viernes, 27 de abril de 2018


1. María Víctima Culpable



Así sin más he decidido aventurarme en el retrato de la desconocida que todo el mundo conoce aun desconociéndola. Sí, ya  sé que ni ese es su nombre real ni esos sus apellidos, lo sé. Pero no puedo dejar de pensar en cómo era su vida hasta aquella fatídica noche y cómo lo es a partir de entonces. Seguro que desde la osadía de la juventud pensó que el mes de Julio merecía una buena bienvenida y qué mejor que dársela desde San Fermín. Puede que sus estudios hubiesen concluido con el éxito deseado y en recompensa a ello se lanzase a la aventura festiva. Tantos años esperando a ser mayor de edad y por fin le llegaba la oportunidad. Ciclos precedentes le hablaban de jarana vestida de blanco y rojo y no era cuestión de dilatar más la comprobación en primera persona. Quien más quien menos hemos sentido el vértigo que produce la aventura y solamente a esa edad nos sentimos capaces de asumirlo. Bravo, María, bravo. Nunca se dijo nada de los cobardes. Adelante con los encierros y bienvenida a las charangas, debió pensar. Y allá se presentó. Y entre la vorágine y las desinhibiciones que el alcohol promueve, otros y otras como ella, le aportaban el crédito de haber hecho lo correcto. Y la simpatía de lo desconocido la llevaría a dar con simpáticos cofrades  a los que ni siquiera imaginó como lo que acabaron siendo. Da igual si en un arrebato de suficiencia quiso lanzar un órdago de dominio que resultaba falso. Da igual si la seguridad que pretendía demostrar ante los otros enmascarase un temor que no era capaz de vencer. Da lo mismo, debió darles lo mismo. Y allá que se vio en mitad de un escenario que ni quería ni pidió, se vio envuelta en la representación de un drama que jamás sospechó. María dejaba de ser María para convertirse en el pelele carnavalesco de unos risueños. No pidió la bajada del telón de semejante obra porque no daba crédito a cuanto estaba pasándole como protagonista. Debió temer por un desenlace aún peor y empezó a descontarse tiempos para que el tiempo concluyese lo antes posible. Despertó a la crueldad cuando las luces de la noche seguían parpadeando. Quiero pensar que con el transcurso de la vida será capaz de vernos a los hombres como lo que realmente somos y no como lo que algunos rotulan que somos. Por si le sirve de consuelo, por mínimo que sea, le pido perdón como hombre. Por si me sirve de consuelo, reclamo justicia, también por ser hombre.    

jueves, 26 de abril de 2018


1. Jackeline


Alzas la vista hacia sus casi metro ochenta y no sabes muy bien qué hacer. Si mantienes un pulso de seriedad podrás comprobar el auténtico sabor de la victoria en cuanto sus pupilas se fijen en la expresión que no acaba de entender. Si te dejas vencer por la tentación del gesto catalizador de ironías puede que el esfuerzo que realice para no carcajearse te acabe invadiendo y explotes en mitad de una marea de risas. Algo en ella se excede a las proporciones. O la edad se quedó menguada a la longitud de su sombra o la sombra que de ella nace echa a faltar al monolito que le haga compañía. Paladea desde su voz el sabor auténtico de las coplas que de seguro la acunaron. Gira las palmas buscando el toque preciso que el compás exige. Tonadillera de pro que fluctúa entre los claveles reventones del tablado llamado adolescencia. Podría lucir el traje de faralaes más allá de lo que sus rizos multicolores aventuran y no dejaría indiferente a nadie cercano. Rebotea a su antojo los balones de la obediencia intentando evitar los pasos infractores que el árbitro de turno disimula no ver. Y el genio vigilante que de sus entrañas fluye la lleva a poner orden en base a la preponderancia altiva de la que hace gala. Su tez la reviste como si de una capa de inmunidad se tratase y los altibajos la acompañan en el vaivén del quiero y no quiero. Sueña con regresar al puerto que echa de menos y las comparaciones siempre le dejan un sabor a derrota frente a su pasado próximo. Cada vez que la norma intente abrirse hueco fingirá acatamiento. Solamente desde el fondo albo de sus ojos percibirás la certeza plena del no cumplimiento y con ello tendrás que lidiar. Nubia de un ecuador segmentario de diferencias inexistentes, paladeará el regusto del aprendizaje sin seguir guión alguno. Su instantánea necesidad se antepondrá al curso que marque el Nilo en el que ella se lanza sin temor a las dentelladas. Rasga y expulsa de sí todo aquello que pudiese tomarse como penitencia. Permanece impasible. Descuenta en voz baja los segundos que sabe inevitables y cuando la voz represora desaparezca, de ella desaparecerá también el dosier de acusaciones. Juega con ventaja en campo ajeno y de modo inconsciente saca provecho. Puede que algún día, quién sabe si pronto, sus pisadas la lleven a algún destino tan inesperado como sorprendente. Lo único que quedará claro será que la sorpresa no quedará impresa en su rostro de ébano; bien al contrario, serán los demás los que sigan sin responderse a los interrogantes que de ella broten de modo espontáneo.

miércoles, 25 de abril de 2018


El alquimista
Me encantan los cuentos. En ellos se deja paso a la fantasía como protagonista absoluta del argumento y hace y deshace a su antojo. Los protagonistas no dejan de ser más que meras marionetas movida desde los hilos del capricho que las hace girar de aquí para allá. Nada se cuestiona porque el mismo nacimiento de la historia da por válido cualquier giro de la misma. Y aquí, en esta novela de Paulo Coelho, no diferenciadoras. Un protagonista que piensa en el sentido de la vida se embarca en una trashumancia  personal hacia Oriente en busca de las respuestas que ansía para entenderse a sí mismo. Ciertas reminiscencias a las “Mil y una noche” van sucediéndose como guías solícitas al aventurado lector que se adosa a la sombra de Santiago. Va y viene de la dicha al infortunio salvando pruebas que se le presentan como si de una gymkana se tratase. Todo aderezado a modo de enciclopédica enseñanza de filosofal epílogo. Fácil de leer. Nada de sobresaltos inesperados que pudiesen quebrar la línea argumental anticipando desdichas insalvables. Previsible como todo cuento con final feliz al que subirse a modo y manera de manual de autoayuda. Quiénes somos, a veces lo sabemos; de dónde venimos, a veces lo aceptamos; hacia dónde vamos, ni siquiera somos capaces de aventurarlo. Y si decidimos aferrarnos a una ruta corremos el riesgo de naufragar sin remedio. De ahí que la piedra filosofal que desvela el autor no esté tan lejos de nosotros como suponíamos. Abre la posibilidad de reflexión a quien quiera entenderlo así y evitarse decepciones. Como si de un péndulo maniqueo se tratase, las arenas del desierto se van decantando inexorables hacia el fondo. Habrá que darle la vuelta para comprobar si el camino supone un retroceso o un nuevo avance. Resulta tan sencilla de entender que debería recomendarse como lectura de cabecera adosada a la mesilla de noche. Sin duda alguna, evitaría pesadillas y los sueños serían tan reales que a la mañana siguiente la recibiríamos con otros ojos. No en balde, hace ya algunos años, los cuentos nos ayudaban a cerrar los  párpados en aquella lejana infancia que añoramos llenos de melancolía. Puede que allí, en aquellos minutos previos al sueño, nuestro hábito lector empezase a diseñarse y hoy que ya lo habitamos sobradamente nos reconozcamos como tales. A los cuentos se les sonríe, aplaude y personaliza. Tal es el caso del que nos ocupa y no será necesario vestirse de Merlín para poderlo comprobar.            

martes, 24 de abril de 2018


1. Brígida



De ella podría decirse que pertenece a la saga de sacerdotisas capaces de alumbrar a las tinieblas. Vaga por las constelaciones y de ellas extrae toda la sapiencia que la corona como lectora de fortunas y redentora de infortunios. A estos suele suavizarlos para evitar con ello la laceración que supondría añadir daño al daño presente. Maneja la calma como si de ella dependiera el viento mecedor de voluntades y siempre adereza el consejo. Posee el porte que la sangre le dio y a ella se aferra para construir una vena comunicadora a través de los tiempos. Pasados que justifican presentes y futuros por llegar la envuelven en el misticismo de la cercanía de su rugido. Leona firme en sus convicciones, defenderá a su camada con cualquier tipo de argumento que desbanque al taimado en su aproximación. De los inciensos construirá nubes de volutas sensoriales mientras las líneas de las manos se apresuran a mostrarse. Hará suyo el reto de proporcionar equilibrio a quien carece del mismo y desconoce el fiel de la balanza que ella le ofrece. Transita de parte a  parte para dejar su huella en toda pisada que lleve su firma. Aprendió a leer entre las líneas del augurio lo que a los comunes se nos escapa y de su verbo construye el confesionario al que aproximarse. No habrá penitencia por graves que sean las faltas. Ni las administra ni las promulga. Alga agarrada al mar de tormentas en las que la fe en sus posibilidades se convierte en la ensenada protectora de todo naufragio. Ella, trashumante mesetaria, sabe que entre las calizas y el agua está su Sangri-La a la espera de su cíclica venida para reponer energías. Mirará hacia el perfil de la noche buscando entre las luminarias el parpadeo cómplice de los enigmas por desentrañar. Y todo lo hará sin reclinar su pensamiento. Podrá interpretarse como soberbia lo que no deja de ser un abierto postulado de intenciones irrenunciables. Tenedla próxima. En esa proximidad  comprenderéis el porqué de la calma que os empieza a envolver. Aquello que fue problema empezará a dejar de serlo y las turbulencias darán paso al sosiego. Después, como si el mérito no le perteneciera, sonreirá y sabrá que su misión ha concluido. De ti dependerá a partir de entonces seguir un camino u otro. Ella puso los letreros y serás tú quien decida qué ruta merece más la pena. Dirá hasta pronto porque no sabe de despedidas. Las conoce como puertas celadas y no las admite en absoluto como cerrojos oxidados.

lunes, 23 de abril de 2018


1. Maje Leza



Diría que el modo mediante el cual nuestras teclas se cruzaron no fue el más amigable posible. A mi extrema pulcritud ante los vocablos su réplica llegó como si de una cascada se tratase para dejar los puntos claros sobre las íes. Cualquier terminación en isa podía envainarmela o mejor destinarla a las canciones guanches. Nada de dejar pasar la ocasión para demostrar de qué madera estaba hecha. Y hasta hoy. Y desde siempre, esta conductora del verso se envuelve en ellos para dar salida a quienes sienten la necesidad de explayarse siendo cual sea la categoría de los mismos. Ella, pelirroja sin saberlo, actuará como guardiana de libros a los que anaquelizar más allá del valle donde las hojas doradas alfombren sus pasos otoñales. Cruzará los límites para demostrarnos lo ilimitado que resulta el placer extraído de un buen paseo. Saciará su recuerdo con las instantáneas de los píxeles que diseminará a modo de frutos sin simiente con los que engañar a las curiosidades no permitidas. Y todo lo hará desde la dualidad sobre la que despliega las páginas de un libro inacabado. No necesita epílogos y los capítulos se le solaparán creando un aquelarre festivo. Las lloviznas de la crítica se sentirán perdidas al comprobar cómo bajo los soportales de su independencia se sigue erigiendo la firmeza de su tránsito. Siempre envuelta en mitades por acabar, los renglones torcidos la adoptarán como hada madrina. Callará su juicio ante el gris para darle la compasiva oportunidad de no reconocerse mediocre. Ella, con la mirada perdida hacia la bahía infinita, sabrá soñarse como sirena a la espera de la marea que la vuelva a conmover. Las olas que formen las letras vendrán cargadas de entrecomillados a los que enlazar con nudos de aceptación. Maje nació para ser guardiana de letras y no carcelera de sueños. A ella, que desconoce el sentido del aburrimiento, difícilmente se la podría encasillar sobre una silla con letra al respaldo. Juzgará meritorio el hecho de ser osado ante el reto del albo lienzo y será capaz de prestar la mina con la que acariciar los renglones. Todo lo demás, carecerá de importancia en el instante fugaz en el que ella decida abrir los contrafuertes de la ventana por la que volarán los versos. Su red está tejida por las estrofas que cualquier aventurero osado considera merecedora de su presencia. Hoy, cómo no, soplará sobre el lomo de aquel olvidado tomo para evitarle el polvo acumulado de la ignorancia. Lo acicalará. Y con una sonrisa pecosa lo felicitará, un años más. Pocos como ella saben del valor que encierran las letras que un día nacieran para ser compartidas.   

viernes, 20 de abril de 2018


Un mundo feliz



Esta novela futurista me ha dejado un poso de desazón superior a lo esperado. En ella, Aldoux Huxley, anticipa al lector un modelo de sociedad futura en la que todo aquello que consideramos como normal ya no existe. Han desaparecido las guerras, las enfermedades, los deterioros. Y como contrapartida a todo este estado de dicha, el ser humano se ve sometido desde su estado embrionario a una clasificación que lo situará en la casta correspondiente a no tardar. Todo aceptado desde el aprendizaje hipnopédico de las lecciones repetidas a modo de  mantra de dicha y euforia alegre. Por si en algún momento la duda existencial apareciese, el suministro de soma acabará por remitir al ciudadano al nirvana que le privará de desconsuelos. Poco importará si tu estatus provoca reacciones en el lector que aún no ha llegado a situarse en dicha sociedad. De nada servirá que te imagines aquí o allá en la medida de verla como un futurista proyecto irrealizable. De hecho te hará gracia saber que serías partícipe de una reserva salvaje si viajases en el tiempo para aparecer con tu presente perfil. Pensarás que la sociedad se ha idiotizado de tal modo que casi no merece la pena esperar a vivirla. Comprenderás al rescatado y sabrás ver en su intención un apostolado hacia el raciocinio y la libertad de pensamiento. Así albergarás como esperanza un retroceso de la tecnificación y con ello serenarás tu espíritu. No deja de ser una novela inspirada en un pasaje shakesperiano y como tal habrá que tomarla. De sobra sabes lo aficionado que era el genio inglés a las tragedias y no vas a ser tú quien revoque su inmortal talento. De modo que dejarás para mañana la lectura del capítulo XVIII como corolario final de la obra. Sonríes, vuelves a vislumbrar los rostros protagonistas y preparas la lectura de un nuevo libro. Hasta que los perfiles de los conocidos se suman al resumen de modo inconsciente. Hasta que las formas actuales empiezan a parecerse a las premonitoras. Hasta que comprendes que Huxley ha sido más que un escritor, un profeta de lo que ya te rodea. Intentas colocarte en el escalón correspondiente y sabes que dependerá de lo que los demás decidan por ti estar en un rellano u otro. El bombardeo constante de propuestas felices te sigue los pasos y ahora empiezas a darte cuenta. Haces lo imposible por desembarcarte de semejante crucero y como no tienes clara la escotilla de salida retomas el capítulo dejado para postre de mañana. Lo lees. Empiezas a notar cómo el café se te corta a mitad de digestión y contienes para tus adentros el exabrupto que merece ser la rúbrica. La T tautológica no deja de parecer una cruz a la que se le ha segado la cabeza. Ni tú mismo sabes ya qué camino seguir a partir de ahora. No hay soma suficientemente fuerte que sea capaz de hacerte olvidar tu futuro presente.

jueves, 19 de abril de 2018


1. María José


De vista, solamente de vista, la conozco. Y siendo tan escaso dicho conocimiento he de confesar que los detalles que de ella me llegan no me dejan indiferente. La sonrisa siempre abierta y la alegría como pasaporte de vida la adjetivan positivamente. De hecho, por lo que me han contado, lo que para otras sería estrafalario, en ella resulta natural. Pasea como si del firmamento estuviese esperando la caída de flores a modo de lluvia colorida con la que alfombrar sus pasos. Ama lo natural y de la misma naturaleza es capaz de extraer al ser vivo que nos sirva de modelo de conducta. Poco importará si el aspecto del mismo le delata como fagocitador de verdes cuando cambie de localización. Ella lo rescatará del limonero para embarcarlo hacia una aventura mayor llamada curiosidad. Sabrá que muy a su pesar se verá envuelto en la vorágine de una observación por parte de las inquietas pupilas aprendices. Y con ello dará sentido al lado lúdico del aprendizaje. Y todo desde la calma que de su mirar se desprende. Posiblemente se crió entre las nanas de la alegría y así la transmite a quien quiera recibirla. Pasará por ser la disconforme en la medida en que sus actos se alejen de lo previsible y resulten chocantes. Supo ver lo que a muchos se nos escapa cuando tras las antenas del artrópodo adivinó deseos de cambio. Este bautizado Limoncete, ortóptero de pro, pasó a convertirse en el emblema de un modo de entender la vida, más allá de la vida en sí, más acá de la propia muerte. Y con ello vio María José su misión mensajera. Pocos sabríamos actuar del modo en que ella lo hizo ante el miedo atenazador de ser catalogados de diferentes. Ahí el error. Gracias a la diferencia la pluralidad existe, se manifiesta, perpetúa y da color a la vida. Gracias a María José y tantas como ella seremos capaces de descubrir y apreciar el valor de lo que parecía insignificante. El detalle habló por sí solo y del detalle extraeremos una lección de vida. Posiblemente cuando me vuelva cruzar con ella no me pregunte qué fue de Limoncete. Tampoco será necesario indagar en el futuro de quien tantas veces ignoró su futuro corto. De lo que no cabrá duda será de que la sensibilidad tocó a la puerta y a eso de las cuatro de la tarde se puso de manifiesto. Una vez más, como tantas otras que quedan por llegar, la diferencia salió victoriosa.    

miércoles, 18 de abril de 2018


El médico



Con toda la precaución que provocan los superventas, me dispuse a leerlo. Un huérfano en mitad de un Londres inmisericorde con los miserables, sobrevive a base de tesón y se afana en ser médico a toda costa. Comienza su labor como ayudante de un barbero que ejerce como sacamuelas y poco a poco su ruta se va decantando hacia Oriente. Sabe que el conocimiento anida en aquellos lares y su máxima aspiración es aprender todo  lo que le faculte como doctor en medicina. Las vicisitudes de tal tránsito acompasan a la narración y las explicaciones de cómo la normativa religiosa impide o permite el estudio del cuerpo saltan de modo incesante. Aquí, el intrépido estudiante, se verá envuelto en los equilibrios de querer saber y jugársela ante la rigidez de la prohibición. Dará cumplida cuenta diseccionando cerdos al considerarse como el impuro animal hacia el que todo bisturí está permitido. Llegará un momento en el que la cercanía del trono acogedor le dará oportunidad de comprender las reglas de un juego que simula ser una batalla. Comprobará que el saber no conoce fronteras y que más allá de otros condicionantes se ofrece a quien está dispuesto a hacerlo suyo. Noah Gordon abre la posibilidad de sumarse a este deseo de aprendizaje como salida clara de la miseria que la ignorancia atenaza. Una novela con tintes históricos siempre resulta seductora. Y si el ritmo narrativo es lo suficientemente ágil, el éxito está asegurado. El hecho de dar pie a una trilogía lo faculta como guía de la misma y quiero pensar que las dos secuelas posteriores mantendrán el guión. No lo sé y tampoco creo que me apunte a seguir las andanzas de Rob Cole y descendientes. Una vez comprobada la idea gestora de dicha trilogía, lo demás, sobra. No hace demasiado tiempo el celuloide vino a poner imagen a este éxito editorial. Ni vi la película ni tengo especial interés en comprobar a simple vista lo que ya tuvo escenificación imaginativa. En cualquier caso, aquellos que deseen viajar hacia la Edad Media para hacerse una idea de que no todo fueron tinieblas, que se enfrasque en esta lectura. Puede que al final de la misma le entren unas ganas enormes de colocar las piezas sobre el damero cuadriculado para salvar al sha. Recuerde, de cualquier forma, que la casilla blanca siempre está a la derecha y que el enroque está permitido. Del sacrificio de piezas, que cada cual decida mientras piensa si esa dolencia que le ronda será liviana o no. En el fondo, casi todos somos paranoicos y doctores aficionados ante nuestras propias dolencias.  

martes, 17 de abril de 2018


Los signos del zodíaco y su carácter



Llevado por la curiosidad de conocer lo que de sobra se sabe, llegó a mis manos. Este tomo que firma Linda Goodman no deja de ser un compendio de aseveraciones más o menos afortunadas que abren el horizonte a aquel que quiera imaginar o deducir caracteres lejanos, cercanos, fidedignos, increíbles. La cuestión estriba en dar pinceladas a cada duodécima fracción del horóscopo para descubrir en cada tránsito galáctico virtudes y defectos. Separa la lectura por sexos, filiaciones familiares, compañeros de trabajo y todo un abanico de posibilidades sobre las que sustentar sus razonamientos. Juega, como no podía ser de otro modo, con la ilusión de verse reflejado para afirmar hacia tus adentros cómo la galaxia entera sabe de ti más de lo que tú pudieras imaginar. No se enfrasca en galimatías de cartas astrales que pudieran abocarnos al aburrimiento; más bien se conforma con trazar a carboncillo nuestro propio retrato en un acto de autoconocimiento. A cada renglón le sigue una situación vivida o soñada que intentas adjuntar como testigo de lo leído y probablemente acabes dando por ciertas las conjeturas que plantea. Miras las líneas de la mano por si algo se te ha escapado y asomas tu vista hacia el firmamento despejado en la noche y te imaginas sumido en mitad de acuario y aries. Todo cuadra y a nada que te lo propongas estarás buscando más información sobre ti y todos los semejantes a ti. Incluso los dispares a ti te llamarán la atención. Puede que intentes justificar sus errores y sobrevalorar sus tinos. Todo sirve si se trata de embarcarte en la ilusión que estas líneas te ofrecen.  Es verano, hiciste siesta, el sueño no acude y las chicharras se suman al trasnoche. Pasas al horóscopo siguiente y continúas con la labor de taxidermia mental. Siempre aparece el modelo exacto que se ajusta lo descrito y así vas acumulando sapiencias de escasa duración. Si por un casual el rostro discordante se intenta abrir un hueco, lo arrinconarás, dudarás de su pertenencia y en el peor de los casos creerás que la excepción no confirma la regla. Has iniciado como aprendiz un trayecto y no se trata de que la decepción llegue a ti. Cada cual será el exponente claro de todo lo que este estudio pseudocientífico acredita y, en todo caso, Zoroastro velará por ti más de lo que tú mismo imaginabas. A punto de concluir el desvelo, justo a mitad del paseo astral, dejarás el tomo encima de la mesita. Que el rayo de luna incida o no sobre sus tapas dependerá de las ganas que tengas de levantarte para cerrar la ventana.    

lunes, 16 de abril de 2018


Penalti



Acabo de leer la columna de mi admirado Juan Tallón en la que hace referencia al penalti que colea desde hace días y no puedo resistir la tentación de sumarme al debate. Y eso que desde el principio tuve clara mi opinión y meridiano mi deseo. Supongo que la pizza de cuatro quesos influyó cuando en mitad del réquiem de su último sector, la pena máxima fue señalada. A mi lado, Jorge, daba por válido el error sumido en su antipatía hacia el astro madrileño. Justo al lado, tres voraces, daban cuenta de dos ruedas semejantes a la nuestra sin prestar demasiada atención al jaleo reinante metros más arriba. Las cincuenta y dos pulgadas parecían vomitorios de escarnios y aquello tomaba tintes épicos según las opciones vociferantes. Clarísimo, gritaban unos; un robo, vociferaban otros. Y Jorge aduciendo a las influencias de las casas de apuestas para implementar las ludopatías nacidas al socaire del fanatismo. Cinco o seis minutos de intensa espera en ese corredor de la muerte para unos y camino de salvación para otros. De pie, como si supiésemos de la infalibilidad del chut, esperando que el balón traspasase la línea de meta, así estábamos. Sabíamos que en nada cambiaría nuestro sueño entrase o no la pelota, pero eso poco importaba. La cuestión estaba en saber que se acababa de abrir la espita de la discusión para gloria de tertulianos durante los próximos días. Daba igual si los currículos habían ocupado minutos y minutos de audiencias horas antes. Poco importaba si los lazos amarillos seguían siendo perseguidos como si de huérfanos agapornis teñidos  se tratase. Allí, a nueve metros, se decantaría la alegría o el pesar que, aunque efímero, resultaba árnicamente aceptable. De modo que han ido sucediéndose los días y el debate continúa. No tenemos remedio. Quizás si volviésemos a aquellos partidos democráticamente arbitrados por nosotros mismos, la cuestión tendría remedio. Entre todos decidíamos si el balón había sobrepasado la altura del larguero imaginario. O si el poste inexistente había repelido el chut con efecto que se aventuraba como gol. Para nada importaba si el portero acortaba el segmento que unía los dos mojones buscando estrechez en la línea de gol. Allí no se necesitaba más que lentitud en la marcha del sol hacia el ocaso diurno y posibilidad de resarcimiento en la jugada siguiente. Supongo que la no existencia de las apuestas online, de las pizzas de cuatro quesos, de los currículos falsos, tuvieron la culpa. Y sí, sí que fue penalti y penalti se pitó; la única diferencia es que entonces, lo detuvo Miguel y empatamos a trece.   

domingo, 15 de abril de 2018


El funeral



Una actriz finge su muerte y en el teatro en la que se le va a rendir homenaje se presentan sus nietas, el supuesto novio de una de ellas y el representante de la fenecida. Así, dicho tal cual, Concha Velasco, Antonio Resines, Clara Alvarado, Cristina Abad y Emmanuel Medina, se embarcan en esta comedia de casi noventa minutos de duración. Y los de abajo, los espectadores que hemos acudido a la llamada de la solera de sus tablas, dando el pésame como preludio cómico a la obra. No pinta mal, nos decimos para los adentros. De modo que con cierta vorágine comienza la obra en sí y poco a poco la desilusión se empieza a situar sobre nuestras solapas. El humor rancio, más propio de aquellos programas nocturnos televisivos y sabatinos pasados de moda, pugna por hacerse de notar buscando la risa fácil. Mal vamos. Chistes colgados de referencias a programas cutres televisivos de nuevo y de plena actualidad intentan arrancar carcajadas facilonas y a fe que lo consiguen. A punto del atragantamiento, las gargantas de las filas posteriores ríen como si quisieran justificar su presencia a modo de coro agradecido. Y entonces te vienen a la memoria los papeles que han dado renombre a la protagonista a lo largo de su carrera y la decepción la atenúas como homenaje a la misma. Y ves cómo Resines vuelve a interpretarse a sí mismo en esa constante cíclica que le rubrica. Y lanzas una mueca de aceptación. Y si aparece sobre el fondo del escenario Buenafuente desde su programa grabado  para dar crédito al milagro de tal resurrección, sabes que los argumentos de producción se han impuesto para rentabilizar la inversión. Todo desde la tibieza del quiero y no puedo que te hace extraño ante tanto aplauso general que te rodea y aísla. De nada sirve el ágape de tentempiés que se distribuye para provocar la cercanía. Pensabas asistir a una obra de nivel y efectivamente acabas de comprobar el nivel que tiene. Como si fueras un percebe a punto de ser engullido por la resaca de la tormenta, te aferras a los dos minutos en los que, entonces sí, ella, Concha Velasco, lanza un monólogo que justifica los deseos que todos llevamos dentro de ser actores de nuestro propio funeral y poder comprobar cómo actúan los secundarios que nos rinden homenaje. Para ello, bastaba con el epitafio de Molière. Puede que la obra vista anoche tenga un corolario premonitorio. Pero de ahí a pasar a formar parte de la lista de obras magníficas en las que ha participado como personaje principal, habrá una eternidad, nunca mejor dicho.

viernes, 13 de abril de 2018


1. Carla González



No sería necesario añadir nada más para definirla completamente. No sería necesario pero resultaría demasiada cicatera la imagen que de ella se extrajese. Habría que añadir un barniz de sensibilidades expuestas sobre los frascos del óleo para ser llevadas al lienzo a la menor ocasión. Y aún así resultaría escaso el retrato que ella misma traza día a día. De sus lentes trasciende la perfecta declinación del verbo mirar para convertirlo en ver. Ver en el amplio sentido que la comprensión aparejará hacia todo aquel error que perciba a su alrededor para darle cobijo. Vivirá entre las neblinas de la sutileza para no hacerse de notar a viva voz. Como si quisiera eludir a las envidias, como si se incomodase al demostrar superioridad. Humilde desde la grandeza será capaz de llorar cuando nadie la vea para no crear culpabilidades en nadie por más que se lo merezca. Criticará desde el púlpito del razonamiento aquello que considera injusto y se convertirá en conciencia ante el desafuero que la intente doblegar. Respetará para ganarse el respeto y siempre llevará en su recámara la bala de la sapiencia con la que dar el tiro de gracia a la imbecilidad. Mirará de frente para demostrarte la firmeza y sonreirá de tal modo ante la ironía que te tendrá ganado para siempre. Pasional ante las emociones que manan de las letras será capaz de convertirse en la dama de la torre del homenaje que la corona deposita en un lugar nuevo llamado sensibilidad. Reinará sin el peso de la misma para que nadie le rinda pleitesía. No la acepta y toda aquella mirada que sobrepase la horizontal de la suya la incomodará. Sabrá rizarse los pensamientos para desentrañar la madeja que le permita transitar por el laberinto de las torpezas. No habrá posibilidad para el minotauro que la intente agredir. Las astas tropezarán contra los cimientos de su fortaleza y se sabrá derrotado. Su meta será inalcanzable para aquellos que viven el día a día desde la racionalidad. Podrá poner firma a las letras desde la firmeza de su rúbrica porque el razonamiento le dará tal potestad. Será tan incuestionable tu derrota que únicamente encontrarás alivio en reconocer que te has cruzado con alguien que te ha vencido, y lo que es más sangrante, convencido. Será la poetisa que abra los anaqueles de la clase para que el viento aligere el peso del ambiente cargado de formas y vacío de fondo. Analista profunda desde la sapiencia que le da el ser la lectora que va subrayando la vida para hacer un resumen sobre el que navegarán sus razones. De sus velas desplegadas ya se encarga el viento de las ilusiones que cada mañana la espera para zarpar en busca de la felicidad que tanto provoca y tanto se merece.

jueves, 12 de abril de 2018


1. Cristina Cifuentes


Parece que la coleta rubia y lacia que la caracteriza empieza a pedir para sí misma unos bucles que la saquen de este atolladero en el que se ve envuelta. Ella, presidenta de pro, con su voz carraspeada de tanto hablar ante los atentos y desatentos, empieza a notar el sabor amargo del abandono. Sabe que la falsedad del aplauso tabernáculo y sevillano es un anticipo del adiós al que de modo más breve que luengo se verá abocada. Quedarán para el recuerdo sus cambios de look en los que el atuendo marcaba colorido con los accesorios para combinarse. Ahí delataba un estado de ánimo que intentaba ser suficientemente osado, por más adversidades que le salieran al paso. Tomó las riendas de una calesa tan pesada como atractiva y no meditó los pasos a seguir ante el irrefrenable ascenso que su puesto auguraba. Pareciera que todo estaba permitido y sería impensable no subirse al carro de la anécdota. Ahí el error, ahí el desliz, ahí la falta de tacto. Quiero pensar que otros pensaron por ella y ella se dejó llevar. Quizás nadie se atrevió a advertirle del plomo que supone la incredulidad del populacho cuando la verdad no es palpable. Cortes de aduladores a los que dar crédito acaban por desentrañar las consecuencias de una errada senda. No sé si realmente le era tan necesario un máster en su currículo como para añadirlo del modo en que lo ha hecho. Mira a su alrededor y sigue buscando a aquel que le puso la miel en los labios para exponerle alguna recriminación y no lo encuentra. Y suponiendo que lo encontrase, ¿qué respuesta esperaría? Ni ella misma lo sabe. Por su mente pasarán cadáveres políticos precedentes y en cada uno de ellos descubrirá los motivos que a ella le faltan de momento. De poco le ha servido esa huida hacia delante y acogiéndose al óleo de la extremaunción mocloíta pervive jornada tras jornada. El prisma de su fondo de armario empieza a decantarse hacia el morado y no sé yo si es el color que más combina con el dorado de sus pensamientos. Tiempo tendrá a partir de nada para acudir a la consulta del otorrino que ponga remedio a sus castigadas cuerdas vocales. Mientras tanto, y una vez que sobre el calendario se empieza a divisar un nuevo San Isidro, lo ideal será irse confeccionado un vestido a tono con la zarzuela adecuada que los hilariones de turno empiezan a entonar en su honor. De los churros y barquillos, ya irán dando cuenta entre chotis y chotis.       

miércoles, 11 de abril de 2018


1. Maite, Mariluz y Marisol


Tres patas de un mismo trípode, tan semejantes como dispares, dan forma a su paso cada vez que la cuesta se empina hacia el mirador buscando el refugio de los musgos. Como si de una tríada de sangre se tratase, así se presentan cada vez que la ladera del castillo decide mirar hacia las Guinchas buscando el discurrir del agua. En una, la serenidad se adhiere como si del liquen orientado al norte derivase la quietud de sus pensamientos. En otra, se adivina la mirada de la dama prendida de una pared anunciando un sortilegio que por temeroso pasa envuelto en sonrisa. En otra, la quietud resignada del paso del tiempo se convierte en el segundero de un reloj que avanza a lo ya conocido. Chulapas en las que el mantón se diseña tras la reja sobre las que un cenicero térreo vigila sus andanzas. Allí, sobre el rincón diestro, la raíz sigue dándoles permiso para aventurarse en la Pradera de un San Isidro tan castizo como manchego. Ellas harán oídos sordos a las quejas que se vayan transmitiendo para llegar a un acuerdo común que parecerá discordante. Tiempo habrá para deslizarse hasta las aguas y sitiar a los juncos a la espera del desembalse. Juzgarán innecesario el desagravio para no perder el tiempo con las provocaciones llegadas sin pedir audiencia ni permiso. Les bastará con el ascenso a la Cueva cada vez que sus pupilas precisen de una nueva óptica lunar creadora de nuevas perspectivas. Cañís como pocas lucirán las retrancas llegadas del Foro para dar sentencia de ley con un punto y final. Llevan como modelo un trío precursor y pareciera que la perpetuidad se instala y reivindica. Sus enfados serán tan increíbles que cualquier intento de desestabilización anímica estará condenado a la derrota. Estas que crecieron mecidas en la vorágine del “Madrid me mata” se saben réplicas de las chicas de ayer que ni siquiera sabrían guardar los secretos del resto de las chicas del montón. Siempre tendrán a mano la respuesta a la pregunta de qué hacen unas chicas como ellas en un lugar burgniano  que les acompase la batería que ellas percuten. En aquel rincón noreste de las peñas reinan como solamente saber reinar las que se saben de ley. Una sonreirá mañana cuando las vías del trayecto apuntalen estos renglones. Otra fingirá no entender lo que a las claras sabe a metáfora. La tercera esperará a cruzarse de nuevo para que le desentrañe el mensaje y así saber a qué atenerme. De cualquier modo, como si una luz fuese precisa para iluminar lo innecesario, un mechero volverá a prenderse a ritmo de sorna y con eso será suficiente. 

martes, 10 de abril de 2018


Cielos de barro
Un cierto regusto amargo, como si ya hubiese leído esta misma historia en otras ocasiones, me dejó la novela. Dulce Chacón nos traslada desde la época previa a la guerra civil española hasta décadas después. Y a lo largo de esos decenios nos perfila las miserias de unos personajes que se ganan a pulso los peores calificativos. Una masacre desencadena la investigación de lo sucedido y da paso al trazo psicológico de cada elemento que se digna en aparecer. Castas que nacieron desde las cunas diversas y que se intentaron perpetuar como si el futuro les debiera vasallaje. España profunda que queremos pensar que dejó de ser y tantas veces nos abofetea con su presencia. Cambian atuendos y perduran comportamientos. Y las culpabilidades se enfocan siempre hacia los débiles buscando protección para los verdaderos culpables de los parricidios. Jarrapellejos desparramados por las fincas que vieron luz a base de la explotación y que tantas veces se niegan a desaparecer. Y mezclado con todo ello, las ambiciones de los que ignoran el valor de la sangre por más que se quiera sacar a la palestra. Épocas que pasan dejando un regusto amargo a desencanto desde la inmovilidad móvil de un ayer condenado al olvido.  Poco importará si la escopeta cargada fue utilizada por una mano u otra. La tragedia se adivina en la medida en que los lazos que se presuponen vínculos devienen en egoísmos rastreros. Abusos que no se olvidan por más caprichosas que quieran resultar las ofertas del borrado. Las buenas acciones perduran y lanzan un velo de crédito que es rasgado a la más mínima aparición del escarnio. Ser y parecer para seguir siendo lo que se desea ser y se sueña parecer. Truculencias que a nada conducen cuando son guiadas por la sensación de invulnerabilidad del poderoso. Argucias sobre las que levantar un castillo de naipes que la más leve de las brisas acabará derribando. Y más allá de las almenas falsas aparecerá el rostro del culpable que será incapaz de ocultar la ignominia que le califica. Una novela con múltiples lecturas entre líneas a la que hay que prestar atención. Los pormenores serán lo de menos cuando seamos capaces de saltar en el tiempo para darle valor a lo que creíamos fenecido. No siempre los disparos vendrán cargados como cartuchos de escopeta. No siempre los perdigones buscarán los espacios abiertos sobre los que esparcir lutos. No siempre los cielos derramarán lluvias de aguas cuando los granizos del abuso se hayan parapetado en las nubes y esperen el momento adecuado para caer sobre las conciencias.  

miércoles, 4 de abril de 2018


1. Inés Cuesta



Como si el destino hubiese querido reivindicarla para el monte, así llegó, así se asentó y así perdura. Con ese tono granadino que apenas se aleja de su deje, es capaz de dejar hueco en el gallinero a todo aquel que esté dispuesto a llenarlo de verdad. Poco importará que la cuesta de la calle se alíe con su apellido desde el momento mismo en que vea ante sí el reto a superar y la certidumbre de superarlo. Encenderá el rubio para buscarse ese minuto de pausa que restará segundos al quehacer para regresar al quehacer que tanto domina. Sabe que la cadena engrasada sobre los pedales no supondrá apenas esfuerzo. Y lo sabe porque cada vez que el rayo se aloja desde temprano sobre la baldosa del segundo cacareo ella lo pule y consigue convertirlo en escudo y blasón. Poco importará si el desnivel intenta provocar la cojera de la mesa cuando llegue la festiva noche de agosto. Ella, con el ímpetu nacido del mechón que se le ofrece como diadema, pondrá equilibrio. El trono de los peldaños barrerán los pies a la cortina que se vestirá de puente levadizo permisivo y cercano. Y sabrá que los suyos se hicieron nuestros porque nuestros se hicieron sus argumentos. Tomó el relevo que el tiempo quiso cobrarse y la tríada que forma con las próximas se convierte en el triángulo equidistante de vértices inexpugnables. Cómplice de risas que por la acera discurren cada vez que el trueno asoma por escasas que sean las nubes y nulos los rayos de la tormenta que pudieran sospecharse.  Del almirez sacará algo más que sonidos y los sabores sabrán a tiempos que regresan. Ave de paso que cruzó la diagonal para encontrar en el valle el solaz del nido. Surca el mar sin precisar de remedio ante el impensable naufragio de su travesía. Nada entre las calmas olas del cariño como si de ella misma surgiera la columna sostén de todo el edificio. Acaba de asomarse al balcón y con ello da el pistoletazo de salida a una nueva jornada. Las volutas surgidas del cenicero se convirtieron en incienso y ella, sacerdotisa suprema, buscará en las mismas los hados de la felicidad que tanto merece. Por detrás, una cresta inquieta, volverá a cacarear escondiendo el espolón que jamás precisó. Los polluelos revolotean y es el momento de volverles a dar una nueva lección de vida.