El camino
Mucho cuidado con no confundirla con aquella que
escribiese aquel monseñor que hablaba de la obra de dios. Mucho cuidado con
obviar el artículo que forma parte del título y que en nada tiene que ver con
la antes mencionada. Aquella ni la leí ni me interesa y esta encierra en sí
misma un retrato tan cercano en las sensaciones como lejano en el tiempo de
aquellos que nos asemejamos al protagonista. Solo un genio de la pluma como
Delibes sería capaz de poner en marcha un relato en forma novelada del
desarraigo que supone abandonar tu niñez en pos de un desarrollo hacia la vida
adulta que no has pedido de modo tan repentino. Sabes que nada volverá a ser
semejante a lo que dejas atrás y las mismas interrogantes de los personajes de
la novela te van asaltando. La vas haciendo tuya en la medida en que te
solidarizas con quienes apuran las horas previas a emprender un camino de no
retorno. Dan ganas de soplarles al oído lo que les espera cuando el tiempo
transcurrido te ha convertido en el veterano del exilio. Solo les quedarán los
espacios interescolares para cimentar convivencias familiares y con el dolor
irán cociendo los ladrillos de su futuro. Y todo, durante esa noche previa a la
marcha, desde una línea de salida que mira al infinito buscando respuestas. Con
un poco de suerte conseguirás poner rostro a los personajes tomados de los que
tuviste la fortuna o desgracia de conocer en la representación real de esa
obra. Cambiarán mínimamente los espacios, quizás las clases, quizás los
temarios. Serás capaz de alejar las penurias que fueron solapándose a tu piel y
en aquellos doce años que tienes enfrente querrás revivir lo que ya no tiene
vuelta atrás. Se te hará corta la lectura; como si le faltase el camino de
regreso que tú tan bien conoces. Y conforme analices esa especie de carencia comprenderás
que don Miguel dejó abierto este regreso para que cada cual lo caligrafiase
según sus vivencias. Si alguna vez me pareció imprescindible recomendar un
libro, esta sería la suprema. Aquellos que no sientan paralelismos personales
con la narración, que al menos tengan a mano la curiosidad de saber cómo nos
fue. Aquellos que fuimos clones, al leerla, nos veremos reflejados, y quién
sabe si reconciliados con el destino que
nos trajo al punto actual. Por lo que a
mí concierne, “Cuatro años y un día”,
quiso ser una crónica que en multitud de ocasiones sigue respondiendo por mí y
por unos cuantos más.