1. José Mateo Dalmau
Relatos para compartir con aquell@s que se vean reflejad@s.
miércoles, 31 de octubre de 2018
1. Stephen William Hawking
martes, 30 de octubre de 2018
La leyenda de Barney Thomson
Aquellos que no estamos abonados a ninguna
opción televisiva quizás estamos demasiados descolocados y yo diría que
abandonados como espectadores. La actualidad de las series se impone y te quedan
las opciones de subirte al carro o hacerte a un lado. Y si optas por esta, más
allá de los concursos sin gracia, las travesías del Serengueti y los debates de
todo tipo, poco te queda como divertimento. Salvo que el destino se vista de
noche de sábado, se acicale con la lluvia, se calce con las agujetas matutinas
y decida jugar a tu favor. Te sientas,
observas el título de la película, calculas la duración y te dejas llevar.
Distingues a Emma Thompson en un papel de madre absolutamente loca en pos del
divertimento y a un rostro ya visto en The Full Monty llamado Robert Carlyle y
todo empieza a rodar. Las desgracias le persiguen y a su anodina vida suma las
sospechas que dos parejas de policías vierten sobre él al haber desaparecido su
jefe, y posteriormente su segundo, de la peluquería en la que trabaja. Le
comunicaron su despido y nadie lo sabe. A partir de aquí, todo se va
encadenando en una serie intensa de cadáveres que ocupan los arcones
frigoríficos convenientemente troceados. Glasgow con su incesante ambiente gris
y lluvioso se presta a servir de plató a tales dislates y la flema del
protagonista pocas veces se descompone. Del gris de su existencia se va pasando
al rojo sanguinolento que las tajadas de los finados proporcionan. De cuando en
cuando el recuerdo de fecha regresa y las coincidencias entre asesinatos y
ausencias de la madre coinciden. Ella ha demostrado suficientes dotes de
carnicera y las presencias de sus amigas entradas en años le ofrecen
suficientes coartadas. Comedia negra en la que la suerte del protagonista
siempre pende de un hilo que se tensa pero no desfallece. Ha dejado de llover y
te das cuenta de cómo las carcajadas han silenciado a los truenos. Por un
momento recuperas el agradecimiento por las obras bien hechas y aplaudes al
ignorado que decidió poner ante ti dicha comedia. Sabes que son maestros del
humor quienes tantas veces se muestran distantes y aprovechaste
convenientemente la oportunidad de volverlo a comprobar. Por un momento, el
aroma a after shave parece que quiere traspasar la pantalla y el afeitado a
navaja te provoca escalofríos. Ha merecido la pena, sin duda, y si alguna vez
regresas a Glasgow, te acercarás a la peluquería por si aún sigue con el
negocio. Si al entrar observas un arcón al fondo, mejor no lo abras; nunca se
sabe qué nueva sorpresa podría depararte.
lunes, 29 de octubre de 2018
1. Julen Lopetegui
Hace años que dejé de ser el apasionado seguidor del Real Madrid
para seguir siendo el ilusionado seguidor del equipo de mi infancia. Dejé de
intentar comprender a los directivos que mimaban a las quintas y cambiaban
gradas por palcos. Seguí intentando curarme la cicatriz que aquellas derrotas
me dejaban incluso los partidos amistosos para seguir engañándome con la
ilusión de un juego llamado fútbol que cada vez tiene menos de juego. Y así,
asido a la esperanza de recobrar viejos valores, de cuando en cuando, me siento
enfrente de quienes defienden los colores creyendo que lo harán desde el
pundonor y esfuerzo. Pero el tiempo me ha convertido en el crítico contumaz
ante los hechos que desmerecen la historia y en más de una ocasión la
desvergüenza llama a mi puerta. Por eso, y por otros muchos esos, aquella
tentación a la que Lopetegui sucumbió estaba condenada al fracaso. Un
presidente tentando y él aceptando las monedas traidoras que le harían más rico
pero menos creíble. El regusto por el tintineo se superpuso a la palabra
firmada y ahí se empezó a cavar la tumba. La desbandada previa no le fue
suficiente argumento como para quitarse la venda en los ojos que el montante
económico le puso y se dejó arrastrar hacia la supuesta gloria. Nada de hacer
caso a precedentes actuaciones de colegas que vieron la ratonera y rechazaron
el queso. Nada de dejar paso a la reflexión que le anticipaba una etiqueta que
jamás podrá quitarse de encima. Nada de dejar pasar la oportunidad de triunfo
cuando los cantos de sirenas te lo entonan sin partitura. Un fiasco total al
que no querer ver en su total amplitud. El féretro empezó a diseñarse nada más abrirse
el velatorio liguero y la corona dedicada trajo ayer un epitafio cuatribarrado.
No seré yo quien dé lecciones tácticas a quien fue futbolista y vivió de cerca
los avatares del balón. Ni se me ocurriría plantear a quien preside un cambio
de rumbo en la entidad. No, no llego a tanto ni pretendo ser lo que no soy. Pero de lo que no cabe duda es
que aquel Madrid que nos vio crecer y nos
hizo soñar nada tiene que ver con el actual en ninguno de sus aspectos.
Probablemente los presupuestos se sigan diseñan para ilusionar y poco más.
Probablemente, y eso es lo más penoso, un nuevo iluso vuelva a dejarse tentar
por los mismos motivos y llegue para convertirse en un nuevo Lopetegui sin
querer ver dónde se mete. La ambición casi siempre esconde una carta marcada en
la manga y suele aparecer en el tapete verde cuando las del rival son
infinitamente mejores. Al final pierdes la partida y cambias las fichas quizás
arrepentido y sin solución.
viernes, 26 de octubre de 2018
Correr por una causa
Desde siempre me ha
llamado la atención la natural querencia del ser humano a correr. Nada más ser
capaz de mantenerte en pie esa necesidad aparece. Como si quisiera el sistema
locomotor justificar su existencia algo desde dentro se pone en marcha de modo
innato. Pasa el tiempo y unas veces persigues un balón, otras alcanzas a un rival, otras,
sencillamente, las realizas en soledad como si quisieras dedicarte pausa y
reflexión. De la competitividad haces o deshaces un objetivo y tienes claro que
lo importante es correr en pos de una causa. Y ahí precisamente, cuando la
causa aparece, entiendes el porqué de aquellos primeros esprintes. Solidaridad,
se llama. Y si de primero se apellida Leucemia y de segundo Infantil, entonces
ninguna excusa se antepondrá al hecho de participar. Dará igual si hace años
que bajaste el ritmo o dejaste de lado la práctica de la carrera. Dará igual si
las articulaciones te piden un poco de sensatez y cordura para evitarte
lesiones. Dará igual si acabas el último de entre los últimos. Lo importante
será formar parte de ese grupo colegial que se ha embarcado en tan hermosa
iniciativa y la va a llevar a cabo contando contigo. Verás el gradiente de
edades que enfundados en el azul cielo darán la vuelta a la manzana para poner
en valor lo que tantas veces se ignora. Pasarás lista a las orlas de los años precedentes
y cuando tu vista se dirija a aquella en
la que el luto aparece fuera de tiempo pensarás que se merecen esta
reivindicación. Aquellas y aquellos a los que el destino segó prematuramente su
futuro fueron parte de tu ayer y siguen siendo parte de tu hoy. Pasarás por las
calles que les vieron correr y sabrás que la Vida suele ser demasiado cruel
cuando decide poner fin a quien el fin no merece. Puede que incluso te remuerda
la conciencia aquella nota insuficiente que les pusiste sin saber que
insuficiente sería su recuperación. Tendrás la plena certeza de que algo les
debes, que mucho les debes, y aquí estás dispuesto a remediarlo en la medida de
lo posible. Correrás por ellos para que nunca más el destino te haga pasar por
la frontera del dolor de una pérdida prematura. Dará igual el puesto que
consigas al llegar a la meta porque el galardón se te ha adherido a modo de
lazo sobre el pecho. Puede que a partir de ahora seas capaz de comprender
cuánto merece la pena la vida cuando la vida que te rodea florece en una eterna
primavera. Todo lo demás, creedme, es secundario.
jueves, 25 de octubre de 2018
1. Josefina , la de
Fructuoso
miércoles, 24 de octubre de 2018
1. José Roberto
Valero
martes, 23 de octubre de 2018
Lau Martínez
La verdad es que la primera vez que me crucé con ella tuve
la sensación de estar representando un papel de aficionado clown y ella sería
la notaria de semejante dislate. Testigo del acto, se movía como un pez en el
agua de las emociones disparando sin miramiento, ni misericordia, ni cautela,
ni desfallecimiento. Como si temiese perderse alguno de los momentos, los inmortalizaba
con su cámara. Desde los rincones de aquella estancia sobre la que ascendían
los tintineos del dominó, sus dedos se fueron encargando de testimoniar cuanto
allí estaba pasando para dejar en ridículo al mismo sentido del ridículo que la
vergüenza empezaba a dejar colgado fuera. Y se reía. Pero no con una risa
comedida, no. Se reía como si la Mancha la hubiese elegido pregonera de la
alegría y llegase para dejar constancia de su papel. Mientras tanto, los
disfraces, las narices engomadas, los argumentos no planificados, iban haciendo
de cada uno de nosotros lo que la desvergüenza pedía. Una y otra vez, desde
aquí, desde allá, Laura se convertía en el ángel exterminador de los pudores y
se sumaba al acto. Aquello no fue simplemente un taller emocional; aquello
supuso un revolcón a las formas que tan encorsetadas suelen presentarse y de
las que podría dar fe. Ella, que tan acostumbrada está a levantar la tramoya
del pesar en los otros, disfrutaba al ver cómo el gozo se nos adhería y nos
mimetizaba. La cercanía nos sigue y en ella expandimos una amistad que se sabe
cierta. Sin meditarlo, sin planificarlo, fue capaz de recorrer los perfiles
custodios de las aguas que tan mías siento y a modo de corza embravecida trazar
con tino la senda divisoria y a la vez complementaria. Ella es de espacios
abiertos y en ellos planta el tendedero para orear a favor de sol las
desventuras que pudieran rondarle. Sabe que en sí acuna la viveza que comienza
a dar sentido al mañana desde el hoy. Sabe que las zapatillas pasarán a segundo
plano, tomarán un descanso, acunarán la espera. Siente cómo los antojos se le
conceden y enmarcan para ser expuestos en el rincón preferido que siempre mire
hacia la alegría. De pronto recuerdo que nos debemos unas bravas y espero que a
no tardar demos cumplida cuenta de ellas. Ya habrá tiempo para los consejos que
tanto me gusta no dar. Ella, vivaracha dulcinea de las marjales, sentirá como
suyos los latidos que suyos son y con una sonrisa abierta dará esquinazo al
lado oscuro con el cadencioso transitar del día a día. Esta vez, no será
necesaria una puesta en forma; esta vez, Lau, querida Lau, la carrera que has
emprendido ya la has ganado sobradamente y
el dorsal te viene que ni
pintado. Cruzar la meta solamente la cruzan las osadas y la recompensa
obtenida merece la pena. Enhorabuena.
lunes, 22 de octubre de 2018
Reservoir
Dogs
Probablemente
los acontecimientos actuales me han retrotraído a aquella tarde noche en la
sala Albatros de hace tiempo. Acababa de asomarse al universo cinematográfico
un tipo desgreñado apellidado Tarantino que apuntalaba sus películas con unas
rotundas bandas sonoras y no era plan de permanecer al margen de todo ello. Dicho
y hecho. Se apagaron las luces, comenzaron a desfilar los trajes negros de los
actores y el planeado atraco resultó ser un fracaso. Alguien se había ido de la
lengua y había que descubrir quién era. De modo que comenzaron a desatarse los
infiernos entre los apelativos colores con los que se conocían entre sí los malhechores.
Todos sospechando de todos y entre sí propinándose una serie de tajadas que
apuntaban con traspasar la pantalla y salpicarnos a todos. El ritmo proseguía
según las torturas exigían y ante nuestros ojos se mostraba un collage
sanguíneo que a veces nos remitía a otros filmes de serie b cargados de
violencias y gritos de terror. Esta vez las motosierras dieron paso a las
navajas y la violencia se mostraba en todo su esplendor. La banda sonora seguía
por su cuenta y al final lo menos importante era descubrir al chivato o no. La
venganza se aposentaba como regia dueña de un guion al que todo se le teñía de
rojo. El tiempo pasó, Tarantino continuó con su estilo, siguió mostrándonos las
infinitas posibilidades que la violencia ofrece y supongo que está a la espera de
una nueva propuesta de algún productor. Quizá esté madurando la idea de situar
la escena en alguna embajada del Bósforo. Puede que empiece a pensar en
aumentar el gradiente de tortura para no defraudar a los incondicionales. La oportunidad
se la está ofreciendo el discurrir de la vida misma que empieza a diseñarse como una continuación de aquella obra. El
riesgo a asumir si se embarca en dicha aventura es evidente, pero solamente él
sabrá si merece la pena aceptarlo o no. Además puede variar el final tantas
veces como considere y según dónde se estrene puede optar por uno o por otro. El
soporte musical deberá actualizarlo y ahí sí que se encontrará con falta de
sintonía. Entre las modas actuales creo que la masacre no encuentra la
partitura correcta. En fin, él verá, yo solamente le sugiero. Lo de atracar o
no un banco, sinceramente, será lo de menos. Aquellos tiempos de saca y pistola
quedaron obsoletos y habrá que actualizarlos. Sea como sea, a modo de
sugerencia, yo cambiaría los trajes negros por otros atuendos más acordes con
el remake en cuestión. Lo dicho, habrá que esperar, y llegado el caso, acudir a
la sala al estreno esperado. Como escenario de rodaje no se puede negar las
infinitas posibilidades que Bizancio, Constantinopla o Estambul ofrece.
sábado, 20 de octubre de 2018
Jarabe de Palo
Dieciséis o diecisiete años desde
aquella primera vez. Noche veraniega en
los jardines de Viveros, adolescencia filial por compañía y Los Delinqüentes como teloneros de lujo. Dieciséis o diecisiete
años que han pasado en un suspiro y que
volvían a ponerse de actualidad en la sala de conciertos una noche amenazadoramente
lluviosa. Allá abajo, parapetados contra la barra y la escalera, esperando la
aparición de Pau Donés para comprobar cómo le ha tratado la vida. Expectantes, sin un hueco apenas
sobre el que expandirnos, hizo su aparición con toda su banda. La coleta dejó
de existir y a modo de casualidad o no, bajo sus trajes oscuros, unas
llamativas camisas amarillas. Y todo comenzó de nuevo. Las canciones se
sucedieron a modo de catarata pirenaica nacida de los deshielos del duelo
interior que tantas veces se calla. Nada de dar pasos a las lástimas, sino más
bien, al optimismo que sus letras destilaban y siguen destilando. Un sonido
preciso, que fue capaz de rodear a la columna que a modo de invitada inoportuna
se interponía. Hubo momento en los que los de abajo cantábamos y Pau
simplemente nos hacía los coros o apoyaba con las congas. Allí había calor y el
calor se compartía y mimetizaba. Echabas una mirada alrededor y comprobabas
cómo más de uno hacía suya la canción de turno. Probablemente las fiebres
pasadas fueron aplacadas por este jarabe
que sigue sin mostrar contraindicaciones. La complicidad saltaba del escenario
a la pista y nadie fue capaz de esconder las vergüenzas que el olvido de las
letras suele llevar como amenaza. Varias generaciones reunidas en torno a quien
sabe que la cercanía es un plus con aquellos que te siguen. Miradas que
rememoraban momentos y flacas que sabían a Habana. Curiosa contradicción aquella
que supuso entonar como nunca el lado más claro del gozo desde el lado más
oscuro del principio. Fluía la noche y los trasiegos de plásticos. Fluyeron los
versos y la partitura fue buscando su hueco en la maleta del receso que tras
veinte años se merecía. No fue un adiós, ni siquiera un hasta luego. Solamente
él decidirá el momento del regreso. Sea cuando sea, tiene la certeza de que le
estaremos esperando. No en balde, tal y como sonó en la despedida, la vida es
un carnaval y las penas se van cantando . No hay que llorar más que por la dicha si la dicha lo exige. Nos queda el paréntesis formado por sus melodías para
hacer más llevadero el tiempo que falta para su regreso. Confío en que no
vuelvan a ser dieciséis o diecisiete años. Quién sabe si otras adolescencias
ocuparán mi puesto entonces.
Las hijas del Capitán
Nada más comenzar la lectura de
esta novela te das cuenta de qué te vas a encontrar. Algo te suena a conocido, algo te sabe a leído, algo, en
resumen, te anticipa un guión no demasiado novedoso. Bueno, es lo que tiene ser
lector contumaz: pocas veces un argumento te zarandea completamente. Así ha de
asumirse y así transcurre la obra de María Dueñas. Una familia malagueña
encabezada por un buscavidas se adentra e instala en Nueva York en los años de
despegue y recepción migratoria. Una familia en la que la madre acarrea sobre
sí los principios de una cuna que al poco tiempo de llegar comprueba condenados
a la desaparición. Un trío de hijas tan solidarias entre sí como dispares en
sus proyectos de futuro. A todos ellos se le van sumando personajes de firmes y
dudosas procedencias sobre los que a modo de rascacielos se va erigiendo la trama. Toques sutiles de tendencias políticas
intentan dar paso a las dos Españas que a un lado y otro del Atlántico empiezan
a cargar armas. Tiempos de paso que se
aceleran desnudando las escasas seguridades que el hambre y la angustia de una
incierta supervivencia saca a la palestra en estas más de seiscientas páginas.
Los capítulos se suceden a ritmo de una evolución a mejor cargada de obstáculos
que, unas veces la suerte, otras veces la osadía, otras veces la casualidad,
van hilvanando para festonearla correctamente. Los retratos tras los que se nos
muestran protagonistas y antagonistas bien podrían dibujarse sobre un folio nada
más aparecer y el acierto sería pleno. Es como si estuviéramos presenciando una
nueva versión cinematográfica en nuestra propia pantalla imaginativa. Podría
ser un melodrama, pero no me atrevo a asegurarlo a ciencia cierta. Quizá casi
todo está escrito ya y la variedad del cómo empieza también a agotarse. La decisión
entonces la debe tomar el lector y asumir por sí mismo sus aciertos y sus
errores. Leer es un ejercicio que como tal merece y precisa de un
entrenamiento. Posiblemente, con el transcurso del tiempo, cada cual extraerá
las conclusiones placenteras o no que la obra en ristre le aporte. El dilema vendrá
cuando haya que decidir por qué obra u obras serías capaz de hacer un hueco en
la personal maleta que te lleves a una isla desierta. Igual en dicha isla las
distracciones son más naturales y la buena lectura se convierta en un lujo que
merecerá degustar una y otra vez. Que cada quien decida por sí mismo y luego
juzgue su decisión si quiere, o no.
viernes, 19 de octubre de 2018
Oriol Junqueras
La primera imagen suya que vi me
remitió a los archivos mentales del recuerdo de Muchachada Nui y no logré
localizarlo plenamente. Parecía que
algún personaje se me había volatilizado
sin ser consciente de ello y no sabía cómo. De modo que dejé transcurrir
el tiempo y una vez fijada la atención en su verbo, que no en su físico,
comenzó a interesarme. Defendía y sigue defendiendo unos postulados políticos
que no se contemplan en la actualidad y como si de un adalid de la causa se
tratase sigue en ello. Poco le importó si el traje que lucía en los actos
oficiales pedía a todas luces otra percha. Poco le importó si alguien lo
pudiera situar en la base del “castellet” de turno, enfajado como pilar de la
torre humana que se le venía encima. Poco le importó, y creo que poco le sigue
importando, que los cerrojos que cancelan su celda chirríen cada día. Él aguarda
mientras otros contemplan y buscan
vericuetos por los que transitar. Puede que se vista con el hábito cisterciense,
budista, franciscano, o de cualquier otra creencia. Dará lo mismo. El color de
los mismos acabará derivando a amarillo y
probablemente un triple lazo se anuda por el bajo vientre. Verá transcurrir las
horas desde el patio al que convertirá en claustro de firmezas y tendrá sobre
sí el pleno convencimiento de la fe en sus postulados. Igual le llegarán noticias
de los extramuros y en ellas caligrafiará dos interrogantes antes de dar por
ciertas las sentencias. Hará la vista gorda ante la pléyade de correligionarios
que decidieron ver desde la barrera la faena que a él y a otros le fue
asignada. Será el picador encargado de medir los puyazos para que el astado a
lidiar vaya perdiendo fiereza y bravura. Tengo la sospecha de que dará por
válida cualquier fecha por retrasada que llegue si el final de la faena resulta
ovacionado y las orejas cortadas. Sabe que
otros se apuntarán el mérito y que los héroes son en demasiadas ocasiones cobardes oportunistas. “No passa res, tot acabará
bé” se repetirá a modo de mantra. Y cuando todo eso suceda, probablemente,
seguramente, reprobadoramente, mirará de modo cruzado a todos aquellos que no
tuvieron la valentía de seguir su ejemplo. Puede que entonces haga caso omiso a las
palmaditas y levantando el “porró”
brinde para sí con un silencioso reproche y limpie las hojas quemadas de
un “ calÇot” que le dé la bienvenida.
jueves, 18 de octubre de 2018
Filosofía
Parece ser que vuelve
como asignatura. Aquella que en nuestros años de bachiller se mostrase como
interrogante abierta al pensamiento, regresa, afortunadamente. Sí, ya sé,
supongo que a más de uno o una le supondrá un esfuerzo supremo asimilar el
reencuentro. Probablemente no figurase entre sus asignaturas favoritas y me
solidarizo con ellos. Por más esfuerzos que pusiese en entenderla, entre el
tono de voz de la señorita Marisa y el horario de viernes vespertino a la que
se vio sometida, tampoco tuve demasiada querencia a la misma. Solamente con el
paso de los años empecé a encontrar respuestas a las preguntas nacidas del pensamiento
que buscaban aclarar las dudas existenciales que todos en mayor o menor medida
siempre nos hemos hecho. Y entonces comprendí cuánto de importante es lo que en
ella se plantea. Desde la vertiente que se quiera, en ella, en la Filosofía, se
nos abre un abanico de opciones desde las que afrontar nuestro discurrir
vitalicio. Unas y otras se enfrentarán, se complementarán, se parecerán, o no.
Y entonces seremos nosotros los únicos responsables de decantarnos por algunas
de ellas o buscar las que no han nacido
aún. Puede que en un momento determinado comprobemos cómo las religiones que
tan furibundamente se defienden o atacan también parten de unos postulados
filosóficos. Probablemente descubramos la evidencia de las posturas políticas
sobre las que una Filosofía más o menos interesada se asienta. Tendremos la
oportunidad de elegir en la medida en que reflexionemos sobre verdades y
mentiras que se camuflan sobre postulados y consignas. Realmente lo único que
nos mantiene a salvo de retroceder hacia el animalismo es el raciocinio y
demasiadas veces se le recluye en la caverna de lo obsoleto. Parece como si de
la posibilidad de libertad de pensamiento se temiese una libertad de acción no
siempre controlada y dirigida. Cómo permitir al individuo ir por libre y no
sentir pánico ante la posibilidad de su escapatoria del redil construido es el
auténtico temor que les ha llevado a olvidar dicha doctrina. Y en el peor de
los casos, algunas de las opciones se impusieron por la fuerza, por el miedo al
presente, por el miedo al más allá, o por el propio abandono del esfuerzo
personal hacia la reflexión. Así que, bienvenida de nuevo. Y ya puestos a adornar
el paraninfo de la recepción sería conveniente dejar que quien deba impartirla
actúe como docente libre de métodos impuestos por otros. Se corre el riesgo de
que lo que se transmita no concuerde con lo que la Autoridad espera. Mejor que
mejor, si así sucede. En lo que a mí respecta, por principio, ningún Principio
me inspira confianza y si viene impuesto, menos aún. Al final va a resultar que
empiezo a vivir mi día a día como si siempre fuera viernes, el reloj marcase
las dieciséis horas y la señorita Marisa fuera susurrando con su voz aflautada el
pertinente “¿ se me entiende?”
jueves, 11 de octubre de 2018
1. Don Emilio , el
cura
Llegó casi de la mano del Concilio Vaticano II. Don Demetrio, su
precursor, exhalaba las últimas bocanadas del penúltimo cigarro, ampliaba el
espacio para su tonsura, archivaba los misales en latín y dejaba paso al nuevo
párroco. Alto, de mirada y talle, vestía la preceptiva sotana que en aquellos
tiempos era poco menos que obligatoria. Se instaló y con él se instalaron las
nuevas formas venidas de las nuevas normas y todo comenzó a rodar. Reclutó a
una decena de monaguillos y haciendo gala de una energía inusual dio paso a la
puesta en escena de la renovación. Comenzó por los roquetes y continuó por los
artesonados de la iglesia. Se abrió una lista con donativos a fin de adquirir
el preceptivo órgano que diese toque de modernidad a las liturgias venideras.
Semanalmente la actualización de la misma sacaba a la luz las aportaciones y en
poco tiempo los sones nacidos desde el coro fueron inundando la nave en cada
celebración de manos de Antonio Tinaut. Las vigas recobraron vida en el cruce
aéreo y un inmenso telón rojo cubrió el frontal. Se adquirieron esculturas,
cíngulos, casullas, palmatorias y los sesenta discurrieron conforme a la norma.
Él, metódico, celebraba su misa diaria a la que asistían media docena de
feligreses, y las tardes las dedicaba a la captura del barbo, del blasblas, o
de cualquier otro ciprino de la Lastra. Los domingos anticipaba el rito en el
Salto y a veces alguno le acompañábamos más por pasear en su Renault 7 que por
estar movidos por la fe. Logró instalar unas canastas de minibásquet y dos
juegos de camisetas intentaron hacernos soñar con ser lo que no éramos. Sus
paseos con Roldán y Polica daban paso a la sobremesa y posiblemente los temas
versaran sobre el discurrir del tiempo mientras el tiempo pasaba. Voz rotunda
la suya que se expandía en cada sermón, en cada Evangelio de Jueves Santo, en
cada letanía del rosario. Cubrió su camino y sin embargo siempre dejó tras de
sí ese rebufo de distancia. Fue como si una niebla medianamente densa lo
recubriera quizás para evitarle el dejar abierta la ranura por la que pudieran
entrar las confianzas excesivas. Cumplió con su labor, se hizo de respetar,
atendió con profesionalidad y credo a todo aquel que lo requirió, pero sigo
preguntándome si realmente se dejó conocer o guardó para sí la esencia de su
ser. Colgó de la percha del disgusto su hábito negro abotonado y se fue sin alharacas ni
estruendos. De sus lecciones aprendimos el significado de la corrección, el
corolario del Quo Vadis y el sentido final de la convivencia no miscible. Puede
que llevase razón aquella vez en la que nos hizo partícipes del “Antón Pirulero”
en el Abrevaor a la sombra de los nogales. El estribillo rezaba que ”… cada cuál que aprenda su juego, y quien no
lo aprenda que pague una prenda” y posiblemente no supimos entenderlo del todo.
miércoles, 10 de octubre de 2018
1. Artemio
martes, 9 de octubre de 2018
La blanca
Así se la conocía entre el mundo
de los reclutas en aquellos tiempos de servicios militares obligatorios. Un
ansiado pasaporte sobre el que se estampaban tus datos y al que se le iban
completando las páginas con las anotaciones pertinentes que acreditaban tu
carácter de soldado. De modo que llegado el día, te firmaban el finiquito, te
cuñaban el visado y te encomendaban a futuras revisiones y fes de vida que
diesen testimonio de tu pertenencia al ejército siempre dispuesto a defender a
la Patria. A muchos os sonará raro y a otros os sonará cercano. La cuestión
estuvo en la aparición de los rumores que daban a entender que, a efectos de jubilaciones, el tiempo dedicado al uniforme, contaba. Así, carente de galones, me dispuse a rebuscar
en la cueva diogénica de mis pasados y di con ella. Allí estaba, blanca,
impoluta, con sus páginas casi amarilleando, echándome de menos. Creo que
disimuló la decepción de saberse añorada solamente desde mi propio beneficio y
se dejó abanicar. Pasé las hojas, reconocí las firmas, recuperé aquellos
rostros y todo discurría del modo más agradable que suele mostrar el pasado
hasta que llegué a la página en cuestión. Allí, la zozobra se apoderó de mí.
Una suposición lanzaba una duda sobre el
valor de quien se vistió de mí. Recuperé momentos en los que la falta de
puntería en el campo de tiro casi hizo volar por los aires la gorra de chocho
de aquel sargento jienense. Vinieron como convidados de piedra aquellos
lanzamientos de granadas que se quedaron con el sudor temeroso de las yemas de
mis dedos. Hicieron acto de presencia las mil piezas del cetme que me retaban a
ser acopladas. Y las terceras imaginarias en las que el sueño se apoderaba de
todos los caquis del cuartel negándote el tuyo. Y las guardias en las que los
camareros no daban abasto para cerrar la retreta de algún que otro gaznate
sediento. Y con todo ello, el valor no se reafirmaba; simplemente se me
suponía. Apesadumbrado me acerqué al
destacamento pertinente repasando en silencio los preceptivos saludos que comenzaban
siempre con un “a sus órdenes mi…”
Cierta inquietud me sobrevino, no por el miedo a ser reenganchado (que
ya no tengo edad) sino por el de ser vilipendiado ante la falta del valor que
seguía allí supuesto, sobre una de las páginas desde hacía tres décadas y pico.
Expuse mis peticiones al mando de guardia y pude comprobar cómo pasó su vista de
largo sobre las acreditaciones en cuestión.
Salí reconfortado, seguro de mí, envalentonado, con paso marcial. Nada
más llegar a casa, al abrir la caja
custodia de nuevo, no me pude resistir.
Sobre aquella sentencia que me suponía
dueño de valor abrí un paréntesis y en su interior coloqué un interrogante. Espero ansioso la llegada del justificante
porque no creo que sea capaz de reclamar nada si algo está incorrecto en el mismo. Cuestión de valor,
sin duda.
lunes, 8 de octubre de 2018
VOX
En un principio pensé que se
trataba de una nueva edición del diccionario que tantas veces había salido en
auxilio de dudas léxicas. Aquel que años atrás declinase en silencio los verbos
de latín o conjugase certeramente los franceses, había vuelto, se actualizaba,
se ponía de nuevo su toga salvadora ante las dudas. Pues no, o mejor, no del
todo. Ahora resulta que un partido político se ha mimetizado con dicho nombre y
ha salido a la palestra del foro para
aportar sus opciones. Vox que se
adjudica los deseos más íntimos de una ciudadanía que echa en falta una curva
cerrada hacia la derecha. Vox que hace gala de defender derechos negando
derechos y que es capaz de llenar un coso taurino sin astados para ofrecer una
lidia inesperada por tantos. Como si estos tantos no hubiesen querido prever la
que se vendría encima, como si pensasen que tiempos pasados jamás volverían,
como si una mirada hacia el ombligo les hubiese cegado el horizonte. Y aquí
están. Disputando, o mejor, reclamando y exhibiendo una trinchera que hacen
propia para que queden clarísimas sus intenciones. Así, por encima, sin entrar en detalles,
simplemente, dan miedo. Y lo peor de todo es que no parece ser una cuestión de
minorías. Abres el abanico de las fronteras y compruebas que el virus se ha
extendido. Y ya sabemos qué remedio tiene un virus. Ningún antibiótico es capaz
de eliminarlo y hay que esperar a que la fiebre pase y sus efectos sean lo
menos dañinos posibles. Los días previos, el malestar se hace presente, la
desgana aparece, los tiritones te persiguen y debes guardar reposo. Antipiréticos y calma. Probablemente
necesitarás de sucesivos cambios de sábanas al sudarlas de manera incontrolada.
Lo más seguro será que las ojeras vengan a tu rostro y ni te reconozcas en el
espejo. Sabrás que serán tres días de subida y tres de bajada y probablemente
encuentres a alguien que también lo haya sufrido. El problema estará en el
momento mismo en el que nadie se haya dado cuenta de cómo el virus logró entrar
en su organismo y hacerle rehén doliente. Y sobre todo, lo más peligroso sin duda
alguna, será ver que el medio de transmisión del mismo suele ser el habitual.
El aire se suele llenar de ellos cada vez que el viento revuelve el ambiente y
de que te das cuenta está moqueando. Entonces, mal que te pese, echas un
vistazo a la estantería en la que los libros guardan silencio y descubres que
aquel diccionario que tanta ayuda te prestó no tuvo la precaución de patentar
su nombre para que nadie pudiese desvirtuar sus cualidades.
viernes, 5 de octubre de 2018
La casa azul
Pasa el tiempo y de pronto te das cuenta que tus
canciones pasaron de moda y entonces te quedan dos opciones posibles. O seguir
escuchando aquellas que formaron parte de tu juventud y alejarte cada vez más
del presente, o preguntarte quién es el autor de esa melodía que te está poniendo
el ritmo de modo inesperado. Has acudido al garito como convidado de piedra y
entre treintañeros celebrando cumpleaños algo te suena a diferente, a fresco, divertido, optimismo. Buscas pistas y das con ellos. La
casa azul, así, tal cual. Y a partir de entonces las melodías que te acompañan
a modo de despertador matutino se hacen a un lado y les dan paso. Visitas sus
videos y no deja de asombrarte. Has descubierto un nuevo modo de hacer música y
te congratulas. Ya solamente falta tener la oportunidad de convertirte en
testigo directo de su existencia y entonces aparece la excusa y el momento
oportuno. Da igual que se celebre un aniversario politécnico. Da igual si el
jueves está fuera de fechas como nocturno festivo. Incluso da igual si te
separan años de aquellos que al runrún de la Marina Real han acudido a presenciar
semejante actuación. Pertrechados delante de una pantalla múltiple, cascados
con blancos auriculares, uniformados en la sencillez del atuendo, salen a
escena. Y allí se organiza la mundial. Las colas de las barras desaparecen para
prestarles la atención que se van ganando. Las cervezas se exponen a dudosos
equilibrios en sus plásticos recipientes ante el hecho de no poder dejar de
bailarlos. Suenan de un modo que te lleva a pensar que están enlatada su música
y en décimas de segundo sales de tu error y sigues disfrutando. Perfección en
el sonido, en las luces, en la selección de temas, en el buen rollo planeador
sobre la dársena norte del puerto. A la izquierda, los pantalanes se dejan
mecer por los compases que de allá arriba les llega. A la derecha, las food trucks
reposan después de su incesante labor telonera
y precursora del evento. Se iluminan los saltos con las digitalizadas luces
de quienes quieren llevarse para sí la
prueba grabada de cuanto están disfrutando. Y como si de un contrato vocal se
tratase todos creemos que cantan para un exclusivo mí aquella voces
consagradas. Y como si de una premonición se tratase, a modo de despedida
provisional, a modo de bandera izada de optimismo, se expande por la noche la
revolución nacida del deseo. Minutos
después, una vez abandonado el recinto, sigues preguntándote si aquello que has
presenciado era un sueño o respondía a una realidad. Sea como sea, has
descubierto en primera persona la dirección exacta de una casa en la que todos
los colores de la vecindad se rinden al azul que le da nombre.
miércoles, 3 de octubre de 2018
Esperanza de vida
Hace unos días la curiosidad me
llevó a preguntarme cuánto tiempo sería razonable que viviera. Probablemente el
otoño recién inaugurado tuvo parte de culpa en ello o quizá el pesimismo que de
la caída de las hojas se decanta. De un modo
u otro la pregunta surgió así como así y me dispuse a darle vueltas al
tema. No es que tenga especial deseo de ver mi finiquito terrenal a la vuelta
de la esquina ni que me angustie el hecho de verme deteriorado con el
transcurrir de las páginas de este álbum. No, no es eso. Simple curiosidad
derivada de alguna de mis vidas anteriores y felinas. Por lo tanto decidí dejar
actuar a un simulador que empezó a realizarme preguntas de lo más simple. Pensé
mentir en las respuestas y una vez recapacitado dejé que la sinceridad respondiera
por mí. Que si tal ingesta de alimentos, que si tales bebidas, que si tales
deportes….Un informe detallado hacia un interlocutor que no daba la cara y al
que secretamente imploraba escasa reprimenda se fue perfilando en mi mente. Y
llegó el momento de verificar resultados. Tembloroso como si el botón rojo de
mi sentencia exterminadora brillase como hoja de guillotina, lo pulsé. Allá
abajo, como oculto entre los márgenes de la página, anidaba el resultado. Poco
a poco comencé a desplazar el cursor vertical. Parecía un tahúr a punto de
descubrir el farol de la jugada maestra.
Un absoluto dominio de sudores, de pulsaciones, de dilataciones pupilares.
Aparecieron las cúspides de dos cifras y por un momento creí desvanecer de
alegría. Calma, me dije. Estoy desde hace demasiado tiempo en esa posibilidad.
Desde los diez hasta los actuales, la pareja de cifras es admisible. Seguí
bajando por el filo y cuando estuve a punto de recibir sorprendido el resultado
falló la batería. Un consuelo, sin duda. Minutos después recobré el aliento y
al reiniciar el camino conocido no me pude resistir. Seguí los pasos del
cuestionario sin mirar qué pulsaba y llegué de manera más rápida al final
anteriormente pausado. Imprimí los resultados y salí rápidamente en busca de un
marco que le hiciera justicia. No me podía contener la alegría y decidí darle
rienda suelta a la misma. Enmarcada, como si de un título nobiliario se
tratase, allí está, sobre la pared medianera del despacho. De modo que cada
mañana, cuando me acerco a recoger mis utensilios, me veo allí caduco y sonrío.
Pienso que me queda el tiempo suficiente como para no darle paso al descuento
de los días. Y en efecto, desde entonces con cada tañido del despertador
empiezo desde cero a contar y todo lo veo de manera distinta. Cuestión de prisma,
supongo.
Buscando
a Penny Lane
La
sorpresa me vino en el mismo instante en que fui receptor de semejante novela
sin esperarlo. El compañerismo se había infiltrado en los vericuetos de la
sangre y de ahí derivó hacia mis manos que receptoras se dispusieron a seguir
el paso invitador de aquella mítica portada. No sabía exactamente qué me iba a
encontrar. O una nueva rendición ante la grandeza de los genios de Liverpool, o
una historia de vidas entrecruzadas, o una biografía escondida tras el traje de
detective privado. Y resultó ser un total de todo lo anterior, afortunadamente.
En ella, Luis Bustamante, decide transmutarse en ese trípode argumental para
dejar constancia de cuánto se le debe a la música cuando la música decide instalarse
en nuestro interior. Cuántas y cuántas veces, acude a nosotros la melodía rescatadora
de desamores, de sueños no cumplidos, de ilusiones tan vivas que parecen
reales. Y lo hace con la agilidad propia de quien maneja las púas de un mástil
hexacordado de prosa como si quisiera deslizarse por los trastes de la
nostalgia y llevarnos de la mano del estribillo. Se deja acompañar por los
actores secundarios tantas veces erigidos como voces desafinadas que acaban
dando sentido a la melodía. Un punto de nostalgia de cuánto quedó por descubrir
en aquella década nos lleva a intentar usurparle al propio protagonista parte de
sus vivencias. Y en ello, Lenon, disfrazado de seudónimo en el firmante de la
obra, se encomienda y siempre encuentra un rincón metafórico en el que abrir la
funda de su guitarra. Allí, las monedas cómplices, caerán como agradecimiento por
parte de aquellos a los que el tiempo les voló y siguen pensando en qué dejaron
en el camino. Poco importará que las flores se hayan marchitado dentro de un búcaro
llamado realidad. De nada servirá buscar explicaciones en aquellos sueños de un
mundo mejor a los que la sucesión de títulos, de álbumes, de voces, dieron firma
y perpetuidad. El círculo sigue dividido en tres sectores en los que la
proclama sigue vigente y a nada que hurgues en la obra los acabas sacando a la
luz del presente. Compruebas cómo la ilusión se funde con el letargo de una
convalecencia y tras un primer momento sorprendente ya no te atreves a apostar
por un desenlace discorde. Tiene poesía en las introducciones capitulares para
irse adentrando en una nueva etapa de un incansable trasiego en busca de
respuestas. No son necesarias. Aquellos que tuvimos la suerte de vivir aun de
refilón aquellos momentos sabemos sobradamente que la respuesta siempre estará
en el viento, y eso, creedme, Luis, o mejor, Lenon, lo ha utilizado para hacer
volar a la cometa de la historia. Lo del tercio policíaco no es más que mera
excusa para no dejar resbalar la emoción por sus mejillas y que todos seamos
testigos de su tristeza.
martes, 2 de octubre de 2018
1. Alfredo Martínez
Luján
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