Testigo de cargo
Siempre parten este tipo de películas sobre juicios con la
ventaja añadida de situarte como testigo mudo del desarrollo de las mismas. El
travelling de la cámara llevándonos de una esquina a otra de la sala, los
planos cortos sobre los rostros nerviosos, los picados sobre la toga del juez, todo apunta a captar la atención
y seguir los argumentos del defensor y
del fiscal que concluirán con una sentencia absolutoria o no sobre el
sospechoso. De ahí que la trama fluctúe
a lo largo del film y hasta el desenlace final permanezcamos en ascuas a la
espera del veredicto. Maestros del género han dado muestras sobradas de cómo
mantener la tensión y sólo hay que recurrir a la videoteca para comprobarlo.
Pero si hubo una que me llamó poderosamente la atención fue “Doce hombres sin
piedad”. Aquella noche de viernes cuando la pantalla emitía obras de teatro y
no basuras, allí, en blanco y negro, doce miembros de un jurado tenían en sus
manos el poder de condenar o salvar a un acusado. Todo parecía claro y quien
más quien menos de los miembros acuciaba a los demás para dar por finiquitada
la deliberación. Todos menos uno, José María Rodero, que de sus dudas fue
creando un argumento en el que abogaba por demostrar la culpabilidad con
pruebas claras y no con indicios. Sancho Gracia, José Bódalo , Jesús Puente, Pedro
Osinaga, Luis
Prendes, Manuel Alejandre, Antonio
Casal, Carlos Lemos, Ismael Merlo, Fernando Delgado y Rafael Alonso apostaban por un platillo de la balanza
llamado condena y a base de solicitar
pruebas palpables que no pudieron aportar fueron decantando su voto hacia la
inocencia. De modo que la conclusión
definitiva de semejante obra quedó impresa en aquellos que tuvimos la suerte de
disfrutar. Creo que a partir de entonces muchos optamos por la necesidad de corroborar
los indicios, de buscar las pruebas inapelables, antes de lanzar una sentencia
nacida de la visceralidad. Los juicios de dios medievales quedaron en aquellas
oscuras jornadas en las que se buscaba la condena alegando al supremo que sin
duda tenía otras ocupaciones pero que a ellos les aprovechaba poner de su
parte. Tal Inquisición derivó en juicios de valor sin garantías algunas y en
algunos casos siguen en la actualidad. Por eso, si en alguna ocasión somos llamados
a declarar, lo mejor será pedir que el
jurado tenga la plena certeza en su
dictamen, tanto para nosotros mismos como para los demás. De no ser así, nuevos
testigos de cargo serán condenados para mayor desgracia de la justicia que debe
ser imparcial si quiere vanagloriarse de justa.