Eco zafio
Todo rincón que buscase como refugio le traía la voz que tanto
añoraba. Habían coincidido en la brevedad que recluye a las almas impares entre
los desvanes del desencanto. El verde extendía sus brillos para que aquellos
necesitados de vientos libres campasen a sus anchas. El esfuerzo no resultaba
ser más que una penitencia autoimpuesta para callar lo que a viva voz les
reclamaba su interior. Por separado, gemelos sentires fueron a coincidir en las
escalinatas que reposo cedían a los agotados ignorantes de sí mismos.
Recuperaron el pulso desde la casualidad que la distancia acortó y la breve sonrisa recibió a la sonrisa breve. Fueron
conscientes de que el aire les disputaba presencias y calmados los alientos
empezaron las cortesías. Fue como si nada hubiese sucedido antes desde el
título de la importancia. Llegaron a decirse para sí más de lo que callaban
para ellos mismos en los estrados del conformismo en el que vivían. No tuvieron
el atrevimiento de concertarse para una nueva cita y sin embargo sabían ambos
que la acababan de firmar. Mañanas que viajaban en el expreso del deseo hacia
la estación de la tarde en la que se sabían presentes. Combinaron pasos al
ritmo que el corazón les fue marcando y fueron grabando las voces del otro como
nanas para los insomnios de los amantes punitivos en los que se habían
convertido. La necesidad les llevó a acortar distancias y dieron paso a la
valentía que tantas veces les resultó esquiva. Emprendieron la carrera lenta
que el amar exige y el valor promueve. Nada importaba ya que se les notasen los
porqués porque en el fondo no era lo
importante. Lo transcendente nacía en el verbo que acunaba necesidades en las
volubles inquietudes que coronaban a la par. Hasta aquella vez. Aquella en la
que el dulzor del enamoramiento fue segado de raíz de la manera más abrupta que
se puede diseñar. No sabría certificar si fue el tono, o la premura, o la
propia recepción que ella dispuso. Lo cierto resultó ser que la expresión
naciente de los labios besados tantas veces en los hurtos de las horas verdes,
se tiñó de fango. Él no supo o no quiso entender el adiós que le vino. Quiso
culpar a la voluble caprichosa del cierre definitivo a su esperanza. Buscó en
el retroceso la más mínima pista a la que remitir el reproche que le acudía. No
percibió el filo de la guillotina que nació de él para cortar en él al lazo
gordiano que un día, aquella soñó indestructible. El eco zafio de la palabra
sobrante le sigue recordando que acertó plenamente mientras el interrogante
sobrevuela sobre a aquel que aún no ha encontrado la respuesta.
Jesús ( defrijan)