Las cerezas
Había llegado con el paso
cansado que los años frenaban y su vista desvió la básquet en el que dormían. Una
primera ojeada la lanzó desde el papel que la responsabilidad le había
adjudicado desde hace años y la razón empezó a calibrar pesos sobre los que
decantarse. Echaba de menos el apéndice que solía ejercer de cola del cometa en
el que acababa convirtiéndolas en el tránsito infantil que tantas veces evocaba.
En ello estaba, ajena a la melodía programada, cuando comprobó que entre ellas,
aquellas se hicieron hueco. Lucían por parejas desde el rojo subido que hablaba
de florecimientos en otras latitudes y viajes incógnitos. Sabía que en aquel
valle que acompañó a su niñez, otros rojos estarían tiñendo de belleza a la
primavera que se mostraba en todo su esplendor. Recordó los hurtos que
acompañaron delitos infantiles huyendo de la vigilancia que la conciencia
extendía y cómo el ritual previo al sacrificio pasaba por la exhibición ornada
de los sonidos más bellos. Allí se mezclaban los primeros besos robados a la osadía
y su nombre tomaba forma. La inmovilidad
que manifestaba frente a los estantes vino a verse acompañada por la sonrisa
que humedecía su rostro. Y entonces, repudiando los corsés de la conveniencia,
tomó aquel par entre sus dedos, los colgó de sus lóbulos, se acercó a la luna
recién desempañada y haciendo caso omiso a las risas camufladas de quienes la
tomaron por loca, pronunció su nombre y alargó dos besos. Si hoy, o en durante
esta primavera, tenéis la fortuna de cruzaros con ella, no preguntéis por su
estado de ánimo. Ya habréis adivinado cómo ha vuelto a rejuvenecer a los años
en los que el pudor dejó paso a la pasión y la insensatez se vistió dicha.
Jesús(http://defrijan.bubok.es)