miércoles, 30 de enero de 2019


Revisión de examen



Aquellos que nos dedicamos a la enseñanza sabemos el daño que acarrea situar a cada quien en su nivel. Unas veces por incapacidad y otras por motivos varios no siempre se alcanzan los objetivos establecidos. Quizás algunos de los mismos son excesivamente elevados, alejados de sus inquietudes, ajenos a los tiempos ….De cualquier forma no conozco a ningún docente que se recocije con el suspenso de sus alumnos. Nadie puede ser capaz de disfrutar con el nulo éxito de la cosecha que se encargó de sembrar, cuidar y ayudar a crecer adecuadamente. Nadie, medianamente sensato y empático puede ser tan cretino. Por eso me sorprende el hecho de plantear dudas ante el resultado final evaluativo. Me sorprende que se cuestione la injusticia de una calificación por parte de quienes no están capacitados para ello. Me sorprende que se busque en la revisión el arañar las décimas que logren poner a salvo al hijo/alumno que no ha alcanzado los objetivos propuestos. Quienes así lo plantean olvidan el significado que lleva la evaluación continua en la que se valoran esfuerzos, actitudes y aptitudes como triunvirato resultante. Querer como premisa de saber, como prefacio de poder, como semilla de fruto final. Si todo se retrotrae a un examen como prueba última y definitiva de logros, creedme, regresaremos a aquellos tiempos que pensábamos olvidados. Tiempos en los que una nota media por encima del notable se esfumaba si la fiebre te impedía realizar un examen final en junio sin excusas posibles. Tiempos en los que la intensa preparación libre del bachillerato carecía de crédito en aquel par de días en los que te la jugabas siendo un desconocido. Tiempos en los que el esfuerzo se te suponía y los avales quedaban olvidados ante la presencia de los folios con membrete en los que desarrollar lo aprendido. Nadie sabía de tus esfuerzos excepto aquellos que te tenían cerca y que jamás osaron cuestionar el resultado de las pruebas. No me los imagino pidiendo una fotocopia del examen para valorar la justicia calificadora. No puedo ni imaginar la cara del  profesor Manzanares que se vio perseguido y zapatilleado por una madre en Carretería cuando consideró injusta la nota de su hijo. No puedo dejar de aplaudir la osadía de don Antonio cuando siendo el competidor opositor a una plaza reclamó nota y le fue adjudicada. Su rival venía recomendado desde las inmediaciones de Franco y aun así logró derrotarlo. Cierto es que don Antonio, y quienes lo conocieron lo saben, sabía como nadie el valor auténtico que la docencia tiene. Si hemos de regresar a épocas pasadas, regresemos, no hay problema. Algunos ya las vivimos y de ellas aprendimos los diferentes tonos que suele mostrar el “bienquedismo” o la sinceridad. Al final, y eso no tiene vuelta de hoja, alumnos son unos años pero hijos siguen siendo toda la vida y nada es superior al amor por ellos, ¿a que sí?  Igual merece la pena que cada cual se ponga la nota que quiera y así nadie se sorprenderá.  

lunes, 28 de enero de 2019


1. Fidel R.D.



Estoy seguro de que nada ver sus iniciales detendrá sus prisas y buscará que el marco sea el adecuado. Será preciso en la colocación de los detalles como si de ellos mismos quisiera extraer la carga energética de la filosofía aún no puesta en el candelero del feng shui personal. Y una vez situado, una vez convenientemente administrado el ángulo, gritará para sí un “hágase la luz”. Y se hará, vaya si se hará, por supuesto que se hará. Será una luz que le retrotraerá a las manchas que tan lejanas y a la vez tan próximas regresan cada vez que la llamada de la sangre lo solicita. Él, que tan aficionado es a alcanzar cimas, no hará ascos a transitar por la celda del horizonte abierto mientras el sol intenta quemar la dermis nibelunga que le reviste. Meditará en los circunloquios la esencia misma de la vida a la par que los galones disciplinados le intentan aportar la rigidez de la obediencia ciega que repudia por principio. Sigue creyendo en la existencia de lo imposible como si las doctrinas existencialistas hubiesen sido sus lecturas adolescentes. Cardará los pensamientos para descubrir entre los bucles las semillas que al otro le dan crédito y él no acaba de entender. Sabrá moverse come pez en el agua en los remolinos festivos que la amistad proponga y de poco servirá intentar anclarle los pasos a quien transita levitando más allá de las realidades. Inconformista acumulador de instantáneas que tendrá prestas a sacar a la luz para revivir lo extinto en un intento penúltimo de renacerlo como credo. Buscará el chip que promulgue la libertad del “porc senglar” amenazado si es capaz de acreditar astucia salvadora frente al atropello. Teñirá de rojo los sueños para dejar constancia del daño que provocan las pesadillas. Libará del verde como si la esmeralda se le manifestara como piedra filosofal a este juglar nacido en las rutas maquineras. Y será, como no podría ser de otro modo, quien abra los brazos de su balanza en busca del equilibrio que estabilice sus contradicciones. Mientras tanto, mientras todo ello espera en el rellano de salida, un nuevo dorsal se va diseñando para ser el elegido. Los retos le siguen la pista y él no es de rechazarlos. Lo esencial lo considera accesorio innecesario siempre que lo necesario merezca la pena. Estoy convencido que sigue dándole vueltas al encuadre correcto de todo lo anterior. Sin duda alguna, podrá teñirlo y estoy por asegurar el color elegido. Pero eso, mejor que lo descubra él, si quiere.

domingo, 27 de enero de 2019


La muerte como  espectáculo



Como si del hecho mismo dela muerte se precisara extraer el argumento de cualquier guion, así, de cuando en cuando, reaparece el capítulo siguiente.  Solo se necesitará añadir a la luctuosidad  del mismo algún aditivo más para que la fibra sensible renazca y tras ella la vorágine solidaria cargada de pesares.  Todos hemos pasado por situaciones más o menos dolorosas y sabemos de qué estamos hablando. Lo sabemos nosotros y lo saben las empresas que disfrazando sus plumas córvidas intentan mostrarse como albas aves solidarizándose en las condolencias. Muestran por aquí y por allá los más ,mínimos detalles nacidos del morbo para dar credibilidad a las horas convenientemente rellenadas de audiencias. Alimentan las curiosidades con las vísceras de las minucias detalladas para simular el máximo dolor que en nada es creíble. Viven del share del instante y poco importa el modo empleado en conseguirlo. Son aquellas que utilizan voces, rostros y firmas conocidas para dar salida al primer acto de una obra trágica cuyo fin sabemos . De nada sirve aparentar lo que no es fiable. Quieren captar la atención a costa de lo que sea y siempre recordarán aquella primera ocasión en la que se dedicó un teatro al completo a la exhibición pública del dolor de unas familias. Las hijas secuestradas, torturadas, asesinadas, se consideraron actrices secundarias ante el protagonismo de los padres y madres que se vieron inmersos en semejante desvergüenza. Y allí empezó todo y así continúa.  A partir de aquí, a modo de goteo, los innumerables detalles seguirán apareciendo para dar continuidad la a la ubre de la que extraer los calostros del impudor mediático. De cada quien dependerá seguir siendo partícipe de todo ello intentando que no se le note demasiado la curiosidad vestida de compasión que viste.  El espectáculo estará  servido una vez más y se dará validez al lema aquel que preconizaba comer detritos. Cien mil millones de moscas no podían estar equivocadas, apuntaba como corolario del mismo.

viernes, 25 de enero de 2019


1. Ana L.



Te enfrentas a ella y observas cómo la tensión le aparece, las incógnitas se le adhieren y las premuras piden paso. De poco servirá ralentizar el discurrir de los minutos, revestirlos de chanzas o intentar desdramatizar lo que para ella supone un abismo insalvable. Vive sus escasos años desde la envoltura de la extrema exigencia  que a sí misma se impone sin relajamiento aceptable. Tensa las falanges de sus manos a modo de soldados dispuestos a combatir a un enemigo llamado fracaso. Enemigo que por otra parte sabe sobradamente de su inexistencia. Abre sus enormes ojos y desde las pupilas traza las impensables opciones que el temor le chiva. Y después de todo esto, una vez recuperada la travesía, reemprende el viaje. Un viaje que la embarca directamente a lomos de la sapiencia. Prestará atención al tiempo que recupera para sí la melodía que quedó suspendida a la espera de una conclusión correcta. Valorará la ironía como si de ella fuese capaz de licuar las esencias mismas de las fábulas prosopopéyicas. Callará para sí las valoraciones que pudieran merecer aquellos que confunden chanza con éxito. Pulirá los márgenes con la milimétrica proporción que delineen sus puntas coloridas. Vive deprisa sin pararse a meditar qué cantidad de peligros oculta la premura innecesaria. Se sorprenderá al comprobar cómo el simple tránsito del interior a la costa  le abre un espectro al horizonte de su futuro en marcha. Llorará sin motivo alguno ante la impotencia del autocontrol y poco a poco acabará entendiendo la importancia de lo importante. Ha mamado de los mostos  manchegos un modo de hacer, de sentir, de actuar que le otorgan credenciales de verdad. Probablemente analice con cautela las formas y el fondo de todo cuanto la rodea para descubrir en ello el inicio que  tantas veces se suele pasar por alto. Ha nacido para ser el punto equilibrador de su propia balanza y solamente será cuestión de tiempo que acabe asumiéndolo. Mientras ese momento llega, haceos a un lado, dejad que se acerque y prestadle atención si os mira de un modo tan inquisitorio como acostumbra. Algo que se te había escapado le ha llamado la atención y será mejor que estés preparado para no vacilar en las respuestas. Lo que no la convence no tiene cabida por más que intentos que quiera aportarse. La caducidad que todavía ignora se traducirá en tiempo pasado cuando conjugue risueña el ayer que se le escapa. Habrá merecido la pena, pensará. Y seguramente dará por válido todo este compendio de trazos que a modo de boceto ha querido aparecer para hacerse leer. Habrá que esperar, por mucho esfuerzo que le suponga, mientras la sonrisa consiga salir vencedora tras un duelo fugaz.  

miércoles, 23 de enero de 2019


1. Paqui P.



A ver de qué modo ajusto el lienzo sobre el bastidor de los renglones, enhebro las palabras en la aguja de la exactitud y pespunteo las metáforas sobre los márgenes del folio para hablar de ella sin que se me note en exceso la falta de equilibrio y ecuanimidad. Será complicado, lo sé, dar rienda suelta a todo ello para que emprenda un vuelo correcto, adecuado, creíble, auténtico. Porque si de algo va sobrada es de autenticidad. Desde siempre ha manifestado lo que era y sigue siendo y a estas alturas deja claras las intenciones de no cambiar si así se precisa. Para nada, sería un esfuerzo baldío. Sigue emocionándose con aquellas situaciones que demandan auxilio por abandono o descuido. Sigue siendo la abanderada que dirigirá los pasos propios y a veces ajenos sin esperar más recompensa que el abrazo como pago a su generosidad. Amiga de quien tiene la fortuna de contar entre los partícipes de su agenda compartirá el tazón de chocolate a nada que perciba que merece la pena hacerlo. Restaurará los descosidos que el alma precise cuando observe que la brújula necesitada reviste óxidos y chirría a los vientos. Dará a los mismos la oportunidad de orear las penas para que ninguna se adhiera a las pieles que comparten sus inexistentes arrugas. Hará y deshará el tapiz como si de un eterno viaje a Ítaca esperase las llegadas que las premuras le exigen. Será difícil verla regar su tez con las saladas aguas del daño si puede impedirlo. Velará el sueño que la dolencia perturbe y de la farmacopea examinará el vademécum en busca del error imperdonable. Los galones le fueron asignados y son camuflados para no dar pistas de su posición. Bastará con proponerle una locura sensata para que el no se luzca y pierda inmediatamente el combate ante el sí deducido. Gusta de las cifras como si alguna tabla de multiplicar faltase por ser completada y precisará remedio. Mientras, girará al tiempo que las tonadas avisen de la primera, de la segunda, de la tercera   o de la cuarta. El sarcófago vespertino la convertirá en la réplica viva de Cleopatra mientras hace caso omiso a las penurias ficticias que le provocan sueño. Saldrá para regresar al instante en busca de aquello que precisaba y no estuvo presto en el momento adecuado de partir. Coqueteará frente al probador y dejará para mañana lo que considera digno de meditación adquisitiva. Será la pecera inundada de nubes o el acuario adornado de ilusiones según dicte su sentir. Echará de menos al desierto por no ser capaz de entender que nadie acepte barrotes que adormezcan sus sueños. Podará los esquejes para que una nueva primavera se anticipe a las flores que tanto mima y disfruta. Giralda imprevisible que moverá su bata de cola recontando los pasos que el taconeo exija. Hoy, de nuevo, las velas iluminadas sabrán permanecer encendidas a la espera del viento que las ciegue mientras calla sus para sí sus motivos. Sigue siendo la que cuida de las olas mientras yo vigilo la marea.

La hermana falsa



Debería concluir aquí el comentario sobre este libro y sobrarían palabras. Indudablemente parto de la ventaja de tener dos y no ser ninguna de ellas falsa. Así que, por darle algo de cuerpo a la incomprensión lectora que me atenaza, enlazaré como pueda algo que pueda alegarse en mi contra. Leyendo la sinopsis aparece la típica historia de réplica intergeneracional en la que se repiten situaciones. Por lo visto alguien huyó de una guerra y se situó en algún lugar donde tuvo amores. Amores que fructificaron a espaldas de la pareja abandonada y que con el paso del tiempo se manifiestan en….Nada, ya me he perdido de nuevo. Ni sé de qué hablo ni a qué me refiero. Es como si una nube amnésica hubiese liofilizado mis meninges y me estuviese sellando el pasaporte al frenopático de guardia más próximo. Y lo peor de todo es que la culpa de la elección nació en mí y en mí muere. No se puede ir con prisas a elegir un libro y encima dejarte las imperiosas lentes lejos de tu alcance. Relees a duras penas  el título, asomas las dioptrías a la foto del autor y decides enfrascarte en el reto. Con suerte descubrirás algo que a otros habrá seducido, seguro. Con suerte, pasarás a ser uno más de los afortunados degustadores de tal néctar literario. Con suerte, acabarás escribiendo tu opinión y la compartirás desde el aplauso. Pues poco tardas en abrirle las puertas a la decepción. No solo es falsa la hermana, sino que lo es el tema en sí mismo. Ya te da igual si es el tercer tomo de la trilogía. Te resbala que haya habido una guerra o no. Te importa un pepino si el puerto sigue recibiendo barcos de pesca o yates millonarios. Ni pies, ni cabeza. Te has equivocado y punto. No me cabe duda que Miklos intentó componer una epopeya al desgarro que toda separación acarrea. Sobre todo cuando tiene como origen un conflicto armado. Pero intentar convertir un éxodo en una obra reflexiva de contradicciones  expuestas de modo supuestamente poético ya sobrepasa el exceso de toda originalidad. Sea como fuere, esta tarde, volveré a pasar por el establecimiento donde la adquirí. No para reclamar nada, no; sino más bien para no negarle la opción al siguiente lector que se sienta tentado de hacerla suya. Evitaré reseñar en sus páginas inmaculadas lo que aquí transcribo. No sería justo condicionar a nadie que desconozca este reducto desde el que opino. De cualquier modo, que nadie olvide que las lecturas siempre tienen a algún lector que las hace suyas. En este caso, no fui yo uno de los elegidos. Seguiremos probando, seguiremos leyendo.

sábado, 19 de enero de 2019


Huérfanos de Krahe

Hay momentos en la vida en los que la vida te sobrepasa, te envuelve en calendarios y sin enterarte te arrastra.  De hecho, de cuando en cuando, como si quisieras regresar al ayer, recuperas estribillos que te regresan a aquellas fechas cargadas de risas y múltiples anécdotas. Y cuando la fortuna se apiada de ti te pone en bandeja la oportunidad de redimirte con el olvido. Abres los ojos y encuentras  un nombre que te resulta sumamente atractivo. Huérfanos de Krahe. Suena genial y empiezas a averiguar de qué va el tema. Y entonces te aparecen tres elementos a modo de mosqueteros llamados Javier López de Guereña, Andreas Pritwittz y Fernando Anguita que decidieron dar continuidad a la obra de aquel insigne trovador irreverente llamado Javier Krahe.  Y tú, que todavía tarareas de cuando en cuando aquellas letras, que todavía analizas la rima de las mismas, que todavía paladeas el valor de la sátira, aplaudes y agradeces al destino la oportunidad que te brinda de volver a disfrutar.  De modo que te añades a la lista de admiradores del finado y acudes a verlos, a escucharlos, a tararearlos. A tu alrededor, a nada que mires, observarás a otros tantos huérfanos añadidos a modo de coro.  Te dejas llevar y entre flauta, saxofón, contrabajo, clarinete, guitarra y cervezas crees estar presenciando la resurrección de aquel modo de hacer música.  Miras hacia un lado y los labios de los presentes se visten de coro. Miras hacia el otro lado  y  compruebas que las juventudes pasaron pero el espíritu permanece. Brindas por la fortuna de haber sido testigo de una época y de un modo de hacer música basada en la inteligencia que allí mismo, a dos metros de ti, reaparece.  Compruebas cómo este trío de acompañantes que en vida tuvo siguen fieles al modo de hacer de aquel ácrata enjuto y quevediano.  Las risas se alternan con los estribillos y el orfanato carece del luto que suele lucir toda pérdida.  Ya da lo mismo si aquella canción no tiene su momento o aquella otra pernocta silenciosa. Da lo mismo porque lo auténtico se ha hecho realidad sin añadidos ni alharacas poco creíbles. La simbiosis mira de frente y por un momento recuperas la esperanza. Nada está perdido y estos tres juglares acaban de dejarlo claro. Se te hace corta la hora y media. Tan corta como suele hacerse la fortuna cuando la estás disfrutando.  Simplemente sabes que cuando alguien intente dar el pésame a la orfandad estará cometiendo el error de no dárselo a sí mismo al no haber tenido tu suerte. Lo suyo será que ponga remedio a no tardar. Probablemente por allí nos volvamos a ver y seguro que agradece haber asistido. Avisado  está.    

viernes, 18 de enero de 2019


Podemos o el sueño de una noche de verano


Al final, jugar con la esperanza de los desesperanzados es la peor de las jugadas que se puede realizar. Salen a la luz de los tapetes los comodines, las cartas descartadas, los naipes camuflados. Y logras que de nuevo reaparezca la desconfianza. Fue bonito mientras duró, mientras se movieron las corrientes en pos de una nueva forma de entender la política, mientras la fe en los postulados recobró su papel. Fue tan bonito como aquel mayo francés que revolucionó los barrios parisinos desmelenando las rojas crines de Erik y sus seguidores. Años después el propio catalizador renunció de todo aquello y dejó un poso de decepción que parece regresar. Como si la condición humana no distinguiese de colores, reaparecen las ambiciones, las puñaladas, las traiciones, los desamores. Y previamente, como telón anunciador, las actuaciones contrarias a todo aquel catecismo que anunciaba formas de hacer y de encarar el futuro. Cincuenta años y algunos meses después la Utopía queda desenmascarada por un discurso dolido y una sutil advertencia vengadora. Todo resumido del modo más decepcionante que se puede imaginar. Ahora, el cómo intentar recuperar el crédito, resultará  un esfuerzo abocado al fracaso. De nada servirá aparentar forismo decisorio y asambleario cuando el modo de actuación se manifiesta  contario a lo pregonado. Fecha de caducidad impresa que llevará adheridas las subsiguientes etiquetas de rebajas en las siglas desprendidas  como esporas de un inicial helecho. Podrán intentar seccionarse en multitud de departamentos pero el edificio que intentaron y en parte consiguieron erigir hace aguas y amenaza abandono, ruina o desahucio. Y todo ello sin el sabor a existencialismo que aquel movimiento tuvo a orillas del Sena. Al final resulta que no hay peor enemigo de uno mismo que uno mismo cuando decide ser lo contrario de lo que proclama. Ahorrarse los lloros y enmudecer las quejas será lo más adecuado para la vista alegre de aquellos que se ven sorprendidos. Recuerdo cómo en una ocasión un letrero ocupaba un muro en mitad de la huerta que custodiaba. “Sé realista; pide lo imposible”, rezaba. Supongo que seguirá allí y mañana regresaré a comprobarlo. Probablemente alguien le habrá añadido un signo de interrogación. Si está trazado con color violeta, o no, no me lo quiero ni imaginar. Para ello basta con regresar a la obra de William Shakespeare e intentar seguir el argumento que tan premonitorio resulta.

jueves, 17 de enero de 2019


Cartero

Cuando Charles Bukowski firma una de sus obras ya te puedes ir haciendo a la idea de no permanecer inmune a los efectos colaterales que la lectura de la misma te va a dejar. Te va a llevar por la senda anárquica del inadaptado, por el atajo del inconformista, por la difusa línea que la ley trace. Tú ya decidirás cuál de ellas seguir, siguiendo su ejemplo o no. Y aquí, en “Cartero”, no ha lugar a algo diferente. De hecho, partiendo de sus propias y personales vivencias te ves como observador privilegiado de su autobiografía y de cuando en cuando brindas con él. Puede que lo hagas para no darle la sensación de ser un oscuro fisgón ajeno a los excesos que propone. Quizás procures evitarle el que te califique de cicatero incapaz de dejarse arrastrar por las tentaciones y darles rienda suelta instantáneamente. Sea como sea, de sus manos asistes a la lucha eterna entre lo correctamente aceptado por la sociedad que castiga la osadía inconformista y la necesidad vociferante de convertirte en ácrata irremediable. Regresas a los años setenta y te envuelves en una sátira agridulce de quien se manifiesta como posible americano medio. Puesto fijo al que encomendarse para soñar con una jubilación todavía lejana y apetecible. De eso nada, parece decir, promover, airear. Del mismo inconformismo obtiene la veleta orientadora hacia su faceta de escritor y así se bautiza con esta obra. Las cartas, los folletos publicitarios, o lo que sea, precisan de otras manos domesticadas por las que ser transportados. Él, y cuantas a él se asemejan, confecciona un catecismo con los placeres que la bebida, el sexo y el juego promulgan. Y lo cumple a rajatabla. No existe más certificado que el nacido de su pasional existencia ni mejor acuse de recibo que el obtenido como recompensa en el hipódromo de turno. La normalidad corresponde a otros mientras los otros la acepten. Pura declaración de intenciones que en más de un capítulo se te presenta a modo de espejo sobre el que mirarte. Seguramente fluctúes entre las dudas que semejante personaje ha abierto. Miras a tu alrededor y observas cómo clones semejantes realizan correctas acciones alejadas de las que se plantean. Abres tu propia saca de correspondencia y contemplas alguna que otra carta con triple matasellos que aún no te has atrevido a depositar en el buzón del riesgo. Asumes que alguien como Henry Chinaski iza el estandarte al que solamente los valientes son capaces de seguir. Reconoces que hubo alguien capaz de apostar por sí mismo para hacer lo que le daba la gana y darle sentido a su vida. Mientras tanto, vegetas; probablemente consigas llegar a sus setenta y tres años, pero lo harás de un modo mucho más aburrido. No te aflijas, un sobre ribeteado de negro anunciará tu fin a la espera del pésame. Hace años que comenzaste a soñarte Chinaski y te faltó valor para asumir su papel. Te acompaño en el sentimiento, créeme.

miércoles, 16 de enero de 2019


1. Jesús C.
Hay veces en la vida en las que la vida misma te saca una copia de ti mismo y tardas en reconocerte en ella. Posiblemente ha tardado más de lo recomendable y el recuerdo de lo que fuiste se ha difuminado. Y en esa neblina que creías alejarse, de nuevo, como de sopetón, regresa a ti. Y lo hace copiando incluso tu nombre. Y demostrando una querencia que te retrotrae hacia aquellas lecturas que antaño fueron compañeras de viaje. Ves que sin previo aviso se ha manifestado y frente a ti se renueva la esperanza. Así, creedme, es Jesús. Un tipo capaz de pasar como de puntillas sobre las modas que a nada más allá que la caducidad conducen. Un tipo que rumiará para sí la incomprensión que tantas y tantas veces se adhiere a las dermis de los sensibles para atenazarlos con interrogantes. Un tipo que hará coro con los desvalidos a quienes tomará como compañeros de ludos en la medida justa que determinen los treinta minutos de asueto. Será quien observe para ver más allá de lo que las pupilas muestren. Quien argumente desde los pilares sólidos de su sapiencia para dejarte en el ridículo más cruel que existe por nacer de tu misma metedura de pata. Y lo hará como dolido por haberte sido capaz de enarbolar semejante bandera que te tiñe de estupidez. Dominará la ironía para hacer del sarcasmo un colchón sobre el que dejar caer las vainas de las balas soberbias que le dirijan. Vive en la paranoia envidiable de las letras las realidades que realmente merecen la pena para extraer de ellas las enseñanzas apetecibles. Llevará de encima cualquier sobretodo que insista en protegerlo del frío por saberse señor y dueño de los grados de la sabiduría. Caminará a años luz de aquellos que persiguen en la inmediatez la recompensa momentánea. Él, mi admirado Jesús, se perpetúa en el Nirvana de lo excelso sin demostrarse soberbia para evitar envidias. No gastará las pupilas neciamente; las invertirá en el mejor de los negocios existentes para que su rendimiento sea fructífero y de sentido inverso al que esperabas. Será aquel humanista que se mueva en los calendarios para dejar constancia de la permanencia de lo auténtico. Las letras recluirán a las cifras por considerarlas frías testigos de realidades que en nada le interesan. Sabrás que la fortuna te ha elegido al otorgarte la oportunidad de compartir su tiempo. Y todo ello no impedirá que se te niegue el arrepentimiento por no haber sido capaz de entenderlo en alguna ocasión en la que sus postulados los consideraste fuera de lugar. Erraste y en ese mismo reconocimiento acarreas la penitencia. Si alguna vez alguien diseñó el concepto de academia, estoy plenamente convencido que soñó con alumnos como él. Soy un afortunado, lo reconozco, y me congratulo con ello.   

martes, 15 de enero de 2019


1. Susana Díaz



La veo y me viene a la memoria una imagen ya vista en algún otro lugar, en alguna otra circunstancia, película, o algo así. Como si del recuerdo quisiera emerger su imagen a modo de chica Almodóvar o vendedora de Teletienda, no sé, pero algo me resulta ya conocido sin conocerla en persona. Probablemente mi nula querencia a traspasar Despeñaperros me lleve a crearme una imagen no del todo fidedigna y quizás injusta. No sé, ni tampoco me preocupa en exceso. Igual la querencia que me nace hacia el perdedor me lleva a considerarla como digna de abrazo compasivo a través de las letras. Probablemente los parabienes que otrora le dedicaron los padrinos de sus mismas siglas le llegaron a transmitir una idea de perpetuidad que acaba de derrumbarse. Como si de una escultura erigida en las arenas de las marismas a la que las aguas subterráneas están derribando. Como si los cimientos que ayer consideraba sólidos se hubiesen manifestado carcomidos. Como si la falta de atención alzada más allá del horizonte cercano la hubiese cegado. Cientos de interrogantes se le habrán aparecido amenazadores y siguen sin respuesta. Quizás el poder acaba fagocitando a quienes se perpetúan en él o las volubles voluntades los rechazan de plano. No sé y puede que ni ella misma sepa el porqué. Tanto da a estas alturas. Lo que no parece oportuno es abrir el toril del enfado para que salga el morlaco de la decepción a puerta gayola embistiendo bravamente. No, no parece que la faena vaya a ser recordada más allá de la rabieta que los avisos anuncien si se alarga más allá de los veinte minutos reglamentarios. Los tendidos han sacado pañuelos y las orejas se ofrecerán al diestro que según criterio de los asistentes se las merezca. No será aceptable devolver a los corrales al astado por no lucir las divisas que más gustan a los que se soñaban entendidos. Ahora toca lidiarlo y con un poco de sapiencia aceptar que los mantones cada cual los despliega en la barrera que más le apetece. Las banderillas, los puyazos, los pases de pecho, la estocada o la puntilla se alternarán según discurra la corrida. Lo que parece claro, lo que parece meridianamente claro, es que a Susana Díaz no le han brindado la montera que esperaba y no le queda otra que aceptarlo. No servirá de nada permanecer en los alrededores del coso intentando culpar a los areneros de la falta de casta de la ganadería. Quizás antes de acudir debió fijarse bien en cómo llevaba colocados los claveles rojos mientras cruzaba en calesa la avenida hacia la plaza. Si los vítores ajenos le chirrían es cuestión de hacérselo mirar.   

lunes, 14 de enero de 2019


La muerte del Comendador (libro primero)
Resulta curioso que el título de Comendador vaya ligado a la muerte a nada que aparezca en la literatura. Como si la trama siempre lo buscase como víctima, como si fuese el más propenso a lucir el luto. Y si pasa el tiempo y Murakami decide apostar por el título en cuestión poco importará pensar que el cargo lleva implícita la muerte. Da igual, viniendo de Murakami, lo mismo da. Y dará lo mismo como siempre que este genio de las letras decide tejer una nueva obra y sacarla a la luz. Sabes que el número de personajes no será excesivo y con ello tu atención no sufrirá de vértigos identificativos. Sabes que el entorno será tan íntimo, tan cercano, que no podrás dejar de sentirte un fisgón involuntario añadido a la trama. Los conflictos internos saldrán a buscar el eco en el bosque de los traumas y de ti dependerá hacerles caso o dedicarles olvido. Abandonos, regresos a historias por parte del protagonista que se ve inmerso en los designios de la vida sin saber qué pincelada ejecutar en el lienzo del retrato encargado. Realidades mentales que se dejan traslucir entre las nubes traumáticas que ni siquiera el poderío económico   consigue solucionar. Todo muy en su estilo para no defraudar a sus seguidores. Ciertas reminiscencias hacia el clasicismo de las letras  como si de dicha fuente extrajese el motivo penúltimo de su creación. Lees y la imaginación supera ampliamente la metáfora que parece lanzarte entre los sonidos de la campanilla llegada del bosque. Podrías calificar de rarezas los comportamientos de aquellos que traspasan los párrafos para demostrarte el modo de escribir que se caligrafía con mayúsculas. Y todo tendrá sentido conforme vaya transcurriendo la sucesión de vidas. Se solapan y se van dando paso a modo de estaciones de metro como si huyesen de sí mismas hacia no se sabe dónde. Hurgas en el modo de escribir del autor y de nuevo, una vez más, por si no lo habías comprobado suficientemente en sus lecturas previas, sigues aplaudiendo. Probablemente percibas el aliento de don Juan transitando entre las tumbas del cementerio. O puede que de Fuenteovejuna te regrese el coro unísono. O puede que una daga delatora salga del cuadro inacabado para procurar que entiendas que existen historias que no precisan pregoneros que las vendan. Por sí solas alcanzarán el éxito si llevan la firma de quien así las concibe. Y de ello Haruki Murakami es la prueba palpable. No creo que tarde mucho en aparecer el segundo libro que continúe la historia. Lo que está claro es que se hará eterna la espera.  

viernes, 11 de enero de 2019


1. Tesi


Ni voy a añadir la ene ni voy a escribir al completo la filiación que le da paso porque no hace falta. No, ni mucho menos, al grano, dejémonos de rollos, que hay prisa. Porque sí, así, con la vorágine de la inmediatez, se deja caer. Esta avalancha de concreción que la caracteriza no deja espacio para lo accesorio por si lo accesorio soñaba con ser protagonista. Pues de eso nada, faltaría más. De modo que tras el silencio que se trasluce más allá de la mampara, incluso el tartamudeo de la cafetera disminuye su voz y la puerta se entreabre temerosa. Nada debe interponerse entre su garganta y los oídos prestos que la tienen enfrente. Sabrán que más allá de las rayas azules, por debajo de los rizos, camuflados entre la bufanda, el imperio de la norma se instala sin posibilidad de dudas o réplicas. Claros objetivos y ruta diáfana por la que transitar a la espera de que la tarde se presente y decida darle pasaporte al atuendo deportivo. Poco importarán los polos a los que dirigirse mientras el horizonte se difumina entre los eucaliptos y los arrayanes del que fuera cauce desbordado y ya no es. Las aguas desaparecieron y los verdes alfombraron los rítmicos pasos. Sabe que la periodicidad alternará guaguancós y eso propiciará una pugna en sus caderas incansables. Poco importará si el asfalto insiste en convertirse senda procesionaria si ella puede impedirlo. No está para detener el tiempo que precisa ser exprimido. Pareciera que del verde uniformado extrajo hace años las enseñanzas que ahora reposan sobre la sacristía de Moya y sin embargo viajan sobre los galones de sí misma. Le esperan ansiosos los renglones que la acompañaron hacia el cruce del día dejando abierta la posibilidad de un nuevo argumento. Si sueña con seguir siendo atendido más le valdrá ofertar algo cautivador y alejado de gongorismos adornantes. Inicio, nudo y ya decidirá ella cuándo es el momento para dar paso al desenlace y con ello cerrar la contraportada. Mientras tanto, los olmos seguirán esperando un nuevo ciclo, las huertas pugnarán por ser las que ofrezcan los frutos más apetitosos y los calibres de los melocotones superarán las cotas razonables. Será quien mire fijamente al ratón y le avise de la imposibilidad de robarle el queso por más tentaciones que le supongan so pena de pagar cara su osadía. Hurgará en la faltriquera a la busca y captura del tintineo para así erigir el zigurat cafetero. No discutirá ni cuando sospeche la posibilidad de salir victoriosa del duelo dialéctico y su pasión vendrá revestida de aguamarina sirénido. Cerrará a cal y canto aquello que solamente a ella pertenece y lanzará un bonito sarcástico a la menos ocasión. Callo, se oyen sus pasos, la puerta se abrió y debo cerrar el susurro de las teclas. Si os la cruzáis, tranquilos; es menos de lo que aparenta por más intentos que exhiba de demostrar lo contrario. Hace tiempo que sabe que el alba de sus días está enmarcado convenientemente y lo demás, poco le importa. Acaba de comenzar a leer la siguiente página del enésimo libro y esta vez parece que el argumento le merece la pena.

jueves, 10 de enero de 2019


Ligar: cuestión de letras


Al hilo de lo comentado en anteriores ocasiones en cuanto a la exigencia de pulcritud ortográfica resulta que ayer la televisión vino a corroborar mi punto de vista. De todos es conocida la existencia de páginas cibernéticas que vienen a ejercer de celestinas actualizadas. Recordemos que hace años las agencias matrimoniales cubrieron huecos a relaciones que las distancias imposibilitaban o las timideces evitaban. Más de un caso conozco que gracias a ellas logró reverdecer amores o darles salida por primera vez. Tiempos pasados que ahora se manifiestan de otro modo pero hacia el mismo fin. Pues bien, ayer, en horario de máxima audiencia, alguna cadena televisiva se hacía eco de cómo el hecho de escribir correctamente o no proporcionaba o negaba crédito a los perfiles de los candidatos o candidatas dispuestos a encontrar pareja. En las respuestas, la mayoría afirmaba que un texto mal escrito, mal redactado, con faltas de ortografía, provocaba un descenso, cuando no la eliminación, como futurible al autor o autora de las mismas. Con ello se planteaba la existencia de un tamiz cercenador que muchas veces parece mostrarse ineficaz. Error, craso error. Sería comparable a pensar que aquel que se muestra poseedor de dos ojos está errado en el país de los tuertos. Por raro se le consideraría fuera de lugar hasta que alguien dedujese que era el válido. Sea por un motivo estético o por pura normativa, lo que parece evidente es que al final el telón se desvanece y la escena cobra vida. Si en una época en la que los correctores están al alcance de un clic no somos capaces de desequilibrar la balanza hacia la razón, la razón se acabará imponiendo y nos pillará por sorpresa. Personalmente, aunque cueste creerlo, de da lo mismo cómo escriba cada quién. Me da igual si quiere seguir la regla o no, siempre y cuando no deba someterlo a un control académico. Pero a modo de premonición me congratula saber que en situaciones de conquista amorosa, sí, vaya que sí, por supuesto que sí, se tiene en cuenta. De todos modos siempre habrá quien siga la consigna de Rafael Gómez Ortega, “El Gallo”, que cuando fue presentado a Ortega y Gasset le dijeron que era filósofo y sentenció su famoso Tié q’haber gente pa’tó”. Pues eso, siempre habrá un roto para un descosido y cada quien elegirá el hilo que mejor le acopla al pespunte necesario.   

miércoles, 9 de enero de 2019


Herradas ediciones literarias erradas.


Parece excesivo el número de ejemplares literarios editados. No hay más que acercarse a cualquier establecimiento que los ofrezca para comprobar cómo pilas enteras de los mismos se muestran sugerentemente al lector decidido a ser cautivado por ellos. Los ojeas, los hojeas, relees las reseñas, y los adquieres. Sueñas con que el autor o autora del mismo haya acertado contigo y asumes el riesgo de todo ello. Comienzas a dejarte llevar, la historia te atrae, unas veces más, otras veces menos, y todo discurre dentro de los cauces normalmente admitidos. Ya da lo mismo si has desembolsado tal o cual cantidad. Merece la estima aquel que se enreda en un argumento para hacerte partícipe del mismo y si con ello contribuyes a su sustento, mejor que mejor. Todos contentos. Lo acabarás, lo criticarás, lo compartirás, lo recomendarás. O no, todo dependerá. De hecho, tú, que a lo máximo que aspiras es a ser un “Juan Palomo” de este palomar, sabes por experiencia propia lo que significa autoeditarte, de los riesgos que acarrea, de los nulos beneficios, de las grandes gratificaciones anímicas. Son las reglas del juego y las aceptas o dejas de jugar. Por eso, cuando estás inmerso en la intriga de la última novela de uno de tus autores favoritos como Murakami,  llegas a la página trescientos noventa y nueve, y en el último párrafo descubres la errata inesperada, el desconsuelo llega como invitado de piedra. Buscas entre los culpables antiortográficos al traductor, al revisor, al editor, a alguien a quien recriminar la falta imperdonable que acaba de hacerse presente. Lo relees por si tu somnolencia te ha jugado una mala pasada y no, no yerras, se han equivocado. Han confundido un tiempo verbal con un sustantivo y la estructura del texto se ha ido al garete. Te dan ganas de enviar la queja a la editorial y la envías. Te dan ganas de regresar al establecimiento y reclamar un ejemplar correctamente escrito y lo pospones para la tarde. Te dan ganas de pedir explicaciones al traductor, al transcriptor o a quien corresponda y sonrojarles su falta de pulcritud. Empiezas a creer que se han establecido el “todo vale”, el “qué más da”,  como mecanismos de funcionamiento en el mundo de la edición y sospechas que acabarás siendo el último náufrago de una isla condenado al abandono. Ni vendrá un barco a rescatarte ni serán capaces de asentir los postulados que la norma regula. Así que  a partir de ahora voy a escribir como me dé la gana y que nadie me replique. Si a un célebre escritor lo traducen sin miramientos ortográficos, a mí, que no dejo de ser un aficionado costurero de letras, no me pueden pedir pulcritud. Visto lo visto, si veintitantos euros empleados en una obra se dan por bien empleados admitiendo una falta de ortografía, yo, que ni de lejos llego a ello, debería seguir su ejemplo. Si me provoca una úlcera o no, será lo de menos.

lunes, 7 de enero de 2019


1. Amalieta A.



En cuanto se quede quieta, si es que puede, afilaré el lápiz que la memoria me presta e intentaré bocetarla. No será fácil, no. Y no lo será porque está tan acostumbrada a gobernar que la mínima pose que la lleve a la inmovilidad le parecerá una pérdida de tiempo. Lo suyo es un no parar. De aquí para allá, de esto a lo otro, ni pausa, ni sosiego. Este torbellino que la caracteriza es el que le impide acumular bajo la piel más allá de lo necesario e imprescindible. Como si de ello dependiera su existencia, el remanso de la calma no tiene cabida. Cubrirá sus pensamientos con los flecos que simularán ser yelmos protectores de esta guerrera que la viste. No asumirá el papel de damisela bordadora en la torre del homenaje del castillo porque lo suyo es plantar cara y batalla a las adversidades. Poco importará si las dimensiones de las mismas remueven los tendones de su fortaleza. Ella, desde siempre, para siempre, sabe que el reto no le asusta y callará para sí los interrogantes para no dar la sensación de flaqueza.  Transitará sobre el filo de la cordura que a muchos que la desconocen le sonará a frivolidad. Se equivocan. El sentimiento que subyace en su yo más íntimo fue tejiendo la cota de malla, el almófar y las brafoneras  de su armadura creando el prototipo de una renacida Juana de Arco a la que ni la hoguera será capaz de derrotar. Una del trino, en cuyos vértices se apoya cada vez que el desánimo momentáneo aparece intentando tapar la sonrisa que devendrá en carcajada. Echa de menos lo que nunca ha dejado de estar y será capaz de aventurarse a soñar lo que pudo haber sido para concluir el argumento de un libreto del  que ser protagonista. Velará como luz parpadeante de aquellos a los que la sangre le lleva y custodia con la fortaleza de sus anhelos. Seguirá echando de menos las cenizas que se perpetuaron sobre el mechero de unos dedos amarillentos. Gozará de la inmediatez para negarse la posibilidad de seguir arrancando hojas a un calendario que acumule tristezas. Sabrá que cada vez que la cúpula de la noche se pueble de destellos, al menos dos, le pertenecen. De los pálpitos  que perciba callará sus enseñanzas y solamente bajará la guardia cuando los oídos de la comprensión abran los tímpanos y la abracen. Se hace de querer y empiezo a sospechar, si es que alguna vez llegué a dudarlo, que se lo merece sobradamente. Solamente será necesario ver cómo verbenea los ritmos y llegado el descanso vuelve a ser el espíritu frágil que en ellos se refugia. Llegó como regalo real hace tiempo y no sabría decir si es más oro, incienso o mirra. Quizás una amalgama de todo a la vez.

sábado, 5 de enero de 2019


1. María Jesús M.



Reconozco y asumo la inquietud que me viene cuando saco punta al lápiz con el que trazar su boceto. No lo puedo evitar y confío en que el golpe de salida dé salida al juego que sobre el verde buscará los hoyos de la mirada tantas jornadas compartida a la hora habitual en el refectorio de costumbre.  Ella, a nada que te descuides, lanzará un drive directo cargado de agudeza para comprobar si la distancia entre la ironía y el sarcasmo se acortan debidamente. Esparcirá sobre la cara orientada al Este sus razonamientos y no será de las que se dejen convencer fácilmente por las objeciones opuestas a ellos. Llegado el caso, sacará de sí misma el putt correcto a las distancias cortas y elevará por encima de tu horizonte la mirada desafiante y vencedora. Reclamará los hierros adecuados con los que ejecutar un nuevo  approach y seguir sorteando los inconvenientes que le puedan surgir en su devenir diario. Sabe que el destino suele enviar retos a quien puede superarlos y ella acumula suficiente currículo como para no dejarse amilanar por ellos. Su golpe de seguridad lo diseña moviendo convenientemente los aros que forman en cuarteto y esperan que decida dónde colocar el quinto para coronarla como sacerdotisa del Olimpo. No hay prisa. Llegará el momento cuando ella lo decida y el chip le garantice la huída del bunker traicionero. Marcó su ritmo y no será fácil detenerla cuando encare sus objetivos. Y cuando las ramas no podadas del futuro le intenten obstaculizar la visión diáfana del mismo, ejecutará un punch que descolocará a las mismísimas raíces que las sustentaban. Saldrá de la espesura volatilizando sus dorados pensamientos y reafirmará su vuelo con un flop lo suficientemente alto como para alcanzar sus sueños. No en balde vino en la noche en la que los sueños se cumplen y de ello hace gala. Será capaz de desarmar las posturas que busquen vericuetos y no sepan ir al grano. Vivirá en el presente los ayeres que tantas fisuras dejaron y tantas sonrisas le regresan. Sacará de su ánimo a la eterna adolescente que fue capaz de realizar la instrucción militar obedeciendo las órdenes que solamente el cariño es capaz de ejecutar. Velará los recuerdos de la desmemoria para que quede constancia de que su penúltimo recorrido supuso un par lo suficientemente bueno como para celebrarlo cada cinco de enero y hacernos partícipes de su alegría. Y todo esto lo hará mientras duda de mí cuando le digo “deja, deja, que ya lo quito yo y de paso repongo el agua en la nespresso, que siempre me toca a mí“        

viernes, 4 de enero de 2019


1. Los San Juan


Los ves y reconoces enseguida el esfuerzo titánico que quienes los guían deben realizar para evitarse y evitarles descalabros. Este trío podría pasar por ser la réplica de los mosqueteros de Dumas y sabríamos que debajo del tahalí esconden gran parte de su valor. Uno, otro y el tercero, se escudan en la astucia para equilibrar el esfuerzo necesario que no les ocasione demasiada pérdida de energías. Uno correrá la banda persiguiendo al balón o al contrincante que ose retarle. Llegará al descanso y mirará displicente hacia la grada para descubrir en una única ojeada la aprobación o repulsa de aquellas que lo idolatran. Otro escarpará las laderas tratando de coronar las cimas lo más rápidamente posible. Lanzará piropos que ni él mismo se cree con la sinceridad de quien busca rentabilizarlos en el momento de la justicia puntuadora. Será quien manifieste la dualidad térmica en un mismo cuerpo ante el asombro de quienes le veamos polarizado en su hemisferio norte y ecuatorizado en el hemisferio sur. El tercero, imitará desde su nombre al héroe troyano  y será el encargado de defender las disputas con razonamientos inteligentes como si domesticase a los caballos de la ignorancia. Guasón como ninguno de los suyos, simulará la trampa para dejarte con la boca abierta y no saber si denostarlo o aplaudirlo. Tres floretes envainados que comparten senda y se asemejan tanto como diferencias muestran. A nada que escarbes descubrirás un fondo que firmado va de sonrisas mal disimuladas. Se mueven como peces en el agua refugiándose delas riadas en  las curvas de los meandros arenosos del “yo no he sido”. Ganadores del respeto entre quienes  volubles se muestran a la edad de permitirse serlo a base de no mostrar dobleces, de ir de frente. Serían los elegidos para un remake de “El padrino” porque en ellos los pactos de sangre se adivinan y confirman. El papel que cada uno desarrollaría en esta nueva versión cinematográfica está clarísimo pero no seré yo quien los adjudique. Simplemente hará falta detenerse mínimamente cuando coincidan los tres y descubrir el potencial que cada uno atesora. Pero habrá que hacerlo deprisa. Un balón empieza a rodar de nuevo, una nueva ruta pide carrera y un nuevo pensamiento filosófico se está gestando para dejarte con la sonrisa disimulada y la duda de si optar por la reprimenda o carcajear la penúltima ocurrencia. Los resultados académicos, lo dejamos para otra ocasión. No conviene olvidar que antes de ser alumno, todo el mundo es individuo, más o menos peculiar, más o menos mosquetero, más o menos digno de ser retratado con la esperanza de haber dado en la diana. 

miércoles, 2 de enero de 2019


La pata de cabra


Aparte de sonar a título de leyenda misteriosa también es el apéndice inferior que los vehículos de dos ruedas llevan para ayudar a estabilizarlo cuando el tránsito ha terminado. Normalmente en el lado izquierdo y adherida a un muelle retráctil que la hace pasar desapercibida habitualmente. Paras, apoyas ambos pies, deslizas el izquierdo hacia la misma y solamente debes esperar a que la tensión del momento termine y así saltar indemne. Luego ya de ti depende dejarla inclinada y que la pata soporte semejante peso o reclamar el esfuerzo al caballete que duerme a dúo al lado de la misma. Todo fácil, todo sencillo. Hasta que el exceso de confianza te gana la partida y sin comprobar detalladamente los pasos previos, automatizas el absurdo. En décimas de segundo la pata cede, el muelle se retracta de su labor, el manillar busca ser la hipotenusa del triángulo y te ves inmerso en un sketch sin aplausos de fondo. Te ves engullido como si Jonás buscase a ti al sustituto y el horizonte se vuelve vertical. Miras hacia el cuentakilómetros y un añadido de amargura te llega al comprobar el dígito que marca cero en la velocidad. Recuerdas a aquel pipiolo que intentó quitarle hierro a la tentación cuando aseguraba no conocer a nadie que no hubiese sufrido una caída. Vale, profecía cumplida. Recobras la dignidad ante la ausencia de testigos y recuentas mentalmente la osamenta que te pertenece. Todo parece estar en su sitio. Ella, ni un rasguño. Tú, con la incógnita dibujada en el rostro sin saber qué has hecho mal. Y entonces, en mitad de semejante ecuación, la miras y allí está. La muy ladina vuelve a refugiarse en la espiral de sus muelles y parece mofarse de tu exceso de confianza. Piensas qué reprimenda se merece y refrescas tu memoria. Sí, justo allí, en la estantería de la derecha, permanece a la espera de su debut el bote de pintura que jamás supiste para qué finalidad lo habías adquirido. Lo ases, lo trasladas, se lo aproximas y percibes que no es el color que hubiera preferido como penitencia. Con cierta maldad tiznas lo que hasta ayer era elegantemente negro y sabes que a partir de ahora la cabra lucirá mucho mejor. Dicen que quien ríe el último ríe mejor y espero haber sido yo. Que no se tome cumplida venganza al verse de esa guisa ya el tiempo lo dirá; pero uno de mis propósitos creo que va a ser convertirme en pintor y ya he empezado a llevarlo a cabo.