lunes, 31 de octubre de 2016


Don Juan Tenorio



Ahora que se acerca la fecha, las fechas regresan a mi memoria para dar cumplida cuenta del porqué de aquellos dos rombos. Todas las noches de ánimas a través de la pequeña pantalla el verso se hacía escena y Sevilla de vestía de gala. La obra inmortal de José Zorrilla venía a presentarse como una comedia en la que don Luis Mejías  competía en conquistas con don Juan Tenorio y los retos se plasmaban alrededor de la jarra de vino del mesón trianero.  Allí, parapetados tras la puerta de la osadía, ellos dos daban rienda suelta a sus méritos a la hora de asaltar alcobas. Todo frivolidad, todo un duelo de galanes cuya pieza a cazar sería doña Inés, joven hija del comendador, por parte de don Juan. Y yo, cumpliendo normativas que velaban por la pureza del espíritu, excluido de tal visión, solamente podía escuchar el recitado de  la obra desde la habitación contigua. Pasaron los años y llegó el momento. Allí, un inmenso Paco Rabal daba vida al tenorio en un intento de conquistar a una sublime Concha Velasco, interpretando a doña Inés. Verso a verso la comedia dando paso al drama que se desencadena cuando el destino decide jugar con tus sentimientos. Allí, el intercambio de roles convierte al cazador en presa y a la presa en víctima inocente de los desvaríos insensatos de quien juega con la pureza del amor. Poco a poco, las risas iniciales van mutándose en reflexiones de quienes ven su devenir pasado de lejos, y son cautivos de él. De la primigenia admiración  a la compasión hacia quien ha desperdiciado su existencia en pos de galardones de aplauso fácil. Y en medio de todo ello unas interpretaciones sublimes que te van moviendo por los vericuetos del sentir. Noches de difuntos que siguen extrañándose de la ausencia de tan magna obra de los escenarios actuales. O lo que es peor, telones que se alzan para ver versiones libres que algún osado ha decidido realizar para ser más original que el propio original. Vano esfuerzo para quienes sabemos diferenciar la esencia del drama de la bufonada  que quiere convertirlo en comedia, musical, o cualquier otro engendro que no viene a cuento. No me imagino a nadie tan imbécil como para querer reescribir la Odisea y sacarla a la luz como un crucero turístico por las islas griegas. Así que reclamo como amante del teatro el respeto hacia esta obra que desde siempre puso el punto sobre las íes del significado de la noche plagada de lamparitas de aceite. Más de uno de los que tuvieron la suerte de presenciarla siguen recitándola de memoria nada más escuchar el “cuán gritan esos malditos….” y no creo que les haga ninguna gracia que se altere lo inmortal. Esta noche, y esperando que sirva de precedente, don Juan saldrá por el Carmen a la espera de las emociones de quienes asistamos y demos esquinazo a trucos o tratos que viene a empañar el arte escénico en su más pura esencia. Allí nos veremos, allí lo disfrutaremos y allí daremos rienda suelta al aplauso que vestirá de Triana a la cuna de Valencia.      

viernes, 28 de octubre de 2016


Cachitos picantes

Lo primero que me llamó la atención fue la presencia de Woody Allen en la película, pero como actor, no como director. De modo que me puse a verla y a los breves minutos tuve que rebobinar para seguir el hilo de esta locura argumental. Woody (Tex), carnicero de día y mago de noche, está casado con una señorita (Sharon Stone) que le es infiel, sobre todo, con el sheriff del condado ( Kiefer Sutherland) en los límites de la frontera con Méjico. De modo que decide ejecutar un último truco de magia a peor con la susodicha y aprovechando las dotes de carnicero, una vez fallecida, la trocea, carga sus partes en la camioneta, cruza la frontera y entierra el puzle en territorio mariachi. Bueno, casi todo, el puzle de miembros corporales. Tranquilos, podría parecer una película gore y nada más lejos de la realidad. A la mañana siguiente, una anciana ciega, realiza a pie el camino opuesto al de la camioneta, tropieza con algo, cae al suelo y, tras recomponer la compostura, ¡zas!, recupera la visión. Observa que un antebrazo seccionado mantiene el dedo corazón erguido y los demás cerrados y decide darle pábulo a la idea de considerar a aquel antebrazo como reliquia milagrosa de vaya usted a saber quién. Y aquí empieza el desparrame de locura en la aldea. Gentes venidas del Vaticano buscando dar fe del milagro; devotos que piden favores al muñón alargado y los reciben de inmediato; alcalde que quiere sacar partido de la situación y hacerse rico; todo un abanico de tenderetes y productos de márquetin al pairo del milagro; un sacerdote apuesto que acaba rindiéndose a los encantos de una feligresa que le acosa y seduce;  y un sheriff que busca sin parar el paradero de su amante sin encontrarlo, hasta que lo encuentra, y encuentra algo más que no esperaba. A todo esto añadid las apariciones nocturnas de la susodicha que se ha erigido como virgen a la que rendir jaculatorias en mitad de las pesadillas de su astado marido. Un ir y volver desde el cactus de la carcajada al polvo de la cantina en donde el tequila apacigua ánimos. Una pista de despegue abierta a la sátira en la que los personajes representan las mayores bajezas del ser humano y a la vez se hacen querer por la ternura que transmiten. Una singular muestra de cómo el humor puede aparecer desde cualquier circunstancia y entorno a nada que el guion sea coherente con un hilo conductor. Si tenéis ocasión, no os la perdáis;  pocas veces se mezclaron géneros cinematográficos tan dispares con resultado tan excelente y divertido. Cuando alguna vez pase cerca de algún santuario pasaré a la sacristía para echar un vistazo a las reliquias céreas allí existentes. Supongo que el cetro cárnico de aquella casquivana no estará entre ellas, pero bueno, por si acaso, prestaré atención a lo que allí se exhiba.

jueves, 27 de octubre de 2016

Cyrano de Bergerac


Si algún actor era de los pocos indicados a llevar a la pantalla al protagonista de la novela, era Gérard Depardieu. Y así imagino que lo pensaría  Edmond Rostand cuando decidió darle vida. A su físico fornido parecían no irle demasiado bien las dualidades de un espadachín poeta, burlón, socarronamente frívolo y silenciosamente enamorado de su prima. Y como queriendo desviar la atención de tal pasión escondida, haciendo gala de impetuosos arranques de furia hacia quien osase utilizar la burla hacia su nariz exagerada y no aceptada por él mismo. Nada más protector para el desvalido que desviar la atención hacia otro destino que evite el escarnio que él mismo no es capaz de evitar. Y así, la obra discurre entre los entresijos que plantea el amor entre Roxana (prima de Cyrano) y Christian (cadete de academia en pos de ser soldado). Y aquí, el convidado de piedra, haciendo de tripas corazón, sabiendo que jamás alcanzará el amor de su prima, ofreciéndose a ser el vate que componga los poemas que el afortunado electo es incapaz de escribir. Impagable la escena en la que debajo del balcón de la alcoba de Roxana, escondido ante sus ojos, actúa como apuntador para que Christian lance a la noche los versos prestados. Una ambivalencia cruel en la que el fin de la dicha de la dama se impone a la desdicha de quien es incapaz de superar su propio trauma. Mientras tanto, como queriendo desviar la compasión, las muestras de genialidad saltando a la pantalla en forma de envoltorios poéticos de pasteles que un obrador intenta expandir más allá de las levaduras. Y los duelos de mosquetes en los que se narra, o mejor, se recita  a presente, el desenlace de los mismos. Es imposible no sentirse compasivo con el personaje principal a medida que la comedia va girando a drama y el final se aventura doliente. Un incesante cruce de pasiones calladas, camufladas bajo plumas manejadas por dedos ajenos se va encaminando a descubrir lo que hasta ese momento permanecía callado. Los años han ido macerando  las pasiones que se acaban recluyendo en el convento a la espera de la visita sabatina de quien viene a remover recuerdos. Y el final, me lo callo. Que cada cual lo intuya o si quiere que lo descubra. Quizás en ese mismo momento comprenda que nada es más doloroso que vivir en otros lo que uno mismo es incapaz de asumir por mucho que duela. 

martes, 25 de octubre de 2016


Dime quién soy
De Julia Navarro admiro profundamente la coherencia de sus textos en los hilos argumentales que teje. Ya en  “La Hermandad de la Sábana Santa” consiguió cautivar mi atención  con ese viaje a los adentros de lo oculto, místico y misterioso que tanta curiosidad despierta en el común de los mortales. De “La Biblia de barro” podría decir otro tanto y como tercera opción este “Dime quién soy” acaba configurando la trinidad de lecturas que he tenido la suerte de disfrutar bajo su firma. En concreto esta última, da paso a  una vida de película en la que la protagonista renuncia a la placidez de una situación social previsible, para convertirse en una  “Mata Hari  jamesboniana” inmune al desaliento y pasando las de Caín a cada paso dado. Una mujer que se ve envuelta en los caprichos del amor y que por amor es capaz de renunciar al amor. Una apisonadora a la que nada detiene por más pruebas dolorosas que tenga que padecer. Esta  “Agustina de Aragón”  llamada Amelia se pasa la vida en un incesante viaje de ida y vuelta sin regreso a ningún sitio porque ni siquiera ella sabe  adónde quiere ir en realidad. Y si lo sabe, lo disimula de narices, o las circunstancias se lo impiden. Con ello se acaba vistiendo de  la libertaria que antepone a su beneficio personal  el  logro de los beneficios ajenos. Una vorágine de idas y venidas por los distintos estados de una Europa en guerra y la consiguiente posguerra. Todo le sale mal, o bien, según se vea. Si es una proclama al espíritu de superación, sin duda, lo borda. Si se trata de cantar los sacrificios de todo tipo que es capaz de realizar quien mantiene sus principios, sin duda, lo borda.  Si lo que se deduce es que merece la pena dejarse guiar por unos ideales sean los que sean, sin duda, lo borda y envuelve en celofán. Aquellos que no tengan claro el hilo argumental de la historia de la segunda mitad del siglo veinte aquí  tienen  la guía perfecta para seguirlo. Serán capaces de entender aquello que por pereza o desidia no se plantearon jamás y quizás encuentren sentido a aquello de repetir errores por ignorar el pasado.  Todos, en definitiva,  buscamos darle un sentido a nuestro transitar por la vida y aunque sabemos de dónde venimos, a veces, deberíamos volver la vista para no perder la orientación.  Y si para ello nos valemos de una novela como “Dime quién soy”  uniremos al placer de la lectura el regusto de descubrirnos  en un argumento que nos sonará como propio. 

       

lunes, 24 de octubre de 2016


El guateque

Estoy convencido de que cuando alguno de los que leáis el título y habéis visto la película estaréis dibujando una sonrisa plena. Y dicha sonrisa será similar a la que a lo largo del metraje  esparce sobre nuestros ojos el inigualable actor hindú llamado Hrundi Bakshi interpretado por Peter Sellers. El primero convertido en el más inepto de los ineptos cipayos con escasa dotes de corneta. De nada sirven las mil interrupciones que un desolado director realiza tras las meteduras de pata de semejante espécimen. La voladura del fortín antes de tiempo da con sus huesos fuera del casting y los caprichos de la suerte hacen que acabe siendo uno de los invitados por el productor del film a la fiesta en su mansión hollywoodiense. Verlo llegar en el triciclo automotor con ese tarje indescriptible; ver cómo uno de sus mocasines se convierte en un paquebote sobre las aguas que recorren los salones; ver cómo esquiva a duras penas al camarero beodo; comprobar cómo se empieza a sentir uno más en mitad de ese ambiente sin dejar de meter la pata, no tiene precio. Y si lo tiene, se cobra en carcajadas, y se da por bien pagado. Los sketchs se suceden a lo largo de la noche y siempre van acompañados de los deseos de revelar la verdadera identidad al productor y al director. El reciento se va convirtiendo poco a poco en el decorado del auténtico desmadre y la llegada final de un elefante al que decoran al más puro estilo hippie desencadena la apoteosis. Entre la maestría de Blake Edwards  como director y la metamorfosis de Sellers en uno de sus brillantes papeles, consiguen que pase a considerarse como una de las comedias más importantes de toda la historia. El director seguiría mostrando su buen hacer en numerosas ocasiones, y Peter Sellers completaría una amplia trayectoria de magnífico actor con obras como “Lolita”, “¿Teléfono rojo?; Volamos hacia Moscú” o la saga de “La pantera rosa”. Polifacético como pocos, que supo amenizar aquellas navidades en las que llegamos a rebobinar todas las noches la citada cinta hasta perder la cuenta. El camarero borracho seguía pareciendo una copia alcoholizada de Buster Keaton y el pollo volador seguía incrustado en la tiara de la rubia de enfrente. Lo cierto y verdad es que nadie de los que nos reuníamos a las tertulias posteriores a la cena quisimos sentarnos en aquel taburete que apenas nos permitía llegar al nivel de la mesa con las narices.   

viernes, 21 de octubre de 2016


Cien años de soledad

Más de diez años pasaron desde aquella noche de verano en la que las madrugadas invitaban a la lectura. Recién había concluido “El médico” y decidí enfrascarme en la farragosa historia de aquellos protagonistas de Macondo. Inútil esfuerzo que dejé por imposible hasta un decenio después. Quizás el prurito personal me fue espoleado o quizás la misma curiosidad me llevó a sumergirme en esta saga familiar en la que las metáforas se suceden en un ir y regresar dentro de un argumento harto complejo. No, no es una novela al uso en la que los personajes se presentan con unas credenciales fáciles de leer. Más bien es un compendio de historias en las que el genio de García Márquez nos sumerge para que dejemos volar nuestra imaginación y diseñemos a nuestro antojo el escenario y la trama. Desde la modesta aldea se lanza al lector toda una serie de sentires de los que los Buendía son protagonistas y la constante aparición de momentos de locura está absolutamente planificada. Una rayada plena si lo que se pretende es seguir el curso clásico de inicio, nudo y desenlace. Saltaremos del paredón de fusilamiento a la primigenia visión de la nieve y sortearemos los malabares de Melquíades cada vez que desenvuelva su quincalla mágica como gitano avezado. Comprobaremos la extraordinaria fuerza del imán que ignora freno alguno y multiplicaremos infructuosamente el oro como alquimistas medievales traídos por la mano de una varita mágica llamada divertimento. Situaciones insólitas y temores de parturienta ante la posible deformidad del futuro retoño vienen a dar colorido a esta especie de “pollera colorá” con la que nos saca a bailar una cumbia el sabio de Aracataca. Sólo a un escritor extraordinario como don Gabriel se le podría haber ocurrido semejante argumento. Una pluma capaz de exhibir como traje de gala su atuendo guayabero reivindicativo de la cuna al recibir el premio Nobel de Literatura, hace, sencillamente, lo que le place. Y luego, se recluye en Cartagena de Indias, se aparta del oropel y da paso a otra obra maestra. Ya hablaremos de ella. De momento, si no habéis leído la que nos ocupa, hacedlo sin falta. No, no habréis perdido el juicio cuando penséis que no entendéis nada; daos tiempo y veréis como al concluirla os nace la exclamación de “me he perdido algo” y volvéis a leerla para seguir descubriendo matices, fantasías, locuras y autenticidad. Por si os sirve de ayuda, en el inicio aparece un desplegable con los personajes subsiguientes. Ya decidiréis si tenerlo a mano o no.



jueves, 20 de octubre de 2016


La conjura de los necios

Tras años de tertulias amigables en las que coincidir en la opinión sobre una lectura que se nos atragantaba, llegó su “lo acabé y me encantó”. Ya haré referencia en otro momento al libro en cuestión. Pero lo que más me llamó la atención fue el título del que mi amigo estaba leyendo. Así que tardé pocos días en hacerme con el ejemplar y lo primero que me llamó la atención fue la ilustración de la portada. Me sonaba a personaje conocido, como así comprobaría a lo largo de su lectura. La  cuestión estuvo en que nada más leer la ficha biográfica del autor, sentí tal pesar que creí necesario rendirle homenaje como lector compasivo. Eso y el saber que un suicidio a temprana edad lo llevó a desistir de publicar esta novela que acabaría siendo premio Pulitzer. Para colmo,  el prólogo hablaba de cómo tras la visita de su madre a la rectoría e la universidad cercana, la insistente señora consiguió que la novela de su difunto hijo fuese leída y criticada. Aún no he podido olvidar la cara de asombro del profesor al que imaginaba degustándola entre muecas de asombro. Fue publicada y automáticamente me hice fan absoluto de Ignatius, el protagonista. Un ser indefinible salvo si tenemos en cuenta sus múltiples esfuerzos para vivir sin dar un palo al agua, al que su madre todo se lo consiente, y que es objeto de fijación enfermiza por parte del policía que busca en él los méritos para un ascenso. La peripecias se van sucediendo y el disparate continuo de acciones protagonizadas por compañeros de viaje de Ignatius J. Reilly acaban dando forma a una obra antológica, divertida, surrealista e imprescindible para cualquier lector. Por todo ello, cuando el avispado actor-director llamado Santiago Segura, desplegó la primera entrega de su saga torrentera, supe que la pantalla acababa de adquirir para el celuloide la versión nacida de las manos de  John Kennedy Toole. Pequeños cambios en el atrezo y algunas variaciones en los roles de los personajes cinematográficos con el fin de evitar la versión fidedigna escrita. Así que , aquellos de vosotros que tengáis deseos de disfrutar de una lectura sublime; aquellos de vosotros que seáis capaces de disfrutar con una paranoia persecutoria de primer grado; aquellos de vosotros que seáis capaces de sentir admiración por un héroe casposo, perezoso, equilibrista con la suerte y cachazudo, no os la perdáis. Seguro que al acabar de leerla, la comparación os resulta más clara, y ya diréis cuál de las dos versiones es preferible.     

Jesús(defrijan)

miércoles, 19 de octubre de 2016

La música del azar
Todo comienza como suelen comenzar los sueños. Un toque de fortuna inesperado por un tipo de vida gris, alejado de un padre con el que no congenia, acaba ser declarado heredero de una fortuna paterna con la que no contaba. Tras el impacto inicial, todo el abanico de posibilidades quiméricas empiezan a delinearse sobre el piso de la realidad y una nueva vida se le ofrece. Recoge velas, despliega cálculos, adquiere el vehículo adecuado y emprende ruta hacia el oeste. Un placer sólo al alcance de quienes son capaces de buscar tras la línea de horizonte el paraíso por más que se vaya alejando. Pronto, más pronto de lo deseado, el balance entre haberes y gastos previstos se inclina hacia los segundos y la derrama constante amenaza con dar por finalizado el viaje antes de tiempo. La mitad de la fortuna está buen recaudo a la espera de que el año sabático concluya para convertirse en un seguro de subsistencia suficiente. Y entonces el azar, el caprichoso azar, decide jugar a su antojo. Aparece el tahúr amigo que se ofrece a ser tutor de este que ha ido dilapidando su fortuna en proporción directa a los kilómetros recorridos y fabula con la posibilidad de esquilmar a unos ancianos excéntricos que se reúnen una vez al año. El pretexto de la reunión es jugar unas manos al póquer del que obviamente, él es un experto, y lógicamente el éxito está asegurado. Y el azar sigue jugando a su antojo. Hasta el punto en el que cuando todo predice una última baza recuperadora a costa de los ancianos de sus pérdidas pasadas, la suerte se vuelve esquiva. El ying y el yang han disputado durante tanto tiempo en la piel del protagonista que se ha intercambiado el turno. Del resto de la trama guardaré silencio para no desentrañar lo que merece la pena ser leído. Sólo añadiré que la angustia da paso a la esperanza para volver a dar cabida a la angustia en un thriller psicológico en el que el final es imprevisible. Hasta que llega el final y te das cuenta de cómo Paul Auster se ha convertido en un profeta de tu propia existencia y te ves reflejado en dicha novela. No es necesario seguir moviendo bloques de una parte a la otra de una finca que lleva tus iniciales. Acabas cayendo en la cuenta de que barajaste sin ser consciente un mazo de cartas pensado en que el comodín estaba de tu parte sin ver que realmente las cartas estaban marcadas. El croupier, del que no distingues su rostro, sigue ignorándote y únicamente presta atención a los nuevos jugadores que se asoman a la mesa para jugar con sus ilusiones y esquilmarlos de nuevo. Barajad esta novela y suerte con las cartas.


Jesús(defrijan)  

martes, 18 de octubre de 2016


Muerte en Venecia

Está claro que cada edad tiene su momento de diversión y estilo de la misma. De ahí que aquella tarde de sábado no era la indicada para asistir a una representación cinematográfica como la que da título al relato. La mañana había cumplido sus horas tras el balón de turno y el ocio vespertino debí encaminarlo hacia otro destino. De hecho, a mitad de proyección, nos fuimos entre manifestaciones de desaprobación de quienes se habían encargado de proponer semejante sesión. Y así fueron pasando los años hasta que los mismos años se dejaron reposar sobre el sosiego y entonces fue cuando la volví ver. Decir que me maravilló sería quedarse a medias con la lista de calificativos que merece. Ver cómo un la renuncia al paso del tiempo perdido por parte de Dirk Bogarde se manifiesta en el desespero por no estar a la altura del efebo casi infantil prototipo de belleza absoluta, supuso una avalancha de sensaciones que sólo se pueden asimilar desde la comprensión hacia el anciano profesor. Una sociedad que ya entonces se encargaba de esconder el vuelo de las pasiones nacidas del amor platónico entre el adiós y el bienvenido, tenía allí, su plena vigencia. Y las arenas testigos de cuánto se sufre con el paso del tiempo que se ha dejado llevar por los convencionalismo. Y los innumerables intentos de rejuvenecer a precio de ridículo de un cuerpo que se va alejando de la vida sin remedio. Una obra de arte que no te permite permanecer inmune al sufrimiento callado de quien nació para crear belleza y mecerse en ella. Como si el mismo diablo le hubiera negado la posibilidad de compra de su alma, acababas haciéndote partícipe de ese sufrimiento. Ni siquiera el suave vaivén de las olas del Adriático era capaz de atenuar el tic tac silencioso que lo va llevando a un previsible final. Y como colofón a todo ello, la imagen más sublime que se haya podido filmar jamás sobre la derrota, hizo su aparición. Una gota negra, como si la sangre negra del dolor la lanzase  los espectadores, atravesaba el rostro del moribundo tranzando un réquiem mudo que invadió la sala. En ese momento comprendí que cada escenario tiene su tiempo, que cada representación te llega cuando estás preparado y que de nada sirve renegar de la belleza cuando la belleza misma aparece pincelada por un genio como Visconti. Si alguna vez veis un hilo de tinte negro descender  por vuestra faz entre los surcos de  piel labrada por los años y vuestros ojos permanecen inmóviles, sabed que el fin ha llegado con un epitafio que sabe a Venecia.



Jesús(defrijan)           

lunes, 17 de octubre de 2016


El Gran Combo de Puerto Rico

Meses hacía que el cartel anunciador anticipaba la actuación de esta orquesta de tanta solera. No me lo pensé y estuve pendiente del lugar y el espacio exactos para dar cumplida cuenta del hecho de ser testigo de semejante espectáculo. Y todo rodaba sobre ruedas hasta la misma víspera. Las entradas en mi poder y el deseo de acudir a pesar de las intempestivas horas de comienzo. De modo que traspasadas las tres de la madrugada aparecieron sobre el escenario convenientemente uniformados de negro para dar ese toque de elegancia que suelen llevar los músicos en vivo. Únicamente el director se permitía vestir de blanco y acompañar al movimiento de sus falanges con sorbitos sucesivos de aguardiente que buscaban aclarar la voz. Sin más preámbulos “Me liberé” saltó por la catarata del escenario hacia la platea y los sillones cedieron suelo a los danzantes espectadores. “Brujería”, “Aguacero”, “No hago más ná” y todo el repertorio suficientemente coreado por todos fue abriendo la madrugada en aquel aquelarre de fronteras que se sentían como en casa. Los pasillos se enmoquetaron de pasos a ritmo de guaguancó y era difícil sustraerse a los que el trío de cantantes exhibía tras los micrófonos. Tras ellos, los cueros, los timbales, los metales fundían melodías con una perfección exquisita y las sucesivas vaderas ascendían solicitando autógrafos y sellos de “yo estuve aquí”  Madres entradas en años acompañadas de sus hijas  volvían a revivir juventudes de antes de cruzar el charco en busca de futuro y un sinfín de alumnos de academias de baile exhibían sus progresos. “El trampolín” y “Arroz con habichuelas” seguían surtiendo de coros a la sala y todo fue despuntándose a lo largo de la hora larga en la que su entrega fue total y  comparable a la de los amantes de esta música llamada salsa. Poco importaba que el cambio de localización que nos llevó a varios kilómetros  no previstos en la ruta inicial. Poco importaba que la cantante telonera ganadora de no sé qué concurso desafinase en exceso alargando la espera de la magna actuación. Todo se dio por bueno al conseguir ver en vivo a un Combo que detrás de sí lleva un sello de historia musical. Al ir hacia la calle pude observar a la señora mencionada secarse el rostro y no por culpa del sudor. Más allá, Erika y Alcíades, cargaban sobre sus pasos colombianos una mochila de satisfacción camino de Teruel. Sólo por esto, ya mereció la pena. Ahora únicamente me queda aprender a bailar como quienes llevan el ritmo en sus genes.



Jesús(defrijan)   

viernes, 14 de octubre de 2016


Mientras haya bares

Supongo que la admiración por Juan Tallón nace desde aquella mañana en que me desperté y la ironía gallega ejerció de ujier. No podía salir de mi asombro al escuchar cómo en breves minutos se relataba una historia con todos los pasos necesarios y dejaba una moraleja a gusto del oyente. De modo que empecé a habituarme a esa hora y llegó el momento en el cual recibí la noticia de la salida a la venta de “Mientras haya bares”. Ni me lo pensé. Me daba lo mismo si se trataba de una novela, de un rosario de soliloquios sin letanías marianas , o de una traca implosiva de reflexiones. Me daba lo mismo y una vez acabado, me sigue dando lo mismo. Sencillamente, un genio llamado Juan y apellidado Tallón, ha logrado sacudir la modorra que como lector habitual se estaba depositando en mis córneas. Cientos de guiones para degustar, a ser posible en un rincón de una taberna, parapetado solidariamente tras varios vidrios, y dejarte llevar a un viaje del que no conoces el destino, pero sí el rumbo. Estarás acompañado por la tripulación de citas literario-cinematográficas  que hablarán a las claras del poso cultural de este señor que te lleva en volandas con sus historias cotidianas. Y lo más curioso de todo es que sigues sin definir como reales o imaginadas las que se te presentan cada dos páginas. Mejor así. Nada hay más triste que tener que explicar si un poema va dirigido a alguien en concreto o si un relato está basado en fidedignos protagonistas. Es acabar de leer y querer seguir leyendo. Es como si acabases de pasar por el bar de la facultad y recobrases la imagen de aquellas clases peladas en pos de un placer inmediato al librarte de quién no acababa de conectarte, y por lo tanto, evitabas. Es, y esto sí que duele, ser incapaz de reconocer la envidia que te provoca no ser, ni de lejos,  su copia. Sea por el motivo que sea, no os lo perdáis. El panorama literario precisaba de una sacudida y creo que la acabo de encontrar, y así se os aconseja. Ahora que tan de moda están los blogs como si necesitásemos confesionarios reflexivos, más de uno se estará pensando si cerrar el suyo cuando lea todo lo que se destila de las letras de Juan. Mientras haya bares, nada será dado por perdido, os lo aseguro. Tanto escribir me ha provocado una sed incontenible; así que voy a releerlo una vez más y las que sean necesarias.            



Jesús(defrijan)

jueves, 13 de octubre de 2016


El abuelo que saltó por la ventana y se largó

Como de costumbre, mal que me pese, me dejé llevar  por  la síntesis de la contraportada, y así me fue. Si ya suele ser  bastante improbable llegar al centenario de vida, mucho más improbable resultará ver cómo el protagonista de la novela se convierte en un guía del tiempo vivido y cómo, después de haber conocido y convivido con todo tipo de personajes top del siglo veinte sale indemne de toda peripecia. Que decida saltar por la ventana de la residencia en la que vive a punto de celebrar su cumpleaños en pijama y pantuflas  puede resultar simpático, como acto de rebeldía alejado de la desmemoria. Pero que ese sea el disparo de salida hacia un disparate continuo no consigue más que dejarte el sabor amargo de la equivocación y el rictus fingido de la sonrisa falsa. Pasad revista a todo aquel que ha sido alguien en los ecos políticos y sociales pasados y allí, como si fuese su sombra, estaba el presentado como abuelo en fuga. Un modo socorrido de hacerte acompañar similar al que llevan a cabo aquellos cantantes que necesitan de duetos con amigos para llenar espacios, pero en papel y ficción. Vamos, ficción, ficción, sin cortarse lo más mínimo el autor, dando por válido todo el disparate que llegue a su mente. No pude por menos que poner rostro a los allegados que me son conocidos y a ninguno se me ocurrió imaginarlo como protagonista similar. Y es que llega un punto en el que el autor se envalentona y , supongo que sin necesidad de aditivos espirituosos, se siente como Merlín o mejor como Panoramix , agitando la marmita del desenfreno argumental. Lectura absolutamente recomendada para esos días de verano en los que el café se torna vengativo y te roba la siesta de modo inmisericorde. Con un poco de suerte, a las tres páginas, caerás en brazos de Morfeo y quién sabe si no soñarás con convertirte dentro de unos años en un anciano  como el que capitanea  la novela que te cubre el pecho en ese sesteo. Si aún no lo habéis leído; si aún no entendéis el porqué no se toma ejemplo en los geriátricos y se incita a la fuga festiva de los residentes; si aún seguís con el deseo de permanecer jóvenes al llegar a esa edad, mejor ensayad algún baile verbenero. Con ello evitaréis la desilusión de no llegar a conseguir los logros de este “Houdini” y de paso la psicomotricidad os ayudará a olvidaros de las dolencias.

Jesús(defrijan)

martes, 4 de octubre de 2016


  1. La Olivetti

Ocupaba el rincón izquierdo del habitáculo y parapetada tras un estante de madera ejercía de contadora silenciosa. A sus pies, custodiándola, una carpeta de tomos duros  rayada guardaba para la ocasión las anotaciones del diario de bitácora desde la lentitud del paso de los días. A su flanco diestro, un molinillo manual de café esperaba turno para barnizarlo todo de aromas de Columba torrefacto a la menor ocasión. Y justo a su sombra, el papel secante y la tinta engrasadora de la cinta bicolor. Ella, cautiva de silencios, se nos ofrecía a ser la escriba de anhelos, sueños, misivas, reclamos. A través de sus teclas se fueron diseñando los papiros de papel de barba a los que duplicaban los calcos que aguardaban turno. Sabían que la mitad emprendería vuelo y la mitad descansarían doblemente perforados sobre los A-Z convenientemente numerados en la trastienda interior. Allí descansaron firmas, huellas dactilares y redacciones escrupulosas de haberes de devengos. Fueron pasando por las yemas de quienes acariciábamos los aros  metálicos las mil historias inventadas y las mil historias ciertas que daban fe de vida. Un metro más a la derecha, el manual dictador de manejos correctos rumiaba su abandono al saberse  ignorado. De nada sirvieron los esfuerzos no creíbles en adoctrinamientos dígitos. Las falanges campaban a sus anchas y para dar fluidez a los silencios, los índices se bastaban por sí solos.  Sabía que la vorágine de los tecnicismos había dictado su sentencia y sería jubilada al desván de lo prescindible. Nuevos modos, nuevas formas, venían a colonizar un territorio que fue suyo y de nada servía oponer resistencia. Intentó sin resultados que no se notase el cojeo de la Z para impedir su desahucio y de poco sirvieron sus esfuerzos. Su turno había pasado y solamente le quedaba el sabor del recuerdo para esconder sus heridas. Ayer la vi de nuevo. Asomaba la esquina crema de su impermeable y llegué a pensar que esperaba una última oportunidad. Ascendí los peldaños, la bajé con cuidado y comprobé cómo seguían tatuados en su cilindro los jeroglíficos del ayer. Le pedí permiso y midiendo las pausas reiniciamos un camino que creía olvidado. Supo acomodarse a un papel distinto y echando de menos al conglomerado que la sirviera de apoyo, fingió su dolor y calló su pena. El desteñido de las letras sabía a canas y en un último esfuerzo fue capaz de impedir que la Z se quedase anclada como hiciese en vida.  



Jesús(defrijan)