lunes, 30 de noviembre de 2015


Florencia (capítulo II) Primera noche

Quizás la premura  que manifestamos a la llegada nos impidió recapacitar sobre el tipo de habitación, pero aquella no era la deseable. Seguí los consejos que tiempo ha me diesen que hablaba de rechazar por principio a la primera oferta, porque sin duda, otra mejor estancia se reservan para el cliente disconforme.  De modo que un atribulado treintañero se dispuso a subir el equipaje a la última de las últimas,  últimas que quedaban rascando el cielo y sobrevolando tejados. Edificios señoriales que se han ido adaptando a los nuevos tiempos y a los que se les ha ido diseñando unas venas artificiales por las que ascender mecánicamente. Hasta que la imposibilidad aparece y se ofrece una escalera más propia de Babel que de un hotel y que ha de ser escalada por el botones cetrino que empieza a mirarnos mal y a sopesar el infinito peso del equipaje. No me atreví a decirle que la culpa de tales dimensiones la tenía el “Por si” de turno que se encargó de hacer por su cuenta más que una maleta, un empaquetamiento de armario. Verlo ascender como serpa nepalí  con semejante cargamento iba sumando a su favor la propina que sin duda merecía. Agotado, dejó en la entrada de aquel apartamento, la insufrible carga y huyó. No quiso ni esperarse a que me diese la vuelta para satisfacer su buen hacer con un importe adecuado y supongo que lo hizo temeroso por si regresaban los deseos hacia un nuevo cambio de ubicación. Por ahí no transigiría y huyó a toda prisa. La doble estancia se coronaba con un mirador desde el que se divisaba la línea celeste que las cúpulas iban formando y solamente el zureo de las palomas sería  capaz de competir con la luminosidad  mientras las campanas levantasen el nuevo día.  Las cretonas se deslizaron y desde el descansillo superior se adivinaban las grandezas de aquellos que supieron construir algo más allá de una riqueza efímera para perpetuarse por los siglos.  Llegó el alba y por más que busqué, no hallé rastro de él. Ni esa mañana, ni el resto de los días su figura volvió a aparecer. Que los Medicis  me perdonen si por mi culpa curvó su espalda o convirtió a sus dedos en garras. Así que si alguna vez acudís a Florencia y observáis a un señor con aspecto hindú que emprende veloz carrera ante la llegada de turistas bien equipados al hotel en cuestión, decidle que lo siento y que sigo esperando pagarle por sus servicios.  



Jesús(defrijan)    

domingo, 29 de noviembre de 2015


Florencia (capítulo I)

Como queriendo  retrasar nuestra llegada el viento de cola nos llevó a Pisa. Sin duda, la bella Florencia, estaba acicalándose de tal modo que no tenía cabida entre sus explanadas una presentación descuidada y a tal efecto se hizo de rogar.  Primeras luces serpenteando por la Plaza del Duomo  en la que Santa María del Fiore lucía cúpula teniendo a sus pies  el Baptisterio de San Juan y a un costado el Campanario de Giotto.  La vorágine del traslado nos llevó a una fugaz visita a la inclinada Pisa y con el tiempo corriendo en nuestra contra decidimos disfrutar del paseo por las orillas elevadas del Arno entre las reverberaciones lunares que iluminaban el discurrir del agua. El Ponte Vecchio dormitando con las persianas bajas a la espera de un nuevo día sobre el que tender quilates y allá al fondo la silueta majestuosa del Palacio Pitti recordándonos la grandiosidad del mecenazgo.  Vuelta atrás en busca del descanso con la sensación de no haber descubierto lo que tanto se pregonaba  y por el perfil de los Uffizi, costeando las aceras, regresando en busca del reposo. Y entonces sucedió el milagro. Conforme nos aproximamos, un sonido de flauta travesera circulando de incógnito entre las esculturas de la Logia de la Signoria frente a la fuente de Neptuno cobijando al dúo de palacios coronados con escudos de armas de rancio abolengo. Un famoso David similar al original dando muestras de dónde nos encontrábamos ejerciendo de maestro de ceremonias ante tanta hermosura que testimoniaba por definitivamente las secuelas del síndrome que la belleza desencadena. Instantes sublimes que paralizaron al cansancio y anticiparon bajo las sombras lo que la luz del día tendría a bien mostrarnos. Metros más allá, un Porcellino de bronce ofrecía su lomo a aquellas parejas que seguían la estela de la leyenda frotándolo  con fe. El agua manado como fuente de verdad y todo el empedrado de la vía recogiendo la tibieza del agua caída mientras se adivinaba a lo lejos el disfrute del aria que fue capaz de convertir  en crédulo a quien siempre tuvo la irracional idea de rechazar al arte. Las calles se fueron replegando de nuevo conforme la noche se hacía dueña del decorado y Santa María Novella esperando su turno. Parecía cómo que Dante visitase cada noche a su adorada ciudad para recordarle cuánto le debía y cuánto le fue negado por quienes son incapaces de rumiar la envidia que por dentro les corroe.

  Jesús(defrijan)

viernes, 27 de noviembre de 2015


Estambul (…y 4º capítulo: El expreso de medianoche)

Y llegó el momento del regreso. La mañana se levantaba entre brumas y la somnolencia acompañaba a las instantáneas últimas a modo de diapositivas vivas que nos iba mostrando la ciudad como despedida. Los trámites pertinentes en la inmensidad de mostradores y todo en orden hacia las alturas en sentido de poniente. Llegamos a destino, casi todos. Mi maleta decidió perderse entre las innumerables cintas transportadoras y retrasar su vuelta. Quizás el haber estado recluida en la habitación le había  asignado un papel de presidiaria que no estaba dispuesta a lucir sin causa en su contra. Posiblemente se encontraba sobre los taburetes de algún establecimiento en manos de alguien que había decidido cambiar su contenido textil por todo tipo de artilugios tecnológicos de dudosa procedencia a la espera del incauto comprador. Quién sabe si no estaría impregnada de perfume a kebab mientras el supuesto secuestrador negociaba un último precio previo regateo. Quién podría asegurarme que no emprendería el vuelo de vuelta cargada con fardos plastificados de chocolate alucinógeno a mi busca. De repente la paranoia vino a acompañarme para vestirme a modo de remake en un redivivo Brad Davis sin autorización de Oliver Stone en el cambio de guion. La persistente melodía electrónica de Giorgio Moroder  tamborileando en mi cabeza no hacía más que añadir angustia a tal ausencia y todo tipo de explicaciones empezaron a prestarse como abogadas defensoras  ante un futuro e imprevisible rescate aduanero. Como si el destino quisiera bromear con mi inquietud, esa misma noche alguna cadena televisiva decidió proyectar “El expreso de medianoche” y añadir con ello desazón  a mi ánimo y así impedir el descanso reparador.  Amaneció y una nueva llamada logró concretar el modo de reencuentro y al cabo de unas horas, acudí a la aduana. Allí, en un rincón estaba sin muestra de haber sido violentada. Y a mi lado, guardando turno  educadamente una recua de muleros con aspecto más que sospechoso para aquellos ímprobos agentes que escrutaban rostros y calibraban las posibilidades de captura del delincuente que ejerciese de correo desde el cono sur. Allí mismo hube de desnudarla ante la atenta mirada del agente de turno y entre la ropa necesitada de detergentes asomaron de nuevo los enseres que a modo de recuerdos decidieron venirse conmigo para que nunca olvide que a orillas del Bósforo, sorteando a los intentos sísmicos de destruirla, existe una joya llamada Bizancio, llamada Constantinopla, llamada Estambul, de la que es imposible no sentirse cautivo



Jesús(defrijan)   

jueves, 26 de noviembre de 2015


Estambul (3º capítulo: La colina de los enamorados)

Cruzar de occidente a oriente a través del puente sobre el Bósforo nos encaminó a la colina desde la que la panorámica invitaba a la ensoñación. Allá en lo alto, tras el ondear de las banderas, los minaretes elevados al azul hablaban a las claras del lujo y de la ostentación unidas a la fe en una misma explanada. Azules reverberando en un interior sembrado de polimetrías sobre las que el genuflexo creyente elevaría rezos para despertar envidias en las arquitecturas superadas en mitad del desierto de obligada peregrinación. Y todo en honor de la magnificencia del sultán encargado de dejar su sello. Al lado, en los subterráneos acuosos, las cisternas como marco de columnatas sobre las que acumular el agua carente de sal para abastecer a los sedientos ocupantes que por turno fueron ocupando la ciudad a través de los siglos. Y próximo el hipódromo sobre el que se adivinaban carreras benhurianas  con las que contentar al populacho que tan poco necesita para sentirse feliz. Columnas serpenteadas provenientes del valle del Nilo hablaban por sí solas de un ayer que nos salía al paso mientras más allá Topkapi prestaba sus estancias al nuevo guión de las intrigas policíacas entre los recovecos de harenes y reliquias proféticas. Tesoros guardados en honor de la favorita que ejercía como tal y en el otro lado del Bósforo, la grandiosidad de Dolmabahce en el que se adivinaban amores palaciegos entre sultanes y emperatrices europeas que la leyenda guarda y la leyenda expone. Y de repente el pirata que nos cubre adentrándose en las aguas a ritmo de octosílabos para reclamar horizontes abiertos desde “El Temido “,  que sonaba esproncédico   y desplegaba velas en la cubierta de un bajel llamado libertad. La torre Gálata vigilante sobre los cormoranes que buscaban captura desde su mismo puente entre las cañas sembradas en su balaustrada y la noche cayendo. Y tras ella el recuento de todo lo presenciado, asimilado, vivido, como pócima ante las torpes creencias de haber errado en la elección como destino de una ciudad tan hermosa como hospitalaria, tan eterna como fugaz,  tan deseada por los movimientos sísmicos en su intento infructuoso de derribar lo que a todas luces resulta imposible.  De lejos, un nuevo canto del muecín llamando a la oración para lanzar al viento el último rezo a modo de despedida hasta un próximo regreso. Sin duda, la colina de los enamorados había obtenido sus frutos. Una dama llamada Bizancio, había sido la culpable de que así fuese.

 Jesús(defrijan)    

martes, 24 de noviembre de 2015


Estambul (2º capítulo: Los Bazares)

Nadie podría sospechar que ambas edificaciones albergasen tal cantidad de  enseres a mayor placer del comprador o visitante ocasional. En uno de ellos las innumerables prendas nacidas al amparo de los talleres expertos en falsificaciones  te iban reclamando la atención desde las gargantas de los pregoneros que consideraban oportuno nominarte como el actor famoso, en la lejanía, conocido.  Insistentes hasta la extenuación zumbando alrededor como moscas frente al panal del intercambio monetario entre las liras y los euros. Y en medio de todo ello, los infinitos pasillos atestados de tapices, cueros, alfombras y demás artículos que se colocaban en fila a la hora de recordar a quién regalar. Un murmullo incesante que atravesaba de parte a parte los repujados coloridos y las camisetas con los nombres de los gladiadores de moda en el mundo del deporte iban pasando de pupila en pupila ate la desgana de aquellos que tantas huellas de viajeros han ido viendo como para distinguir el olor del dinero dispuesto a saltar de bolsillo. Esa especie de telaraña en la que te sumerges acaba por atraparte en la ganga que por principio no ansiabas y una vez probados los patrones sobre tu propia piel adquieres lo que la insistencia buscó. Poco importa que al caer la tarde, con la premura de tiempo que conlleva el cierre, hagas cálculo y descubras el porqué son famosos los matemáticos ceínos  que han resuelto la ecuación a su favor.  De consuelo servirá embarcarse en los aromas, sabores y olores del bazar gemelo en el que las especies bajan de las perchas y se asientan sobre los cuévanos del paladar. Un incesante viento de especias inundarán los recovecos y sobre todos ellos el políglota vendedor seguirá insistiendo en verte como gemelo cinematográfico al que adular en espera de su decisión casi inclinada de antemano. Las horas de oración salpicarán las nubes a modo de campanas directrices de la fe que anuncia obligatoriedades que solamente la fe comprende. Allá, como vigía eterna, la Torre Gálata revisará los últimos vuelos de los cormoranes que sustento buscan entre las cañas de los pescadores que recogen aparejos. Se ha ido cubriendo la noche y quizás mañana el Bósforo nos esté esperando como anfitrión de honor a los soñadores románticos que piratas se sienten entre sus aguas.  Las luces han prendido para diseñar una línea celeste que reverberará  hacia una nueva jornada en la que seguir reafirmando el acierto de haber venido a visitar Constantinopla, o Bizancio o Estambul, donde  toda es una.

Jesús(defrijan)

Estambul (capítulo1º: Santa Sofía)

A escasos metros del Gran Bazar decidieron los equipajes reposar por unos días y nosotros nos dispusimos a integrarnos en ese ambiente cosmopolita. La vida de la ciudad transcurría desde la vorágine del tráfico intenso por las avenidas que la cruzaban de parte a parte como arterias de sangres mezcladas entre dos continentes. Primera parada  guiada hacia Santa Sofía en la que la mezcla de arquitecturas hablaba por sí sola de distintas etapas de sucesivos dominios. Y allí, el orificio sobre la columna a modo de reloj sobre el que girar nuestros dedos como agujas del mismo para dar inmortalidad a lo que ya era inmortal por sí misma. Y entre frescos bizantinos llegó el ángel custodio en modo de leyenda para reclamar nuestra atención. Habla de cómo por encargo de la divinidad bajó al lugar en cuestión para supervisar las obras de la primigenia basílica y  posterior mezquita. Al aproximarse bajo forma humana observó cómo un sólo obrero estaba a pie de obra y de cómo preguntó por el resto de jornaleros. La repuesta que obtuvo fue que se habían ausentado a reponer fuerzas y volverían a la mayor brevedad. Debido a los innumerables robos de materiales, a él le había tocado en turno quedarse a vigilarlos. De modo que el ángel  le  propuso cuidar por él mientras se marchaba a toda prisa a reclamarlos para no retrasar más el tiempo de conclusión de tan magna obra que dios reclamaba con urgencia. “Permaneceré ocupando tu puesto hasta que tú regreses y cuidaré por ti” fueron sus palabras. Así  que cuando llegó a donde estaban sus colegas de oficio y les relató lo sucedido, estos decidieron que el único que no regresaría a pie de obra sería este emisario para conseguir con ello la perpetua vigilancia celeste que todavía perdura como promesa del alado emisario.  He de confesar que bajo sus cúpulas asimétricas todavía se percibe el silencioso vuelo de quien desde entonces ejerce de vigía. Únicamente, desde la salida sur, a través del espejo que  remite al friso oculto a primera vista, el pantocrátor que nos despide lo hace con un guiño cómplice a modo de rúbrica de dicha leyenda. Justo a su izquierda, una cisterna permanece como recuerdo de pila bautismal de un tiempo concluido que perdura en la historia. Ni siquiera los múltiples movimientos sísmicos que se han ido sucediendo a lo largo del tiempo han sido capaces de destruir lo que el tesón en las creencias se empeñó en erigir para mayor gloria de su propia fe.     

 
Jesús(defrijan)

lunes, 23 de noviembre de 2015


      Con la mochila preparada

Como si en cualquiera de nosotros anidase una necesidad de huida, así emprendemos un viaje. Más o menos planificado, más o menos organizado, en el momento preciso de pensar en realizarlo acuden  las mil y una expectativas sobre lo que nos va a deparar. Realizamos las pertinentes averiguaciones y con cierta desconfianza hacia los folletos que nos presentan al destino idílico desempolvamos la maleta de las ilusiones y comenzamos la lista. Y en esa lista evitamos el olvido de toda aquella capacidad de sorpresa que nos hará reconocer que aún somos capaces de ilusionarnos con los detalles que nos irán saliendo al paso. Nada puede ser tan frustrante como regresar del mismo viaje con la sensación de no haber descubierto nada que no viniese en el fardo del buhonero que os adoptó antes de emprenderlo. Si la emoción no aparece como cuño del sello visado al regreso, nos hemos equivocado, hemos visto en nosotros al viajero que no somos y no mereció la pena embarcarnos en semejante travesía. Bastante penoso resulta ya el viaje interior que cada quien realiza a diario sabiendo que su agenda está escrita por la obligatoriedad como para negarnos la posibilidad de que la misma senda  nos la vaya caligrafiando. De ahí que he decidido poner encima del buró toda la documentación necesaria para reconocerme afortunado viajero retornado de aquellos  destinos que quedaron impresos en mi memoria y grabados en el alma. Puede, estoy seguro,  que muchos de vosotros habéis sido partícipes de los mismos porque todos en el fondo somos errantes a la hora de sortear horizontes. Para vosotros quizás esté de más la reincidencia en lo ya conocido, visitado, recordado, plasmado. Pero si en alguno vuelve a aparecer aquella instantánea casi ignorada entre las callejuelas pateadas y en ellas renace el deseo de regresar a dicho viaje, habrá merecido la pena este intento confeccionar una guía desde el punto de vista que marque la veleta de los sueños. Quienes busquen orientaciones más prácticas que emotivas, que prescindan de esta lectura; en cualquier agencia les informarán de modo más preciso y  racional. Aquellos de vosotros que gustéis de viajar acompañados desde otro punto de vista, haced un hueco, y dejadme que no sea un solitario. Puede que al regreso reconozcamos que mereció la pena. No en balde sabemos que ningún viaje es más hermoso que el que va y regresa al centro mismo de nuestras ilusiones. ¿Preparados? Allá vamos.
 
Jesús(defrijan)

viernes, 20 de noviembre de 2015


      Por aquí, todo recto

A  la sazón de la noticia que habla de cómo un camionero letón, queriendo llegar a su país y saliendo de Murcia ha aparecido en mitad de un bosque riojano, ha regresado a mi memoria la imagen de aquel infeliz que por propia ilusión se convirtió en guardia de tráfico. Dicen que era conocido y querido entre todos sus paisanos y dadas sus cortas luces no pudo ver cumplido sus sueños de vestir  de uniforme bajo ninguna disciplina castrense. Tal era su dolor y tal la compasión que despertaba, que entre sus vecinos optaron por remediar semejante desasosiego y sabiendo de su buen corazón le facilitaron uno de bombero ya a punto de ser retirado por su uso excesivo. Nadie vistió jamás con más orgullo y satisfacción  tal prenda y en un acto probo de su valía se aposentaba en el cruce existente entre La Alberca y Algezares.  Allí movía a su antojo los brazos dando paso o cortándolo bajo la aquiescencia de cuantos lo conocían y aplaudían su labor recompensando así con benevolencia a tan singular personaje. Hasta aquel infausto día en el que la prueba de fuego se le presentó de improviso en forma de camión Barreiros de incontables ejes. Eran tiempos en los que las autovías escaseaban y los guía por vía satélite ni se soñaban. De modo que aquel pobre señor, bastantes esfuerzos realizaba ya desde su asiento de escai como para percatarse de si  el uniforme era el reglamentario a un guardia de tráfico local o no. La buena cuestión es que paró el camión, bajó la ventanilla, recibió el saludo reglamentario de aquel prócer de la ley y le preguntó por la ruta hacia Cartagena. Obviamente, el mapa que se le diseñó al “agente” en su cerebro nada tenía que ver con el diseñado por el Ministerio de Obras Públicas y para no pecar de falta de profesionalidad lo encaminó con un “todo recto” hacia la subida al santuario de la virgen de la Fuensanta. Curva  la derecha, curva a la izquierda, un estrechamiento, otro más y de pronto, la explanada del santuario dominando toda la vega murciana y ni rastro de señales cartageneras. La posibilidad de retroceder resultaba una quimera absoluta y allí estaba es buen señor implorando a la virgen  una senda que le sacase de aquel atolladero. Los minutos pasaron y la noticia corrió como la pólvora por la  falda de la montaña. Comentan los testigos que el furibundo  descendió a pie en busca del susodicho que tuvo la precaución de refugiarse entre los limoneros a la espera de que el temporal  escampara. De cómo logró descender el vehículo, no lo entiende ni la patrona de Murcia. Lo que si será  deseable es que en caso de que el infortunado conductor ayer perdido decida  viajar hacia Cartagena, por lo que más quiera, que no haga caso a un señor vestido de bombero que en el cruce de rigor sigue dirigiendo el tráfico.

 Jesús(defrijan)

jueves, 19 de noviembre de 2015


    La pérgola

Moraba  en la quietud que los años le fueron otorgando a modo de reducto luminoso plagado de penumbras. Supo desde el mismo instante de su llegada que ese lugar acabaría siendo  el foro en el que las palabras esparcirían al viento deseos, anhelos, sueños. En sus arcos fueron elevándose los arrayanes que formaron un tupido tapiz de aromas a los que encomendarse cada primavera y con esa esperanza languidecía en las tardes otoñales. Callaba sus tristezas por más transeúntes anónimos que segmentasen sus límites ignorándola como se suele ignorar al eco silencioso, Sólo ella sabía  de secretos guardados entre corazones que se prometieron eternidades en aquellos albores del sentir que tanto echaba de menos.  A escasos metros, nuevos brotes florecieron y la fueron relegando a un segundo plano en el que un telón de conformismo la refugiaba de la ignominia de la compasión. Hasta  esta tarde, todo se encaminaba lentamente hacia el delta del olvido. Hasta esta tarde, en la que dos seres solitarios decidieron adoptarla como cubil de caricias, reducto de besos, porche de pasiones contenidas que alzaron vuelo. No supieron discernir que tras sus caricias se escanciaba la savia que volvía a dar sentido a quienes daban sentido a los moldes forjados. No hizo falta que la luz incidiese de costado sobre el pecho de dos amantes  que se iluminaban desde las miradas de sí para sí. No hizo falta que el transitar por las veredas de quienes seguían ignorantes de aquellas pasiones girase la vista. Todo era verdad y a verdad sabía. Y los momentos se convirtieron en instantáneas que impregnaron pupilas de aquellos dos que tantas veces caminaron ciegos. Habían seguido las sendas en las que los cantos rodados acabaron por cubrir el verdor y sabían de la torpeza de sus pisadas. El rumor de la fuente cercana prestó  para dos el goteo melodioso de un amor incontenible. Y la noche fue cayendo, lenta, pesadamente. Poco importaba que sus pasos emprendiesen caminos dispares a quienes sabían de razones y saboreaban emociones. Allí sellaron un pacto y allí cada tarde de otoño, cuando el silbido de la cafetera les remite a su realidad, un sabor a besos robados viene a endulzar los labios que sonríen con motivo.  Quizás la pérgola les está echando de menos como suele echarse menos  a lo que de verdad importa. Si pasáis por su vereda observadla. Puede que esté contando los minutos que faltan para que una nueva cita se produzca y le devuelva la alegría con la que entender el sentido de su existencia.

Jesús(defrijan)

martes, 17 de noviembre de 2015


    Paco  L. B.

Me acabo de enterar de que has decidido por tu propia iniciativa emprender un último viaje y he considerado imprescindible salir al escalón de la puerta a despedirte. Y esta vez, amigo mío, volveré a vislumbrar tu bigote pulcramente recortado tras el parabrisas que tantas veces anticipó tu llegada. Atrás quedaron aquellas noches de verbena en las que a lomos de la servicial montura recorrías la plaza a modo de quijote festivo provocando la risa entre la algarada que conocía de tu simpatía. Atrás quedarán aquellos desplazamientos de madrugada en los que el ritmo del vals  lo dirigía San Cristóbal y tus manos expertas interpretaban los pasos al volante sorteando liebres desconcertadas. Atrás quedarán los pasos de rumba doliente entonados bajo la voz desgarrada de Bambino que reclamaba una pared que no dividiese corazones y un castigo implacable a todo desamor manifiesto. Atrás, en el maletero de tu recuerdo, atados con doble nudo , quedarán los innumerables actos de servicio en los que en más de una ocasión supiste auxiliar a quien auxilio necesitaba y  no era consciente de ello. La Umbría se entristece y la sombra del Castillo extiende crespones negros hacia las Hoces que tantos amaneceres prestaron en las noches de verano. Pocos como tú han sido capaces de anteponer la generosidad a la razón aún a costa de tu propia renuncia. Atrás quedan las vísperas nupciales en las que el frío se hacía extraño ante la llameante brasa que pedía paso para hacer compañía horas antes del sí quiero. Galán con estilo, con poderío, con saber estar, que nunca alardeó de ello por más méritos acumulados que llevase en sus  galones. Esa sonrisa picarona volverá a abrirte puertas  si es que alguna puerta se te fue cerrada  en alguna ocasión.  No estrás sólo porque nunca se sienten solos quienes han prodigado el abrazo sincero sin buscar más recompensa que la sinceridad devuelta. Has sacado el billete hacia el último destino y tu elección no admite réplicas ni necesita de más explicaciones.  Solamente me resta desearte  una buena travesía y para hacer más soportable tu adiós, si me lo permites, amigo Paco, desempolvaré los bongoes para intentar marcarte el ritmo mientras mis lágrimas se empeñan en brotar y el esfuerzo por evitarlas resulta infructuoso.  Esta vez  sí, esta vez, cantaremos a dúo  “voy a ponerme en los ojos un hierro candente, porque prefiero estar ciego mil veces,  que volver a verte” , y será la  última.

Jesús(defrijan)

lunes, 16 de noviembre de 2015


    Cincuenta velas rosas

Sabiendo de lo que anida dos nidos más arriba, no me era difícil imaginar lo que se fraguaba entre los silencios mal disimulados. Como cada celebración acabada en cero, esta, Rosa, no iba a ser una excepción y vaya si no lo fue. Ya las jornadas previas se fueron tiñendo de señales y poco a poco la red  se tejió en tu honor por más que la vista girases intentando no descubrir lo que preveías. Los lienzos tendidos al sol se iban sumando a modo de estandartes para la ocasión y todos barruntamos un desenlace especial. Tan especial como quien es capaz de lucir la mejor de las sonrisas a cualquiera de las adversidades que se empeñen en salirle al paso. Porque si hubiese que diseñar un sello para tu carta ese sería el adecuado. Una sonrisa franca, directa sin medias tintas que oculten un sentir que te hace honor. Vivaracha rubia que caminas con el paso firme apartando a los sinsabores y sembrando alegrías. Amiga de tus amigos por más méritos que acumulen para pensárselo dos veces en esa locura ocasional que les envuelve. Hospitalaria que abre puertas incluso a quienes han olvidado el llavero en el baúl de los deméritos que de tu parte no tienen cabida. Devota bailarina del otrora amante bandido que sempiterno alegra tus pasos a la menor ocasión. Abnegada protectora de los tuyos hasta los niveles del más mínimo detalle por cobijar. Eres de esas personas a las que conoces nada más conocerlas y eso te hace grande. Poco importará si el tiempo que te pertenece te lo intenta arrebatar el ludo ajeno porque en ello encontrarás la recompensa para la felicidad del otro. Generosa hasta el extremo de no ser capaz de la negación cuando de ayudar se trata. Callas los grises para que duerman en el atestado ropero del que tantas veces somos incapaces de deshacernos quienes nos aferramos a ello. De ahí que las velas prendiesen por ti en la noche como luminarias alegres de cometas caídos. Los pétalos, municiones de flores, brotaron como sólo brota la alegría de la que tú, Rosa, amiga Rosa, haces gala siempre.  Alzo la copa de nuevo con el rojo que burbujea mientras el perfil de globos que te sirve de copia, sonríe desde el asiento trasero. Poco importará que el agente de turno intente explicarse el porqué de tu equipaje. Sonríele que ya adivinará al instante los motivos de tu felicidad que es la nuestra porque tú, sin duda, la mereces.


Jesus(defrijan)

      La Farándula enamorada del Amor

Sólo el título de la obra anticipaba lo que estaba a punto de suceder. Enamorarse del amor es uno de los actos más sublimes que se pueden disfrutar en este mundo en el que el dolor se empeña en abrirse camino y siempre lo ha sido. De hecho este grupo de actores y actrices faranduleros ayer lo dejaron claro al resucitar los textos que por inmortales no necesitan más resurrección que un escenario y una platea  acorde con semejante libreto. No importa que para los desconocedores de tal grandeza resulte obsoleto el intento, iluso el esfuerzo o baldía la profesionalidad de cuantos son capaces de  entregarse al papel. Y así sucedió. Desde el momento en el que el telón abrió sus alas, unos seres que se adjetivaban de provisionales se dejaron arrastrar por los vericuetos del Amor para reconocerse y hacernos reconocible la grandeza  del mismo. Un amplio repaso por el Siglo de Oro en el que el bufón maestro de ceremonias a toque de campanilla cambiaba de escenas y mantenía el argumento. Desamores dolientes, engaños placenteros, insufribles perdones y alocados ilusos iban sucediéndose en pos del único objetivo por el que merece la pena  existir. Allí, las miserias que todo ser humano no querido, incapaz de amar, olvidado por el carcaj de Cupido podía reconocerse fácilmente incluso en los momentos en los que la ironía se abría paso o los versos rechazados se empeñaban en vestirse de gala. Nada más penoso que esparcir al viento amores no correspondidos por mas incomprensibles que nos resulten. Dejaron claro a todo aquel que quiso escucharlo, a todo aquel que quiso presenciar algo más que su propia entelequia, que el amor ni conoce de ataduras ni de forzamientos en un solo sentido. De ahí que el silencio reinase en más de una ocasión en las que las voces encogieron el alma mientras entre bambalinas se segaban compasiones. Hora y media de reflexión imprescindible para no vivir en el engaño para aquel que necesite mirarse de frente. Anoche, amigos míos, amigo Manuel, quedó clarísimo que nada merece más la pena que sentirse enamorado y ser correspondido. Bueno, sí hay algo que merece más la pena; sin duda, convertirse en adicto farandulero para que bajo sus sayas seamos capaces de reconocer en nosotros mismos al bufón digno de misericordia que alterna risas y llantos cuando se ve privado de amar. Gracias, amigos míos, por haber adoptado por nosotros el papel que tantas veces nos hemos negado y tantas veces echamos de menos.  

Jesús(defrijan)

viernes, 13 de noviembre de 2015


    Los zócalos felinos del Carmen

La primera vez que vi sus siluetas pensé en que una camada libre se había apoderado de las calles del Carmen y como dueños absolutos vagaban a sus anchas. Todos, felinos azabaches, apoyados sobre los zócalos de los edificios que hasta entonces se apoyaban sobre las baldosas carentes de alegría. Y allí aparecieron, como por arte de magia, arqueando sus lomos mientras afilaban sus unas a la espera del sustento. Silenciosos como siempre, miraban a la luna que se mostraba entre las rendijas de los balcones para dar testimonio de su alegría al verlos allí parapetados. Inmóviles calcos sacados de un papel imaginativo que la autoría anónima quiso legar a las escurridizas sombras. Nada más lejos de  su intención que ejercer de brigadistas punitivos hacia los roedores que cayesen en su propia imaginación temerosa. Por nada del mundo se empecinarían en privar del paso a quienes la historia les situó como enemigos y ellos mismos aceptaron como rivales de la noche. Estos félidos  pronto se vieron acompañados por las siluetas que expandieron perfiles de generosas manos aproximándose a sus bigotes. Manos cargadas de años y caricias a depositar sobre el pelaje a la espera de que el lomo se arquease como agradecimiento. Puedo aseguraos que semejantes instantáneas viven más desde su quietud que muchas escenas móviles que pasan a su lado y las ignoran. Suele percibirse el siseo nocturno que les llama a la mesa imaginaria entre los eucaliptos erigidos como tótems  de vivencias. Poco importa que el impacto del balón les saque de  su silencio si el pago a recibir es la sorpresa de la inocencia que les cree vivos. Seguro que en su fuero interno imaginan que allí, al otro lado del adobe, el real existe. Seguro que son capaces de olvidarse de la esfera pateada durante unos segundos y jugar con ellos como sólo juega quien vive en el juego y aleja al futuro. Seguro que en alguna ocasión se preguntan por qué nos hemos empeñado en convertir espacios  lo que ellos  saben estadios. Seguro que consideran cruel haber condenado al ostracismo nacido de unos brochazos a estos gatos que únicamente  pedían quietud ante las aviesas intenciones de hacerlos desaparecer. Quizás el día de mañana, cuando vuelvan  a pasear por el Carmen encuentren la respuesta para quienes entonces pataleen un balón y sigan viendo en los zócalos unas siluetas azabaches que seguirán maullando a la luna como siempre han hecho. Igual consiguen entender el porqué que ahora no encuentran.     

 
Jesús(defrijan)

jueves, 12 de noviembre de 2015


      Las brujas de la suerte

Ahora que se aproximan las fechas tradicionales en las que compartir esperanzas de premios  incluso desde los meses de la canícula, es curioso ver cómo han proliferado por cualquier administración. Esas hadas madrinas de arrugas epidérmicas  y narices curvas, han pasado de ser condenadas a la hoguera a ser portadoras de buenos augurios desde sus verrugas nasales y dentaduras menguantes. Supongo que tras tantos siglos de estar  condenadas  a volar por los cielos nocturnos a lomos de sus escobas han sido perdonadas y por eso se ubican en los hangares de la fortuna. Las hay de todo tipo y condición y cada una de ellas se les suele adosar un número premonitorio al que sólo le falta el aleluya que corrobore tal dicha al afortunado adquiriente. Han pasado de ser meras bailarinas que agitaban sus andrajos al son de las palmas  en los porches de Combarro a convertirse en garantes de la mayor lotería posible llamada ilusión. Quien más quien menos ha soñado alguna vez con una suma indecente que le pasaportase a la vida lúdica. Y quien menos quien más automáticamente ha empezado a cuestionarse miedos a  la hora de no saber qué hacer con  tan generosa caja de Pandora cuya llave tiene en su poder.  La cuestión está en que sin darnos cuenta, al primigenio festejo del premio conseguido, normalmente le sigue el temor a no saber qué hacer con él. Es como si fuésemos incapaces de aceptarlo por haber sido educados en el catón del conformismo y por tanto asumir que no nos lo merecemos. No estoy hablando de un límite asumible en el premio conseguido; estoy refiriéndome al exceso del  cual no sabríamos disponer. O sí, quizás sí sabríamos. De cualquier forma, a nada que lo pensemos, a nada que nos fijemos, aparecerán en el horizonte otro tipo de brujas en cuyo interior anidan los peores augurios. Es más, saben sobradamente que les va a tocar seguro jueguen el número que jueguen los incautos que se sueñan millonarios. No hará falta que muestren su escoba porque hace años que usan la aspiradora de la codicia y van a seguir así. Así que lo mejor será invocar a la suerte desde la racionalidad de saber que jugamos a medias  pero pagamos nosotros, y por tanto, cuanto menos nos toque, mejor. No saldremos de pobres pero el gustazo que nos dará ver el ceño fruncido de quien no nos puede esquilmar ya será suficiente pedrea. Nada, no se hable más, me ofrezco a entregar  entre el tres por ciento y el veinte por ciento a quien sea capaz de gastarse con poderío el premio que me toque. Eso sí será un embrujo que merecerá la pena y como tal habrá que celebrarlo por más envidias que despierte. Lo de mantener o hacer desaparecer  arugas, verrugas o cualquier otro vestigio de indignidad les va a resultar imposible por más que se esfuercen en mostrarse  respetables, honorables o fiables.

 

Jesús(defrijan)

martes, 10 de noviembre de 2015


     Libre albedrío

Es ese estado que fluctúa entre las veredas de las verdades que cada cual utiliza como atuendo. Hace que el día a día sea un constante abanico de sorpresas sobre las que expandir tus deseos, tus anhelos, tus esperanzas. Y así todo sigue su curso por el cauce de arcilla que impermeabiliza al terreno para no erosionarlo demasiado. Los  caprichos para uno se convierten en agujas de brújula para uno mismo y sobre las puntas imantadas traza su ruta. Sabe que habrá tormentas a las que tendrá que plegar las velas para no sucumbir al naufragio. Sabe que  el cielo se cubrirá de nubarrones amenazantes cargados de granizas incomprensiones. Sabe que por la borda saltarán anhelos que otros hayan podido soñar y que no está dispuesto a desmontar en un último intento de no dañar. Bastará con dejar que la popa del bajel se muestre ante aquel que no quiera verse náufrago  entre los sargazos de la ilusión que yacen en los abismos silenciosos. La espuma se ha erigido como muro de salitres y no hay posibilidad alguna de regresar al mismo puerto que se dejó. Hace tiempo que los mensajes embotellados embarrancaron y el sol los fue destiñendo con la lupa del olvido. Los tatuajes que buscaron huecos en los brazos se han convertido en huérfanos  óbolos de un cepillo menesteroso llamado pena. Sí, puede que resulte cruel, puede que suene a cinismo, pero es la pura verdad. El albedrío ha dispuesto su senda para que la senda sea transitada sin mirar atrás para no convertirte en estatua de sal. Las hojas del otoño fueron alfombrando lo que el viento dispuso y el ocre tejió una estera  sobre la que espolsarse las huellas. De nada servirá  no querer ver lo que a todas luces es visible por más que nos duela. Sólo la caridad evitará dar un portazo con el que los marcos de las puertas  se verían afectados. No hay forma de ponerle bridas a quien galopa a su antojo por la pradera sin límites. Es mejor la opción de distanciarse de aquel garañón que no admite más reglas que las que su sangre impone al bombear sin cesar. Quien no lo vea así, sencillamente, está condenado al fracaso. No ha entendido que su tiempo no es este que las agujas de un reloj intentan marcar y que se detuvieron hace tiempo.  Siempre me dio resultado  aceptarlo por más dolor que en alguna ocasión tuviese que pagar como recompensa.  Nadie es dueño de nadie, ni siquiera cuando ese nadie, mantiene por caridad un silencio que dañaría sobremanera a quien se daña a sí mismo y no lo quiere aceptar.

Jesús(defrijan)

lunes, 9 de noviembre de 2015


    Mi tía Eusebia

Tras su mirada somnolienta se acumulan tantas vivencias que sería prolijo el esfuerzo por sacarlas a la luz. Lo cierto y verdad es que su paso lento al que acompaña una visión escasa  hace de ella un icono que no pasa desapercibido. Y lo hace desde el marco que la bondad acumula para  dejar constancia de lo que se acumula en su interior. Siempre dispuesta a sacrificarse por los suyos y por los ajenos que hace suyos por más reveses que la vida le haya ido otorgando en un intento cruel por derrumbarla. Se sabe partícipe de los maullidos que pueblan su porche  a modo de guardería felina a la espera de su ración entregando gustosa su compañía callada. Dentro, sobre un aparador lacado, a modo de orla de vida, el retrato del ayer en el que las generaciones se han ido sucediendo, vigilando por ella al cirio que siempre luce sobre la base de la chimenea sin troncos ardientes.  En su costado el tapiz de la cena en el que su papel de María Magdalena le es asignado a la hora de consagrarse a la entrega constante. Sobre el respaldo de la silla de anea la inseparable toca con la que refugiar su aliento del frío al que no se le permite acceso para no helar a los sentimientos que anidan y están por llegar. A voz entrecortada relatará los últimos acontecimientos de la proximidad mientras el humidificador lloverá sobre los pañitos sagrados que planchará con mimo para que luzcan sobre el ara el próximo día de culto. Y solicitará desde la timidez una crónica que hable de los milagros de una aparecida en la cuesta del castillo que logró sobrevivir  a tres intentos de ser convertida en Juana de Arco. Poco importará si es incomprensible desde la razón lo que para ella resulta milagroso. Hace tiempo que se aferró a la fe para no caer en el interrogante sin respuesta del porqué que pocos entienden. Pez que se acurruca sobre el meandro del río para evitar que la corriente se lo lleve a destinos inciertos, nadará con desgana entre aguas turbulentas que le nieguen la calma. Caerá la noche y sobre ella el consiguiente sueño sobre la masa de la ofrenda a sortear en el atrio santo en una  próxima ocasión. Llevará su coquetería al extremo de negarse unas lentes bajo el pretexto del precio y  la certeza de saber que aquello que se ve, se ve con el alma. Hacedle hueco si veis que la sombra de su bastón la precede. Será capaz de permanecer en silencio tomando nota de todo aquello que la vida le depare y lo hará desde la discreción que pocos como ella saben expandir. Ahora callo; el runrún desde la pantalla la ha vuelto a adormecer  y en silencio cierro la puerta mientras la dejo disfrutar de sus sueños que pocos de verdad conocen, aunque todos entienden.

 

Jesús(defrijan)

domingo, 8 de noviembre de 2015


     Los pródigos

Somos quienes buscamos la mínima excusa para regresar y seguir dejando constancia de dónde procedemos. Somos quienes emprendimos un camino hacia el progreso que llevaba una maleta cargada de interrogantes a la espera de respuestas adecuadas. Somos quienes no quemamos las naves porque sabíamos que el camino tenía dos sentidos y el de vuelta quedaba abierto. Esos que de cuando en cuando echamos manos de las vivencias que tantas horas compartimos para que ellas hablen por notros de lo que nosotros mismos ignoramos saber. De cómo en aquel rincón sigue durmiendo la esperanza, de cómo en aquella sombra siguen creciendo los musgos, de cómo en aquel horizonte abierto el vuelo de la nostalgia toma tierra. Y es entonces cuando de la mano de los siguientes legados de la sangre, la recompensa llega. Es en ese momento en el que los nacidos de ti hacen suya la cuna que tantas veces han oído nombrar y que tuvo la suerte de verlos aparecer para dejar constancia de su existir. Hacen suyo, se adueñan, se apropian de aquellos detalles que les acunaron desde su principio y no los dejan escapar. Se convierten en herederos de un futuro que rápidamente se hace presente para seguir enraizados. He visto cómo aquellos que llevaban años sin aparecer se han entusiasmado nada más visionar el perfil que tantas veces siguen soñando en la distancia. Se atropellan las palabras para componer un resumen de tantos años alejados y tantas tristezas acumuladas, que pareciera como si la vergüenza les viniese ante la imposibilidad  de ser reconocidos. Se equivocan, sin duda, se equivocan. El legado de la tierra está repujado a fuego en lo más profundo de sus hijos  y a los hijos no se les olvida jamás. Han ido sumando etapas hacia aquello que buscaban a costa de pagar un precio que sólo su interior conoce y con ello consiguen la paz que el abandono les negó. Las fechas señaladas les vienen a recordar y ellos mismos las rotulan en rojo sobre el almanaque. Se aferran a la utopía de saber que el  siguiente paso será cada vez más corto y sin embargo más sereno. Sólo nos queda pedir al destino capacidad para seguir amando aquello que siempre nos quiso. Quizás entonces seamos capaces de hablar en primera persona lo que hablamos en tercera en un intento torpe de disimular el dolor que nos envuelve cada vez que pensamos en ello. Conseguimos una recompensa pero a qué precio.  

 
Jesus(defrijan)

viernes, 6 de noviembre de 2015


     Elixires del  crecimiento

Cada vez que repaso aquellos años la sorpresa me asalta, la sonrisa aparece. No me cabe en la cabeza que aquellos elixires que contribuyeron a nuestro crecimiento se hayan visto relegados o estigmatizados como auténticos agentes nocivos para nuevas generaciones. Desde luego, doctores tiene la ciencia para opinar así, pero quizás el exceso de celo haya contribuido a su reclusión en la alacena del olvido inmerecidamente. Sería impensable hoy en día que a la mesa se sumase en el sector del infante ese vaso de vino rebajado con gaseosa que acompañaba nuestra comida y nuestra cena. Así mismo sería inimaginable el hecho de escanciar sobre la garganta dolorida aquel fluido que entre sus componente llevaba codeína y nos sanaba a las pocas tomas de modo milagroso y risueño. Por supuesto estaría penado el suministro de aquel vino quina que bajo advocaciones santorales abría los apetitos en el desganado de turno. Y qué decir de aquellas meriendas de sopa en vino rociado de azúcar que duraban escasos minutos ante la necesidad de jugar con las manos libres. Más de uno de nuestros progenitores se vería sometido a juicio inmisericorde ante tamaña aberración que nos convertiría en los adictos que no somos. Del Pelargón  o del Arobón, mejor no hacer sangre, porque seguro que también tuvieron parte de culpa de algún nacimiento de enfermedad que nunca sospechamos llegar a tener. El avance de los estudios nutricionales ha ido obviando algo tan simple como la normalidad y así nos parece lógico lo que no debería serlo. Damos paso a potingues fabricados con tanta pulcritud como falta de mimo y en ellos creemos a ojos ciegos para tranquilizar nuestra conciencia. Allí, además de una imagen atractiva, anidarán todo tipo de sustancias permitidas y no siempre beneficiosas alas que otorgamos categoría de panacea. La parte nociva de estos novedosos elixires se omite hasta el momento en el que salta a la luz la alarma sanitaria y entonces corremos desorientados buscando soluciones. Hemos cambiado aquellos dulces mínimos que simulaban ser botellas de licores envueltas en celofanes por sucedáneos de los licores mismos que lancen cantos de sirenas a quienes se sienten mayores. Hemos condenado a los caldos culinarios que compartían mesa y permitimos que las celebraciones en descampados vengan regadas por las variedades destiladas salidas del supermercado próximo.  Curiosa trasmutación la de negar en lo cercano y permitir en la ausencia. Igual no hemos sabido enfocar la luz sobre los peldaños del crecimiento y en base a proclamas castrantes han acabado bautizándose en elixires que se perdieron sin darnos cuenta camino de una edad adulta de la que ya no se puede regresar.

 Jesús(defrijan)

jueves, 5 de noviembre de 2015


   Fin

Así concluían aquellas películas en blanco y negro que acompañaron a nuestro crecimiento y que solían venir precedidas de unos créditos que leíamos a toda prisa mientras la sintonía de fondo nos invitaba a abandonar la sala. Era justo en ese momento en el que empezábamos a degustar el guion ya visto y a soñar con el de la semana siguiente desde la inquietud nacida al pensar en superarlo. Supongo que en más de uno  vagaría el crítico que aplaudiese o criticase el pasado según su mejor sentir o entender. Lo que estaba claro era que aquella película no volvería  tener pase por la pantalla para no resultar reincidente, aburrida, molesta. De hecho, con el tiempo, aquellos que somos cinéfilos, hemos llevado a nuestra vera esa especie de varita mágica que nos indica si nos estamos equivocando o no  en la elección y el resultado es dual. O bien permanecemos absortos ante el nuevo pase o a los diez minutos empezamos a movernos  porque sabemos que no es de nuestro gusto lo que vemos.  De ahí que sea conveniente leer o escuchar las críticas previas para cotejar los excesos o mínimos sobre los que caminar. En cualquier caso, siempre aparecerá una pizca de compasión hacia aquel equipo de producción que apostó por un producto cuyo resultado final no es el deseado. Y así seguimos intentando encontrar entre los rollos de las películas los argumentos vitales para nuestra propia existencia. Ya no existe en NO-DO con el que darle paso al argumento, ni existen los descansos preceptivos para visitar el ambigú a mitad de proyección. Todo se lleva de tirón y la mayoría de las veces con una previsible conclusión. De nada servirá escuchar al terminar las opiniones ajenas si la tuya se ha forjado  a prueba de inclemencias e influencias y tu propio criterio sirve. No es cuestión de soberbia por no querer atender razones que están demás; es cuestión de firmeza en unas creencias que se fueron afianzando con el paso de los múltiples ejemplos de comedias, dramas y tragedias con los que llenaste tu saco de buhonero cerrándolo  con doble nudo. Y lo mejor de todo será que escucharás sin oír las palmadas de risas que desde la recepción  en las que las taquillas moran se sigan prodigando. Has visto tantas veces argumentos parecidos que acabas  distinguiendo en los pasquines lo obsoleto de lo futurible. Así que si alguna vez, desde la butaca de la vida comprobamos que el rótulo de THE END salta ante nuestros ojos, lo mejor será dejar que las dos cortinas del telón  cumplan con su función mientras las luces nos indican el pasillo de salida. Al menos a mí, me da resultado.


Jesús(defrijan)

miércoles, 4 de noviembre de 2015


      Joaquín

Intentar retratar a un amigo siempre acarrea un riesgo que se asume con placer porque los óleos de  las letras caligrafían por ti la amalgama de respeto  y cariño con el que lo enmarcas. Pero en el caso de mi amigo Joaquín, además, las anécdotas que a lo largo de la vida han ido apareciendo se reúnen gozosas para dar muestra de ello y acreditar a ese busto donde se esculpe. Podría decirse que desde la escasez de su talle se vislumbra la enormidad de su talla a la hora de ser quien siempre va de frente y no repara en nada más que en la ironía para sacarte del adormecimiento que pudiese capturarte. Lanza puyas con el acero de la risa que hace propia y expande a su alrededor desde bien pequeño. Ya en aquellos años de infancia fue anticipando lo que guardaba gustoso al quejarse ante don Víctor del mal ambiente que se respiraba por más leña que cargase la estufa en las horas escolares. Su ceceo no resultaba incomprensible a los oídos de aquel pulcro docente que pronto tomó medidas en forma de mandobles indiscriminados entre los posibles causantes de aquel boceto de metano. Años después, convirtiéndose en una réplica de juez justiciero en mitad de la explanada  convertida en pista de baloncesto, decidió secuestrar el balón y a la carrera salir en pos de la autoridad exigiendo arbitraje ecuánime entre las dos ciudades rivales representadas por los flechas prefalangistas. No hubo manera de pararlo y ni siquiera las advertencias fraternales  le hicieron rectificar. Días después, un escorpión aburrido pensó que en la mano de mi amigo se extendía un campo de pruebas de su aguijón y a tal efecto el escorpión murió. Sin duda su veneno no pudo con los glóbulos de esta sangre que tanta energía bombea. Y la bombea como si fuese la pieza de aquel seiscientos que desmontó y volvió amontar incluyendo un bloque en el maletero para darle mayor agarre en las curvas. Un genio, sin duda, que es capaz de camuflar un coche tuneado abrazándolo  varios bancales abajo a un olivo centenario que sirvió de parapeto. Un genio danzarín capaz de danzar con un vaso ancho sobre el cráneo a ritmo de pasodoble  o rumba verbenera mientras el cinturón se esconde bajo su ombligo y el bolígrafo asoma por el bolsillo de su camisa dispuesto a firmar un nuevo acuerdo con quien se precie. Un genio que cabalga a lomos del quad a modo de réplica de Lancelot en busca de la causa justa que defender. Un amigo, en definitiva, que será capaz de versarte unos octosílabos con los que azuzarte el ánimo y así puedas comprobar cuánto de sincero es su abrazo.

 
Jesús(defrijan)   

lunes, 2 de noviembre de 2015


     Aquellas noches de ánimas

La casa olía a lamparillas de aceite y velas diseminadas por doquier. Posiblemente lanzaban al Infinito una señal que les hiciese entender que seguían presentes en la memoria y que bajo la parpadeante luz, podrían orientar su regreso durante las horas del día que les homenajeaba. Recuerdos que afloraban en torno a la mesa que recibía los tibios rayos de sol que se desperezaban con el otoño bien entrado. El tañer lastimero de las campanas que nos recordaba sin cesar el duelo de su ausencia compitiendo con los primeros humos de las estufas de leña. Rezos, visitas a las cruces, y la noche llegando. Y antes de conciliar el sueño, sobre la mesita, el libro deseado y temido de las Leyendas de Bécquer. Bajo sus tapas esperando turno estaban aquellas que hablaban de regresos a la vida de los finados muertos bajo los influjos del desamor. Allí, protegido con el edredón por el que sobresalían las iniciales bordadas de las sábanas, mis ojos dispuestos de revivir en la lectura, lo que de la lectura nacía. Soria, la poética Soria, prestando un monte animado a las pruebas de amor que una pérfida Beatriz lanzaba a un enamoradísimo Alonso retándolo a recuperar una estola entre los árboles huidizos ante la batalla renacida. Un rito eterno entre el amor y la muerte que casi siempre concluye con la victoria de la segunda cuando el primero sólo va en un sentido del camino. Sobre las sombras de la habitación, el ulular del viento que se colaba indiscreto por las rendijas para sumarse a la vigilia. Un pulso entre  el deseo de acabar la lectura y el temor a apagar la luz por más racionalidades que me llegasen. Imaginaba el piafar del caballo sangrante de regreso y la congoja ascendía hasta mis ojos que se negaban a darse descanso.  Al otro lado de la puerta erigiéndose como  dóricas sobre el techo de vigas, las maderas que sustentaban a las caídas del agua y sobre la cúpula ennegrecida, un transitar de nubes en busca de insospechados destinos. Fantasmales recreaciones que acompañaban a las horas hasta que los primeros pasos sobre los adoquines de la calle levantaban el telón de un nuevo día. Sobre el reclinatorio heredado, las huellas de una invisible mujer que un año más había llegado y penaba la culpa de su osadía y vagaba de nuevo hasta encontrar la paz para su alma. Los cascos de las monturas marcando el transitar hacia una nueva jornada y a lo lejos la niebla deslizándose a modo de telón sobre un escenario llamado infancia. 

 

Jesús(defrijan)

domingo, 1 de noviembre de 2015


     Caravana Sur

Entre la multitud de déficits que acumulo está el carecer de la suficiente preparación musical como para convertirme en artista de las notas. De ahí que mi admiración nazca de modo espontáneo hacia todo aquel que se atreve a mostrarse ante un público para llenar el aire de melodías. Si a eso añadimos que el protagonista  es un compañero llamado Alberto que capitanea un grupo llamado Caravana Sur, se unen a la par el deseo de escucharlos y la envidia de no ser uno de ellos. Pero con todo, aparte de la curiosidad vestida de compañerismo, no sería suficiente  premio de presenciar lo que allí vi, escuché y disfruté. Como si leyeran los pensamientos se despacharon a modo de preludio con una versión de “Fortunate Son”  de los  Creedence, que sin duda firmaría el mismísimo  Tom Fogerty cuando saliese de su asombro al comprobar que cuarenta años después sigue vigente. El sonido estrepitosamente afinado de las guitarras inundando la sala mientras desde los teclados la voz rasgada de Paco suplía la afonía de la sangre con nota suprema. Diferentes canciones de cosecha propia fueron saliendo a escena desde la serena  quietud del bajo que tocaba Miguel y se fueron haciendo un hueco entre “Shenna is a punk rocker”  de  los Ramones  sin dejar ni un segundo de respiro a los que estábamos  dispuestos a saltar de los asientos y convertir al Flumen en una sala rockera brutal. A la derecha, Esteban punteaba  las cuerdas y animaba al palmoteo iniciando un coro que todos seguimos entusiasmados  mientras al fondo Claudio baqueteaba sobre los parches y platos metálicos marcando el ritmo.  Y de pronto, “Bony Maronie”, aquella mítica “Popotitos”  que cantase Enrique Guzmán al frente de Los Teen Tops  al  versionar a Larry Williams, acelerando el tamborileo de las manos sobre las rodillas que se negaban a permanecer quietas. Y todo sin un momento de respiro en el que las notas tomasen aliento. Más canciones propias dándose a conocer y  la credibilidad más absoluta en el hecho de estar presenciando a unos genios. Mi mente vagando por las sesiones de evaluación en las que el líder de la banda mostraba un recato y aquí se desataba ante la púa y el mástil de su guitarra. Lo de menos fue que se atreviese a dedicarme una de las que salieron a la luz; lo verdaderamente hermoso fue comprobar cómo  sin probar más Tequila que la que aquella que unos  precursores argentinos anticiparon,  la locura había llegado, afortunadamente, por deseo propio. Así que haremos caso a su  “Ven conmigo”  para seguir la senda de la buena música cargada de rock and roll y emprender una ruta hacia el Sur en una Caravana magníficamente equipada.   

 

Jesús(defrijan)