1. Loreto
Relatos para compartir con aquell@s que se vean reflejad@s.
miércoles, 28 de febrero de 2018
martes, 27 de febrero de 2018
Los pistoleros de la tiza
Quién podría imaginar que
al cabo de los años íbamos a regresar a aquellos juegos de infancia. Aquellos
que transcurrían en el lejano oeste de los huertos sembrados de alfalfe en los
que la noguera ejercía de fuerte ante el inminente ataque de los indios que
irremediablemente llevaban las de perder. Siempre perdían y solamente
encontraban redención en el grito de “chin, curao” que les permitía resucitar
para volver a morir. Un ciclo tan previsible como auténtico que nos convertía
en virginianos, broncos, sheriffs o bonanzas cargados con las cartucheras de
plásticos nacarados y disparos laríngeos. Quién podría imaginar que a estas
alturas en las que el pulso empieza a temblar, la vista a escasear y los
galopes se parecen más a los de un tiovivo que a los de los garañones por
domesticar, nos iban a proponer un duelo al sol ante la inminente aparición de
buenos, feos y malos parapetados en los pupitres. Sí, ya sé, solo se le ha
ocurrido a aquel que proclama la ligereza del gatillo ante cualquier amenaza
surgida entre las ecuaciones, las disoluciones, los versos o las historias. Pero
visto cómo está el patio, o mejor, el salón, no me extrañaría nada que se
exigiese en el currículo el dominio de las armas al profesorado. Así que, el
dilema se me plantea a la hora de elegir si mutarme en Clint Eastwood, John Wayne, Willie el niño,
Lee Van Cleef…o buscar similitudes con Rambo, Bruce Willis, Steven Seagal o
Charles Bronson. La verdad, tengo dudas. Lo que en unos son ventajas, en los
otros son inconvenientes y así no hay forma de definirme. Mientras llega el
momento buscaré un descampado sobre el que configurar una pista de tiro. Los
botes de conserva que antes iban al cubo del reciclaje acaban de encontrar
sentido a su último servicio. Procuraré que no sea una zona transitada para
evitar males mayores y poco a poco me graduaré, seguro, como francotirador
certero desde la tarima. De paso, el maletín, por obsoleto, lo cambiaré por un
petate en el que quepan las cananas y toda la munición. Qué narices, ya que me
pongo, nada de Magnun 45, que más parece un helado que un arma. Añadiré una
repetidora, un subfusil y alguna granada de mano por si acaso. Si de esta guisa
no soy capaz de convencerles de la importancia del aprendizaje, amenazaré con
colocar una tanqueta en la trinchera izquierda de la pizarra. Y cuando pida
voluntarios lo haré con el punto de mira ajustado y el tambor del revolver girando.
Es que me estoy viendo y me vienen a la memoria tantas tardes pistoleando que
no puedo refrenarme. Ostras, se me ha pasado la hora y he de volver a clase.
Voy a ver si soy capaz de descargar la película de Cantinflas titulada “Por mis
pistolas” y les voy poniendo en situación. Más que nada para que no les pille con
el estribo cambiado si me ven aparecer con una pañuelo al cuello y unas
espuelas tintineantes.
lunes, 26 de febrero de 2018
1. Victoria de Frías
Quiero pensar que ser el menor de los primos paternos me otorga el
privilegio de mirar hacia delante, contemplar a los que me preceden y procurar
que la ecuanimidad de sus retratos no traspase los límites del crédito de la
sangre. Así que el carboncillo nacido de las venas comunes aparece afilado para
diseñar sobre el lienzo inmaculadamente blanco el perfil de mi prima Victoria.
Y lo haré intentando poner pausa a su paso vivaz que no conoce el sentido de la
palabra quietud. Ha transitado tantas veces de las marismas onubenses a los
perfiles del Cabriel que sería impensable imaginarla sentada, reposando,
inmóvil. Su vida ha sido un paréntesis abierto desde la obligatoriedad que
intenta cerrar con el del solaz de volver a sus inicios. Menuda, nerviosa,
constante. Así se manifiesta a lo largo de las horas como si al reloj le
debiese tiempos que le pagará puntualmente. Desde su mirada incisiva y cierta,
calla para sí aquello que podría empañar la hoja de ruta que solamente a ella
pertenece. Habla del pasado como si no se hubiera alejado de su vida lo más
mínimo y la complacencia hacia los suyos no conoce límites. Ejerce de todos los
papeles que la vida le ha ido asignando y nunca saldrán de sus labios las
quejas infructuosas que a nada conducen. Guarda agravios perdonando por saber
que nadie será capaz de herirla por más que lo intente. Maneja como nadie las
razones que la llevan a actuar así y pocas veces da la vuelta a las mismas.
Traza sobre el cemento la silueta de aquel a quien tanto admiró colocando la
butaca hacia el sol en la tibieza de la tarde. Tiende sobre los hilos del
presente los lienzos venteando los sacrificios y nada se le antepone. Ha
recorrido a hora temprana los senderos del valle y las garrafas del manantial
se acumulan sobre los bajos de la alacena. Acaba de vestirse de domingo y
acicalada espera que los segundos toques de la campana le avisen. Bajará las
escaleras con la premura natural de quien se sabe imprescindible y apenas se
otorga minutos para sí misma. Descuenta cada uno de los días para acelerar la
llegada del estío. Las sangres de las golondrinas ausentes regresarán y allí
estará para recibirlos. Nadie como ella para ser el modelo de la anfitriona que
se reconoce feliz cuando los tiene cerca. El tiempo ha intentado curvarla y
apenas lo ha conseguido. De nada servirá el intento de convertir en anciana a
quien es capaz de convertirse en corista de rancheras que hablan, como toda
ranchera que se precie, de amores cumplidos, desamores olvidados y versos por
escribir a ritmo de bolero.viernes, 23 de febrero de 2018
1. Anna Gabriel
Reconozco que una de mis debilidades es la de ponerme en la piel
de los perseguidos, perdedores, acusados. Reconozco que los cambios que antes
me producían desazón, ahora los acojo con gusto, les doy la bienvenida y me
resultan atractivos. Reconozco tantas cosas que a veces ni yo mismo me
reconozco cuando regreso al ayer inmediato en un intento de reconvertir mis
pobres postulados. Por eso he tenido que hacer un esfuerzo más intenso de lo
habitual para comprobar que efectivamente, era ella, Anna, Anna Gabriel quien
aparecía a través de las páginas con un nuevo look. Y a la sorpresa inicial le
ha seguido una serie innumerable de interrogantes desde la presunción del
ignorante que desconoce su forma de ser. Si el radical cambio estético busca la
aprobación exterior a unos postulados aquí perseguidos, pase. Cada cual es muy
libre de intentar contentar al aliado que aún no lo acaba de tener claro para
ponerse de nuestra parte. Pero si el cambio a modismo europeo esconde una serie
de renuncias basadas en la imagen, mal asunto. Puedo asegurar que no me movía a
aplaudir la apariencia anterior que parecía venida de una casa recién ocupada y
desalojada a la fuerza. Pero tenía su aquel, su gracia, su instantánea
revolucionaria que el flequillo presidía. Era como si le fuera negando paso a
la gorra verde espoloneada por una estrella roja pentapunteada llegada de
oriente o del Caribe. Era, santo y seña de un modo de reivindicar lo que para
otros es una salida de tono y para los unos un acto de justicia histórica. Ese
paso hacia la urna expuesta sobre la tribuna, enfundada en unos vaqueros
raídos, con una camiseta propagandística como armadura, ha quedado atrás, por
lo que parece. Y si así ha sido, el fígaro asesor de semejante melena, ha
debido medir muy bien los pasos, imagino. Se me hace difícil recordar una
imagen de Fidel Castro afeitado, de Mao Tse Tung con
traje de Armani, de Evita Perón en chándal o de Marilyn Monroe morena. La
imagen cuenta, vaya si cuenta como prefacio a los postulados que la acompañaron
en aquella primera ocasión. Puede que a partir de ahora, estimada Anna, todo lo
que diga tenga que superar un muro de distracción ante la melena que nadie
reconoce, que parece salida de una sesión de toga setentera. Si algún asesor
helvético se ha venido arriba, hágale caso omiso de aquí en adelante. Pase de
formalismos. En un país tan acostumbrado a hacer la vista gorda no creo que
tenga demasiados problemas con ser reconocida por lo que era y suponemos sigue
siendo. Vuelva a la apariencia que la llevó al escaño y luego, ya decidirá qué
hacer con su futuro. Las luchas se ganan lentamente y, no se engañe, la primera
estocada no pude ser hacia sí misma. En el momento en que suene a cambio, su
cambio se percibirá como derrota. Particularmente a mí me resulta más elegante
ahora que antes; pero yo no soy quien ha de juzgar sus actos más allá de una
simple apreciación estética. Piénselo. No me puedo creer que en Suiza no haya
peluquerías acordes a sus ideales, por muy calvinistas que sean.
jueves, 22 de febrero de 2018
Carmen
Granell
Hace calor, amiga mía, hace calor. Por
más que el calendario se empeñe en permanecer en el invierno, hace calor. Por
más que Febrero se resista a abandonarnos para dar paso a la Primavera, hace
calor, mucho calor. Y sabes que lo hace porque desde siempre has sabido ver el lado
más apetecible de la existencia, el más acogedor, el más deseable. Tú, amiga
mía, tú que abanderas las etapas que traspasan los ciclos intentando sacar de
ellas unos corolarios de los que extraer lecciones y aprendizajes, sabes que
hace calor, por más borrascas que intenten aproximársete para helar tu sentir.
Has sabido forjar el fiel del yugo sobre el que derrotar al nudo gordiano que alguna
vez intentó amordazarte. Y lo has hecho sin alharacas ruidosas ni aspavientos
innecesarios. Tú, querida Carmen, has desplegado a través de los meridianos los
pasados para que aquellos que se pavonean de desconocerlos sepan a qué atenerse
cuando la derrota les llegue. Tu pez, que sereno te lleva al cobijo de la arena,
echa un pulso a su gemelo inquieto que le incita a aventurarse más allá de los
salitres sin perder el rumbo, la compostura, el saber estar. Sabes leer entre
líneas las pasiones desatadas por historias que haces tuyas desde la firma
ajena. Poco importa si el capó protector de tus secretos no cierra
adecuadamente. Nada en ti tiene doblez, ni sesgos mezquinos. Huyes del daño por
saber que del daño nada se aprende y vives con la esperanza de transmitir una
firmeza que te forja completamente. Sabes del significado del sacrificio y lo
conviertes en un exponente de elegancia cada vez que las espigas del arroz no
sembrado intentan herirte. No podrán conseguirlo. Son conscientes de tu valía y
con ello de su derrota. De la envidia te proteges para no añadir más leña al
fuego innecesariamente. Te sabes feliz y repartes a sabiendas con quienes te
compartimos tiempos esa felicidad. Nadie
como tú sabe llorar hacia dentro para evitar sufrimiento mimético. Te dolería a
ti más que a ellos si así sucediera, y eso no te lo perdonarías. Sabes que hoy
se prenderán las velas y con ellas surcarás de nuevo las mediterráneas
ilusiones a bordo de la galera del cariño de quienes te saben cercana.
Disfruta, viaja sin descanso por la Ítaca de tus sueños cumplidos y los
próximos a cumplirse. Pero sobre todo, amiga mía, nunca dejes de tararear la
canción que hace de ti a la corista almodovariana que todos te sabemos. Hace
calor, Carmen, ya lo creo que hace calor, por mucho empeño que muestre este día
en llevarnos la contraria. Disfrútalo; te lo mereces.
miércoles, 21 de febrero de 2018
La señora Julia
Apurando el
paso crucé por la calle y no pude por menos que desviar la vista hacia donde
ella estaba. Su mediana estatura hablaba en silencio de su origen manchego y su
menguado perfil me resultaba familiar, cercano. Con la osadía impropia de la
desvergüenza me aproximé y vi cómo la compañía que la acompañaba se protegía de
mi asalto trazando un muro de desconfianza que duró unos segundos. No había
sangre que las uniera y las pautas que le eran remitidas las ejercitaba con la
destreza de unas manos que tan acostumbradas han estado a labores semejantes.
Sonrieron y en la brevedad del contacto pude distinguir a la luchadora que coquetamente
se restaba unos días ante la inminencia de su octogenario cumpleaños. Confesó
su origen que ya había adivinado y tras sus pupilas marrones adiviné vendimias
añejas que tan lejanas quedaban en su lúcido recuerdo. Me hablaba de usted como
si alguna deuda existiera entre ambos y no pude por menos que sonreír ante sus
arrugas. El pelo labrado de nieves se retiraba de su rostro para demostrarnos a
todos lo que significa ir de frente por la vida. Giraba sus brazos al compás de
unas aceradas ruedas que buscaban coordinación para retrasar lo inevitable.
Curiosamente, aquellas manos, aquellas muñecas que los fríos del otoño
curtieran hace tiempo, se mostraron tan fieles reflejos de mis ayeres que tuve
que intentar mantener una firmeza que se me escapaba irremediablemente. Debí
renunciar a lo que la tarde me mostraba como apremiante y dejar que su vida
trazara el camino de su verbo a mi escucha. Dudé por un momento y a punto
estuve de anular la cita semanal o retrasarla. Hubiese sido reconfortante
prestarle oídos a quien tanto acumulaba. Hubiese sido el punto final a una
tarde que marcó su rumbo desde primeras horas de la mañana y se veía abocada a
una nueva travesía. No sé si vio en mí al extravagante ser que hurgaba en las
vidas que no le corresponden. Quiero pensar que no. Quiero pensar que horas
después, mientras burbujeaba el interrogante sobre el hule de la mesa, pensó
que por una vez, alguien ajeno a ella le prestó atención y la hizo cercana. A su lado, hoy, como todos los días, el griterío
infantil ocupará espacios. Puede que en algún momento se vuelva a soñar y
condescendiente se muestre consigo misma ante el paso del tiempo. Puede que
piense que ha olvidado mi nombre que no llegué a pronunciar. Sabrá que sé cómo
se llama e ignoro su apellido. No hace falta más. Cualquier sinónimo de verdad
podría servirle.
martes, 20 de febrero de 2018
Inés Martínez
Lo primero que nos llama
la atención cuando traspasamos la puerta es su sonrisa. Allí, como agazapada
tras el mostrador, custodiando los tonos que la huerta ofrece, se sitúa,
orienta, gobierna y sonríe. A su derecha, la estantería acristalada y pudorosa reserva
lo que del horno ha surgido como si quisiera refugiarse del frío alargando su
calor. Tras ella, el mural rojizo sobre el que diseminar las numeraciones anticipadoras
de fortuna a aquellos que sueñan con la fortuna. A su frente, como dispuestos
en un falso azar, aquellos frutos que se sabrían olvidados en cualquier otro
rincón que les provocase la lejanía de su manos. Sobre su coleta azabache, las
pasas amarillas colgadas rezumando sabor a islas afortunadas a la vez que las
cuerdas ejercen de escaleras equilibradas. Más a su izquierda los secos apilados
en urnas plastificadas como recordatorios de cunas tan lejanas como añoradas.
El resto del espacio, para el resto de los que espaciamos los minutos a la espera
de chocarnos con su sonriente carta de presentación. Se sabe protegida tras la
armadura multicolor que la distingue como Sherezade de este cuento repetido en
las noches de insomnio que Karem le proporciona. Nada se le resiste porque la
constancia la tomó como modelo. Nada la perturba porque sabe mirar de frente a
quien de frente va. Nada se le antepone al egoísmo que en ella no tiene cabida
y al que rechaza como la peor de lo indeseable. Arma de paciencia sus horas
sabiendo que tendrá que surcar las arenas por las que alguien pretenda
deslizarla para sacarla de quicio. No lo conseguirán. Nada habrá que la
perturbe porque ha erigido una atalaya de verdad inexpugnable. Sabrá degustar
como nadie las escasas horas de asueto sabiendo que en ellas está la clave del
oasis en el que saciarse de sueños. Empieza a sentir que la vida se le pone de
cara y se sabe querida. Lágrima fácil venida del sur a la que la distancia
respeta para hacerse cercano. Tened precaución si pasáis a su lado. Lo más
probable será que a partir de ese momento no encontréis un vergel mejor, ni una
mejor samaritana. Y no os preocupéis si la calabaza no se convierte en carroza
a la medianoche; ella ya se encargó de convertir en alazanes a los ratones que
intentaron zancadillearla y sabe que todo cuento se repite cada vez que quien se
sigue sintiendo niño así lo solicita. Si lo primero que me llamó la atención
fue su sonrisa y su simpatía, ahora comprobaréis sin duda alguna que sois unos afortunados
al sentir el poder de su encanto. Cualquier otro antojo, a partir de ahora, le
es permitido.
lunes, 19 de febrero de 2018
Lidia Piqueras
viernes, 16 de febrero de 2018
El minimalismo
Como si de un acto de introspección
se tratase, nos hemos subido a la ola del minimalismo y la surfeamos
convencidos del acierto. Pasamos revista a todo aquello que fue acumulándose en
la vivienda y comprobamos cuan prescindible resulta, cuan engorroso es el
espacio que ocupa, cuan innecesaria es su continuidad. Abandonamos en un rincón
al equipo estereofónico que tantas tardes de gloria nos proporcionó a treinta y
tres revoluciones y un tercio y no tuvimos compasión ni con el plato, ni con la
platina de doble cuerpo. Allí grabamos en hierro y cromo las selecciones que
más nos entusiasmaban y una caja de madera ejerce actualmente de ataúd de las
mismas. Viajó hacia el trastero en una primera etapa que continuaría hacia la
lejanía veraniega y allí permanece. Y junto a él, los cartones anudados repletos de vajillas generacionales
que jamás se reestrenaron. No hubo piedad y suponían un estorbo. Los platos
descascarillados hablaban de reuniones tan lejanas que se nos antojaba
demasiado doliente el recuerdo. Los cubiertos de alpaca todavía rezuman el
sabor a la arena que los pulía antes de la aparición de los artificiales
detergentes y malviven en sus envoltorios de papel sedoso. Pasó su tiempo y el
acero se impuso. Los libros firmados por el nihil obstat censor al uso guardan
turno ante la esperanza de la curiosidad renacida. Saben que juegan con
desventaja aquellos que no acrediten imágenes y pudorosos callan para no delatar
su agonía. Y en algún cajón de alguna cómoda barnizada de olvidos, los pañuelos
bordados con tu nombre saben que el papel les ganó la partida. Poco importan a las
manos que los usaron cuando buscaban la triangulación en el bolsillo izquierdo
de aquella chaqueta aportando elegancia. El pasado no tiene hueco en el minimalismo
que se abre paso irremediablemente. Sólo parece importar el futuro aún sabiendo
que jamás se alcanza. Se dejan huecos para rellenar ante la imposibilidad de
rellenar vacíos y vacíos caminamos. Minimizamos hasta el extremo de
convertirnos en meras partículas ignoradas `por nosotros mismos y ahí
conseguimos la derrota que no buscábamos. Creemos en la inmediatez ante el
miedo de quedarnos rezagados en esta carrera absurda emprendida hacia no
sabemos dónde. Todo lo hemos reducido en pos a la practicidad y estamos
llegando a la conclusión que nos cataloga como prescindibles. Y como si de un
corolario funesto fuese en nuestra búsqueda echamos una última ojeada a la
colcha heredada y empezamos a verle más inconvenientes que virtudes. Quizás en
breves horas la convirtamos en nuestro propio sudario al cederle paso al
edredón moderno, enrollable, ajustable, deformable e inevitable. El espejo
acaba de reflejarnos y nos vemos reducidos. Será simple casualidad.
jueves, 15 de febrero de 2018
Títulos
Nada, no
hay manera, de nada sirve estar en la era digital. Cuando se trata de acreditar
algo, o tienes el título correspondiente, o de nada sirve la base digital que
lo acredita. Es como si el tiempo no hubiera pasado y nos situara constantemente
en años pretéritos. En mitad de aquel despacho con aires castellanos, de mesa
recia, de butaca señorial, de cretonas en las cortinas y de flexos cabizbajos,
allí, allí sí que lucían en todo su esplendor. Los modos dejaron en semejantes habitaciones
un halo de alcanfor y con ello las paredes recobraron su inmaculada desnudez.
Fueron ocupadas por fotografías más o menos acertadas, más o menos enmarcadas.
Fueron revestidas por litografías de dudoso gusto que hablaban del gusto dudoso
de quien las eligió. En el mejor de los casos, algún papiro recordatorio de un
viaje, alguna máscara, o qué se yo, cualquier aditivo que le diese vida. Pero
los títulos, no. Pasaron al rincón del olvido, al tálamo funerario cilíndrico y
quizá emprendieron ruta hacia otro lugar de residencia. Perdieron la prestancia
que en su día tuvieron y fueron muriendo de gloria tras la firma ignorada de la
autoridad académica o política que les daba fe. Todo previsible, todo acelerado,
todo moribundo. Hasta que por arte de requerimiento son solicitados urgentemente y entonces comienza la desmemoria
a hacer de las suyas. ¿Dónde están?, ¿quién los guardó por última vez?, ¿por
qué fueron arrancados de sus marcos que servían de puerto visible ante posibles
naufragios?. Una batería de dudas que
vienen a convertirse en verdugos ante la inminencia de su exilio. No hay
posibilidad alguna de escapatoria y le das cien mil vueltas formando un círculo
vicioso que sigue añadiendo congoja. Anudas a san Honorato advirtiéndole de tus
dotes de sádico y esperas. Esperas tan poco tiempo que revuelves por enésima
vez los cajones en los que las bolsas de papel se han ido almacenando como si
esperasen ser devueltas o envueltas. Nada, ni por lo más remoto del mundo,
aparecen. Te entristece pensar que nada te avala ante el tribunal que exige la
prueba palpable de tu crédito y entonces tiras la toalla. A punto de la desesperación,
¡eureka, han aparecido!. El santo temió por su criptorquidia forzada y salió en
tu auxilio. Por fin diste con ellos. Los recopilas, los abrazas y de pronto te
das cuenta que son aquellos que empezaron la lista y que nadie recordaba.
Dieciséis años ahí atestiguados. Sonríes, dejas de buscar y prometes
enmarcarlos nuevamente. Todo lo que vino después tampoco fue tan importante.
Así que lo mejor será que sigan los no aparecidos en su reclusión cuanto tiempo
quieran. Si no quieren mostrarse será porque tampoco se consideran tan
necesarios.martes, 13 de febrero de 2018
Flores
Estamos a
unas horas de repetir el rito y volver a darle protagonismo a las flores. Sí,
catorce de Febrero, de nuevo las flores de enamorados para dar fe de que se
sigue estando. Y aquí empieza el dilema. Si son las mismas de siempre puede
resultar poco creíble el hecho de regalarlas. Sonará a olvido y recordatorio de
última hora. Si son distintas podría pensarse que la indiferencia ha tomado
posiciones y ya ni siquiera recuerdas las preferidas por la parte ofrendada y
ofendida. Si te decides por las más exóticas estarás lanzando el preludio de un
viaje inmediato a los lugares más remotos y te verás obligado a contratarlo para
no seguir defraudando. Si coges las más habituales podrás ser catalogado de
cicatero, mísero e insensible. Total, un lío. Y es que el verdadero problema
empieza en el exceso de oferta y la densidad de tal fecha. Sustituir el ramo
por bombones, joyas, tarjetas regalo o cualquier otra opción no entra en las posibilidades.
En todo caso se sumarían a los pétalos y la rúbrica de una buena dedicatoria
pondría el punto y final. Así que la duda persiste y creo que hasta última hora
no quedará resuelta. Empiezo a barajar la opción de dejar que elija el azar por
sí solo y que sea lo que tenga que ser. O que se encargue la florista por motu
propio y así poder tener a alguien a quien acusar si llegase el fracaso. Algo
maquiavélico pero efectivo sí que parece.
Quizás si me situase en la recepción lograse entender la importancia del acto.
Veamos. Las flores me gustan, pero libres en sus propias raíces y espinas. Me
gustan cuando acarician al viento indicándoles el flujo del polen y el destino
caprichoso que las alas de los insectos diseñan. Me gustan cuando tímidas
esconden sus sépalos a las caricias del sol y se mecen al compás de las primaveras.
Me encantan cuando logran barnizar tonos cárdenos entre los verdes sabiéndose
caducas y por lo tanto eternas. De todas estas formas me gustan. Incluso cuando
dan por concluida la existencia anillada en un camposanto al que fueron
remitidas. Flores que hablan de ciclos de vida como si de los ciclos dedujesen
los tics tacs de los sentimientos. Flores, en definitiva, que no necesitan de
días especiales para saberse especiales. Flores, no obstante, que mañana, una
vez más, tendrán su protagonismo, vestirán de gala y llevarán enramadas las palabras
de amor que tantas veces oyó San Valentín y que tan presentes aparecen cada
catorce de Febrero. lunes, 12 de febrero de 2018
Herencia soñada
Lo sabía, es que lo sabía, tenía
ese pálpito de que acabaría llegando, y aquí está. Sí, la herencia soñada, la
imaginada, la anhelada, la desconocida, por fin, ha llegado a mis oídos, a mis
parcas arcas, a mis telarañas de
caudales. Y lo ha hecho al más puro estilo moderno, vía email, como debe ser.
Una amabilísima abogada me hace sabedor de que puedo recibir la nada
despreciable cantidad de trescientos sesenta y nueve mil dólares que así, puestos
con letras, no dan lugar a la duda. Supongo que a la mayor brevedad me llegará
el ingreso y podré contarlos uno a uno, en billetes pequeños, quizás en monedas,
y sentirme rico por fin. A hacer puñetas las penurias, sí señor. A darme la
gran vida. A viajar, a disfrutar, a volver a hacer aquello que hice, pero con
más nivel. Igual me convierto en un robinsón de mi propia isla, quién sabe. De
momento empezaré a diseñar una lista con los deseos más apremiantes para que
ninguno se me olvide, no vaya a ser que luego me arrepienta. Después haré partícipes
de mi suerte a aquellos que siempre me tuvieron en gran estima. Incluso a
aquellos que estuvieron a punto de tenérmela y se les fue pasando el plazo.
Incluso a los que no tuve el gusto de tratar y seguro que lo estaban deseando.
Habrá para todos y no será necesario que se agolpen sus parabienes. Para bienes,
los que me están llegando a raudales. Tampoco es que la herencia sea como para
asegurar el futuro a varias generaciones pero ya se sabe, dinero llama a
dinero. Y todo gracias al antepasado que debió emigrar a América, hizo fortuna
y en sus últimas voluntades dejó dicho que una parte fuera para mí. Lo que hace
la sangre y la filantropía nunca dejará de sorprenderme. Supe que el penúltimo
mandatario venezolano compartía segundo apellido conmigo y aquello debí
interpretarlo como una señal. A saber cuántos más andan por aquellos lares
disfrutando de semejante escudo de armas y patrimonios idénticos al que ahora
me llega. Qué ilusión. He releído el email para creérmelo del todo y las dudas
del incrédulo quieren hacerse un hueco en mi esperanza. Empieza a sonarme a ya
leído. Algo me dice que hace más de un
año ya me llegó uno similar y tantos familiares muertos en idénticas
circunstancias y generosidades no se pueden tener. Acabo de comentarlo con los
cercanos y me dicen que seguramente será un timo. Pero qué mala es la envidia,
por dios, pero qué mala. Nada, allá voy. Voy a darle respuesta al bufete de
abogados y les mandaré un número de cuenta donde ingresarán tal fortuna. Ya está,
decidido, ya respondí. La leche, me acabo de dar cuenta del error. He dado una
cuenta que no es la mía, ni sé de quién puede ser. Mira por donde acabo de
alegrarle a un desconocido el resto del día. Pues nada, a esperar un año más y
a la próxima notificación heredera me fijaré en los dígitos. Qué torpeza la
mía, pero qué torpeza más generosa.
jueves, 8 de febrero de 2018
Hacia el infinito, y más allá
Una de las mejores opciones que tiene el ser
multimillonario es la de convertir en realidad sus sueños, caprichos, deseos o
extravagancias. “Esto lo pago yo, porque quiero, me mola y me sobra la pasta”,
parece ser el lema que mejor cuadra en
semejantes afortunados y desde luego razones no les faltan. Así lo ha debido
pensar Elon Musk al decidir poner en órbita un coche Tesla a bordo de un cohete
suficientemente potente. Con un par, sí señor. Y como si necesitara argumentos que
acrediten tal decisión ha alegado que quizá su vehículo eléctrico sorprenda a
aquellos seres alienígenas que pululan por la inmensidad estelar y empiecen a
comprendernos un poco. Ahí, es donde me ha ganado definitivamente. Un
filántropo a futuro capaz de saquearse a sí mismo es cuando menos digno de
aplauso. Sí, señor, olé sus narices. Aunque una vez reposada la inicial
sorpresa me asaltan multitud de dudas y empieza a perder color la carrocería de
semejante atrevimiento. Puede que no haya pensado en la sobreabundancia de
marcianos que pululan por el globo terráqueo sin saber a qué dedicar sus días.
Puede que en más de uno haya ignorado la escafandra de astronauta aficionado
que vive en la luna. Puede que no haya reconocido en sus cercanos al
extraterrestre capaz de iluminarse con un dedo ígneamente fosforito sin saber
de la existencia de los otros nueve. Puede que haya sido tan idealista su
postura que esté de antemano condenada al fracaso. Una pena. Con lo bien que
habrían quedado la Vía Láctea conocida y las que aún quedan por conocer superpobladas
de elementos sobrantes aquí abajo. No, no ha medido las consecuencias de su
generosidad. Así que, sumándome a su maravillosa idea voy a empezar a confeccionar un listado
con todos aquellos indeseables que sobran. Es evidente que un coche, cien
coches, miles de coches, serán insuficientes para tanto trasiego cocooniano. Lo
suyo será empezar a diseñar transportes públicos lo suficientemente espaciosos
como para llenar el espacio de más basura. El agujero negro que se formará supondrá
el nuevo reto a estudiar por los sabuesos de los seguimientos interestelares.
Un agujero negro, a ser posible, con tapa incorporada. Letrina definitiva a la
que reconocer el alivio producido y estarle eternamente agradecida. Por fin el
bien común encontrará acomodo. Ya se encargarán si pueden de buscarse la vida
en la flotabilidad del silencio. Nos dejarán en paz y será eterno nuestro
agradecimiento. Nada de buscar nuevos eclipses. Nada de interrogarse sobre
posibles impactos de posibles asteroides. Nada de sospechar hecatombes cuando
semejantes elementos graviten por allá arriba. Estarán, no cabe duda, más cerca
de dios, pero nosotros estaremos, vaya que sí, en la gloria eterna. Y allá que se popularicen estos traslados, el
low cost pondrá a disposición de los comunes el paso hacia el mimetismo al que
tanto tiempo dedican. Buen viaje de ida. Tanta paz les llegue como descanso
dejan.
miércoles, 7 de febrero de 2018
Influencers
Mira por donde han aparecido para
convertirse en los nuevos profetas. Ídolos de masas a golpes de likes sobre los
que asentar sus postulados de tendencias. Modelos a los que imitar en la medida
en que los modelos propuestos no satisfacen a las generaciones siguientes.
Normal, todo muy normal. Se nos ha ido de las manos el catón estético-ético y
la plasticidad del postureo se ha situado en el altar de la nueva religión.
Plástico sobre plástico al que añadir más plástico para plastificar las
querencias de quienes aún no tienen claro el sendero a seguir. Y detrás de todo
ello, agazapada en la madriguera, la industria del consumo voraz buscando como imagen
la de aquell@s que demuestran tener más seguidores. En un acuerdo tan palpable
como desconocido manejarán las teclas de la calculadora en base a la
rentabilidad producida. Poco importará si desde la emisora o el emisor llega un
mensaje urgente al consumidor o consumidora que no ha tenido tiempo de analizarlo
y actuar en consecuencia. Han de repetir modelo y a la par consumir lo que el
modelo vende casualmente. Autómatas carentes de criterio a los que no se les
estará permitido racionalizar actuaciones para evitarles el esfuerzo de pensar.
Lo importante será hacerles creer en la posibilidad de convertirse en uno más
de los influyentes y vacíos personajes que tanto admiran. Lejos quedaron los
tiempos en los que el ídolo aparecía tras el largometraje meritorio. Más lejos
aún quedan aquellos que demostraron las ecuaciones de una Utopía que nadie
creyó en sus inicios y acabó cumpliéndose. Más lejos, mucho más lejos,
infinitamente más lejos nos quedan,
aquellos que de sus letras hicieron causa para abrir los ojos de las emociones.
Todos se han visto sobrepasados por la vorágine
marabuntiana llamada gilipollez. Nadie parece dispuesto a ponerle coto mientras
los cerebros se sigan mostrando como amorfas masas de gomas de chicles. Para
qué se lo van a poner si lo que importa es el presente, la adulación
instantánea, el mérito inmediato. Para qué buscar un legado más o menos digno para
quienes han desviado su mirada hacia una fama absurda y soñada. Así que no
quedan más que dos caminos: o apartarse de la estampida o situarse en la línea
de salida, y esperar a ver qué pasa. Si te apartas, el letrero de caducidad
colgará de tu pecho en letras mayúsculas y ni siquiera un óbolo de compasión
caerá a tus pies. Si te sumas al sueño
influyente tu pensamiento nadará en un limbo de ilusiones que te harán creer
ser lo que no eres ni serás jamás. Creo que se me escapa una tercera
posibilidad y quizás sea la menos mala para evitarme el fracaso de no llegar a
influencer. Permitidme que la esconda como secreto personal. No me gustaría que
nadie me la pisara y añadiera un motivo más de desconsuelo a mi aflicción. El
día que la saque a la luz, veremos cuántos likes merece. Hasta entonces, paciencia.
martes, 6 de febrero de 2018
Azafata
La etimología de este nombre tiene
su origen en el idioma árabe y parece ser que hace referencia a una bandeja que
servía como ayuda a la hora de vestirse. El tiempo ha ido dando suficientes
giros a la semántica de la palabra en cuestión y así ha llegado a nuestros días
como sinónimo de cara bonita. Y aquí se han empezado a desatar los truenos de una caja pirotécnica de mecha
corta. De ser representantes agraciadas de una marca, de una empresa, de un
producto, han llegado a ser consideradas como meros objetos cuyas medidas esculturales tiene que
estar al servicio del macho alfa que sueñe con tenerlas cerca. Insisto en lo de
llegar a ser consideradas para no dar por válidos estos postulados. De modo que
sumergidas en esta especie de cruzada antibelleza se interrogan sobre la tara
que podrá llegar a ser el poseer un fenotipo digno de envidia si el burka de la
estupidez sigue tejiéndose sobre ellas.
A ver si va a resultar que se guapa debe sancionarse y los cánones de belleza
deben revisarse y no nos estamos enterando. Cara a la galería, aquellas que
sonríen en la línea de salida de un Gran Premio, empiezan a ser sospechosas de lo que no son y eso genera una injusticia por
principio. Resulta que desde cualquier catadióptrico televisivo se fomenta una
imagen de escaparate apolíneo y ahora ellas son las exponentes de la
discriminación por razones de sexo. Vale, muy bien, que añadan azafatos como ya
sobrevuelan en los fuselajes del low cost aéreo. Que suba al podio cualquier merecedor de
ocupar primer plano junto al vencedor de la prueba deportiva. Y si el seso del
ganador demuestra ser tan plano como el pedal de su acelerador o tan redondo
como la empuñadura de su manillar que se actúe en consecuencia. Pero de ahí a
las propuestas que se están lanzando media un abismo. En el fondo creo que nos
estamos abocando a una época tan puritana que cuando llegue y se asiente no tendremos posibilidad de rectificación.
Da la sensación de que vuelve a ser denostada la alegría en sus múltiples
acepciones y ya no saben cómo coartarla. Eso sí, para no dejar duda de su ambivalencia,
a la vez que se critica , se potencia desde otras vertientes en las que la
exposición pública y plástica de tales vidas busca imitadores y lo peor de todo
es que los acaba consiguiendo. Realities , culebrones, concursos, proliferan por doquier como si de un mercado
cárnico se tratase recién salidos - en el dual sentido de la palabra- del
acicalamiento. Hemos llegado a tal esquizofrenia
que como no recapacitemos nos engullirá
sin remedio. Supongo que será el resultado del tipo de modelo aprendido. De
cualquier forma si llegado el caso me encuentro frente a frente con algún
azafato a alguna azafata, sé que nada más pronunciar una frase descubriré si
merece la pena el producto que ofrece. Si sabe expresarse y además muestra la
belleza que se le exige, ya me tiene ganado. Sólo faltará ajustar el precio;
del producto, por supuesto.
jueves, 1 de febrero de 2018
C´est la vie
Si una boda ya de por sí es un espectáculo, los
preparativos del enlace lo son por partida doble. Por un lado, la organización
del mismo; por otro lado, la multitud de personajes que se apuntan a colaborar
en dicha preparación desconocedores de sus limitaciones. De hecho, empresas
especializadas en estos eventos se encargan de calmar las aguas de las
discordancias y logran que todo sea una balsa de aceite, casi siempre. De ahí a
llevar a la gran pantalla todo lo anterior solo hay un paso. Y si ese paso lo
coordinan Éric Toledano y Olivier Nakache el
éxito está asegurado. Ya en su anterior film demostraron la valía y aquel “Intocable”
sigue remitiéndonos a la sonrisa de una esperanza más allá del infortunio. La
cuestión es que una pareja formada por
un hiperpijoególatracapullo y una novia anodina que más parece una ninfa a
punto del desmayo deciden formalizar su relación. Eligen para ello a una empresa
experta y el entorno de un castillo francés pone el decorado. Se da el
pistoletazo de salida y todo un elenco de seres variopintos empiezan a hacerse
cargo de sus respectivos papeles. Cada cual viste su casaca literal y
metafórica como mejor puede y los inconvenientes se van sobrellevando a golpe
de gags divertidísimos. Un fotógrafo demodé, una madrina con deseos de
convertirse en dj, un cantante que gorgorea su voz ajeno a las peticiones de
canciones que desconoce, unos inmigrantes que se sorprenden de cómo funciona
este mundo occidental y un director que empieza a sufrir en carne propia los
desatinos de tal vorágine. No entraré en los detalles para que cada cual los
vaya disfrutando a medida que el metraje de la película pase. La banda sonora
les hará mover los pies y puede que recuerden aquella otra boda a la que
asistieron no hace tanto. Encontrarán similitudes que les permitirán ser
compasivos incluso consigo mismos. Y es que una boda suele ser tan proclive al
desmán que nada le es vedado. Igual cuando compruebe la proliferación de
móviles fotografiando cualquier escena se da cuenta de cómo ha pasado el tiempo
y cuánto han cambiado los casamientos desde aquella vez que le resultó tan de
primera mano. Descubrirá entre los personajes de la película a los similares
que por un día se situaron a su vera y pusieron el toque original, hortera, de
mejor o peor gusto, elegante, prescindible, emotivo. Da lo mismo. Aquello ya es
pasado y para corroborarlo está esta comedia que consigue alegrarte la tarde y
brindar por los novios sin plantearles la fecha de caducidad. De cómo quedará
el traje al concluir, mejor no hablar. Ya lo hará él mismo para dar fe de todo
lo visto y de todo lo imaginado.
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