viernes, 30 de mayo de 2014


      Las cerezas

Había llegado con el paso cansado que los años frenaban y su vista desvió la básquet en el que dormían. Una primera ojeada la lanzó desde el papel que la responsabilidad le había adjudicado desde hace años y la razón empezó a calibrar pesos sobre los que decantarse. Echaba de menos el apéndice que solía ejercer de cola del cometa en el que acababa convirtiéndolas en el tránsito infantil que tantas veces evocaba. En ello estaba, ajena a la melodía programada, cuando comprobó que entre ellas, aquellas se hicieron hueco. Lucían por parejas desde el rojo subido que hablaba de florecimientos en otras latitudes y viajes incógnitos. Sabía que en aquel valle que acompañó a su niñez, otros rojos estarían tiñendo de belleza a la primavera que se mostraba en todo su esplendor. Recordó los hurtos que acompañaron delitos infantiles huyendo de la vigilancia que la conciencia extendía y cómo el ritual previo al sacrificio pasaba por la exhibición ornada de los sonidos más bellos. Allí se mezclaban los primeros besos robados a la osadía y su nombre tomaba forma.  La inmovilidad que manifestaba frente a los estantes vino a verse acompañada por la sonrisa que humedecía su rostro. Y entonces, repudiando los corsés de la conveniencia, tomó aquel par entre sus dedos, los colgó de sus lóbulos, se acercó a la luna recién desempañada y haciendo caso omiso a las risas camufladas de quienes la tomaron por loca, pronunció su nombre y alargó dos besos. Si hoy, o en durante esta primavera, tenéis la fortuna de cruzaros con ella, no preguntéis por su estado de ánimo. Ya habréis adivinado cómo ha vuelto a rejuvenecer a los años en los que el pudor dejó paso a la pasión y la insensatez se vistió dicha.        

jueves, 29 de mayo de 2014


       La codicia

Cualquiera de nosotros a veces soñamos con la visita de la suerte en forma de premio extraordinario que nos viene a visitar. La primera reacción suele ser de regocijo absoluto y a medida que se reposa el sueño  empezamos a diseñar el modo en el que invertiríamos esa fortuna. Y entonces despertamos para seguir soñando. Por eso, aquellos que ni siquiera tienen la posibilidad de soñar se verán reconfortados con la posibilidad de ser ayudados y así limar las asperezas que la cuna les ha legado. Confiamos y confían en que el sentido moral de la justicia se llevará a la realidad y por una parte se lavarán conciencias y por la otra mitigarán desidias. De ahí que me resulte complicado ponerme en la situación de aquel que se haya visto retratado entre aquellos a los que se les ha hurtado lo que la solidaridad general promovía. Imagino sus caras de extrañeza cuando intenten entender cómo aquellos que se debieron encargar de hacerles llegar la ayuda, les escatimaron  lo suyo. Imagino el interrogante sobre el que diseñarán la pregunta y no sabrán responderla. Sabrán que quienes deberían promulgar la igualdad, han ido retranqueando el edificio sobre la que se debería construir y no les han dejado ni la acera. Hablarles de codicia, a quienes nada tienen, supondrá una entelequia tal que acabará colgando sobre sus hombros la capa roída de la mala suerte al nacer en el lugar equivocado. Y desde este lado de la suerte las argucias de la norma acabarán mitigando el robo entre las excusas trenzadas al efecto para no rendir cuentas. Ahora bien, el daño que esta acción ha provocado, podrá tener consecuencias perpetuas. Acaban de dar razones a quienes siempre alegaron incredulidad sobre el destino final de las mismas, y por lo tanto, escatimarán sus aportaciones. Seamos justos y, ahora que se acerca el momento de cruzar la viñeta solidaria en la rendición de cuentas, pensemos en los inocentes. De los culpables, de los codiciosos, ya se encargará el destino. Pero mientras el destino decide, que la justicia actúe y la codicia del robo, pague por ello. Si el significado de vergüenza lo desconocen, ya va siendo hora de que alguien se lo traduzca. Quizás han intentado confundir sinvergüenza  con sin  vergüenza sin aceptar que están emparentados,   

jueves, 15 de mayo de 2014


      El disputado voto europeo

Han sonado a arrebato las campanas que llaman a la misa profana de las elecciones, en este caso, europeas. Y así, los pregoneros mayores se afanan en contarnos las excelencias de pertenecer al mismo equipo que desde Estrasburgo orienta la evolución de cada uno de sus miembros. Seguro estoy  que la idea inicial no careció de virtudes, de buenos presagios, de intenciones loables. Como tampoco dudo de la nube de desencanto que el tiempo o la mala praxis por parte de sus señorías han logrado extender sobre los eurociudadanos que formamos semejante casal. Un club en el que la baraja es manejada desde la supremacía de unos que reparten cartas a su antojo, acaba provocando la duda. Y si antes no se puso de manifiesto digo yo que algo tuvo que ver el hecho de la recepción del pan de las ayudas a tal o cual desarrollo. Vamos, una panacea que globalizó esperanzas entre los mendicantes que sintieron gozosos tales misterios del rosario. Mira por donde, alguien desconocía que el rezo consta también de misterios dolorosos y en ellos estamos. Estamos para abastecer de mano de obra cualificada extraordinariamente a aquellos generosos socios que invirtieron para cobrarse a posteriori, en forma de futuros inciertos, su generosidad. Estamos para que se nos adjudique el papel de centinelas fronterizos ante las miserias que acuden desde más al sur en busca de las migajas de los mendrugos. Estamos para bailar al son de la tarantela que decidan acelerar o retrasar según les acomode a quienes disponen del acordeón. Y mientras, todos reclamados como obedientes feligreses a la misa mayor del domingo urnado. Allí, en vez de limosna, hurgarán en estadísticas para sacar pecho de triunfo aún dentro de la derrota. Volverán a lucir mayorías falsas que se escudan en porcentajes hurtadores de los no creyentes ante tales oficios. De modo que según las previsiones, “la parte no votante de la parte votante será considerada la parte votante de la parte no votante” como mala copia de escena triunfal de los hermanos Marx. Y aquellos que decidan no asistir a tal contribución verán rechazado su derecho a decidir al no creer en semejante partida de cartas. O sea que la mayoría, probablemente sea azuzada a asistir y caso de no hacerlo, repudiada ante cualquier reclamación futura. Sinceramente, si, ya que estamos con la analogía religiosa, sinceramente, digo, si yo fuese uno de los elegidos en base a una mayoría nacida de una minoría, tendría especial cuidado en no sacar pecho ni lucir coronas de laurel. Y entonces, en el más que improbable caso de verme en el escaño europeísta, rechazaría de mis credenciales el acta que me otorga la potestad de disponer de los votantes y no votantes según dispongan las siglas que me llevaron a ello. Pero, como ya he dicho, esto es improbable, o mejor, imposible afortunadamente.

viernes, 9 de mayo de 2014


     El bidón de gasolina

Casi me viene a la memoria el segundo tomo de la popular trilogía escandinava que acaparó éxitos editoriales en base al género policíaco que tanto juego suele dar. Desconozco  en profundidad el argumento y de oídas me he estado haciendo una idea del mismo. Supongo que la grana Ágata ya cubrió mis ansias por este subgénero y por lo tanto lo aparqué. Pero no deja de sorprenderme la similitud del título con la actualidad real en la que se pone de manifiesto la contradicción entre las leyes y las respuestas viscerales que cualquier humano aduciría si le llegase el caso. De las primeras no haré mención por no estar preparado a adentrarme en ese laberinto que conforma la legislatura. Supongo que quienes se encargan de aplicar la ley lo hacen desde la pulcritud en su aplicación sopesando todos los pros y contras. Seguro que así lo hacen. Pero no deja de dejarme atónito como padre el hecho de que sea recluida entre rejas  una señora por aplicar desde la ley materna la norma de Talión para dar respuesta al violador de su hija. Dejando a un lado la morbosidad que puedan acarrear los detalles de tal venganza, y buscando un equilibrio entre la ley que nos aplicamos o nos aplican como ciudadanos, con la visceralidad materna al ejecutar la condena a quien abusó de su hija, reconozco que no tengo fácil la consecución de la ecuanimidad. Desde fuera, si no nos afectase, seguro que todos abogaríamos por los códigos escritos; desde dentro, a nada que nos sintiésemos padre o madre de la víctima primigenia, seguro que la respuesta se asemejaba muchísimo a la de esa madre. No trato de abanderar ninguna proclama que pase un borrador sobre el derecho de cualquier ciudadano. Pero tampoco me voy a situar detrás de aquellos que abanderan postulados de derechos que acaban vulnerando al principal derecho que es el sentido común. Mientras tanto, una madre que defendió como tigresa a quien había sido objeto de abuso y oprobio acaba de traspasar la difusa línea que separa la libertad de la reclusión. En ese mismo instante, aquellos que lo han permitido, han vuelto a traspasar la palpable línea que separa la cordura de la insensatez. Confiemos en que el destino no nos sitúe en la misma posición que a esta madre a la hora de decidir cómo actuar. De cualquier modo, yo, lo tengo clarísimo. Cualquier día de estos comenzaré la lectura de la trilogía, sabiendo, eso sí, que es ficción y que en la vida real esas situaciones no se suelen dar. ¡Seré incauto!

miércoles, 7 de mayo de 2014


  La prisa

Esa compañera constante que a modo de sombra permanente nos subyuga en el día a día ya la que hemos admitido sin pedirle explicaciones. Desde temprana edad nos acostumbran, y lo que es peor, acostumbramos a los que nos siguen, a darla por bienvenida. Por eso emprendemos una carrera absurda hacia lo imprescindible que se nos presenta como zanahoria ansiada a la que perseguir y nunca alcanzar. Ahora  llamamos estrés al resultado final  al que nos aboca la susodicha cuando acelera nuestro reloj vital. Nadie será  capaz de disfutar de unos minutos más en el despertar a la mañana porque caso de hacerlo el remordimiento aparecerá a cada instante. Allí se irán sumando las consecuencias de haber perdido el tiempo ante el sibilino canto del despertador vengativo. Y sobre la chepa luciremos el cansancio que provoca el remordimiento. Mentalmente solucionaremos los imprescindibles avatares que tan prescindibles serían a nada que los analizásemos bien. Eso sí, desde el asiento del vehículo que  nos trasladará a la obligación de modo mecánico soltando una salva de noticias luctuosas, programas musicales aderezados de humor, previsiones meteorológicas y un sinfín de motivos más que se sumarán a la prisa que nos anuda la corbata del tiempo. Soñaremos con la llegada del fin de semana para poner en práctica aquello que más motivos de satisfacción nos aporta en el tiempo de ocio. Y estaremos tan acostumbrados al acelerón que no seremos capaces de saborearlo convenientemente. Tomaremos esas horas como exprimidor de tiempos que acabarán por dejarnos insatisfechos. Llegará el mediodía del domingo y casi nos vestiremos de luto aunque nos queden horas de las que gozar  por estar maleducados al respecto. Y soñaremos con las vacaciones a las que llegaremos con esa carga de previsiones que necesitarán de otras vacaciones para descansar de aquellas. Lo dicho, alguien se ha encargado de acelerar el tiempo y ninguno hemos sido capaces de echar el freno. Me viene a la memoria el hecho de ir a por el pan que nuestras madres practicaban tan a menudo y en esa instantánea se resume lo perdido en aras a no se sabe qué. O las tertulias de café al olor del dominó. O las tardes de juegos en pleno campo. O tantas y tantas situaciones en las que la devoción imponía su criterio. Ahora que tan de moda está el hecho de multar a los excesivamente veloces, quizá sería el momento de meditarnos si merece la pena tal celeridad. La estamos sufriendo en nuestras propias vidas y lo que es peor, le estamos haciendo extensiva a nuestros descendientes como principal mecanismo a utilizar a la hora de no sufrir retrasos. ¿Retrasos en su inserción social en la que estamos empezando a dejar de creer? Pensémoslo o el día menos pensado un epitafio nos firmará, eso sí, de modo lento y permanente nuestra llegada a la meta que a lo peor no queríamos atravesar. 

lunes, 5 de mayo de 2014


.      La valla

Si ya de por sí resulta grotesco el hecho de alzar una valla para marcar fronteras, el plantearlo como escenario de representaciones cómico-trágicas no deja de resultar patético. Todos asistimos atónitos al carnaval absurdo que supone la lucha entre los deseos de acceder a una vida mejor y la forma de repeler semejante deseo. Unos huyen de la desesperación buscando para sí y los suyos un futuro tan esperanzador como inquieto que les libere de las miserias. Los otros, obedientes guardianes, siguen los dictados de quienes imparten cupos de mendicantes a los que negar el paso. Y mientras, las imágenes hablan por sí solas. Elevaciones infinitas de alambradas, carreras al asalto de las mismas, luchas cuerpo a cuerpo evitando lo deseado. Lo dicho, un absurdo completo. O la normativa no contempla todos los aspectos o a alguien le interesa que no los contemple para dar paso a las comisiones, subcomisiones, equipos de trabajo, y un sinfín de comités que se creen nacidos para solucionar el problema que ellos mismos han creado. Y si no lo han creado, no  han anticipado su llegada y por lo tanto su previsión. Crear desigualdades en según qué meridianos o paralelos nos lleva a este resultado. Y mientras los prebostes siguen dándole vueltas a la noria del pozo del que extraer soluciones, unos siguen jugándose la vida y otros intentando cumplir con unas órdenes recibidas usando unos materiales no bien vistos. Así que igual nadie se ha planteado la solución definitiva para la valla en cuestión. Se me ocurre pensar por un momento si no estaría mejor alzarla en las manzanas urbanas en las que los sesudos dirigentes dirimen futuros mientras holgazanean a sus anchas nuevas leyes del sí, pero no, pero menos, pero más, pero según y cómo. Así quizá el problema que origina todo esto quedaría resuelto. Legislarían justicias para que nadie se sintiese obligado a abandonar su tierra, dejarían de aparecer como benefactores falsos a los que nadie cree y los guardianes de la valla cambiarían de rumbo a la busca de destino más al norte. Pero claro, eso exigiría, ante todo, deseos de solucionar el problema y ahí radica el principal problema. En la medida en que la separación  social siga existiendo, aquellos situados en los puestos privilegiados seguirán estándolo. Y nosotros, seguiremos asistiendo atónitos a una nueva y burda representación de Espartaco y sus gladiadores huyendo de la miseria. Pero todos tranquilos; esta noche, apurando las vísperas electorales, volverán a solicitarnos el voto para así, desde más allá de la frontera, seguir planteando la manera de ponerle el cascabel al gato, y ninguno se atreverá. Irónico ¿no?


          El lector voraz

Quiero pensar que a base de practicar el sano divertimento de la lectura, quien más, quien menos, se puede convertir en un lector voraz. Quizás desde la más tierna infancia las influencias recibidas aporten su ánimo para que en ello se convierta aquel que por principio rechaza el internarse en el laberinto de palabras por las que discurrir en su tiempo de ocio. No en balde, las querencias del incipiente lector irán por otros derroteros en los que el desmenuzamiento de las historias impresas no tendrá especial predilección. De cualquier modo, con el tiempo, a medida que les ofrezcamos una oportunidad de mostrarse como son, estas historias escritas alcanzarán su objetivo final y sentirán que su nacimiento no ha sido en balde. Y entonces, aquel que en principio renunció a someterse a los dictados de la obligatoriedad lectora, descubrirá que en sí mismo anida el esclavo de la misma por propia voluntad. Y no sólo eso, sino que además, comprobará la diferencia existente entre la nadería o la excelencia a medida que su paladar de buen lector se haya acostumbrado a la exquisitez. Por eso lamentará la llegada del final de aquel libro que le cautiva de tal modo que ya se plantea su relectura; por eso sentirá una tibieza purgante al acabar una historia que no le aportó nada más que grises; por eso rechazará las versiones fílmicas de las obras maestras que adulterarán su visión exclusiva de personajes, voces, movimientos, decorados. Se ha convertido en aquello que quienes auspiciaron su crecimiento soñaron y acabará el libro degustando el sabor de la inmensidad o escupiendo los posos. Sabe que la misericordia le llevó a concluir aquella senda que a partir de las primeras páginas anticipaba lo siguiente. Aprenderá a dejar de lado  aquellas historias que no consigan atraparlo, por más que la mayoría circundante le anime a seguir en esa caravana por el desierto de la nadería en la que se vio inmerso. Creo que la opción más respetable, la más coherente, la menos realista, sería permitir la lectura a modo de cata para que por sí mismo decidiese si llevarla a término o no. Y eso sí, pagar un suplemento por la dedicatoria y otro por la fotografía al lado del autor. Es más, creo que debería fotografiarse simplemente, llevarse una autógrafo y sobre la portada del libro publicitado, fingirse ávidos lectores. Al final ganarían todos. Ellos, como poseedores del icono viviente admirado; los otros como profetas cuyos seguidores dan vueltas a la manzana para posar a su lado; aquellos como inversores mínimos de ediciones a las que extraer pingües beneficios; pero sobretodo quienes ganarían serían aquellos ávidos lectores que llevan años sabiendo distinguir entre líneas lo que las líneas mismas encierran. Y eso, amigos míos, necesita práctica.      .

 

sábado, 3 de mayo de 2014


               Madres

Tener la posibilidad de serlo podría interpretarse como un premio hacia esa parte que la historia siempre ha catalogado con calificativos menores. Ya su origen se asocia al exceso de costillas que por lo visto tenía Adán. Su vida en la sombra de la luz que el rey de la casa decidía encender y por supuesto todo un sí por respuesta. De tal modo  encaminaban su vida dando por hechos los hechos futuros como fieles compañeras y prestas servidoras de toda la tribu. Así los dictados de los sucesivos adanes inculcaron las normas que asimilaban las evas  para no romper los protocolos divinos a mayor gloria de su existencia convenientemente convencidas. Pero lo que nunca pudieron imaginar era la recompensa que la naturaleza les reservaba y  perpetuaba. Esa recompensa que consigue que en ellas tengamos la firmeza del cariño, la rigidez del beso y el castigo del perdón como antagónicos ungüentos. Nuestros sueños son sus ilusiones, nuestras inquietudes sus desvelos y nuestra felicidad su dicha. Viven doblemente las alegrías y las penas procurando expandir aquellas y ocultar estas. Acudimos a ellas porque sabemos que siempre están incluso cuando ya no están. Las flores llevan su nombre entre los pétalos que nos dieron vida, que nos alojaron en exclusividad, que no se marchitan con el paso del tiempo. Nacieron para amar y ellas lo saben y aplican. Pero lo mejor de todo es que además poseen la libertad de opción. Pueden ser o no ser lo que su propia naturaleza les permite ser. Y esa opción les da el poderío del que carecemos nosotros, teniendo que conformarnos con envidiarlas desde el lado menos sangriento que la envidia esconde. Sabemos que nunca podremos alcanzarlas por más que lo intentemos. ¡Quién sabe si la providencia no quiso cobrarse el precio de nuestra insolencia al darles prioridad! Por eso, las noches al pie de nuestra febril noche, el duermevela ante nuestra vigilia, el consentimiento culinario al capricho las hace eternas. Y por eso, cuando el destino nos reserva el tránsito de la vida en alguna de ellas, somos afortunados. Sabemos a ciencia cierta que serán capaces de repetir los tinos que recibimos y con algo de fortuna les hemos legado. Sin esperar nada, ya que ellas, mujeres, opcionales madres, decidirán serlo o no serlo. Enhorabuena si optan por cualquiera delas dos vías porque para poder renunciar, primero se debe  tener la posibilidad de renuncia, y nosotros, nos guste o no esa posibilidad no la tenemos. Por eso, este día, este que cicatero quiere ser su día se queda escaso. La eternidad de la vida les rinde honores y debemos celebrarlos con ellas, porque de ellas venimos. Quizás si Eva hubiese dormido la siesta, ahora nosotros seríamos la secuela de su costilla y comprenderíamos mejor   porqué  a ellas las quisimos más cuando fuimos hijos, las quieren más nuestros hijos y las querrán más nuestros nietos. ¡Enhorabuena!