Don Juan Tenorio
Ahora que se acerca la fecha, las fechas regresan
a mi memoria para dar cumplida cuenta del porqué de aquellos dos rombos. Todas
las noches de ánimas a través de la pequeña pantalla el verso se hacía escena y
Sevilla de vestía de gala. La obra inmortal de José Zorrilla venía a
presentarse como una comedia en la que don Luis Mejías competía en conquistas con don Juan Tenorio y
los retos se plasmaban alrededor de la jarra de vino del mesón trianero. Allí, parapetados tras la puerta de la
osadía, ellos dos daban rienda suelta a sus méritos a la hora de asaltar
alcobas. Todo frivolidad, todo un duelo de galanes cuya pieza a cazar sería
doña Inés, joven hija del comendador, por parte de don Juan. Y yo, cumpliendo
normativas que velaban por la pureza del espíritu, excluido de tal visión,
solamente podía escuchar el recitado de
la obra desde la habitación contigua. Pasaron los años y llegó el
momento. Allí, un inmenso Paco Rabal daba vida al tenorio en un intento de
conquistar a una sublime Concha Velasco, interpretando a doña Inés. Verso a
verso la comedia dando paso al drama que se desencadena cuando el destino
decide jugar con tus sentimientos. Allí, el intercambio de roles convierte al
cazador en presa y a la presa en víctima inocente de los desvaríos insensatos
de quien juega con la pureza del amor. Poco a poco, las risas iniciales van
mutándose en reflexiones de quienes ven su devenir pasado de lejos, y son
cautivos de él. De la primigenia admiración
a la compasión hacia quien ha desperdiciado su existencia en pos de
galardones de aplauso fácil. Y en medio de todo ello unas interpretaciones
sublimes que te van moviendo por los vericuetos del sentir. Noches de difuntos
que siguen extrañándose de la ausencia de tan magna obra de los escenarios
actuales. O lo que es peor, telones que se alzan para ver versiones libres que
algún osado ha decidido realizar para ser más original que el propio original.
Vano esfuerzo para quienes sabemos diferenciar la esencia del drama de la
bufonada que quiere convertirlo en
comedia, musical, o cualquier otro engendro que no viene a cuento. No me
imagino a nadie tan imbécil como para querer reescribir la Odisea y sacarla a
la luz como un crucero turístico por las islas griegas. Así que reclamo como
amante del teatro el respeto hacia esta obra que desde siempre puso el punto
sobre las íes del significado de la noche plagada de lamparitas de aceite. Más
de uno de los que tuvieron la suerte de presenciarla siguen recitándola de
memoria nada más escuchar el “cuán gritan esos malditos….” y no creo que les
haga ninguna gracia que se altere lo inmortal. Esta noche, y esperando que
sirva de precedente, don Juan saldrá por el Carmen a la espera de las emociones
de quienes asistamos y demos esquinazo a trucos o tratos que viene a empañar el
arte escénico en su más pura esencia. Allí nos veremos, allí lo disfrutaremos y
allí daremos rienda suelta al aplauso que vestirá de Triana a la cuna de
Valencia.