miércoles, 31 de octubre de 2018


1. José Mateo Dalmau


Lo más probable será que cuando se percate de ser el protagonista de este boceto instantáneamente se yerga, acomode el pelo, ajuste su chaqueta y componga su postura adecuadamente. Sacará de sí mismo ese innecesario documento que lo acredita como efebo del presente y estará pendiente de recontar cuántas miradas se le enfocan. Sonreirá desde la ironía que le caracteriza y mentalmente llevará las cuentas del coste que todo este protagonismo le va a acarrear. Todo lo dará por bueno porque para él el concepto de amistad se caligrafía en mayúsculas. Su trípode vital lo sustenta sobradamente y ni siquiera los vaivenes del capricho lo logran derrumbar. Caso de que la tormenta aparezca se encontrará con la protección laminada que de su constancia nace para evitarle daños. Multiplicará dedicaciones a quienes quiere porque de ello hace su modo de vida y subsistencia. Se evitará el  defraudar a alguno de sus puntos cardinales y esconderá el pudor a  la caída de la tarde en el tintero discreto del segundo plano de la vía. Jugará con las sorpresas para que de ellas nazca el nuevo reconocimiento de su generosidad y complacerá sin límite a las sangres que le identifican. Las horas le recorrerán las venas intentando que sus días sean más largos y a pesar de todo tendrá tiempo para quienes tiempo y charla necesitan. Este artesano de los fogones se preciará de especiar como nadie las viandas que a sus manos lleguen y del yantar compartido extraerá nuevas satisfacciones que amplíen el álbum de sus recuerdos. Se soñará timonel del bergantín que cruce el Bósforo mientras entona la esproncédica rima que hincha sus velas. Jugará a ser el adolescente espontáneo que jamás perdió la insensatez que durante esos púberes años se viste de moneda de cambio. Acumulará tantos afectos que precisará de espacios abiertos por donde tenderlos para dejar constancia de ello. Se viste por los pies y de los pies nace la firmeza y la convicción de su modo de actuar. Puede que eche de menos la cosecha de aquellas matas que lo extrañan. Puede que no logre entender los méritos contraídos para figurar en la lista de este fotomatón de letras. Puede, que en el fondo, sepa que aquellos que lo tenemos cerca tenemos claras las virtudes que atesora, la gentileza que desprende y lo impostada que resulta la chulería que mal disimuladamente exhibe a modo de coraza protectora. Tan solo será necesario un “¿jau?” como reclamo y toque breve de atención para poderlo comprobar al instante.    

1. Stephen William Hawking


Quiero suponer que la casualidad ha hecho que esté en las librerías la última obra de este genio. Finales de Octubre, otoño recién inaugurado, víspera de las visitas al cementerio….parece que todo se pone a favor del pulso entre la Creencia y la Ciencia que tan gran representante tiene en este astrofísico. Y digo tiene porque utilizar el pasado para hablar de la eterna duda existencial no tiene sentido. Este ilustre impedido físico se mostró como superdotado mental y superó todas las barreras inimaginables para dar salida y eco a sus teorías. Hace años, una de sus obras me espetó a la cara la insuficiencia que en mí anidaba para entenderla y tuve que cogerla con pinzas para no incrementar mi desazón. Explicaba la teoría de los Agujeros Negros y te dejaba un poso de credibilidad que derribaba parte de las murallas del credo. Y así siguió toda su vida. Agnóstico ante lo no demostrable y negador de la existencia de un dios creador de un Universo espontáneo en su nacimiento. No podría ser de otro modo en el laboratorio cerebral de esta eminencia. Una especie de santo Tomás del siglo XXI que rechazaba firmemente el hecho de admitir respuestas no satisfactorias se erigía como voluntario profeta del raciocinio. Poco importaron sus carencias cuando era capaz de extraer de sí los parámetros que aportaban soluciones a los otros. Quizás algún botarate decidió que su nivel no era merecedor de premio Nobel por su propia incapacidad; no, no me refiero a la Stephen. Y como si la historia quisiera disculparse con él, la póstuma obra sale a la luz. Aquel que le diera vida a su propia vida en el cine se encarga del prólogo y su hija añade páginas a modo de afectuosa rúbrica. Promete breves respuestas a grandes preguntas y prometo buscarlas de modo inmediato. Nada me causa más desasosiego que dar vueltas a los interrogantes y tener que aceptar corolarios que no me convencen. Si al final consigo o  no mi objetivo ya será cuestión de capacidad intelectual por mi parte. De lo que no me cabe duda es de saber que todo aquello que fue capaz de destilar una mente tan maravillosa como la de Hawking merecerá la pena. Más que nada lo haré para no dejar el protagonismo absoluto a los claveles, a los crisantemos, a los epitafios, a los mármoles, que en estos días muestran todas sus galas intentando hacernos creer en una Vida Eterna hasta ahora desconocida. Cuestión de fe, cuestión de ciencia

martes, 30 de octubre de 2018


La leyenda de Barney Thomson



Aquellos que no estamos abonados a ninguna opción televisiva quizás estamos demasiados descolocados y yo diría que abandonados como espectadores. La actualidad de las series se impone y te quedan las opciones de subirte al carro o hacerte a un lado. Y si optas por esta, más allá de los concursos sin gracia, las travesías del Serengueti y los debates de todo tipo, poco te queda como divertimento. Salvo que el destino se vista de noche de sábado, se acicale con la lluvia, se calce con las agujetas matutinas y decida jugar a tu favor.  Te sientas, observas el título de la película, calculas la duración y te dejas llevar. Distingues a Emma Thompson en un papel de madre absolutamente loca en pos del divertimento y a un rostro ya visto en The Full Monty llamado Robert Carlyle y todo empieza a rodar. Las desgracias le persiguen y a su anodina vida suma las sospechas que dos parejas de policías vierten sobre él al haber desaparecido su jefe, y posteriormente su segundo, de la peluquería en la que trabaja. Le comunicaron su despido y nadie lo sabe. A partir de aquí, todo se va encadenando en una serie intensa de cadáveres que ocupan los arcones frigoríficos convenientemente troceados. Glasgow con su incesante ambiente gris y lluvioso se presta a servir de plató a tales dislates y la flema del protagonista pocas veces se descompone. Del gris de su existencia se va pasando al rojo sanguinolento que las tajadas de los finados proporcionan. De cuando en cuando el recuerdo de fecha regresa y las coincidencias entre asesinatos y ausencias de la madre coinciden. Ella ha demostrado suficientes dotes de carnicera y las presencias de sus amigas entradas en años le ofrecen suficientes coartadas. Comedia negra en la que la suerte del protagonista siempre pende de un hilo que se tensa pero no desfallece. Ha dejado de llover y te das cuenta de cómo las carcajadas han silenciado a los truenos. Por un momento recuperas el agradecimiento por las obras bien hechas y aplaudes al ignorado que decidió poner ante ti dicha comedia. Sabes que son maestros del humor quienes tantas veces se muestran distantes y aprovechaste convenientemente la oportunidad de volverlo a comprobar. Por un momento, el aroma a after shave parece que quiere traspasar la pantalla y el afeitado a navaja te provoca escalofríos. Ha merecido la pena, sin duda, y si alguna vez regresas a Glasgow, te acercarás a la peluquería por si aún sigue con el negocio. Si al entrar observas un arcón al fondo, mejor no lo abras; nunca se sabe qué nueva sorpresa podría depararte.

lunes, 29 de octubre de 2018


1. Julen Lopetegui



Hace años que dejé de ser el apasionado seguidor del Real Madrid para seguir siendo el ilusionado seguidor del equipo de mi infancia. Dejé de intentar comprender a los directivos que mimaban a las quintas y cambiaban gradas por palcos. Seguí intentando curarme la cicatriz que aquellas derrotas me dejaban incluso los partidos amistosos para seguir engañándome con la ilusión de un juego llamado fútbol que cada vez tiene menos de juego. Y así, asido a la esperanza de recobrar viejos valores, de cuando en cuando, me siento enfrente de quienes defienden los colores creyendo que lo harán desde el pundonor y esfuerzo. Pero el tiempo me ha convertido en el crítico contumaz ante los hechos que desmerecen la historia y en más de una ocasión la desvergüenza llama a mi puerta. Por eso, y por otros muchos esos, aquella tentación a la que Lopetegui sucumbió estaba condenada al fracaso. Un presidente tentando y él aceptando las monedas traidoras que le harían más rico pero menos creíble. El regusto por el tintineo se superpuso a la palabra firmada y ahí se empezó a cavar la tumba. La desbandada previa no le fue suficiente argumento como para quitarse la venda en los ojos que el montante económico le puso y se dejó arrastrar hacia la supuesta gloria. Nada de hacer caso a precedentes actuaciones de colegas que vieron la ratonera y rechazaron el queso. Nada de dejar paso a la reflexión que le anticipaba una etiqueta que jamás podrá quitarse de encima. Nada de dejar pasar la oportunidad de triunfo cuando los cantos de sirenas te lo entonan sin partitura. Un fiasco total al que no querer ver en su total amplitud. El féretro empezó a diseñarse nada más abrirse el velatorio liguero y la corona dedicada trajo ayer un epitafio cuatribarrado. No seré yo quien dé lecciones tácticas a quien fue futbolista y vivió de cerca los avatares del balón. Ni se me ocurriría plantear a quien preside un cambio de rumbo en la entidad. No, no llego a tanto ni pretendo ser  lo que no soy. Pero de lo que no cabe duda es  que aquel Madrid que nos vio crecer y nos hizo soñar nada tiene que ver con el actual en ninguno de sus aspectos. Probablemente los presupuestos se sigan diseñan para ilusionar y poco más. Probablemente, y eso es lo más penoso, un nuevo iluso vuelva a dejarse tentar por los mismos motivos y llegue para convertirse en un nuevo Lopetegui sin querer ver dónde se mete. La ambición casi siempre esconde una carta marcada en la manga y suele aparecer en el tapete verde cuando las del rival son infinitamente mejores. Al final pierdes la partida y cambias las fichas quizás arrepentido y sin solución.  

viernes, 26 de octubre de 2018


Correr por una causa



Desde siempre me ha llamado la atención la natural querencia del ser humano a correr. Nada más ser capaz de mantenerte en pie esa necesidad aparece. Como si quisiera el sistema locomotor justificar su existencia algo desde dentro se pone en marcha de modo innato. Pasa el tiempo y unas veces persigues  un balón, otras alcanzas a un rival, otras, sencillamente, las realizas en soledad como si quisieras dedicarte pausa y reflexión. De la competitividad haces o deshaces un objetivo y tienes claro que lo importante es correr en pos de una causa. Y ahí precisamente, cuando la causa aparece, entiendes el porqué de aquellos primeros esprintes. Solidaridad, se llama. Y si de primero se apellida Leucemia y de segundo Infantil, entonces ninguna excusa se antepondrá al hecho de participar. Dará igual si hace años que bajaste el ritmo o dejaste de lado la práctica de la carrera. Dará igual si las articulaciones te piden un poco de sensatez y cordura para evitarte lesiones. Dará igual si acabas el último de entre los últimos. Lo importante será formar parte de ese grupo colegial que se ha embarcado en tan hermosa iniciativa y la va a llevar a cabo contando contigo. Verás el gradiente de edades que enfundados en el azul cielo darán la vuelta a la manzana para poner en valor lo que tantas veces se ignora. Pasarás lista a las orlas de los años precedentes y cuando tu vista se dirija  a aquella en la que el luto aparece fuera de tiempo pensarás que se merecen esta reivindicación. Aquellas y aquellos a los que el destino segó prematuramente su futuro fueron parte de tu ayer y siguen siendo parte de tu hoy. Pasarás por las calles que les vieron correr y sabrás que la Vida suele ser demasiado cruel cuando decide poner fin a quien el fin no merece. Puede que incluso te remuerda la conciencia aquella nota insuficiente que les pusiste sin saber que insuficiente sería su recuperación. Tendrás la plena certeza de que algo les debes, que mucho les debes, y aquí estás dispuesto a remediarlo en la medida de lo posible. Correrás por ellos para que nunca más el destino te haga pasar por la frontera del dolor de una pérdida prematura. Dará igual el puesto que consigas al llegar a la meta porque el galardón se te ha adherido a modo de lazo sobre el pecho. Puede que a partir de ahora seas capaz de comprender cuánto merece la pena la vida cuando la vida que te rodea florece en una eterna primavera. Todo lo demás, creedme, es secundario.       

jueves, 25 de octubre de 2018


1. Josefina , la de Fructuoso


Tentado anduve de apellidarla hasta que me di cuenta de la cantidad de repeticiones que pondrían cara a su rostro. No, mejor no apellidarla y optar por el añadido de la pista que todos los que la conocemos usamos. Josefina, aquella que desde bien temprano alzase sus brazos para dar la bienvenida al nuevo día a los pies del Cerro Cabezamoya entre las aguas salobres y termales. Aquella a la que jamás se le conoció la palabra cansancio ni el deseo de recomponer sus fuerzas. Aquella, esta, que ahora custodia la curva penúltima bajo el tejado de uralita donde los troncos se apilan y los gatos buscan refugio. Josefina, la que tantas y tantas veces se habrá preguntado sin encontrar respuesta ante la insistencia de los lutos por adoptarla como maniquí indeseada. Ella, tenaz como pocas, siente que la vida se le destila lentamente y sin embargo la asume como precio de la vida misma. Mantiene el tono enérgico en la voz para no dar por perdido el penúltimo aliento de su existencia. Tras el mandil se escuda temiendo una nueva embestida del infortunio y hacia los perfiles decanta su mirada peregrina y ausente. Sobre sus paredes seguirá colgada la huella de la nicotina de quien se fue despidiéndose lentamente. Más debajo de su pensamiento el corazón le sigue latiendo acompasando a las escarchas que la intentan cubrir sin conseguirlo. No podrán, nunca han podido, y ahora no iba a ser diferente. El invierno se esforzó en cubrir de nieves su cabello  y ella le salió al paso decidida a derrotarlo. Ha sacado de nuevo la silla y sobre la misma ha erigido el trono de su reinado. Metros más abajo, el caño se resistirá al cierre final para no negar libertad a las aguas que custodia. La higuera sobre la que se mimetizan los felinos hace tiempo que dejó sus frutos y se acurruca hasta una nueva primavera. Y cuando llegue se repetirá el ritual y alzando las hojas verá que sigue allí Josefina. Suelen decir que el destino le envía a cada quien todo cuanto este puede soportar y vencer. En ella la prueba de semejante aseveración. Dentro de nada, cuando las chimeneas reinicien sus fumatas, volveré a pasar cerca. Probablemente descorra la cortina y seguro que responde al saludo con la serie de preguntas que la cortesía  exige y el cariño dibuja. No presumirá, porque nunca lo ha hecho; pero sabrá que un nuevo capítulo acaba de protagonizar sin ser consciente de cómo de bien le sienta. Quizás los maullidos la desperecen a modo de aprobación y con eso le bastará.         

miércoles, 24 de octubre de 2018


1. José Roberto Valero


Es verlo aparecer y saber que con él llega el optimismo. Como si el mismo molde de la chulería se desprendiese de su piel, se asoma, descabalga, se aproxima y toma asiento. Abraza con la confianza y verdad que emana de la verdad misma para dejar constancia de que las medias tintas no tienen cabida en el cobijo de su sombra. Ronquea desde las nicotinas a las que ayuda con los estribillos roqueros que tanto le son afines y se deja llevar. Es el primogénito que el reino del deber eligió y cumple sobradamente con esa carga. Nada se le antepone a los cilindros de su motor internos cuando la combustión de su sangre pide exceso de revoluciones y marchas potentes. Vive el momento como si el momento le debiese disculpas y siempre otea el cielo a la espera del próximo otoño lluvioso que le transporte a las bases de los pinares. Allí, echándole de menos, las esporas se hicieron sombrillas y gustosas emprenderán con él el camino de vuelta. De la cesta entretejida se irán desprendiendo las semillas futuras como si la senda del mañana precisará de mojones que dieran testimonio de su existencia. Se asomará para seguir contando las almenas del castillo que le recuerda de dónde viene y dónde perdura. Más abajo, a modo de frontera, la nave franqueará a la senda semiolvidada por las huellas que ignoran el valor de los pasos. Verá crecer día a día los verdores que reclamarán alientos y sin queja alguna dará por bueno cualquier avatar que la vida le lance. Nada supondrá un obstáculo para quien tan acostumbrado está a superarlos. Y será clemente con ellos para no amargar más aún el sabor de la derrota que les será llegada. Hará un hueco en los anaqueles de sus sueños a todos aquellos que tuvieron la osadía de dejar escritas las vidas, las emociones, las huellas de un ayer común. Estad atentos al rugido del su montura. Se acerca la hora de la charla y el mediodía se aventura a ser el tabernáculo de la amistad. Una vez transcurridas las horas, a eso del cambio de fecha, el sosiego tomará la palabra y junto a Roberto no se sentirá extraña. Dará por buenas las acciones reprobables de otros por saber que cada cual es dueño de sus actos y en nada recriminará al errado que no quiera reconocerlo. Llegada la hora, alzará la vista, y como siempre, bajará marcando el paso a la vida que tanto exprime y tanto disfruta.  

martes, 23 de octubre de 2018


Lau Martínez



La verdad es que la primera vez que me crucé con ella tuve la sensación de estar representando un papel de aficionado clown y ella sería la notaria de semejante dislate. Testigo del acto, se movía como un pez en el agua de las emociones disparando sin miramiento, ni misericordia, ni cautela, ni desfallecimiento. Como si temiese perderse alguno de los momentos, los inmortalizaba con su cámara. Desde los rincones de aquella estancia sobre la que ascendían los tintineos del dominó, sus dedos se fueron encargando de testimoniar cuanto allí estaba pasando para dejar en ridículo al mismo sentido del ridículo que la vergüenza empezaba a dejar colgado fuera. Y se reía. Pero no con una risa comedida, no. Se reía como si la Mancha la hubiese elegido pregonera de la alegría y llegase para dejar constancia de su papel. Mientras tanto, los disfraces, las narices engomadas, los argumentos no planificados, iban haciendo de cada uno de nosotros lo que la desvergüenza pedía. Una y otra vez, desde aquí, desde allá, Laura se convertía en el ángel exterminador de los pudores y se sumaba al acto. Aquello no fue simplemente un taller emocional; aquello supuso un revolcón a las formas que tan encorsetadas suelen presentarse y de las que podría dar fe. Ella, que tan acostumbrada está a levantar la tramoya del pesar en los otros, disfrutaba al ver cómo el gozo se nos adhería y nos mimetizaba. La cercanía nos sigue y en ella expandimos una amistad que se sabe cierta. Sin meditarlo, sin planificarlo, fue capaz de recorrer los perfiles custodios de las aguas que tan mías siento y a modo de corza embravecida trazar con tino la senda divisoria y a la vez complementaria. Ella es de espacios abiertos y en ellos planta el tendedero para orear a favor de sol las desventuras que pudieran rondarle. Sabe que en sí acuna la viveza que comienza a dar sentido al mañana desde el hoy. Sabe que las zapatillas pasarán a segundo plano, tomarán un descanso, acunarán la espera. Siente cómo los antojos se le conceden y enmarcan para ser expuestos en el rincón preferido que siempre mire hacia la alegría. De pronto recuerdo que nos debemos unas bravas y espero que a no tardar demos cumplida cuenta de ellas. Ya habrá tiempo para los consejos que tanto me gusta no dar. Ella, vivaracha dulcinea de las marjales, sentirá como suyos los latidos que suyos son y con una sonrisa abierta dará esquinazo al lado oscuro con el cadencioso transitar del día a día. Esta vez, no será necesaria una puesta en forma; esta vez, Lau, querida Lau, la carrera que has emprendido ya la has ganado sobradamente y  el dorsal te viene que ni  pintado. Cruzar la meta solamente la cruzan las osadas y la recompensa obtenida merece la pena. Enhorabuena.

lunes, 22 de octubre de 2018


Reservoir Dogs



Probablemente los acontecimientos actuales me han retrotraído a aquella tarde noche en la sala Albatros de hace tiempo. Acababa de asomarse al universo cinematográfico un tipo desgreñado apellidado Tarantino que apuntalaba sus películas con unas rotundas bandas sonoras y no era plan de permanecer al margen de todo ello. Dicho y hecho. Se apagaron las luces, comenzaron a desfilar los trajes negros de los actores y el planeado atraco resultó ser un fracaso. Alguien se había ido de la lengua y había que descubrir quién era. De modo que comenzaron a desatarse los infiernos entre los apelativos colores con los que se conocían entre sí los malhechores. Todos sospechando de todos y entre sí propinándose una serie de tajadas que apuntaban con traspasar la pantalla y salpicarnos a todos. El ritmo proseguía según las torturas exigían y ante nuestros ojos se mostraba un collage sanguíneo que a veces nos remitía a otros filmes de serie b cargados de violencias y gritos de terror. Esta vez las motosierras dieron paso a las navajas y la violencia se mostraba en todo su esplendor. La banda sonora seguía por su cuenta y al final lo menos importante era descubrir al chivato o no. La venganza se aposentaba como regia dueña de un guion al que todo se le teñía de rojo. El tiempo pasó, Tarantino continuó con su estilo, siguió mostrándonos las infinitas posibilidades que la violencia ofrece y supongo que está a la espera de una nueva propuesta de algún productor. Quizá esté madurando la idea de situar la escena en alguna embajada del Bósforo. Puede que empiece a pensar en aumentar el gradiente de tortura para no defraudar a los incondicionales. La oportunidad se la está ofreciendo el discurrir de la vida misma que empieza a diseñarse  como una continuación de aquella obra. El riesgo a asumir si se embarca en dicha aventura es evidente, pero solamente él sabrá si merece la pena aceptarlo o no. Además puede variar el final tantas veces como considere y según dónde se estrene puede optar por uno o por otro. El soporte musical deberá actualizarlo y ahí sí que se encontrará con falta de sintonía. Entre las modas actuales creo que la masacre no encuentra la partitura correcta. En fin, él verá, yo solamente le sugiero. Lo de atracar o no un banco, sinceramente, será lo de menos. Aquellos tiempos de saca y pistola quedaron obsoletos y habrá que actualizarlos. Sea como sea, a modo de sugerencia, yo cambiaría los trajes negros por otros atuendos más acordes con el remake en cuestión. Lo dicho, habrá que esperar, y llegado el caso, acudir a la sala al estreno esperado. Como escenario de rodaje no se puede negar las infinitas posibilidades que Bizancio, Constantinopla o Estambul ofrece.

sábado, 20 de octubre de 2018


Jarabe de Palo



Dieciséis o diecisiete años desde aquella primera  vez. Noche veraniega en los jardines de Viveros, adolescencia filial por compañía y  Los Delinqüentes  como teloneros de lujo. Dieciséis o diecisiete  años que han pasado en un suspiro y que volvían a ponerse de actualidad en la sala de conciertos una noche amenazadoramente lluviosa. Allá abajo, parapetados contra la barra y la escalera, esperando la aparición de Pau Donés para comprobar cómo le ha tratado  la vida. Expectantes, sin un hueco apenas sobre el que expandirnos, hizo su aparición con toda su banda. La coleta dejó de existir y a modo de casualidad o no, bajo sus trajes oscuros, unas llamativas camisas amarillas. Y todo comenzó de nuevo. Las canciones se sucedieron a modo de catarata pirenaica nacida de los deshielos del duelo interior que tantas veces se calla. Nada de dar pasos a las lástimas, sino más bien, al optimismo que sus letras destilaban y siguen destilando. Un sonido preciso, que fue capaz de rodear a la columna que a modo de invitada inoportuna se interponía. Hubo momento en los que los de abajo cantábamos y Pau simplemente nos hacía los coros o apoyaba con las congas. Allí había calor y el calor se compartía y mimetizaba. Echabas una mirada alrededor y comprobabas cómo más de uno hacía suya la canción de turno. Probablemente las fiebres pasadas  fueron aplacadas por este jarabe que sigue sin mostrar contraindicaciones. La complicidad saltaba del escenario a la pista y nadie fue capaz de esconder las vergüenzas que el olvido de las letras suele llevar como amenaza. Varias generaciones reunidas en torno a quien sabe que la cercanía es un plus con aquellos que te siguen. Miradas que rememoraban momentos y flacas que sabían a Habana. Curiosa contradicción aquella que supuso entonar como nunca el lado más claro del gozo desde el lado más oscuro del principio. Fluía la noche y los trasiegos de plásticos. Fluyeron los versos y la partitura fue buscando su hueco en la maleta del receso que tras veinte años se merecía. No fue un adiós, ni siquiera un hasta luego. Solamente él decidirá el momento del regreso. Sea cuando sea, tiene la certeza de que le estaremos esperando. No en balde, tal y como sonó en la despedida, la vida es un carnaval y las penas se van cantando . No hay que llorar más que por la dicha si la dicha lo exige. Nos queda el paréntesis formado por sus melodías para hacer más llevadero el tiempo que falta para su regreso. Confío en que no vuelvan a ser dieciséis o diecisiete años. Quién sabe si otras adolescencias ocuparán mi puesto entonces.     

Las hijas del Capitán



Nada más comenzar la lectura de esta novela te das cuenta de qué te vas a encontrar. Algo te suena  a conocido, algo te sabe a leído, algo, en resumen, te anticipa un guión no demasiado novedoso. Bueno, es lo que tiene ser lector contumaz: pocas veces un argumento te zarandea completamente. Así ha de asumirse y así transcurre la obra de María Dueñas. Una familia malagueña encabezada por un buscavidas se adentra e instala en Nueva York en los años de despegue y recepción migratoria. Una familia en la que la madre acarrea sobre sí los principios de una cuna que al poco tiempo de llegar comprueba condenados a la desaparición. Un trío de hijas tan solidarias entre sí como dispares en sus proyectos de futuro. A todos ellos se le van sumando personajes de firmes y dudosas procedencias sobre los que a modo de rascacielos se va erigiendo la trama.  Toques sutiles de tendencias políticas intentan dar paso a las dos Españas que a un lado y otro del Atlántico empiezan a cargar armas.  Tiempos de paso que se aceleran desnudando las escasas seguridades que el hambre y la angustia de una incierta supervivencia saca a la palestra en estas más de seiscientas páginas. Los capítulos se suceden a ritmo de una evolución a mejor cargada de obstáculos que, unas veces la suerte, otras veces la osadía, otras veces la casualidad, van hilvanando para festonearla correctamente. Los retratos tras los que se nos muestran protagonistas y antagonistas bien podrían dibujarse sobre un folio nada más aparecer y el acierto sería pleno. Es como si estuviéramos presenciando una nueva versión cinematográfica en nuestra propia pantalla imaginativa. Podría ser un melodrama, pero no me atrevo a asegurarlo a ciencia cierta. Quizá casi todo está escrito ya y la variedad del cómo empieza también a agotarse. La decisión entonces la debe tomar el lector y asumir por sí mismo sus aciertos y sus errores. Leer es un ejercicio que como tal merece y precisa de un entrenamiento. Posiblemente, con el transcurso del tiempo, cada cual extraerá las conclusiones placenteras o no que la obra en ristre le aporte. El dilema vendrá cuando haya que decidir por qué obra u obras serías capaz de hacer un hueco en la personal maleta que te lleves a una isla desierta. Igual en dicha isla las distracciones son más naturales y la buena lectura se convierta en un lujo que merecerá degustar una y otra vez. Que cada quien decida por sí mismo y luego juzgue su decisión si quiere, o no.  

viernes, 19 de octubre de 2018


Oriol Junqueras



La primera imagen suya que vi me remitió a los archivos mentales del recuerdo de Muchachada Nui y no logré localizarlo plenamente.  Parecía que algún personaje se me había volatilizado  sin ser consciente de ello y no sabía cómo. De modo que dejé transcurrir el tiempo y una vez fijada la atención en su verbo, que no en su físico, comenzó a interesarme. Defendía y sigue defendiendo unos postulados políticos que no se contemplan en la actualidad y como si de un adalid de la causa se tratase sigue en ello. Poco le importó si el traje que lucía en los actos oficiales pedía a todas luces otra percha. Poco le importó si alguien lo pudiera situar en la base del “castellet” de turno, enfajado como pilar de la torre humana que se le venía encima. Poco le importó, y creo que poco le sigue importando, que los cerrojos que cancelan su celda chirríen cada día. Él aguarda  mientras otros contemplan y buscan vericuetos por los que transitar. Puede que se vista con el hábito cisterciense, budista, franciscano, o de cualquier otra creencia. Dará lo mismo. El color de los mismos acabará derivando a  amarillo y probablemente un triple lazo se anuda por el bajo vientre. Verá transcurrir las horas desde el patio al que convertirá en claustro de firmezas y tendrá sobre sí el pleno convencimiento de la fe en sus postulados. Igual le llegarán noticias de los extramuros y en ellas caligrafiará dos interrogantes antes de dar por ciertas las sentencias. Hará la vista gorda ante la pléyade de correligionarios que decidieron ver desde la barrera la faena que a él y a otros le fue asignada. Será el picador encargado de medir los puyazos para que el astado a lidiar vaya perdiendo fiereza y bravura. Tengo la sospecha de que dará por válida cualquier fecha por retrasada que llegue si el final de la faena resulta ovacionado y las orejas cortadas.  Sabe que otros se apuntarán el mérito y que los héroes son en demasiadas ocasiones  cobardes oportunistas. “No passa res, tot acabará bé” se repetirá a modo de mantra. Y cuando todo eso suceda, probablemente, seguramente, reprobadoramente, mirará de modo cruzado a todos aquellos que no tuvieron la valentía de seguir su ejemplo.  Puede que entonces haga caso omiso a las palmaditas y levantando el “porró”  brinde para sí con un silencioso reproche y limpie las hojas quemadas de un “ calÇot”  que le dé la bienvenida.

jueves, 18 de octubre de 2018


Filosofía



Parece ser que vuelve como asignatura. Aquella que en nuestros años de bachiller se mostrase como interrogante abierta al pensamiento, regresa, afortunadamente. Sí, ya sé, supongo que a más de uno o una le supondrá un esfuerzo supremo asimilar el reencuentro. Probablemente no figurase entre sus asignaturas favoritas y me solidarizo con ellos. Por más esfuerzos que pusiese en entenderla, entre el tono de voz de la señorita Marisa y el horario de viernes vespertino a la que se vio sometida, tampoco tuve demasiada querencia a la misma. Solamente con el paso de los años empecé a encontrar respuestas a las preguntas nacidas del pensamiento que buscaban aclarar las dudas existenciales que todos en mayor o menor medida siempre nos hemos hecho. Y entonces comprendí cuánto de importante es lo que en ella se plantea. Desde la vertiente que se quiera, en ella, en la Filosofía, se nos abre un abanico de opciones desde las que afrontar nuestro discurrir vitalicio. Unas y otras se enfrentarán, se complementarán, se parecerán, o no. Y entonces seremos nosotros los únicos responsables de decantarnos por algunas de ellas  o buscar las que no han nacido aún. Puede que en un momento determinado comprobemos cómo las religiones que tan furibundamente se defienden o atacan también parten de unos postulados filosóficos. Probablemente descubramos la evidencia de las posturas políticas sobre las que una Filosofía más o menos interesada se asienta. Tendremos la oportunidad de elegir en la medida en que reflexionemos sobre verdades y mentiras que se camuflan sobre postulados y consignas. Realmente lo único que nos mantiene a salvo de retroceder hacia el animalismo es el raciocinio y demasiadas veces se le recluye en la caverna de lo obsoleto. Parece como si de la posibilidad de libertad de pensamiento se temiese una libertad de acción no siempre controlada y dirigida. Cómo permitir al individuo ir por libre y no sentir pánico ante la posibilidad de su escapatoria del redil construido es el auténtico temor que les ha llevado a olvidar dicha doctrina. Y en el peor de los casos, algunas de las opciones se impusieron por la fuerza, por el miedo al presente, por el miedo al más allá, o por el propio abandono del esfuerzo personal hacia la reflexión. Así que, bienvenida de nuevo. Y ya puestos a adornar el paraninfo de la recepción sería conveniente dejar que quien deba impartirla actúe como docente libre de métodos impuestos por otros. Se corre el riesgo de que lo que se transmita no concuerde con lo que la Autoridad espera. Mejor que mejor, si así sucede. En lo que a mí respecta, por principio, ningún Principio me inspira confianza y si viene impuesto, menos aún. Al final va a resultar que empiezo a vivir mi día a día como si siempre fuera viernes, el reloj marcase las dieciséis horas y la señorita Marisa fuera susurrando con su voz aflautada el pertinente “¿ se me entiende?”   

jueves, 11 de octubre de 2018


1.       Don Emilio , el cura



Llegó casi de la mano del Concilio Vaticano II. Don Demetrio, su precursor, exhalaba las últimas bocanadas del penúltimo cigarro, ampliaba el espacio para su tonsura, archivaba los misales en latín y dejaba paso al nuevo párroco. Alto, de mirada y talle, vestía la preceptiva sotana que en aquellos tiempos era poco menos que obligatoria. Se instaló y con él se instalaron las nuevas formas venidas de las nuevas normas y todo comenzó a rodar. Reclutó a una decena de monaguillos y haciendo gala de una energía inusual dio paso a la puesta en escena de la renovación. Comenzó por los roquetes y continuó por los artesonados de la iglesia. Se abrió una lista con donativos a fin de adquirir el preceptivo órgano que diese toque de modernidad a las liturgias venideras. Semanalmente la actualización de la misma sacaba a la luz las aportaciones y en poco tiempo los sones nacidos desde el coro fueron inundando la nave en cada celebración de manos de Antonio Tinaut. Las vigas recobraron vida en el cruce aéreo y un inmenso telón rojo cubrió el frontal. Se adquirieron esculturas, cíngulos, casullas, palmatorias y los sesenta discurrieron conforme a la norma. Él, metódico, celebraba su misa diaria a la que asistían media docena de feligreses, y las tardes las dedicaba a la captura del barbo, del blasblas, o de cualquier otro ciprino de la Lastra. Los domingos anticipaba el rito en el Salto y a veces alguno le acompañábamos más por pasear en su Renault 7 que por estar movidos por la fe. Logró instalar unas canastas de minibásquet y dos juegos de camisetas intentaron hacernos soñar con ser lo que no éramos. Sus paseos con Roldán y Polica daban paso a la sobremesa y posiblemente los temas versaran sobre el discurrir del tiempo mientras el tiempo pasaba. Voz rotunda la suya que se expandía en cada sermón, en cada Evangelio de Jueves Santo, en cada letanía del rosario. Cubrió su camino y sin embargo siempre dejó tras de sí ese rebufo de distancia. Fue como si una niebla medianamente densa lo recubriera quizás para evitarle el dejar abierta la ranura por la que pudieran entrar las confianzas excesivas. Cumplió con su labor, se hizo de respetar, atendió con profesionalidad y credo a todo aquel que lo requirió, pero sigo preguntándome si realmente se dejó conocer o guardó para sí la esencia de su ser. Colgó de la percha del disgusto su hábito negro  abotonado y se fue sin alharacas ni estruendos. De sus lecciones aprendimos el significado de la corrección, el corolario del Quo Vadis y el sentido final de la convivencia no miscible. Puede que llevase razón aquella vez en la que nos hizo partícipes del “Antón Pirulero” en el Abrevaor a la sombra de los nogales. El estribillo rezaba que  ”… cada cuál que aprenda su juego, y quien no lo aprenda que pague una prenda” y posiblemente no supimos entenderlo del todo.               

miércoles, 10 de octubre de 2018


1.       Artemio


A ver cómo pincelo este retrato cuando sé de antemano que el equilibrio será imposible. Será imposible porque ser equidistante con la razón y el sentimiento es un ejercicio digno del equilibrista que sobre el alambre intenta mantener su postura para no caer al vacío. Así que puesto a decantarme por uno de los brazos de la balanza, mejor que gane el que luce por emblema la emoción y no la razón. Sobre todo cuando encontrar razones en quien se mueve a golpe de emoción es un ejercicio llamado al fracaso desde el primer instante. Ese instante en el que los dos meses de diferencia hace años que sirvieron de puente de unión entre nosotros dos. Quintos y yo diría que cuasi hermanos nacidos en los albores de un año que finiquitaba década. Quintos que desde el antagonismo que tantas veces nos caracteriza hemos sabido conjugarlo para sabernos parte de un todo. Porque así te veo, amigo mío, hermano mío. Un todo capaz de sobrevolar por encima de las vicisitudes que te han salido al paso. Capaz de callar más de una voz aseverativa que apostaba por tu derrota. Capaz de llevar las cargas sobre tus espaldas sabiéndote el atlante poderoso al que nada se le resiste. Así, como quien no da importancia a lo anecdótico,  como si quisiera deslizar de su piel aquello que insiste en tatuarlo de gravámenes que no se merece, así se defiende. Sabe mejor que nadie que las fases selenitas a veces campan a sus anchas y no es cuestión de buscarle razones. Ha vivido y sigue viviendo en el filo y ha conseguido perdurar a los intentos de heridas que las heridas mismas han buscado provocar. Superviviente en el océano de ingratitudes a las que se sube para evitarse decepciones sobredimensionadas. Aquel que fuera sigue siendo y nada logrará cambiarlo. Las palas separadas de su quijada infantil han ido dando paso a las nieves de sus pensamientos y sigue buscando en los meandros a los juncos dóciles que le complazcan. Cansado de ser observado ha decidido colocar sus pupilas al otro lado del objetivo como si quisiera descubrir las verdades que los perfiles esconden pudorosos. Teme injustificadamente para tejer sobre sí una malla protectora que en nada necesita. Se divide buscando un cociente sin resto para que nada se quede a medias. Abrió sus latidos y sus ecos sobrepasaron las cimas. Pocos fueron capaces de entender sus partituras y los estribillos de las mismas carecen de valor. La vida casi siempre se pone brava y no te permite medias tintas en tus afectos. O quieres o ignoras. Yo, amigo mío, hermano mío, hace tiempo que opté por una de ellas y jamás me he arrepentido.  

martes, 9 de octubre de 2018


La blanca

Así se la conocía entre el mundo de los reclutas en aquellos tiempos de servicios militares obligatorios. Un ansiado pasaporte sobre el que se estampaban tus datos y al que se le iban completando las páginas con las anotaciones pertinentes que acreditaban tu carácter de soldado. De modo que llegado el día, te firmaban el finiquito, te cuñaban el visado y te encomendaban a futuras revisiones y fes de vida que diesen testimonio de tu pertenencia al ejército siempre dispuesto a defender a la Patria. A muchos os sonará raro y a otros os sonará cercano. La cuestión estuvo en la aparición de los rumores que daban a entender que,  a efectos de jubilaciones,  el tiempo dedicado al uniforme, contaba.  Así, carente de galones, me dispuse a rebuscar en la cueva diogénica de mis pasados y di con ella. Allí estaba, blanca, impoluta, con sus páginas casi amarilleando, echándome de menos. Creo que disimuló la decepción de saberse añorada solamente desde mi propio beneficio y se dejó abanicar. Pasé las hojas, reconocí las firmas, recuperé aquellos rostros y todo discurría del modo más agradable que suele mostrar el pasado hasta que llegué a la página en cuestión. Allí, la zozobra se apoderó de mí. Una suposición  lanzaba una duda sobre el valor de quien se vistió de mí. Recuperé momentos en los que la falta de puntería en el campo de tiro casi hizo volar por los aires la gorra de chocho de aquel sargento jienense. Vinieron como convidados de piedra aquellos lanzamientos de granadas que se quedaron con el sudor temeroso de las yemas de mis dedos. Hicieron acto de presencia las mil piezas del cetme que me retaban a ser acopladas. Y las terceras imaginarias en las que el sueño se apoderaba de todos los caquis del cuartel negándote el tuyo. Y las guardias en las que los camareros no daban abasto para cerrar la retreta de algún que otro gaznate sediento. Y con todo ello, el valor no se reafirmaba; simplemente se me suponía.  Apesadumbrado me acerqué al destacamento pertinente repasando en silencio los preceptivos saludos que comenzaban siempre con un “a sus órdenes mi…”  Cierta inquietud me sobrevino, no por el miedo a ser reenganchado (que ya no tengo edad) sino por el de ser vilipendiado ante la falta del valor que seguía allí supuesto, sobre una de las páginas desde hacía tres décadas y pico. Expuse mis peticiones al mando de guardia y pude comprobar cómo pasó su vista de largo sobre las acreditaciones en cuestión.  Salí reconfortado, seguro de mí, envalentonado, con paso marcial. Nada más llegar  a casa, al abrir la caja custodia de nuevo, no me pude resistir.  Sobre aquella sentencia que me  suponía dueño de valor abrí un paréntesis y en su interior  coloqué un interrogante.  Espero ansioso la llegada del justificante porque no creo que sea capaz de reclamar nada si algo está  incorrecto en el mismo. Cuestión de valor, sin duda.

lunes, 8 de octubre de 2018


VOX

En un principio pensé que se trataba de una nueva edición del diccionario que tantas veces había salido en auxilio de dudas léxicas. Aquel que años atrás declinase en silencio los verbos de latín o conjugase certeramente los franceses, había vuelto, se actualizaba, se ponía de nuevo su toga salvadora ante las dudas. Pues no, o mejor, no del todo. Ahora resulta que un partido político se ha mimetizado con dicho nombre y ha salido a la palestra del  foro para aportar sus opciones.  Vox que se adjudica los deseos más íntimos de una ciudadanía que echa en falta una curva cerrada hacia la derecha. Vox que hace gala de defender derechos negando derechos y que es capaz de llenar un coso taurino sin astados para ofrecer una lidia inesperada por tantos. Como si estos tantos no hubiesen querido prever la que se vendría encima, como si pensasen que tiempos pasados jamás volverían, como si una mirada hacia el ombligo les hubiese cegado el horizonte. Y aquí están. Disputando, o mejor, reclamando y exhibiendo una trinchera que hacen propia para que queden clarísimas sus intenciones. Así,  por encima, sin entrar en detalles, simplemente, dan miedo. Y lo peor de todo es que no parece ser una cuestión de minorías. Abres el abanico de las fronteras y compruebas que el virus se ha extendido. Y ya sabemos qué remedio tiene un virus. Ningún antibiótico es capaz de eliminarlo y hay que esperar a que la fiebre pase y sus efectos sean lo menos dañinos posibles. Los días previos, el malestar se hace presente, la desgana aparece, los tiritones te persiguen y debes guardar reposo.  Antipiréticos y calma. Probablemente necesitarás de sucesivos cambios de sábanas al sudarlas de manera incontrolada. Lo más seguro será que las ojeras vengan a tu rostro y ni te reconozcas en el espejo. Sabrás que serán tres días de subida y tres de bajada y probablemente encuentres a alguien que también lo haya sufrido. El problema estará en el momento mismo en el que nadie se haya dado cuenta de cómo el virus logró entrar en su organismo y hacerle rehén doliente.  Y sobre todo, lo más peligroso sin duda alguna, será ver que el medio de transmisión del mismo suele ser el habitual. El aire se suele llenar de ellos cada vez que el viento revuelve el ambiente y de que te das cuenta está moqueando. Entonces, mal que te pese, echas un vistazo a la estantería en la que los libros guardan silencio y descubres que aquel diccionario que tanta ayuda te prestó no tuvo la precaución de patentar su nombre para que nadie pudiese desvirtuar sus cualidades.     

viernes, 5 de octubre de 2018


La casa azul



Pasa el tiempo y de pronto te das cuenta que tus canciones pasaron de moda y entonces te quedan dos opciones posibles. O seguir escuchando aquellas que formaron parte de tu juventud y alejarte cada vez más del presente, o preguntarte quién es el autor de esa melodía que te está poniendo el ritmo de modo inesperado. Has acudido al garito como convidado de piedra y entre treintañeros celebrando cumpleaños algo te suena a diferente, a fresco,  divertido,  optimismo. Buscas pistas y das con ellos. La casa azul, así, tal cual. Y a partir de entonces las melodías que te acompañan a modo de despertador matutino se hacen a un lado y les dan paso. Visitas sus videos y no deja de asombrarte. Has descubierto un nuevo modo de hacer música y te congratulas. Ya solamente falta tener la oportunidad de convertirte en testigo directo de su existencia y entonces aparece la excusa y el momento oportuno. Da igual que se celebre un aniversario politécnico. Da igual si el jueves está fuera de fechas como nocturno festivo. Incluso da igual si te separan años de aquellos que al runrún de la Marina Real han acudido a presenciar semejante actuación. Pertrechados delante de una pantalla múltiple, cascados con blancos auriculares, uniformados en la sencillez del atuendo, salen a escena. Y allí se organiza la mundial. Las colas de las barras desaparecen para prestarles la atención que se van ganando. Las cervezas se exponen a dudosos equilibrios en sus plásticos recipientes ante el hecho de no poder dejar de bailarlos. Suenan de un modo que te lleva a pensar que están enlatada su música y en décimas de segundo sales de tu error y sigues disfrutando. Perfección en el sonido, en las luces, en la selección de temas, en el buen rollo planeador sobre la dársena norte del puerto. A la izquierda, los pantalanes se dejan mecer por los compases que de allá arriba les llega. A la derecha, las food trucks  reposan después de su incesante labor telonera y precursora del evento. Se iluminan los saltos con las digitalizadas luces de  quienes quieren llevarse para sí la prueba grabada de cuanto están disfrutando. Y como si de un contrato vocal se tratase todos creemos que cantan para un exclusivo mí aquella voces consagradas. Y como si de una premonición se tratase, a modo de despedida provisional, a modo de bandera izada de optimismo, se expande por la noche la revolución nacida del deseo.  Minutos después, una vez abandonado el recinto, sigues preguntándote si aquello que has presenciado era un sueño o respondía a una realidad. Sea como sea, has descubierto en primera persona la dirección exacta de una casa en la que todos los colores de la vecindad se rinden al azul que le da nombre.

miércoles, 3 de octubre de 2018


Esperanza de vida



Hace unos días la curiosidad me llevó a preguntarme cuánto tiempo sería razonable que viviera. Probablemente el otoño recién inaugurado tuvo parte de culpa en ello o quizá el pesimismo que de la caída de las hojas se decanta. De un modo  u otro la pregunta surgió así como así y me dispuse a darle vueltas al tema. No es que tenga especial deseo de ver mi finiquito terrenal a la vuelta de la esquina ni que me angustie el hecho de verme deteriorado con el transcurrir de las páginas de este álbum. No, no es eso. Simple curiosidad derivada de alguna de mis vidas anteriores y felinas. Por lo tanto decidí dejar actuar a un simulador que empezó a realizarme preguntas de lo más simple. Pensé mentir en las respuestas y una vez recapacitado dejé que la sinceridad respondiera por mí. Que si tal ingesta de alimentos, que si tales bebidas, que si tales deportes….Un informe detallado hacia un interlocutor que no daba la cara y al que secretamente imploraba escasa reprimenda se fue perfilando en mi mente. Y llegó el momento de verificar resultados. Tembloroso como si el botón rojo de mi sentencia exterminadora brillase como hoja de guillotina, lo pulsé. Allá abajo, como oculto entre los márgenes de la página, anidaba el resultado. Poco a poco comencé a desplazar el cursor vertical. Parecía un tahúr a punto de descubrir el farol de la jugada  maestra. Un absoluto dominio de sudores, de pulsaciones, de dilataciones pupilares. Aparecieron las cúspides de dos cifras y por un momento creí desvanecer de alegría. Calma, me dije. Estoy desde hace demasiado tiempo en esa posibilidad. Desde los diez hasta los actuales, la pareja de cifras es admisible. Seguí bajando por el filo y cuando estuve a punto de recibir sorprendido el resultado falló la batería. Un consuelo, sin duda. Minutos después recobré el aliento y al reiniciar el camino conocido no me pude resistir. Seguí los pasos del cuestionario sin mirar qué pulsaba y llegué de manera más rápida al final anteriormente pausado. Imprimí los resultados y salí rápidamente en busca de un marco que le hiciera justicia. No me podía contener la alegría y decidí darle rienda suelta a la misma. Enmarcada, como si de un título nobiliario se tratase, allí está, sobre la pared medianera del despacho. De modo que cada mañana, cuando me acerco a recoger mis utensilios, me veo allí caduco y sonrío. Pienso que me queda el tiempo suficiente como para no darle paso al descuento de los días. Y en efecto, desde entonces con cada tañido del despertador empiezo desde cero a contar y todo lo veo de manera distinta. Cuestión de prisma, supongo.   

Buscando a Penny Lane



La sorpresa me vino en el mismo instante en que fui receptor de semejante novela sin esperarlo. El compañerismo se había infiltrado en los vericuetos de la sangre y de ahí derivó hacia mis manos que receptoras se dispusieron a seguir el paso invitador de aquella mítica portada. No sabía exactamente qué me iba a encontrar. O una nueva rendición ante la grandeza de los genios de Liverpool, o una historia de vidas entrecruzadas, o una biografía escondida tras el traje de detective privado. Y resultó ser un total de todo lo anterior, afortunadamente. En ella, Luis Bustamante, decide transmutarse en ese trípode argumental para dejar constancia de cuánto se le debe a la música cuando la música decide instalarse en nuestro interior. Cuántas y cuántas veces, acude a nosotros la melodía rescatadora de desamores, de sueños no cumplidos, de ilusiones tan vivas que parecen reales. Y lo hace con la agilidad propia de quien maneja las púas de un mástil hexacordado de prosa como si quisiera deslizarse por los trastes de la nostalgia y llevarnos de la mano del estribillo. Se deja acompañar por los actores secundarios tantas veces erigidos como voces desafinadas que acaban dando sentido a la melodía. Un punto de nostalgia de cuánto quedó por descubrir en aquella década nos lleva a intentar usurparle al propio protagonista parte de sus vivencias. Y en ello, Lenon, disfrazado de seudónimo en el firmante de la obra, se encomienda y siempre encuentra un rincón metafórico en el que abrir la funda de su guitarra. Allí, las monedas cómplices, caerán como agradecimiento por parte de aquellos a los que el tiempo les voló y siguen pensando en qué dejaron en el camino. Poco importará que las flores se hayan marchitado dentro de un búcaro llamado realidad. De nada servirá buscar explicaciones en aquellos sueños de un mundo mejor a los que la sucesión de títulos, de álbumes, de voces, dieron firma y perpetuidad. El círculo sigue dividido en tres sectores en los que la proclama sigue vigente y a nada que hurgues en la obra los acabas sacando a la luz del presente. Compruebas cómo la ilusión se funde con el letargo de una convalecencia y tras un primer momento sorprendente ya no te atreves a apostar por un desenlace discorde. Tiene poesía en las introducciones capitulares para irse adentrando en una nueva etapa de un incansable trasiego en busca de respuestas. No son necesarias. Aquellos que tuvimos la suerte de vivir aun de refilón aquellos momentos sabemos sobradamente que la respuesta siempre estará en el viento, y eso, creedme, Luis, o mejor, Lenon, lo ha utilizado para hacer volar a la cometa de la historia. Lo del tercio policíaco no es más que mera excusa para no dejar resbalar la emoción por sus mejillas y que todos seamos testigos de su tristeza.

martes, 2 de octubre de 2018


1.       Alfredo Martínez Luján


Tras sus pasos inquietos se abría un telón de rectitud, de forma de hacer, de modo de ser. Desde bien temprana edad llevó sobre sí la capa de responsabilidad que le hacía merecedor del aplauso sincero, callado, verdadero. Y la primera vez que tuve la ocasión de comprobarlo fue cuando me vi inmerso en el dúo que formamos aquel verano del sesenta y siete. Él, veterano con tres años de ventaja, sabía moverse más allá de El Pozuelo y decidió servirme de lazarillo en aquella aventura paramilitar tan de moda en aquellos tiempos. El caqui nos vistió y el campamento decidió darnos unas pautas para mí desconocidas en las que se movía como pez en el agua. Supo estar cerca en todo momento y en más de una situación ejerció un papel de hermano mayor al que agradecerle cuidados. Jugaba al fútbol como si el mismo reglamento le debiese parte de las reglas y sabía disimular los disgustos de la derrota como caballero. Dispuesto siempre a la revancha, la buscaba desde la honestidad y así se le reconocía por propios y extraños.  Pasaron los días, regresamos de aquella aventura infantil, realizamos autoestop y todo discurrió como si nada. Guió sus pasos hacia la docencia y escaló hacia el puesto que sin duda merecía. Dirigía con el acero del convencimiento y el tesón nunca le abandonó. Llegamos a coincidir en la brigada forestal voluntaria en aquel incendio en La Muela y una vez sofocado, una vez controlado, limpiamos el tizne de nuestras pieles en las aguas de La Playeta antes de irnos a seguir los ritmos que el domingo sugería. Nunca oí de sus labios la más mínima queja por más adversidades que le llegasen. Guardaba para sí el debe del esfuerzo para no pedir recompensas y manifestaba un amor por los suyos digno del primogénito que se sabía custodio de los mismos. Recuerdo haberle visto transitar por las Grandes Vías en busca de aquella cámara de video con la que inmortalizar momentos infantiles de sus sangres que corrían como solamente el tiempo sabe hacer. Dispuesto siempre a complacer caprichos, voluntades, deseos. Su espíritu de superación se adhirió como galón al tatuaje de sus venas y la mirada huidiza no fue nunca signo de media verdad. Quizá en su yo más íntimo anidaba el rechazo a devolver al insolente los motivos absurdos que el mismo insolente proclamaba desde la estupidez. Los proeles de una vida se acaban de bruñir para recobrar el brillo que jamás dejó de tener. Deber cumplido, amigo Alfredo, deber cumplido