Florencia (capítulo II) Primera noche
Quizás la premura que
manifestamos a la llegada nos impidió recapacitar sobre el tipo de habitación,
pero aquella no era la deseable. Seguí los consejos que tiempo ha me diesen que
hablaba de rechazar por principio a la primera oferta, porque sin duda, otra
mejor estancia se reservan para el cliente disconforme. De modo que un atribulado treintañero se
dispuso a subir el equipaje a la última de las últimas, últimas que quedaban rascando el cielo y
sobrevolando tejados. Edificios señoriales que se han ido adaptando a los
nuevos tiempos y a los que se les ha ido diseñando unas venas artificiales por
las que ascender mecánicamente. Hasta que la imposibilidad aparece y se ofrece
una escalera más propia de Babel que de un hotel y que ha de ser escalada por
el botones cetrino que empieza a mirarnos mal y a sopesar el infinito peso del
equipaje. No me atreví a decirle que la culpa de tales dimensiones la tenía el
“Por si” de turno que se encargó de hacer por su cuenta más que una maleta, un
empaquetamiento de armario. Verlo ascender como serpa nepalí con semejante cargamento iba sumando a su
favor la propina que sin duda merecía. Agotado, dejó en la entrada de aquel
apartamento, la insufrible carga y huyó. No quiso ni esperarse a que me diese
la vuelta para satisfacer su buen hacer con un importe adecuado y supongo que
lo hizo temeroso por si regresaban los deseos hacia un nuevo cambio de
ubicación. Por ahí no transigiría y huyó a toda prisa. La doble estancia se
coronaba con un mirador desde el que se divisaba la línea celeste que las
cúpulas iban formando y solamente el zureo de las palomas sería capaz de competir con la luminosidad mientras las campanas levantasen el nuevo
día. Las cretonas se deslizaron y desde
el descansillo superior se adivinaban las grandezas de aquellos que supieron
construir algo más allá de una riqueza efímera para perpetuarse por los
siglos. Llegó el alba y por más que
busqué, no hallé rastro de él. Ni esa mañana, ni el resto de los días su figura
volvió a aparecer. Que los Medicis me
perdonen si por mi culpa curvó su espalda o convirtió a sus dedos en garras.
Así que si alguna vez acudís a Florencia y observáis a un señor con aspecto
hindú que emprende veloz carrera ante la llegada de turistas bien equipados al
hotel en cuestión, decidle que lo siento y que sigo esperando pagarle por sus
servicios.
Jesús(defrijan)