miércoles, 27 de diciembre de 2017


Tabarnia



Así, resumido brevemente, sería el nombre propuesto a una nueva Comunidad Autónoma segregada de la Cataluña actual. Estaría formada por las provincias de Tarragona y Barcelona y según sus promotores darían validez a aquellos que no se sienten independentistas y que en base al sistema electoral deben “cargar” con decisiones comunes que no comparten. Puede que el reparto de escaños que se sigue en base al sistema ideado por el jurista belga – y no es broma- Víctor d,Hondt  para unos sea justo y otros lo consideren errado. Seguidores y detractores nunca faltan en cualquier disputa y esta no iba a ser una excepción. Lo que no me acaba de cuadrar es que precisamente ahora que se ha refrendado una voluntad popular por segunda vez, este término salga a la luz. Más allá de los chistecitos al uso que han ido corriendo durante estos meses, el tema no deja de sonar a extraño. Me recuerda a aquellos juegos infantiles en los que el perdedor a punto de ser declarado como tal decidía cambiar las reglas. Unos callaban y otros aceptaban las decisiones del dueño del balón. Unos temían no volver a ser considerado amigo en un nuevo encuentro y  otros decidían cambiar de juego para restarle preponderancia al ya disputado. No sé, no sé. Pero realmente, viendo el mapa supuesto de este nuevo reino de taifas tengo la sensación de estar regresando al a época prerromana. Si siguen por este camino no sería de extrañar una nueva colonización fenicia, o griega, o cartaginesa. Imagino de nuevo un desfile de elefantes camino de Roma pagando el peaje de la AP-7, como si un nuevo Circo Ringling anduviese de gira por la costa mediterránea. A hacer puñetas los ancestros históricos si de lo que se trata es de buscar acomodo  a mis apetencias. Y visto lo visto, abriendo nuevas expectativas a futuras colonias nacientes en primera línea de playa, que siempre suponen un añadido. Será cuestión de localizar a trovadores que renazcan a la luz  las leyendas medievales hasta ahora acalladas por el desinterés de los gobernantes. Lo suyo será buscar entre las noblezas al más digno representante y entronizar una dinastía que dé valor a lo soñado. A no tardar, establecer entre los súbditos escalas sociales que sepan situar a cada uno en el lugar que le corresponde. Sin más dilación, dar por buenas las contiendas que seguro vendrán con los reinos vecinos y pactar enlaces que garanticen estabilidades. Pronto acudirán los heraldos que intentarán despertar conciencias y una vez más se establecerán las luchas cruentas que acaben con ellos. Puede que transcurran otros cuantos siglos y una vez dada la vuelta completa a la ruleta del infortunio, descubrir, mal que les pese, que esta historia se ha repetido varias veces. No pasará nada. Volveremos a escuchar discursos apaciguadores, victorias pírricas y nuevas estupideces desde la línea fronteriza de un nuevo estado llamado Gilipollandia. Al tiempo.

martes, 26 de diciembre de 2017


El amigo invisible



Se puso de moda como añadido a la compulsión de las compras y ya se ha instalado entre nosotros para perpetuarse. El amigo invisible, ese ser casi ignorado que presume de conocer nuestros gustos y quizás nuestros disgustos, se hace dueño del carcaj, lo inunda de flechas y sale a la caza.  El secretismo impondrá su ley para no desvelar el nombre de la diana y cada quien buscará aquello que sea más acorde. Se tratará de descubrir aquel aderezo oculto de la personalidad destinataria para hacer realidad la salida a la luz de la desvergüenza. Por unos días se vestirán con la gabardina de meticulosos detectives escrutadores de posibilidades y quizás esperanzas de recepciones. Si entre ellos abunda el espíritu travieso, puede que se hayan intercambiado remites para darle un poco más de enjundia al desvelo final. Adornos, complementos y filigranas se esconderán por los rincones por tan sabidos ignorados de la casa a la espera de su salida a la hora de los postres. Del límite impuesto como acuerdo parlamentario, nadie hizo caso. Cada cual ha gastado lo que le ha dado la gana una vez que ha lanzado el eureka  revelador del acierto en la elección. Qué más da si la cara de envidia se muestra como mueca entre los invitados a la mesa turronada. Qué más da si alguien reprime sus deseos de cambio inmediato por sentarle a cuerno quemado su mirra. Qué más da si silenciosamente se planifica la venganza a un año vista. Lo importante será echarse a la cara el variopinto clown que cada uno llevamos tatuado y tan pocas veces dejamos salir. No será necesaria la ayuda del ágape cuando los envoltorios sean destrozados y la sorpresa suba al mantel. Por un momento, alguien pensó para nosotros y nosotros saltaremos de víctimas a verdugos por riguroso turno. Con cierto disimulo, a la hora de recoger, entre los papeles y bolsas reciclables, irá el regalo que tan poco nos ha gustado camino de la depuradora. Todo meditado, todo a mitad de otro brindis, todo en armonía navideña. Y ya cuando estés a punto de abrir el contenedor y mandar al más allá al regalo odiado, saltará la idea genial, perversa, maquiavélica e insospechada. Volverás a ascender a casa con el objeto en cuestión, fingirás una emoción que no sientes y callarás para ti un  “ya sé para quien vas a ser”. La carcajada última sonará a agradecimiento y de eso se trata. Entre los restos del naufragio, una tarjeta que reza “tu amigo invisible” te mirará directa a los ojos. La asirás y puede que logres disimular el rictus de venganza que se te adivina. Sólo tienes que esperar un año, así que, tranquilo.

domingo, 24 de diciembre de 2017


Las sillas vacías

Una noche más las sillas vacías harán acto de presencia alrededor de la mesa. Entre aquellos manteles aderezados con estampas navideñas los huecos que hace tiempo se produjeron volverán a llenarse. Por unas horas, sólo por unas horas, pero volverán a llenarse. Y aquellos que ayer estábamos en la franja intermedia de la edad siendo a la vez padres e hijos sabremos que la mesa  sigue cojeando desde que se fueron. Será difícil disimular las miradas hacia la anécdota renacida y haremos un esfuerzo supremo en callarla ante quienes no guardan recuerdo vivo de aquello. Los video grabados duermen en los cajones y la vida dictó su rumbo. Sobre uno de los rincones el árbol parpadeará. Un poco más allá las figuras del Nacimiento se sabrán protagonistas y el buey silenciará el nombre de quien en un descuido infantil le lesionó el cuerno. Da igual. Sigue luciendo tal desperfecto que nadie repara en ello a sabiendas de que todo se perdona en esta noche. Como fondo, un ignorado runrún televisivo acompañará sin permiso a la celebración y todo volverá a saber a musgo, a turrones, a leña prendida. Las serpentinas se mostrarán dispuestas a sobrevolar las calvas a nada que empiecen a tintinear los aguinaldos en los bolsillos. Hacia la medianoche  un gallo se dispondrá a cantar de nuevo como queriendo hacernos partícipes de la magia y nosotros volveremos nuestros ojos hacia la inocencia. Quizá un barbudo orondo y rojo se deslice entre las cortinas y arranque con ello un gesto de admiración entre los ojos asombrados y temerosos. No saben aún cuan ingrata es la vida ni falta que les hace saberlo todavía. Vivirán en la ilusión de ser partícipes de algo poco común que deben aprovechar al máximo. Dentro de nada, antes de lo que se creen, estarán ocupando el escalón intermedio. Será el lento transcurrir de los calendarios quien se encargue de llevarlos al puesto que ahora nos ven ocupar. Es pronto para que entiendan  que los que hoy nos sentimos huérfanos alcanzaremos el último rellano y puede que entonces, la vida vuelva a ser ese juego maravilloso que hace tanto tiempo nos salió al paso. Será el momento de ocupar el hueco que dejaron las sillas vacías. Probablemente sintamos a nuestras espaldas un abrazo que tanto echábamos de menos y que esta noche, por fin, regresa a nosotros para hacerse perpetuo. Feliz Nochebuena, amigos.    

sábado, 23 de diciembre de 2017


Si yo fuera presidente



Qué gran programa aquel que nos trajo Fernando García Tola a la televisión, qué gran programa. En él, a modo de catarsis pública, las quejas de los ciudadanos cobrarán voz a través de las ondas televisivas. Y entre canción y canción de unos ácratas nacidos de La Mandrágora, se daba voz a quienes de normal no la tienen o no tenemos. En dicho programa se ponía especial énfasis en marcar a fuego los dislates de los mandamases intentando que la soberbia no les hiciese rehenes y al menos reflexionasen sobre sus actos. Sotanas, Reales Federaciones o Hemiciclos leonados, tuvieron cumplido repaso y un aire fresco nos llegaba en cada día de emisión. Años ochenta cargados de ansias de libertad. Años ochenta en los que la crítica era bien recibida y en alguna ocasión tenida en cuenta. Años ochenta que alumbraron esperanzas que poco a poco fueron quedándose en sueños rotos. Años ochenta que jamás sospecharían cumplir con el deseo de renacimiento tres decenios después, visto lo visto, y oído lo escuchado. La voz de su amo que se pierde en diatribas sesudas para no hablar claramente como si se temiese alguna reacción en contra. Deseos de poder ser presidente por un momento y al menos sincerarse con la mayoría que huyó de ti para explicarles cómo la culpa de tu fracaso no es de nadie diferente a ti. Asunción de errores que la soberbia evita y los corifeos esconden entonando hacia otro lado. Disculpas que carecen de sentido cuando se han cometido tantos errores de bulto que nadie es capaz de creerlas. Miradas a los ojos de los propios para que los propios te sigan diciendo que lo estás haciendo muy bien, muy bien. Amistades peligrosas, sin duda. Amistades súbditas que no son de fiar y que te están llevando en volandas hacia el precipicio sin que nadie lo quiera poner de manifiesto. La culpa, pues, del chachachá, que nadie nos invitó a bailar. Igual es que los acordes del mismo no acompasaban a los pasos de baile y más de un pisotón se sorteaba. Reflexionar a posteriori no interesa para no redundar en la penitencia de reconocer el error. Pero dejarse llevar por excusas inasumibles como queriendo ver lo que no existe es una torpeza aún mayor. Por eso, si yo fuera presidente, y nada más lejos de mí que soñar con serlo, por lo menos  pondría como himno repetitivo “Círculo vicioso”. Quizás a partir de entonces entendiese por qué estoy de jefe y comprobase que mi caballo es de cartón piedra; a nada que vengan las lluvias, se vendrá abajo y yo aterrizaré en el lodo. Mientras esa quimera vuelve a perderse en aras de la esperanza, rescataré de la videoteca algún capítulo de aquel programa y respiraré de nuevo.

jueves, 21 de diciembre de 2017


Tierra de Campos



La primera noticia que tuve de este título fue a través de las ondas. Javier del Pino en su programa de fin de semana  “A vivir que son dos días” mantuvo una conversación con David Trueba, autor de esta obra, y de la misma deduje que algo cercano saldría de aquellas letras. Semanas después, el comentario surgió de boca de una compañera que me recomendó vivamente la lectura de esta obra. Y nada más comenzarla, me resultó atractiva. Daniel, quinceañero, hijo único, con querencias musicales, salta a la vida de las notas más allá de los pupitres de un colegio que intenta encorsetar libertades. Allí la vida le hace coincidir con otros compañeros que se acaban convirtiendo en colegas, amigos, y fieles reflejos de perfiles de una época que se aventuraba escalofriantemente libertina y libertaria. Los años ochenta en los que las movidas cruzaron de parte a parte el país aparecen bajo  los acordes de unas canciones que tanto nos suenan a escuchadas y bailadas sin ser exactamente aquellas que ocuparon podios de éxitos. Relaciones familiares en las que los choques generacionales saltan en cada momento dejando un poso de derrota en una generación que languidece y un horizonte de victoria en una generación que se abre al mundo. Por un momento el flash-back decide sumarse al argumento y los saltos en la narración conforman un retablo que intenta dar explicaciones a modos de ser. No fue difícil seguir el ritmo de la novela por ser sumamente sencillo ponerle rostro a los protagonistas desde los rostros que nos acompañaron en nuestros años movidos. Añadamos a todo esto toques sutiles de humor en las peores de las circunstancias y tendremos una idea aproximada de cómo la ironía o reírse de uno mismo a veces consigue paliar el daño que la propia vida nos tiene reservado. Vidas al límite que tienen la suerte de sobrevivir en los hilos del último instante de cordura y vidas que saltan al vacío buscando la máxima expresión del deseo de vivir. Retos a la cobardía de aquellos que se aferraron a las normas para no errar en su futuro sin darse cuenta del error que cometían al calzarse cadenas lastrantes que tanto asumen poco convencidos. No, no es un canto al exceso lo que aquí se percibe. Ni es una mirada lastimera a aquel cartel que reza un lema de autodestrucción. Es más bien un acto reflexivo desde la cuarentena que un padre que acaba de dejar de ser hijo lanza a la pautas para que, si no lástima, al menos comprensión le sea tenida. Cualquiera que vivió aquella época con la intensidad que exigía se verá reflejado en ella. Puede que en un momento determinado eche de menos a los amigos que se marcharon veloces sin saber el precio del billete. Puede que mirando a sus hijos entienda como padre lo que no acabó de entender como hijo. Puede que cuando esté a solas sienta cómo se le humedecen los ojos al recordar aquellos latidos. Puede que dé las gracias al destino por haberle permitido realizar a través de estas páginas un viaje de ida y vuelta a una época que tanto le marcó, que tanto echa de menos y que tanto logró perfilar al maduro que ahora es y que empieza a reconocerse cuando se mira en el espejo de un álbum de fotos tan desordenado como cierto.

miércoles, 20 de diciembre de 2017


Las urnas cuatribarradas



Ya llegó la cita, la segunda cita, la cita de las citas con las urnas cuatribarradas y hoy toca reflexionar. Sí, reflexionar para dar salida a unas ideas que están tan claras en un bando como difusas en el otro o en los otros que parecen ser uno sin serlo. Se trata de dar cumplida cuenta a las expectativas de unas generaciones o continuar por el camino transitado por aquellas que nunca pensaron que llegaría este momento. Se equivocaron al ningunear la fuerza de las utopías y llegarán tarde a ponerles freno. Pensaron que saldrían del error aquellos a quienes pretendieron tildar de ilusos cuando no quisieron ver qué tipo de ilusiones ofrecían a los tímpanos deseosos de oírlas y hacerlas reales. Será, según pronostican, un empate técnico que no supondrá más que un nuevo receso en el camino emprendido hacia la meta que tiempo atrás trazaron y que acabarán traspasando victoriosos. Ganarán porque  cuantos debieron prestar atención se conformaron con mirar hacia otro lado como si de ellos no dependiera el trazado de esa senda. Y por si aquel error no les fue suficiente, se han ido cubriendo con capas de actuaciones que suenan más a castigos que a serenas posturas. Una de las partes tiene claro su fin. Otras de las partes tienen claros sus fines que distan mucho de ser único. Poco importará si se tarda más o menos en aceptar esta situación. Poco importará si los despachos europeos siguen jugando a favor de corriente. Poco importará si a los convencidos de su causa el exilio capitalista se les muestra como la antesala del peor de los infiernos. Juegan la baza del sentimiento y al sentimiento sólo se le conquista desde el corazón. Se sienten como son y se les considera como no se sienten, y ahí se redunda en el error una vez más. Podrían recontarse ya los votos no emitidos para levantar un acta notarial que se firmaría sobre un tapete amarillo. Y si por un casual la holgura de resultados a favor del adiós no fuese suficiente, daría lo mismo. Están tan convencidos de sus proclamas que será cuestión de tiempo hacerlas realidad. Podrán pensar los que se sustentan sobre la norma cuarentona que la culpa de su derrota la tiene la falta de compromiso de tales o cuales siglas de sus socios momentáneos y no creíbles. Se mirarán con el recelo que invade al derrotado que busca en el aliado al responsable de su debacle.  Pondrán sobre sus pupilas el catalejo empañado para no querer ver lo evidente. Poco a poco se irán convirtiendo en la copia mala de John Silver sin saber dónde escondieron su tesoro. Afilarán el garfio, entrenarán al loro en la proclama erradamente benefactora  y pulirán su pata de palo sin darse cuenta de que aquel galeón que consideraron amarrado fieramente a su puerto ha emprendido la ruta y no regresará. Y verán con lamentos cómo la bandera que imaginaban calavérica y tibiamente cruzada, ahora luce cuatro líneas rojas sobre fondo amarillo.

martes, 19 de diciembre de 2017


Del más barato



Entró guiada por la urgencia y su aspecto me llamó la atención. Un abrigo cobijaba su silueta y unos pantalones amplios se adivinaban por debajo de sus rodillas. El rostro abierto y su pelo recogido tras el muro que el tupido pañuelo refugiaba hablaban de su origen. Mostraba implorante un billete de cinco euros ante las miradas que la ignoraban y no pude por menos que fijarme en ella. Sin apenas hablarnos en el mismo idioma le pregunté qué quería y señaló hacia la máquina del tabaco. El mando alejado que franqueaba el paso a la nicotina colgaba de la barra y así se lo hice saber con gestos. Lo asió, y al reconvenirla de su error, pulsé el acceso y vi cómo dudaba en la elección. Me sonó extraña la posibilidad de que fuese fumadora y como si adivinase mi duda me dijo “es para mi marido”.  No sabiendo cuál elegirle depositó sus azabaches sobre los dibujos de las marcas y en ellas reconoció a sus raíces. La premura se le había adosado a las mangas y una vez recogido el cambio su rostro se humedeció. Lloraba sin consuelo y en ese lloro nació mi interrogante. Quizás se había equivocado en la elección. Quizás el cambo esperado no cumplía con sus expectativas. Quizás el llanto del niño que la esperaba en el escalón de entrada la reconvenía en su tardanza. Demasiados quizases sin respuestas. Siguió llorando y desapareció, o al menos así lo creí. Minutos después, a metros de distancia, un atravesado impedía el paso. Un control policial daba cuenta del apresamiento de un individuo que habría incumplido alguna normativa. Arrestado, fue conducido por un vehículo camuflado, posiblemente a la cita judicial. Y de nuevo apareció. Esta vez, el niño en brazos daba cuenta del biberón a todas luces frío ya. Un carro era desplazado a ritmo de adoquines y ella, volvía a aparecer, volvía a llorar. No pude por menos que parar su marcha y preguntarle por los motivos de su congoja. A duras frases logró decirme que aquel a quien llevaban detenido era su marido. Aquel que no superaba la veintena y compartía con ella desfuturos era conducido a presencia judicial. Aquel que minutos antes le requiriese tabaco para calmar su ansiedad acababa de ser etiquetado como ilegal y reemprendía su camino de vuelta. La vi alejarse. El biberón languidecía y la angustia tomaba forma. Ventipocos años de esperanzas morían tras la vitola de un paquete de tabaco rubio y se convertían en cenizas sin haberse prendido siquiera. No supe de su nombre ni fue necesario seguir la ruta de su desconsuelo. Un presente se acababa de truncar y no me cupo duda de que se trataba del presente más barato que el egoísmo suele trazar al quitarle los filtros a la miseria.    

lunes, 18 de diciembre de 2017


Hasta el culo

Ese podría ser el titular que resumiera la imagen que desconocía de mí mismo hasta que ella me sacó de dudas. La mañana se había planteado de lo más tranquila y soleada hasta que una serie de acontecimientos dispusieron lo contrario. Ya se sabe, vorágine de urgencias de penúltimas horas, que te llevan a seguir con las urgencias urgentes que siempre aparecen. De aquí para allá como si no hubiera un mañana y el frío negándole paso al sol compasivo. Son fechas de ello y no era plan de protestar cuando todavía estamos en vísperas por más que asumamos nuestro papel de damnificado por los excesos. De modo que en una parada previa al recogimiento casero me detuve. Y en la espera vi de refilón cómo un atuendo rockero caminaba sin rumbo en busca de no sabía qué hacia no sabía dónde. Hice oídos sordos a la salutación de su popa para no dar pie a recriminaciones y di por válido el trueno anunciador mientras seguía su ruta. Yo, a lo mío, simulando ser el lagarto Guancho afelpado, enguantado,  encasquetado y aterido. Y a varios metros, ella. Un atuendo pseudohippie, dos mochilas floridas, un gorrito de lana y una mirada saetera directa hacia mí. Yo esperando su pregunta sobre la localización del refugio de homeless más próximo y antes de saludarnos, me espetó de golpe su “treinta gramos, trescientos euros”, creo que dijo. Mi cara de imbécil debió ser poco creíble cuando callé mi respuesta y ella incidió en la oferta. No sé si el precio estaba acorde a lo que dicta el mercado por no haber jugado nunca a la bolsa de los estupefacientes pero estupefacto sí que me quedé. Sin saber qué decirle, simplemente le dije que no participaba de dichas adicciones y pareció no creerme. Miró hacia el casco que me otorgaba abrigo y aspecto de alienígena y comenzó su perorata de quejas pensando que le regateaba el precio. Bajó la oferta y mis ojos no dejaron de posarse sobre sus manos que permanecían escondidas en sus bolsillos. No sabiendo muy bien qué podía surgir de ellos, jugué a la ruleta rusa espetándole un “no consumo” y allí se desató su ira. “No lo niegues; estás puesto hasta el culo de coca y no eres capaz de reconocerlo, roñoso”, me dijo. Aquello tomaba tintes surrealistas y estuve a punto de entablar la negociación para que no se sintiese doblemente defraudada. De modo que, una réplica de mars attack mía y una réplica de Janis Joplin suya, se enfrentaban en un duelo sin cuartel en este O.K. Corral que trazaban los tibios rayos del mediodía. Lentamente se alejó. Y en mí permanece la duda. No sé si el precio era el adecuado, ni sé si era portadora de tales polvos de talco, ni sé si salirle al encuentro esta tarde para darle continuidad a este capítulo. Si decido seguir esta última opción, de paso, le aconsejaré al amigo que la precedía unas grageas disolventes para evitar nuevas mascletás fuera de tiempo. Más que nada para no confundir al calendario y dar credibilidad a este guión improvisado.  

jueves, 14 de diciembre de 2017


Las mascotas



Por lo visto y oído parece ser que sus Señorías se han puesto manos a la obra para dar fe de vida a las mascotas. Suena raro, sí, muy raro que hasta la fecha siguieran siendo consideradas “cosas”, objetos, o entes, sobre los que eludir cualquier tipo de responsabilidad como dueños. Y cuando digo dueños estoy exagerando. Ningún dueño creo que se sentirá como tal ante la acepción que consideraría a su persona como el señor al que obedecer sin más. Supongo que buscarán la obediencia desde el respeto ganado al no negarles ningún cuidado. Puede que alguno se pase de consentidor y con ello consiga más atenciones. Pero en ningún caso será ese animal de compañía una “cosa” como hasta la fecha ha sido. He presenciado verdaderos actos de mimetización entre ambos y lutos sin consuelo ante la falta de alguna de las partes. He visto aullar de dolor al can huérfano de dueño. He visto revolotear por el espacio de la vivienda al que voluntariamente permanecía enjaulado a la espera del alpiste. He visto curvar sus lomos al zalamero de bigotes que silencioso se aproximaba a buscar su rincón favorito. De los especímenes más exóticos, aún no tengo constancia de sus actos, aunque imagino que en poco diferirán de los anteriores  según dicte su especie. La cuestión radica en que ha dejado de cosificarse el término para vitalizarse y con ello adquirir un estatus protector y legal. A partir de ahora pasará a ser objeto de disputa en el reparto de bienes si se llegase al cruce de caminos separados de ambas partes y la ley adoptará un acuerdo que no le perjudique. Del régimen de visitas ya se ocuparán los legisladores; así como del tiempo de vacaciones que pasará con cada parte de sus antiguos dueños. Será discreto a la hora de callar sus preferencias porque no podrá optar por una sola de las partes. Podrá exigir de su propio maullido, ladrido u ornitólogo canto, la atención que merece y el respeto que se fue ganando. Volverá a soportar las horas de encierro a la espera del paseo seccionado en tercios de día. Probablemente estrene jaula transportadora que le otorgue un plus de elegancia y de paso reproche hacia la otra mitad la mitad de su titularidad. Se irá adaptando a las nuevas parejas y a los nuevos timbres de voz que quieran ganarse su confianza. Echará de menos al otro cuando esté con el uno y viceversa. Y puede que en un momento dado aletee, brinque o ronronee reclamando cordura y normalidad. Llegó para ser bayeta de soledades y acaba siendo émulo de las mismas. Se hará caprichoso y a partir de entonces hará lo que les dé la gana, como siempre ha hecho, pero por partida doble. Solamente le faltará en su nuevo estado legal una cláusula imprescindible de uso y disfrute de ambas viviendas, tanto para él o ella, como para la prole que haya procreado en sus salidas parqueras que tan escuetas como prolíficas resultaron. De a quién corresponde la custodia de las mascotas nacidas ya se encargarán sus Señorías. Paciencia, que todo llega.

miércoles, 13 de diciembre de 2017


El cielo más azul y deseado
Poco podía sospechar John  Paul Young que su éxito discotequero “Love is in the air” acabaría tomando cuerpo, o mejor dicho ingles, entre los vecinos de Ringaskiddy. A dicha localidad se le adjudicó el honor de ser la sede de fabricación de Viagra y amén de los beneficios económicos que reporta a dicha comunidad, parece ser que se ha añadido el vaporoso elixir como paga extra no solicitada y bien recibida. Según datos extraídos  de las agencias, las erecciones multitudinarias conforman el perfil de cualquier ser vivo que tenga la fortuna o desgracia de respirar semejantes inhaladores. Hay quien asegura que la fuente de la eterna juventud ha recaído en esos lares y todos, y supongo que todas, aplauden tal suerte. Años respirando tal capa de ozono azul empieza a diseñar un nuevo poblado pitufo sin gorritos blancos que les cataloguen de plagiadores. Aquellos que vieron partir al galeón de los deseos observan sonrientes cómo ha virado de nuevo y regresa con ímpetu a atracar en sus puertos que preparan amarras. Por más que la empresa farmacéutica intente desvincularse de tal milagro, ante el miedo a ser acusada de contaminante, ha declarado que tal aseveración no es más que producto de la fantasía colectiva. Alega que sus medidas de producción cumplen con todos los requisitos preventivos y niega la posibilidad de que sus grageas sean culpables de semejantes priapismos. Craso error. Creo que con un poco de calma en cualquier consejo de administración que realizasen deberían plantear la posibilidad de convertirse en centro de peregrinación. Igual que se visitan bodegas en las que se escancian y catan vinos, sucesivas caravanas de autobuses harían real lo que para algunos ya es un sueño  lejano. Dejarían para mejor ocasión las visitas a las factorías cárnicas en las que degustar sabores disfrazados de colesterol y con ello se lograría un efecto preventivo no calculado. Los destinos vacacionales cambiarían al sol del Mediterráneo por el verdor irlandés. Por una vez, aquellas costas que fueron de emigrantes se convertirían en puertos de inmigrantes, aunque fuese de modo temporal. Quiero pensar que de nuevo San Patricio ha hecho de las suyas y dentro de poco se le reconocerá el milagro. De cualquier modo, si a alguien se le ocurre viajar para comprobar los efectos beneficiosos de tales inhalaciones, mejor que consiga a algún cuidador para su mascota mientras permanece fuera. Que no se le ocurra llevarla de ruta porque, según comentan, los efectos de tal nube no distinguen entre seres vivos de número par de patas. Ahora en cuando de verdad empiezo a entender el enigma de la Esfinge.  De la longitud del bastón nada se dijo y lo mejor será que cada cual tome las medidas que considere más oportunas. Lo único que falló en el historiador fue situar a dicha Esfinge en el desierto; visto lo visto, seguro que su localización está más al norte, mucho más al norte, y un halo de sonrisas azules la rodean.

lunes, 11 de diciembre de 2017


Las comidas de empresa

Se puso de moda y como moda perduran. Las comidas de empresa, las catalizadoras del buen rollo, las desmaquilladoras de rostros que tan pulcros aparecen a diario,  ya están aquí de nuevo. Como si fuese necesario un aparte para comprobar quién es quién en tu entorno laboral se nos ofrecen para dar paso al teatro de la cordialidad entorno a una mesa bien servida y mejor regada. Lo del menú será lo de menos. No estamos en época de dispendios y el cierre del precio irá acorde con la necesidad de estar siendo uno más de la lista de asistentes. Los platos a compartir estarán aderezados con los ingredientes más variopintos que las nuevas tendencias aconsejen. No faltarán ingredientes transoceánicos que aporten un plus de encanto y todo girará en la banalidad de lo cordial. Al menos  hasta que los alcoholes diseminados  sobre los manteles no hagan acto de presencia, las mismas caras, los mismos bustos, servirán de cromo a este álbum abierto. Poco a poco las mejillas se tornasolarán y las conversaciones se circunscribirán a la cercanía de quien comparte el pan que nunca sabes a qué dueño pertenece. Lo normal será seguir dándole vueltas a lo ya sabido para no pecar de transgresor de la norma y aquí creo que radica el primer fallo. Más bien se debería abrir la jaula de disconformidades y empezar a lanzar dardos a barlovento y sotavento. Antes de que llegase el plato principal, aquello que se descorchó como concilio comenzaría a tomar tintes bélicos sin posibilidad de banderas blancas. Refriegas sin cuartel mientras el codillo o la merluza rebozada se verían incapaces de poner paz en esa mesa redonda por la que circularían cicutas en las miradas y cuchicheos. Molaría, ¿eh? Y ya de paso, mientras otras botellas de vino fuesen desfilando hacia los gaznates, alguien propondría realizar una cada trimestre, o mejor cada mes. Y algún osado propondría que mejor una cena para seguir a la luz de la noche con la catarsis emprendida. Me estoy imaginando las caras de asombro de las etiquetas de las ginebras, vodkas, wiskies, o mojitos, que darían por buena la velada. De cualquier modo, esta comida de empresa no será más que la antesala de las comidas y cenas familiares en las que el guion se repetirá. No pasará nada que no se pueda solucionar en estas vísperas navideñas en las que todo será paz y armonía. Ya vendrá el momento de repescar del saco de los agravios aquello que la lengua desató y los oídos retuvieron. Así que, visto lo visto, creo que lo ideal sería configurar unas jornadas de convivencia en las que la comida de empresa fuese un apartado más, pero no el único. Este es el momento y no será cuestión de aplazarlo uno más. Por cierto, el tema de amigo invisible, ya lo tocaré otro día. O mejor, el del enemigo visible, que mola más.      

martes, 5 de diciembre de 2017


Elecciones del 21: Cuestión de imagen


Por lo visto, oído, mimetizado, reconocido, asumido y remachado, el próximo día veintiuno de diciembre, habrá elecciones autonómicas en Cataluña. Unos candidatos vía plasma, otros a pie de calle, otros tras las rejas, irán lanzando proclamas para captar los votos de los que aún siguen indecisos. Para aquellos que dieron validez a las del día uno de octubre supondrá un refrendo a sus resultados y así lo proclaman. Para quienes no participaron supondrá un salto cualitativo a la arena de los gladiadores en la que batirse con tridente, espada, y red, en este caso, en el amplio sentido de la palabra red. Sean cuales sean  los resultados, los discursos del día después ya están escritos y dependerá de cómo se acepten saldrán a la luz unos u otros. Y es ahora cuando desde la cercana lejanía la duda vuelve a asaltarme. Nadie sabe bien cómo ganarlas, pero pocos dudan en cómo perderlas. Dicho lo cual me viene a la memoria  aquel debate televisivo en el que un juvenil rostro kennedyense daba crédito a su aspiración a presidente. Enfrente, un envejecido y sudoroso rostro nixoniano, perdía puntos a la velocidad del napalm que ya se destilaba en los laboratorios a la espera de su uso. La imagen venció y todos aquellos que se sintieron cautivados por ella dieron por buena aquella presidencia. Para reafirmarse en la idolatría no hizo falta esperar demasiado. Tejas añadió carisma a quien quizás no tenía tanta valía pero se había vendido catódicamente de un modo correcto y triunfante. Lo dicho, cuestión de imagen. De modo que sin necesidad de redundar en el poder me los mass media a la hora de inclinar balanzas, yo, si fuese partícipe de alguno de los gabinetes presidenciables, analizaría con cuidado la imagen que representan a mis siglas. No soy un experto en estas lides, pero hay algunas imágenes que llevan sobre sí mismas el signo de la resta  aunque no lo quieran ver. El estilismo manda en esta época actual en la que el fondo ha cedido el trono a la forma y la forma al envoltorio. Los discursos son más o menos predecibles y la primera impresión quedará grabada en el subconsciente a la hora de dejarse convencer o no. Ni demasiado pijo, ni demasiado pagés; ni demasiado espigado, ni demasiado orondo; ni demasiado liso, ni demasiado cardado; ni demasiado víctima, ni demasiado verdugo; ni demasiado ácrata, ni demasiado formal . Un abanico de posibilidades se abre con el invierno en busca de una primavera que sueñan florida o plastificada según quien. Ahora mismo pasan por mi retrovisor la imagen panada de Felipe González, la ternada y tornada azul de Adolfo Suárez, la apisonada de Manuel Fraga, la nicotinada de Santiago Carrillo, y la verdad, había variedad donde elegir. Todos sabemos quienes ostentaron el poder y todos sabemos en base a qué lograron sus éxitos. Si el candidato o la candidata elegidos no son exponentes de marca vencedora, no vencerán. Puede que sea demasiado realista e incluso dramáticamente racional esta visión, pero así lo percibo. La pasarela ante las urnas ya se ha abierto y por ella van a desfilar todos los modelos diseñados desde el atelier de las siglas y los alfileres de las consignas. Se avecinan más remiendos que puntadas maestras que den prestancia a la prenda definida y será cuestión de estar atentos. Mientras tanto, que cada quien eche un vistazo a la etiqueta del traje para ver si se corresponde con su talla. Hace años que se uniformaron y no es plan de andar apretado ni demasiado suelto. Sinceramente, yo, a unos les recomendaría permanecer en la base como castellers fornidos, a otros como coachs de un equipo de básquet, a otras como modelos para aprendices llonguerinos, a otros como custodios de la calÇotada  de turno y a otros, por fin, como  repartidores de publicidad en mitad de las Ramblas. De todos modos no creo que sirva para nada mi sugerencia. La reincidencia en el mensaje acaba teniendo su parte de culpa en el éxito buscado y por ahí seguirá circulando el mensaje a tener en cuenta. No obstante, me fijaré con especial cuidado en el photoshop para ver hasta qué punto he acertado en mis recomendaciones o no. Lo demás, poco importa, ¿no?

domingo, 3 de diciembre de 2017


Las cuarentonas



Son las que una mañana se despiertan alborozadas y al comprobar que han entrado en ese decenio de vida se lanzan interrogantes y esperan aplausos. Se saben atractivas porque desde siempre se lo han hecho saber quienes las vieron nacer, quienes las acompañaron en sus dudas  juveniles, quienes las admitieron sin remilgos entre sus brazos. Lo saben y se reafirman en ello a la más mínima ocasión. En el peor de los casos se consuelan con imaginar cómo aquellas que intentan usurparles sus gracias, quienes las sustituirán irremediablemente, se muestran ante  todos como prematuras incógnitas a las que no temer. Ni de lejos sospechan que pudieran verse en ese mismo trance, en ese mismo juicio de valor. Ellas, emblemas de sueños robados e inalcanzables para tantos, siguieron su curso. Podría pensarse que pactaron con el diablo una eterna juventud a cambio del alma. Y si llegado el caso deciden mirar de frente a los que les igualan en edad, la sonrisa burlona, la mirada compasiva, les sale de dentro. Viven en una nube de certezas que han ido colocando sobre sus sueños y poco importa que las tilden de lo que no son. Mantienen un orden en sus decisiones que les aporta la seguridad y dicha seguridad intentan hacerla expansiva a los cercanos. Siempre hay algún cercano que las sigue viendo como las pizpiretas que fueron y a la que se les niegan arrugas. Sería reconocer que ellos también han envejecido y por ello se disfrazan en el permanente carnaval de la autocomplacencia. Y solamente cuando la espontaneidad de los niños o adolescentes cercanos les hacen ver la realidad, solamente entonces, las dudas les asaltan. A ellas porque por fin se dan cuenta de que les urge un tinte disimulador de canas, unas cremas revitalizantes, unos tapaojeras y un cambio inmediato de su fondo de armario. A los faunos que alababan sus virtudes, sin más dilación, una visita al oftalmólogo y una mirada a su alrededor para verificar más allá de sus inseguridades, el auténtico sentido del presente. Entonces, unos y otras, en el mejor de los casos, en el recogimiento de su espacio más íntimo, el espejo les responderá lo que tantas veces han obviado escuchar. Quizás cuando una nace a comienzos de diciembre tiene sobre sí un problema añadido al considerar al último mes del año como el primero de la primavera. Necesitan un análisis en profundidad, una mirada tierna al álbum de fotos de su juventud y una asunción sincera del paso del tiempo. Si, sé de muchas que no lo han hecho. Sé de muchos que siguen con sus lisonjas mentiras disfrazadas de verdad. Pero todas y todos saben que su tiempo pasó y nada hay peor que pecar de ridículos al no quererlo reconocer.          

sábado, 2 de diciembre de 2017


Ya no te extraño

Aunque creo que dejé de extrañarte desde aquel día en el que nuestros caminos decidieron nuevas rutas. No fue una decisión premeditada pero ambos sabíamos que más pronto que tarde llegaría. Así, sin más, sin una última caricia de mis yemas, todo acabó. Los latidos que tu presencia provocaba en mi pecho cesaron y todo comenzó a dejar de ser para ser de nuevo. No hubo reproches porque nada había que reprocharse. Igual que el destino quiso unirnos, ese mismo destino, ese caprichoso destino, decidía poner un pestillo en la puerta del regreso.  Inútiles fueron tus miradas a las que no respondí. El interrogante se plasmaba como celofán doliente en ese rostro que todas las mañanas, silencioso, expectante, reclamaba la llama que le diese vida, para írmela quitando. Impulsos que nadie sabe responder cuando las respuestas ni se precisan ni se exigen me llevaron a tomar la decisión de la que no me arrepiento. De nada serviría arrepentirse cuando el legado asfalta tu respiración como si el alquitrán quisiera adueñarse del resto de tu vida. No, no me duele reconocer cuán unido estaba a ti, cuánto te extrañaba si desaparecías por los rincones y en mi búsqueda no te encontraba, cuán perdido vagaba entre los desvelos de la duda. Te compartí tantas veces que llegué a pensar que a nadie pertenecías y a todos nos subyugabas. Y ya ves, aquí me tienes de nuevo, sin reproches, sin recriminaciones, desde la serenidad del recuerdo amable y el adiós definitivo. Diez años desde aquel dos de diciembre en el que las nieves anunciaron el fin de un ciclo y el nacimiento de una nueva esperanza, de un nuevo horizonte más azul, más abierto, más libre. Debería agradecerte la entrega generosa de los años en los que las volutas de la inconsciencia nos unieron para que alejes de ti todo sentimiento de culpa. Si alguien fue culpable, fui yo. Me dejé seducir y desperté con el tiempo. Y ese mismo tiempo ya transcurrido es el que ha decidido escribir por mí esta misiva. No es necesario que respondas a la misma. Sabes que nunca has sido de hacerte de notar, que tu misión seductora la ejerciste desde el silencio, que nadie que no haya caído irremediablemente ante tus encantos, será capaz de comprender la alegría que supuso alejarme de ti. De tus hermanas, nada sé desde aquel día. Quiero pensar que habrán encontrado acomodo en otros brazos y caricias en otros labios. Siempre fuisteis la imagen viva de la seducción y la resistirse a la tentación es el peor de los castigos. Si las veo por ahí, las saludaré cortésmente. Cuando sepan, cuando vean que mis dedos ya no lucen el tono amarillo que de ti provenía, sabrán que ya formas parte de mi pasado definitivamente. Hoy, 2 de diciembre, me felicito soplando diez velas y sonrío por ello.

viernes, 1 de diciembre de 2017


Suicidarse

Durante la lectura del veredicto Slobodan Praljak se levantó gritando, bebió un líquido y dijo que él no era culpable de crímenes de guerra. Último brindis y una sensación absurda entre los testigos que todavía se están preguntando qué falló en la prevención de semejante respuesta. No debió parecerle adecuado al tribunal que el acusado se saltase las reglas y se inmolase ante las cámaras dejando a los magistrados con una cara de qué está pasando aquí de la que tardaron en reponerse. Quizás si hubiesen indagado un poco en la historia de los suicidas más o menos famosos habrían descubierto formas elegantes, chabacanas, fallidas o radicales, de poner fin a los días de modo voluntario. Dejando a un lado la plasticidad y puesta en escena de las estrellas del rock o la necesidad imperiosa de hacerse de notar de los modernistas jovenzuelos, más de un suicidio sería merecedor de atenciones. Así, por ejemplo, el de Horacio Quiroga, que tras ver desfilar ante sí el cadáver autocartucheado de su padre, la imitación por parte de su `padrastro en la forma de matarse años más tarde, la ingesta de líquido revelador de fotografías por parte de su  mujer, el suicidio de su amiga Alfonsina Storni, la ingestión de arsénico de su amigo del alma, decide no defraudar al karma y se marca un lingotazo de cianuro. Si nos paramos en la biografía de Raymond Roussel notamos lo expeditivo que fue su adiós al ingerir unas setenta y seis ampollas de medicamentos simultáneamente y con efectos inmediatos. Probablemente no hizo caso a los efectos secundarios o quizás por ello siguió las indicaciones de los prospectos. Si nos trasladamos al lejano Oriente, Yukio Mishima decide poner fin a sus días, pero lentamente. Se practica un harakiri al que le seguiría una decapitación por encargo a un torpe amigo que falló tres veces con la katana. A la cuarta, el pescuezo le fue rebanado tal y como solicitaba. De Hitler y Eva Braun no diré nada más por lo escasamente operístico que resultó su suicidio. Bastantes realizaron sin permiso en quienes no lo merecían ni solicitaron. Attila József, revolucionario poeta húngaro, no es que fuese un destacado suicida. Tuvo tres intentos. El primero agotando todas  las aspirinas que logró reunir e ingiriéndolas de golpe. Se le quitaron los dolores de cabeza, sufrió algún ardor de estómago pero no falleció. Probó entonces con un veneno que en nada le afectó y no se resignó a su mala suerte. Esperó ser seccionado por el tren que se detuvo averiado algunas estaciones antes, y tampoco pudo. Por fin, y siendo persistente, otro convoy ferroviario acabó con sus días, tal y como llevaba tiempo deseando. Nicolás de Chamfort , durante la Revolución Francesa, se opone al Terror de Robespierre y es encarcelado durante un breve periodo de tiempo. Le aterra la posibilidad de volver a ser detenido y procesado, se pega un tiro en el paladar, con tan mala suerte que se destroza la nariz y la mandíbula pero no se mata. Toma entonces un abrecartas de su escritorio y se apuñala varias veces en el cuello, sin éxito. Desesperado, lo intenta en el pecho y en la pierna, pero pierde la consciencia antes de conseguir matarse. John Berryman, con doce años descubre que su padre  acaba de pegarse un tiro y esto le marca de un modo tan intenso que al cabo de los años se lanza desde lo alto de un puente al río Missisipi, no cae al agua y muere asfixiado con la cabeza atrapada en el barro de la orilla. Sean cuales sean las formas, si el fin se consigue, el propio suicida las dará por buenas. Y si dejamos de lado los convencionalismos moralizantes que lo penalizan, el suicido, además de suponer un acto heroico propio de valientes, es la última voluntad del ser humano y por lo tanto se ha de respetar. Con un poco de suerte creará jurisprudencia y más de uno podrá valorar si lo merece o no. De momento, aquí dejo las opciones y sobre todo las precauciones a tomar en caso de que alguien decida despedirse sin fallo alguno. Más que nada para no dejar en su sepelio ese halo de estupidez que supone el lagrimeo no sentido. Mejor legar una carcajada como epitafio.Robert E. Howard (1906-1936) No tan olvidado autor de novelas baratas, aunque las veces que se le recuerda siempre es por tres cosas: fue íntimo amigo de Lovecraft, creó el personaje de ‘Conan el bárbaro’ y perpetró un meticuloso suicidio. Cuando su madre entró en coma, Howard primero asegura el... Ver mas


jueves, 30 de noviembre de 2017


Absolución


Tantas veces nos topamos con una novela hacia exteriores que cuando se nos presenta una con toques intimistas un cierto desasosiego se adhiere a nosotros. Este es el caso de la presente. Un protagonista llamado Lino cuyas querencias son tan impredecibles como impredecibles son los  temores que las desencadenan. Un perfil psicológico en el que el cambio de rumbo nos sitúa en una mente tan insegura que es incapaz de seguir una ruta por muy convincente que se presente a vueltas de un futuro inmediato. Una incansable sorpresa a la que no se habitúan quienes le quieren, odian e incluso protegen de sí mismo. Cientos de avatares van encauzando al protagonista a cumplir con un papel tan deseado por la mayoría sin darse cuenta de que él no es más que una veleta movida por los caprichos del infortunio. Herencias no recibidas que le anticipaban sueños a él y a su familia se ven relegadas a un puesto de trabajo tan anodino como anodinos son los compañeros que así lo aceptan. Huye del amor como si del amor se pudiese huir sin parecer un cobarde irredento. No hay explicaciones a su modo de actuar y solamente quien ha pasado por esas mismas experiencias consigue entenderlo. Saben que es fugitivo de sí mismo y que será poco probable que encuentre un remanso de paz más allá de la propia escapada. Lo saben y sabe que lo saben. Aún así, enmascarado entre la urgencia de un quehacer en nada urgente, consigue sobrevivir entre dos raíles que le sirven de modelo y guía. Fluctúa entre el arrepentimiento y la necesidad de guardar silencio, entre la certeza de haber actuado correctamente y la duda generada al no saberse enfrentar a los hechos. Como si la vida misma decidiese buscarle los límites que Lino consigue alargar, así se nos muestra esta introspectiva obra. Por un momento, algún reflejo de cercanos nos viene al poner rostro conocido y quién sabe si patéticamente semejante. Habría que situarse en la piel que Landero perfila para intentar sopesar si seríamos capaces de actuar de modo diferente. Pasan las páginas y entre ellas se vislumbra una penitencia que solamente necesita de una absolución. Si la consigue o no lo dejo para el lector que se sienta atraído por este argumento. Indiferente, desde luego, no va a quedar. De si al final se convierte en el clon del protagonista o rechaza abiertamente su modo de actuar dependerá del valor que como lector demuestre al interiorizar semejante mente. Seguridades en mitad de las incógnitas y preguntas con respuestas no creíbles jugarán caprichosas al concluir esta magnífica novela. Que cada quien decida por sí mismo si mereció la pena leerla. Yo ya lo hice y si de mí depende la absolución está concedida.      

miércoles, 29 de noviembre de 2017


Los insomnios



No es que entienda demasiado sobre los ciclos del sueño. He oído sin prestar apenas atención hablar sobre el ciclo R.E.M. en inmediatamente me he puesto a tararear su “Losing my religión” y de ahí no he pasado. Alguien mencionó algo sobre la fase R.O.M. y busqué en las entrañas del P.C. algo parecido sin encontrar solución. Así que, iniciales a parte, aquí me encuentro, en mitad del desvelo, sumergido en el mayor de los insomnios sin saber a quién culpar del mismo. A la cafeína no puedo porque hace tiempo que la desterré de mis armarios. A la nicotina tampoco por ser la olvidada arpía que tantos años me atenazase ante el encendedor. A la falta de liquidez, tampoco, porque más o menos voy tirando y si no me sobra, tampoco me falta. A los vaivenes del corazón, en absoluto, a pesar de las secuelas propias de la edad que se aleja deprisa hacia la recta final y los latidos se alteran a capricho. No sé, la verdad, a qué se debe. Podría echar la culpa a la próstata que en algún momento de la noche, y no siempre, decide convertirse en la despertadora  inguinal antineurésica. Nada, que no hay forma de encontrar al culpable. Sólo me resta por averiguar si a lo largo de la jornada ha aparecido alguna contrariedad a la que no he dado importancia y en las horas oscuras sale a la luz sin pedir permiso. Si así fuese, ahora no caigo. Quizás aquel exabrupto que lanzó el peatón hacia el conductor que se saltó un paso de cebra ha quedado impreso en mi cerebro y busca explicaciones que no le he pedido. Puede que aquella conversación que mantenía a grito alzado por el móvil una pareja mal avenida. A lo peor las recriminaciones injustificadas de una madre pidiéndole actitud de adulto al niño que arrastraba la mochila con aspecto cansado. Igual el aviso naranja de la reserva del coche me pilló desprevenido y enojado cerré el portón. Demasiadas posibilidades y escasas culpabilidades palpables. Así que lo mejor será dejarse llevar y que las horas del alba decidan a su libre albedrío qué camino seguir. Si al menos tuviese un perro podría lanzarle el reto de un paseo temprano que seguro agradecía. Pero no es el caso, y creo que carezco del espíritu de sacrificio que ello conlleva. Dentro de nada empezarán las emisoras de radio a pregonar incidentes, controversias, accidentes, agresiones, desacuerdos, estafas, robos, persecuciones. Así volverán a desfilar ante mis tímpanos los tics-tacs  del día a día que tan pronto se presenta. Puede que la ducha logre disimular las secuelas del insomnio. Será tan momentáneo que el ciclo de la duda resurgirá tras el descanso del albornoz y los posibles culpables aguardarán unas horas para volver a actuar. Ni siquiera me queda la opción de acusar a un constipado persistente del aspecto que muestran mis ojeras. Y lo peor de todo es que justo ahora, cuando el sol empieza a asomarse, me están entrando ganas de dormir. ¡Será posible!

martes, 28 de noviembre de 2017


¿Y si llevaran razón?



¿Y si en el fondo de la cuestión llevaran razón y estuviera la mayoría que piensa que no, equivocada? ¿Y si las instituciones nacidas para un fin se hubiesen quedado obsoletas? ¿Y si aquellas urnas que fueron ninguneadas y perseguidas le hubiesen otorgado la potestad de hablar desde el convencimiento que tantos comparten? ¿Y si los de enfrente fueran quienes sienten seguridad desde el acatamiento sin atreverse a dar un paso hacia adelante? ¿Y si fuese simplemente cuestión de tiempo que el propio tiempo les fuese dando como buena su postura que hoy parece una entelequia? Demasiados  “y si “   como para dar cerrojazo a un planteamiento que incluso desde la distancia mantiene su hoja de ruta. Ahora mismo me vienen a la memoria todos los movimientos secesionistas que a lo largo de la historia han existido. Joyas de la corona que dejaron de ser dependientes de la corona; colonias que empezaron como presidios y siguen su curso como naciones; cuadriláteros trazados a mano alzada sobre mapas en los que distribuir y repartir  territorios y subsuelos; dinastías reales que pusieron pies en polvorosa al no fusionarse con súbditos que no los aceptaban. Sí, ya sé, más de uno pensará que no son equiparables ambas realidades, pero lo piensa desde la perspectiva unilateral del bando opuesto al que critican. Identidades que no se sienten identificadas antes o después dejarán de permanecer en el engrudo que la norma apelmaza, si de las partes no nace el deseo de permanencia.  No hay más que fijarse en cómo ven la realidad quienes piensan que les ha sido secuestrada su legitimidad y por lo tanto renuncian a sentirse bien tratados. Presos que adjuran en modo galileo de lo que hasta ayer consideraban válido dan pie a una presidencia exiliada que unos consideran ex y los otros le quitan el prefijo de caducidad. ¿Y si aquellos que no quieren ver la realidad, hicieran un esfuerzo para poderla entender? Igual entonces le restábamos dramatismo a la ruptura de este matrimonio en el que una de las partes no cree. Todo lo demás, chascarrillos  para desacreditar, bufonadas para ridiculizar y gana de infravalorar lo que en realidad temen. “Hasta que la muerte os separe” rezaba la sentencia que provocaba más temor que alegría en los matrimonios de antaño y estamos viendo, por desgracia más de lo que nos gustaría, cómo, efectivamente, la muerte se acaba imponiendo cuando la sinrazón se abandera. Los movimientos se inician y cuando nacen de las entrañas desembocan en terremotos. Lo único que queda después es la tarea de reconstruir aquello que el mismo temblor ha destrozado. Y si así no se quiere ver, una de las partes está equivocada anclada en puerto seco y condenada a la oxidación del casco de sus naves.  

lunes, 27 de noviembre de 2017


Sentido único



Así leído suena a tránsito autoviario en el que seguir en paralelo a los vehículos que te rodean.  Con ello se evitan problemas tan comunes como los atascos, como los choques frontales, como los adelantamientos, y todo transcurre más o menos al unísono. Y así lo ha debido imaginar Carmena, la alcaldesa de Madrid, para el tránsito peatonal en estos días de compras compulsivas por el centro de la capital. No parece mala idea. Atravesar la calle Preciados de norte a sur por una horda de legionarios comprantes a la busca del chollo es una visión que no deja de tener su gracia. Todos a ritmo como si de un desfile militar coreano se tratase enfilando hacia el portal adecuado en el que sumergirse y dejarse la cartera. Todos siguiendo el ritmo de las pisadas de este intenso desfile procesional semana santero sin más tronos que portar que las bolsas de plástico custodias de los productos adquiridos. A piñón fijo, sin posibilidad de retroceso, en vuelo rasante y pausa ausente. Desde luego los choques en cadena parecen más que previsibles. Bastará con que alguien decida refrenar su velocidad para que aquellos que le siguen se den de bruces con él y el parte de lesiones salga a la luz. Supongo que el paso siguiente será exigir un seguro, al menos obligatorio, a todo caminante que decida sumergirse en ese trayecto. Y de paso, luces catadióptricas en la ropa, intermitentes en las muñecas y luz de frenada en el trasero. Bocinas no creo que hagan falta ante el incesante murmullo del tropel. Ni imaginarme quiero el día que decida amanecer o atardecer lluvioso; el caos será impredecible e irresoluble. Los ataques de ansiedad, agorafobia y estrés, están asegurados. De nada servirá guiarse por las luces parpadeantes de los edificios pregoneros de ilusiones si no somos capaces de abandonar el carril que elegimos sin meditar. El “manos libres” se hará imprescindible para dar rienda suelta al cambio de planes que exija un inmediato acceso al baño más próximo. Ante la congestión multitudinaria vete tú a saber si no se impone la necesidad de peatonalizar las circunvalaciones. Al paso que va la contaminación, y conforme se estipulan las velocidades de los vehículos, yo no descartaría tal propuesta. Se trata de vaciar bolsillos, envolver regalos, completar bolsas y repetir procesos. No en balde la vida se vive en sentido único y estas escenas no iban  a ser una excepción. Ahora es cuando me llegan nítidas las imágenes de peregrinaciones a la Meca, de los giros presidiarios en el penal de “El expreso de medianoche”, y todo empieza a encajar como metáfora de un tiovivo llamado “Estupidez”.  Supongo que los badenes habrán sido eliminados y las rotondas no serán necesarias.

jueves, 23 de noviembre de 2017


Puigdemont



No dejo de darle vueltas al perfil de este señor. Ahora mismo no sé si calificarlo de President, exPresident, refugiado político, defraudador de seguidores, resistente a ataques españolistas….la verdad es que no sé, ni creo que logre saber cuál de los epítetos le va mejor. Ni soy sesudo analista político ni me parece que se necesite analizar el comportamiento de un señor cuando, como es el caso, para unos sigue siendo y para otros dejó de ser lo que unos creyeron que era y otros jamás aceptaron. La cuestión está en qué prisma deberíamos visualizar el exilio, la huida, o como quiera definirse su salida de España. Si pervive en la utopía de creer en la validez de su hoja de ruta, su esfuerzo es encomiable, más allá de las opiniones de los disconformes. Si se refugia para evitar las rejas con las que le amenazan, adopta un papel de conde montecristiano que no deja de tener su aquel. ¡Quién sabe si no alcanzará su libertad envuelto en un saco de rafia sustituyendo al cadáver que iban a lanzar al mar! Mientras tanto, paralelos más abajo, unos esperan su regreso, otros empiezan a intuir alianzas, y muchos nos preguntamos por sus días a días belgas. De vez en cuando aparece en mitad de una entrevista propagando sus argumentos en busca de oyentes que le otorguen crédito y de cuando en vez surge entre las brumas flamencas o valonas compartiendo chascarrillos a pie de calle con quien se le muestra solidario. Lo bueno que tiene, quizás lo poco bueno que tiene este exilio, es la abundancia de chocolates y cervezas que este país atesora. Ni azúcares ni hidratos le faltarán y quizás con ello atenúe en parte la falta de respuestas sobre su futuro. Imagino que seguirá con atención el desarrollo de los acontecimientos de Cataluña y alguna duda empezará a sobrevolar por su mente. Puede que piense que aquellos que en su fuero interno lo acusan de traidor estén esperando cobrarse con traiciones su marcha. Igual desconfía de quienes le daban palmaditas en la espalda para exponerlo como peropalo  de feria receptor de golpes  a otros destinados. Sera como fuere, la verdad, me produce desconsuelo verlo en esa situación. Y por si algo faltaba, el peluquero de turno, ha decidido arrebatarle otra seña más de identidad. No sé quién habrá sido el artífice de semejante propuesta pero ha dado de modo inconsciente unas señales de aviso a los demás, llamadas arrepentimiento, cambio, cesión, derrota, complacencia. Un simple cambio en el corte de pelo tiene más significado de lo que imaginamos. Por si acaso, y a riesgo de no ser escuchado, ojo con escalonárselo a navaja en futuras visitas al fígaro de turno; podría interpretarse de modo poco convincente y su imagen ya no sería la asimilada por todos. Se tornaría en quien no es y eso siempre confunde.  

miércoles, 22 de noviembre de 2017


La manada



Grupo de animales de ganado doméstico, especialmente cuadrúpedos, que andan juntos. Grupo numeroso de otro tipo de animales de una misma especie que van juntos. Como acepciones denominativas no sabría cual de las dos se adapta mejor al grupo  de amigos que estos días está siendo juzgado y hoy espera sentencia. Si me decanto por la primera, estoy ofendiendo a los animales en la medida que son irracionales y no deben serles exigidas conductas humanas. Si me decido por la segunda, al eliminar el adjetivo de cuadrúpedos quizás me acerco más al fondo de su intención. Manada, grupo de “animales”  de una misma especie que van juntos. Sí, sin duda, esta les cuadra mejor. Y puede que dentro de esa cuadra en la que sus valores crecieron pueda seguir exhalándose el hedor de la basura que les sirvió de alfombra. Puede que más de uno que los tuvo bajo su custodia empiece a pensar que en algo se equivocó y gire la vista avergonzado. Puede que aquellos que en su día les rieron las gracias hoy estén buscando argumentos con los que justificar su coleguismo y no los encuentren, o lo que es peor, los sigan exhibiendo. Puede que alguna de las féminas que pulularon a su alrededor agradezcan al destino el haberse librado de la adversidad que la víctima en cuestión ha padecido. Puede que aquellos educadores  que se vieron incapaces de exigirles éticos comportamientos se estén devaluando la nota como profesionales que en su día se otorgaron. Puede que algún iluminado jurista se esté cuestionando si la ley es lo suficientemente grave como para enarbolar la justicia que tantas veces se ve difuminada. Puede que las sangres cercanas aboguen por la misericordia hacia quienes no fueron capaces de limitar conductas. Puede que algún gurú televisivo empiece a plantearse si determinados programas  no alientan a imitadores de actos vomitivos como este que se juzga. Son tantos los puedes que podrían enumerarse que la lista sería tan extensa como mínima será la condena para los supuestos culpables. Sea la que sea, la condenada, la que no será capaz de vivir una vida normal, equilibrada, igualitaria, confiada, ya la está cumpliendo, sin ser culpable.  Y a partir de aquí, las dudas deberían jugar a favor de ella. A partir de aquí, la inocencia no debería ponerse en cuestión cuando una manada ha demostrado ser más manada que la de cualquier especie animal.  Si cualquiera de nosotros como padres intentamos ponernos en el lugar de los padres de la chica, creo que no podríamos resistir los deseos de buscar una gasolinera cercana y añadir nuestros alegatos finales como defensa de nuestra sangre. Demasiados atenuantes como lanzaderas de irresponsabilidades. Demasiadas prebendas para quienes sabiendo lo que hacen, eluden culpas y quieren aparecer como víctimas. Demasiados perros de paja como para no dejar de buscar un bozal con el que evitar nuevas mordeduras.  

martes, 21 de noviembre de 2017


Tomás, amigo mío:



Te vas sin apenas darme tiempo a la despedida que te mereces y me dejas sin argumentos, huérfano de ti, desconsolado, y no te lo perdono. Es tan impensable imaginarse las calles sin tu presencia que soy incapaz de articular palabras de ánimo a este ánimo afligido por tu adiós. Lograste sacar a la luz la valentía de los pesares para darle un giro hacia el optimismo, y eso, amigo mío, perdurará para siempre. Fuiste emblema para tantas generaciones que lograste el respeto que solo los grandes merecen y ganan. El paso hacia la Eternidad será tan bamboleante como aquel que fuiste trazando a la búsqueda del banco solariego cada mañana y la bienvenida supondrá un acontecimiento en el Más Allá, digno de aplauso. Sabes que cuando alguien que fue parte de ti se va de ti, su legado permanece contigo. Y esa verdad será la que de fe de una existencia tan de frente como este rostro tuyo labrado de arrugas que emprende la marcha. Será complicado asomarme al balcón y no escuchar tus soliloquios mientras el mechero se te ofrecía voluntario. Será impensable prescindir de la sombra que dejaba sobre la acera el fieltro que te protegía de los rayos del sol. Será, amigo mío, muy difícil saber que esas lecciones de filosofía de vida a pie de calle ya no almacenarán más capítulos. El reloj decidió pararse, de nuevo Noviembre de viste de luto y cae la ceniza del último cigarro liado como si la vida quisiera cobrarse el tributo. Fue tan fácil y sencillo compartirte como difícil será asimilar tu ausencia, te lo aseguro. Nos dejas huérfanos y hemos de asumir que nada es perpetuo. Por si te sirve de consuelo, en cada rincón que revisemos, algo tuyo permanecerá. De los Poyos a la cuesta del Castillo, de la Carretera a la Plaza, cada paso sabrá que tú diste cumplida cuenta de ese transitar que ya empezamos a extrañar. Vete en paz, no olvides tus garrotes, ni tu picadura, ni tu mechero. Nadie sabe qué te puedes encontrar allá arriba y por si acaso es mejor ir prevenido. Vete tranquilo y añade a tu equipaje la absoluta certeza de haber sido Genio y Figura, amigo mío. Sé que cuando llegues, te reconocerán. Sabrán que llega, desde Enguídanos, nada menos que Tomás, y serás  de nuevo, el filósofo al que prestar oídos, aunque esta vez tengamos que imaginarte disertando en la Gloria Eterna



Buen viaje, amigo Tomás    

lunes, 20 de noviembre de 2017


Franco


Cada veinte de Noviembre su rostro reaparece en las páginas del recuerdo. Un rostro moribundo enmarcando aquella voz aflautada recobra protagonismo y como si la pesada losa que lo protege quisiera convertirse en papel de seda lo libera de la tumba, lo pasea por el presente y comprueba cómo los nudos se deshicieron. Muy a su pesar y al de sus seguidores, aquello que soñó perpetuo se desmembró tan rápidamente que aún alguno se estará preguntando sobre la calidad del cáñamo. Una cuerda que se suponía  duradera, duró lo que dura un cambio de chaqueta cuando el tiempo se revierte y recomienda nuevos paños. Los azules dieron paso a los grises y entre todos dieron paso a la incógnita de la posible concordia. Sus más y sus menos, sus concesiones y exigencias, sus olvidos y memorias, todos pusieron de su parte y de sus partes se parió la nueva etapa. Sobre el ambiente volaba un interrogante al que pocos nos atrevíamos a ponerle solución. Atrás quedaban los fascículos dedicados a ese “gran hombre” en los que la glosa de méritos lo presentaba como el caudillo redentor de todos los males. Aparecían los primeros libros en los que se fantaseaba sobre su resurrección y la congoja subsiguiente de sus enemigos. Chascarrillos que luchaban por la inmortalidad de quien tantos pasaportes definitivos expidió en otros, daban juego a la risa nerviosa de quienes no adivinaban una posible convivencia en paz. Se logró, y costó lo suyo. Quedaron flecos que con el tiempo se fueron cayendo por su propio abandono o se convirtieron en crines de caballos de troya a la espera de su turno. Pocos fueron quienes consiguieron quitarse de encima la mácula de traidores a unos principios que garantizaban movimiento desde la inmovilidad. Todo se dio por válido y se decidió mirar hacia delante. Y en esa rueda de noria que la Historia pone en funcionamiento, más de uno que no vivió aquella época apasionante y convulsa, hace gala de dominio de la misma queriendo resucitar al muerto para acreditar sus credos. Como si de la revisión de lo que han leído fuese a dar solución a lo no padecido. Se atribuyen el papel de redentores justicieros para buscar en las aguas cenagosas  del ayer motivos para subsistir en el presente. No, no se trata de olvidar el pasado y con ello correr el riesgo de repetirlo. Se trata de no olvidar el pasado para no dar pie a que desde la exacerbación que el desconocimiento provoca renazca alguien similar y volvamos a la casilla de salida. Franco dejó de ser y no necesita legados que acaben echándolo de menos. Lo más lamentable sería volver a ver postulados semejantes en otros ternos. Ni siquiera la ausencia de voces aflautadas nos llevaría a pensar que esa misma situación ya la hemos vivido antes. Mientras esto no se tenga claro como índice en el cuaderno de bitácora la navegación estará condenada al naufragio. Cada vez que descubro individuos interesados en cambiar de tiempo verbal nuestra propia existencia, la verdad, los escalofríos se adueñan de mí y un nuevo veinte de Noviembre aparece en el calendario sea el día  sea del mes que sea. Quiero pensar que el otoño es el culpable de este modo de temer  lo ya sabido.

miércoles, 15 de noviembre de 2017


Los productos de limpieza



Me echo a temblar cada vez que debo adquirir alguno de estos productos. Salvo que lleve absolutamente detallado el nombre, el color del envase, las especificaciones pormenorizadas y el tamaño, el error  vendrá adherido a la factura final. No, no hay forma de aclararme. Unas veces el lavavajillas que hasta ayer era de color azul, ha decidido cambiar de tonalidad. Otras veces, el amoníaco que estaba situado sobre el peldaño inferior de la estantería, ha cedido el puesto al salfumán y semejan ser gemelos; otras veces, el abrillantador que era transparente, pudoroso él, ha decidido ocultarse tras un nuevo envase opaco. A todo esto añadamos la fagocitación de las marcas por parte de la marca predominante y el jeroglífico estará servido. No hay forma de aclararse ni con la chuleta fotográfica que desde el móvil parecía ser la tabla salvadora ante semejante naufragio. Nada, de nada sirve. Así que una vez acumulados los productos revestidos de dudas sobre el carro de establecimiento la llamada del “por si” interior vendrá a recordarte lo que has olvidado. Pasarás por la zona de los geles y vuelta a empezar. Aquel que glosaba fragancias marinas huyó. Aquel que pareciera nacido de las entrañas  del aloe emigró. Aquel que prometía raíces y puntas inmaculadas, puso frascos en polvorosa y nadie sabe nada de su paradero. Desconsolado, como alma en pena, vagas por los pasillos, y de repente, la luz llega a ti. Como un destello camino de Damasco, una pastilla con forma ortoédrica parece deslumbrarte. De pronto, el recuerdo de aquellas pastillas artesanales que tan familiares te fueron en la niñez, regresan. Y con ellas el sabor a la sosa caústica y al aceite removido para darle consistencia. Se agregan aquellos polvos de azuletes que nadie recuerda y que tanto hablaban de limpiezas bajo los chorros del lavadero. Se suman a ellos los polvos del tú-tú, que tanto servían para la ropa como para cualquier otra parte que considerásemos. Y las bolsitas de champú al huevo, incipientes precursoras de nuestras calvicies con su aire inocente. Y las pastillas de jabón Lagarto, o de Lux, o de Palmolive, o de Rexona. O el musel de legren-París timpaneando en tu cerebro. Todas aquellas que te adentraban en un mundo desconocido de aromas que tanto echas a faltar en esta selva variopinta actual.  Despiertas, te toca el turno en la caja, miras al carro, te compadeces. Ha pasado tan deprisa el tiempo que apenas te queda tiempo para regresar y desandar los pasillos andados. Una pena. Acabas de pagar mientras el resto de la cola te mira y en silencio te acusa de lento. Justo entonces recuerdas que dejaste de añadir el espray para los muebles. Te perdonas con un  “a la mierda”, sales a tomar aire fresco y juras que no vas a volver a entrar. Diez minutos después, compadecidos ante tu olvido, los que guardan cola de nuevo, te dejan pasar con el producto en cuestión. Sonríen sin saber que en tu interior permanece alguien que vivió aquellos años de un modo tan intenso que nada será capaz de limpiar el recuerdo que fueron dejando y tan fresco perdura.

martes, 14 de noviembre de 2017


Sin



Realmente las preposiciones resultan de lo más atractivas. Ni varían, ni disimulan, ni van de lo que no son. Simplemente se dedican a colocarse entre otras palabras más dignas y ellas como apartadas del pedestal, aparecen. Y hasta hace poco nadie les prestaba especial atención. Hasta hace poco; porque de un tiempo a esta parte se han convertido en imprescindibles. Es más, yo diría que han usurpado el protagonismo a todo aquello que se sabía dominador y está empezando a dejar de serlo. Y si hay alguna que sobresale es la preposición Sin. Veamos sino cómo ha proliferado y empezaremos a darle valor. Las cervezas, claro exponente de rabiosa actualidad, toman la delantera en la lista de las sin. Saben a zumo de cebada y a cambio de no perder la cordura se te ofrecen como maná para el sediento que quiere mantener la compostura. El alcohol que tantas pérdidas de conocimiento provoca, queda fuera de sus ingredientes y ellas mismas lucen un sello de sanidad y puede que de santidad. El pan, el de toda la vida, el de las tahonas a leña, de un tiempo a esta parte, sin gluten. Ya está, punto final, no se hable más. De buenas a primeras todos celíacos o en vías de serlo. Fuera ese ingrediente y a cambio admitamos un pupurri de cereales que hasta hace nada desconocíamos. Avena, espelta, maíz, lino y cualquier otro que se apunte a la cocción será bienvenido. Si además su origen es exótico, entonces ya, ni se discutirá sobre las infinitas posibilidades beneficiosas que contiene. Si hablamos de leche, aquí la cuestión se zanja de un plumazo: fuera la lactosa, pero fuera de modo inmediato. La peor de las secuelas que se pudieran soñar proviene de ese componente que de las ubres mana y que hasta hace nada de tiempo nos parecía magnífico. A cambio, y para no pecar de estrictos, añadamos ácido fólico, omega tres, lecitina, avena de nuevo y cualquier otro producto surgido de la marmita del ordeñador de turno. Todo sea por la salud. De nuevo Sin. Obviamente, el café, sin cafeína. Las tensiones, las palpitaciones, los insomnios nos lo agradecerán y al cabo de varios miles de litros ya ni nos daremos cuenta del sabor gris que aporta. A cambio, unas cápsulas convenientemente publicitadas, nos prometerán éxitos de galán a nada que concluya su vertido en el vaso de la compañía elegida. Entonces repudiaremos el encendido de  un cigarro que, obviamente, será sin nicotina. Ya ni nos acordamos a qué sabía aquel primer pitillo de la mañana que a veces prendíamos sin filtro. Otro sin que se nos sumó a la lista. Y a ella añadamos los refrescos que decidieron quitar el azúcar. Y si aún queda hueco, sumemos los quesos sin grasa, los potitos que te aseguran un futuro sin colesterol. Y si nos fijamos bien, añadiremos frutas sin sabor, colonias sin olor, mandamases sin vergüenzas, trabajos sin ganas. Un sinfín de aditivos que se han ido sumando a esta interminable vida cuyo único fin parece ser el vivirla sin alegrías, sin ruptura de normas, sin salidas del redil y sin turnos de réplicas. Creo que voy a empezar a rechazarlos y esperaré a que la moda gire ciento ochenta grados. Seguro que algunos me sobreviven más tiempo, pero qué vida más triste, por dios. Deberíamos empezar a reclamar el paso para otra preposición más permisiva, más colaboradora, más vital. Repasad la lista y veréis como dais con ella. Luego ya, vamos decidiendo por cuál de las dos tomar partido.  Acabo de abrir un paquete de jamón envasado al vacío y viene sin grasa; definitivamente nos ha invadido.  

lunes, 13 de noviembre de 2017


La casa de los espíritus


Adentrarse en las entrañas de una familia tiene su acicate. Y si esa familia ha logrado su posición social y su éxito económico aún resulta más atractiva ese reto fisgoneador. Te dejarás llevar por el hilo argumental de una sangre que aun siéndote ajena acabas haciendo propia desde la óptica que te ofrece quien para ese fin la diseña. Una estirpe afincada en el amplio sentido de la palabra en Chile en una época en la que las clases sociales empiezan a despertar para buscar un hueco a sus derechos y en la que los caciquismos se resisten a tal paso adelante. Luchas de poderes que se sazonan con amores y desvaríos en gran parte de los protagonistas que le dan forma. Visionarias que anticipan fracasos y éxitos que acaban sucumbiendo ante la mordedura de la misma serpiente que amamantaron creyéndose inmunes a su veneno. Época convulsa en la que todo el planteamiento soñado y conseguido por el jefe del clan se viene abajo ante el torbellino de acontecimientos sociales que le acaban superando. Aquí, Isabel Allende, anfitriona de lujo y certera pluma nos traza un boceto de un pasado que tan personal puede resultar y de su mano recorremos los ranchos de la ambición. Es como si hubiese querido transmitirnos una metáfora sobre el precio que el éxito acarrea cuando se consigue con métodos turbios y el epílogo superase con creces al goce de haberlo conseguido. Pones rostro a los desheredados para confabularte con ellos en busca de sus razones existenciales que no precisan de más explicación. Una casa como nido de fracasos vestida de disimulados triunfos en un intento final de filtrar decepciones. Más de uno, más de muchos, deberían plantearse viendo sus propios entresuelos si la escalera que han ido ascendiendo merece la pena. Posiblemente, en un nuevo intento de autoengaño, pensarán que sí, que todo el que la encofra lo hace para lograr el mismo fin. Se equivocan como se equivoca el patrón protagonista, el padre decepcionado, el marido insatisfecho, el político vapuleado. Todos en un mismo papel que la vida saca a la luz como si la vida misma se negase a velar el sueño de unos espíritus que revolotean como conciencias de lesas actuaciones. Mirad a vuestro alrededor y veréis qué cantidad de Estebanes Rueda aparecen sin que ni siquiera ellos mismos sepan reconocerse o quieran equipararse con él. Una novela, sin duda, de varias lecturas, para que cada quien valore por qué caminos discurre su vida. Quizás entonces, cuando vea el precio a pagar, decida cambiar de papel o en el peor de los casos alcanzar su final revestido de decepciones.  

viernes, 10 de noviembre de 2017


La codicia



No creo que figure entre la lista de los pecados capitales. No, no creo. Y como no pienso repasarlos porque no espero la extremaunción a corto plazo, tampoco me voy a enfrascar en resolver la duda. Pero por si acaso no está en dicha lista, me atrevo a incluirla por si a alguien se le ocurre reflexionar sobre el tema. La codicia, la máxima expresión de la avaricia, del acaparamiento. Es esa especie de cualidad que atesoran los insaciables a la hora de acumular bienes y más bienes. Como si temiesen perecer en la más absoluta de las miserias se pasan la vida echando mano de todo aquello que haciéndoles falta o no les suele resultar vital. Esos seres usureros que a nada le hacen ascos si de lo que se trata es de apropiarse de lo que otros no osarían tomar son los máximos exponentes de la codicia. Yo creo que lo hacen porque se empeñan en emprender una carrera al sprint pensando que otros harían lo mismo que ellos y por tanto han de llegar los primeros. Execrables maestros del engaño, de las medias verdades, del tahurismo. Recelosos de quienes miran de frente por serles ajenas esas cualidades de sinceridad que desconocen, o peor aún, repudian. Seres incompletos a los que ni las sombras quieren por compañeros de viajes al temer ser expropiadas al menor descuido. Ni saben ni entienden de cordialidades si en ellas  vislumbran balances negativos. Harán fintas a las preguntas que les dirijan si son lanzadas buscando explicaciones claras y no truculentas. Se mueven entre el tarquín por ser el lecho preferido el de los detritos que tanto esparcen mientras tapan sus pituitarias. Piensan que donde otros perecerán ellos saldrán a flote y sus miserables éxitos los tomarán como refrendo de sus actuaciones. Miserables que serán rehuidos por aquellos que físicamente les tienen próximos y no se fían de ellos. No podrán quitarse de encima la acreditación que tan a pulso se han ido ganando y cuando comprueben que sus enseñanzas se perpetúan ignorarán que están encuadernadas con el vacío. Tendrán sin ser y rumiarán su fracaso con la falsa sonrisa que nadie cree. Dignos de lástima, vagarán entre soledades hasta el fin de sus días. Nadie los echará de menos y en el mejor de los casos nadie se atreverá a dar por bueno su epitafio. Vivieron para la codicia y en ella misma tendrán su sudario. Serán, sin duda, los más ricos del cementerio y los más repudiados del infierno. Entonces quizás alguien de los que les sobreviva se preguntará si  no es excesivo el precio sin recordar siquiera lo excesivos que fueron los actos por los que ahora purga.

jueves, 9 de noviembre de 2017


La cena secreta



El título ya de por sí llama la atención, y la firma de Javier Sierra, más aún. Un autor acostumbrado a llevarnos por los vericuetos del misterio casi siempre en entornos medievales no se aparta un ápice de su línea. En esta ocasión el mismo periodo de elaboración de “La última cena” de Leonardo da Vinci desplaza un poco más el contexto hacia el Renacimiento italiano. El trasiego entre poderes pontificios y noblelescos da pie a una serie de artimañas encaminadas a encontrar en el cuadro indicios de herejía. Un padre dominico se encarga de pormenorizar en los trazos del maestro para ver si encuentra en él motivos de condena crematoria tras juicios sumarísimos. De modo que empiezan a entrar y salir personajes que te llevan del dogmatismo oficial a la demoníaca abjuración de los principios cristianos. Un viaje incesante entre los pinceles debajo de los cuales hemos de presenciar rostros apostólicos sacados de los monjes o nobles más cercanos. Como si algún mensaje oculto me quisiera enviar el destino, de nuevo, los cátaros se adhieren a mi piel y empiezan a ser algo empalagosos. Cada vez que surge de las  sombras en temido exterminador pareciera que un nuevo trazo de la pintura ha provocado su venida. A todo ello habrá que añadir la escritura en espejo tras la que descifrar unos versos, cuyas iniciales conforman la revelación final. Hace páginas que he perdido el hilo argumental y lo que es peor, la tibieza me acompaña sin lograr sacarme del letargo. Como prueba de resistencia me niego a abandonar dicha lectura, y nada, sigue sin resultarme atractiva. Como si de una cena navideña en la que se ha dejado de discutir el supuesto desentrañado de las claves sigue a su aire. Miras las páginas que restan y ansías que al menos el postre sea el que deje un regusto agradable; y nada, más de lo mismo. Buenos que se reafirman y malos que se reconvierten. Pareciera que ha llegado la hora de los aguinaldos y no es plan de seguir enfadado. Entonces, como prueba definitiva, como si alguien hubiese decidido hacerse un hueco entre las letras, el triplete de páginas en las que se ensalzan las virtudes de Torrevieja. Sí, ya sé, yo también me sigo preguntando si ese no es el precio estipulado por haber sido finalista de unos premios convocados por dicha ciudad. Lo ideal entonces será echar mano de unos chupitos digestivos para que la cena en cuestión no nos provoque una gastritis. De cualquier forma, si vuelvo a encontrarme con alguna copia del famoso cuadro no resistiré la tentación de preguntarme si se trataba de una despedida de soltero y si pagaron a partes igual semejante ágape. Lo de leer entre pinceladas mensajes antiinquisitoriales, si acaso, para la siguiente reunión, que imagino que será en el más allá y con un poco de suerte estaré invitado.