miércoles, 30 de septiembre de 2015


    Testigo de cargo

Siempre parten este tipo de películas sobre juicios con la ventaja añadida de situarte como testigo mudo del desarrollo de las mismas. El travelling de la cámara llevándonos de una esquina a otra de la sala, los planos cortos sobre los rostros nerviosos, los picados sobre la  toga del juez, todo apunta a captar la atención y seguir los argumentos del defensor y  del fiscal que concluirán con una sentencia absolutoria o no sobre el sospechoso.  De ahí que la trama fluctúe a lo largo del film y hasta el desenlace final permanezcamos en ascuas a la espera del veredicto. Maestros del género han dado muestras sobradas de cómo mantener la tensión y sólo hay que recurrir a la videoteca para comprobarlo. Pero si hubo una que me llamó poderosamente la atención fue “Doce hombres sin piedad”. Aquella noche de viernes cuando la pantalla emitía obras de teatro y no basuras, allí, en blanco y negro, doce miembros de un jurado tenían en sus manos el poder de condenar o salvar a un acusado. Todo parecía claro y quien más quien menos de los miembros acuciaba a los demás para dar por finiquitada la deliberación. Todos menos uno, José María Rodero, que de sus dudas fue creando un argumento en el que abogaba por demostrar la culpabilidad con pruebas claras y no con indicios. Sancho Gracia, José Bódalo , Jesús Puente, Pedro Osinaga, Luis Prendes, Manuel Alejandre,  Antonio Casal, Carlos Lemos, Ismael Merlo, Fernando Delgado y Rafael Alonso  apostaban por un platillo de la balanza llamado condena  y a base de solicitar pruebas palpables que no pudieron aportar fueron decantando su voto hacia la inocencia. De modo que  la conclusión definitiva de semejante obra quedó impresa en aquellos que tuvimos la suerte de disfrutar. Creo que a partir de entonces muchos optamos por la necesidad de corroborar los indicios, de buscar las pruebas inapelables, antes de lanzar una sentencia nacida de la visceralidad. Los juicios de dios medievales quedaron en aquellas oscuras jornadas en las que se buscaba la condena alegando al supremo que sin duda tenía otras ocupaciones pero que a ellos les aprovechaba poner de su parte. Tal Inquisición derivó en juicios de valor sin garantías algunas y en algunos casos siguen en la actualidad. Por eso, si en alguna ocasión somos llamados  a declarar, lo mejor será pedir que el jurado tenga la plena certeza  en su dictamen, tanto para nosotros mismos como para los demás. De no ser así, nuevos testigos de cargo serán condenados para mayor desgracia de la justicia que debe ser imparcial si quiere vanagloriarse de justa.

 Jesús(defrijan)   

martes, 29 de septiembre de 2015


        Vuelo sin motor

Aquel veintinueve de septiembre se presentaba suficientemente agitado. Las soflamas partidistas convocaron una huelga general y a tal efecto más de uno decidió invertir la tarde en el ludo que la tarde ofrecía. De hecho, en paralelo a la marea de banderas, corría la marea humana por el circuito lleno de transeúntes, corredores, ciclistas, y todo tipo de persona amantes de la naturaleza urbana. De modo que entre todos ellos  se camufló este jinete de acero. La ruta de ida supuso el acostumbrado paseo en el que el sorteo de obstáculos humanos era habitual. Añadiéronse  patinadores que practicaban con mejor o peor suerte los equilibrios a la muchedumbre y todo parecía discurrir de modo más o menos aceptable. Hasta que aparecieron sobre el horizonte del crepúsculo. Uno pedaleando como ladrón al que persiguiese el escuadrón más aguerrido; otro, a metro y medio, corriendo sin pedales a cuatro patas con la lengua casi por el suelo en claro acto competitivo con su amo. Ocupaban sobradamente los dos sentidos del único carril y la velocidad parecía  propia de un convoy del AVE . El hilo de luz escaseaba y sin apenas darse cuenta el coche se produjo. Una rueda delantera compitió con un cuello fornido de aquel dogo argentino  que por supuesto ni se inmutó, ni disminuyó de velocidad, ni acusó el más mínimo daño. A su lado, si variar su vista del destino alocado, el dueño prosiguió su ruta. Frente a ellos, un nuevo astronauta se bautizaba en el vuelo sin motor. Ni escafandra, ni nada parecido a cualquier atuendo de la NASA hicieron falta. Voló hacia el infinito y más allá en un intervalo infinito de dos segundos y el aterrizaje que siempre soñó sobre la estepa rusa o sobre las aguas oceánicas, acabó sobre los bloques de un paseo por el que seguían los corredores y al que se sumaron los manifestantes finiquitados. Por su cabeza pasaron las imágenes de aquella maravillosa película con Tony Leblanc como protagonista y la comparación fue penosa.  Aquellos ilusos ingenieros al menos se sirvieron del humor para intentar poner en órbita a un españolito de a pie. Aquí las únicas condecoraciones  que obtuvo fueron cuatro rasguños, un hematoma sobre el muslo izquierdo en el que un cálculo aproximado aventuraba más de dos litros de sangre y la certeza de saber que si la providencia no nos administró alas no era necesario empeñarse en tenerlas por más que el ariete en forma de perro se empeñase.  Sin duda fue un pequeño salto para el hombre y un gran salto para la humana estupidez no apartarse de su camino. Ni ganas le quedaron de plantar una bandera.

Jesus(defrijan)      

lunes, 28 de septiembre de 2015


       Independiente mente

Un día se levantó y decidió que así sería. Ya bastaba de tantas obligaciones para con los demás. Ya bastaba de seguir los dictados de otros a la hora de manifestarse en la cuerda común de los comunes cuerdos. Esa dualidad que le cubría había mantenido demasiado tiempo el  peso de un equilibrio que ni le compensaba ni podía seguir soportando. Los requerimientos familiares le llevaron por la ruta sucesoria que los bisturíes habían acordado y sin embargo sus yemas ansiaban acariciar los marfiles bicolores que extraían melodías del piano. Las horas de estudio las asumió como el pago de una condena que restaba días a la espera del final de aquella contienda absurdamente impuesta en la que él seguía siendo el cautivo de sí mismo. Soñaba partituras mientras le soñaban anestesias que le encumbrasen al púlpito del que la tradición no permitía bajarse. Noches eternas  entre tomos a los que diseccionar anatomías sobre las que cumplir etapas daban descanso a las canciones que brotaban entre sus labios tarareantes.  Huídas vespertinas al club en el que un virtuoso le mostraba el camino mientras sus libros apilados en la silla se preguntaban qué hacían fingiendo lejos de la biblioteca. Tachó días, semanas, meses, cursos. Y llegó el momento de demostrar que había cumplido con su deber a costa de su placer. La orla enmarcada quedaría sobre la vetusta pared del despacho paterno junto a la de quienes le precedieron y allí reposaría para siempre.  No hizo falta más. A la oferta provocada bajo las influencias encaminada a vestirlo de bata blanca, respondió con un rotundo no. Y en ese no se reunían todas las expectativas que realmente lo convertirían en el forense de su propio yo anterior a sí mismo. Independiente  mente en un independiente  que hasta hacía escasos momentos no lo parecía. Dio por pago extra a su decisión el disgusto que se convirtió en llanto, que se convirtió en lágrimas. Él, el sumiso primogénito, el sucesor digno de la saga, rompía amarras y se embarcaba en la nave del soñador que siempre fue.  Hoy en día, aquellos que nacieron de él siguen atentos a sus palabras cada vez que les recuerda el porqué de su diferencia. Absortos escuchan y él, independientemente de lo atareado que esté, les relata una historia que le suena a vivida. A la par, unas notas salpican entre el blanco y el negro desde el piano que se suma de oyente y sonríe feliz.

 

Jesús(defrijan)   

viernes, 25 de septiembre de 2015


      Palabras diseminadas sobre el mantel del desayuno

Tenía por costumbre cuadrar sobre la mesa todos los elementos a modo de piezas de ajedrez. Cada mañana se le planteaba como un gran interrogante al que asomarse para localizar soluciones que en realidad poco le importaban. El café humeante se disputaba su atención con las pastas a las que no era muy aficionado y morían enmohecidas en el abandono. Años hacía que había decidido clausurar las voces que tras las ondas lanzaban proclamas a la espera de captar atenciones en quienes malvivían escuchando sin oír. Prefería la lectura pausada que seguía al titular carente de soberbia linotipia en las crónicas pasadas hacía horas. Se dejaba arrastrar por el pasado para hacerlo presente y en él apostar por el acierto o el error predictivo. No se trataba de jugar  con ventaja, sino de corroborar cómo el paso del reloj decantaba hacia una u otra ladera la caída de la roca que se desprendía de la cima que otros reclamaban. Nula atención hacia las plásticas imágenes que desde el marco plano de led  se atropellaban a gran velocidad y constante repetición. Y así, día tras día, fue legando sensaciones y sumando dioptrías. Buscó hasta encontrar aquella firma que desde la cortina del seudónimo hablaba desde la vía paralela en esa estación llamada actualidad. Allí fue descubriendo estados de ánimo de quien autorizaba la salida a las palabras nacidas de sus yemas  para que vivieran por sí solas y muriesen  en la caducidad donde mueren las utopías.  Llegó a imaginar el espacio desde el cual daba rienda suelta a su imaginación y deseó asomarse furtivamente para intentar comprender lo incomprensible. Creaba mundos ilusos para quienes hacían de la ilusión un traje a su medida y diseñaba los patrones sin más tiza que aquella que el desespero reclamaba. De ahí que aquella mañana de viernes, cuando el ritual comenzaba a repetirse, abrió de nuevo por la página de sobras conocida y un punto de inquietud vino a modo de punzante sabor al primer sorbo del café. La longitud habitual había menguado y el titular lo desconcertó sobremanera. Firmaba su adiós desde los posos de un café que se había enfriado y cerraba con ironía una etapa que llegaba a su fin. Como posdata y con sabor agridulce recordó aquellas palabras que tantas risas provocaron en las que un genio del humor negaba la posibilidad de pertenecer a un club al que admitiesen socios como él mismo.  Por un momento se sintió perdido, sólo. Dejó la mesa por recoger y sobre el espejo del pasillo vio una imagen que sumaba canas y trazaba arrugas. Cerró con dos vueltas de  llave y salió despacio  para no despertar a quienes aún soñaban.

 
Jesús(defrijan)        

jueves, 24 de septiembre de 2015


        Amarres

Desde bien pequeña presenció a hurtadillas, tras el hueco en penumbra de la escalera que subía al piso superior, aquellas sesiones que no acababa de comprender. Sus allegadas se reunían en torno a una mesa camilla que desde sus pies emitía templanzas en ascuas. Las faldas protegían y recogían en derredor a quienes se convertían en sacerdotisas  provisionales con aquella que acudía angustiada en busca de respuestas. Las escarchas de la calle guardaban silencio y se parapetaban próximas a los muros prestando oídos a la sesión de hechizos. Los moños peinados de nieves se alternaban en los conjuros y ella, expectante, absorta, ansiosa, aguardaba soluciones. Así, noche tras noche, empecinada en sus baldías esperanzas, creía alcanzar la meta que se había trazado  y que los embustes de aquellas dueñas del aquelarre le ofrecían como recompensa. Insistió una y otra vez en la consecución de sus sueños y cuando quiso darse cuenta, los tuvo para sí. O eso creyó aquella  a la que las sucesivas  formas de barajar le iban mostrando lo trucados que estaban los naipes. La vida le fue goteando sus apuestas en forma de reembolsos  que el destino cruel se empecinaba en cobrar. Poco a poco se dio cuenta del alto precio que estaba pagando en sus propias sangres y por más disimulos y mentones alzados en las atalayas de la soberbia, en su interior se oía el eco de la derrota. Aquel  a quien quiso ver navegante dichoso se había convertido en taciturno náufrago y nada podía darle la vuelta. El amarre de aquel barco que pensó galeón pirata tenía las maromas roídas por los salitres que no podía ocultar. Nunca se le vio risueño, feliz, pleno. La vida misma se fue encargando del diseño de las arrugas que cruzaban por su frente y el arado del desamor levantó la tierra infértil en la que nada creció. Pasaron los años, se sucedieron las estaciones, y en él se instaló el otoño permanente. Una noche, cuando ella decidió subir por aquella escalera de su infancia hacia el piso superior de nuevo, detuvo sus pasos, giró la vista, y allá abajo, esta vez sin brasero testigo, unas hebras de canas recogidas  de alguien al que siempre quiso para sí, escupían reproches desde el silencio. Sobre la pared, la imagen de dos ancianas de moños recogidos, desde un marco que olía a añejo creyó distinguir la petición de perdón.   

 

Jesús(defrijan)

miércoles, 23 de septiembre de 2015


      Quien tuviera la dicha

Ya han  pasado las semanas suficientes como para pensar en ellas desde la distancia del ayer y la esperanza del mañana. Y de cualquier modo siguen  resonando en los tímpanos del recuerdo los sones que más alientos lanzaron a la hora de adueñarse del metro cuadrado de la pista de baile a la luz de las estrellas. Año tras año se fueron sucediendo los reyes de las melodías y los sucesivos turnos los ocuparon los negros que no hacían más que plantear dudas sobre sus virtudes internas, los pajaritos que aprendían a volar, los coyotes emigrados que trazaban líneas sobre el cemento a toque de country….Así, en los mínimos espacios disponibles los pantalones de tergal se abrían paso entre los vestidos luminosos de sedas festivas y todo cubría de alegría el tránsito a la madrugada. Pero si hay una melodía que supera a todas las anteriores, que supone la versión actual de aquellos cuplés, que lanza retos a la picardía, es esa que habla de la osadía del gallo en el gallinero del amor. A ritmo de cumbia, el corro se forma y en él, las piernas que horas antes parecían agotadas, reviven. Reviven y se contonean sabiendo que el sumun picarón aparecerá entre guiños cómplices y esperanzas postreras. Allí el gallo se encumbra en mitad del corral y pide guerra  a las odaliscas plumadas que así lo deseen. Eso sí, una vez que haya lanzado el toque final de su kikirikeo, en plan chulesco, se abandonará al rincón desde el que encontrar reposo. Un autor capaz de componer semejante letra debería tener sus huellas inscritas en el paseo de la fama. Conforme rememoro las notas musicales de dicha melodía, percibo la aquiescencia de aquella que me saca a bailar cada vez que suena. Sabe que será la música que inaugure su baile nupcial si llegase el día y que el vals será relegado a la alacena de los pulcros.  “Ya verás paloma que no hay gavilán….”  pregona el coro mientras el acordeón acompaña al güiro en el contoneo de las caderas que pocos pasos más aguantarán. Ya hubo bastante con los pasodobles y las rancheras  como para insistir en la llegada próxima de la prótesis. Si ha de llegar a mis caderas dicho artilugio, que sea a su tiempo, que nada lo anticipe, que nadie ampute las ganas de diversión. Así que, amigos míos, si dentro de poco me veis cojeando, sabed que la culpable fue la canción que hizo imposible el permanecer sentado en la mitad de un gallinero llamado diversión.    

Jesús(defrijan)   

martes, 22 de septiembre de 2015


    La paz y la palabra

Llegó a ese punto de su existencia en el que aquellos versos inmortales lo cobijaban a modo de gabán solitario. Había aprendido a manejarse en las turbulencias durante tanto tiempo que sobre su piel los tatuajes de la desconfianza habían perdido su color. Sobre los surcos de la epidermis, a modo de renglones torcidos, los restos de aquellos apuntes que tanto bien y tanto pesar le proporcionaron se agolpaban pidiendo rescate a quien poco podía rescatar de sí mismo. Cancelaba los batientes de las ventanas  de la incredulidad con el regusto amargo de la duda y el postigo cargado de mohín le recordaba la auténtica  verdad por la que tanto disputó y de tan poco le servía. Una vez más, un nuevo recodo escondía las penumbras por las que transitar acompañado de su propia sombra que discreta le seguía en las noches de lunas menguantes. Había nacido para dar y pocos eran los afortunados que así lo entendieron a pesar de haberse entregado a causas desconocidas como salvavidas de naufragios interiores. Sólo le quedaba la palabra y con ella, la paz. Una paz que enmarcaría de nuevo bajo una pátina dorada que iría licuando los desconchados de ayeres que nada significaban. El cuadro resultante lo había descolgado en demasiadas ocasiones y sobre la pared de su alma pendía el orificio que cruel le sonreía impertérrito a su tartamudeo. Ya flaqueaba ante el hecho de tener que demostrar lo de sobra demostrado y los naipes marcados nunca conocieron sus manos. Una vez más, cada vez más doliente, la noria se cargaba con cangilones yermos a los que no merecía la pena subirse para seguir sumergido en el vértigo que el desamor provoca. Así, los cristales ahumados por los vahos del desencanto, dejaron de ver lo que tantas veces diferenciaron. Las canas se establecieron a modo de pregoneras de advertencias que juró aceptar y a las que sabía rechazadas desde el mismo momento de jurarlas. Poco importaba ya lo que ya nada importaba y en los vaivenes de la palabra se dejó mecer.  Si alguna vez lo veis adosado a un cuaderno ajado por el uso, prestadle atención; quizás esté escribiendo por vosotros la más hermosa historia que jamás soñasteis tener y  que nació del alma. Mientras llegue ese momento, justo al lado del ciprés de la vida, él seguirá caminado por la palabra en busca de la paz que sin duda le sigue de cerca.  


Jesus(defrijan)

viernes, 18 de septiembre de 2015


      La edad de jugar

Puede que no exista una edad concreta para el juego. Cierto y verdad es que desde la infancia cualquiera se habitúa a participar en compañía de otros y que en multitud de ocasiones las reglas ni están escritas ni se necesitan explicar porque el nuevo participante las asimila de inmediato. Caso de no hacerlo, sabe que será relegado y subsistirá dando tumbos sin saber a qué carta quedarse ni cuál es el tanteo que se lleva en ese mismo momento. Con el paso del tiempo, para mayor o menor gloria, los juegos se irán seleccionando y con ellos las reglas se inscribirán en el tomo inamovible que ejercerá de juez.  Quizás entonces el tono competitivo se intente imponer porque solamente será reconocido el vencedor y todos los que le sigan permanecerán en el anonimato de los segundones. Ni siquiera el ganador será dueño absoluto de la felicidad que le provoque su triunfo ante la brevedad del mismo y el paso frenético de la revancha. Pruebas de ello las tenemos a diario y en ellas se perciben con el rabillo del ojo la estela que los otrora vencedores van dejando como juguetes rotos actuales. Ni siquiera la compasión se puede esgrimir como última recompensa para aliviar semejante derrota. De ahí que conforme pasen los años, los deseos de jugar no habiten en el neceser de quienes ya emprendieron su viaje hace mucho. No se tratará de cubrir las estaciones que estén con el salvoconducto de la tristeza, no; la alegría siempre se adosará al cabecero de su asiento mientras las paralelas vías de ese tren siguen contando árboles, estaciones, paisajes. Seguro de sí, el viajero del tiempo sabrá cómo sienta su cansado equipaje a quien siente, duda, cuestiona o reprocha, su manera de ser. No, no es un nuevo juego el que se despliega sobre el tapete de una mesa ficticia, ni queda tiempo, ni merece la pena jugarlo con naipes marcados.  Pasó aquella etapa en la que las señas indicaban al compañero de mesa si el órdago era falso o real; pasó aquella etapa en la que las fichas se golpeaban sobre una mesa de mármol para amedrentar al rival; pasó aquella época en la que agitar los dados era el preludio al engaño hacia quien debía alzar el cubilete o creerse el embuste.  Nada, a estas alturas de la vida, sería más penoso que hacerse trampas en el propio casino, al que pocas veces permite el paso a quien sin dudarlo cree ser merecedor de entrar. Sabe que sabrá que la única regla se llama Verdad.   

 Jesús(defrijan)

jueves, 17 de septiembre de 2015


        Etapas
Miraba desde la distancia hacia el calendario de su vida y sobre las fechas iban apareciendo sus rostros. Formaban entre sí el álbum que se fue diseñando entre las hojas sepia por enmarcar que tan lejanas sabían y tan cercanas se mostraban. Seguían apareciendo los rizos dorados, los bucles azabaches. Y tras todos ellos las miradas que tantas esperanzas propiciaron y tantos desasosiegos acarrearon a la pesada carreta por la que transitaba su existencia. Siempre, desde siempre, se supo  esquivo y quizás en ello radicaba su  búsqueda interior hacia la utópica Arcadia con la que soñaba despierto. Había llegado a convertirse en boya de tantas desilusiones que su flotar escondía raídas maromas por el tiempo que le dejaban al pairo de las olas. Ni él mismo se explicaba ese ir y retornar a los puertos como marino prófugo de resacas provocadas desde las profundidades abisales. Se había acostumbrado a la interinidad del que llega momentáneamente para no anclarse eterno. Era, en definitiva, ese prófugo de sueños que se encadenaba a los mismos a pesar de la caducidad que impresa estaba en la contraportada de los mismos. Pocos entendían los vaivenes de quien izaba su veleta  al ritmo del viento que caprichoso marcaba rutas desde la bitácora de los sentimientos. Así, un rictus de cariño nacía en cada ocasión en la que los marcos impolutos de recuerdo custodiaban a las auténticas dueñas de sus vivencias. Se negaba culpabilidades en los adioses porque nadie es culpable cuando no es dueño ni de sus propias decisiones. El recuerdo en una misma dirección llevaría adosados los dos sentidos que el tiempo dulcifica bajo el propósito de seguir adelante.  Y todo ello le daba el aval de la verdad que la verdad necesita cuando se pone en cuestión. De puntillas entraba y de puntillas salía pisando la alfombra del pasillo en el que las etapas intentaban no resbalar. El horizonte siempre se le mostró retador y él, buhonero cargado con el hatillo de sensaciones, aceptaba el reto. Si tenéis la ocasión de cruzaros con él, sabed que es así, y que nada lo va a cambiar. Caminad a su lado si os lo pide, pero a distancia suficiente como para que la sombra no ciegue el camino luminoso. Y si llega el momento en el que la encrucijada se presenta y decide seguir un camino distinto, dejadlo ir; Ni él mismo sabe el porqué ni está dispuesto a encontrar la respuesta a su elección. Una etapa comienza y quizás no os habéis dado cuenta.
 
Jesús(defrijan)         

miércoles, 16 de septiembre de 2015


        Bailar

No le importaba  cómo, ni qué, ni siquiera con quién, lo importante era bailar. Y hacerlo desde la desinhibición que le surgía al dejarse mecer por las notas de la melodía de turno. Ellas se encargaban de trazar las líneas por las que los pies más o menos diestros danzaban mientras su vista intentaba no descender al suelo. Esa especie de salida hacia la pista venía provocada por la necesidad  y no se la podía negar a sí mismo. Corrió y asumió el riesgo de ser catalogado como demente quien toda su vida la había confeccionado sobre los pespuntes del decoro. Allí, bajo las luces parpadeantes, se transformaba y sudoroso daba rienda suelta a sus deseos. Poco importaba que llegado el momento de pausar el ritmo, las parejas se formasen y él, impar como muchos otros,  desapareciese  hacia la barra en un mal disimulado intento de ocultar esperanzas bajo la túnica supuesta del rechazo a compartir pasos. El turno lento le era ajeno y procuraba no girar la vista hacia la arena del circo musical en el que las caricias y promesas de amores se oían entre labios susurrantes. Se negaba la valentía y sus brazos cruzaba sobre sí soñando con caricias que le eran esquivas y que tan dispuesto estaba a prodigar. La bola de cristal expandiendo reflejos sobre las paredes en las que algún cuadro daba cobijo a la ilusión de quien absorto vagaba por ellas. Imaginaba las voces en cuyos tonos se mecía sobre las olas de la soledad. Había imaginado tantas tardes que cualquiera de ellas iniciaba un nuevo guión sobre el que diseñar sus frustraciones. Miraba con premura el reloj sabiendo que no superarían el número previsto aquellas melodías que reinaban por la sala y que tan solitario lo apoyaban sobre el falso cuero de la barra. No, no podía engañarse, por más poses que hubiese practicado frente al espejo que cubría la lacada puerta de su armario en aquella habitación que tantas noches calló preguntas a su regreso. Un sábado más, se haría el firme propósito de armarse de valentía y ser capaz de lanzarse a la aventura aun a expensas del no.  Apuró el trago que ya reposaba huérfano de hielos y decidido descendió los tres escalones.  Justo en ese instante, las luces volvieron a girar aceleradas y el ritmo cobró fuerza. Ya tenía a quien echarle las culpas de su cobardía y con ello excusar al infeliz que le habitaba y del que siempre se acababa compadeciendo con una falsa sonrisa.    

 Jesús(defrijan)

domingo, 13 de septiembre de 2015


   Epigrama

Aquella vez en que sus ojos se desviaron hacia el cristal, algo cierto le llegó. Allí, adosado con cuatro esquinas de celofán, estaba. Hablaba de lo doliente que suele ser una despedida  cuando quien se despide es el corazón que ya dejó de latir. Era como si alguien llamado Ernesto se hubiese puesto en la piel de aquellos que han probado la cicuta amarga del adiós y reflejase por ellos la tristeza que nublaba sus entrañas. Quizás en aquellos enamorados no se le hizo un hueco a la posibilidad de una despedida por estar viviendo en sueño eterno que el amor acuna sin plantearse caducidades ni razones.  No, no creo que le sean necesarias, por ilógico que parezca. De ahí que la réplica de dicho poema planteaba la venganza a posteriori de quien en esos momentos se sentía dañado. Avisaba de la imposibilidad de llegar al nivel de entrega que él había ofrecido y que ahora se le rechazaba. Habían sido tantas las veces que por un momento rememoró rostros, besos, caricias de finales idénticos. Era como si algo dentro de sí le advirtiese de una nueva etapa en ese camino que volvía a alfombrarse de espinas. Puede que con el tiempo la intensidad de su entrega llegase bajo una capa pesada  teñida de pesimismo que al anudarla le ofrecía un lazo corredizo sobre su garganta. Era su sino y como tal había llegado a aceptarlo. Leyó y releyó el poema sin darse cuenta de los esquivos que hacían aquellos que intentaban acceder  al edificio y dejó de tener noción del tiempo. Pasaron unos minutos, más de los razonablemente aceptados, y la dueña, salió a su encuentro desde detrás del mostrador. Contuvo su primigenia idea de preguntarle sobre aquello que buscaba a través del cristal cuando vio humedecerse los ojos a aquel que ya no tenía edad para ello.  Lo miró compasiva  e intentando poner un toque de alivio a la amarga expresión de su rostro  le pasó su cálida mano por el antebrazo derecho. No supo ni quiso saber más. Simplemente le invitó a su local que seguía oliendo a papeles por rellenar, a tintas por derramar, y le sirvió el café reconfortante. Él, callado, a breves sorbos, lo degustó. Poco después, y sin necesidad de nada más que preguntar, respondió con un nombre. Se había vuelto a enamorar y volvería a correr el riesgo; seguro que merecía la pena, como siempre mereció, como sólo lo saben aquellos que lo han vivido en las líneas de la incertidumbre.

 

Jesús(defrijan)

viernes, 11 de septiembre de 2015


1.         Gritos y susurros

E incluso caras de sorpresa son las que se asoman a sus rostros ese día en el que su vida cambia de modo definitivo. El verano acabó y con él acabaron los horarios caóticos en los que mantenían un pulso los balones, los bañadores, las bicicletas. Atrás quedan depositadas las siestas y los polos de mil sabores para dar paso al inicio de la senda que les llevará a ser adultos. Sí, sí, sin duda es lo mejor para ellos, para su futuro, para que desde bien temprano empiecen a entender que hay un camino a seguir y a costa de su no entendimiento deben surcarlo a mayor gloria de perpetuidades. Pero mientras esa conclusión les llega, de  momento, la forma de rebelarse es aquella que les nace desde el mismo momento del nacer. Gritos, susurros, llantos lastimeros, que compondrán una sinfonía desgarradora de tímpanos y corazones en quienes se ven abocados a depositarlos en la consigna del saber. Ellos lo expresan y ellos otros los callan tras la verja para no demostrar debilidades ante los que están a su vera sintiendo lo mismo. Hace tiempo que la vida les impuso el criterio de guardarse para sí  las lágrimas y no es cuestión de demostrar que no se aprendió bien aquella lección. De modo que serán quienes estén toda la mañana mirando a las agujas del reloj para no hacer tarde a la hora de recogerlos de nuevo.  Con un poco de suerte notarán más fuerte el abrazo como suplicando que no vuelva a suceder y con ello se sentirán reconfortados. Dilatarán las horas vespertinas para que el nuevo amanecer llegue lento y así ralentizar el paso de los suyos que se les van alejando a cada minuto. Les queda mucho por aprender y saben que lo acabarán aprehendiendo y con ellos  cerca será la tarea más hermosa que en su vertiente descendiente de la montaña de su vida podría esperarse. Les ha pasado la vida y la vida les pide paso a saltos, con mochilas diminutas, baberos marcados, coletas peinadas y olor a Nenuco.  Estos que miran hacia abajo por timidez y buscan el rescate en la puerta que se cierra acaban de abrir la carrera cuyas etapas  serán tan maravillosas como seamos capaces de provocarles en los puestos de habituallamiento llamados cariño. Por eso, por más que nos parta el alma su entrada en la ruleta de la vida, hagamos del momento el momento inolvidable que en un futuro les haga exclamar que mereció la pena. Luego cuando nadie nos vea, ya lloramos, si acaso.      

 

Jesús (defrijan)

miércoles, 9 de septiembre de 2015


      El desencanto

Imagino, quiero creer,  que  es ese estado de ánimo en el que ves envuelto cuando aquellas expectativas no se ven cumplidas. Puede que tus esfuerzos por evitar su llegada no hayan sido los más convenientes; puede que tu mirada sólo hacia delante no te haya permitido comprobar por el retrovisor aquello que en parte te hacía culpable de su venida. Sea como fuere, de un modo consciente o inconsciente, notas que ha llamado a tu puerta y que no está dispuesto a irse sin que le abras. Quizás diste demasiada importancia a los detalles que tú solamente considerabas merecedores de la misma; quizás aquella vez que guardaste silencio no debiste permanecer callado para no aumentar la pira incendiaria que se estaba formando; quizás no quisiste reconocer tu error al imaginar una realidad que se alejaba a pasos agigantados de tus creencias. Sea como fuere, esa lona llamada desencanto cubrirá el cielo de tus sueños para impedirte de modo cierto la Infinidad con la que siempre soñaste. Y lo hará con una mezcla de sonrisa compasiva lamentándose por ti de todo lo que en ti suena  a cobardía. Es entonces cuando te dejarás arrastrar por el torrente de similares vidas entre las que alguien te intentará hacer ver cómo hay otros en idéntica o peor situación que la tuya. Puede que con ello busquen proporcionar un consuelo a quien solo lo encuentra entre las soledades que le acompañan. No acabarán de entender que las puntillas de tus pies no desean  pisar, sino flotar. No serán capaces de ir más allá de la frontera del raciocinio que les encorseta sin ser conscientes de ello a la vez que lo asumen como normalidad. Los pequeños detalles les han pasado desapercibidos y buscan metas materiales que en nada te seducen. Pobres desgraciados aquellos que tienen y no poseen la capacidad de ser. Seguro que en el fondo siguen sin entender la existencia de soñadores a los que siguen considerando lacras a las que ignorar, convertir o culpabilizar. Ahogarán sus voces en peroratas de conveniencias cargadas de razones que el corazón rechaza por más que se esfuercen en sentido contrario.  Se han acostumbrado a la ropa y han olvidado a la piel y con ello se han proporcionado el hábito gris que tan cómodos visten  entre el gris de sus semejantes. Cumplirán las normas para sentirse seguros como todo inseguro se siente en mitad de su elección vital. Y lo más gracioso de todo será ver  que siguen sin darse cuenta de que el auténtico desencantado es él,  que vive en su espejo por más intentos de disimulo que se empeñen en mostrar. Dignos de lástima, sin duda.

 Jesús(defrijan)    

lunes, 7 de septiembre de 2015


      Ciudad Encantada
Tal denominación le llega de la infantil apreciación de aquellos pastores que a tan temprana edad imaginaban figuras talladas por la erosión en la caliza. La pareidolia, como fenómeno psicológico que asocia formas a rocas, quizás estaba untada de mieles de leyendas que conseguían atemorizarlos de tal modo que ellos mismos apostaron por llamar de ese modo al paraje situado a  mil cuatrocientos metros de altitud en plena serranía. El serpenteo previo por el que acceder pasa de puntillas sobre el Diablo que se asoma  a la hoz desde su Ventana y nos advierte de los pecados que acumularemos a favor si no nos deleitamos de semejantes vistas. Las nieves esperan su turno  mientras los ocupantes lícitos de esos montes se ocultan preventivos ante los invasores que somos incapaces de localizarlos a plena luz del día. Nada más entrar, el Hongo ejerce de permisivo aduanero y nos va dando paso a las diferentes curvas de la imaginación. Allá un Elefante, aquí una Tortuga, un Portaaviones, un Cocodrilo. Más arriba el Tobogán y el Mar cargado de olas kársticas a punto de ser surfeadas por el tiempo. Las huellas del Bárbaro que huía hacia la guarida de la Hechicera y todo ello como testigos de la inseparable unión entre yedras, musgos y rocas. Más abajo el árbol del Bien y del Mal cuyo fiel se inclinará según el uso que el yerbero de turno considere mejor.  Y la flor Quitameriendas como anunciadora de la llegada del otoño en un ciclo constante de vida. Y el epílogo esculpido entre los rostros dolientes de dos Amantes que jamás conseguirán besarse. Todo con sabor a esponjas rocosas que flotan sobre subterráneos cursos que alimentan al entorno. Ya imbuidos de las diapositivas en lo más profundo, el regreso buscará su siguiente etapa en el Castillo para servir de pendiente hacia la Plaza Mayor. La Catedral dominará orgullosa sobre la pléyade de peregrinos que surcarán desniveles hacia el Puente de San Pablo. Allí volverán a creer en la leyenda que convirtió a un sacerdote suicida en paracaidista involuntario la primera vez que se lanzó, merced a sus sotanas. Todo desde la pose elegante de las Casas Colgadas que elevarán su mentón hacia la Hoz  orgullosas de ser cuño del encanto. Sobre la otra vertiente, el escalonado descenso a las Angustias  en cuyo mitad se erige a las puertas de un convento la cruz salvadora de aquel que estuvo a punto de sucumbir a los cantos del demonio camuflado de virginal dama. La tarde irá cayendo y con ella el sabor en los ojos de haber sido capaces de recorrer por enésima vez en encanto de una ciudad llamada Cuenca a la que tantas veces se le niega lo que por derecho le pertenece. El otoño anuncia su llegada y seguro que la elegirá como punto de partida.
 
Jesús(defrijan)

viernes, 4 de septiembre de 2015


       Balcones caídos

El verano estaba en su ecuador y las tardes alternaban calores con tormentas a capricho. Días previos la canícula de Agosto sólo se había visto apaciguada por el perfume a lavanda que desde el cruce de caminos a pie de río ascendía hacia el pueblo. Y la rutina diaria enviaba a las horas del anochecer a quienes buscaban tertulia tras el tapete de cartas barajadas hacia el tute o los sonidos agudos de las fichas del dominó. Sobre las esquinas de las mesas los cafés pugnaban con las infusiones a sabiendas que su rescate vendría de la victoria de una de las parejas. Fuera, sentados sobre el respaldo del banco de madera que se refugiaba de la lluvia, Artemio y yo  debatíamos sobre aquello que resulta importante cuando la adolescencia se hace reina de tu vida. Apareció como por casualidad el “mano lenta” y todo comenzó a girar a treinta y tres revoluciones en el giradiscos de la mente cuyo deseo era tenerlo a su disposición. Alguien que conocía a alguien que se había hecho con el vinilo “461 Ocean Boulevard”  había proporcionado la expansión de dicha grabación en cintas de cromo y mi amigo era el afortunado poseedor de una de ellas. El cómo Eric Clapton había renacido a la música con ese disco era suficiente garantía y mis deseos eran tenerlo a mano. De modo que mientras la lluvia seguía compitiendo con el vocerío del interior, nosotros dos quedábamos en vernos al día siguiente y hacer efectivo el préstamo. Como testigo de todo, una enredadera que se había hecho adulta sobre la reja de la ventana, daba fe de nuestra amistad y de nuestro acuerdo. Así, en mitad de la llovizna persistente, y lejos de cualquier deseo de formar parte de las timbas interiores, nos dijimos adiós. Todo el edificio había sido elevado a mitad de la calle y a modo de miradores, dos balcones volaban sobre la acera correspondiente, revestidos de ladrillos  caravistas tan de moda en aquella época. De hecho, era corriente que en los días de lluvia, los que estábamos dentro del bar, asomásemos las pituitarias hacia el ozono protegidos por ellos. Así la noche perduró con la insistencia del cielo en enviar su sirimiri y a las ocho treinta de la mañana, antes de que volviese a estar ocupado el establecimiento por quienes buscaban el café despertador, nada más pasar por su frontal Amadeo “Busca” camino de su labor con el ramal en la mano, se vinieron abajo ambos voladizos. El superior arrastró en su caída al del primer piso y sólo podría calificarse de milagro la ausencia de víctimas. El hecho de que Artemio y yo pudiésemos haber sido dos de ellas no deja de ser una circunstancia más a nuestro favor. Lo que no he dejado de agradecer desde entonces ha sido a Clapton su vuelta a la música con aquel álbum cuyos deseos de posesión hace tiempo que fueron cumplidos;  mientras   una de mis siete vidas quedaron en la consigna de sus punteos que sigo disfrutando, eso sí, a cielo abierto por si acaso.     

 Jesús(defrijan)   

jueves, 3 de septiembre de 2015


1.         Reinicio de curso

Las aulas ya están preparadas, las paredes huelen a recién pintadas, los pupitres esperan ansiosos y todo se viene abajo desde la instantánea televisiva. El cuerpo de la inocencia que debería estar  cuestionándose  el porqué de tanta prisa ante su preparación a futuro, calla entre las olas de la vergüenza que nadie quiere frenar. Se recoge el cuerpo inerte de quien apenas contaba con meses de vida en los que no le dio tiempo a preguntarse las trascendencias que plantean los verdugos fronterizos a la hora de espinar pasos a la desesperación. A modo de comerciantes de ganado se intentan repartir a las reses humanas para no jugar con desventaja ante sus propios que podrían considerarlos indignos guardianes del redil patrio. Y los demás, mirando hacia otro lado, pensando que no va con nosotros el problema, que no podemos hacer nada para crear un mundo más justo, que siempre ha pasado así y ahora les toca a ellos.  El conflicto del que huyen abrirá la espita a otro conflicto mucho más grave y sin vuelta atrás por la que poder rectificar. De nada servirá releer tratados y redactar absurdos acuerdos si no van acordes a la realidad de los apátridas que sueñan con derechos en una Europa que se los niega.  Poco importará que aleguemos razonamientos a quienes hace tiempo dejaron de creer en ellos. Quieren vivir y sobre todo, sobrevivir por ellos y por sus hijos en un mundo menos  hostil, lejos de fanatismos que les sometan a nuevas esclavitudes. Tienen derecho por más que el propio Derecho  quiera negarlo. Alguien debería asumir el reto antes de que las playas sigan llenándose de cadáveres  inocentes. Esos cadáveres, hace días que tendrían que haber estado pensando en qué tipo de colegio, qué clases, qué compañeros tendrían mientras empezaban a sentir el olor a pintura de las paredes que nunca les tendrán como alumnos. Cualquier otro reinicio de curso que intente ignorar esta evidencia, está condenado de entrada al suspenso por más recuperaciones que intente, por más intenciones de rectificaciones  baldías que lance, por más miradas interrogantes que no aportan soluciones.    

 

Jesús(defrijan)