domingo, 28 de febrero de 2016


VIRREY



TE ENCUMBRAS EN FIEL GUARDIÁN


DE LA CUNA QUE ES DE TODOS

Y ENTRE BLASFEMIAS CON ODOS

TE ENGALLITAS, SO RUFIÁN,

PENSANDO QUE UN CAPITÁN

COMO TÚ EL PUEBLO MERECE

AUNQUE CIERTO ES QUE PARECE

QUE GOZAS AL VERTE PRESO

NO DEL MAKTUB, SI DEL SESO,

Y ESO, PALETO, TE ESCUECE.



CÚLPAME DE SER MAL VATE

SI ES QUE ENTIENDES LO QUE ESCRIBO

MÁS TÚ, SILLA SIN ESTRIBO,

TÚ, FIRMA DEL DISPARATE,

PIENSA UN POCO, BOTARATE

¿DESTILO POR TI ESE JUGO

CON VERSO QUE ALEJO Y FUGO

DE TODA PROXIMIDAD

A TI, SO CALAMIDAD,

VIRREY DE UN TRONO TARUGO?



¿QUÉ CULPA QUIERES CARGAR

SOBRE MIS VERSOS, PAISANO?

¿QUE  SON UN ESFUERZO VANO

MIS ESFUERZOS POR RIMAR?

¿QUE  NO LOGRÉ ALIMENTAR

TU PARTE ANIMAL, MENDRUGO?

¿QUE SIMULE QUE UN BESUGO

COMO TÚ ME PIDE CUENTAS

CUANDO CAMINAS A TIENTAS

PERFILÁNDOTE  SAMUGO?









AY ACÉMILA SIN HIERROS

DE TI TU TRAJE Y ALBARDA

ANUNCIAN  LA  BESTIA PARDA

QUE COBIJARON LOS CERROS

SABIENDO QUE NI LOS PERROS

TE LADRAN PUES NO SE FRENA

TU SOMBRA QUE EN LA ALACENA

BUSCÓ LA LUZ IGNORANTE

Y TU CANDIL DE BRAMANTE

NO PRENDIÓ POR DARLE PENA





VIVE DIOS QUE ERES VIRREY

DEL REINADO DEL CAPRICHO

Y QUE DE TI DICE EL DICHO

QUE NO RESPETAS LA LEY

SI NO ARRODILLA A LA GREY

QUE TOMAS COMO SIRVIENTES

POR MÁS QUE DE PENITENTES

VAYAS SEMBRANDO EL CAMINO

ASÍ, DE MODO LADINO,

ENTRE TODAS ESTAS GENTES

miércoles, 24 de febrero de 2016


Almagro

En estos tiempos en los que el espectáculo se nos muestra desde los escenarios de la mediocridad, asistir al festival de teatro clásico de Almagro se planteaba como un oasis de redención. De modo que al son de las letras del Siglo de Oro acudimos para disfrutar de la escena a través del libreto de la inmortalidad. Recomendaciones nos llevaron a la Casa del Rector y allí, Juan, el diligente Juan, supo ver en nosotros a quienes ni nosotros mismos sospechábamos. Nos sedujo con la oferta y no pudimos resistirnos a la suculenta suite que ya ocupase Penélope mientras entonaba su “Volver” tras la claqueta de Almodóvar. Un sitio encantador como encantador resultó todo una vez que el sol decidió dar una tregua. Por su Plaza Mayor se alternaban las manualidades de espartos con los caldos y quesos típicos y los cuatro frontales verdes olivas daban una imagen de elegancia a tan digna receptora. El Corral, semioculto en uno de sus corredores, esperaba turno y los actores departían entre mesa y mesa con los llegados mientras las berenjenas mostraban su categoría. Y todo rezumaba a bambalinas en mitad de la canícula. De ahí que la visita al museo dedicado a actores y actrices resultase tan imprescindible para conseguir entender, un poco al menos, la dualidad con la que cargamos todos a diario en el escenario de la vida. Trajes, adornos, reliquias de los grandes del teatro en una especie de sacristía profana a la que rendir culto y admiración . Dos representaciones en sendos días para degustar en vivo lo que antaño fuese digerido desde la noche de los viernes en Estudio 1 y que tantos buenos momentos proporcionase. Mañanas dedicadas a las proximidades en las que el agua es protagonista como remanso y parada hacia las migratorias aves en Daimiel y reminiscencias de Chorreras durante el regreso en Ruidera. Tan breve como satisfactoria y tan imprescindible como fugaz aquellas dos jornadas en las que la ruta del Quijote se hizo presente para guiarnos entre los molinos de un palco como espectadores afortunados. Quien tenga la tentación de asistir a este magno evento, que no lo aplace; nadie debería renunciar a conocer en primera persona a Almagro y dejarse seducir por la magia que encierra cada verano cuando Julio decide despertarlo de la siesta para goce de los sentidos. Si la vida es puro teatro tal y como reza el bolero, aquí, no os quepa duda, la concha del apuntador será vuestra aliada para dar fe de todo ello.            




              Jesús(defrijan)

lunes, 22 de febrero de 2016


Santiago de Compostela (capítulo IV)



Evidentemente el turno de Santiago llegó aquella mañana lluviosa. La Plaza del Obradoiro receptora habitual de tantos millones de peregrinos esta vez se adoquinaba de nuevas pisadas en un trasiego incesante entre los que confundirnos. Frente a nosotros el apóstol encargado de cerrar España entre cuyos muros  podían descubrirse  las mil y una leyendas que hablaban de campos estelados en pos de la fe bañados de inciensos cada veinticinco de julio. Catedral que hablaba del fin de trayecto para todos aquellos que emprendieron ruta jacobea desde todos los confines de Europa. Y allí. El abrazo como saludo protocolario mezclándose con los bastones y las conchas de vieiras como recuerdo. A sus espaldas, las dos quintanas en las que se callaban los secretos de aquellos hábitos tan habituados a emparedamientos para acallar los pecados de la carne. Y bajo uno de los pórticos, escudado tras una Fender y un bafle leve,  el guitarrista ambulante punteando a la ignorancia de quienes pasaban de largo los ritmos de un blues tan melancólico como el saudade. Discos seriados en honor a su hija y una tez cetrina que hablaba de excesos en años precedentes en pos de la movida que tantas tasas cobró. A pocas esquinas, Fonseca, y el irremediable deseo de entonar como tunos aficionados los acordes de aquella melodía arropada por bandurrias y panderetas. Más allá, sentado a modo de espectador privilegiado, Valle-Inclán, entre los rosales que tendían una alambrada de pétalos a una nueva vista de las torres. Y próximas a todo, ellas dos, las dos Marías,  Maruxa y Coralia. Populares personajes que en épocas de dominio del gris en todos los aspectos decidieron darle riendas sueltas a sus atuendos coloridos y con ellos buscar el acomodo del flirteo. Tal intensidad supone su recuerdo que hoy en día el pueblo de a pie las suele vestir con vivos colores a pincel para tenerlas presentes. Un último tránsito hacia los cobres en los que el pulpo dejaba durezas y tomaba sabores y la inevitable añoranza de Andrés do Barro que volvía a poner en marcha a un tren para darle vida a las estaciones de la juventud tan lejana como próxima. A base de  Golpes Bajos decidimos regresar y concluir el día con un paseo por la Lanzada sabiendo que el atardecer se cerniría sobre el fin de la Tierra que durante tantos siglos se le supuso a Galicia. Las circunstancias caprichosas varios meses después nos llevaron de nuevo a esta esquina del mapa y sumamos a todas las postales, los castros de Boiro y las atalayas marinas desde las que despedir en A Pobra do Caramiñal. Habrá que regresar para refrescar la memoria y completar el álbum  

                    

              Jesús(defrijan)

domingo, 21 de febrero de 2016


 De Cangas de Morrazo a Vigo y Valensa  (capítulo III)

Siguiendo los consejos de unos huéspedes veteranos decidimos tomar como punto de aparcamiento la explanada del puerto de Cangas. Allí el transbordador nos llevaría a la otra punta de la bahía en aquella mañana luminosa al compás de Golpes Bajos. Nada más arribar a  Vigo, la visita al Mercado de la Piedra se hacía incuestionable y sobre aquellas escaleras todo tipo de artículos a los que dedicar nuestra atención y ánimo consumista. Firmas copiadas alternaban con las ostreiras a pie de calle que reclamaban con su destreza al deseo del caminante para saciar  su gusto. Y justo enfrente, el local que más pareciera un trasatlántico varado a la espera de tripulación. Eran marineros enfundados en uniformes de la Armada de buen yantar. En la bitácora de la carta, el mapa del tesoro que este agradecido  mar guarda para quienes son capaces de retarlo. Amplio surtido del que dimos buena cuenta antes de regresar tras un breve paseo por las avenidas próximas. Decididos a juguetear con la frontera lusa, en la Fortaleza de Valensa pudimos transitar de los bordados a las felpas mientras el gentío se arremolinaba en torno a sus murallas que habían cambiado de actores para seguir vivas. Y en uno de los recodos, Sarita, la bella Sarita. Todo el sabor al café de ultramar sobre su piel y el brillo de las olas rompiendo desde sus ojos en el batiente contoneo de sus párpados. Gacela hermosa que reinaba en aquel entresijo de monederos a la espera de ver cumplido el capricho del transeúnte. Las rejas de las ventanas mostraban la celosía de su sonrisa y las almenas se convertían en torres del homenaje ante semejante belleza. No recuerdo bien qué adquirimos, ni a qué precio, ni con qué motivo. Sobradamente recompensado estaba por más inútil que fuese la compra con tal de haber descubierto a la venus de bronce que allí moraba. Caía la tarde y con los últimos rayos de sol fuimos dando la espalda a los vestigios de la historia. Aún hay noches en las que sigo pensando qué habrá sido de su futuro. Quizás siga prodigando sonrisas a todo aquel que tenga la fortuna de traspasar el umbral de su establecimiento y encontrársela de frente. Ahora entiendo el porqué de cada vez que un juego de toallas color café viene a hacer el relevo en mis perchas, me acude una sensación de alegría que no acababa de entender.          

              Jesús(defrijan)

viernes, 19 de febrero de 2016


De Coruña a Nolla (capítulo II)

Al día siguiente, ya repuestos del festejo, y sorteando brumas con claros, nos dispusimos a recorrer Coruña. Evidente resultó el acceso hasta el paseo de Riazor y tras él un transitar a lomos de un tranvía que se negaba a jubilarse mientras siguiese cumpliendo con su misión de acercar a la costa a los innumerables turistas. Poco a poco ascendimos hacia la Torre de Hércules a cuyo pie dice la leyenda fue enterrada la cabeza de un gigante derrotado en combate. Compartiendo espacio, un fusilero coronado como  Carlos III parece esperar el turno de disparo ante el paso del ánade despistada. Y más a ras de olas, la rosa de los vientos invitando a encontrar la ruta adecuada a quienes retan a la muerte por más que se acerque a la costa. Un paseo marítimo en el que las gaviotas retan a los surferos inmóviles y la ruta hacia Nolla preparada. Allí nos esperaba la primera sorpresa, la primera desilusión y la subsiguiente recompensa. No, no era lo esperado, aquel alojamiento. De modo que para quitarnos el mal sabor de boca optamos por acercarnos a O Grove y paliar con un viajecito en barca la mala impresión. Supongo que el albariño y las bateas de mejillones contribuyeron a que el arroz con bogavante se quedase a mitad por más descomunal que fuese aquella ración para tres. Justo a los postres, la impensable noticia televisiva hablaba de un accidente de metro en Valencia, y la lógica preocupación nos llegó. La ruta que habíamos tomado hacía días llevaba el sentido inverso a aquellos mochileros blancoamarillentos que rendirían pleitesía a Su Santidad y la fatalidad los hizo coincidir con las víctimas que siguen buscando justicia hoy en día. Ni siquiera el posterior paseo por La Toja pudo aportar un mínimo de alegría a aquella jornada que se vestía de luto. La Ermita de las Conchas rodeada de hortensias pareció compadecerse y con la firme idea de pernoctar en otro lugar regresamos a por el equipaje. Y allí, nada más entrar a saldar la cuenta, estaba Mariano. Puro nervio y simpatía cargado con una piscina inmensa sobre la que verter el agua que invitaba al baño. Un paso atrás en la decisión y una oportunidad a la vista de cómo transcurriese la noche. Supongo que el conjuro de la queimada y las risas de la tertulia nocturna de Julio cumplieron con su labor y allí permanecimos por el resto de los días. En las inmediaciones la bajamar dejaba constancia de su ritmo y los eucaliptos lo cubrían todo. Era suficiente por hoy.



              Jesús(defrijan)

jueves, 18 de febrero de 2016


Galicia, hacia Coruña y de boda ( capítulo I)

La ocasión no podía presentarse como más propicia y al reclamo nupcial nos dispusimos a trazar una diagonal desde el Mediterráneo en sentido noroeste. Así, aquella mañana de finales de Junio, con las primeras luces, comenzamos a descontar kilómetros. Y nada más circunvalar a la capital de reino, la primera sorpresa. Un letrero anunciaba el doble de lo ya transitado y sobre la meseta se diseñaba un recorrido interminable. No había otra, la cita estaba concertada y con más prisa que pausa fuimos atravesando provincias. Por un momento me vinieron a la mente aquellos aguerridos camioneros que a lomos de los pegasos Barreiros tantas veces debieron trazar esta ruta y a los que se les habría paliado el esfuerzo en base a los innumerables viaductos próximos al Bierzo. Montañas sobre las que las pizarras hablaban de dominios y valles que empezaban a poblarse de olmos fueron dando paso al destino que cubrimos antes de lo previsto. Nada más llegar nos unimos al incesante goteo de apellidos comunes que aprovechábamos la circunstancia para reunirnos y ser testigos de la misma. Toda una planta del hotel tenía como inquilinos a los llegados por parte del novio y tras las alutaciones de rigor, alguien propuso rendir pleitesía a María Pita. Dicho, hecho y por receptor, el pulpo en sus infinitas variantes que mi buen amigo José Antonio tuvo a bien solicitar entre charla poética y coloquio filosófico. La tarde caía al mismo tiempo que al albariño y sin más dilación acudimos a la previa de las varias reuniones en torno a la mesa que tendrían lugar. Los chaqués dormían plácidamente la víspera que se anunciaba tan festiva como resultó ser. Cuatro generaciones unidas  y  más de una ausencia que el tiempo decidió llevarse velando armas a orillas del mar. Y todo Riazor invitándonos pasear al ritmo de las gaviotas una vez que los protocolos hubieran terminado. Así pasó la noche, así llegó la jornada, así se dieron el sí quiero y así disfrutamos de un ágape que dio lustre a todo el pazo engalanado sobre el que un clásico que tuvo el honor de transportar al poeta y reposaba en el porche. La ermita románica cerró sus bisagras y los viñedos de las inmediaciones empezaban a preñarse de racimos. Un vez más, el rito de la vida marcaba su compás y con él, nosotros nos sentíamos dichosos. De los excesos provocados por la negación del no ante los manteles, casi mejor no diré nada.



Jesús(defrijan)

martes, 16 de febrero de 2016


Covadonga  (capítulo VI)

Casi concluyendo la semana reemprendimos  marcha hacia los últimos puntos que la agenda preveía. Las estribaciones montañosas unían en una misma orografía a dos Comunidades y entre ellas, como suele ser habitual, la sempiterna aparición mariana. Horadada en la roca, en un incesante trasiego de peregrinos octanados, la gruta de Covadonga nos hablaba de favores en base a la fe para comenzar una pelaya reconquista. Llegaron al instante aquellas imágenes extraídas de la enciclopedia Álvarez en la que se loaba la intercesión virginal para derrotar a la media luna y emprender un descenso de varios siglos hasta instalar la cruz de nuevo. Allí estaba ella, echando un cable a las aguerridas tropas emboscadas en las laderas para provocar una derrota que sería el principio del fin. El olor a cera ardiente, se mezclaba con las oraciones silenciosas y las reliquias se postulaban en base a la disponibilidad del monedero. Peñascos,  que los implacables inviernos habían esculpido a base de cuñas heladas, le daban un aire caballeresco inmune a las fanfarrias de tropas mayores en número  a  la postre derrotadas. Aquellas empinadas curvas hablaban de esfuerzos sobre el pedal para coronarlas vestidos de amarillo. Sea como fuere, ante la imposibilidad de acceso propio hacia los Lagos, decidimos descender hacia Canga de Narcea. Y como la curiosidad suele ser un aditivo propio a todo turista, a mitad de descenso esta ella, la sidrera errante. Porque así se podría catalogar a aquella señora que jugaba con nuestra misma edad y en cuyo pórtico anunciaba sidra artesanal.  Detuvimos los vehículos y con todo nuestro ánimo ecologista probamos aquel caldo que tan natural parecía. Era como si quisiéramos perdonarnos el haber contaminado a aquellos parajes y un acto de contrición eligiese al lagar como lugar apropiado. De modo que adquirimos varias botellas y sobre una caja de cartón las colocamos en el maletero. Pese a ser escasa la velocidad, empezamos a escuchar sucesivos descorches provenientes del maletero, que convenientemente regado de sidra llegó a Cangas. De cómo fue imposible eliminar el tufo a sidra descorchada durante años será mejor no decir nada para no añadir escarnio a la torpeza. En todo caso, saber que en esta población, no sólo el precio menor de la misma, sino las infinitas medidas sanitarias a mejor, nos acabaron dejando una sensación de haber hecho el canelo. Ya casi daba lo mismo. Nos quedaban horas para reemprender el regreso. Había sido un placer conocer parte de esta tierra que tanto tiene que mostrar y que tanto nos mostró para goce del recuerdo. El inmenso baúl de ida, se volvió aún más inmenso a la vuelta, y al lluvia nos acompañó todo el resto del camino como si quisiera recordarnos de dónde veníamos y adonde nos seguirían esperando.     



Jesús(defrijan)

domingo, 14 de febrero de 2016


Comillas,  Santa Justa, Cahecho y Fuente De. ( capítulo V)

Un incesante transitar por esta hermosa tierra nos llevó a no dar tregua a las horas y así tejer unas líneas que uniesen a parte de lo que nos quedaba por ver. De ahí que llegásemos a Comillas y frente al Palacio de Sobrellano rememorásemos una época en la que el lujo quizás tuviese su origen en el indiano de vuelta. Y el capricho del genio mostrándose en forma de arquitectura personalísima en la que dejar constancia de la existencia excepcional de mentes más allá de la ostentación vacua. Un juego de formas a modo de casita encantada a tamaño real y un bronce sentado con las piernas cruzadas observando su obra y complacido al recibir visitas. Mosaicos por doquier, cristaleras coloridas, torres rindiendo homenaje a quien es capaz de percibir lo que los sentidos tantas veces callan. Y con el último reflejo de sus muros, con la mente aún vibrando con lo presenciado, una ruta serpenteante nos acercó a Santa Justa. Recóndito lugar en el que el acantilado abraza y abriga a la playa evitándole el oleaje batiente y sobre una de sus laderas, la ermita de dicada a la santa. Curioso el hecho de buscar emplazamientos casi inaccesibles para demostrar la fe y venerar a quien la promueve. Es como si el esfuerzo añadido añadiese un plus de recompensa a quien manifiesta tal advocación y esta vez no iba a ser diferente. Quién sabe si en alguna ocasión algún navío extraviado se logró orientar en mitad de la tormenta con alguna luz proveniente de aquella gruta que ahora ocupaba la ermita. Estoy por asegurar que el mantra se repetía y el marco no podía ser más hermoso. De modo que para equilibrar lo que Cantabria nos seguía mostrando, dejamos atrás a las olas y ascendimos de nuevo a las cumbres. Traspasamos el Desfiladero de la Hermida y desde Potes, subimos a Cahecho. Una atalaya dominadora sobre el valle en la que el sol reverberaba a su antojo sobre las pizarras de sus tejados. Silencio, quietud, solaz. Un lugar idílico para la pausa y la contemplación. Quizás Horacio sin saberlo diseñó un lugar como este para dar fe de su “beatus ille” y siglos después se nos mostraba a prado abierto. Regrese sobre nuestros pasos y Fuente De retando a los vértigos para acceder a las cumbres sobre el teleférico cableado. No añadiré anda más puesto que las dos horas de espera en el nivel inferior ya hablan suficientemente del miedo que me impidió disfrutar de lo que allá arriba les aguardaba. ¿Fue un error?; posiblemente. Pero el miedo es libre y cada cual se toma el que quiere. Así que me plantearé la posibilidad de regresar y así remediarlo.          

                           

Jesús(defrijan)

miércoles, 10 de febrero de 2016


Las Cuevas ( capítulo IV)

Llegaba el turno a las grutas y por proximidad, abrió el mismo Altamira. O más bien, la réplica fidedigna de todo cuanto aconteciese en aquella Prehistoria que tan injusta denominación recibe. Nada es previo a lo que ya pertenece, pero no voy a entrar a debatir lo que a todas luces es aceptado. De lo que no cupo duda alguna fue de cómo el ser humano, por más primitivo que se considere desde la lejanía, buscó refugio seguro y sobre él dejó huella. El legado pictórico hablaba de escenas cotidianas de cacerías en las que el arte cinegético no sólo servía para sustento sino que además aportaba una información sobre el sentir de aquellos predecesores. Desde siempre ha buscado la inmortalidad más allá de la muerte y de sus habilidades quedaba constancia en esos frescos trazados sobre las calcáreas oquedades. Sin duda alguna querían demostrar a las generaciones venideras un pasado que les daba forma y posiblemente no valoraron la magnitud de su obra que ahora se nos mostraba de modo copista. Demasiado expuesto el original a los dardos de la contaminación como para ser mostrado y semejante capilla Sixtina cumplía sobradamente con su labor. De modo que decidimos seguir ruta hacia Puente Viesgo, y allí, penetrar en la Cueva de las Monedas. Intrincada gruta que convenientemente iluminada nos transportaba por pasadizos en los que las columnas formadas con el paso del tiempo forjaban un habitáculo que dominaba al valle. Una vez concluida la visita, allá abajo, el balneario. Famoso hospedaje de peloteros que lo ocuparon durante algunas temporadas en el que las aguas  termales cumplieron con la función de relax mientras el tibio sol de julio se abría paso hacia el río y los pastos dormían enrollados en mitad de los campos. Tiempo que supuso un paréntesis hasta llegar a las del Soplao. Allí, embarcados en un trenecito a modo de laboriosos enanos blanconeveros, descendimos hacia la gruta que más parecía un palacio de cristal. Contemplar la obra escultórica de las aguas mientras sonaba el canto de los niños del coro, fue como el preludio de una ópera en la que el fantasma estaría camuflado tras las sombras gozando de las notas y maldiciendo su desdicha. Hermosa, muy hermosa, tanto como para imaginar en sus inmediaciones cualquier remake de sonrisas y lágrimas más allá del melodrama y que Cahecho corroboraría a la jornada siguiente. Quedaba tiempo para visitar de modo fugaz San Vicente de la Barquera y degustar los inacabables frutos marineros como cierre a una nueva jornada.                                    

Jesús(defrijan)

De Santoña a Laredo ( capítulo III)

Nueva ruta y en esta ocasión Santoña se nos presentó como destino adecuado. Allá, en la que es considerada una de las playas mesetarias, la inmensidad de sus marismas, aportaban un toque peculiar desde el monte Buciero. Una vez divisada la inmensidad de las mismas, descendimos y nos embarcamos en una travesía hacia Laredo. El tiempo suficiente como para llegar a la otra parte y degustar los frutos del mar que tanta fama tienen. Y entre ellos, las anchoas, en sus mil variedades, enlatadas a gusto del más exigente degustador. De modo que sobre la escollera, estaban ellos dos. Uno con pinta de lobo de mar y el otro como copia del latin lover marinero que exhibe sonrisas al soplar de las brisas. Uno con la certeza plena de que el oleaje previsible desde sus experiencias oteadoras de cielos nos pediría cuentas en forma de arcadas. El otro, mitad truhán, mitad señor, con una dentadura inmune al desgaste del salitre, moreno cual pincel de Montecarlo, exhibiendo bronce y dominio de las artes navieras. Serían poco menos de treinta minutos lo que aquel remedo de yate tardaría en realizar el trayecto y tras el timón, el émulo de Drake, transmitiendo tranquilidad. Uno haciendo apuestas contra sí mismo sobre cuál sería el nivel de pánico al que no sometería en Cantábrico en alguno de los trayectos tanto de ida como de vuelta. Olas que empezaron de manera suave sobre los dos metros de cresta y poco a poco decidieron aumentar su calibre y ellos empeñados en acercarnos a los peñascos para divisar a unas cabras autóctonas cuyo dominio del equilibrio sorteaba caídas al agua. Creo que ellas mismas se estaban riendo de estos grumetes en que nos había convertido el vaivén del agua y mientras tanto, dos individuos tarareando habaneras para calmar nuestros temores. Ya ni nos acordábamos de lo visto en Laredo y apenas alcanzábamos con nuestros deseos para llegar a tierra firme. Ni los falsos galones del galán timonel eran capaces de transmitirnos seguridad y una versión reducida de Robinson Crusoe en todo el amplio sentido de la expresión se cernía sobre nosotros. Cabeceando sin parar, aquel acorazado de escasa eslora, logró regresarnos y creo que llegamos a besar el hormigón del palenque al tomar tierra. Ante la pregunta de si habíamos disfrutado de la travesía, como toda respuesta nos surgió una mirada que se le clavó en mitad de la yugular al broceado capitán y un poco más abajo al sobrecargo a sus órdenes. Meses después, cada vez que destapábamos un bote de anchoas, no podíamos dejar de sentir cierto mareo por más suelo firme que tuviésemos a nuestros pies.  

                      

Jesús(defrijan)

lunes, 8 de febrero de 2016


Santander y Cabárceno(capítulo II)

 Ya instalados, ya dormidos, ya  descansados, nos dispusimos a visitar la capital. Su inacabable paseo con incesantes subidas y bajadas nos traía una visión del mar tan diferente al Mediterráneo  que no pudo por menos que sorprendernos el nivel tan variable que las mareas aportaban a las arenas. Estaba claro el acierto en la decisión de quienes apartaban sus enseres de las inmediaciones del rompeolas para evitarse en ello los efectos de las subidas y descensos de nivel. En plenos dominios de las galernas, los timones de los navíos anclados al puerto hablaban de una tradición salina en busca de horizontes a los que conquistar. Cada nudo imposible de entrelazar por nuestras manos inexpertas guardaba historias de luchas contra las olas y corrientes en ese pulso incesante entre el hombre y la naturaleza. Y no lejos, la Magdalena palaciega reinando sobre el acantilado y haciendo recuento de sus aventajados alumnos que cada verano la cumplen.  Reemprendimos marcha hacia los montes cercanos con el regusto que Marucho dejó en nuestros paladares y  Cabárceno nos abrió sus cumbres a pocos kilómetros. Allí, un arca bíblica abierta al cielo nos esperaba. Y nosotros, invasores de intimidades salvajes, nos dispusimos a cruzar de parte a parte aquel espacio en el que los animales campan a sus anchas, dentro de lo que supone una libertad limitada. Todas las especies moraban al otro lado de la valla o en el foso para ser visualizadas con una mezcla de admiración y compasión. Hectáreas sobre hectáreas en las que un hábitat se ha convertido en una copia fidedigna de aquella que los meridianos eligieron a miles de kilómetros de donde estábamos. Subidas y bajadas trazadas para no  perdernos en ese laberinto animal que tan acostumbrado parecía a las visitas. No pocas retrospectivas fílmicas se sumaban al paseo pese a las ausencias de porteadores de color obedientes. Allí, las imágenes de antaño, cobraron vida y la sabana se empinaba a la espera del Kilimanjaro nevado, a la búsqueda de las minas del rey Salomón o al descubrimiento de los gorilas que, en esta ocasión, sorteaban a la niebla. Quizás un paseo por el libro selvático nos trajo una halo de lástima ante los epítetos que cada animal suele cargar sobre su lomo cuando el guion   prosopopéyico así lo solicita. Puede que ahí radicase la necesidad de sumergirnos en las cavernas para seguir entendiendo unos orígenes que llevaron al ser humano a evolucionar como tal. Sin duda alguna los restos pictóricos nos esperaban aunque fuesen a modo de imitación para darnos una óptica diferente con la que seguir descubriendo lo que Cantabria guardaba.      

Jesús (defrijan)

Hacia Santillana del Mar ( capítulo I)

Hay ocasiones en que los viajes se diseñan a lo largo y ancho de un paseo con la compañía de alguien que coincide contigo. Y este fue el caso que nos llevó a compartir ruta y destino con unos amigos y siguiendo Las recomendaciones de cercanos, elegimos hospedaje. Salir a primera hora hacia la ruta Mudéjar y atravesar todo Aragón antes del mediodía no supuso ninguna dificultad y los kilómetros descontaban tiempos de una manera continua. Ya en un área de servicio, en aras de la fortuna, logré aplacar la ansiedad de un fumador que no encontraba nicotina de ninguna de las maneras. Hacía tiempo que me alejé de la dependencia y no sé muy bien cómo apareció en mi macuto un último paquete de rubio americano que tan buen final obtuvo en aquellos labios peregrinos. Repostamos, descendimos hacia Bilbao y continuamos ruta hacia Santillana del Mar. A la hora prevista, en el cruce previsto, la casona prevista y el equipaje extraído. Realmente  llamar equipaje a aquellas maletas, sería injusto. Eran dos baúles flexibles de infinitos metros cúbicos rebosantes de atuendos. Por un momento pensé que nuestros amigos se mudaban definitivamente de domicilio a las estribaciones cántabras. El “por si acaso” que todos llevamos colgado como sambenito a la hora de completar la maleta se escribía en mayúsculas y más parecía el ajuar de una maharaní a punto de casarse que de una familia de tres miembros en viaje veraniego de una semana. Ya hubiese querido la famosa tonadillera haber tenido semejante equipamiento en sus viajes a las Américas. ¿Qué guardaban allá adentro? El tiempo respondería a tal cuestión, pero a todas luces, si pensaban deshacer la maleta al acceder a la habitación, faltaría hueco en los  armarios. Las risas de rigor, la sorna subsiguiente, los filetes rusos comidos a la sombra del porche y el cortacésped automático pululando a sus anchas, anticipaban diversión. No lejos de allí, las cuevas irían dando testimonio sucesivo de prehistorias y seríamos testigos de la evolución del ser humano, a veces a peor. Quedaba clara la constancia de que las tres mentiras le cuadraban perfectamente a la noble villa. Ni santa, ni llana ni marina. Los Güelitos decidieron legar a una de sus nietas esta casona que nos alojaría y en ella, Maite, gobernaría con firmeza ante la atenta y pausada mirada de José que se declaraba hombre de las cavernas y como tal dedicado a la preparación mecánica de coches y por lo tanto ajeno a las tareas de mantenimiento de tal posada. Una nueva forma de entender la relación de pareja que no dejaba de sorprendernos y que se sumaría a todas las sorpresas que Cantabria nos mostraría a lo largo de los siete días siguientes.       



Jesús(defrijan)

domingo, 7 de febrero de 2016


El renacido, o cómo perder una tarde de sábado

 Podría concluir aquí mismo la crónica de lo visto ayer por la tarde y no pasaría nada. Pero quizás un ánimo masoquista me lleve a recordar el porqué de tan nefasta elección para ver si así consigo convencer a alguien que tenga las mismas dudas que yo a la hora de elegir película y justificar el desembolso hacia la misma. Cierto que todo rodaje concluido te acaba llevando a alguno ya visto con anterioridad y en eso estábamos cuando empezaron a aparecer similitudes con bailes lobatos, osos defensores de sus crías,  hombres llamados caballos y más que ahora mismo no recuerdo. Pero cuando a todas esas semejanzas se le suman toques de teoremas  pasolinianos, miradas eternamente lentas hacia las copas de los árboles que parecen esperar la llegada  del ángel custodio y primeros planos sin venir a cuento, te acabas preguntando aquello de qué hago aquí. Y lo peor de todo es que sabes que dos horas y media de largometraje te tienen  secuestrado en el  último asiento de la última fila, arrinconado. No es plan de desmontar el bufet de palomitas y colas  que se ha extendido a tu diestra para no añadir sufrimiento a quienes  ahogan sus bostezos ingiriendo mecánicamente con tal de entretenerse con algo. Y tú, iluso espectador, esperando que de un momento a otro, aquello despegue. Y el pobre Leonardo di Caprio pasando las de Caín  sobreviviendo a todo tipo de penurias. Que tiene hambre, pues se alimenta de no se sabe qué, que tiene sueño, pues duerme a la intemperie bajo capas de nieve sin ningún problema; que los pieles rojas están a  punto de cazarlo, no pasa nada, o se desliza cataratas abajo enfundado en una piel de oso que debe ser de neopreno o salta desde un altísimo peñasco sin paracaídas y con el caballo moribundo herido y se salva milagrosamente. Aquí, Bond, James Bond, tendría mucho que aprender. Y todo esto mientras su cuerpo que ha sido convertido en páramo arado por las zarpas de úrsido cura milagrosamente sin más pócima que las bajas temperaturas.  Mientras tanto, el malo malísimo, el más malo que la quina, ejerciendo su papel totalmente previsible y una tribu en busca de la hija del jefe que por lo visto otra brigada de peleteros franceses tenía secuestrada.  No, no es que me haya levantado con sueño y esté relatando con desgana el guión; es que, aun queriendo encontrar alguna coherencia narrativa, no hay manera. Es lícito el hecho  de pregonar nominaciones como reclamo a las taquillas porque el cine no deja de ser un mundo de ilusiones que merece nuestro respeto. Pero sería de agradecer que antes de traspasar la puerta de entrada a la sala, cualquier aficionado al cine de verdad, tuviese diez minutos de cortesía para visionar lo que no siempre merece la pena. Igual algún día alguien decide defender una postura semejante y entonces no será necesario ver en nosotros mismos al renacido que ha sido capaz de sobrevivir a un bodrio como el que ayer me robó la tarde.

     

Jesús(defrijan)     

viernes, 5 de febrero de 2016


Incendio y fin de viaje ( capítulo VII)



Una mañana soleada con la brisa marina levantando a las olas y más de seiscientos kilómetros por delante precisaban de un desayuno reparador. Un último paseo por las arenas que recordaban de nuevo a Serrat y su Mediterráneo más presente que nunca. Y al girar sobre las azaleas, la cancela abierta y el mendigo que se desperezaba guardaba silencio. Mientras,  de entre los nichos, surgía la voz del poeta pidiendo al caminante que construyese su camino entre las cunetas ausentes de purgados por ideologías políticas y recubiertas de versos esperanzados. Estaba clara la dedicatoria para el inmediato recital poético de Agosto y con un punto de nostalgia, cerramos la maleta como se cierra una saeta callada al final de la procesión. Podrá faltar el poeta pero siempre quedará su poesía mientras el hombre mantenga en vilo a  la ilusión que tantas veces le es robada. Subimos la pendiente mientras desde el salpicadero del coche las notas en su honor surgían y emprendimos ruta de nuevo. La duda nos vino ante el hecho de dilatar la vuelta y pasar por las zigzagueantes carreteras o seguir por la vía rápida. Al final optamos por esta última y esa decisión a cara o cruz nos evitó el desastre que empezaba a cernirse a nuestro paso sin nosotros saberlo. De hecho, fuimos conscientes de la noticia al llegar a destino y no pudimos dar crédito a las imágenes. Un viento cálido se había encargado de enfurecer a aquella colilla que algún imprudente decidió no pagar adecuadamente. Prendió sobre la hierba seca y todo el Pirineo Oriental se vio sometido al fuego. Un fuego iracundo que provocó, como supimos más tarde, el infortunio en más de un transeúnte que tuvo la infeliz ocurrencia de verse atrapado entre el mar y el fuego. Una vez más, la Naturaleza se cobraba el tributo del modo más cruel que se conoce y una vez más la muerte nos pasaba de largo. Nunca fue la Costa Brava tan acorde a su denominación aunque en esta ocasión desde la tierra firme. Delineantes del levante íbamos trazando la paralela sin acabar de entender cómo se viene el final de modo tan inesperado. De allá arriba nos traíamos el sabor de una país que incluso era capaz de ganar copas de navegación marítima sin tener mar, que hacía la vista gorda ante la procedencia del dinero ajeno, que seguía poblando sus calles con tranvías a la antigua usanza, que alardeaba de un nivel económico propio de alguien más acomodado al laboro que al ludo. Aquí abajo nos seguí esperando la otra cara de la moneda y el verano, en pleno esplendor, así lo anunciaba. Días después el incendio se dio por controlado y un trébol de cuatro hojas sonreía desde el anaquel entre las páginas de un libro de poemas.      

       

Jesús(defrijan)    

jueves, 4 de febrero de 2016


A Colliure por Aviñón ( capítulo VI)

Los días habían transcurrido de un modo tan intenso que al reemprender la marcha de retorno se unió al equipaje ese sentir que la nostalgia firma cada vez que te alejas. De nuevo los túneles de salida y las estribaciones montañosas nos fueron guiando hasta el siguiente destino que tendría parada intermedia en territorio de papas. Así, como quien no quiere darse cuenta, Aviñón nos ofreció parada y reposo. Una vez más el Ródano se encargaba de dar vida a una ciudad en la que las murallas guardan secretos de ambiciones papales y reales en épocas tan lejanas como hábitos cercanos siguen demostrando. Sobre sus aguas, lidiando con un viento huracanado, un puente inconcluso que daba testimonio de un fin defensivo que no llegó a tener. Más allá, los palacios dejando santo y seña de su poderío y sobre las calles, el teatro. Cita obligada mediado Julio para aquellos que quieren sacar a la luz sus creaciones clównicas  y cubrir con ello a las empedradas calles de bambalinas. Heterodoxia fusionada con la historia para que la historia se apiade de quienes no se acaban de creer actores de su propia representación en tres actos que supone la vida. Maquillajes, serpentinas, saltimbanquis, acróbatas y todo regado con anisetes mundanos. Poco tiempo para disfrutarlos pero el suficiente para entender que otra vida es posible a nada que decidamos vivirla sobre el escenario de la ilusión. Y ya, cayendo la tarde, en busca del poeta. Sabíamos que la última parada tendría necesariamente que rendir culto a quien decidió apostar por la justicia vestida de versos, aulas y bibliotecas ambulantes para redención del infeliz. Y sobre la bahía cinabrio que se encargaba de cerrar el día, Colliure. Nada más desembarcar, a unos metros de la estancia, un muro de piedra no demasiado alto, una verja abierta, un sin techo viviendo entre las cruces y don Antonio Machado. Describir ese momento no resulta sencillo para quien le profesa tanta admiración como respeto, tanta envidia como veneración, tanta solidaridad como empatía. Solamente el aproximarme a la tumba y comprobar que sobre la losa reposaban todo tipo de señuelos a su persona ya supuso un regalo en sí mismo. Depositar unos versos manuscritos en el buzón que la preside y a la par recitar el poema  en su honor consiguió poner un broche de oro a este viaje que tocaba a su fin. Mil melodías de aquel disco de Serrat sobre la mente llegaron mientras la bandera tricolor ondeaba sobre los restos de quien vivió como viven los Maestros, desde la tarima de la coherencia en una clase que se llama Dignidad. Bastaba por hoy; era el momento de degustar lo vivido y un paseo por la bahía de este encantador pueblo ayudaría a ello. La coincidencia con aquellos que tienen la misma cuna a tanta distancia de la misma, no dejaba de ser una casualidad y la reafirmación de aquel dicho conocido que asegura encontrar de los tuyos por doquier.



Jesús(defrijan)

martes, 2 de febrero de 2016


Ginebra  ( capítulo V)

Efectivamente, Ginebra se desperezaba al ritmo del géiser del lago y el rumor del agua que del Ródano se embalsaba. La ciudad se extiende hacia la colina y salpicando los portales las auténticas marcas que tantas imitaciones tiene a lo largo del planeta. Precios prohibitivos que marcan las diferencias entre el poder y soñar con poder de los corrientes que intuimos unos niveles de vida inalcanzables. Seguramente tras las fachadas de los innumerables bancos las partidas de monopoly reales se seguían disputando y quizás el ascenso hacia la catedral se hacía más urgente. Antes de la subida, corroboramos la hora sobre la esfera floreada que alegaba precisiones de relojería afamada. Y ya en la catedral, la silla desde la que Calvino dirigía los designios religiosos de dios por considerarse enviado directo del mismo a poner orden estricto entre los fieles y los que aún no lo eran. Curioso el hecho de comprobar cómo desde cualquier tendencia siempre se acaba asumiendo prerrogativas para mejor dirección de las almas. Metros más abajo, la plaza en una de cuyas paredes se rinde homenaje a un capitán  que tuvo la valentía de compaginar las armas con los versos y de nuevo Garcilaso viniendo a mi mente. A nuestros pies, el Parque de los Bastiones con la permanente vigilancia del Muro de los Reformistas esculpidos a tamaño extra. Puede que en un intento de salvaguardar las reformas se viesen en la necesidad de asentarse como cuidadores de las mismas a perpetuidad. O puede que sencillamente eligiesen esa pared receptora de la tibieza de los rayos a la espera de una nueva partida de ajedrez a disputar. A modo de alfombra, los tableros del juego del Sha, esperan el reto de quienes deciden saborear el emparedado entre los movimientos de peones, saltos de caballos, desplazamientos de alfiles, enroques de torres o jaques reales. La placidez de la tarde discurriendo a su antojo y con el sabor del chocolate en los labios, una última tentativa de apertura bancaria para comprobar la facilidad que se ofrece al evasor en paraísos creados exprofeso. Inevitablemente, la imposibilidad de hacernos pasar por lo que no éramos, jugó en nuestra contra. Eso y la mengua de recursos que provocarían la carcajada en aquellos pesebres de dinero negro. Con todo ello, una idea de lo que Suiza era, nos quedaba clara. Habíamos comprobado el valor del pragmatismo, el estilo de convivencia, la seriedad del entorno y la falta de desparpajo de quienes viviendo lejos del mar, desconocen sus efectos beneficiosos. Era momento de empaquetar los recuerdos dar la media vuelta.             

 

Jesús(defrijan)    

lunes, 1 de febrero de 2016


Lucerna y Berna (capítulo IV)

Lucerna sería la siguiente parada y nada más llegar el   Puente de la Capilla recubierto de flores nos ofreció una visión de ambas riberas de la ciudad segmentada por el Reuss. Sobre el artesonado, en más de cien espacios, se nos mostraba  la historia de la ciudad y justo en su parte central,  la Torre del Agua, antiguo baluarte defensivo, presidio y sala de tortura en aquellos juicios de dios del Medievo. Un monumento al león conmemorando la muerte de mercenarios suizos en la Revolución Francesa y multitud de fachadas pintadas al fresco como si de traspantojos se vistiese el arte de la ornamentación arquitectónica. El ascenso en funicular al Monte Pilatus quedaría para una próxima ocasión porque la premura del tiempo nos llamaba a exprimir al máximo el abanico de ciudades. De modo que proseguimos ruta hacia Berna, ciudad que debe su nombre a los úrsidos que la poblaban. Como capital federal hace honor a su cargo y exhibe orgullosa el  Palacio Federal en cuya explanada acuden los infantes a jugar sobre los chorros de al agua alzados al azar ante la parsimoniosa mirada de sus satisfechos padres. A punto de sonar el carrillón de modo puntual cómo no, los infinitos ojos rasgados provenientes de las antípodas dispuestos a captar el baile de las figuras que entran y salen a escena a ritmo del tiempo. La Catedral presenciando el desfile de unos soldados cumpliendo con su  servicio militar que por muy moderna que se presente, sigue siendo obligado a varones y opcional a mujeres, en esta nación que siempre presumió de neutral según conveniencias. Quizás por esto  Einstein la eligió como ciudad de residencia y él calló para sí  la relatividad de su decisión. Vertebrándolo todo la calle Spitalgasse ascendiendo lentamente desde el puente de Nydeeg en un incesante trasiego de viandantes. A sus pies, el testimonio de la presencia del  parque  en el que los osos  campan a sus anchas, dentro de los límites que todo enclaustramiento conlleva aunnque sea en   las orillas del Aar.  Una  jaula dorada para goce de mayores y pequeños que no se plantean otro entorno mejor para  dichos animales, o si se lo plantean, lo aceptan y silencian. La jornada llamaba a su fin y en el camino de vuelta no pude por menos que recordar al admirado Voltaire. Seguro que sus años de residencia helvética dejaron tanta huella como su pensamiento ilustrado testimonia para mayor gloria de la sensatez. El  silencio se hizo presente y la ruta  en sentido opuesto nos esperaba al día siguiente.  

Jesús(defrijan)