Tabarnia
Así, resumido brevemente, sería el
nombre propuesto a una nueva Comunidad Autónoma segregada de la Cataluña actual.
Estaría formada por las provincias de Tarragona y Barcelona y según sus
promotores darían validez a aquellos que no se sienten independentistas y que
en base al sistema electoral deben “cargar” con decisiones comunes que no
comparten. Puede que el reparto de escaños que se sigue en base al sistema
ideado por el jurista belga – y no es broma- Víctor d,Hondt para unos sea justo y otros lo consideren
errado. Seguidores y detractores nunca faltan en cualquier disputa y esta no
iba a ser una excepción. Lo que no me acaba de cuadrar es que precisamente
ahora que se ha refrendado una voluntad popular por segunda vez, este término
salga a la luz. Más allá de los chistecitos al uso que han ido corriendo durante
estos meses, el tema no deja de sonar a extraño. Me recuerda a aquellos juegos
infantiles en los que el perdedor a punto de ser declarado como tal decidía
cambiar las reglas. Unos callaban y otros aceptaban las decisiones del dueño
del balón. Unos temían no volver a ser considerado amigo en un nuevo encuentro
y otros decidían cambiar de juego para
restarle preponderancia al ya disputado. No sé, no sé. Pero realmente, viendo
el mapa supuesto de este nuevo reino de taifas tengo la sensación de estar
regresando al a época prerromana. Si siguen por este camino no sería de
extrañar una nueva colonización fenicia, o griega, o cartaginesa. Imagino de
nuevo un desfile de elefantes camino de Roma pagando el peaje de la AP-7, como
si un nuevo Circo Ringling anduviese de gira por la costa mediterránea. A hacer
puñetas los ancestros históricos si de lo que se trata es de buscar acomodo a mis apetencias. Y visto lo visto, abriendo
nuevas expectativas a futuras colonias nacientes en primera línea de playa, que
siempre suponen un añadido. Será cuestión de localizar a trovadores que
renazcan a la luz las leyendas
medievales hasta ahora acalladas por el desinterés de los gobernantes. Lo suyo
será buscar entre las noblezas al más digno representante y entronizar una
dinastía que dé valor a lo soñado. A no tardar, establecer entre los súbditos
escalas sociales que sepan situar a cada uno en el lugar que le corresponde. Sin
más dilación, dar por buenas las contiendas que seguro vendrán con los reinos
vecinos y pactar enlaces que garanticen estabilidades. Pronto acudirán los
heraldos que intentarán despertar conciencias y una vez más se establecerán las
luchas cruentas que acaben con ellos. Puede que transcurran otros cuantos siglos
y una vez dada la vuelta completa a la ruleta del infortunio, descubrir, mal
que les pese, que esta historia se ha repetido varias veces. No pasará nada.
Volveremos a escuchar discursos apaciguadores, victorias pírricas y nuevas estupideces
desde la línea fronteriza de un nuevo estado llamado Gilipollandia. Al tiempo.