Sicilia(capítulo 4º)
Cefalú nos recibió desde la quietud de sus aguas y la luz que peinaba a las montañas. La atalaya hablaba de
abordajes cumplidos y rechazados por aquellos que la quisieron para sí casi
tanto como el enamorado que estampó su declaración en tiza sobre el brocal de
una fuente. Giulia era el nombre de la afortunada que sin duda seguirá pensado
que las historias de amor que narrase el Cinema Paradiso tenían continuación. Y
así fue como llegué a la entrada del teatro Comunale en el que la soledad del patio de butacas
seguía sonando a proyecciones de besos robados. Allí los años de una niñez
similar volvieron a hacerse presentes y de la mano de Ciara fui recorriendo los
palcos desde los que trazar bisectrices a modo de focos de luz hacia los fotogramas
añorados. Sus dieciséis años quizás no entendiesen del todo lo que supuso para
aquella generación el salvavidas de las películas magistrales que tanto
escasean en la actualidad. Lo que no pudo negar fue la emoción que sentí al
tener cara a cara al proyector que Alfredo manejó con habilidad logrando
ensimismar a Salvatore en su camino hacia la vida adulta. Regresaron los
NO-DOS, las películas no autorizadas, los descansos entre rollo y rollo, y con
todo el buen sabor de boca le dije adiós sin darle la espalda. Metros más allá,
el lavadero recibía la caída de las aguas y las arenas de la playa a la que
tuvimos a bien acudir. Cristalinas aguas y remanso gozoso que supo a poco como a poco saben las cosas
bellas. El “Retrato del Marinero Desconocido”
había emprendido viaje para dejar de serlo y la catedral seguía
custodiada por sus dos torres que protegían al Pantocrátor dominante. Manejando los tiempos y las distancias de
todos nosotros, Corrado. Parapetado tras unas gafas oscuras, con la barba cortada al más puro
estilo de dandi conquistador, guardaba silencio y únicamente apostillaba en voz
baja alguna ironía que Alejandra limaba para hacerla de conocimiento público.
Al la mañana siguiente Palermo quedó atrás, en el retrovisor del recuerdo, en
la trastienda del equipaje, y emprendimos ruta. Un nuevo destino nos esperaba y
en esta ocasión el valle de los templos sería quien diese un baño de historia a
quienes ya la estábamos viviendo. Poco importaban los madrugones si en la mitad
trasera del autobús se seguían reuniendo la armonía con la risa. Y entonces
ella, vistiéndose de Sherezade de cuento, no nos durmió si no que más bien nos
abrió los ojos a la leyenda de Nicola, el hombre pez.
Jesús(defrijan)