martes, 18 de junio de 2019


1. Paco M.



Lo primero que te llega cuando se te encara es la limpieza de su mirada. Poco importará que la timidez se escude debajo de la visera sempiterna cuando Paco te lanza el reto del saludo. De nada servirá escudriñar en la liviandad de su imagen intentando encontrar lo que no oculta. Este alfaquí llegado de las riberas sultanas y moras lanza a los cuatro vientos la proclama de sus raíces envuelta en retazos de geranios. De las paredes encaladas de su añoranza ya dará cuenta mayo una vez que las cruces se hayan vestido de colores mediando la primavera. Él, alzará los brazos, arqueará el talle y seguirá los compases que el ritmo le marque para indicarle al ritmo quien realmente domina a quien. Farolea como si un camborio de luna llena le vistiese de corto a la espera de una faena suprema digna del manolete del baile. Dicta las normas y del desespero de la tardanza del aprendizaje hace acopio de calma como si quisiera hornear el penúltimo pestiño  con el que endulzar la tarde. Vagará en sueños por la judería intentando recobrar las enseñanzas de Maimónides mientras el rumor de las fuentes amortigua la calina. Fluye entre los requiebros del cante buscando la simbiosis sin la que caminaría desnudo hiriéndose las plantas de los pies. Calla para sí el estribillo de la copla que otrora entonará  Miguel de Molina para negarle paso a la nube que le reste alegría. Aspa sus brazos y todo se transforma como si de las alas de un arcángel Rafael se tratase en busca de un escenario celeste sobre el que dar rienda suelta a tal pasión. Probablemente, de Góngora, le busque el legado doliente de una incomprensión intentando horadarle energías. Craso error. Él, muecín de la mezquita de su propio sentimiento, lanzará la llamada y a ella acudirán para coreografiar la siguiente propuesta. Almohade de una medina que conjuga verdades destiladas de los jardines, verá en cada puesta de sol el deseo cumplido de la promesa extendida. Pasad cerca, sin hacer ruido, sin alharacas y comprobadlo. Ha rectificado las imperfecciones y se ha lanzado a mostrar el paso siguiente. Desde la acera de enfrente observaré la evolución y rechazaré la oferta de sumarme al grupo. Nada mejor que reconocer las limitaciones y sopesar las capacidades para poner freno a la envidia.

jueves, 13 de junio de 2019


1. Manuel V.


La primera vez que lo vi fue tras la línea de banda del campo de futbito. Allí, cruzando y descruzando los brazos, se esforzaba en lanzar consignas a los jugadores de campo que a duras penas atendían a sus indicaciones. El ambiente estaba lo suficientemente cargado como para no dejar pasar más decibelios que los encargados de animar a voz en grito a los de uno u otro bando. Vivía el encuentro como suelen vivirlo quienes entienden el valor de la victoria y sobre todo el de la justicia de un resultado. No sé cómo quedaron, pero sí sé que desde entonces hasta hoy, la vida nos va cruzando en las horas previas al despertar de las aulas. Sigue ocupando la línea que separa, en esta ocasión, la calzada de la acera, y sobre ella espera el discurrir de los minutos que le sobran. Él, que tan acostumbrado ha estado al trasiego del transporte, disfruta del paseo como si quisiera recuperar los años de aposentamiento tras un volante. Sonríe con la sinceridad vestida de blanco y alarga el consejo desde el púlpito que le otorga la experiencia. De sus gemelos al aire se traslucen las pisadas que han supuesto un incesante ir y regresar para dar cumplida cuenta de sus valores. Luce con orgullo los éxitos que sabe que nacieron de sus semillas y a cada cosecha que le viene se renueva su espíritu. Es, cómo negarlo, el exponente claro de un modo de hacer que parece estar condenado al olvido, al ostracismo, a la compasión. Craso error el que cometen aquellos que así lo consideran. En él, como en tantos otros como él, perviven unas formas de hacer que conjugan y equilibran desde ambas vertientes directrices. Tuvo que duplicarse y la multiplicación sigue tomándolo como modelo del querer y del poder. Del duelo sarcástico que a menudo nos ofrecemos podría dar fe cualquiera de los pasos de cebra que nos observan. Sigue pendiente una conversación larga y tendida en la que los detalles guarden turno para no atropellarse ni quedarse rezagados o ausentes. No seré yo quien ponga fecha. Lo mejor será dejar que sea él quien así lo decida; simplemente habré de esperar a que se creedme, tardará en suceder. Mientras tanto, a nada que la hora de cierre se aproxime, me asomaré para ver si sigue debajo de la señal acostumbrada. Del gesto de su mano que podría deducirse como propio de una hoz, no haré caso; las espigas a segar hay que dejarlas crecer, verlas granar y tener listo el sequer para cuando llegue el momento de recoger los frutos.

lunes, 10 de junio de 2019


1. L@s pregoner@s


A fecha de hoy resultará sumamente extraño hablar de ell@s. La tecnología ha impuesto su ley y sonará, nunca mejor dicho, a arcaica la historia que l@s mencione más allá del hueco que el agradecimiento a su labor merece. Eran l@s encargad@s de hacer llegar al vecindario las novedades que se presentaban a modo de oportunidad en el pueblo. Podría ser cualquier vendedor ambulante, cualquier remendador de lebrillos, cualquier tapizador de sillas, el afilador de turno….Allí estaban ell@s, escudad@s tras la pita preceptiva para hacerla sonar y elevar en grado sumo la expectativa recién llegada. Mi primer recuerdo se detiene en Gabino, acurrucado en el tronco del ya inexistente árbol de la tapia de la casa Benita y Santiago Herrero. Fugaz imagen que dejó paso a Camila. Quizás se fue con la duda de si estaban vivos aquellos dos que saltaron a su corral y se hicieron los muertos al ser descubiertos. Callaré sus nombres para que las carcajadas los delaten si llegan a sus pupilas estas letras. Lo cierto y verdad es que de la empinada escalera que conducía a la sede de la Hermandad de Agricultores y Ganaderos sigue rememorando los pasos que tan cercanos parecen. Siguieron Juan el tuerto, Francisco e Ildefonsa que se turnaron en tal labor y por fin llegó Lorenzo, el inefable Lorenzo. Este calzaba sobre su cabeza la boina con un descoloque presuntuoso, de medio lado, como anticipando lo que debajo guardaba. Miraba fijamente y de su muñequera envuelta en cuero sacaba el pulso preciso para entonar el anuncio. Subía y bajaba las cuestas y en cualquier rincón se detenía para vociferar la propuesta precisa. De las paradas realizadas en las “fuentes de las musas”, no seré yo quien dé testimonio. Lo darán por mí aquellos párrafos inolvidables en los que se apercibía de multa a quien no respetase el vertido de los escombros en las afueras del pueblo. Ovacionado en más de una ocasión de modo merecido, sin duda. Su pose se asemejaba al pistolero capaz de enfrentarse a las más furibundas bandas de atracadores del lejano oeste desenfundando su pita cargada de razones. Era capaz de encelar a quien le suponía rival de amores nacidos de los piropos y se fue demasiado pronto. Los maullidos que tanto le molestaban como sobrenombre se fueron con él. Desparecieron las gateras, las sillas de anea a la fresca y un modo de relacionarse que hoy precisa de la intercesión de las tecnologías. Notari@s de un tiempo que dejó tanta huella como el brillo dorado de su instrumento. Hoy reposa en las baldas de la añoranza y quizás sienta envidia del pasodoble que le ha robado el protagonismo ¿Y si le diéramos una penúltima oportunidad para aliviarle la tristeza? Abierto queda el reto para quien sea capaz de aceptarlo.

jueves, 6 de junio de 2019

Juan T.
Heredó el estilo y en ello sigue. Desde su mirada puedes percibir cómo la verdad se trasluce y el deseo de agradar se hace presente a la mínima oportunidad. Del nombre del local se descuelga un interrogante incrédulo al finiquitar la primera visita. No, nada de lo que dentro sucede, aportará frío trato. El frío lo reservará a los vidrios que reposan brevemente en el sarcófago acristalado. De allí, como si de un alquimista se tratase, Juan hará gala de dominio sobre la piedra filosofal del saber estar y cumplir convenientemente. Cuatro elementos esenciales sobresaldrán de entre los matraces de este laboratorio. Viajarás de la piara a las olas, de la siembra al molde horneado y todo tendrá como finalidad el dar cumplida cuenta a tus ansias gastronómicas. Puede que a modo de reto, al acabar la degustación, las tres monedas tintineen entre las yemas de tus dedos buscando en ti al seguro perdedor. No, no busques explicaciones; perderás y seguirás sin entender dónde estuvo escondida la clave. Harás hueco para las burbujas que el limón agita y sonreirás ante la inminente aparición de la soñada orejona aún no venida. Sabe que del blanco se prismatizan el resto de los colores y en ello sigue. Cabalgará las cilindradas cuando las grupas pidan reposo y seguirá contando con la fidelidad de los exploradores que le hemos ido llegando a través de los tiempos. A nada que el sol amenace, él, se vestirá de abanderado y abrirá las alas para que las sombras reinen. Dentro de un rato, volveré a retarle , volveré a perder. Volverá a ser la sempiterna derrota que cualquier cucaracha chupitera aliviará a modo de consuelo. Si mi suerte cambia, os lo haré saber. Si así fuese, siempre me quedará la duda de si se dejó ganar por pura cortesía. Conociéndolo, no me extrañaría lo más mínimo.


1. Bernardo


Más de una tarde me vuelvo a cruzar con él. Ayer, a modo de casualidad, fue una de ellas. Venía caminando, balanceando los brazos, descolgando una bandolera. No fue necesario dejar pasar al estruendoso Renault 8 que pilotaba para saber cómo le va la vida. Sí, las melenas desaparecieron, las barbas se rasuraron y alguna arruga ha venido a ocupar el frontispicio de su pensamiento. Si el tiempo se presta a ponerse de nuestro lado reaparecen los momentos a salto de mata, nunca mejor dicho. Del Batanejo se deslizan las anécdotas para ir ocupando su hueco en el pabellón correspondiente. Nada de atropellarse intentando usurpar el protagonismo a quien desde la sencillez de su puesto daba luz a las oscuridades. Arriba, más allá del olvido, las presas huerfanean ausencias de aquellas manos que se guiaban por los toques de las sirenas. Echan a faltar a Poveda, a don Crescencio, a la señorita Joaquina, a Abel, a Polica, a Mariano Alegre, a Culebras, a Crescencio, a Fausto, a Rafael, a Quilez….y entonces es cuando Bernardo pasa lista como si quisiera perpetuar sus ayeres. Ignora reconocer el deterioro que el entorno ha sufrido para no añadir dolor innecesario. Sigue pendiente de los caprichos de las células como si quisiera ofrecerles un recorte al crecimiento desordenado. Gira la vista indisimuladamente ante el crepitar de los novísimos diseños que se visten de chimeneas octánidas en la popa de los cilindros. Puede que aún conserve a modo de reliquias el álbum íntegro de aquellas pegatinas que visaban el paso por las innumerables pistas discotequeras. Ríe con sorna cada vez que recupera el rostro asombrado de aquel benemérito que le supuso sospechoso destinatario de una multa que jamás llegó. Sabía lo que se hacía y restaba importancia a los favores que diseminaba. Cuando el tiempo se nos ponga a favor y se ignore a sí mismo le traeré novedades de aquel lugar que feneció y perdura. Quizás me cueste convencerlo de que no retorne. Callaré para mí las posibles consecuencias que acarrearía la desilusión. Y si a pesar de todo insistiera, solamente le pondré como condición innegociable hacerlo a lomos de aquella máquina despatarrada en su eje trasero. Igual más de uno que le perdió la pista la vuelve a encontrar y en ella comprobará cómo Bernardo, aquel greñas sigue siendo el dueño de un modo de ser digno de aplauso, respeto y abrazo.

lunes, 3 de junio de 2019




1. Alberto I.




De vez en cuando un “deja vu” aparece en nuestra vida. Unas veces, por una situación que nos llega, otras veces por una anécdota, otras veces por un rostro que se le asemeja. Así, ni más ni menos, pasó con Alberto. Llegó embarcado en la discreción y aferrado a los remos de ella sigue. Solamente se transmuta cuando ese remo deja paso al mástil de una guitarra al que se ase y domina. Dará lo mismo si es vestido de negro con banda roja a modo de tunante clavelito entonando loores a la Virgen, que enfundado en unos vaqueros dando paso a los ritmos ramoneros que del club neoyorquino punkiano nos pudieran reclamar. Él, auténtico doctor Jekyll de las melodías, atravesará los trastes del sextante cordado para demostrar credenciales que lo transformen en Hyde. Y a nada que el descanso pida paso, se enfundará en un chándal para negarle hueco. Será el momento de cruzar por las inmediaciones de la línea de tres puntos y buscar el aro o la asistencia final. Todo desde esa cara de niño bueno que le acompaña y a la que no hay que hacer demasiado caso. Este, que a lomos de la avispa se sueña Celentano, podría recalar en la rada a cubierto de las tempestades de una travesía abocada al naufragio. Inmediatamente sería el modelo sobre el que reescribir al Robinson superviviente que dejaría pasar el tiempo para que la reflexión se asentara. Y de cuando en cuando, como si el sueño se convirtiera en realidad, un murciélago dejaría de dormitar en la cueva de su sentimiento y emprendería el vuelo guiado por las ondas de modo exclusivo. Cargará su mochila con los pergaminos de una biblioteca inexistente a la que dar créditos y esperanzas. No perderá la compostura y seguirá los pasos que la vida le marque. No pensará qué le ofrece el más allá para no darle vueltas a las respuestas. Sencillamente volverá a sonreír cada vez que le vuelva a mencionar a Doug Clifford y le insista en convertirlo en su clon. Será capaz de lanzarse hacia la batería más próxima y marcar el ritmo para no dejarme en mal lugar. No habrá que esperar demasiado para comprobar una vez más el modo en que se manifiesta cuando vea reflejado este libreto. Seguramente aceptará el “it's only rock n roll but i like it” como rúbrica definitiva y como tal brindaremos por ello.

sábado, 1 de junio de 2019


Loren-Lu
Hace unos días la casualidad hizo que me llegase la noticia del cuadragésimo aniversario de la Loren-Lu. Cuarenta años, nada menos, desde que viese la luz y se convirtiera en faro orientadora de quienes buscábamos puntos de encuentro a través de la música. Y como si de un retrovisor se tratase, el reloj comenzó a caminar hacia atrás. Apareció el pasillo que desembocaba en la taquilla. Y a la derecha el guardarropa. Y nada más entrar, Tonín, daño pasos de aquí para allá recogiendo vasos y desaguando hielos. Y a todo lo largo, la barra, desde la que José te retaba al primer medio de la tarde. Más a la izquierda, la cabina. Unas veces Mariano y otras veces Jesús, dando paso a los sonidos vibrantes de la música disco devenida del soul. Luces que bombardeaban a la esfera de cristales que de cuando en cuando se abría hueco hacia el porche del fondo. Pantalones campana y remoloneo sobre la pista formando corros a modo de cercas limitadoras. Venidos de distintos rincones llegábamos con las ganas de divertimento y dábamos por bien empleadas las cincuenta pesetas que permitían el paso. De cuando en cuando, alguna petición, y el pinchadiscos- lo de dj, vino luego- accediendo a hacernos felices durante los tres minutos y medio de duración. A modo de pausa, las lentas. Intensidades de luces bajando, estribillos que declaraban amores eternamente fugaces o milimétricamente duraderos. Colillas ígneas aportando el toque a modo de incienso y los asientos de escai solicitados como puestos de reposo y espera. Las escaleras abarrotadas y al final de las mismas el balcón en penumbra que guardaba silencios como testigo mudo de cuanto allí se cocía, nunca mejor dicho. Más pronto que tarde, la música viró. Y con el tecno viraron también las formas de entender de una generación que se veía arrollada por la vorágine de la novedad. Poco a poco se fue dejando paso y mientras ese epílogo llegaba, la madrugada nos prestaba a Alubias o a Mariano para regresarnos. Un día más, una tarde o noche más, habíamos sido partícipes de aquel aquelarre que en Campillo se organizaba. Cuarenta años, nada menos. Y ahora es cuando  la duda me asalta. No sé si darme la oportunidad de mostrarle a la nostalgia cómo sigue viva o dejar en la retina la imagen fresca de aquella etapa. Sea como sea, si en el paseo de esta tarde me vuelvo a cruzar con José, volveré a preguntarle el precio de los medios. Seguro que sigue recordándolo y sus ochenta y seis años siguen tan jóvenes como entonces.

viernes, 31 de mayo de 2019


1. Eve C.


Puestos a reducir, reduzcamos su nombre a petición propia. No es que lo exija, no. Simplemente lo sugiere a modo de advertencia cálida escondiendo la venganza que te reserva si así no lo haces. Es broma, evidentemente, es broma, todo lo anterior. Llegó como Scheherezade de las mil y una noches a lomos de una alfombra surcadora de aventuras y vientos de marjales. Vino envuelta en los tafetanes de una ironía personal que solamente los amantes de la filosofía autócrata saben apreciar. Aterrizó sin alharacas falsas y así dejó claras sus opciones. Ella, que a modo de mapamundi cubre su dermis, sueña con las eternas madrugadas que prolongan la penúltima despedida desde la barra del pub golfo que se preste a ser confesionario final. Podría entonar cualquier estrofa que surgiese en mitad de una mirada y colocaría el estribillo pertinente como cierre del acorde. Capaz de vagar por los entresijos del soneto intentando conseguir el ritmo consonante que lo magnifique. Velará por seguir las huellas de Sofía cada vez que esta coja temblorosa el abrecartas de la recién recibida. Imaginará un fondo inacabable en el armario de sus sueños sobre el que encontrar la pieza no repetida y evitarse la monotonía. Libará de las fuentes de las pócimas secretas que le hurten fluidos innecesarios y de semejantes hontanares horadará lo suficiente hasta encontrar la cuna del yacimiento. Sujeta a convencionalismos que asume necesarios, imbatible por más intentos que el desaliento lance, será quien interprete todos los papeles que el teatro de la vida le exija. Mirará de frente y del bífido sarcasmo exhalará la cicuta que actuará homeopáticamente sobre la tibieza del receptor. Walkiria de la walhalla destinada a los héroes capaces de demostrarle valor, trenzará sus postizos mientras escancia el vino eucarísticamente pagano. Hechicera que mira las líneas de su mano buscando respuestas sin plantear interrogantes. Ella, Eve, será la hurí favorita del harem a nada que el sultán obtenga el permiso que ella le otorgue. Si tenéis valor, acercaos e intentad seguir el ritmo que os marca. Podréis suponer que es tan reflexivo y lento como aparenta. Tranquilos; en breve, os daréis cuenta del error de vuestra apreciación. Mirará displicente al incauto que ve en ti y callará para sí el calificativo final. Sería demasiado hiriente y no, no es de las que guste dañar gratuitamente. Bastantes pespuntes ha trazado la máquina que su antebrazo delata como para no diferenciar el límite de toda frontera. De los afeites que intentan camuflarla, ni caso; no son más que máscaras protectoras que de cuando en cuando Christine Daaé le aconseja llevar.

jueves, 30 de mayo de 2019


1. L@s más variopint@s


No voy a dar más pistas porque no son necesarias. Quienes los conocen sabrán ponerles rostro y quienes no, mejor que se los imaginen. Lo que sí puedo asegurar es que jamás, y ya son años, me había topado con un grupo así, tal cual, variopinto. Es entrar y regresan a ti aquellos temas hoy desaparecidos de las matemáticas en los que se hablaban de conjuntos, subconjuntos, diagramas de Venn, etcétera, etcétera y más etcéteras. Porque nunca imaginas por dónde va a salir la ocurrencia como intento previo a distraerme y así acortar los minutos docentes. Puede que una penúltima disputa se anteponga a la búsqueda de un libro que ha desaparecido y no apunta a un próximo regreso. Puede que un nuevo requerimiento en busca de la justicia calificadora no les haya dejado dormir. Puede que los decimales precisos estén escondidos en las vetas de una mina llamada cuaderno que sigue dormitando en algún cajón extraviado. O que la enésima doctrina de la enésima filosofía del credo venga a pedir paso para reafirmar la ocurrencia del amanecer inmediato. O que la pirueta imposible haya conseguido descolocar al cartílago que no sospechaba semejante exigencia. O que el sueño aparezca como carta de presentación en quienes han huido del enemigo en medio del juego virtual de moda. O que el desconocido general de aquella división emboscada en mitad de unas trincheras reclame su medalla al valor. O que el silencio grite para dentro el exabrupto que no se atreve a salir. Lo que sea, menos permanecer inmunes, quietos o mudos. Bastará con lanzar un interrogante para que más de veintitantas respuestas pugnen por ser las aceptadas. Odiarán como se suele odiar a la norma impuesta por considerar que la norma es excesivamente cruel al erosionar puntuaciones. Verán cómo a escasos metros la tabla de salvación momentánea se ofrece tras el ojo de buey de la puerta. Geniales, sin duda, y siempre diferentes, y siempre sorprendentes, y para siempre recordados. Gimnastas, boxeadores, baloncestistas, corredores, acróbatas, futbolistas, nadadores. Un compendio de preadultos que simulan sus temores y se abren paso entre los interrogantes. Unos sujetos pseudorreflejos en cuyas ecuaciones las incógnitas encuentran soluciones personales e indiscutibles. Una tripulación con la que atreverse a soltar amarras y santiguarse dejando al capricho de los vientos la ruta a seguir. Dos docenas de brotes que dejarán para un rictus sonriente en la orla que permanecerá enmarcada para siempre en mi memoria. Quiero pensar, que será mutuo, aunque con ell@s nunca se sabe.

martes, 28 de mayo de 2019


1. Carmen y Luis


Formaban ese dúo indisoluble que se anuda más allá de lo esperado y hoy en día cojeando perdura. De nada le ha servido al calendario intentar cubrir de luto la ausencia cada vez que la tarde se tiende por la subida de San Blas. De nada le sirve a los mostos echar de menos los trasiegos que se vendimiaron a la espera de dar color a las mesas y sabor a los hules. Él, atento al grifo, colocaba la espita dejando burbujear al ritmo del vale sellado de cada quincena. De su bolsillo nacía el pitillo que aguardaba turno mientras sus yemas firmaban las arrugas dactilares de labores ingratas constantes. La boina ladeada de modo coqueto como queriendo ganarle centímetros a las nubes. La pana arropando los poros de una piel acostumbrada al sacrificio. Ella, dejando pasar la vida, sentada en el banco que custodia la higuera, parece rememorar tiempos de esperanzas, Calla para dentro los sinsabores de una pérdida para que la flaqueza no le llegue. Asirá la cruz de la procesión como si quisiera pedirle justificaciones mientras desliza sus pasos. Pedirá el óbolo adentrándose en la nave a mitad de la eucaristía como si de la necesidad se buscase la virtud y de la virtud el cariño. Firme como los basaltos de una cantera que habituada está a los cinceles de la chanza sin ser conscientes de la inexistencia de una veta que le reste solidez. La cuesta se empeña infructuosamente en ralentizarle sus ascensos. Ella, como dueña absoluta de sí misma, bateará los saltos del infortunio como si desconociera el sentido definitivo de las respuestas que no le llegan. Ha relevado el turno al bastón que Marcelina exhibiera y desde las inexistentes almenas del imaginario castillo se muestra retadora a los vaivenes dulces de su insulina. Noble desde la sinceridad que la reviste echa a faltar y calla  las balas de una pistola que jamás dio paso a la pólvora que pudiese causar daño. A nada que te descuides, las pámpanas y los tronchos regresarán a su lado. Puede que sean quienes más entienden del sentido supremo que encierra el cariño. Puede que sepan más de sus silencios que a muchos se nos escapan. Puede que el mismísimo barranco vuelva a vestirse de verde y sepa dedicarle el frescor que merece. Mientras ese momento llega, el sol decidirá cruzar una vez más por la calle que le da nombre y seguro que lo recibe como siempre suele hacer, sonriendo.

lunes, 27 de mayo de 2019






1. Rafaelito


Hoy, día de resaca electoral municipal, me ha venido su imagen como si quisiera añadirse a la orla de los que fueron o siguen siendo. Reflejo exacto de un perfil Torrella, Rafael, era un señor en todos los aspectos del adjetivo. Podía mirarte desde sus achinados ojos y a nada que te descuidases sabía más de ti que tú mismo. Manejaba los tiempos como si de sus labios nicotinados surgieran el viento que te llevaría de un lado a otro de su diálogo para subyugarte con sus razones. Supongo que tanto tiempo topografiando perfiles le aportó una sapiencia que no siempre saben aprovechar otros. Se dejó abanicar por las mansas olas de la playa mediterránea al tiempo que cerraba balances desde los puestos destinados a las naves de recreo. Dandi capaz de fragmentarse en pedazos desde los que atender las razones que le llegaban de sus vecinos. Trajeaba sus pasos desde la curva en la que erigió su atalaya dominando al barranco, segmentando a la noguera, pespunteando a los pinos. Confesaba osadías de juventud a quienes teníamos la fortuna de situarnos cerca y a nada que te descuidaras te hacías partícipe. Sé que intentó hacer razonables las inversiones que exigían nuevas plantas y asumiendo las torpezas de ajenos desconocimientos legó un camino por el que avanzar hacia futuro. Vivía por delante de su tiempo y del corporativismo hizo sello de perpetuidad. Poeta de raza que dejó sus versos sobre la tapia del camposanto a modo de advertencia a quienes se sienten inmortales. César de un senado que las aguas diseñan a cada goteo en el que se sentía emérito en activo y como tal actuaba. Romeo seductor que probablemente manejó como nadie ese lema que anticipa silencio para no herir.” Lo que un hombre hace un caballero no cuenta” parece  que le estoy oyendo decir como crédito de galantería señorial. Supo ser la imagen de un cambio que se venía encima anteponiendo las esperanzas al temor paralizante. Su rostro perdura en la esquina a modo de cara de moneda cotizable. Mira hacia los Poyos y parece estar atendiendo a los requerimientos que se le pasaron por alto. En breve, sonarán las dos. Será el momento de darle paso al vermut y los ritos se han de mantener, parece decir. Una vez más, una legislatura más, las urnas hablaron. Esta vez, además, se unió al voto el recuerdo de aquel Rafael Torrella, Rafaelito, que supo ser uno más sin dejar de ser único.

sábado, 25 de mayo de 2019


El libro de los imbéciles
Acabo de escribir y borrar cinco veces el inicio de esta crítica. No sé exactamente cómo referirme al hecho en sí de valorar la importancia que un título tiene en una obra literaria. Probablemente más del que me imagino. De dicho título dependerá la fuerza del imán que te lleve a adquirirla, leerla, comentarla. Igual, sin ser consciente de ello, precisamente por ello, recogí de los estantes ignorados de Paris Valencia este ejemplar y me puse a la faena. Como si de una lista de clase se tratase, veinticuatro de los supuestos imbéciles aparecen retratados por Salvador Sostres. A modo de reflexión, el autor va diseccionando los bocetos de todos y cada uno de ellos con cierto toque provocador. Parece que desde su personal chaise longe lanza a cierta distancia los brochazos sarcásticos agridulces de los involuntarios modelos a los que retrata. Se yergue desde las teclas mirando de modo, a veces despectivo, a veces cruel, las menos comprensivo, a los infelices que sitúa peldaños más abajo. Castas que apenas merecen ser valoradas en un intento de convertirse en el Tom Wolfe que no llega a ser ni de lejos. Este émulo de sátiro pecaminoso hace gala a través de sus renglones de un cinismo más propio del niñato malcriado de una burguesía decadente que de un dandy de la pluma que se sueña  Óscar Wilde. Va de sobradito pero le falta ese punto de crédito que haría posible la existencia de la complicidad del lector que le envidiara. No, no se puede caligrafiar una lista de imbéciles cuando desde el principio la rúbrica acapara egoístamente todos los números de la agenda. No es gracioso porque la gracia nace del malabarismo inteligente que huye de la prepotencia. No es creíble, ni siquiera imaginable, ni siquiera amena, porque los cercos de sudor que van dejando las axilas de su egolatría, huelen a rancio perfume pirateado envuelto en falso cartón.  Sea como fuere, mi enhorabuena por el acierto del título, y mi aviso a quien pueda interesar. A partir de ahora prestaré especial cuidado en adentrarme un poco más en las obras que decidan cruzarse en mi senda lectora para evitarme chascos como este. Probablemente, vamos, seguro que sí, por más que lo intente, acabaré siendo el vigésimo quinto imbécil que no reflexiona y se deja llevar por una primera impresión. Eso sí, si por una casualidad se reeditase esta obra, por dios, que no me añada con el sobrenombre de lector imbécil, que ya me he dado cuenta nada más acabar semejante lectura.

viernes, 24 de mayo de 2019

Víktor

Sí,  con k, exactamente así,  como él lo anticipó desde el primer día. Y no voy a ser yo quien se lo discuta. No, no estoy dispuesto a pedirle rectificación a quien comienza a deambular por la vida y aún no es consciente de las cortapisas que la vida le va a ir planeando. Desde sus cuatro años,  a metro y algo de desnivel, te mira y desde el candor reclama atenciones caminando de puntillas. La anécdota aparece con más visos de invención que de realidad y te dejas vestir con el uniforme de crédulo que necesita ver en ti. Das por válido el hecho de saberlo compañero del cachorro al que convirtió en diana de sus ventosas de plástico en el campo de batalla del pasillo. Reprendes, te solidarizas, y percibes un arrepentimiento infinito que durará minutos. Sabes, porque te lo ha confesado, que sus querencias hacia los espacios siderales le sueñan astronauta y sugieres la posibilidad de hacer realidad sus esperanzas. Llega el momento destinado al disfraz y una pléyade de escafandras que ya quisieran para sí en Cabo Cañaveral, aparece ante ti. Tras sus pupilas semiocultas se trazan los interrogantes de querer ser reconocido y tú te haces el loco. Se aproxima, alza su flequillo y de sopetón,  la ignición espontánea surge tras su pregunta. ¿A que soy tu astronauta favorito?, dice. Y ahora qué,  cómo logras mostrarte imparcial. Difícil,  vaya que sí. Pasan por tu mente los momentos que quedaron atrás de tu infancia. Parece que estás viendo a su Laika refugiándose ante la inminente amenaza de un nuevo despegue no solicitado. Miras a este redivivo Gagarin de corta edad y respondes, que sí,  por supuesto que sí,  es tu astronauta favorito. Y le pides información sobre cómo conseguir un traje para ti que haga juego con el suyo. Mira hacia las proximidades para ver de qué modo sus progenitores pueden aportarle la información que preciso. Simulas la sonrisa ante su inocencia y das por válido el hecho de saber que dentro de un tiempo un adulto llamado Víktor, con k  por supuesto, recordará a aquel que a metro y algo de distancia miró hacia abajo y le tuvo envidia.

miércoles, 22 de mayo de 2019


1. Verosimar


Es colocar el caballete de letras y automáticamente se expande la sonrisa. Sí, la sonrisa. Una sonrisa nacida de una forma de ser que jamás deja indiferente a quienes tenemos la fortuna de compartirle los momentos. Ella, tan dual como suelen ser los gemelos de Junio, lleva sobre sí misma el cuño ambivalente de todo su poderío innato. Unas veces podrá vestirse de Azahara cordobesa a la espera del Abderramán que se atreva a cruzar la línea que la osadía diseña y el arrojo pespuntea. Ella, alzará sus brazos para regar convenientemente los geranios que den colorido al patio de una forma de ser encalada y primaveral. Cruzará por la judería y el mismísimo Maimónides le lanzará un requiebro con la elegancia natural que la sultana que la viste merece. Verá correr por sus mejillas el enésimo riego del Guadalquivir interior cada vez que de la mezquita de sus sangres el muecín reclame tiempo de sosiego. No habrá Romero de Torres capaz de captar el tono exacto de sus latidos si ella no quiere o autoriza. Ni habrá Rafael capaz de embadurnar sus lienzos si ella no concede los permisos pertinentes. Y a nada que se dé por concluida la mitad de la travesía, su otra mitad pedirá a gritos sentirse serrana próxima a las estribaciones maternas. Sabrá saltar la tapia si la madrugada insiste en prolongarse y, si la penumbra se embosca, de la candela propia prenderá la llama que la guíe. Hace tiempo que su camino hacia Damasco le aportó las soluciones y a ellas se aferra. Y si en algún momento las dudas le aparecen, del libro tatuado a flor de piel, extraerá las orientaciones convenientes para seguir adelante. Siempre fuerte, siempre firme, siempre Vero. Más sólida de lo que muchos suponen y más sensible de lo que muchos ignoran. Quemará etapas para de las cenizas de semejante hoguera ver renacer al ave Fénix que vuelve con más energía. Y volará expandiendo sus dos alas desde las que planea dejándole a la improvisación la elección de la pista en la que aterrizar. Fiel a unos principios que conjugan perfectamente  deber y placer. Fiel a unas bases que apuntalan la alcazaba que sabe a dulce  moscatel y sazona un salmorejo. Os dejo, acabo de verla pasar. La premura va prendida de sus mallas y no es de las que se conformen con esperar a que la alcances. Solamente si ve que merece la pena, aguardará a que llegues. Y si eso sucede, verás que merece la pena tenerla cerca.

martes, 21 de mayo de 2019




1. Felipe


Así, sin más, Felipe, el gran Felipe. Quien es capaz de darle marro al tiempo para que sepa el tiempo quien manda. Quien es capaz de renovar los caballones para seguir dándoles vida a nada que El Pozo de la Balsa se ofrezca a ello. Quien es capaz de mantener un diálogo con el animal que le sirve de apoyo y compañía. Quien es capaz de cautivarte con esa achinada mirada cada vez que la picadura busca sus labios y las nicotinas se reverencian. Quien es, quien sigue siendo, la mitad de un todo que dejó huella de verdad entre todos los que fuimos y todavía somos testigos de su presencia. Capaz de dormitar sobre la caja de un camión a la espera del amanecer que le encaminara a la jornada laboral. Capaz de entonar como solamente los grandes saben hacerlo el cante jondo de la copla doliente. Todo esto y algo más que se me escapa es Felipe. Dueño y señor de las cuestas que maneja a su antojo para demostrarles el sentido último de su fortaleza. Otea las nubes y de sus presagios se extraen lecciones. Pebetero de un templo al que ningún acceso se le permitirá si busca las fisuras de las columnas. Él, sumo sacerdote de un catecismo carente de penitencias, sabrá que de su tiara se expanden los mandamientos destinados a las gentes de bien. No habrá nadie capaz de poner en duda los dogmas que de sus actuaciones se muestran. Predica con el ejemplo y más allá de la chanza momentánea un ser excepcional aparece y se renueva. Calmo como el vuelo de las aves que repudian las carroñas. Firme como los pasos del argonauta que mantiene equilibrios sobre el navío amenazado en mitad de las tormentas. Recto como el jinete que se sabe centauro a nada que la ocasión lo precise y el campo se le ofrezca. Trovador de sueños a los que los sueños mecen y a los no soñadores compadecen. Grande entre los grandes al que tenemos la suerte de compartirle espacios cada vez que las golondrinas regresan, las habas se granan y las panochas se preñan. Icono de un modo de ser que pide a gritos desde la sencillez la entonación de su grandeza. Busto en el que reflejarse cuando las dudas se adhieren buscando razones que no acaban de encontrar los que perdidos caminan y se refugian en disfraces de medianías. Filípides de una maratón llamada vida cuya meta nadie sabe ni quiere saber a qué distancia se encuentra. Amo y señor de su tiempo al que no se le conocen enemigos. Será por algo.

Son de mar

Quiero pensar que las casualidades de una elección al azar jugaron a favor cuando me crucé con esta novela de Manuel Vicent. Estoy por asegurar que el deambular de la trama por el barrio del Carmen, la Malva-Rosa o el Mediterráneo en general también contribuyó lo suyo a hacérmela cercana. Probablemente los paralelismos con la Odisea a través del salto de los siglos quisieron  ejercer de vía conexa entre las historias. Sea como fuera, lo cierto es que es de esas obras  que te provocan desazón conforme ves que el final se acerca. Descubres cómo de la mano del amor se van meciendo las esperanzas al compás de unas velas que insisten en mecer al cascarón de una nave varada desde hace tiempo. Como si del sueño adolescente testigo de un guion cinematográfico se tratase, los protagonistas se embarcan en un ir y regresar por el capricho que la utopía desencadena en ese mar de Ítaca tan proclive a las leyendas.  Ella aferrada a un óxido que envejece hacia un herrumbroso destino y él volando en pos de los horizontes que el azul del cielo le ofrece. De uno al otro confín la filosofía de su sentimiento realiza escalas como si la búsqueda de la piedra definitiva supusiera en sí misma el motivo último de ese viaje. Y el tiempo pasando en brazos de los interrogantes colgados de una solapa de smoking permanentemente manchado. Y el convidado de piedra ocupando el tercer puesto reservado a quien nunca podrá acceder al podio crediticio que se cree merecer. La narración descansando en los bajíos como si temiera embarrancar o ser víctima de los cayos ocultos que insisten en abrir una vía de agua. La prosa descolgándose a modo de estrellas a las que dar vida desde el sextante del puente de mando. El perfil de la costa engalanándose de oropeles pagando un precio sin posibilidad de cambio. Pareciera que el olor a brea se filtra a través de los capítulos y que el telar de una Penélope seguirá inconcluso por más insistencias que  le lleguen. Caballo de Troya cuyo busto perece sumergido en el aljibe del olvido al que solamente los leprosos del sentir tendrán acceso. Metáfora sublime de cuánto implica el hecho de vestirse con jirones cuando las sedas no consiguen resaltar las tristezas.  Modos de envidiar a alguien que es capaz de escribir de semejante modo poniendo en salazón la propia envidia del lector que se sueña sin alcanzar a serlo. Magnífica obra, señor Vicent, que como no podría ser de otro modo, se sube al sol que hace gala de vestirse de gala cada vez que pasea por Valencia.   Cíclica historia donde el principio se funde con el epílogo de modo perpetuo, como todas las leyendas, desde todos los tiempos. Sé que a partir de ahora cada vez que mis pasos vuelvan a recorrer las baldosas caballerescas mis ojos buscarán a través de los muros las sombras de aquellos que dieron vida y sentido a esta novela que tuve la suerte de paladear como solamente se paladean los néctares de la hermosura.

viernes, 17 de mayo de 2019


1. Pilar Ch.



Existen personas a las que nada más aparecer ante ti parece que las conoces de toda la vida. Como si algo en ellas te recordara a alguien. Como si algo en su manera de actuar te sonara cercano. Como si su modo de sonreír actuase de maestro de ceremonias ante la innecesaria presentación. Pues así, así es Pilar. Un torbellino risueño que envuelve entre sus rizos una alegría tan manifiesta como escasa en la actualidad. Una mujer que  ase a la manivela de la ironía para darle la vuelta y que la ironía ascienda a sarcasmo y se alegre de tal cambio. Capaz de declararse contrabandista a nada que la ocasión lo merezca y el desfile lo requiera. Inquieta guía de aquellos que no saben aún qué camino seguir entre tantos marasmos que la dudas les ofrecen. Ella, leona indómita de sus esperanzas, marcará las rutas y ofrecerá su cayado cierto para evitarles descalabros. Desplegará la pantalla como si de una capitana pirata se tratase en busca de la ruta de navegación que la jornada precise. La seda viva de su atuendo ondeará al viento mientras ella gira suavemente el timón del galeón que la obedece. Allí, la bitácora de abordo, carecerá de herrumbres a las que culpar. No permitirá que los remos del esfuerzo inútil carguen con la labor que a los alisios le corresponde. Del manual de su sapiencia abrirá el lagar desde donde escanciar los mostos a la espera de fermentación. Genes ruzáfidos que se entrelazaron con senda en las que cortejar a las marjales le fueron adhiriendo una casaca de verdad que pocas veces comprobamos. Lucirá de sí misma el tornasol que el pintor de primaveras soñaría para su lienzo. Nada la detendrá. Ni siquiera el esfuerzo de las púas por alisar sus pensamientos tendrá en ella su recompensa. Dunas de ébano que el viento traza a su antojo con la aviesa intención de izar el estandarte libertario e inmortal. Ella no mira, ve. Y ve más de lo que cuenta para no desvelar secretos que solo a ella le competen. Si, seguro que sí, existen persona a las que nada más ver jurarías conocer de toda la vida. En Pilar, la prueba. Acaba de sonar una melodía y se ha puesto a bailar. Dejo a juicio de cada quién el calificativo que se merece y que a mí, involuntariamente, se me ha escapado. Mientras tanto, sus ojos siguen fluyendo hacia el misal que tras los versículos de las teclas le refrescan sus inexistentes dudas.

miércoles, 15 de mayo de 2019


1. Rafaela y Jose
Que a nadie se le ocurra añadir el apellido italiano que muchos creerían errados que le corresponde. No, no es ni de lejos la cantante de moda de aquellos años. Como máximo se permitirá añadirle el diminutivo que tanto le sonaba a nana cada vez que le llegaba de los labios maternos. Ella, Rafaela, Rafa, sabe de la importancia que tiene la entonación adecuada cuando el arpegio exigido llega de la mano del cariño incondicional. De siempre ha sabido licuar hacia dentro las carencias para forjar del par la solidez de su estructura vital. Declinará los verbos que insistan en conjugarse de modo impersonal, asépticos, terrenales. Acariciará las teclas del órgano como si el mismísimo Maese Pérez la hubiese elegido para remarcar su perpetuidad. Sigue siendo, siempre ha seguido siendo, quien mantuvo denticiones primigenias con las que negar dentelladas y expandir sonrisas. Abrirá los contrafuertes de sus sueños cada vez que desde el punto de equilibrio en el que habita mire hacia ambos lados de la balanza y compruebe la inexistencia de un mal calibrado. Sabrá que de la regia fortaleza caballeresca montesana le legó un modo de entender la vida y acarrear sus consecuencias. Se emocionará cuando compruebe en los trazos del lienzo las virtudes que de las yemas nacen para dar testimonio de belleza. Cada día que le transcurre lo hace a sabiendas de un próximo Enero al que incendiar de gozos festivos en mitad de la plaza. Y de cuando en cuando volverá a comprobar si el cuadro sigue colgado boca abajo para que nada se olvide y nada se perdone. Y a su lado, Jose, sin tilde, sin el don que tantas veces nos dedicamos guasonamente. Quitando hierro a lo que pudiera parecer destinado al óxido. Poniendo en valor el valor final de la ironía. Dejando que viajen a su antojo los bisturíes, los cloroformos, hasta que vean cuál es su resistencia. Pondrá firmes a las válvulas del enésimo turbodiesel al que tunear entre risas de sobremesas. Diseñará bancales sobre los que enraizar culturas y perpetuar herencias. Rememorará las mil anécdotas que una vez lo tuvieron por testigo o protagonista. Delineará la ocurrencia inmediata con la que expandir una brisa de carcajadas. Y llegado el ecuador de Mayo volverá a entonar los versos que hace tanto tiempo trazaron un camino común. Probablemente enarbole una vez más el estandarte cuatribarrado en su sonrisa desplegada. De lo que no me cabe duda es de a quien destinó el destino aquellas estrofas que un día entonase el trovador. Hay veces en las que las tizas dejan de ser blancas, se visten de colores y vuelven a trazar en la pizarra un par de nombres. Hay veces en las que se recuerda que quien formó parte de ti, si se aleja de ti, te lleva consigo. Solo hay que esperar a que sea quince de Mayo para comprobarlo y felicitarse por ello.

martes, 14 de mayo de 2019


Lloc nou de la Corona







Siempre me ha llamado la atención la cercanía que provoca que dos localidades estén separadas por una única calle. Como si quisieran ser celosas de sus aceras y a la vez vecinas cordiales. Curioso, sin duda. Hasta el punto de que siempre que paso por su costado norte al llegar o por el costado sur al despedir la jornada laboral, Lloc nou de la Corona, me sigue llamando la atención. Y si el destino se empeña en ponerle rostros cercanos que lo identifican, la curiosidad aumenta en grado sumo. Pasas lista y compruebas cómo por  tus pupitres han pasado y la vida les ha situado en la vereda de enfrente en su labor materna o paterna. Los viste crecer y ahora ellas y ellos ven pasar más rápido de lo que quisieran los frutos de su sangre hacia una meta que sueñan dichosa. Puede que Paqui rememore aquellas clases en las que las dudas se sumaban para buscar soluciones allá donde Julio Colomer dejó su placa. Puede que Paco cruce cabalgando sobre los pedales a cumplir con su labor orientadora que los preceptos legales solicitan. Puede que un 600 anuncie a Amadeo llegando a la línea de boxes dejando constancia de tiempo a futuro. Puede que Mamen o Rafa estén desempolvando por enésima vez el pañuelo rojo que anudar al cuello en un inmediato festejo. Que Iván siga dándole razones a su pensamiento para encontrar respuestas convincentes. O que Andrea proteste sin demasiado convencimiento al saber que no habrá faena que se le resista. Puede que Conrado siga hablándole al cánido desde la complicidad que siempre se tiene con quien te es fiel. O que Carla sortee la acequia mientras sigue pasando hojas y hojas del libro que devora como maná de sabiduría. O que Roberto haya engrasado de nuevo los rodamientos de sus patines mientras Benjamín palmea al viento su osadía libre. O que Marta y María echen de menos aquellos años de juventudes locas en las que nada importaba más que la risa. Mientras tanto, Alberto seguirá sintiéndose el dj matutino al que escuchar para alejar al sueño y Natalia trazará sus interrogantes ante la proximidad del salto más allá de la explanada.  Y todo esto pasará como sigue pasando desde hace décadas. Por eso, esta tarde,  me pregunto qué escribiría si tuviese que definir al lugar que nació como residencia religiosa y que con el paso del tiempo ha llegado a ser el almanaque testigo del paso del mismo que gustoso, más de una, más de uno, clavaría gustoso en la pared para hacerlo perpetuo. 





F. Jesús Frías Luján

1. Berta


Como si acabara de empezar el día y el sol tuviera prisa por llegarle desde Gibraltar. Como si los geranios que se asoman a su balcón quisieran vestirse deprisa, engalanarse para la ocasión y librarse de lo innecesario. Como si el goteo de la fuente que decora su rincón quisiera sumarse segundo a segundo a la onomástica. Como si el vuelo incesante de las golondrinas que regresan quisieran dibujar una estela en su honor. Así, exactamente así, un nuevo catorce de Mayo se despereza. Y lo hace sabiendo que será complicado depositarle en las mejillas los besos de felicitaciones que hoy la buscan. Tiempo ha que salió en busca de la novedad para que la novedad se tope de frente con ella y la charla se haga presente. Cruzará la curva cuartelera mirando hacia los caravista para imaginar qué tal han pasado la noche los testigos del tiempo. Quitará los pétalos agonizantes delos rosales que cumplieron su misión y hoy dejan paso a los sucesivos. Metáfora de vida que se manifiesta en cada detalle y ella hace suya. Cara al viento las vestiduras que la arropan cuando la fecha lo marca se fueron oreando para empaparse de aromas a tierra, a raíz, a permanencia. Ella, dueña absoluta de las arenas del reloj, dará constantemente la vuelta  para que la humedad no se adueñe de los tasones que pudieran formarse. Volará incansable y seguirá revisando las necesidades para proporcionarles remedios más allá de los límites que la sangre marca. Vio, vivió, compartió y dirigió por la senda igualitaria a quienes el cartel no merecido quiso tildarlos de diferentes. Sabe que del empeño se suelen obtener los merecimientos y en ello sigue. Será capaz de apuntarse a un bombardeo si la metralla que expande lleva como cuño el “cuna y vergel” que tanto ama. Llegado el momento, cuando las aguas decidan discurrir solitarias, bajará a hacerles compañía para evitarles la tristeza. Y de su paso menudo seguirá dejando huella por cada rincón. Puntos cardinales que la orientan y exhibe demostrando a quien perdido camina el valor de la pertenencia. Acaban de sonar los cuartos y desde la popa de su nave el timón de una nueva travesía empieza a buscar la ruta. Abrid los postigos y esperad. En breves momentos pasará cerca y de nuevo volverá a agradecer al destino la oportunidad que le otorga para disfrutar de un calendario que ella misma, como no podría ser de otro modo, diseñó y sigue diseñando.   

lunes, 13 de mayo de 2019


Los asquerosos



Desde luego el título impacta, vaya que sí. Por un momento no sabes muy bien a quién irá dedicado semejante apelativo y la curiosidad te lleva de la mano. Has escuchado en algún canal televisivo el boceto de la idea original y automáticamente tu imaginación se dispara. Lo buscas y por si faltaba algo no consigues encontrarlo en las librerías habituales. Se ha agotado, oyes decir y la curiosidad aumenta a niveles de mono adictivolector que desconocías padecer. Por fin llega a tus manos y te pones a ello. Primeras páginas, primeras impresiones, primeras aproximaciones al argumento, primeras risas.  Echas mano de la memoria de previas y algo te suena. Un tipo estrafalario que, en base a su infortunio (?),  se ve envuelto en una paranoia revestida de fuga hacia no sabe dónde pero sí sabe hacia qué. Los detalles se decantan conforme la novela va discurriendo y percibes que el cordón umbilical que el protagonista luce no acaba de ser cortado. Pareciera que el parto hacia la casilla de entrada de un imaginario juego de mesa tardará un tiempo y los dados rodarán a su antojo. Por un momento te sientes testigo incómodo de una evolución que para muchos sería involución y para el protagonista es un camino sin retorno. Las circunstancias se vuelven caprichosas  pretendiendo reconducir hacia lo aceptable  lo que, a todas luces, parece improbable. Un cuentagotas te lleva de la realidad a la incredulidad y los capítulos discurren a su antojo. El niño que todos llevamos dentro se viste de adulto para seguir siendo niño y cumplir sus ansias recónditas de libertad. Vas apostando sobre cómo discurrirá la historia y las primeras chanzas las empiezas a tiznar de grises. Una hoguera de desesperaciones deja un tufo inexorable de inconformismo. Una imagen regresa ti de aquel que en persona viste actuar de modo muy similar. Empiezas a no saber dónde colocar el cartel de asqueroso por si la escarpia no te satisface suficientemente. Santiago Lorenzo, artífice firmante de esta novela, está jugando contigo de un modo tan subliminal que  no serán necesarias las recriminaciones. Bastante tienes con mirarte al espejo y ver el cambio que ha sufrido aquella primera visión de las primeras páginas.  Callas avergonzado el sonrojo que te produces, y una vez concluida la lectura la reflexión se solapa a ti. La ósmosis ha sido tan intangible que achacas a factores externos el ánimo que te envuelve. Aquellos y aquellas que os vanagloriáis de vuestras certezas, echadlas a un lado y leed esta obra. Quizás antes de lo imaginable estaréis pidiendo un destornillador para ajustar convenientemente cada una de vuestras propias piezas. Avisados estáis. Voy a ver si consigo que el mío resista suficientemente las vueltas de tuerca de la muñeca que ya empieza a flaquearme  

viernes, 10 de mayo de 2019


1. José Saiz


La primera vez que crucé palabras con él fue en la Playeta, una tarde de Julio, con el agua calma, los cangrejos americanos recién llegados, las culebras semiescondidas y los juncos dormitando. Y nada más empezar la conversación, una catarata se abrió de su faringe hacia quienes disfrutábamos de los últimos rayos de la tarde. Sacó a relucir la sapiencia que yo desconocía demostrando el poder litúrgico de las piedras que hablan en presente desde el pasado. Sacó a colación los innumerables vestigios fosilizados que daban testimonio de cuan caprichosa es la tectónica de  placas cuando decide ocultar mares o mostrar planicies. Y acto seguido, como si la premura de la Historia quisiera pedir hueco, los sucesivos saltos a lo largo de la misma vinieron a sumarse al atardecer. Lo dicho, la primera vez. Y a partir de entonces, un sin parar. Unas veces subiendo al Cerro Cabeza de Moya, otras trazando segmentos de fronteras cuasi olvidadas de realengos, otras investigando sobre los usos y abusos que tantas veces las soberbias expanden desde el poder. Y siempre con el ancla echada sobre las aguas del Cabriel. Él, que podría ser el Viriato perpetuo que exige respetos, calza sobre su carcaj las flechas de los pixeles dispuestas a volar en busca de lo oculto o ignorado. Este Robin Hood no se oculta temeroso en el bosque protector´; más bien se manifiesta a plena luz para que la luz se manifieste. Filántropo dedicado a compartir sapiencias que es capaz de legar sin reclamar autorías. Lo suyo es imbuir al cercano, al lejano, al curioso, de un espíritu de aprendiz que busca convertirse en el no ignorante que la mansedumbre diaria ansía en la mayoría de nosotros. Humanista capaz de componer versos mientras la mezcla musical le retrotrae al remix de aquellas locas generaciones. Heraldo al que el mismísimo Belcebú temería en una más que posible pelea de gallos raperos con base vocal.  Guía sempiterno de pasos curiosos que buscan para encontrar y encuentran para abrir los postigos de par en par. Volátil vuelo que permanece al abrigo del nido golondrino que de la Keltiberia reclama cada vez que el otoño llama a la puerta y la alcazaba se erige. Aldaba la suya que nunca hará oídos sordos a la mano que la ase golpeando la recia madera que corona un blasón. Diablo cojuelo que sin necesidad de abrir los tejados se sabe custodio de un legado que sin su firma, probablemente, acabaría olvidado. Contertulio infinito al que una vez descubrí sobre los cantos rodados del río que hoy sigue sumando calendas a la espera de un nuevo crédito de conocimientos que no tardará en llegar

jueves, 9 de mayo de 2019


  1. Milagros M.

Llevaba tiempo intentando destapar los tubos cromáticos devenidos a su favor y ahora que las amapolas se disputan terrones con las espigas, cuando los cielos de Mayo se abren a la luz, cuando los campos que tanto la extrañan lo dictan, me pongo a ello. Seré lo suficientemente parcial desde la empatía que el trío de coincidencias dispone. Unas veces desde las sombras de los arrayanes, otras desde las luces del Micalet, otras tras los sonidos del piano, en todas ellas llegamos a rubricar pertenencias más próximas de lo imaginable. Ella que tan acostumbrada está a enderezar lexias sabe de la importancia que supone manejar señales para que los que comienzan a andar no den pasos en falso. Lo sabe y disfruta como quien se siente deudora hacia una profesión convertida en vocación. Quizá el diáfano perfil de su frontera vital le impide poner vallas a las esperanzas que buscan de su mano la meta a alcanzar. Supo buscar en las lomas natales el crisol del azafrán del que hurtar los estambres del buen hacer. Girará la vista, enmudecerá los reproches y no se permitirá más flaquezas que sentirse sin objetivos que cumplir. Lee como si de las entrelíneas quisiera colgar una arpillera emotiva diseñando un nido a las golondrinas perdidas. Firme pisadas que lograron ingeniar argumentos cristalinos en los inframundos no descubiertos por quienes no saben mirar de frente. Pedirá para los suyos las luminarias por estrenar para que tengan el placer de inaugurar las mechas y soñar sus deseos. Sonreirá, siempre sonreirá y dejará un legado de verdad a cuantos tengan el privilegio de serle próximos. Campillana de pro que gira la vista de sus sueños hacia el recuerdo cada vez que el verano decide despedirse un ocho de Septiembre. Ella, de cuyo nombre no podría esperarse otra cosa que su nombre dice, es la merecedora de estas líneas por más que intente ocultar el rubor que le producen mientras simula su sonrisa.

  1. Eufrasio



Con unos días de retraso me ha llegado el aviso de tu adiós, amigo mío. Y como si no acabase de creérmelo he pausado los segundos del reloj para recomponer los retazos de tu imagen tantas veces adherida a la cal de una pared que esperase la llegada del verano. Allí, debajo del balcón de madera que mira a las lavandas de la fuente, como tantos otros llegabas, te hacías hueco y dabas paso a la plática del mediodía. No, no eras de los que buscaban confrontar opiniones de las que extraer aprendizajes. Tú, errado para unos, certero para otros, te lanzabas al ruedo de ese senado abierto y discernías verdades que para otros no lo eran. Poco importaba en apariencia la imagen que de sí se traslucía. Eras, y seguro que sigues siendo estés donde estés, el reflejo del escorpión que siempre tiene su aguijón presto para buscar dianas. Sabías que los horizontes estaban por trazar más allá de las componendas que las normas bien aceptadas la sociedad permite. Sí, seguro que sabes que contigo viajaron errores a los que simulabas no dar crédito y sin embargo laceraron más de lo que te imaginas o en general se cree. Dejaste discurrir a lo largo de tu cauce tantas aguas que no supiste o no quisiste parecerte al castor que embalsa sus refugios. De ti la vida se descolgaba como se descuelgan las sombras de una higuera sin podar, sin apenas cuidar, que da frutos a pesar de todo. Y de tus razones dictaste un credo al que seguir o al que rechazar pero nunca ignorar por anodino.  Has bajado la bandera de la penúltima carrera mientras los galones te recuerdan que las órdenes se cumplen por mucho que no te convenzan. Dejas a pies de los naranjos los restos de unas semillas que seguirán dando fruto a lo largo del tiempo. Quizás en un intencionado descuido encuentres a alguien con quien compartir descafeinado a la luz de la farola de un relente de agosto. Si llegara el caso, dile que no se vanaglorie de ser quien mejor te conoce. Recuérdale que no hace tantos veranos, este que se precia de ser tu amigo, tuvo el privilegio de ser el  oído comprensivo de las razones de tu garganta. Quizás aquel reflejo cristalino que manó de tu mirada dijo más de ti de lo que tú mismo hubieras querido dar a conocer. Sea como fuere, te echaré de menos, te lo aseguro. Probablemente cuando busque más arriba del yugo que cuida del abrevadero de San Roque las señales de tu llegada encuentre consuelo al mentirme y pensar que has retrasado tu venida voluntariamente.





  1. José Emilio P.


Ya ves, amigo mío, otro nueve de Mayo se asoma y viene a recordarte lo que te queda  por cumplir, realizar, planificar o llevar a cabo. Porque de eso se trata y tú siempre lo has tenido claro. Cubrir metas y seguir dando paso a los retos para que descubran quién los va a vencer. Supongo que habrás escuchado al gallo de nuevo. Sí hombre sí, el gallo. Aquel gallo que se encargaba de confundirnos las horas sin saber si cantaba retreta o diana. Aquel al que juramos fin en pepitoria y que logró salvarse vete tú a saber por qué medios. Ese gallo que entre sus cacareos aventuraba el tesón de su dueño que se ha ido plasmando a través de los años. Dio lo mismo desde que sillón, tú, amigo mío, fuiste y sigues siendo capaz de enarbolar la batuta de una orquesta a tu órdenes. No hubo declaración que se te resistiese ni nicotina que te haga sombra. Ni ha habido ronroneo de una siete y medio que te haya convencido de echar pie a tierra en base al temor que de ti no hace reo. Tú, que llenaste el serón de risas en busca de monas festivas, sigues consiguiendo que la risa se adhiera quienes te tenemos cerca en la distancia o en el aprecio. Tú, José Emilio, que fuiste capaz de mutarte en benemérito nocturno a ciegas para aparecer y desaparecer entre sombras y lunas en los regresos jaraneros, sigues siendo aquel sensato insensato que sacaba a la luz a las osadías más insospechadas buscando aliados. Eje vertebrador de los tuyos a los que proteges como si del vuelo de aprendiz pudiesen cometer algún error que restaurar. Ahora que los calendarios se nos restan de los sones turbos extraes el ritmo de unos pasos tan firmes como constantes. Túnico morado que moras en las hoces de un Júcar que haces tuyo como si del agua precisases sustento y de las rocas cobijo. Hoy, amigo mío, brindo por ti, escancio contigo de nuevo la copa de resoli y afino en tu honor la guitarra no cordada. Poco importará si el aire huyó de su interior cuando lo realmente sustancial es comprobar cómo de tus yemas admite las notas del más insensato tuno que nadie pudo imaginar. Todo da igual, todo dará lo mismo ¿Sabes por qué? Porque cada vez que alguien a quien quieres emana alegría, tú, te alegras, tú, lo compartes, tú, te felicitas, año tras año.

miércoles, 8 de mayo de 2019


1. Jürgen Klopp


Desde siempre me ha llamado la atención el hecho de ver a los entrenadores de fútbol trajeados a ras de césped. Como si quisieran manifestarse de un modo muy diferente a lo que sus pupilos delinean sobre el rectángulo, la mayoría, de modo voluntario o sibilinamente impuesto, la mayoría lucen corbatas o cuellos libres protegidos, eso sí, por el traje de dos o tres cuerpos convenientemente sastreado. De ahí que la imagen de este entrenador me resulte cuando menos simpática. Él, como los suyos, de chándal, con zapatillas, como si quisiera recordar sus tiempos de futbolista y manifestarse mimético elemento de un equipo al que dirige. Y vaya forma de dirigirlo. Teutón convencido del triple lema kubaliano que apostaba por querer, poder y saber a la hora de encaminarse al centro del campo. Káiser capaz de limar derrotas llegadas por decisiones arbitrales en contra o fallos increíbles de su guardameta. Mariscal de cuya gorra se descuelgan los galones no impuestos para que todo el mundo interprete el sentido de equipo que de sí trasluce. Este Karajan pelotero no precisará de fichajes ultramillonarios para cubrirse las espaldas ante posibles fracasos. Sabe a qué juega y sabe qué piezas necesita mover en las casillas del damero verde. Posiblemente, y dado el lugar desde el que muestra su sapiencia, antes de saltar al campo entone como quinto beatle una versión personal titulado “All you need is goals” y todos le sigan los coros. Una vez más anoche saltaron al campo la ambición envuelta en un equipamiento rojo cargada de fe. Nuevamente el “You´ll never walk alone” resonó ante las pupilas de quienes amamos el fútbol por encima de los apasionamientos de nuestros colores y la envidia se apoderó de muchos de nosotros. Hoy, muchos se alegrarán, otros maldecirán su suerte, otros rememorarán momentos a modo de venganza. Pero lo que nadie podrá negar si es que ama  este deporte es que gracias a un nibelungo con pinta de estar a punto de aterrizar en busca del sol, el fútbol de vistió de gala. Ahora se entiende su negativa a ocupar banquillos que son dirigidos desde las altas esferas que los palcos acristalados lucen en otros estadios. Así les va a unos y así les regresa a otros. Tras esas gafas de metacrilato propias de un intelectual coqueto se esconde un Aladino que de cuando en cuando saca a pasear al genio que lleva dentro y nos deja con la boca abierta y el aplauso desplegado.

sábado, 4 de mayo de 2019


Aroa y Javier

Probablemente a estas horas estén comprobando cómo el sí se ha hecho presente de modo definitivo. Cómo si fuese precisa la firma de un documento innecesario, dando paso a la tradición. El sí, el rotundo sí, se habrá escuchado a través del paisaje de las emociones de cuantos les han visto crecer y viajar en paralelo. Un desfile de parabienes se habrá venido a sumar a ritmo vivo que su paso vivaz describa. Porque de eso se trata, de dar cumplida cuenta de un compromiso, a todas luces, gozoso. Han horneado y siguen horneando tantas hogazas de complicidades que sería impensable escatimar las levaduras de una masa madre llamada a ser sustento definitivo. Ella, sonriente, calmada, mirando de frente y sorteando los obstáculos. Él, vigía de un puesto de guardia desde la garita de la tercera imaginaria que por vocación ha decidido erigir como puesto de retén. Ambos, dando paso al día cuando para otros el día concluye a ritmo de la noche veraniega y el cuerpo exige reparación. Héroes que han apostado por dar vida a aquello que muchos condenan al nicho de la desaparición. Y lo han hecho, y lo siguen haciendo, desde el convencimiento que la fe les otorga a quienes no dudan ni por un instante del destino de sus sueños. Mueven a  la par los remos de una barca a la que no es preciso desplegarle velas porque ellos mismos se bastan y sobran para guiarla a buen puerto. Saben que de los vientos mecidos entre las rocas que el agua apacigua sacarán la fortaleza definitiva que servirá como piedra angular de una quimera que solamente los osados encuentran posible. Han mamado del ejemplo y en base a ello diseñaron un modo de actuar que se yergue como mástil de bandera en el patio de armas de su propio convencimiento. Cruzan las horas como si deviniesen de meridianos alejados para dar cumplida cuenta de las masas madres pespunteando los picos. Son quienes quieren ser y quienes el reconocimiento merecen. Asomarán con el tiempo sus párpados hacia el valle para recontar las ausencias y sumar las vivencias. Separarán la harina de la tremolina para conseguir que el punto justo permita degustar los frutos del calor que madruga. Velarán por dar vida al presente desde el rincón esquinado que el Pontizo custodia. Serán dos mitades de un todo que  desde hace tiempo supieron entender la auténtica razón que suele guiar a quienes camina de la mano. Miga y corteza que hoy, como si fuese necesario reivindicarlo, se muestran a las cruces de Mayo cruzando sus destinos  troceando caridades.     

viernes, 3 de mayo de 2019


1. Migue Ang G.


No va a ser fácil lograr que se quede quieto, que pose, que se inmovilice. No será fácil, no. Este que tantas jornadas compartió dejó claras sus opciones que el no reposo lo tomó como ejemplo y en ello sigue. Dará lo mismo si es sobre la pista de tartán, sobre la senda de los guijarros o sobre el tapiz que el asfalto disponga. La cuestión será no darse ni un respiro por si el reposapiés de su misma pausa considera que la meta ya ha sido alcanzada. Craso error si así lo percibe. Migue no tardará demasiado en dedicarle entre aspavientos la sentencia muda acompañada de la mirada inquisitiva  que firme el lema rubricando el “ni de coña” que tanto lo identifica. Pensará que la retórica culterana es una pérdida de tiempo y en base a ella el resumen se le hace imprescindible. Irá al grano y pedirá que el grano se deje de circunloquios que él tiene otros menesteres a los que atender. Este culo inquieto está tan habituado al postureo angulado sobre el sillín que sus monturas parecerán más propias del enésimo cabalgador que del pretérito juglar que tan antípodo le resulta. Empiezo a comprobar cómo de su propio esbozo está comenzando a piafar entre risas y calando sus pedales valora la posibilidad de salir cortando al grito de “que te den, mamonazo”. Posiblemente una nueva cota superior al siete por ciento de pendiente está pendiente de ser coronada y las reflexiones las guardará para el linimento oportuno si llegara el caso. Águila de vuelo perpetuo que se sienta sobre las bases de un nido escarpado sobre la caldera que le llama incesante a ser recorrida. Y mientras tanto, mientras un nuevo reto se le presente de sopetón, soñará con el triunfo del ciego vuelo que dormita boca abajo a la espera de ser hecho realidad. Es de los que montan las tarimas de su existencia sobre el trípode que le hace permanecer equilibrado. Y por muy volátil que suene el viento siempre será capaz de cambiar de aires para reconvertirlo a favor. Este émulo del etíope victorioso prefiere las distancias cortas sobre las que manifestar su poderío. Si el perfil de sus Termópilas personales esconde un desfiladero más o menos peligroso solamente él sabrá valorarlo. De lo que no cabe duda, por más tiempo que pase, es que es un tipo al que siempre se le echa de menos de cada vez que un tatuaje aparece en el antebrazo del camarero al que jura haber visto en la cola del dispensario de la metadona. Él sabrá por qué lo dice.

jueves, 2 de mayo de 2019


1.    Jolly y Estefi



La verdad es que solamente el hecho de nombrarlas despereza mi sonrisa y los adjetivos, los múltiples calificativos, los innumerables epítetos, se agolpan como queriendo tomar posiciones. Este dúo de similitudes es tan similar y a la vez tan dispar que no sé exactamente cómo empezar a trazarles su perfil sin que suene a reiterativo. Porque en definitiva, reiterativa es la pose con la que se enfrentan a las circunstancias del día a día. Este par de vestales marmóreamente diseñadas desde el pincel de la hipérbole no sería capaz de permanecer demasiado lejos la una de la otra sin que se notase la cojera del impar. Viven como si le debieran a la vida las campanadas de un Big Ben con tic tac de adopción. De las raíces de las encinas a las ramas de los pinos todo un compendio de savias se aglutina a la espera de brotarles como ocurrencia festiva, indómita, inconformista, veraz. Sacerdotisas de Isis a la espera la enésima crecida del Nilo del divertimento sucumben ante las naderías para dejarles un poso de desprecio elegante más propio de las bambalinas que del escenario en sí. Petálidas plúmbeas del cárdeno páramo en cuyas encinas el corcho se mece y espera. Níveas hadas del paraíso con sabor a infierno del que redimir aburrimientos mientras la pátina decolora la tez de Mary sin ella saberlo. Oro y cobre fusionados en la marmita del alquimista a la espera de la piedra filosofal que las haga inmortales de la mano del Melquíades bienhallado. Una reclamará para la otra y entre ambas darán colorido al vuelo de las aves en el sempiterno sueño de una noche de verano. Pondrán firmes a los acentos para que ninguno sea demasiado soberbio, engreído o sobredimensionado. Y de la chanza buscarán el paso de la barcaza que las haga surcar los mares como si de un charco lluvioso se tratase. Podrían prestarse a ser los mascarones de proa de un buque majestuosos siempre y cuando el rumbo lo marcase la inoportunidad inesperada. Jugarán a nones las posesiones de un trono sobre el que clavar espadas sarcásticas a los advenedizos que quisieran usurpárselo. Serán, siempre lo han sido, la cara y cruz de una misma moneda, el haz y envés del que destilar clorofilas, el alfa y omega de un destino que hace tiempo se cruzó y del que me precio ser testigo privilegiado. Ellas, que tildan monosílabos si es que resumen totales, ellas, son la Thelma y Louise de un viaje inacabado a las que perseguirán las envidias de quienes no son capaces de vivir caligrafiando sus propias reglas. Si alguna vez las notáis ausentes sabed que siguen buscando al petit lapin que se perdió en el jardín de las hespérides y aún no ha regresado.   

1.   Josefa, Amadeo y Josefina



Poco tiempo tardé en darme cuenta del significado que tiene mimado. Simplemente, las circunstancias familiares derivadas de unas obras, me llevaron a sus faldas en El Salto y allí empecé a sentir la magnitud de dicho calificativo. Mi tía, mi tío y mi prima, esculpieron un trono invisible desde el que mis caprichos se convertían en órdenes. Daba igual si la cadena de la bicicleta pasaba a ser manivela del proyector del imaginario cine o si boquilla de estaño incentivaba mi deseo de convertirme en prematuro fumador. Allí estaba la habilidad de las manos del tío para dar cumplida cuenta de mi inexistente madurez. Y si algo faltaba, ella, mi prima Josefina, ponía el punto y seguido a cualquier requerimiento involuntario. De cómo sobreviví a un ahogamiento en la piscina podría dar testimonio la congoja que les acompañó una vez que Daniel me sacó precipitadamente. De cómo los celos se apoderaron del crío que era cuando mi prima se casó con Desi creo que dejaron una estela tan larga que mejor será no remover cicatrices. Pasó el tiempo y las tardes se convirtieron en lúdicas coincidencias alrededor de la estufa. La partida de brisca se abría a la inminencia del ocaso del día y allí alguna trampa en el recuento daba fe de cuánto se escatima la verdad si se trata de ganar un sonrisa. Ella, con su sempiterno hábito sonreía ante las ocurrencias que de mi vocación lectora surgían inventando historias que no entendía. Él, desde las canas acicaladas, pasando revista a los pormenores que el noticiero de turno traía semanalmente. Y de frente, la cocina de hierro forjado testimoniando cariños. Y más arriba, los atrojes convertidos en recámaras de cereales huidos de cosechas pasadas. Y más abajo, la leñera que oficiaba de taller de ocio mientras a su espalda la higuera emergía cada primavera. La parra trepadora afincándose en la pared como si quisiera  refrescar los yesos, Tiempo ausentes que renacen cada vez que las luces regresan bajo la mirada de los alabastros sonrientes de los enanos custodios. Dentro, un Corazón de Jesús sentado en el trono reivindicaba su papel protector de aquella vivienda. Las bolsas de leche disputándose rincones en el frigorífico de dos puertas y en algún arcón aquel mantón de Manila que por quinientas pesetas adquiriese el abuelo Telesforo al tuerto de Morella. De ellos aprendí la inexistencia de límites que el amor tiene. De ellos aprendí la energía soterrada que esconde la paciencia. De ellos aprendí cuánto valor tiene el modo de enfocar la vida cuando la vida empieza a caminar a tu lado. De ellos sigo respirando cada vez que se aleja el sol y desde mi patio giro la vista hacia aquel rincón en el que tan felices fueron las tardes de mi niñez.