viernes, 31 de julio de 2015


       Sicilia(capítulo 4º)

Cefalú nos recibió desde la quietud  de sus aguas y la luz que peinaba  a las montañas. La atalaya hablaba de abordajes cumplidos y rechazados por aquellos que la quisieron para sí casi tanto como el enamorado que estampó su declaración en tiza sobre el brocal de una fuente. Giulia era el nombre de la afortunada que sin duda seguirá pensado que las historias de amor que narrase el Cinema Paradiso tenían continuación. Y así fue como llegué a la entrada del teatro Comunale  en el que la soledad del patio de butacas seguía sonando a proyecciones de besos robados. Allí los años de una niñez similar volvieron a hacerse presentes y de la mano de Ciara fui recorriendo los palcos desde los que trazar bisectrices a modo de focos de luz hacia los fotogramas añorados. Sus dieciséis años quizás no entendiesen del todo lo que supuso para aquella generación el salvavidas de las películas magistrales que tanto escasean en la actualidad. Lo que no pudo negar fue la emoción que sentí al tener cara a cara al proyector que Alfredo manejó con habilidad logrando ensimismar a Salvatore en su camino hacia la vida adulta. Regresaron los NO-DOS, las películas no autorizadas, los descansos entre rollo y rollo, y con todo el buen sabor de boca le dije adiós sin darle la espalda. Metros más allá, el lavadero recibía la caída de las aguas y las arenas de la playa a la que tuvimos a bien acudir. Cristalinas aguas y remanso gozoso que  supo a poco como a poco saben las cosas bellas. El “Retrato del Marinero Desconocido”  había emprendido viaje para dejar de serlo y la catedral seguía custodiada por sus dos torres que protegían al Pantocrátor dominante.   Manejando los tiempos y las distancias de todos nosotros, Corrado. Parapetado tras unas gafas  oscuras, con la barba cortada al más puro estilo de dandi conquistador, guardaba silencio y únicamente apostillaba en voz baja alguna ironía que Alejandra limaba para hacerla de conocimiento público. Al la mañana siguiente Palermo quedó atrás, en el retrovisor del recuerdo, en la trastienda del equipaje, y emprendimos ruta. Un nuevo destino nos esperaba y en esta ocasión el valle de los templos sería quien diese un baño de historia a quienes ya la estábamos viviendo. Poco importaban los madrugones si en la mitad trasera del autobús se seguían reuniendo la armonía con la risa. Y entonces ella, vistiéndose de  Sherezade de  cuento, no nos durmió si no que más bien nos abrió los ojos a la leyenda de Nicola, el hombre pez.

 

Jesús(defrijan)

         Sicilia(capítulo 3º)

No sólo Palermo se nos abrió desde sus puertas a los recién llegados sino que de la mano de Alejandra fuimos destilando las innumerables posibilidades que la ciudad ofrecía. Más allá de lo meramente turístico, a modo de experiencia hermosa, visitamos la sala de las marionetas de Enzo Mancuso. Una habitación acogedora en la calle frontal a la catedral y sobre la que unos bancos de madera aportaban ese sabor a añejo que la industria aún no ha fagocitado. Sobre las paredes, las marionetas a la espera de su turno clavando su mirada en cada uno de nosotros que regresábamos a la inocencia de la niñez. A la izquierda del escenario una fotografía mostraba al fundador de la dinastía de marionetistas acompañado de su nieto que ejerce de director de la misma.  Custodiando a la reproducción, una armadura vigilante desde su yelmo recontando rictus alegres e ilusionados de los allí presentes. Sobre el escenario, siete sucesivos telones que ascenderían acompasando a las escenas que hablaban de disputas amorosas entre dos caballeros de la corte de Carlomagno. El duelo que mantenían por conseguir la aprobación de Angélica era hábilmente dirigido desde las cuerdas que mostraban pulsos firmes a un metro de altura capaces de sustentar los casi quince kilos de peso de cada figura y darles vida. Batallas cristiano sarracenas se intercalaban a modo de cúmulos de méritos para los contendientes que al final tuvieron….No, no revelaré el final de la leyenda por expreso deseo del director que antes de empezar la actuación nos puso el libreto en los oídos.  Una hora de sudores merecedores de aplauso dieron paso a la tormenta que los sofocos previos anunciaban. La calle se convirtió en una cascada y el atrio de la Catedral en refugio improvisado al que acudieron los vendedores callejeros de paraguas en busca de compradores.  El asfalto humeaba y los vapores daban cuenta de cómo las piedras habían soportado estoicamente nuestro paso. Ya por la mañana, durante la visita a Monreale, desde el claustro de los benedictinos  supimos distinguir un cielo azulado que decidió guiarnos hasta el monte Pellegrino  en pos de Santa Rosalía allí venerada. La plaza de la vergüenza daba testimonio de la que supuestamente sintieron aquellas monjas que vieron erigirse unas estatuas desnudas frente a su convento. Un poco más allá, la plaza de los Cuatro Cantones actuando de cruz orientadora para quienes nos envolvíamos en el barroco siciliano y lo estábamos gozando.  No dejo de pensar que  la espalda y extremidades de cada uno de nosotros llevaba unas cuerdas que la propia Alejandra movía a su antojo como sólo es capaz de hacer quien está enamorada de la isla que muestra intentando que no se le note demasiado.     
 
Jesús(defrijan)

jueves, 30 de julio de 2015


      Sicilia (capítulo 2º)

Intentaré describir a Pedro intentando que los detalles sean lo suficientemente explícitos como para haceros una idea exacta. Sus casi dos metros de altura se coronaban con una serie de canas aleatoriamente distribuidas sobre una cabeza que ya hubiesen querido para sí los más ilustres pensadores de la Magna Grecia a la que nos dirigíamos. Una mirada custodiada por una montura de pasta entre granate y rojiza contribuía al misterio que se esparció desde la misma sala de embarque aquella mañana de martes. Mitad timidez, mitad respeto a lo desconocido, no me atreví a presentar mis credenciales a quien sin duda representaba el icono vivo de un notario acostumbrado a desmenuzar legados inescrutables a los comunes entre los que me sentía. La camisa de cuadros azules y blancos intentaban darle un toque de campechanía y el descenso hacia su cintura se escalonaba en unos pantalones granates lo suficientemente planchados después de haber viajado caso doscientos kilómetros en microbús desde Alicante como luego supe. A sus pies, la primera sorpresa. Unos mocasines rojos buscaban la intermediación de sus dedos entre el blanco impoluto de unos calcetines blancos coronados por dos rayas rojas que le daban un toque sutilmente atlético disconforme con el resto. Y como colofón, un bolso de quince por quince colgado de su cuello a modo de escapulario mariano en el que se suponían guarnecidos sus documentos. Era de los pocos que viajaban solos y no parecía tener intenciones de dejar de estarlo. Y más cuando al cabo de los kilómetros, la fantasía de sus argumentos salió a la luz. Dijo ser notario de traducciones a las que dar validez. Dijo también tener su corazón ocupado por una funcionaria de la que seguimos desconociendo nombre, fotografía o destino laboral. Dimos por válida la versión de su proyecto hacia un futuro viaje al que quiso apuntarnos a los más cercanos y las dudas surgieron ante su indecisión entre San Petesburgo, Cuba, Marruecos, y algún que otro confín por descubrir. Sus previsiones sobre el vestuario no tuvieron en cuenta la idoneidad de las bermudas y se vio obligado a repetir durante siete días aquellas que seguro por descuido cayeron en su maleta. Serio con algún toque picarón, compartió mesa, bollos, raviolis, macarrones, rissotos con aquellos que conseguimos sacarle alguna sonrisa picarona ante la posibilidad de una despedida de soltero en el Malecón de La Habana. Puede que en realidad se estuviese burlando de nosotros y no nos diésemos cuenta. Lo que sí os aconsejo es que si necesitáis de un certificado que dé fe de una traducción verídica, intentéis localizarlo. Puede que sus mocasines os den la pista y si no es suficiente, id subiendo hasta la cintura. No tendréis pérdida.        

 

miércoles, 29 de julio de 2015


  1. Sicilia ( capítulo 1º)

A la hora de embarcarse en un viaje programado del que sólo sabes las etapas de modo somero, la primera sorpresa  salta al coincidir con tus compañeros de travesía. Sobre el piso del edificio de salida las miles de interrogantes se lanzan silenciosas sobre los perfiles de quienes  las tienen preparadas a su vez y sin respuestas. Estas llegarán en el transcurso de los días y con algo de suerte  serán tan positivas como deseaste. Salvo excepciones,  comprobarás como el número mínimo de viajeros se agrupa en torno al dos y sucesivos múltiplos dándole a la partida un cierto toque de cobijo que solamente el solitario sufrirá durante unas horas. Nada hay más solidario que el deseo de pasarlo bien y el miedo angustioso al Ícaro motorizado que surcará con cien plazas los cielos en busca de la holganza. A las estrecheces de la cabina del avión habrás de añadirle un cambio de ruta inesperado que sumará algo de tiempo a la llegada prevista y todo lo darás por bueno si te espera el aeropuerto como paño secante de los escalofríos previos. Allí, sobre la terminal, observarás como Amparo y Concha son la antítesis pareja de lo dicho. Una locuaz hasta la extenuación y la otra callada desde la sonrisa amable de su rostro. Y próximas a ellas, Miquel y Paco, coincidentes en origen y hasta el momento desconocidos de las anteriores. Ambos equipados como últimos supervivientes en busca de las aventuras que han ido descubriendo en su estudio previo de la isla.  Y a su lado Pepe Toni y María José, infatigables viajeros,  que desgranarán poco apoco su aversión a las aves y a las harinas, explicando en modo muy personal las múltiples variaciones caseras que el idioma aporta si lo improvisas ante el pueblo que cree dominarlo. Y cerca, Trini con Roque, huidizos callosinos que buscan el relax desde el enfoque a contraluz de las fotografías y la sonrisa dorada del deje murciano. Marce y Jose, aportando por este orden el equilibrio que mantiene la  bondad  con el sarcasmo más absoluto. Y con ser todo esto el anticipo de lo que nos esperaba, escuchar a Alejandra, nuestra guía de grupo, exponer sus orígenes pedroñeros ante un grupo de minglanilleras encabezado por Asun, seguido por Maru, custodiado por María y acompasado por Nuria  anunciaba un crisol digno del mejor boceto. Eso sí, como firma en mayúsculas, Pedro. Casi dos metros de notario traductor que nos dio mil versiones sobre su situación personal tanto laboral como afectiva. Creo que me detendré en él con más detalle porque merece la pena, casi más que las leyendas del  Jónico, os lo aseguro.         

Jesús(defrijan)  

lunes, 20 de julio de 2015


El  “por si”

Esa abreviatura suele estar tan presente en nuestros días que parce que hubiera nacido como custodia de las dudas. Se nos plantea cuando vamos a realizar un viaje y abrimos la maleta vacía que llevaba meses esperando turnio para ser subida al carrusel del  movimiento. Allí, con sus espacios abiertos a la par que las puertas de los armarios y cajones, el “por si” hace su acto de presencia entre las disputas de las prendas que quieren desplazamiento y aquellas que están a punto de ser ignoradas una vez más. Normalmente sigues un plano sobre tu propio cuerpo y vas subiendo de pies a cabeza añadiendo prendas y cotejando días de posible uso. Da igual si el desplazamiento lo realizas a destinos nuevos o a aquellos en los que ya dispones de suficiente vestuario. La diseminación de atuendos por encima de la cama está a la espera de juicio y tú te ves en la tesitura de negar o aprobar el embarque hacia la maleta en cuestión. Tanto si el movimiento migratorio de ti mismo lo provoca el vuelo o lo adhiere el asfalto, las dimensiones se empiezan a quedar exiguas en breves minutos. Y das una y mil vueltas a la lista confeccionada por más que la hayas repasado mil y una veces.  Y misteriosamente, algo a penúltima hora, se suma. O bien las pastillas preventivas del dolor que supuestamente podría venirte y al que hay que poner freno;  o el artilugio que sirve de armazón a la cámara con la que plasmar todo aquello que conoces y no habías visto; o las cremas faciales y/o corporales que aldrán en tu auxilio ante un ataque cruel de las radiaciones; o las imprescindibles tiritas que ya se frotan los plásticos al saberse prontas a entrar en acción sobre tus pies. Está claro que hasta el ultimísimo momento el cierre numérico de la valija no será definitivo.  Quizás si nos dedicásemos a viajar menos y volar más entendiésemos que lo verdaderamente imprescindible es saberse cómplice de aquellos a quienes vamos a visitar para entender esos modos de vida tan diferentes o similares que nos hacen comunes. Entonces sobraría la exclamación precedente y el fin justificaría la ausencia del “por si“   temeroso que cargamos en la mochila de la inseguridad en la puerta de embarque de un viaje llamado  ilusión. Por si acaso estáis haciendo la maleta, suerte y buen viaje.    

Jesús(defrijan)

sábado, 18 de julio de 2015


Las fechas caducas

 Allá, en lo alto de la estantería, en el rincón de la izquierda dormían. Eran cuatro y el cartón de sus muros no había sufrido en demasía los efectos del paso del tiempo. En ellas, las caligrafías de quienes la pretendieron, seguían dando muestra de sus esperanzas no cumplidas. Y ella, como diosa soberana, tuvo a bien librarlas del tormento que hubiese supuesto el abandono al fuego.  Guardaba para sí el perfil de quienes llenaron de suspiros sus noches a la espera de que la vela permaneciese a su lado como compañera creíble. Muchos sabían de la imposibilidad y en ella se subieron para navegar hacia la utopía de tenerla. Tuvieron la paciencia que suele acompañar al derrotado de antemano a sabiendas de que el imposible se anudaba a su pecho. Magnánima, ella, supo usar de la tibieza en el no para no añadir dolor a aquellos juglares de las líneas. Sabía que el púlpito desde el que se situaba era tan inaccesible que no quiso pecar de soberbia y así, aquellas misivas escritas a fuego, fueron depositándose como credenciales de embajadores enamorados. El tiempo fue dilatándose y con él los matasellos tomaron aposento dando testimonio de su paso más allá de la cordura que repudia el sentimiento. Habían pasado tantos años, que llegaron a convertirse en meros elementos decorativos a los que perdonar su estancia en las fisuras del recuerdo. Únicamente, cada vez que el desencanto llamaba a su puerta, una mirada de soslayo era enviada hacia aquellas que en blanco y negro ocultaban el ayer. Y entonces la pregunta sin respuesta surgía a modo de redentora de imposibles. Poco importaba si su sueño divagaba si llegaba a  los rostros de quienes la quisieron de aquel modo. Racionalmente feliz, se consolaba mirando a su alrededor en el consuelo de no ser la única que el gris mecía. Las arenas esculpidas de sus huellas daban testimonio del conformismo y el rictus de sus labios viraba de rumbo con los latidos nacientes.  Esa mañana, tras una noche más de desencuentros, con la taza de café humeante en sus manos, alzó la vista y percibió lo que tantas veces supo y no quiso ver. En el reverso de las cartas que nunca le llegaron estaban escritas las fechas de caducidad que siempre ignoró. Sus húmedos se abrieron al horizonte y los almendros en flor le besaron las mejillas.

Jesús(defrijan)

            

viernes, 17 de julio de 2015


El trastero
Ese apéndice de la vivienda que normalmente está ubicado en las mazmorras de la finca a la espera de ser ocupado, ese,  es el inestimable trastero. Nació para completar las dimensiones de la vivienda que a todas luces parecía holgada y el tiempo demostró que no lo era. El tiempo y la compulsiva acumulación de enseres, ropas, zapatos, artilugios y demás utensilios que nacieron como imprescindibles y dejaron de serlo. Poco a poco se vieron desplazados por las nuevas adquisiciones y su ruta estaba trazada sin ellos saberlo. Llegada la imposibilidad de engorde de los armarios su turno pasó lista y convenientemente plastificados  descendieron a la caverna trasteril. Cada cual sabía de su condena y alguno clamaba para sí una pronta redención. Lo que pocos sospechaban es que como compañeros de viaje al subsuelo irían muletas, azulejos de recuerdo de la penúltima obra, llaves de luz renovadas, libros de cuando se estudiaba únicamente con libros, y por supuesto, aquellos regalos de boda que no te atreviste a colocar de modo visible sobre algún mueble para no dañar el recuerdo de aquellos invitados que te lo proporcionaron sin tú pedirlo. Aquel caos intenta organizarse a modo de camarote humorístico y las estanterías se convierten en la versión adulta del tetrix. Por supuesto las consabidas garrafas de agua destilada y los armazones de los carritos de bebé que tus hijos usaron y que los guardas no se sabe bien para qué, si para recordar falsamente que no han crecido o como amenaza a tus futuros nietos de convertirlos en ocupantes de los mismos. Sombrillas descoloridas, sillas de playa con óxido, una bombona de gas de cuando ibas al camping, y todo en el más absoluto silencio y desorden. Obviamente las bicicletas piden paso en sus múltiples formas y tamaños y aquello amenaza  con reventar de algún modo. Lo que no saben la mayoría de los enseres es que parte de su viaje queda por completar. La siguiente etapa, más o menos a los diez años, es la que les llevará a la segunda residencia a kilómetros de distancia. De nuevo, más espacios a ocupar en la casa sin otro sentido que negar el adiós a lo que ya no utilizas ni utilizarás jamás. A lo lejos, el trastero suspira aliviado hasta la llegada del nueva remesa de cautivos y  los recién llegados saben que a no mucho tardar, bajarán al garaje y de allí, tras años de espera de nuevo, el corredor de la muerte definitivo les subirá al camión de los enseres reciclables. En resumen, cuatro traslados para  intentar evitar lo inevitable. Aquello que un día sirvió, dejó de servir, y por más freno que le pongamos al adiós, este llegará más tarde que pronto. Lo peor de todo esto es que al paso que vamos, igual tenemos que hacer un hueco en el trastero para acabar siendo uno de ellos y no volver a subir los pisos jamás.

 Jesús(defrijan)

jueves, 16 de julio de 2015


Quítate tú, pa ponerme yo

Era el título de aquella famosa melodía que los artistas de la Fania  interpretaban en el escenario improvisando sones con los que replicar al que les precedía en el turno. Y eso mismo debió escuchar desde bien jovencito Marc Anthony para hacerlo realidad en la cálida noche de ayer. Tras hacernos esperar media hora como estrella que se precie, la percusión y los metales anunciaron su himno en el que pregonaba que valía la pena estar allí. Los primeros acordes ya eran seguidos por los miles de aficionados  que ocupábamos más de medio estadio, que por una vez, olvidó las redes, los balones y los puntos de penalti. Una puesta en escena espectacular seguida de un sonido sin fallos daban muestra de la profesionalidad  de toda la troupe y los focos de luz no hacían más que ser comparsas de los ritmos calientes. Los asientos sobraban porque pocos permanecieron de pie y las luces de los teléfonos móviles ejercían de mecheros luminosos para iluminar el evento. Entre tanta algarabía, un constante trasiego de hombres camellos cerveceros dispuestos a aliviar los sudores que no eran pocos.  La Avenida de Suecia ya daba muestras de las horas previas en el sembrado de residuos que acumulaba y en el interior no iba a ser menos. Sobre el escenario, él, el sucesor por derecho de Héctor Lavoe, no solo dirigía su garganta sino que también emulaba a Johnny Pacheco en sus gesticulaciones como director de orquesta y a fe que lo hacía fenomenalmente bien. De repente  cesa su voz y el violinista desciende de su puesto e interpreta un guaguancó que jamás hubiese sospechado   Stradivari al construir sus afamados instrumentos.  Minutos de bocas abiertas y caderas danzantes. La fiesta seguía  y entre las melodías aparecieron aquellas que invitaban a volar muy lejos, o las que preguntaban por el precio del cielo mientras los coros hacían el eco desde las gradas. Un nuevo momento de sorpresa llegó cuando se entabló un diálogo de percusiones entre el timbalero y el batería. Yo que tuve la fortuna de ver actuar en vida a Tito Puente, estoy convencido que desde allá arriba sonreía  ante tan gran sucesor  aventajado en el uso de las baquetas; sencillamente, sublime. Que la versión de Perales en la que se pregunta por la identidad del amante saliese a escena, era tan previsible como bien recibida. Mezclar dolor por el abandono con salsa rítmica no dejaba de ser un buen ungüento. Y así, poco a poco  la madrugada se abría paso a la misma velocidad que se agotaban las bebidas y Marc  Anthony nos invitaba a vivir la vida.  Si llega la ocasión de asistir sería aconsejable no dejarlo pasar, pero eso sí, procurad no sacar entrada de asiento; no podréis usarlo porque el ritmo os mantendrá  de pie todo el tiempo, ya lo veréis.

  Jesús (defrijan)

miércoles, 15 de julio de 2015


Aquella inolvidable mona de Pascua  (…… y capítulo 4º)

El desembarco en la plaza de Campillo ya de por sí fue una Odisea. Justo frente al Chicarro, aquellos que parecíamos componentes de una horda asiática,  descendimos de los vehículos variopintos y a paso vivo nos dirigimos hacia los salones de la Lorenlu. El acceso  solo fue posible por la forma de ser de Mariano al que tantos ratos buenos de diversión y transporte le debemos. Ya en las mesas habían quedado esparcidos los restos de los convites y desde la pista de baile tantas veces frecuentada,  los pasodobles aportaban su grano de arena a la digestión  que se aventuraba difícil. En un rincón las señoras con sus bolsos de piel custodiados a modo de salvoconducto del que no se desprendían bajo ningún concepto. Las lacas cumpliendo fielmente con su misión mantenían los peinados a modo de alambradas carcelarias y ni un mechón se atrevía a salirse de la fila. En otro rincón los trajes de los caballeros cortados por el mismo patrón refugiaban sudores y dobladillos de mangas a la espera de recuperar alientos entre tanta copa de anís  ardiendo en el interior. Miles de parabienes se cruzaban de parte a parte y todos volvían a reafirmarse en lo excelente que estaba resultando todo. Y aparecimos. Efectivamente, aparecimos con los atuendos ya mencionados de tunantes festeros. El desparrame entre los invitados se produjo al instante y las rumbas pidieron paso a Georgie Dan, y este se lo daba a María Jesús que sacaba a volar a sus pajaritos y estos acababan sus vuelos en medio de la Conga de Jalisco. Pocos eran conscientes de estar danzando entre quienes estábamos en libertad condicional y la fiesta seguía. Dimos la enhorabuena a los contrayentes, a los padrinos, a los que se nos pusieron a tiro mientras los vencejos de las mantas suplicaban descanso.  Ya con los últimos toques de despedida desde la cabina del pinchadiscos, dijimos adiós y reemprendimos la vuelta. Los veinte kilómetros de regreso pasaron volando entre los comentarios de los acontecimientos del día y nada más llegar a Enguídanos pudimos comprobar cómo la noticia había corrido como la pólvora convenientemente aderezada y exagerada.  Cada cual dio su versión más o menos parecida en casa y seguimos a la espera de juicio. Bueno, quizás mejor, a la espera de recuperarlo para volver a ser capaces de revivir otras monas como aquella que sin duda resultó inolvidable. Será casualidad o quizás el karma me dice que levante el pie del acelerador cada vez que vuelvo a pasar por ése mismo punto. Sea como sea  unos  relinchos de caballos de madera me llegan desde fronda próxima a modo de advertencia.    

 
Jesús(defrijan)

lunes, 13 de julio de 2015


Aquella inolvidable mona de Pascua  (capítulo 3º)

Así  estaba  relatando los pormenores de lo que no pasaba de ser un acto divertido que no supieron entender aquellos dos conductores cuando llegaron esos clones de Diógenes en  lamentable estado.  Entre risas entonaron el   “Quiero ser libre” de Los Chichos mirando con turbulencias a los agentes. Uno hacía con lo que le quedaba de voz acordes guitarreros mezclados con percusiones. El otro se jaleaba a sí mismo haciendo coros y solos. Y ambos directos por la pasarela que los pinos sombreaban hacia los recién llegados a los que cantarles sus melodías. La osadía, los desafinados  y el atuendo poco importaban a quienes iban sobrados de valor e inconsciencia desde el momento mismo en el que se subieron a la Derbi aquella mañana.   Supongo que daban por sentado que acabaríamos entre rejas y el furor de la rumba suplicante venía en su auxilio. Los escasos argumentos de los que disponía para ser usados a nuestro favor desaparecieron al instante. Miré hacia mis muñecas y unas esposas imaginarias empezaban a trenzarse a modo de pulseras domingueras de resurrección imprevista. No contentos con entonar la melodía, uno de ellos, sujetaba con una mano el sayón mantero para que  no quedasen  al descubierto  sus atributos y  con la otra mano ofrecía  unos puros a modo de camaradería  que evidentemente rechazaron. Como también rechazaron el exprimir la bota de vino que acarreaba  sobre sus hombros el segundo de los emisarios no llamados a cónclave. Mientras el guardia con gorra de plato y cinta roja nos recontaba, otro de ellos nos conminaba a ser más comedidos con la celebración ya que su misión en este domingo se alejaba bastante de redactar un atestado a cuarenta y pico jóvenes. Quiero pensar que por alguna de sus imágenes calladas aparecieron sus tiempos de edad similar a la nuestra y la compasión y comprensión se alió con nosotros. Tras varias  promesas de  no volver a reincidir en actos semejantes  se despidieron mientras allá, a unos treinta metros, un nuevo nadador involuntario surcaba las aguas de aquella balsa y la sartén de conejo frito daba otra vuelta entre los ya saciados.  Una vez vista la matrícula trasera del todo terreno, salió de entre el gentío el  aguerrido recluta intentando justificar su huida que di por válida.  Y ya cuando la tarde estaba en su punto más álgido, alguien lanzó el mensaje al viento de  “no hemos felicitado a los novios”.  A diez kilómetros estarían trinchando la tarta ya y seguro que la llegada de una tuna como  la que íbamos a montar inmediatamente sería bien recibida.

 

Jesús(defrijan)   

Aquella inolvidable mona de Pascua  (capítulo 2º)

Al acelerón súbito de ambos Seat 133 ampliamente ocupados le siguió un salto en desbandada de quienes estábamos sobre los equinos de resina y ahí llegó la sorpresa. El primero de ellos pasó a convertirse en un pincho moruno al entrarle por el faro derecho el cuello de lo que semejaba un potro de Troya festivo sin panza vacía. El segundo vehículo desgastó sus frenos en un intento de no llevarse por delante a los cantos rodados de la cuneta. En ambos, los gritos histéricos apagaron las voces del locutor que narraba las incidencias de la vuelta de vacaciones. La providencia y nuestras dotes saltarinas evitaron la hecatombe y tras escuchar las amenazas de uno de los conductores con hacernos llegar a la Guardia Civil de tráfico para que levantara el atestado correspondiente, emprendimos la senda hacia las brasas que ya daban cuenta de las provisiones a fuego vivo. Los efectos de la fiesta empezaron a hacerse de notar cuando alguien decidió probar las gélidas aguas de la balsa construida como aprovisionamiento acuoso ante los posibles incendios. Por voluntad propia y ajena cayeron a la misma y los zapateros que nadaban plácidamente en ellas huyeron ante la amenaza que se les cernía encima. De modo que entre risas, vinos, cervezas y demás aditivos llegó la hora del postre. Efectivamente, del postre en forma de Land Rover verde que transportaba a los agentes movilizados a treinta kilómetros de distancia con otros fines distintos a los de guardines de monas camperas. Tal y como se aproximaban a donde estaba yo, dos de mis acompañantes huyeron. Uno adujo que estaba cumpliendo el servicio militar y no quería reincorporarse preso; la otra manifestó su temor innato a los galones y se retiró de inmediato. De modo que allí quedé con un puro entre los dedos, tiznajos de brasas en la ropa y una cara de póquer intentando disimular el miedo que me invadía. Carraspeé al verlos acercarse e inmediatamente pensé en las dimensiones del calabozo más próximo. Evidentemente no teníamos cabida todos en él y quizás la intercesión de mi tío Emiliano, juez de paz de Campillo, lograría evitar que nos convirtiéramos en simulacros de condes de Montecristo. No sé por qué, mientras llegaba el momento,  me vino a la memoria  la imagen del preso que días antes había sido liberado en Málaga siguiendo la tradición de la cofradía de Jesús el Rico. Faltaban segundos para salir de dudas y estas empezaron a decantarse cuando dos de ellos, ataviados con unas  mantas ceñidas con un cinturón de vencejo se fueron aproximando entre bamboleos hacia el mismo  punto en el que los agentes y yo departíamos sobre los detalles de aquel incidente hípico automovilístico.

 
Jesús(defrijan)

sábado, 11 de julio de 2015


Aquella inolvidable mona de Pascua  (capítulo 1º)
    Era y sigue siendo costumbre celebrar la mona de Pascua el domingo de Resurrección a modo de catarsis vengativa ante el ayuno (¿) y abstinencia(¿) que el Evangelio exigía y pocos cumplíamos. De ahí que ese domingo, desde primera hora de la mañana, tras la misa y procesión del  Encuentro, todos los amigos preparásemos las viandas para irnos a disfrutar de un día de campo. Las opciones en Enguídanos eran y siguen siendo tan variadas que no era problema tomar cualquiera de ellas para gozar del día. De modo que con el transcurrir de los años, el mulo de carga que nos ayudaba en el traslado fue dando paso a los vehículos  motorizados que dormían plácidamente en los garajes de los padres. Y aquel  año el grupo de amigos se había ampliado de tal modo que se hizo necesario el rescate de alguna joya de cilindrada dormida. Entre un 4L, un Seat  1400 y una Derbi de 49, prácticamente en un solo viaje nos embarcamos hacia el Pozuelo en donde el señor Julio dejó su huella como forestal en forma de parque de Icona. La caseta, las barbacoas, la piscina, todo casi a estrenar y a escasos  metros de la carretera que une con Campillo. Adosado, un simulacro de campo de fútbol del que huyeron las aliagas para regresar años después. Debido al luto eclesiástico, las bodas que se planificaban debían aguardar turno a ese mismo domingo y a tal efecto las celebraciones se llevaban a cabo en el salón LorenLu de tan gratos recuerdos. Y este año no iba a ser menos, o para ser más exactos, iba a ser impredecible. La cuestión estuvo en que mientras accedíamos al recinto natural y esparcíamos los enseres a la espera de comenzar el festín, la misa de doce vio casar a dos parejas que emprenderían el camino hacia el restaurante horas después. Y mientras, no sabría decir a quién, se le ocurrió plantar una aduana a la altura del parque en forma de potros de pino que el bueno del señor Julio diseñó. Así que ambos caballitos de pincarrasco ocuparon la calzada y sobre ellos, casi todos nosotros subidos a modo de agentes fronterizos pertrechados con almuerzo que ofrecer a los invitados que pasarían en breves minutos por allí. La parada se hacía obligatoria y la risa cómplice estaba invitada a la fiesta.  Las brasas ya ardían, las cervezas menguaban y la llegada se presumía próxima. Y así fue. Solo que en vez del autobús de Jesús, aparecieron dos coches a los que la prisa les urgía por regresar a Valencia y evitarse la operación retorno. Al vernos, en vez de frenar, aceleraron y ahí el guion cambió de ruta, vaya si cambió (…..continuará)

 Jesús(defrijan)    

viernes, 10 de julio de 2015


El kebab

Es lo que tiene la globalización, que acabas asimilando cualquier tipo de comidas pertenecientes a otros confines y pasan a serte comunes.  No es que resulte especialmente atractivo ver desembarcar del furgón a ese símil de obús cárnico convenientemente precintado con el plástico, no. En principio parecería que ante tus ojos hacen su presentación unos supositorios inmensos a los que no acabas de dar destino. El paso siguiente consistirá en ver desfilar hacia la parrilla vertical a semejante artefacto  que sabe de su caldeamiento inmediato a la más mínima petición del observador aposentado en el taburete. Y con toda la parsimonia que el ritual exige, el fogonero prenderá las llamas azules para dar buena cuenta de semejante  embutido. El eje girará lentamente a la vez que unas cuchillas van desmenuzando al rulo que rezuma galipote. Toda la profesionalidad del mundo unida a una piel cetrina de mirada sonriente que no sabes si te está compadeciendo o felicitando ante lo que te espera. Poco a poco irán cayendo las migajas de carne y entonces, mientras esperas que escampe, la pregunta llegará a ti. No sabrás responder de qué está hecho por más instinto olfativo que quieras lucir. Aquel apelmazamiento a modo de tótem no se abrirá a manifestarse sus entrañas y será mejor que no insistas. Dada tu poca maestría en la degustación darás sucesivas afirmaciones a quien te pregunta si le añade tal o cual ingrediente. Y allí depositará especias, salsas, verduras, en una macedonia festiva que busca prender tu tubo digestivo. Por más que pienses en comértelo allí mismo, comprobarás que es envuelto en un papel de aluminio y creerás que no te entendió, que pensabas tomártelo  sin desplazarte y no se dio cuenta. No, no es ese el motivo.  Ignorante del proceso, deslías el envoltorio y allí empieza la primera sorpresa. Todo tu antebrazo se convierte en un río lechoso por el que discurren los fluidos del canelón turco. La pelea establecida entre no mancharte y degustarlo está abierta. El goteo sobre tu ropa se ve imposible de evitar y a la par, el horno que ignorabas, acaba de encenderse en tu esófago. Ni el pan de pita es capaz de sosegar tal ignición y más pronto que tarde concluyes la degustación. Pero, y aquí el postre,  la noche toledana que ni sospechabas se cierne sobre ti. Serás coronado como monarca del paladar intercultural y el trono jugará contigo desde el silencio cómplice de los grifos próximos. Lo de la acidez de la mañana siguiente será  perdonable porque al fin has sabido de los efectos del kebab. Eso  sí, no insistas en buscar los componentes cárnicos que ya has tenido explicación suficiente.

 

Jesús(defrijan)     

jueves, 9 de julio de 2015


La importancia de saber idiomas y no lanzarse a la piscina de la ignorancia gastronómica

Doy fe de la realidad del relato que viene a continuación y de las terribles consecuencias que acarreó su desenlace. Ella, solitaria por convencimiento o por azares del destino, decidió hacerse acompañar en sus años de jubilación prematura por la fidelidad canina en forma de caniche. Ambas habían encontrado en la otra el consuelo a la soledad y se tenían tal devoción que no se separaban jamás. Y  en este jamás se incluían los períodos vacacionales en los que la prioridad canina se anteponía a la voluntad humana. Todo tipo de destinos en el que la presencia de la perrita no estuviese aceptada  quedaba descartado y la búsqueda continuaba. Todos sabemos las posibilidades que la cibernética ofrece para convertirnos en tour operadores desde el sillón de casa. En más de una ocasión hemos planificado a la medida el viaje posible y casi siempre con buenos resultados. En algún caso, comodidades aparte, incluso con algún ahorro a la faltriquera del dispendio. Y aquí el verdadero problema, el reto a superar, la inconsciencia del osado. La buena señora decidió por su cuenta y riesgo embarcarse en una viaje transmeridiano en sentido oriental buscando  en el sol naciente acomodo para ambas. Dio por válidas las imágenes del hotel, del crucerito opcional, de los traslados a la cultura milenaria. No contenta con ello, y en su afán franciscano hacia su mascota, también buscó un restaurante que ella interpretó desde su ignorancia léxica como apto para canes.  Así que al cuarto día de estancia,  y siguiendo la agenda que ella misma se había confeccionado y contratado, allá se presentaron. Asumiendo con sonrisas las parrafadas sonrientes que le lanzaron desde su llegada, depositó al animal en brazos del  simpático maestro de ceremonias. Nada hacía temer  sobre el futuro que le esperaba al pobre animal y ella supuso que lo encaminaban a un apartado del salón a acicalarlo para que su elegancia fuera presa de los píxeles que le esperaban ansiosos para inmortalizar el ágape. Los minutos se dilataban y cierta inquietud empezó a  rondarle. Ante sus requerimientos, una simpática azafata le hacía ver que enseguida estaría con ella a la mesa su amada perrita. Y así fue, pero no como esperaba. A modo de cochinillo segoviano, el pobre animal apareció sobre una bandeja convenientemente salteado de verduras, rasurado completamente y con una expresión de despedida silenciosa que todavía no ha borrado de su mente.  Al cabo de los días, al cabo de varias cajas de tranquimacines, al despertar de tal  pesadilla, logró entender que aquel restaurante cuyos letreros parpadeaban  alegres estaba especializado en cocinar todo  aquello que el cliente trajese a sus fogones.  No añadiré nada más, salvo que la reiteración del título de este relato. Cada cual que actúe en consecuencia para evitarse sorpresas.  

 

Jesús(defrijan)

miércoles, 8 de julio de 2015


Juanito, una vez más, genio, figura y piloto

Sí, el mismo protagonista de aquella velada en Los Poyos con una clase de compraventa de muelas postizas, regresó a  mi recuerdo. Y esta vez a lomos de una persecución que ya quisieran para sí los detectives peliculeros de la pequeña o gran pantalla. Veréis. Resulta que el insigne Juanito tenía dos especiales querencias: la fiesta y los Toyota Corolla. Y cuando decidía juntar a ambos protagonistas el guión de un nuevo episodio nacía hacia un final imprevisto pero sin duda espectacular. Meses atrás, uno de color azul decidió fusionarse con un pino del Pozuelo en un regreso accidentado a su morada. Allí, aquel Toyota, compartió durante semanas espacios y solanas con aliagas, romeros y carrascas a la espera de su rescate. Evidentemente se imponía un sucesor y así fue. Esta vez de color gris plateado y por supuesto ignorante del final semejante que le esperaba. La cuestión estuvo en que cuando Juanito emprendió un nuevo regreso nocturno se vio perseguido por la benemérita que estaba al acecho en su ímproba labor de controles alcohólicos. Visto lo mal que pintaba el asunto y conocedor de sus dotes de piloto, pisó el acelerador  a fondo y la persecución tomó vida. Dada la estrechez de la carretera y la posibilidad de cruce de algún jabalí, el coche perseguidor decidió desistir y dejarle marchar. Este, no fiándose en exceso de tal rendición, encaminó sus ruedas hacia rutas sin asfaltar que conocía sobradamente sin aminorar la marcha. Y allá se produjo el segundo contratiempo. Empotró de nuevo el nuevo vehículo y decidió surcar el monte hacia su casa. Plácidamente dormido, un toque de timbre le despertó a las nueve de la mañana. El guardia civil en cuestión venía a levantar un atestado amigable para recriminarle su actitud nocturna de horas antes. Y él ni corto ni perezoso, aseguró no haber faltado de su casa en todas esas horas. Al darle datos sobre el coche en cuestión, juró que lo tenía en su garaje de San Blas y que por supuesto se lo iba a demostrar inmediatamente. Se dejaron guiar calle abajo y nada más abrir las puertas, ante la nula presencia del coche, antes de que los agentes preguntasen, él les espetó un “me lo han robado ”. A duras penas pudieron contener la risa ante semejante puesta en escena tan increíble como digna de aplauso.  Vista la situación y conociendo la bondadosa picardía de Juanito, dieron por válida la cuestión a cambio de que no presentase denuncia de robo. El cómo logró traer el vehículo desde el aparcamiento montés, nadie lo sabe. Lo que sí está claro es que dentro de aquel cuerpo menudo habitaba un piloto de rallyes vestido con un mono de picardía que tanto se echa de menos y tan gratos recuerdos sigue proporcionando.

Jesús(defrijan)

lunes, 6 de julio de 2015


Las almendras amargas

La noche se aventuraba tan bochornosa como de costumbre en  todos los meses de Julio. El verano había llegado y con él el nuevo ciclo de finalizaciones de ciclo. Todo giraba al compás que creía correctamente engrasado en la noria que un día soñase como vida. Sí, solía ser la respuesta que se daba frente al espejo cada noche en la que el desvelo acudía a hacerle compañía. Un sí que hacía tiempo había adoptado unas escalas de intensidad menores a las que siempre quiso llegar desde las esperanzas adolescentes. Sí, efectivamente, lo era. Era feliz y el reflejo hablaba desde el otro lado del cristal mientras unos tabiques más allá, lo que ayer fueron ilusiones, se desvanecían  entre las sábanas de la indiferencia. Sí, efectivamente era quien más había puesto y se daba por contenta con lo recibido. Miraba a su alrededor y todo lo que observaba eran restos de vestidos de princesas a  las que se negaba a compadecer. Y lo hacía para no verse encorsetada en uno de ellos que apenas le dejaba respirar. Sí, efectivamente, lo era. Era tan feliz que no podía imaginar nada más allá de lo que la norma no escrita y asumida diese por válido. Las obligaciones habían extendido su marea hasta las ensoñaciones y el muro de la conveniencia se alzó desde no sabía cuándo. Se dejaba llevar intentando aparentar una normalidad que no era normal y así soñaba con la llegada de la noche para dejarse llevar. Toda obligación había ocupado su puesto y ahora los únicos  testigos de sus sueños eran aquellos toldos amarillentos que desde la acera de enfrente la intentaban sonreír. Encendía un cigarro y entre las volutas azules intentaba trazar a la noche círculos para que se fuesen convirtiendo en corazones a los que poner nombre.  Sabía que más allá de la locura que suponía el dejarse llevar estaba la cordura del quererse dejar  llevar. Repasó miradas, revivió sonrisas, renació a la verdad.  Quiso imaginar que dentro de unos minutos, en cuanto las horas sumasen doce, de nuevo la carroza seguiría siendo carroza para darle vida a la fantasía. Apagó el cigarro y llegando a la cocina la vista se dirigió a las almendras recién traídas. No pudo resistir la tentación y probó una. Una vez más  la verdad salía a flote. El sabor amargo de la misma la vino a sacar del sueño que una noche más, como tantas noches más, sonaba a falsa realidad por más que intentase negarlo

 

Jesús(defrijan)      

Óxi  frente a Vαí

Cuando el miedo se pierde se suele levantar la vista hacia el frente y el horizonte aparece más nítido que hasta ahora. Se deja de andar cabizbajo en actitud de sometimiento a unas reglas con las que no estás de acuerdo. Se deja de pedir perdón por el pecado no cometido para que el de enfrente sepa de nuestra voluntaria abdicación a sus más mínimas insinuaciones. Y todo lo que la corrección del estatus proponía se deja de lado. Los peldaños de esa escalera de mármol tan bien diseñada desde arriba empiezan a amarillear desde el desgaste que  nosotros provocamos entre tanta subida y bajada y no quisimos ver. Poco a poco se irá resquebrajando lo inamovible y por más advertencias que nos lleguen, ya no tendrán cabida en nuestro yo más íntimo. La toxicidad que fueron esparciendo ha saturado de tal modo el ambiente que lo hace irrespirable y necesitamos de ventanas abiertas. Ni el gesto fruncido por la usura que ignora necesidades será capaz de volvernos a poner los grilletes que a conciencia o sin ella nos dejamos calzar. Han ido intoxicando tanto a tantos durante tanto tiempo que ni su propia mascarilla les sirve de escudo. Han lanzado órdagos infernales a quienes consideraban cándidos seres a quienes las migajas de la calderilla harían felices sumisos. Y se han equivocado. La pelota ha cambiado de campo y ahora no saben si proporcionarle  aire para que rebote más fuerte o  cambiarla por algún otro deporte menos  exigente. El dilema es así de sencillo. Diseñaron un reglamento  para un juego en el que la victoria siempre caería del mismo lado. Ahora les queda un tiempo de reflexión para intentar contener la lava del volcán que prendieron sin medir bien sus consecuencias  y amenaza  con destruir a la Pompeya actual llamada Europa. Pero habrán de estudiar bien los mecanismos de recuperación de este  examen que han suspendido. Tienen todo el verano para aplicarse en ello y el temario sigue empezando por la palabra justicia. Si se empeñan en el error, volverán a suspender, y quizás el curso próximo,  algunos de los estudiantes menos afortunados decidan cambiar de colegio. Y entonces, ¿quién les hará compañía?¿quién les cederá el puesto de aventajados del que siempre se vanagloriaron? ¿quién querrá seguir siendo ninguneado por los delegados de clase que cuidan más el llevarse bien con el profe que defender a sus compañeros? Este Oxi , mal que les pese, lleva un Vαí  implícito y solo es cuestión de que quieran verlo, leerlo y aceptarlo. Yo, en su caso, me pondría a estudiar desde hoy mismo.   

 

Jesús(defrijan)

viernes, 3 de julio de 2015


Las jacarandas

Costean las inexistentes aguas del antiguo cauce y a modo de guías violetas encaminan tus pasos hacia las sombras. No discuten con los eucaliptos por el terreno a ocupar ni pleitean con los pinos que arrogantes exhiben sus raíces. Hacen huecos a los chopos para dejarles depositar sus descascarilladas pieles al paso de las horas. Ellas, las jacarandas, sencillamente están ahí sorbiendo del verdor que se extiende a sus pies y alfombran sus miradas. La caducidad de sus flores nos habla de la brevedad del instante mágico en el que te arropan sin tú saberlo porque tantas cosas circulan  por tu mente que ya has dejado en el rincón del olvido lo importante. Has decidido apostar por lo que catalogan de tangible y te niegas a reconocer el error. La humedad de la mañana es tan artificial que ni siquiera te planteas el gritarlo a los cuatro vientos. Puede que en el mejor de los casos el cordón umbilical de tu pensamiento trence un lazo con el de tu sentimiento a través de la melodía que va provocándote cantos de sirenas varadas en el Egeo de las ondas. Y todo te parecerá asumible desde la asunción del gris. Hasta que pares y decidas dar la vuelta y entonces te la encuentres de frente. Vieron  tu paso y guardaron silencio cerrando pudorosas  las corolas que insistían en gritarte verdades. Saben que no deben  añadir daño a lo ya dañado y por eso se limitarán a sonreírte cuando emprendas el camino de regreso   intentando que no veas en ellas un signo de complicidad que las delatasen. Quizás tengas  la suerte de pasar a un ritmo suficientemente rápido para no ver lo que eres incapaz de ver. Pero lo que no podrás evitar será pensar que las flores que tapizan de violeta tu vuelta no son más que sollozos expresos de aquellas que se compadecen  de ti y lloran flores en tu nombre. El resto, poco importará, porque nada importa tanto como saber que el camino de la dicha lo traza el deseo de conseguirla. De todo ello saben  sobradamente estas  jacarandas  que  siguen  costeando tu paso sobre las inexistentes aguas de un cauce que ya se secó y el polvo intenta infructuosamente hacer suyo.   

Jesús(defrijan)

El mutismo  del gilipollas

Suele ser tan habitual hablar como habitual el no escuchar lo que el otro dice. Igual hemos perdido  la capacidad oratoria en base a practicarla a modo de soliloquios acompañados y así nos va. Y en el caso de que la capacidad de expresión salga a la luz en los grupos virtuales cibernéticos hay ocasiones en que resulta de lo más chocante la variedad de reacciones que se suceden. Está el mudo que hace gala de su silencio y además ejerce de censor de aquello que considera no oportuno leer en dicho grupo. Tan solo bastaría con pasar página si es que se considera desilusionado con lo que sus ojos perciben y su meninge no asimila. Pero no, de eso nada, no le es suficiente. A su insustancialidad como participante le suma un supuesto decálogo que en su fuero interno cree que debe cumplir dicho grupo sin encomendarse a nadie más. No es que dé razones contrapuestas que iniciarían un debate más o menos fructífero, no; sencillamente se autoproclama jabato de normas que ni él mismo conoce. Eso sí, para dejar constancia de su excelso vocabulario, lo sacará a la luz desde la brevedad dela gilipollez que le sirve de toga y en ella se reconforta. Uno dirá que el uso de mayúsculas en poemas es de mal gusto porque no sabe dónde ha leído que significaban grito y como tal hacía vibrar en exceso a los cándidos tímpanos de los oyentes-lectores; otros catalogarán con cualquier epíteto absurdo a lo que ni siquiera entienden por merecerse a sí mismos el título de guías espirituales de dicho grupo. Grupo que por otra parte, si no fuese por el atrevimiento de algún participante a la hora de darle vida, moriría en su propia mirada hacia el ombligo del silencio. Por eso me encantan los grupos dinámicos y libres en su manera de hacer. Únicamente la corrección, educación y buenas formas, serán las limitaciones que habrán de tener y así el mutismo sabrá que no es bienvenido. Poco importará si las señales de aprobación o rechazo por parte de los lectores suman más o menos votos; lo importante será que aquellos que tengan algo que contar, recitar, decir, compartir, lo hagan. Así evitarán ahogarse en la propia soga que sólo los truñosos, silenciosos vigías, absurdos censores, marionetas de la vergüenza, o simplemente gilipollas, no saben cómo quitarse de su propia garganta.

Jesús(defrijan)   

miércoles, 1 de julio de 2015


Ley mordaza
Pues nada, ya llegó, y con suerte, será una estancia mínima. A partir de ahora el silencio como bandera ha de imperar más allá de lo que nuestro pensamiento exija. Se ha puesto un candado a la libertad de opinión ocultándola  bajo la capa de la forma de expresión. De nada servirá que tus postulados nazcan del germen de la equidad si la justicia no los reconoce como legales. De nada servirá plantearse gritos si la pena por exhalarlos conlleva una carga exageradamente punitiva. De nada servirá que sigamos viendo pasar situaciones altamente inmorales si tenemos que dar la callada por respuesta. Han regresado los galones para imponerse por las bravas y si no fuera por la gravedad del asunto me volvería a reír con cierta compasión como ya hice ante aquel mando que me rectificó un escrito correcto para que lo transcribiese a su incorrecta ortografía. Aquello sabía que era provisional y la conveniencia de no discutir  remaba a favor de una pronta licenciatura del verde oliva. Pero esto pinta peor, mucho peor. Aquí no se trata, aunque lo parezca, de combatir al forma; se trata de impedir la llegada al fondo de la cuestión que es ni más ni menos el meollo que molesta. Creo que a nadie se le escapa que los actos vandálicos a quienes primero perjudican es a los reivindicadores manifestantes, pero de ahí a culpabilizar a las gargantas hay un trecho injusto por más legal que quieran hacerlo. Aquí  se empieza a reconstruir a voz en grito (demos  por mala la paradoja) el foro de la acrópolis (demos por buena la posibilidad) en la que el pensamiento de la fuerza quiere imponerse al de la razón. Y si no es así, si no acaba venciendo la segunda,  vamos mal. Ni el derecho al pataleo será posible en una sociedad acostumbrada a demasiadas patadas. Es más, con esta nueva frontera que sella labios y lacra gargantas, acaban de trazar una línea divisoria  en el tiempo, pero hacia atrás. Ha llegado la involución y quiere instalarse en el lugar de la que fue exiliada. Esto se parece bastante a la solución planteada a cualquier padre ante la pataleta de rabia del  hijo caprichoso. Sólo que en esta ocasión, el hijo ya no es un niño, y el padre es tan provisional como los cuatrienios quieran que sea. Así que, si les molesta como si no,  la caducidad de esta ley ya se observa en el reverso como si fuese un yogur pasado de tiempo. Sólo quedan unos meses para decidir cambiar de sabor si el que adquirimos entre todos no nos gusta y encima nos provoca traqueítis.          

 Jesús(defrijan)