miércoles, 31 de diciembre de 2014


  Los balcones navideños

Daré por válido el hecho de que cada quien decida convertir la parte aireada de su casa en el simulacro de Belén. Allá cada cual. Daré por válido el sentido navideño que nos incita a ser y desear ser más felices que el resto del año. No parece mala opción tal y como está el patio. Ahora bien, no puedo dar mi aprobación a ese tipo de festejo luminoso que se apodera de los balcones cada vez que llegan estas fechas. Que si un muñeco hinchable simulado de nieve, que si un papá Noel preguntándose ¿qué hago aquí?, que si las guirnaldas alborotadas al paso de la más leve brisa invernal, que si las intermitentes lucecitas más propias de un lupanar que de un coro de querubines cantores….Lo dicho, un exceso. Y sí, estos días son de excesos. Comilonas sin ton ni son, cogorzas que anulan los raciocinios del cercano en la mesa, falsas esperanzas que pocas veces se ven cumplidas. Vale que todo eso esté aderezado por el programa cutre enlatado que nos incita a vestir de gala cuando lo más cómodo son las zapatillas sobre la alfombra o el parquet. Y eso añadido al aprovisionamiento de viandas como si se aproximase la hecatombe anunciada por los gurús salpicada de alguna buena nueva. En fin, bastante tenemos ya con el cava caducado que nos están endilgando como para ponernos pesimistas. Pero no me negaréis, aquellos que habéis comprobado las luminiscencias de tales fachadas, que casi no sería preferible hacerte pasar por uno más de los miles que se van sumando año tras año, antes que soportar las compañías de quienes sólo viene a ver si pillan unos buenos aguinaldos . De cualquier forma, esta noche, a eso de los cuartos, antes de que alguien se empiece a atragantar con las uvas, brindemos por lo ya pasado. Lo que está por venir, dejemos que nos sorprenda. Y de paso miraremos de reojo a ese campamento formado tras los ventanales y resistiremos la tentación de rociarlo y prenderle fuego porque sabemos que el año próximo, el anfitrión de turno, afligido por el doliente recuerdo, aumentaría el censo. Por eso entre lo deseos pedir se me ocurre uno. Si llegasen mis neuronas a descolocarse de tal modo que fuese capaz de convertir a mi balcón en un after, tenéis permiso para convertirlo en una falla con tres meses de adelanto. Feliz Año Nuevo.

lunes, 22 de diciembre de 2014


  1. El cuenco de arena

Sabes que este año, como todos los años anteriores y todos los que están por llegar, es cuenco  jaspeado rebosará con la arena que tantas veces acariciaron tus manos. Sabes que sobre ella se erigirán los juncos metálicos que con tanto mimo forraba de irisados colores antes de coronarlos con las esferas que semejaban el Universo de dicha. Allá, unos metros más allá, los riachuelos de papel de estaño rumorearán al paso de los pies descalzos que busquen el destino estrellado que  la cueva peanea. Y todo volverá a saber a ti. El musgo competirá con las rocas y los chuzos de pino  se vestirán con sus mejores galas para anunciarnos la llegada de la ilusión. Y por más esfuerzos que hagamos para disimular la congoja que tu ausencia nos provoca, fingiremos inmunidad a los ojos de quienes están a nuestro alrededor en el camino de ida de sus vidas. Todo nos traerá tu presencia y con ella llegarán aquellas noches de villancicos alrededor de la estufa de leña. Volveremos a descolgar el abrigo y la bufanda allá que se acerquen las doce para renovar el rito de la creencia que todo inocente da por válida. Allí los años se embarcarán en la nave del regreso para volver a testimoniar lo dichosos que fuimos al compartirte. Las rugosidades de las manos trabajadas nos recordarán que fueron capaces de acariciar como sólo acaricia la verdad. Y las zambombas alternarán desafinados con las panderetas mientras los “melaos” y al “frita en sartén” destierran a los dulces nacidos de otros hornos por fríos. Y a pocos metros, las camas acunarán al frío desde los cauchos de aguas hirvientes, a la espera de su turno que alargaremos de nuevo. Las castañas crepitarán sobre el estaño y los calabazates darán codazos a los panes de Cádiz. Volverás a sentirte feliz por hacernos felices y entonces quedará de manifiesto lo que tan evidente fue y sigue siendo. Todos los días que nos compartiste supieron a Navidad y eso, te lo aseguro, lo firma el mismo cuenco de arena que nos habla de ti. Feliz Navidad, mamá.     

domingo, 21 de diciembre de 2014

de mi libro "A ciegas"


   El sorteo

Era común que todos los vecinos participasen de la esperanza cada vez que se aproximaba el veintidós de diciembre. Conforme a sus posibilidades, las participaciones fraccionaban monederos y multiplicaban expectativas. Eran tiempos de recursos limitados y de sorteos menguados. El ahínco por conseguir fortuna se basaba en principios que a día de hoy parecen absurdas quimeras, pero que entonces, construían edificios firmes desde las vigas de la honradez y el sacrificio. Aquel año, algo se salía del guion habitual. Se oyeron disparos provenientes de tricornios, ajetreos de vecinos, gritos de auxilio. Y en un horario extraño, las campanas empezaron  repicar tocando a arrebato. La curiosidad infantil que me vestía no dio importancia a las escarchas que alfombraban las calles ni a los vahos que las madrugadoras chimeneas lanzaban al frío de la mañana. Me asomé a la puerta y vi cómo un gentío se afanaba a la carrera hacia la casa que ocupaba don Rogelio. Era el médico que cubría  plaza y lucía cráneo rapado. Dicen que vino a parar como producto de la represión política y con él llegaron la sabiduría y el agrio carácter. La noche precedente, según comentaron a posteriori, el viento caprichoso quiso refugiarse en sus estancias y a modo de invitado descortés, descendió por la chimenea, avivó el casi extinto fuego y campó a sus anchas. A la par, el galeno en cuestión, dormía plácidamente, quien sabe si soñando con su París académico en el que se formó y del que trajo el conocimiento. Lo cierto era que las revistas médicas que solían servir a Lucía para encenderle el fuego, optaron por calentarse por sí solas y todo comenzó a arder. No sabría decir quien fue el que dio la voz de alarma, pero tengo viva la imagen de cómo los aguerridos valientes se aproximaron al tejado anexo, y desde ahí, fueron deslizándose las bombonas de butano que se prestaban a explotar. Mientras tanto, a mis espaldas, los niños de San Ildefonso, comenzaban a enhebrar sus telares de premios que cambiarían futuros. Nadie de mis cercanos vecinos les prestó atención. El verdadero sorteo se situaba a cien metros y en él, no se admitían ni reintegros ni pedreas. Desde entonces, no puedo evitar el seguir pensando en el verdadero premio, en el auténtico premio que la vida le otorga al ser humano, El galardón de la solidaridad que tan extraño nos resulta en estos tiempos actuales de egoísmos y engaños. Aquel año, volvimos a consolarnos con la salud, porque la suerte pasó de lejos. O eso creyó la suerte.

martes, 9 de diciembre de 2014


    El viejo verde

Así lucía por estampa quien acumulaba años bajo el color de su chaqueta impoluta de día festivo. Sumaba a su coquetería el sombrero de fieltro tirolés que coronaba una pluma a modo de don Juan  desde la que oteaba a la damisela que le acompañaba. Ella, acostumbrada a la renuncia,  no renunciaba al mimo con el que atusaba la comisura de aquellos labios ajados de tantos sinsabores como la vida le había deparado. Se le adivinaban a uno penurias de juventud, máuser en posición de disparo tras las trincheras y fortaleza nacida de la creencia en un futuro halagüeño. Se le presuponía a la otra, familia allende los meridianos, tajos en las venas acostumbradas a sangrar dolor y conformismo con su presente. El futuro para ambos no se escribía más allá de la soleada mañana que pespunteaba la cristalera sobre la que ejercían de maniquíes involuntarios. La diferencia de años sólo les importaba a las miradas justicieras de las semejantes a él cuando las lanzaban a modo de reproche racional. Allí se esculpían penitencias  desde los silencios que se escribían en minúsculas en los renglones torcidos del miedo al qué dirán. Quise percibir cierta dosis de envidia ante su propia falta de valentía y no pude por menos que sonreír al ver el guiño que el ojo diestro de aquella tez morena le lanzó al anciano. Hacía tanto tiempo desde el último gesto recibido que quiso culpar a su desmemoria por no culpar a la tristeza. Me sentí espía involuntario y cómplice del aplauso ante tal manifestación de sentir. Ver cuán poco importaba la certeza de la ilusión generada en uno era perdonable  desde dos mesas más atrás y no estaba dispuesto a romper el encanto del momento sonriendo socarronamente a las promotoras del aquelarre inventado. Lentamente, apurando sus platos, la agilidad de una se unió al lento caminar que un bastón ayudaba. Sacó su cartera como los galanes a la vieja usanza solían hacer y abonó la cuenta. Era feliz y se le notaba por más recriminaciones que le clavasen a sus espaldas. En un acto de arrojo y no poco esfuerzo, abrió la puerta y le cedió el paso. Una vez fuera, las trotaconventos del interior, buscaron a su dictamen el apoyo de mi  mirada. Antes de que sumasen a sus postulados mi inopinada opción les sonreí y con un simple “adorables”  zanjé la cuestión. Estoy convencido de que nada más salir empezaron a diseñarme un traje de color verde a la medida ¡Pobrecillas! 

lunes, 8 de diciembre de 2014


Amor mío:

“¿Cómo conseguir plasmar en la voz callada del papel todo aquello que mi corazón grita entre las grietas del silencio que nos separa? ¿Cómo no pensar que sonarán a falsas las verdades que nacen del rojo de mi sangre que te pertenece y que en contadas ocasiones he sabido hacerte llegar? ¿Te quiero? No, no te quiero, te amo. Sería escaso e indecente decir que te quiero, cuando el aire que respiro es el que viene de ti y los grises que cubren mis sueños son los que manan de tu ausencia. Claro que no te quiero, te amo. No se puede querer cuando tu vida no te pertenece, y la mía, hace tiempo que la rendí a ti sin más batalla ni contienda que dejarme mecer en las olas generosas que me legaban salinas de tus labios. Junto a ti he conocido el significado de la mitad que nos es robada cuando vaga difusa en busca de su dueña. Tú, amor mío, tú, has conseguido guiar mis errantes pasos en la oscuridad orientándome con la luz de tus ojos. Tú, mi amor, sí, tú, has logrado desenmarañar ese nudo de dudas que el desamor trenzó en la desesperanza y la negritud de la dicha robada. Tú, mi amor, mi eterno amor, has logrado que mis noches sean vísperas de dichas y mis días gozos perdurables en el calendario de la felicidad. Enmarco la felicidad entre vaivenes de dudas por si mis palabras han perdido fuerza  ante mis sentimientos. Por si el azoramiento del gozo enamorado ha resuelto en escasas vocablos la vorágine de sensaciones. Mas sólo tú sabes que en ti, mi amor, he tatuado los poemas propios y ajenos que te buscaron y que gracias a ti, tienen sentido. Que en deuda con el destino me siento, porque gracias a ti, sí, mi amor, gracias a ti, alcancé la dicha que se sigue sumando. Que en cada surco de la piel que la vida ha trazado, en cada plata que busca coronar mis  pensamientos, en cada nueva primavera que nos queda por compartir, tu nombre se abrirá paso mientras éste que te ama, éste deudor de su propia felicidad para contigo, sigue escribiendo los silencios que sólo el amor que siente por ti, amor mío, sabe rubricar con la alegría de ser tuyo.

Hoy y siempre, te amo”      

         Y en ese momento, el escribidor con pluma propia de sentimientos ajenos, se despidió del manuscrito mientras recibía como pago, las míseras monedas que le proporcionaban su diario sustento.


Jesús (http://defrijan.bubok.es)



      Usted lo que quiere es que le coma el tigre.

O en este caso, el león. Pues sí, parece ser que un aguerrido señor vestido de comando se ha decidido y ha querido  demostrar al mundo su valor, su dominio de la doma felina, su pericia en el manejo de las fauces  zoológicas. Y a tal efecto, creyéndose Tarzán sin taparrabos, ha saltado la valla del refugio carcelero sin liana de por medio  del rey de la selva  buscando su compañía. Quizás en su tierna infancia escuchó aquel milagro que protagonizó un santo y que ha vuelto a mi memoria. Parece ser que paseando por el bosque, oyó gemir a un león que tenía una espina clavada en sus garras. Armado con la fe, se acercó, la arrancó y de deseó buena recuperación. Años después,  este león pasó a trabajar de matarife en el circo romano y a punto de degustar las carnes que a modo de kebab  las arenas del césar le ofrecían, reconoció a su benefactor y lo rechazó como almuerzo. Vale, demos por válida tal opción, si la fe la promueve. Pero sea usted razonable, buen hombre, y piense que aquellos milagros ya no abundan. Deje de considerar a la fiera como un descendiente de Simba por más que adorase tal musical. Pare usted de lanzar los dados sobre el tablero del Jumanji al que sus deseos han embarcado inconscientemente. Sea razonable, buen hombre, por más que algún hortera famosillo de turno haya mostrado en el papel cuché la inofensiva convivencia que gatos de tales dimensiones  pueden ofrecer. Si sus apetencias  son irrefrenables, busque algún puesto de domador en los circos que ya empiezan a elevar sus carpas navideñas. Allí, al menos, el látigo,  el bastón, el griterío infantil y los focos acudirán en su ayuda. Además no será necesario que luzca ese uniforme de boina verde  que más parece el Capitán Tan sin Valentina ni Locomotor chiripitifláuticos de nuestra niñez. De cualquier forma, sospecho que no me hará caso así que en un último intento de entrarle en razones le recomiendo que escuche la canción titulada  “Compay Antón”  en la que el gran Johnny Pacheco acompañado de  Melón aconsejan sobre el modo de librarse de tales peligros. Aunque, amigo mío, creo que usted lo que realmente desea es que le coma el tigre; bueno, en este caso, el león ¡ Buena suerte para usted  o buen provecho para la fiera!


   
 

domingo, 7 de diciembre de 2014


  Yo, Quevedo Borrajo

Reconozco mi pasión por el Barroco, mi absoluta devoción por el soneto, mi mal disimulada envidia por las plumas del Siglo de Oro. Incluso reconozco y peno en mis entrañas la mediocridad nacida del intento de aprendizaje ante tanta magnificencia. Por ello, es muy sencillo hacerme caer en la trampa de la ratonera que exponga el trozo de queso ocultando la mordaza a la que me veré abocado y de la que seré reo. Daré por válida la torpeza que me viste y ni siquiera la intención del regreso a aquella época podré exhibirla como defensa. Séame impuesta la condena, y saldré purgado hacia futuras decisiones. Como mucho, y a modo de alegato final, déjeseme cerrar este autojuicio con mis sencillas observaciones por si la caridad acude al verdugo y alivia mi penitencia. Diré que el patio de butacas empezó a poblarse de vetustos seres que me dieron qué pensar. Señoras venidas con sus mejores galas incluían el infinito parloteo que en nada tenía que ver con lo que se suponía argumento de la obra. Diré que la gran cruz de la Orden de Santiago colgaba del telón a modo de advertencia de lo que estaba a punto de suceder. Diré que tras unos minutos de introducción en la historia, el señor Borrajo, supuesto enfermo de un sanatorio de artistas al que había sido dirigido por creerse Quevedo, comenzó su función. Uno, al menos yo, esperaba que adoptase el papel de don Francisco y a modo de actor diese vida al insigne haciendo valer su capacidad crítica, su sarcasmo, su puya inmisericorde hacia los intocables. Pero no. Fue justo al revés. Fue Quevedo el que dejó paso a don Moncho para que volviese a monologar. Y ahí es donde empezó la decepción. Mezclar vocablos soeces, insultos gratuitos, programas de televisión de sobremesas, familia real, caudillos difuntos, políticos presentes, mangantes de guantes blancos y negros, con constantes alusiones a su homosexualidad y a la de otros, sencillamente, sobraba. Efectivamente sobraba alguien. O Quevedo, o Moncho Borrajo o yo. Oír las carcajadas de los moños cardados basadas en bromas sobre alcaldesas, falleras, más homosexualidades, más televisivos personajes, empezaba a dejar un regusto francamente lamentable. Como lamentable resultó ser el intento por  buscar compasiones hacia temas mucho más serios como el cáncer o las dificultades actuales en la educación de los hijos. Para acabar en un monólogo como éste no era necesario vestirse de quien no eres. Rancio, resultaba ese bamboleo entre el humor demodé y la lástima. ¿Dónde estaba Quevedo? ¿Quizás las bambalinas no se percataron de su valía? ¿Nadie les anticipó la magnificencia de su obra que perdura en los tiempos? ¡Qué pena! Lo cierto y verdad, al menos para mí, fue el hecho de comprobar cómo la misma desilusión que abrió los tinteros a don Francisco en aquella época, vino a la fila siete desde la que no pude disfrutar de la ilusión generada y no cumplida. Vayan si quieren ver al cómico en su esplendor. Quédense si piensan ver al genio renacido, porque sigue componiendo sátiras desde su tumba y no creo que quiera participar de semejante farsa.           

sábado, 6 de diciembre de 2014


      Es tan breve el amor y es tan largo el olvido

Amanecía y los primeros rayos del frío se colaban por los visillos de sus párpados sin pedir permiso. Las  idas y venidas del duermevela la habían llevado de la inquietud a la sonrisa en el vaivén constante que la inconsciencia promulga en los dominios oníricos. No dejaba traslucir más allá del muro de la cortesía a sus emociones que acababan dormitando en los versos prestados a pie de cabecera. Sabía de las mieles del amor y de las hieles del desengaño y los ayeres se le presentaban más a menudo de lo deseado para recordarle la fugacidad del tiempo. Tiempo que hoy añadía uno más y que contaría con la compañía de quienes la acompañaron desde aquellos uniformes cardados con coletas hace tanto. Sabía que las cercanas fingían envidias ante su libertad elegida mientras reprendían sin convencimiento a los gritos infantiles que próximos a ellas se hacían hueco. Había establecido el ritual y este día sería ella quien soplaría las velas a las que la coquetería negó cifras. Planes inmediatos que para unas no iban más allá de la cotidianeidad y que para ella surcarían pasajes para disfrutar de otros lares durante las jornadas que ya llegaban. El aroma de los cafés y el tintineo de las cucharitas actuaban a modo de ujieres de ese palacio que lucía el letrero de la soledad sobre la bambalina del decorado amigable. De modo que los envoltorios pidieron paso y en riguroso anárquico turno se fueron desnudando. Cada uno firmaba por sí mismo la huella de la remitente y todo se fundía entre abrazos y besos sinceros. Y entonces, como sin querer, el último pasó a ser el protagonista. Allí, tras unas tapas dormían los versos que tantas veces le recitase a la cercanía aquel a quien no había logrado olvidar. Recitó para sí sin leer lo que en tantas veces le hiciese suyo y la humedad regresó a su rostro. No fue capaz de negar el atrevimiento de uno de los infantes cuando inducido por su progenitora se dispuso a leer para la homenajeada. Una buscaba su galardón en la voz de la crianza y otra abría la llaga que creyó cerrada. La vieron emocionarse y dieron por válida su mentira al manifestar como la ternura hacia el versador  había provocado aquellas lágrimas. Sintió la necesidad de recomponer su aspecto y mirando al espejo, regresó a aquel rostro y gritó para sí “fue tan grande mi amor como triste es tu olvido”.  

jueves, 4 de diciembre de 2014


     El daño

Ese  puñal arrojadizo que se nos escapa de las manos queriendo o sin querer y acaba buscando la diana tantas veces inmerecida. Esa daga que se afana en salir a la luz para seccionar el vínculo que tenue se mostraba, indefenso, frágil, caduco. Esa saeta que por premura o falta de reflexión surca el cielo para clavarse en quien menos la esperaba. Así, así es el daño que de modo consciente o inconsciente suele tacharnos los comportamientos en más de una ocasión y que se tatúa en nuestra piel a modo de recordatorio perpetuo. Y las mil maneras de manifestarse varían entre la inmadurez, el miedo, la insensatez. Una palabra dicha a destiempo, un desaire inapropiado, una broma absurda, desencadenan el torrente de desilusiones que acabarán  arrastrándote por los cauces de la imposibilidad de la vuelta atrás. Sólo los egoístas carecerán de tal penitencia porque se habrán amoldado el mundo a su antojo y permanecerán inmunes al dolor ajeno. Poco importará si las arrugas del alma que provoquen les reclaman arrepentimiento  porque ellos no saben del mismo y no lo adoptarán. Lucharán con todas sus fuerzas para imponerse en todos los ámbitos en los que su mirada se deposite y no pararán por más que los cascos de sus caballos golpeen febrilmente Les da igual y su conciencia la bruñen con la pátina del engreimiento. Pobres desgraciados que ni siquiera en las peores de las situaciones mostrarán compasión. Siempre tendrán a alguien a quien culpar en su ciega mirada en derredor. A lo peor aducirán arrepentimientos ajenos como salvaguarda de su propio cinismo y así sobrevivirán a las penurias por ellos provocadas. Seres imperdonables a los que se les augurará un final tan abyecto  como fueron ganando a pulso. Porque, eso sí, si dispusieron de la posibilidad de echarlo, jugaron con las reglas para salir triunfadores. Gente que mirará alzando el cuello no para contemplar el cielo sino para someter a los cercanos desde la atalaya de sus ojos. Serán tan aborrecibles que perecerán bajo el reflejo de su propio mal, aunque lo ignoren. Creo que ya les estamos poniendo rostro a más de uno, así que no seguiré. Lo que sí pido al destino es la posibilidad de mostrarme el mío si por una vez, provoco el daño, y hago sufrir. Vivir con esa carga sería tan pesado que no encontraría consuelo jamás, por más intentos de desviar el rostro que intentase.   


     Ángeles alados

No me imagino el grito de “compra guapa” que tanto resuena entre los puestos ambulantes en semejantes desfiles glamurosos.  Al menos  cuando no dejan de bombardearnos con las excelencias de las intimidades que surcarán las pasarelas londinenses sobre cuerpos danones durante los próximos días. Es increíble cómo tal toque de arrebato ha congregado a semejantes musas de la lencería para lucir victorias inalcanzables a las comunes de las mortales y, obviamente, a los más comunes aún de los moribundos. Como marketing, desde luego, superan las expectativas año tras año y el sueño se convierte en pesadilla al reflejarte frente al espejo. Es evidente que Narciso eligió lejos de tu perfil y por lo tanto no tienes más opción que suspirar ante la pena o sonreír ante las barbies. Bellezones que aducen genética y ningún cuidado personal intentan convencernos de la suerte que han tenido al ser agraciadas por los cromosomas. Siempre sacarán a relucir las numerosas horas de descanso, la ingesta continua de agua, la dieta equilibrada y la felicidad vital que el amor proporciona para argumentar semejantes perchas. Y lo harán convencidas de que la credulidad nuestra así las verá. Madres de hijos que gastan una treinta y cuatro o menos, a las que no se les han formado estrías ni cartucheras, han logrado mantenerse con recetas simples como las que exponen. Por eso cargarán con miles de dólares sobre sus semidesnudos cuerpos con la intención de ganar algo de peso y a la vez mucho beneficio. Es la ilusión la que prevalece sobre las retinas de quienes las vemos desfilar y las sueñan por gemelas.¡ Que sigan presentes dichas ilusiones en el circo vital en el que las antónimas acechan más de lo deseado! Ya se encargarán los expendedores de los mercadillos en pregonar sobre su pasarela callejera las virtudes de las corseterías colgantes dos veces por semana. Veríamos a ver qué tal lucían semejantes vestales las fajas tubo que en algunos se muestran o los encajes que rodean a las tiras de ballenas que les dan forma. Entonces  el suflé de la ilusión se hundiría sobre la base del falso caramelo quemado sin posibilidad de recuperación. De cualquier forma, de uno u otro modo, la imitación sigue en pie por muy imposible que resulte la fusión con la realidad, y no la vamos a desterrar. No se tratará de cómo te vean los demás, sino más bien de cómo te sueñas tú. Y aunque sueñe a desengaño, al menos por una vez, sabrá a verdad. Por cierto, ¿sigue vigente el dogma que tilda de asexuales a los ángeles? Si así es, alguien se está equivocando al empecinarse en mantenerlo entre los comunes de los mortales, creo.

miércoles, 3 de diciembre de 2014


      El poeta de la esquina de la barra

Llega  con la extrema puntualidad con la que llegan las ilusiones a adueñarse del solitario que sueña con dejar de serlo. La apertura de la persiana le anticipa un nuevo motivo de alegría a quien tantas ha visto escasear en su vida. Sabe que se le ha negado la posibilidad de cumplir tantas veces sus anhelos que se aferra a la última ola que la bajamar le aporta. Esparce sus papeles por encima del mármol que oficia de pupitre y mientras la contempla renace a la vida. Se sabe enamorado de quien le brinda amistad y compasiva sonrisa. Adula desde la sinceridad con el deseo de saciarse en las migajas que la samaritana le legará cada noche a la espera de su partida. Un juego de naipes marcados por los falsos comodines que el alcohol distribuye entre las complicidades que moran distribuidas por el espacio del desencanto. La sabe inaccesible como toda diosa es mientras otorga  privilegios a los elegidos por ella. De nada creen servir los poemas que disemina en su honor que perezosos salen al encuentro de quien sólo les sonríe. Él, impenitente buscador de dichas, no cejará en su empeño por transmitir la pasión que de los ojos arqueados mal disimula. Saldría en defensa de su amada como caballero lanceado por los celos ante el menor de los atrevimientos descorteses. Y lo hará sabiendo que su única recompensa  vendrá de la irada de aquellos ojos que saben a mar. Cuenta las horas desde la pena de verlas pasar por saberlas secuestradoras  de sus instantes felices. Ha multiplicado por cero las miles de declaraciones que las madrugadas han pregonado y las ha lanzado a las canteras del llanto para solidificar su muralla indefensa. Será el primero de los últimos en dejarse abatir por las frías noches que del sur le lleguen. Ha asumido su papel desde el margen que emborrona con los dibujos del ángel custodio que le niega purgatorios. Y mientras la hora del adiós se aproxima, vuelve a tararear el estribillo que tan suyo ha hecho en el que se repite a trío un “son ilusiones, ¡qué más me da!”   Si bajáis a su morada, sed prudentes. Lo encontraréis como siempre apoyado en el sueño imposible, trazando el guión de una nueva historia con la que conjugar una vida que siempre quiso y nunca tuvo. No le tengáis compasión. Ha sabido del sabor del amor y en él sigue todas las noches de todos los fines que saben a principio.   

lunes, 1 de diciembre de 2014


      El callejón de  San Nicolás

La semana comienza para ella con la devoción que se cuadra en  la Calle de Caballeros en pos del deseo a pedir por parte de las desesperaciones, de las promesas, de las ilusiones. Desprovistas de nada que no sea la fe, las imágenes vivas de la creencia acudirán a solicitar la intercesión del santo en aras a la consecución de sus sueños y  alumnos en vísperas de exámenes, dolientes en busca de sanación, rehabilitados en busca de la rapidez que no llega, ignorarán su presencia. Y allí, en la fila sangrante que la escasez ordena estará ella como todos los lunes. Nadie diría que la necesidad vivió pegada a su piel y nadie negaría a la limpia mirada la correspondiente sonrisa que le llega por remite. Acuna su torso sobre la pared diestra que el callejón ofrece dejando atrás a los adoquines que otrora pisaran noblezas refugiándose tras la máscara descarnada de la caridad. Verá  pasar las ignorantes sombras que la niegan mientras un vaso de cartón asume el papel de buzón olvidado. Asombra el contemplar la viveza de su azules cuando se cruzan con los tuyos sin parpadear. No, no esparce quejidos lastimeros porque la gratitud no necesita de otros acicates que no sean la justicia que le es negada. No quise ni querré hurgar en los motivos que no merezco conocer y  catapultaron a tal isla solitaria. Poco importará que su manga mengüe ante el hecho consumado de borrar los callos formados por agujas de sueños imposibles que quedaron en el desván del despertar. Allí, esperando a un metro del atrio santificado, permanecerá mientras las huellas venidas a buscar mejores remedios sigan ignorando mayores penurias que las suyas. Su coquetería le hará seguir trenzando sus nieves atadas a la goma olvidada por otras sienes que la dieron por perdida. Y desde la conformidad escuchará las pláticas que de las casullas lleguen a las oraciones interrumpidas en los altares enfilados. Poco habrá que le consuele más que dar con su silencio un aplauso al cinismo que proclama lo que a ella se le niega, Verá caer la tarde y con ella mudará su nido a otros lares en los que la caridad le resulte igual de esquiva. Verá recoger el carretón de las jaculatorias de la entrada. Verá refugiarse sobre las aceras a aquellos que buscaron consuelos y consuelos cargan. Seguirá preguntándose sobre los méritos que otorgaron santidades y cuando alguien  intente exponerlos a modo y manera de cobro por su limosna, fingirá prestarles atención, fingirá su dolor, fingirá ser inmune.

domingo, 30 de noviembre de 2014


      El pecado de sentir

Sí, creo que es realmente así como se considera, el sentimiento.  Desde cualquier punto cardinal que se sienta fiscal del mismo, le llegarán todo tipo de alegatos en contra con los que se argumentarán razones encaminadas a losar con el hormigón de la tristeza  a quien se atreva a erigirse como abanderado del mismo. Y todo se hará desde el convencimiento absurdo que la envidia, la timidez, la cobardía o cualquier otra rémora expenda a la corriente del río corriente que fluye entre tibiezas. Nos hemos empeñado en empañar el brillo de unos ojos, la luminosidad de una mirada, la belleza de una sonrisa, sometiéndonos a la norma. Y nada debe ser más anormal que el cumplimiento de esa norma que penaliza a las emociones, que castra a las ilusiones, que entierra a las esperanzas.  Vivimos rodeados de seres negros que en un esfuerzo supremo se disfrazan de grises para disimular su propia penuria y ellos mismos son los que deberían ser capaces de teñirse su propia piel con los colores del optimismo. Nada se reprocha al abuso explotador de quien recoge beneficios a costa ajena en esta sociedad carroñera con sus hijos. Poco se reclama a la justicia cuando se ve a todas luces su falta de equilibrio por más que las legislaciones quieran extender la cruz sobre la que dar crédito. Y en cambio, contra el sentir el ensañamiento aparece como convidado de piedra al que nunca se espera. Decid si no cómo se catalogaría a quien fuese capaz de regalar una abrazo, un beso, una palabra amable al primer desconocido con el que se cruzase. Como mínimo se le tildaría de imbécil, o loco o demente. Quizás obtuviese la recompensa de una sonrisa que pocas veces sería sincera. Sonaría a precaución tal hecho y quien la lanzase le pondría el sello de la lástima a tal misiva sin remite. He visto al pudor vestirse de adulto cuando el imberbe rechazaba un beso de su progenitor por el qué dirán. He visto mordazas a la espontaneidad por el recato que nadie dictó pero todos asumieron. He visto, y por desgracia seguimos viendo, cómo los párpados se visten de bolsas en las que lágrimas no derramadas han solidificado al llanto.  Por eso, y por alguna razón más que se me escapa, pienso seguir pecando si el sentimiento llama a mi puerta. Puede que la penitencia no sea merecedora del trono al que la hemos encumbrado como soberana madrastra del más infame de los cuentos que siempre acaban mal.


    Los roquetes

Llegó el relevo con don Emilio y con él llegaron las nuevas propuestas de monaguillos. Quiero pensar que las devociones de nuestras madres fueron las impulsoras de tales vocaciones y que de nosotros sólo nació el deseo de figurar en las obras teatrales que las festividades religiosas sacaban a la luz. De modo que nos prestamos a ser maniquíes sobre  los que tomar medidas para que los fieltros rojos y algodones blancos expandiesen santidades en tan angelicales criaturas. Estrenamos los impolutos roquetes y fueron a descansar a la percha personalizada de la sacristía al acabar la misa mayor de las doce que todos los domingos congregaba a las almas. Así pues, una semana después de repetir la escena, llegó el momento de darles un bautismo de jabón a semejantes atuendos. Cada cual se lo llevó a su casa, y a los pocos días volvieron a  lucir estampa colgados de nuevo sobre la pared este del santo lugar. Llegó el siguiente domingo y el milagro tomó cuerpo. Todos, sin excepción, habíamos crecido unos veinte centímetros. Los hasta entonces ignorados zapatos pasaban a cobrar protagonismo ante la longitud de las piernas aumentadas. Quizás las oraciones  tenían su recompensa y en el deseo de alcanzar la Gloria empezaban a elevarse nuestras almas dejando atrás a los hábitos rojizos. Nos miramos, y nadie supo descifrar el quinto misterio que a nuestros pies se mostraba. Ni siquiera los más bajitos habíamos menguado en tal crecimiento y dedujimos que la fe justificaría todo lo injustificable. Ni siquiera el hurto de las formas sin consagrar ni los brindis del vino aún no convertido en sangre resultaron ser acciones penalizadas desde allá arriba y puede que una sonrisa socarrona mirase para otro lado. Ahí empezamos a dar paso al raciocinio y dejamos a un lado la credulidad ciega que tantas preguntas dejaba sin responder. Bien es cierto que cada vez que pasábamos la hucha cilíndrica que un candado custodiaba hacíamos recuento mental de las aportaciones que  llegarían para la mejora del templo. Y mientras, unos sobre el altar, otros sobre las escaleras y otros sobre la nave, celebrando la inmediata llegada de la hora del aperitivo.  Pasarían unas horas hasta que Alfredo se convirtiese en capitán del equipo, Isidoro en el defensa aguerrido, Juan Ángel en el portero risueño, Toni en el lanzador de faltas, José Emilio en el rápido extremo, Artemio en el anárquico todo terreno, Ignacio en el elegante mediocampista…. La tarde de domingo se ofrecía y no era cuestión de dejarla pasar. Hacía horas que los hábitos reposaban en los lavaderos esperando su turno para ser de nuevo indultados de sus pecados. Ellos dejaron de encoger y nosotros de creer sin entender.   

sábado, 29 de noviembre de 2014


      Inma

Trazar el boceto de quien has visto crecer y ahora comparte tus horas laborales  suele ser un ejercicio arriesgado. Pero en la asunción del riesgo a equivocarme, a sonar a falso, a saber a desmedido prefiero desequilibrarme antes que permanecer callado. Así que esparciré los tubos cromáticos sobre la paleta inmaculada y que los pinceles del cariño dispongan a su antojo la concepción de tal lienzo. Pero por si acaso ya anticipo que no pienso ni quiero ser imparcial porque la imparcialidad no debe tener un hueco en la manifestación de los sentimientos. Y cuando el rubor camuflado acuda a su rostro con su sonrisa esparcirá aquiescencias como agradecimientos tímidos que la corrección impulsa. No, no lograrás, por más que te empeñes en derrocar a las columnas de sus convicciones sobre las que su templo se erige. Sabrás enseguida que el centauro arquero que la guía cabalga sobre la firmeza y el friso de su mirada hablará por ella. Verás como la compasión hacia el débil surge desde la fumarola que su interior tiene presta para el auxilio. Y por más que manifieste quejas, notarás que las lanza a modo de boomerang para que regresen a ella y darles solución. Ha nacido para asumir un papel que a veces ha sentido como armadura pesada y ella lo ha moldeado a su voluntad. Porque si de algo va sobrada es de tesón. Quienes han tenido la posibilidad de ponerla a prueba lo han comprobado. Ha sufrido por otros como si fueran ella misma sin derramar una lágrima de queja que derruyese sus almenas. Exige sin imponer tanto como ella está dispuesta a demostrar convirtiéndose en la contramaestre del bajel que ha de surcar los mares de la ignorancia hasta llegar al puerto de la verdad. Y siempre vigilando la línea del horizonte sobre la que trazar cartas de navegación hacia los sueños posibles. De haber nacido en otra época, seguro que habría optado por la Ilustración sobre la que aparecería como heroína de las fábulas que culminan las moralejas. Nació para las tizas y ellas se lo agradecen cada vez que se arrodilla a modo de penitente sobre el altar de madera en el que oficia de sacerdotisa. Sabed, en fin, que si alguna vez necesitáis de ella, por peregrina que sea la causa, saldrá en vuestro auxilio. Nació para querer y su cariño sale por sus poros, por más que su timidez se empeñe en ocultarlo. Concluyo, un último trazo, y ya. Sé, porque la conozco, que me pensará excesivo. Me da igual. El  lienzo nació y la concepción de su imagen así la he sentido.

 

jueves, 27 de noviembre de 2014


      La pasión

Aquella tarde en la que sus pasos detuvo sobre la acera esperando el color verde  supondría un vuelco radical en su  vida y sin ser consciente de lo que se avecinaba esperaba a los parpadeos del semáforo. Vio pasar a su lado a las prisas y le sonaron tan próximas que les negó el saludo. Giró la vista y tras las lunas aparecía el título como en segundo plano custodiado por los tomos que competían desde los mostradores. La Pasión, así rezaba el título. Movida por la curiosidad y quién sabe si por la memoria, entró y lo asió desde la caricia. En ese instante, y sin pararse a leer la contraportada creyó que debería dejar a sus  dedos que cabalgasen a su antojo tras semejante título y así privarse de la cordura que tan  castrante  se manifestaba sin ser llamada. Nada había más sugerente que la vorágine a la que se encomienda quien ha sido raptada por el deseo y no conoce otro mecanismo para sobrevivir que dejarse arrastrar por él. Daba  igual si el pecado sería el precio a pagar y la condena a los infiernos impondría su penitencia. Los raciocinios intentaban expandir vallas por los campos abiertos del compartir entre quienes son capaces  de saberse  dispuestos a la entrega sin dilación. Y ella era una de ellas. Era consciente de cómo el viento custodiaba sus cabellos para mecerlos en el huracán de sus deseos. Nadie conocía mejor que ella los efectos del desencanto que diseñaban una diana para los dardos del vacío compartido. Supuso que la autora de la obra que aún no había abierto quizás imaginó en carnes ajenas lo que se sufría o se gozaba, se admitía o se deseaba, se mendigaba o se obtenía. Quiso pensar que el guión le pertenecía y que salía a la luz del otoño el fruto de tanta abnegación. De nada sirvieron las razones a quien de las razones no se alimentaba. El brioso corcel en el que soñaba cruzar deseos había renunciado a las bridas que refrenasen su cabalgar. Abrió temerosa las tapas y allí se vio reflejada. Aquel rostro cuya autoría semejaba a sí misma, pareció hablarle desde la luminosidad de sus ojos. Creyó leer entre los labios entreabiertos la consigna que lanzaba un “adelante, vive” y no hizo falta nada más. Volvió a cerrarlo y se negó el envoltorio. Sabía que su propio destino estaba escrito tras aquellas letras. Traspasó el umbral y al llegar de nuevo a las rayas  un nuevo parpadeo se le ofrecía. Esta vez sabía que el paso a dar no tendría retorno.        


      Un santo varón

“Comprendiendo mis padres que yo era, desde niño un arcángel tutelar, quisieron que estudiase la carrera, y fuera sacerdote, no seglar….” Así comienza la canción cuyo título encabeza estas líneas. Al hilo de la actualidad junto a los innumerables casos  de corrupciones miles, están aflorando las libidinosas prácticas de unos clérigos lascivos. Unos servidores de la fe que entendieron que el mejor método para saltarse el celibato era el puesto por ellos en marcha. Unos tunantes de sotanas negras que han teñido el alzacuellos con los óleos de la sinvergonzonería del abuso basado en su propio credo. Quizás si el tan traído y llevado voto de castidad se regulase esto no habría pasado. Puede que si a los considerados carnales pecados se les eximiesen de tanta culpa, el hombre que se antepone al cura habría tenido la posibilidad de ejercer como segundo siendo el primero su cargo libre de carga. Y ahí es cuando la letra de la canción que da título a este texto vuelve a ponerse de moda. Además de recomendar su audición os anticiparé cómo un joven al que sueñan sacerdote se anticipa y decide ser seglar, tras no pocas luchas internas entre el deseo propio y el deseo ajeno por verlo en los altares oficiando sacramentos. La chanza, la carcajada, está asegurada. Pero lejos de las notas musicales que pudieran amenizar noches en garitos varios, la verdadera cuestión sigue sin resolverse. No se trata de magnificar con argumentos  fílmicos el morbo que llevaría al paso previo por la taquilla. Se trata sencillamente de considerar lo absurdo del planteamiento que olvida la condición de hombre que cualquier sacerdote lleva desde que nace. La extensa lista de primas y tías que ejercieron de amas de compañía y cuidado de los mismos, daría fe de lo que la fe escondía. Tan injusto resultaría incluir a todo el clero en este rebaño como negar la evidencia para preservar a la recua de pastores en conjunto. Lo que a todas luces resulta inadmisible es el aprovechamiento de la superioridad moral para saciar tus apetencias con indefensos bajo tu tutela. Quiero pensar que algún día llegará en el que la norma normalice lo anormal. Posiblemente en algún Concilio venidero se regule las querencias de los servidores divinos y no por ello dejarán de ejercer su misión. Muchos hemos visto como llegaron reformas anteriores y el mundo no se vino abajo. El practicar o no, ya cada uno lo decidiremos. Pero poner paños calientes a la injusticia además de restar credibilidad a los postulados genera rechazo firme. Por cierto, el estribillo de la canción mencionada dice  “huir de mundanos, livianos placeres, ¡yo quiero ser padre, pero sin mujeres!”  Pues eso.

martes, 25 de noviembre de 2014


     Empañado

Último día de la semana que se aventuró agitada y que hoy concluiría. Ya había perdido la cuenta de los kilómetros que en su afán de exponer lo vendible llevaba acumulados y faltaban horas para el regreso tan poco deseado. Era la rutina quien se había instalado en los hombros de quien tiempo atrás se juramentase para no permitirle tal solapamiento. No, no había una causa culpable, sino más bien una falta de motivos a los que atribuir la sonrisa que ayer le acompañase y hoy le huía. Ralentizaba sus pasos para no aproximar el regreso a la nada en la que subsistía y ni siquiera se tenía lástima. Puede que el sonido de la alarma le despertase a la realidad a la par que la ducha ejercía de lluvia ante esa piel ajada por el desencanto. Se dejó acariciar por el agua y por un momento el hueco de las obligaciones lo ocuparon las ensoñaciones en quien se sabía dueño de su propia quimera. No renunció a nada pero por nada luchó. Y en ese trapecio se balanceaba sobre la pista del circo en la que él ejercía de payaso triste. Pasaron unos minutos y cuando el agua decidió terminar con sus caricias, se cubrió con el albornoz y se dispuso a seguir con el rito habitual. Y entonces la vio. Vio amaneciendo desde la bruma que empañó al espejo la declaración escueta que no quiso ser borrada por el paño de la precursora mano. Se notaba femenina la firma no  escrita pero sí descubierta tras aquellos restos de carmín semiborrados. Allí, escupiéndole a su rostro, el amor regresaba desde otros seres que fueron capaces  de expandirlo por las paredes provisionales de aquella habitación. Se sintió culpable por no ser capaz de continuar dándole relevancia a la que fuese testigo de la dicha de quienes se quisieron. Sintió envidia y meció a la tristeza entre los escalofríos de la tibieza obligada. Soñó ser el destinatario en el mismo momento en el que el nudo de la corbata se camuflaba debajo de su cuello apretándole menos que de costumbre. En un acto de misericordia añadió la inicial de su nombre sin atreverse a tocar el cristal. Una vez más, el engaño hacia sí mismo abrió un nuevo día. Una vez más, la comedia se alzaba y el guion de la obra carecía de sentido.         

 

lunes, 24 de noviembre de 2014


      El meu xic

Supongo que por no tenerlo acabé por adoptarlo como hermano menor. Es el típico representante de la paciencia quien detrás de su mirada esmeralda la transmite   a quienes tenemos la fortuna de compartirle horas. Horas en las que las risas aplauden nuestro trayecto diario en el que el sueño intenta hacerse un hueco y casi nunca lo consigue. De él puedes esperar cualquier cosa menos que se convierta en el Vellido Dolfos que aseste puñaladas para conseguir beneficios. Es lo que se conoce como buena gente y que para otras que no lo son pasaría como representante supremo de la inocencia. Este murciélago cuatribarrado sobre el paño gualda corona las pasiones del fin de semana con la utopía de la esperanza que sabe improbable mientras en anfiteatro sueña con ser Olimpo de dioses terrenales. Pulcro hasta la extenuación, redimirá meteduras de patas de quienes por más tiempo que practiquemos seguiremos errando para buscar en él la solución. Ni siquiera hará honor a su nombre sacudiéndose las sandalias al abandonar el territorio que tanto le debe. Generoso, pasará página y se encomendará al destino para que el destino juzgue y adjudique sentencias. Este descendiente directo de Giacomo Casanova  es capaz de cabalgar a lomos del aluminio como si el caballero andante que le viste necesitase de una nueva aventura por la que encaminar sus pasos. No, no será una ecuación irresoluble la que nazca de su interior, porque sabe que los planteamientos absurdos jamás obtendrán la respuesta válida. Todo teorema que los clásicos expandieron le llegará para que demuestre la racionalidad del crédito. Y a la par, el aguijón del escorpión que tímidamente esconde sobre el apéndice de su cola, amenazará sin dar por más deseos que le acudan. Sabe que la cicuta que de allí saliese causaría más daño que el merecido y no se lo perdonaría. Es, como ya habéis visto, un gran ser del que me siento orgulloso, del que soy compadre y del que siempre, os lo aseguro, os podréis fiar. Sé que sonreirá al leer estas letras y simulará vergüenza ante tal desnudez. Pero sabed que el marco que merece debe de estar a la altura de la visión que la amistad  ha dictado. Él ya se encargará de tomar medidas sobre la pared en la que habrá de taladrar el orificio para que la escarpia  equilibre sus excesos.

domingo, 23 de noviembre de 2014

  Amor de madre

Era el tatuaje que lucía en el antebrazo izquierdo Rafael. Sus ojos achinados ejercían de luminarias escuetas en las noches en las que el verde nos cubría de patriotismos obligados. Menguaba estatura y en los lacios de su cabeza se adivinaban años de penurias que suelen amortiguarse bajo los muelles del perdedor. Sus vivencias en los extrarradios habían estado marcadas por los constantes paseos sobre el filo del cuchillo que en alguna ocasión le precipitó al lado oscuro del perdedor. La noche era todo lo plácida que suele ser excepcional en el febrero transitorio hacia la primavera. Y allí, bajo las negras cartucheras intimidatorias a no se sabe quién, unos oídos se prestaron a ser dianas de unas voz tantas veces callada. Poco nos importó si la vigilia debía tener como fin el sueño seguro de los galones  de los pabellones. Allí, en mitad de la nada, el todo existía. Hablamos de lo divino y de lo humano, hasta que las necesidades de rebelarse revelaron su interior. Dijo ser padre de una criatura a la que le soñaba un futuro mejor  que el suyo desde la certeza que el imposible asigna al nacido en según qué cunas. Los castillos en el aire se sucedieron a modo de vía láctea de constelaciones ilusas. Habló, escuché, fumamos. Ni siquiera los relevos nos remitieron al sueño ni a mí ni a quien tantas veces se supo ignorado y no merecía la injusticia de la repetición de la sordera. Pasaron las horas y cuando el amanecer quiso hacerse un hueco, el trasiego de risas y llantos contenidos vinieron a poner punto y final a la noche. Antes de despojarnos de las pólvoras la pregunta le llegó desde mi involuntaria  impertinencia. No supo responder por no saberlo. En la inclusa no quisieron o no supieron facilitarle el nombre y durante veinte años tuvo que imaginársela buscando sobre su piel un rostro inexistente. Enrojecí avergonzado y las tenues sombras del amanecer simularon el indecoro. Hoy me he cruzado con un grupo de jóvenes cuyas pieles han servido como cuadernos caligráficos sobre los que expandir modas. El pasado ha vuelto a traerme a la memoria a aquel hijo del agobio e infortunio. He vuelto a escuchar en su honor aquella canción trianera que decía saber de un lugar y que tanto tarareaba en sus ratos desocupados. Quién sabe si en ese lugar una madre descubre la dedicatoria de un antebrazo izquierdo que le va dirigida.     


 A vivir que son dos días

Su propio eslogan invita al optimismo que tanta falta nos hace en estos tiempos de crisis que nos toca sufrir. Javier del Pino y unos magníficos colaboradores mantienen una velocidad de crucero equidistante entre el aprendizaje, el ocio, las novedades, la buena música y la risa. Sí, la risa inteligente que no necesita de voces en of  para resultar creíble. Y para muestra un botón.  Esta mañana, acompañando al cielo gris y al recuerdo gris, le tocó el turno de intervención a Ramón Lobo. Un señor que en la brevedad de sus textos enseña más que muchos en la extensión de sus tomos. Hoy, Ramón Lobo, se decantó por el titulado “La Iglesia y el sexo”. Y  se ha encaminado a rememorar la historia que desde mi torpeza intentaré refrescar. Resulta, según Ramón,  que un sacerdote hace años cayó enfermo y fue hospitalizado. Debido a las coincidencias del destino, en sus días de convalecencia, un recién nacido en el mismo hospital, vaya usted a saber por qué, pasó a ser huérfano. De modo que las monjitas caritativas, cogieron al neonato y lo depositaron al lado del cura mientras dormía. Quizá la anestesia mal eliminada o la creencia ciega en los milagros provocasen que al despertar, éste, asombrado, creyera  que el cielo se lo enviaba, y lo adoptó. Pasaron los años, y un día en el que sintió la necesidad de confesarle la verdad sobre su origen, se sentó frente a él y a punto estaba de confesarse cuando el adoptado hijo le interrumpió diciéndole, que ya suponía desde hace tiempo que él no era su padre. El sacerdote en cuestión, con lágrimas en los ojos, así lo reconoció a la vez que se quitaba un peso de encima diciéndole que efectivamente, él, era su madre, y el verdadero padre gobernaba sobre una diócesis desde hacía años.

Sin más comentarios que escuchar, he tenido que pausar el desayuno a riesgo de atragantarme ante semejante muestra de ironía dominical. Acabo de comprobar cómo el cielo ha recobrado su luminosidad y me dispongo a dar las gracias a las ondas que son capaces de despertarnos con uno de esos días que la vida nos regala. Del otro ya se encargan los cuervos y desde luego resulta menos atractivo.  

 

jueves, 20 de noviembre de 2014


  Hipster

En base a la modernidad, el término ha salido a la luz y las barbas pueblan rostros por doquier. Es evidente que la vida misma  centrifuga modas para ponerlas en vigor cada cierto tiempo y en esa revuelta de armario les ha tocado el turno. Atrás han quedado las caras rasuradas  y se baten en retirada las imágenes aniñadas de ayer mismo. Bueno, una moda más, que ya se tuvo allá por los años setenta. Faltan las chaquetas de pana, las bufandas kilométricas, los pantalones acampanados y las proclamas izquierdistas que tantos debates enarbolaron. Ah, y los cines de arte y ensayo a los que como todo moderno de la época había que asistir para contemplar cualquier rollo absurdo de planteamientos, eterno de duración, escaso de atractivo, pero eso sí, cargado de críticas a las que había que rendir pleitesía. Vamos, otro aborregamiento más que añadir a la lista de concesiones en aras a no ser considerado ajeno a la contracultura. Daba igual si tus apetencias iban dirigidas a la comedia italiana con estereotipos claros dirigidos por hábiles genios. En algún caso, de la cuna del cine se aceptaba alguna que no podía ser catalogada de penosa, cuando posiblemente era una obra de arte. La barba y el hábito requerían fidelidad a los postulados contraculturales de la gilipollez. Recuerdo un cine fórum en una hamburguesería al que asistimos en la Isla Perdida de Camino Vera. Si la hamburguesa era un horror, la pantalla era escasa de dimensiones  y el film incalificable. Allá que las luces se encendieron, unas silenciosas miradas recorrieron el garito buscando al valiente que abriese el turno. Evidentemente, los barbudos que allí estábamos buscamos argumentos sobre los que aplaudir semejante bodrio. Allá que llevábamos cinco intervenciones no demasiado convincentes, de la esquina de la barra, una voz se hizo un hueco. Al grito de petición de una cerveza le añadió el epitafio que nos dejó mudos. Calificó de coñazo absoluto a  aquel film sacado de alguna filmoteca reverenciada. Y mesándose las barbas que peinaban canas, bebió despacio, y salió del lugar.  Resultó ser un habitual del barrio que como buen lobo de mar estaba acostumbrado a sortear olas menos peligrosas que la estupidez. Nadie fue capaz de replicarle, porque todas las demás eran postizas y la suya sabía a verdad. De ahí que ahora que la pereza ha vuelto a mi rostro, cada vez que me miro al espejo, pido a la cordura un mínimo de sensatez para no recaer en aquellos postulados que las trencas abrigaron. Lo de ser o no catalogado de hipster, sencillamente, me da igual.


       20 de Noviembre

 

Desde luego hay fechas en las que el calendario se empeña en vestirse de luto. Y esta de hoy parece ser una de ellas. Hace ya bastantes años, aquellos alevines que fuimos, trenzábamos coronas a la memoria de un falangista fusilado en una cárcel alicantina por “las hordas infames que blandían hoces y martillos” para acabar con nuestra estirpe. He de reconocer que, compungidos, llegamos a llorar dicha muerte a los sones del himno que nos dirigía las miradas al Sol. Criaturas inocentes que soñábamos ser de mayores  réplicas de los mayores que así nos lo inculcaban desde el movimiento inmóvil del yugo con flechas. Pasaron los años, y el inmortal decidió morirse. Y mire usted por donde, elige la misma fecha. Casualidad de casualidades que el lloriqueo televisivo lazó  un nudo en la garganta a quien anticipó nudos gordianos imposibles de deshacer. Ni Alejandro Magno tardó menos en deshacer el suyo, por más intentos que lucharon por que siguiese atado y bien atado. De modo que tal fecha, el 20-N siempre se ha sentido teñida de las solemnidades que todo luto conlleva, para mayor desgracia suya. Hasta hoy. Hoy, la vitalidad que se ayuda de un buen bolsillo ha decidido colorearlo. Supongo que a casualidad habrá hecho coincidir el óbito con aquellos anteriores para esparcirles una mano de pintura de colores mientras los faralaes se abren al palmeo. Olé por quien ha sabido vivir como a muchos nos gustaría. Todo pareció resbalarle a quien siempre tuvo un espíritu hippie nacido de del respaldo económico que la herencia le otorgase. Reconozco que me rindo a los efluvios del brandy que lleva por nombre su excelso título. Sea Grande de España de nuevo quien es capaz de destilar semejante maravilla. Ahora bien, aquí mi duda aparece en el tablao de la fanfarria para preguntarme a mí mismo si semejante icono de modernidad será capaz de conseguir, que aquellos adustos que la precedieron en tal fecha se animen a bailar las sevillanas que  les propondrá. Me imagino que necesitará unas buenas dosis de rebujitos esparcidos por las mesas coloridas mientras los rasgueos compiten con las palmas de las almas, hasta hoy, en pena. Veo expandirse los farolillos para dar luz a quienes siempre se empeñaron en vivir entre tinieblas. Veo a los claveles reventones invadiendo chaquetas cuarteleras a modo de insignias. Veo las calesas repletas de admiradores que le rendirán la penúltima pleitesía mientras en la maestranza del más allá suenan clarines y trompetas. Dejo de ver, porque tanto arrikitrán me está cegando la sesera. Sólo me cabe un consuelo. Es de de saber cómo a partir de hoy, a los niños del Benelux ya no podrán atemorizarlos  más con la llegada del duque. Sabrán que su sucesora pasó de meter miedo porque  ni siquiera  a la muerte, se lo tuvo.

 


 

       El beso

 

Más allá de los postulados de la copla que limitan su entrega al auténtico amor; más allá de los cortes censores de aquellas películas que acabaron en las trastiendas de los cinemas  paradisos; más allá de las fotografías robadas a los bulevares parisinos; más allá de todo esto, ahora resulta que se ha convertido en un transmisor de bacterias según sesudos estudios de sesudos estudiosos que en sesudos laboratorios han teorizado al respecto. Y digo yo que podrían haber dedicado su tiempo a explicar los beneficios que aporta cuando es compartido. Da lo mismo si lo dirige el amor, la pasión, el celo. Da igual si lo sabemos efímero o perpetuo. Lo significativo en sí del beso estará en el instante que se convierte en eterno cuando  depositamos en lo común lo que hasta entonces dormitaba solitario. Puede que en ese mismo instante los microorganismos empiecen a entender la verdadera labor que la ciencia les otorga. Quizás descubran que ningún antibiótico mejor habrá que aquel nacido de la necesidad de compartir verbos paridos por el deseo al tálamo de los labios cuando el dosel de la boca  se decora de verdades. El eco de los “te quieros”  abrirán la partitura con la que los sonidos cubrirán cúpulas de firmamentos. Serán preludios o  epitafios según dispongan  los caprichosos disparos de las saetas de Cupido. Nacen para perecer enfrente y el castillo de artificios que conjugan en las noches no puede negar su certidumbre. Quitan alientos para que la sed desaparezca cuando atravesamos el desierto de la soledad. Y en ellos el oasis reverdece proyectando las sombras que de las palmeras de abrazos emergen. Piel a piel, ninguna arena movediza será capaz de sepultarlo en los sarcófagos funerarios que engullen los desamores. Si estos hubieran de venir, llegarán con la advertencia de que quienes besaron son capaces de amar como sólo la verdad dispone. Ni siquiera la venganza de la estatua becqueriana podrá cobrarse el precio de envenenar al néctar que la corola dispone. Y así ha sido, así será y así debe de ser. Ya pueden empeñarse las probetas del laboratorio en proclamar las penitencias a cumplir por los besantes, que nada será capaz de evitar que florezcan, ni evitar que se pidan, ni evitar ser robados, como sólo son robados los preciados tesoros que guardan dentro de sí quienes los enterraron a medias para que fuesen descubiertos cuando ya se daban por y perdidos. Por tanto dejo las teorías en los atriles del dogma y, con o sin vuestro permiso, paso a besaros y que las bacterias del cariño corran a su antojo como sólo lo hacen los antojos deseados.

 

martes, 18 de noviembre de 2014


       Corazón solitario

 

Doy fe de que estas peregrinas letras teñirán de púrpura tu rostro cuando descubras que te son dedicadas. Siempre has esquivado el reflejo enmarcado para que el halo de tristeza no te delatase como el vulnerable que eres y mejor conoces. Esa túnica que ha ido ocultando tus cicatrices se ha convertido en la peor de las celdas en las que el desencanto suele habitar cuando las soledades ofrecen su compañía. Y a ellas te has encomendado buscando esa tabla de salvación que apenas flota cuando las fuerzas flaquean ante las contracorrientes a las que te ves sometido. Han cuidado de ti desde la atalaya en la que suelen exhibirse las razones sin entender que tus auténticas razones las repudian. Tú, siempre tú, te has dejado guiar por los timoneles de la pasión a la que tan a menudo has tenido que renunciar bajo los auspicios de la incomprensión. Llevas tatuada la marca del galeote condenado a remar contemplando las espaldas de otros desgraciados que se suman contigo en el rítmico movimiento que la penitencia impone. Sueñas con la irrupción del espolón de proa en el costado de babor de cualquier otro navío que intente cruzarse en tus rutas, y mientras tanto compites con los eólicos deseos que surcan los mares caprichosos. Sabes y callas. Y callando retomas los argumentos para el juicio impune al que te someterás sabiéndote culpable de antemano. Las togas se calzaron puñetas negras con las que redactan absurdas conclusiones que te ignoran por principio y enlutan el epílogo de tu existencia. Nada has pedido más allá del común latir tantas veces negado. Y en los plenilunios a los que el insomnio te guió los reflejos nacidos del manantial de sueños, se ciegan con los tarquines que el tiempo convertirá en falsos barros de alfarero. Se esculpirá tu imagen a la que ni la más insignificante elegía nacida de la caridad  pondrá epitafio. No será necesario que lo haga por ti. Tú ya diste licencia para que así fuera y en la lápida marmórea que empieza a pulirse buscándote el molde de tus letras se cincela con el escoplo más infame que el granito soñase soportar. Nada ha significado para quien tanto ansiaba significar. Supiste desde siempre que tu lugar estaba entre los nimbos que los vientos jalean. Has comprobado que  el anclaje de la maroma atada al muelle lleva tu nombre y finges no saberlo leer, no quererlo entender, no poderlo mecer.

 

lunes, 17 de noviembre de 2014


       La mala gente

 

Nada más titularlo me arrepentí. No, no sería a ellas, a las malas gentes a las que dedicaría mis letras. Entre otros motivos porque quizás supusieran que me las he copiado, que las he hurtado de algún otro lugar o que simplemente son insignificantes. Puede que esta última suposición sea cierta, pero qué le voy a hacer, al menos a mí me satisface  el hecho de plasmarlas. Vaya, no quería darles protagonismo y mira por donde ya empiezo a justificarme ante quienes no lo merecen. Así que mejor dirigiré la mirada a aquellas que llevan consigo el cartel de buena gente. Esas personas que por principio son capaces de extraerte una sonrisa sólo con mirarte a los ojos. Esas que escuchan sin imponer sus criterios para que tus desahogos tengan significado más allá de tu interior. Esas  a las que no les importa perder el tiempo contigo porque en realidad lo ganan.  Esas personas como tú, y como tú y como tú también, que son permeables a los sentimientos hasta el punto de dolerles tus daños y regocijarles tus alegrías. Quienes gozan de tu cercanía porque saben que nada impune de ti les llegará y serán capaces de perdonarse el no haberte sabido comprender si sucediese lo contrario. Puede que más de uno piense en lo absurdo de estas expectativas y catalogue de ilusorias a tales esperanzas. Puede. Sólo necesitará el momento de reflexión mínimo sobre el que valorar la postura maniquea de la bondad. Más de una vez los cuervos catalogarán esa actuación a su modo y manera y reirán ante la inocencia de quien opte por la opuesta. Seguro que buscarán en la mofa de los corifeos los argumentos a su pensar. Dejémosles que así continúen hasta que la vida les demuestre o les devuelva el cambio que se han ganado a pulso. Torvos planteamientos que teñirán de codicias a las alas negras que les impedirán volar. Bastante tienen desconociendo que en la torre londinense de su existencia, alguien se encargó de amputarlas. Vivirán bajo la niebla y su mirada irá baja para salvar las trampas que a su caminar sospechen que se han tendido. Ni siquiera el pensarse pertenecientes al grupo mayoritario les aportará razones. De cualquier modo, si en algún momento, cualquiera de nosotros fuésemos colocados por las opciones de la vida en el platillo erróneo, siempre podremos rectificar. La vida es demasiado breve como para dejar a nuestro paso un rastro de inmundicia que ni la más furiosa lluvia sería capaz de diluir con la tormenta del arrepentimiento. Voy a mirarme al espejo por si acaso.