pausa a su paso vivaz que no conoce el sentido de la palabra quietud. Ha transitado tantas veces de las marismas onubenses a los perfiles del Cabriel que sería impensable imaginarla sentada, reposando, inmóvil. Su vida ha sido un paréntesis abierto desde la obligatoriedad que intenta cerrar con el del solaz de volver a sus inicios. Menuda, nerviosa, constante. Así se manifiesta a lo largo de las horas como si al reloj le debiese tiempos que le pagará puntualmente. Desde su mirada incisiva y cierta, calla para sí aquello que podría empañar la hoja de ruta que solamente a ella pertenece. Habla del pasado como si no se hubiera alejado de su vida lo más mínimo y la complacencia hacia los suyos no conoce límites. Ejerce de todos los papeles que la vida le ha ido asignando y nunca saldrán de sus labios las quejas infructuosas que a nada conducen. Guarda agravios perdonando por saber que nadie será capaz de herirla por más que lo intente. Maneja como nadie las razones que la llevan a actuar así y pocas veces da la vuelta a las mismas. Traza sobre el cemento la silueta de aquel a quien tanto admiró colocando la butaca hacia el sol en la tibieza de la tarde. Tiende sobre los hilos del presente los lienzos venteando los sacrificios y nada se le antepone. Ha recorrido a hora temprana los senderos del valle y las garrafas del manantial se acumulan sobre los bajos de la alacena. Acaba de vestirse de domingo y acicalada espera que los segundos toques de la campana le avisen. Bajará las escaleras con la premura natural de quien se sabe imprescindible y apenas se otorga minutos para sí misma. Descuenta cada uno de los días para acelerar la llegada del estío. Las sangres de las golondrinas ausentes regresarán y allí estará para recibirlos. Nadie como ella para ser el modelo de la anfitriona que se reconoce feliz cuando los tiene cerca. El tiempo ha intentado curvarla y apenas lo ha conseguido. De nada servirá el intento de convertir en anciana a quien es capaz de convertirse en corista de rancheras que hablan, como toda ranchera que se precie, de amores cumplidos, desamores olvidados y versos por escribir a ritmo de bolero.

viernes, 23 de febrero de 2018


1. Anna Gabriel



Reconozco que una de mis debilidades es la de ponerme en la piel de los perseguidos, perdedores, acusados. Reconozco que los cambios que antes me producían desazón, ahora los acojo con gusto, les doy la bienvenida y me resultan atractivos. Reconozco tantas cosas que a veces ni yo mismo me reconozco cuando regreso al ayer inmediato en un intento de reconvertir mis pobres postulados. Por eso he tenido que hacer un esfuerzo más intenso de lo habitual para comprobar que efectivamente, era ella, Anna, Anna Gabriel quien aparecía a través de las páginas con un nuevo look. Y a la sorpresa inicial le ha seguido una serie innumerable de interrogantes desde la presunción del ignorante que desconoce su forma de ser. Si el radical cambio estético busca la aprobación exterior a unos postulados aquí perseguidos, pase. Cada cual es muy libre de intentar contentar al aliado que aún no lo acaba de tener claro para ponerse de nuestra parte. Pero si el cambio a modismo europeo esconde una serie de renuncias basadas en la imagen, mal asunto. Puedo asegurar que no me movía a aplaudir la apariencia anterior que parecía venida de una casa recién ocupada y desalojada a la fuerza. Pero tenía su aquel, su gracia, su instantánea revolucionaria que el flequillo presidía. Era como si le fuera negando paso a la gorra verde espoloneada por una estrella roja pentapunteada llegada de oriente o del Caribe. Era, santo y seña de un modo de reivindicar lo que para otros es una salida de tono y para los unos un acto de justicia histórica. Ese paso hacia la urna expuesta sobre la tribuna, enfundada en unos vaqueros raídos, con una camiseta propagandística como armadura, ha quedado atrás, por lo que parece. Y si así ha sido, el fígaro asesor de semejante melena, ha debido medir muy bien los pasos, imagino. Se me hace difícil recordar una imagen de Fidel Castro afeitado, de Mao Tse Tung con traje de Armani, de Evita Perón en chándal o de Marilyn Monroe morena. La imagen cuenta, vaya si cuenta como prefacio a los postulados que la acompañaron en aquella primera ocasión. Puede que a partir de ahora, estimada Anna, todo lo que diga tenga que superar un muro de distracción ante la melena que nadie reconoce, que parece salida de una sesión de toga setentera. Si algún asesor helvético se ha venido arriba, hágale caso omiso de aquí en adelante. Pase de formalismos. En un país tan acostumbrado a hacer la vista gorda no creo que tenga demasiados problemas con ser reconocida por lo que era y suponemos sigue siendo. Vuelva a la apariencia que la llevó al escaño y luego, ya decidirá qué hacer con su futuro. Las luchas se ganan lentamente y, no se engañe, la primera estocada no pude ser hacia sí misma. En el momento en que suene a cambio, su cambio se percibirá como derrota. Particularmente a mí me resulta más elegante ahora que antes; pero yo no soy quien ha de juzgar sus actos más allá de una simple apreciación estética. Piénselo. No me puedo creer que en Suiza no haya peluquerías acordes a sus ideales, por muy calvinistas que sean.    

jueves, 22 de febrero de 2018


Carmen Granell



Hace calor, amiga mía, hace calor. Por más que el calendario se empeñe en permanecer en el invierno, hace calor. Por más que Febrero se resista a abandonarnos para dar paso a la Primavera, hace calor, mucho calor. Y sabes que lo hace porque desde siempre has sabido ver el lado más apetecible de la existencia, el más acogedor, el más deseable. Tú, amiga mía, tú que abanderas las etapas que traspasan los ciclos intentando sacar de ellas unos corolarios de los que extraer lecciones y aprendizajes, sabes que hace calor, por más borrascas que intenten aproximársete para helar tu sentir. Has sabido forjar el fiel del yugo sobre el que derrotar al nudo gordiano que alguna vez intentó amordazarte. Y lo has hecho sin alharacas ruidosas ni aspavientos innecesarios. Tú, querida Carmen, has desplegado a través de los meridianos los pasados para que aquellos que se pavonean de desconocerlos sepan a qué atenerse cuando la derrota les llegue. Tu pez, que sereno te lleva al cobijo de la arena, echa un pulso a su gemelo inquieto que le incita a aventurarse más allá de los salitres sin perder el rumbo, la compostura, el saber estar. Sabes leer entre líneas las pasiones desatadas por historias que haces tuyas desde la firma ajena. Poco importa si el capó protector de tus secretos no cierra adecuadamente. Nada en ti tiene doblez, ni sesgos mezquinos. Huyes del daño por saber que del daño nada se aprende y vives con la esperanza de transmitir una firmeza que te forja completamente. Sabes del significado del sacrificio y lo conviertes en un exponente de elegancia cada vez que las espigas del arroz no sembrado intentan herirte. No podrán conseguirlo. Son conscientes de tu valía y con ello de su derrota. De la envidia te proteges para no añadir más leña al fuego innecesariamente. Te sabes feliz y repartes a sabiendas con quienes te compartimos tiempos esa felicidad.  Nadie como tú sabe llorar hacia dentro para evitar sufrimiento mimético. Te dolería a ti más que a ellos si así sucediera, y eso no te lo perdonarías. Sabes que hoy se prenderán las velas y con ellas surcarás de nuevo las mediterráneas ilusiones a bordo de la galera del cariño de quienes te saben cercana. Disfruta, viaja sin descanso por la Ítaca de tus sueños cumplidos y los próximos a cumplirse. Pero sobre todo, amiga mía, nunca dejes de tararear la canción que hace de ti a la corista almodovariana que todos te sabemos. Hace calor, Carmen, ya lo creo que hace calor, por mucho empeño que muestre este día en llevarnos la contraria. Disfrútalo; te lo mereces.

miércoles, 21 de febrero de 2018


La señora Julia



Apurando el paso crucé por la calle y no pude por menos que desviar la vista hacia donde ella estaba. Su mediana estatura hablaba en silencio de su origen manchego y su menguado perfil me resultaba familiar, cercano. Con la osadía impropia de la desvergüenza me aproximé y vi cómo la compañía que la acompañaba se protegía de mi asalto trazando un muro de desconfianza que duró unos segundos. No había sangre que las uniera y las pautas que le eran remitidas las ejercitaba con la destreza de unas manos que tan acostumbradas han estado a labores semejantes. Sonrieron y en la brevedad del contacto pude distinguir a la luchadora que coquetamente se restaba unos días ante la inminencia de su octogenario cumpleaños. Confesó su origen que ya había adivinado y tras sus pupilas marrones adiviné vendimias añejas que tan lejanas quedaban en su lúcido recuerdo. Me hablaba de usted como si alguna deuda existiera entre ambos y no pude por menos que sonreír ante sus arrugas. El pelo labrado de nieves se retiraba de su rostro para demostrarnos a todos lo que significa ir de frente por la vida. Giraba sus brazos al compás de unas aceradas ruedas que buscaban coordinación para retrasar lo inevitable. Curiosamente, aquellas manos, aquellas muñecas que los fríos del otoño curtieran hace tiempo, se mostraron tan fieles reflejos de mis ayeres que tuve que intentar mantener una firmeza que se me escapaba irremediablemente. Debí renunciar a lo que la tarde me mostraba como apremiante y dejar que su vida trazara el camino de su verbo a mi escucha. Dudé por un momento y a punto estuve de anular la cita semanal o retrasarla. Hubiese sido reconfortante prestarle oídos a quien tanto acumulaba. Hubiese sido el punto final a una tarde que marcó su rumbo desde primeras horas de la mañana y se veía abocada a una nueva travesía. No sé si vio en mí al extravagante ser que hurgaba en las vidas que no le corresponden. Quiero pensar que no. Quiero pensar que horas después, mientras burbujeaba el interrogante sobre el hule de la mesa, pensó que por una vez, alguien ajeno a ella le prestó atención y la hizo cercana.  A su lado, hoy, como todos los días, el griterío infantil ocupará espacios. Puede que en algún momento se vuelva a soñar y condescendiente se muestre consigo misma ante el paso del tiempo. Puede que piense que ha olvidado mi nombre que no llegué a pronunciar. Sabrá que sé cómo se llama e ignoro su apellido. No hace falta más. Cualquier sinónimo de verdad podría servirle.               

martes, 20 de febrero de 2018


Inés Martínez



Lo primero que nos llama la atención cuando traspasamos la puerta es su sonrisa. Allí, como agazapada tras el mostrador, custodiando los tonos que la huerta ofrece, se sitúa, orienta, gobierna y sonríe. A su derecha, la estantería acristalada y pudorosa reserva lo que del horno ha surgido como si quisiera refugiarse del frío alargando su calor. Tras ella, el mural rojizo sobre el que diseminar las numeraciones anticipadoras de fortuna a aquellos que sueñan con la fortuna. A su frente, como dispuestos en un falso azar, aquellos frutos que se sabrían olvidados en cualquier otro rincón que les provocase la lejanía de su manos. Sobre su coleta azabache, las pasas amarillas colgadas rezumando sabor a islas afortunadas a la vez que las cuerdas ejercen de escaleras equilibradas. Más a su izquierda los secos apilados en urnas plastificadas como recordatorios de cunas tan lejanas como añoradas. El resto del espacio, para el resto de los que espaciamos los minutos a la espera de chocarnos con su sonriente carta de presentación. Se sabe protegida tras la armadura multicolor que la distingue como Sherezade de este cuento repetido en las noches de insomnio que Karem le proporciona. Nada se le resiste porque la constancia la tomó como modelo. Nada la perturba porque sabe mirar de frente a quien de frente va. Nada se le antepone al egoísmo que en ella no tiene cabida y al que rechaza como la peor de lo indeseable. Arma de paciencia sus horas sabiendo que tendrá que surcar las arenas por las que alguien pretenda deslizarla para sacarla de quicio. No lo conseguirán. Nada habrá que la perturbe porque ha erigido una atalaya de verdad inexpugnable. Sabrá degustar como nadie las escasas horas de asueto sabiendo que en ellas está la clave del oasis en el que saciarse de sueños. Empieza a sentir que la vida se le pone de cara y se sabe querida. Lágrima fácil venida del sur a la que la distancia respeta para hacerse cercano. Tened precaución si pasáis a su lado. Lo más probable será que a partir de ese momento no encontréis un vergel mejor, ni una mejor samaritana. Y no os preocupéis si la calabaza no se convierte en carroza a la medianoche; ella ya se encargó de convertir en alazanes a los ratones que intentaron zancadillearla y sabe que todo cuento se repite cada vez que quien se sigue sintiendo niño así lo solicita. Si lo primero que me llamó la atención fue su sonrisa y su simpatía, ahora comprobaréis sin duda alguna que sois unos afortunados al sentir el poder de su encanto. Cualquier otro antojo, a partir de ahora, le es permitido.


lunes, 19 de febrero de 2018


Lidia Piqueras


Por más tiempo que transcurra su imagen sigue situándose en la esquina de la calle de la Iglesia, girando hacia la carretera, camino de la huerta. Sobre el mulo blanco, un perro vigilante y sobre sus pasos, la inocencia acompañándola. Sabía que su carga por onerosa e injusta que fuese le correspondía y ante ella nada objetaba y todo lo asumía. La parada obligatoria a la búsqueda del mínimo consuelo que una pastilla proporcionaba a su inseparable Manolo le aportaba ese punto de resignación ajeno a la lástima. Era como si un estandarte de fortaleza hubiese sido desplegado sobra la albarda y de su moño anudado sobre la nuca el revestimiento grisáceo diese las oportunas consignas a la fortaleza. Nunca la vi derramar una sola lágrima ante la desdicha. Su firmeza se asentaba en el convencimiento de saberse superior a toda la adversidad que había tomado como rehén a su primogénito. Tres días de cordura hasta que el infortunio se despiadó y lo mandó al margen que la incordura solicitaba no lograron jamás doblegarla. Crescencio asumió su papel de silente compañero y situó su sombra a la sombra de quien lucía como armadura un mandil defensor. Nadie le tuvo lástima porque no era merecedora de ella. Ni siquiera cuando el infortunio decidió dar una nueva vuelta de tuerca y arrebatarle al pilar de sus esperanzas, mostró desánimo. No he visto a nadie más feliz ejerciendo de reina maga en pleno verano ante la inmediata llegada de sus nietos. Todo le parecía poco y sin embargo en ella residía el mejor de los regalos. De la calle de Espada sigue llegando el lastimero llanto de Manolo mientras en dolor de muelas buscaba un hueco de atención en aquel pañuelo a cuadros que le servía de máscara compasiva. Ella, Lidia, sigue siendo el referente para todos aquellos que la conocimos y que sabemos que el auténtico valor del ser humano se viste de pieles semejantes. Ella, como tantas ellas, dejó claro el ejemplo de lo que significa la palabra sacrificio, entrega, dedicación. La última vez que la vi fue en la cola del frutero sabatino. Hablaba de cuánto le gustaría ver a su vástago Manolo atendido en una residencia cuando ella ya no estuviese a su lado. No hizo falta suplicar demasiado al destino. Por una vez, sólo por una vez, se mostró compasivo con ella. Cada vez que visito los silencios de los mármoles alineados paso delante de ella y soy incapaz de permanecer mudo ante su mirada. Parece estar diciendo lo que no es necesario repetir. La oigo y prosigo mi camino buscando ser un ejemplo que siempre será peor que la muestra que dejó.    

viernes, 16 de febrero de 2018


El minimalismo



Como si de un acto de introspección se tratase, nos hemos subido a la ola del minimalismo y la surfeamos convencidos del acierto. Pasamos revista a todo aquello que fue acumulándose en la vivienda y comprobamos cuan prescindible resulta, cuan engorroso es el espacio que ocupa, cuan innecesaria es su continuidad. Abandonamos en un rincón al equipo estereofónico que tantas tardes de gloria nos proporcionó a treinta y tres revoluciones y un tercio y no tuvimos compasión ni con el plato, ni con la platina de doble cuerpo. Allí grabamos en hierro y cromo las selecciones que más nos entusiasmaban y una caja de madera ejerce actualmente de ataúd de las mismas. Viajó hacia el trastero en una primera etapa que continuaría hacia la lejanía veraniega y allí permanece. Y junto a él, los  cartones  anudados repletos de vajillas generacionales que jamás se reestrenaron. No hubo piedad y suponían un estorbo. Los platos descascarillados hablaban de reuniones tan lejanas que se nos antojaba demasiado doliente el recuerdo. Los cubiertos de alpaca todavía rezuman el sabor a la arena que los pulía antes de la aparición de los artificiales detergentes y malviven en sus envoltorios de papel sedoso. Pasó su tiempo y el acero se impuso. Los libros firmados por el nihil obstat censor al uso guardan turno ante la esperanza de la curiosidad renacida. Saben que juegan con desventaja aquellos que no acrediten imágenes y pudorosos callan para no delatar su agonía. Y en algún cajón de alguna cómoda barnizada de olvidos, los pañuelos bordados con tu nombre saben que el papel les ganó la partida. Poco importan a las manos que los usaron cuando buscaban la triangulación en el bolsillo izquierdo de aquella chaqueta aportando elegancia. El pasado no tiene hueco en el minimalismo que se abre paso irremediablemente. Sólo parece importar el futuro aún sabiendo que jamás se alcanza. Se dejan huecos para rellenar ante la imposibilidad de rellenar vacíos y vacíos caminamos. Minimizamos hasta el extremo de convertirnos en meras partículas ignoradas `por nosotros mismos y ahí conseguimos la derrota que no buscábamos. Creemos en la inmediatez ante el miedo de quedarnos rezagados en esta carrera absurda emprendida hacia no sabemos dónde. Todo lo hemos reducido en pos a la practicidad y estamos llegando a la conclusión que nos cataloga como prescindibles. Y como si de un corolario funesto fuese en nuestra búsqueda echamos una última ojeada a la colcha heredada y empezamos a verle más inconvenientes que virtudes. Quizás en breves horas la convirtamos en nuestro propio sudario al cederle paso al edredón moderno, enrollable, ajustable, deformable e inevitable. El espejo acaba de reflejarnos y nos vemos reducidos. Será simple casualidad.

jueves, 15 de febrero de 2018


Títulos
Nada, no hay manera, de nada sirve estar en la era digital. Cuando se trata de acreditar algo, o tienes el título correspondiente, o de nada sirve la base digital que lo acredita. Es como si el tiempo no hubiera pasado y nos situara constantemente en años pretéritos. En mitad de aquel despacho con aires castellanos, de mesa recia, de butaca señorial, de cretonas en las cortinas y de flexos cabizbajos, allí, allí sí que lucían en todo su esplendor. Los modos dejaron en semejantes habitaciones un halo de alcanfor y con ello las paredes recobraron su inmaculada desnudez. Fueron ocupadas por fotografías más o menos acertadas, más o menos enmarcadas. Fueron revestidas por litografías de dudoso gusto que hablaban del gusto dudoso de quien las eligió. En el mejor de los casos, algún papiro recordatorio de un viaje, alguna máscara, o qué se yo, cualquier aditivo que le diese vida. Pero los títulos, no. Pasaron al rincón del olvido, al tálamo funerario cilíndrico y quizá emprendieron ruta hacia otro lugar de residencia. Perdieron la prestancia que en su día tuvieron y fueron muriendo de gloria tras la firma ignorada de la autoridad académica o política que les daba fe. Todo previsible, todo acelerado, todo moribundo. Hasta que por arte de requerimiento son solicitados  urgentemente y entonces comienza la desmemoria a hacer de las suyas. ¿Dónde están?, ¿quién los guardó por última vez?, ¿por qué fueron arrancados de sus marcos que servían de puerto visible ante posibles naufragios?.  Una batería de dudas que vienen a convertirse en verdugos ante la inminencia de su exilio. No hay posibilidad alguna de escapatoria y le das cien mil vueltas formando un círculo vicioso que sigue añadiendo congoja. Anudas a san Honorato advirtiéndole de tus dotes de sádico y esperas. Esperas tan poco tiempo que revuelves por enésima vez los cajones en los que las bolsas de papel se han ido almacenando como si esperasen ser devueltas o envueltas. Nada, ni por lo más remoto del mundo, aparecen. Te entristece pensar que nada te avala ante el tribunal que exige la prueba palpable de tu crédito y entonces  tiras la toalla. A punto de la desesperación, ¡eureka, han aparecido!. El santo temió por su criptorquidia forzada y salió en tu auxilio. Por fin diste con ellos. Los recopilas, los abrazas y de pronto te das cuenta que son aquellos que empezaron la lista y que nadie recordaba. Dieciséis años ahí atestiguados. Sonríes, dejas de buscar y prometes enmarcarlos nuevamente. Todo lo que vino después tampoco fue tan importante. Así que lo mejor será que sigan los no aparecidos en su reclusión cuanto tiempo quieran. Si no quieren mostrarse será porque tampoco se consideran tan necesarios.

martes, 13 de febrero de 2018


Flores
Estamos a unas horas de repetir el rito y volver a darle protagonismo a las flores. Sí, catorce de Febrero, de nuevo las flores de enamorados para dar fe de que se sigue estando. Y aquí empieza el dilema. Si son las mismas de siempre puede resultar poco creíble el hecho de regalarlas. Sonará a olvido y recordatorio de última hora. Si son distintas podría pensarse que la indiferencia ha tomado posiciones y ya ni siquiera recuerdas las preferidas por la parte ofrendada y ofendida. Si te decides por las más exóticas estarás lanzando el preludio de un viaje inmediato a los lugares más remotos y te verás obligado a contratarlo para no seguir defraudando. Si coges las más habituales podrás ser catalogado de cicatero, mísero e insensible. Total, un lío. Y es que el verdadero problema empieza en el exceso de oferta y la densidad de tal fecha. Sustituir el ramo por bombones, joyas, tarjetas regalo o cualquier otra opción no entra en las posibilidades. En todo caso se sumarían a los pétalos y la rúbrica de una buena dedicatoria pondría el punto y final. Así que la duda persiste y creo que hasta última hora no quedará resuelta. Empiezo a barajar la opción de dejar que elija el azar por sí solo y que sea lo que tenga que ser. O que se encargue la florista por motu propio y así poder tener a alguien a quien acusar si llegase el fracaso. Algo maquiavélico  pero efectivo sí que parece. Quizás si me situase en la recepción lograse entender la importancia del acto. Veamos. Las flores me gustan, pero libres en sus propias raíces y espinas. Me gustan cuando acarician al viento indicándoles el flujo del polen y el destino caprichoso que las alas de los insectos diseñan. Me gustan cuando tímidas esconden sus sépalos a las caricias del sol y se mecen al compás de las primaveras. Me encantan cuando logran barnizar tonos cárdenos entre los verdes sabiéndose caducas y por lo tanto eternas. De todas estas formas me gustan. Incluso cuando dan por concluida la existencia anillada en un camposanto al que fueron remitidas. Flores que hablan de ciclos de vida como si de los ciclos dedujesen los tics tacs de los sentimientos. Flores, en definitiva, que no necesitan de días especiales para saberse especiales. Flores, no obstante, que mañana, una vez más, tendrán su protagonismo, vestirán de gala y llevarán enramadas las palabras de amor que tantas veces oyó San Valentín y que tan presentes aparecen cada catorce de Febrero.   

lunes, 12 de febrero de 2018


Herencia soñada



Lo sabía, es que lo sabía, tenía ese pálpito de que acabaría llegando, y aquí está. Sí, la herencia soñada, la imaginada, la anhelada, la desconocida, por fin, ha llegado a mis oídos, a mis parcas arcas, a mis  telarañas de caudales. Y lo ha hecho al más puro estilo moderno, vía email, como debe ser. Una amabilísima abogada me hace sabedor de que puedo recibir la nada despreciable cantidad de trescientos sesenta y nueve mil dólares que así, puestos con letras, no dan lugar a la duda. Supongo que a la mayor brevedad me llegará el ingreso y podré contarlos uno a uno, en billetes pequeños, quizás en monedas, y sentirme rico por fin. A hacer puñetas las penurias, sí señor. A darme la gran vida. A viajar, a disfrutar, a volver a hacer aquello que hice, pero con más nivel. Igual me convierto en un robinsón de mi propia isla, quién sabe. De momento empezaré a diseñar una lista con los deseos más apremiantes para que ninguno se me olvide, no vaya a ser que luego me arrepienta. Después haré partícipes de mi suerte a aquellos que siempre me tuvieron en gran estima. Incluso a aquellos que estuvieron a punto de tenérmela y se les fue pasando el plazo. Incluso a los que no tuve el gusto de tratar y seguro que lo estaban deseando. Habrá para todos y no será necesario que se agolpen sus parabienes. Para bienes, los que me están llegando a raudales. Tampoco es que la herencia sea como para asegurar el futuro a varias generaciones pero ya se sabe, dinero llama a dinero. Y todo gracias al antepasado que debió emigrar a América, hizo fortuna y en sus últimas voluntades dejó dicho que una parte fuera para mí. Lo que hace la sangre y la filantropía nunca dejará de sorprenderme. Supe que el penúltimo mandatario venezolano compartía segundo apellido conmigo y aquello debí interpretarlo como una señal. A saber cuántos más andan por aquellos lares disfrutando de semejante escudo de armas y patrimonios idénticos al que ahora me llega. Qué ilusión. He releído el email para creérmelo del todo y las dudas del incrédulo quieren hacerse un hueco en mi esperanza. Empieza a sonarme a ya leído. Algo me dice que  hace más de un año ya me llegó uno similar y tantos familiares muertos en idénticas circunstancias y generosidades no se pueden tener. Acabo de comentarlo con los cercanos y me dicen que seguramente será un timo. Pero qué mala es la envidia, por dios, pero qué mala. Nada, allá voy. Voy a darle respuesta al bufete de abogados y les mandaré un número de cuenta donde ingresarán tal fortuna. Ya está, decidido, ya respondí. La leche, me acabo de dar cuenta del error. He dado una cuenta que no es la mía, ni sé de quién puede ser. Mira por donde acabo de alegrarle a un desconocido el resto del día. Pues nada, a esperar un año más y a la próxima notificación heredera me fijaré en los dígitos. Qué torpeza la mía, pero qué torpeza más generosa.   

jueves, 8 de febrero de 2018


Hacia el infinito, y más allá



Una de  las mejores opciones que tiene el ser multimillonario es la de convertir en realidad sus sueños, caprichos, deseos o extravagancias. “Esto lo pago yo, porque quiero, me mola y me sobra la pasta”, parece ser el lema  que mejor cuadra en semejantes afortunados y desde luego razones no les faltan. Así lo ha debido pensar Elon Musk al decidir poner en órbita un coche Tesla a bordo de un cohete suficientemente potente. Con un par, sí señor. Y como si necesitara argumentos que acrediten tal decisión ha alegado que quizá su vehículo eléctrico sorprenda a aquellos seres alienígenas que pululan por la inmensidad estelar y empiecen a comprendernos un poco. Ahí, es donde me ha ganado definitivamente. Un filántropo a futuro capaz de saquearse a sí mismo es cuando menos digno de aplauso. Sí, señor, olé sus narices. Aunque una vez reposada la inicial sorpresa me asaltan multitud de dudas y empieza a perder color la carrocería de semejante atrevimiento. Puede que no haya pensado en la sobreabundancia de marcianos que pululan por el globo terráqueo sin saber a qué dedicar sus días. Puede que en más de uno haya ignorado la escafandra de astronauta aficionado que vive en la luna. Puede que no haya reconocido en sus cercanos al extraterrestre capaz de iluminarse con un dedo ígneamente fosforito sin saber de la existencia de los otros nueve. Puede que haya sido tan idealista su postura que esté de antemano condenada al fracaso. Una pena. Con lo bien que habrían quedado la Vía Láctea conocida y las que aún quedan por conocer superpobladas de elementos sobrantes aquí abajo. No, no ha medido las consecuencias de su generosidad. Así que, sumándome a su maravillosa  idea voy a empezar a confeccionar un listado con todos aquellos indeseables que sobran. Es evidente que un coche, cien coches, miles de coches, serán insuficientes para tanto trasiego cocooniano. Lo suyo será empezar a diseñar transportes públicos lo suficientemente espaciosos como para llenar el espacio de más basura. El agujero negro que se formará supondrá el nuevo reto a estudiar por los sabuesos de los seguimientos interestelares. Un agujero negro, a ser posible, con tapa incorporada. Letrina definitiva a la que reconocer el alivio producido y estarle eternamente agradecida. Por fin el bien común encontrará acomodo. Ya se encargarán si pueden de buscarse la vida en la flotabilidad del silencio. Nos dejarán en paz y será eterno nuestro agradecimiento. Nada de buscar nuevos eclipses. Nada de interrogarse sobre posibles impactos de posibles asteroides. Nada de sospechar hecatombes cuando semejantes elementos graviten por allá arriba. Estarán, no cabe duda, más cerca de dios, pero nosotros estaremos, vaya que sí, en la gloria eterna.  Y allá que se popularicen estos traslados, el low cost pondrá a disposición de los comunes el paso hacia el mimetismo al que tanto tiempo dedican. Buen viaje de ida. Tanta paz les llegue como descanso dejan.    

miércoles, 7 de febrero de 2018


Influencers



Mira por donde han aparecido para convertirse en los nuevos profetas. Ídolos de masas a golpes de likes sobre los que asentar sus postulados de tendencias. Modelos a los que imitar en la medida en que los modelos propuestos no satisfacen a las generaciones siguientes. Normal, todo muy normal. Se nos ha ido de las manos el catón estético-ético y la plasticidad del postureo se ha situado en el altar de la nueva religión. Plástico sobre plástico al que añadir más plástico para plastificar las querencias de quienes aún no tienen claro el sendero a seguir. Y detrás de todo ello, agazapada en la madriguera, la industria del consumo voraz buscando como imagen la de aquell@s que demuestran tener más seguidores. En un acuerdo tan palpable como desconocido manejarán las teclas de la calculadora en base a la rentabilidad producida. Poco importará si desde la emisora o el emisor llega un mensaje urgente al consumidor o consumidora que no ha tenido tiempo de analizarlo y actuar en consecuencia. Han de repetir modelo y a la par consumir lo que el modelo vende casualmente. Autómatas carentes de criterio a los que no se les estará permitido racionalizar actuaciones para evitarles el esfuerzo de pensar. Lo importante será hacerles creer en la posibilidad de convertirse en uno más de los influyentes y vacíos personajes que tanto admiran. Lejos quedaron los tiempos en los que el ídolo aparecía tras el largometraje meritorio. Más lejos aún quedan aquellos que demostraron las ecuaciones de una Utopía que nadie creyó en sus inicios y acabó cumpliéndose. Más lejos, mucho más lejos, infinitamente más lejos  nos quedan, aquellos que de sus letras hicieron causa para abrir los ojos de las emociones. Todos se   han visto sobrepasados por la vorágine marabuntiana llamada gilipollez. Nadie parece dispuesto a ponerle coto mientras los cerebros se sigan mostrando como amorfas masas de gomas de chicles. Para qué se lo van a poner si lo que importa es el presente, la adulación instantánea, el mérito inmediato. Para qué buscar un legado más o menos digno para quienes han desviado su mirada hacia una fama absurda y soñada. Así que no quedan más que dos caminos: o apartarse de la estampida o situarse en la línea de salida, y esperar a ver qué pasa. Si te apartas, el letrero de caducidad colgará de tu pecho en letras mayúsculas y ni siquiera un óbolo de compasión caerá a tus pies. Si  te sumas al sueño influyente tu pensamiento nadará en un limbo de ilusiones que te harán creer ser lo que no eres ni serás jamás. Creo que se me escapa una tercera posibilidad y quizás sea la menos mala para evitarme el fracaso de no llegar a influencer. Permitidme que la esconda como secreto personal. No me gustaría que nadie me la pisara y añadiera un motivo más de desconsuelo a mi aflicción. El día que la saque a la luz, veremos cuántos likes merece. Hasta entonces, paciencia.  

martes, 6 de febrero de 2018


Azafata



La etimología de este nombre tiene su origen en el idioma árabe y parece ser que hace referencia a una bandeja que servía como ayuda a la hora de vestirse. El tiempo ha ido dando suficientes giros a la semántica de la palabra en cuestión y así ha llegado a nuestros días como sinónimo de cara bonita. Y aquí se han empezado a desatar  los truenos de una caja pirotécnica de mecha corta. De ser representantes agraciadas de una marca, de una empresa, de un producto, han llegado a ser consideradas como meros  objetos cuyas medidas esculturales tiene que estar al servicio del macho alfa que sueñe con tenerlas cerca. Insisto en lo de llegar a ser consideradas para no dar por válidos estos postulados. De modo que sumergidas en esta especie de cruzada antibelleza se interrogan sobre la tara que podrá llegar a ser el poseer un fenotipo digno de envidia si el burka de la estupidez sigue tejiéndose  sobre ellas. A ver si va a resultar que se guapa debe sancionarse y los cánones de belleza deben revisarse y no nos estamos enterando. Cara a la galería, aquellas que sonríen en la línea de salida de un Gran Premio, empiezan a  ser sospechosas de lo que  no son y eso genera una injusticia por principio. Resulta que desde cualquier catadióptrico televisivo se fomenta una imagen de escaparate apolíneo y ahora ellas son las exponentes de la discriminación por razones de sexo. Vale, muy bien, que añadan azafatos como ya sobrevuelan en los fuselajes del low cost aéreo.  Que suba al podio cualquier merecedor de ocupar primer plano junto al vencedor de la prueba deportiva. Y si el seso del ganador demuestra ser tan plano como el pedal de su acelerador o tan redondo como la empuñadura de su manillar que se actúe en consecuencia. Pero de ahí a las propuestas que se están lanzando media un abismo. En el fondo creo que nos estamos abocando a una época tan puritana que cuando llegue  y se asiente no tendremos posibilidad de rectificación. Da la sensación de que vuelve a ser denostada la alegría en sus múltiples acepciones y ya no saben cómo coartarla. Eso sí, para no dejar duda de su ambivalencia, a la vez que se critica , se potencia desde otras vertientes en las que la exposición pública y plástica de tales vidas busca imitadores y lo peor de todo es que los acaba consiguiendo. Realities , culebrones, concursos,  proliferan por doquier como si de un mercado cárnico se tratase recién salidos - en el dual sentido de la palabra- del acicalamiento.  Hemos llegado a tal esquizofrenia que  como no recapacitemos nos engullirá sin remedio. Supongo que será el resultado del tipo de modelo aprendido. De cualquier forma si llegado el caso me encuentro frente a frente con algún azafato a alguna azafata, sé que nada más pronunciar una frase descubriré si merece la pena el producto que ofrece. Si sabe expresarse y además muestra la belleza que se le exige, ya me tiene ganado. Sólo faltará ajustar el precio; del producto, por supuesto.

jueves, 1 de febrero de 2018


C´est la vie



Si una boda ya de por sí es un espectáculo, los preparativos del enlace lo son por partida doble. Por un lado, la organización del mismo; por otro lado, la multitud de personajes que se apuntan a colaborar en dicha preparación desconocedores de sus limitaciones. De hecho, empresas especializadas en estos eventos se encargan de calmar las aguas de las discordancias y logran que todo sea una balsa de aceite, casi siempre. De ahí a llevar a la gran pantalla todo lo anterior solo hay un paso. Y si ese paso lo coordinan Éric Toledano y Olivier Nakache el éxito está asegurado. Ya en su anterior film demostraron la valía y aquel “Intocable” sigue remitiéndonos a la sonrisa de una esperanza más allá del infortunio. La cuestión es que una pareja  formada por un hiperpijoególatracapullo y una novia anodina que más parece una ninfa a punto del desmayo deciden formalizar su relación. Eligen para ello a una empresa experta y el entorno de un castillo francés pone el decorado. Se da el pistoletazo de salida y todo un elenco de seres variopintos empiezan a hacerse cargo de sus respectivos papeles. Cada cual viste su casaca literal y metafórica como mejor puede y los inconvenientes se van sobrellevando a golpe de gags divertidísimos. Un fotógrafo demodé, una madrina con deseos de convertirse en dj, un cantante que gorgorea su voz ajeno a las peticiones de canciones que desconoce, unos inmigrantes que se sorprenden de cómo funciona este mundo occidental y un director que empieza a sufrir en carne propia los desatinos de tal vorágine. No entraré en los detalles para que cada cual los vaya disfrutando a medida que el metraje de la película pase. La banda sonora les hará mover los pies y puede que recuerden aquella otra boda a la que asistieron no hace tanto. Encontrarán similitudes que les permitirán ser compasivos incluso consigo mismos. Y es que una boda suele ser tan proclive al desmán que nada le es vedado. Igual cuando compruebe la proliferación de móviles fotografiando cualquier escena se da cuenta de cómo ha pasado el tiempo y cuánto han cambiado los casamientos desde aquella vez que le resultó tan de primera mano. Descubrirá entre los personajes de la película a los similares que por un día se situaron a su vera y pusieron el toque original, hortera, de mejor o peor gusto, elegante, prescindible, emotivo. Da lo mismo. Aquello ya es pasado y para corroborarlo está esta comedia que consigue alegrarte la tarde y brindar por los novios sin plantearles la fecha de caducidad. De cómo quedará el traje al concluir, mejor no hablar. Ya lo hará él mismo para dar fe de todo lo visto y de todo lo imaginado.