lunes, 11 de febrero de 2019


1. Miguel Jomi
 
Los sitios permanecen y con ellos perduran quienes les dan potestad. Basta con echar la vista atrás y recordar que no hace tanto descubriste aquel rincón que jugaba a ser el camarote del barrio marítimo y dar por válida tu experiencia. Allí, escudado tras la barra, permanece Miguel. Y lo hace pertrechado a sotavento de las salazones y a barlovento de los afilados instrumentos que la sapiencia que le es propia. Con el sextante oculto de les dan forma. Ha menguado y se le adivina un punto de melancolía por encima de las bolsas de sus ojos. Permanece atento a todo el movimiento que las olas nacidas de los batientes de la puerta manifiesten. Escruta y selecciona sin necesidad de demostrar su experiencia decidirá en qué lugar mereces ser ubicado y sentirte como en casa. Pide y espera. O mejor no pidas y que él decida por ti. Realmente lo lleva haciendo tanto tiempo que nada será descubierto. Aquel tiempo en el que la casualidad te hizo llegar ha pasado demasiado deprisa. La calle ha ganado el espacio que los tricornios habitaran y sigues teniendo la sensación de estar en el lugar adecuado en el momento preciso. La máquina de petacos sigue luciendo orgullosamente el número treinta y cinco. Echas de menos a aquel aprendiz que se aventuraba como auténtico clon de Miguel y de sí mismo se desprende la dualidad del abandono. Se presta coqueto a la foto como aquel que acostumbrado está a la fama y no le importa el sacrificio. La prudencia te aconseja no indagar más en las decepciones de una vida acostumbrada al ritmo de la caducidad. Miras a través de la ventana y descubres cómo el interrogante se dibuja en los arribistas penúltimos que han llegado desde el boca a boca. Pasan, observan y das por hecho que serán los siguientes galeotes cautivados por el ritmo de estos remos. La plancha sigue emitiendo carraspeos y Miguel se mimetiza en el lanzador de triples que ajusta las monedas al cubo de las propinas. Sobre la proa, retazos de vida, instantáneas de un modo de ser. Este viejo lobo de mar sigue persiguiendo entre sueños a la ballena blanca para demostrarle que ningún reto se le muestra insalvable. Regresé sobre el monocasco de la casualidad llevado por la curiosidad. La quilla del sabor recuperó la rosa de los vientos que siempre surca Nazaret.

viernes, 8 de febrero de 2019


Contraseñas
Se veía venir y al final ha sucedido. Un señor ha guardado tanto celo en vida a la hora de preservar las claves de acceso a su caja fuerte que una vez fallecido nadie es capaz de abrirla. Por lo visto, y como si esto fuese poco, en dicha caja fuerte anidan millones de monedas virtuales que son intangibles. De modo que su valor está cotizado en base a las expectativas que cada quien deposite en ellos. Es decir, que si en un momento determinado la vorágine especulativa decide que son papel mojado, pues eso, cero sobre cero de valor. Y lo de papel mojado no deja de ser un sarcasmo, por supuesto. De modo que el tema urgente para los herederos estriba en encontrar las contraseñas que el desconfiado millonario creó como cerrojos infranqueables. Y aquí cada cual que lea esta posibilidad seguro que empieza a rememorar las suyas. Que si la de aquella cuenta de correo, que si aquella que cambié y no recuerdo, que dónde las apunté y en qué rincón del desordenado escritorio puse la nota. Total, ni idea. Toda la paranoia provocada por el miedo a ser descubierto te ha fagocitado y tú eres rehén de tu propia precaución. Como si de uno de los ladrones de Alí Babá se tratase, el “abracadabra” no funciona y ya no sabes a qué recurrir. La fecha de nacimiento, el nombre de aquella novia que te dejó, la matrícula del primer coche….todo se muestra inútil ante el empeño de esconder lo importante. Así que lo mejor será dejar las puertas abiertas y que cada cual entre o no a su antojo. Pero antes, sin duda alguna, como medida preventiva más que nada, lo mejor será configurar una contraseña madre que dé acceso a las subsiguientes contraseñas. O mejor aún, utilizar la misma para todos los pestillos y guardarse el dinero debajo del colchón, si es que lo tienes en metálico. Aún recuerdo aquella advertencia que lanzó Teresa al asegurar que su mejor caja fuerte era el ladrillo bailador que tenía en la entrada a su cocina. Aseguraba a cada tránsito hacia las perolas la existencia y cada vez que cambiaba de calzado un punto de inquietud le sobrevenía. Abría el resquicio con la rasqueta alineada juntos al resto de los utensilios y una vez recontado el capital por enésima vez, volvía a celar el suelo. Jamás necesitó de otros métodos y supo del valor de la vida día a día. Pasó olímpicamente de especulaciones bursátiles y el futuro de los bytes le sonaba a fantasía absurda. Antes de fallecer dejó pistas sobre cómo llegar al nido de sus ahorros. Como única contraseña dejó por escrito: “estas perras que tanto me ha costado juntar usadlas para pagar mi funeral”. Hoy en día, los herederos  siguen pensando qué hacer con aquellos billetes de mil pesetas que ni siquiera los coleccionistas desean para sí.    

Calorro

 

En el argot cotidiano se entiende por calorro aquello que tiene cercanía con la cultura gitana y por lo tanto con su expresión musical. Y en base a ello la industria dedicada a sacar provecho de la moda permanece expectante, busca su momento, y saca a la luz lo que permanecía semidormido en el armario del pasado. Algo así debe haber sucedido desde el instante en el que una implacable campaña publicitaria ha puesto a Rosalía en el estrado de la actualidad. Más allá de componendas puristas que no me tienen como profeta, la cosa no deja de sorprenderme. Resulta que a modo y manera de suma originalidad aparece en la gala de los Goya y se marca una versión calorra a capela de un hit que años ha popularizaran Los Chunguitos. La oyes de pasada y tu meninge regresa a aquel 1430 granate que Pifanio manejaba sintiéndose Fangio por las estrechas callejuelas y un escalofrío te sube por la espalda. El soniquete del piano, el ventilador de las guitarras, el palmeo de aquellas manos que cardaban melenitas, los zapatos de plataforma, los pantalones campana….todo se te viene encima a modo de lava imprevista. Parece que quisiera recuperarte para la causa del festivaleo nocturno y veraniego que tantos momentos de gloria deparó. Aparece “ Juan Castigo”, se asoma el presidiario pidiendo libertad, “El Vaquilla” solicitando veneno con el que morir por desamor y los tímpanos te transportan a aquella sala llamada “El Charly” de la que todavía no entiendes cómo saliste vivo entre tanto piloto de Derby trucada. Un sinfín de emociones, sin duda.  Y ahora, años después de haber degustado a Bambino, reconoces que nada desaparece definitivamente. Lo hace hasta que dos generaciones después alguien decide poner en valor aquello que sonaba a barriobajero. Músicas paridas al albur de los extrarradios serán encumbradas como mesías esperadas para dar crédito de novedad a lo que no lo es. De modo que a no tardar volverás a colocar en el salpicadero aquel Pioneer con ecualizador y las cintas de cromo se sumarán a tu causa. Lo del pelo, será más complicado; las plataformas no se ajustarán a los juanetes; los camales acampanados, te vendrán estrechos; pero todo merecerá la pena si la ilusión vuelve con ellos. Y ya de paso, la guitarra que jamás supiste afinar, se sumará al evento. Sabes tocarla tan penosamente como entonces pero nadie tendrá la osadía de negar lo bien que le sientan las cuatro cuerdas que han sobrevivido al paso del tiempo. Entonces sabrás que “Malamente” tiene más de una acepción y tú conoces alguna.  

miércoles, 6 de febrero de 2019


1. Jaime, Segundo y Antonio
 
La verdad es que el orden en el que pudiera nombrarlos daría lo mismo, carecería de importancia. Porque ellos tres son tan independientes como complementarios apoyos del trípode sobre el que se aposenta su sentir. Vértices de un triángulo que la cuesta traza a toque de campana y kikirikí matutino. Han extendido sobre la letanía del tiempo un modo de hacer que supera las querencias forzadas que entre ellos no existen. Viven el tiempo como si del tiempo destilasen las energías a modo de ejemplo para quienes les pudieran imitar. Saben de los rincones sobre los que el sabor se reposa y consiguen extraer de las trébedes el valor adecuado y el tiempo preciso. Unen manteles y escarchan rocíos a la menor ocasión que se les ofrece y lucen sus papeles sin trampa ni cartón. Poco a poco han ido fortaleciendo las raíces que a lo largo de las aguas se han vestido de venas ciertas. Traerán para sí los trianeros sentimientos, el seny del noreste y la luz de los marjales para hacer con todo ello el puzle adecuado que será enmarcado irremediablemente. Saldrá a la luz el farol que quite penumbras a las frescas noches de agosto y de los escalones conformarán los peldaños de un senado electo por unanimidad. Girarán la curva procurando pulir la proa con el vaivén de sus risas allá que el mediodía decida hacerse presente. Por algún cajón siguen adormecidos los versos que la llana puliese, los pregones que la ordenanza exigiera, el alcohol que las jeringuillas buscaran. Y todo les dará crédito de pertenencia como eslabón intermedio de tiempos. No hace tanto que las sillas de anea ocuparon los huecos que ahora les corresponden y dentro de nada verán como los papeles que el destino les ha asignado cobran vida. Mientras ese momento llega, mejor hacerse a un lado y disfrutar de su compañía. A nada que te descuides y bajes la guardia verás cómo la tertulia se anima, la ironía aparece y la risa se hace patente. Unas parrillas de San Lorenzo empezarán a calentarse, unas albardas buscarán lomos a los que calzarse  y una pastera medirá de modo preciso la proporción que fragüe convenientemente. Seguramente hace tiempo se embarcaron en un crucero sin escalas desde el que siguen disfrutando de todas las travesías que la vida les ha ido deparando y en ello siguen. Distinguir quien es el capitán, el sobrecargo o el grumete, creedme, carece de importancia.  

martes, 5 de febrero de 2019


1. Miguel Ángel C.P.



La primera imagen que me llegó de él cuando la cibernética actual se puso de parte fue la de aquel chaval de voz rotunda. Aquel chaval que solía acompañar al abuelo Emeterio cuando se disponía a cruzar abrazos sinceros con mi padre cada vez que el verano se hacía presente. Ellos rememoraban sus tiempos de milicias y él oteaba por encima de sus lentes aquello que se le ofrecía como escenario predispuesto. Miraba y creo que analizaba los detalles como queriendo acumularlos en la incipiente historia de vida que acabaría por demostrarse como vocación. Lucía un anillo a modo y manera de monarca heredero de una dinastía cuyo escudo de armas mostraba el emblema de la honestidad. Y en ello sigue. Quizás los anillos que acumula en sus falanges hayan visto pasar tantas revoluciones soñadas que de ellos desprenda la esperanza de la utopía. Sueña con los amaneceres desde la metáfora que a futuro desdeñe la podredumbre que tantas y tantas veces se abre paso a codazos. Vive en el camino de ida y vuelta confiando en la próxima llegada de la caravana de lo imposible a la que se subirá sin dudarlo. Y lo hará pertrechado tras la mochila cargada de lecturas que le hurten la mínima opción de conformismo. Sabe que las contradicciones forman parte de los argumentos del desánimo y las mínimas dudas las disipa brindando hacia el horizonte en cada amanecer que las olas le brindan. Podría pasar por ser el sheriff implacable del duelo en el O.K. Corral del que saldría vencedor. Echa de menos los ayeres que abrieron abanicos como modo de planteamientos existenciales. Sería el abanderado que encabezase la revuelta de las Tullerías con la tricolor ondeante. De sus yemas nacerán las guillotinas escritas que dejarán constancia de quien es quien en cada momento, en cada circunstancia. La alternancia que cubre sus pensamientos le hace virar del maqui boinado al pessoaniado alado y luso que todo lo sueña, que todo lo vive. Ha cruzado la meta que marca la mitad y el regreso no supondrá una duda que desdiga un creo de vida. Por si la flaqueza tuviese la tentación de hacerle reo, el máuser del recuerdo le aportará los corolarios que tanto asimiló y adosó a su modo de hacer. Una vez más, un febrero más, la página cierra y abre al unísono un nuevo capítulo. Solamente él, será capaz de determinar el epílogo. Posiblemente la trinchera precise ser reforzada y en eso está, en eso permanece. Aquella mirada escrutadora por encima de la montura de sus gafas ya lo anticipó y a fe que acertó de pleno.     

lunes, 4 de febrero de 2019


Oposiciones





Como si de una lucha de gladiadores se tratase, así se plantean, así salen a la arena de la competitividad, así se manifiestan. Tiempos de estudios que se dan por válidos y renuncias al ludo se dan por bien empleados en el mismo instante en el que la hora de la verdad llama a la puerta. Y entonces, cuando los nervios se han intentado aplacar de todos los modos posibles, el reloj de la cuenta atrás echa a andar. Fuera del recinto, quienes hemos participado de un modo callado en ese empeño, acompasamos los latidos a los minutos de espera. Fluctuamos entre la esperanza y el pesimismo y únicamente pedimos equidad y equilibrio entre la inversión y el resultado final. Pasan las horas y el viento de la espera se reviene en un intento de alejarnos la inquietud. Retrocedemos a años en los que las circunstancias se hicieron semejantes y todo nos deja un sabor a “déjà vu” con décadas de diferencia. De modo que das por bien empleado el designio que te llevó por el derrotero que pensaste conveniente. Recuerdas aquel examen que llegó a ser sobresaliente en el noventa y uno. Recuerdas cómo  entre la maraña de créditos se escamotearon días, semanas o meses. Recuerdas cómo aquellas cinco diezmilésimas trazaron la línea divisoria del no sin tener tú más opción que asumir la decepción del cincuenta y dos de cincuenta posibles. Y el tiempo te deja entrever que quizás fue lo mejor que te pudo pasar. Nadie lo sabe y nadie sería capaz de asegurar que otro fin habría sido mejor. Por eso, cuando la situación se reencarna, todo lo ves desde otra perspectiva. Reconsideras las vías del tren de la vida que marcan caminos hacia futuros por descubrir. Recapacitas para volver a dar importancia a lo importante y desde la serenidad que otros intentan hurtarte sonríes cínicamente. Compruebas cómo unos ineptos han presentado un cuestionario parido por algún programa informático ajeno a la realidad. Compruebas cómo otros ineptos eludirán responsabilidades mirando hacia otro lado. Compruebas cómo las respuestas de multitud de preguntas se volatilizan ante la inexistencia de las mismas en la realidad que los ineptos desconocen. Compruebas hasta qué punto es capaz de llegar la estupidez cuando se le da al estúpido la posibilidad de mando organizativo.  Y entonces, solamente entonces, agradeces al destino el haberte privado de aquellas diezmilésimas que te habrían convertido en alguien diferente a quien eres. Lo único que lamentas es no poder poner remedio a situaciones venideras que acabarán llenado de indignación a quienes son demasiado jóvenes para entender el porqué de todo esto. Ahora, creedme, cuando vuelva a ver aparecer el furgón blindado con los exámenes futuros convenientemente custodiados,  echaré de menos a alguien que sea capaz de llevárselo como aquel precursor llamado Dioni hizo en su día. Probablemente cuando abra los sobres descubra cuánto de barata se tasa la gilipollez.

viernes, 1 de febrero de 2019


La carta esférica

Dejarse llevar por una firma suele acarrear un riesgo. Para bien o para mal, la satisfacción o la decepción aparecerán a nada que concluyas la lectura de la obra. Puede que reincidas o rechaces de plano al autor o autora de la misma. Puede que asumas como tuyo el papel de admirador o el de ajeno destinatario de sus letras. Sea como fuere, después de leerle infinidad de artículos en los suplementos semanales, alguno de sus títulos llegó a mis manos. Si llega el caso los comentaré convenientemente y si no es preciso pasaré de largo, de puntillas sobre la impresión producida como lector. El hecho es que “La carta esférica” ha aparecido hoy y a ella me voy a dirigir. Y lo haré después de ingerir varias biodraminas que sean capaces de evitarme el mareo de semejante travesía. Te embarcas en un argumento que se dispone a navegar en busca de pecios o tesoros hundidos y ya no tienes posibilidad de huir. La trama te otorga el papel de grumete y de proa a popa intentas no saltar por la borda en mitad de la tormenta que provocan la infinita sucesión de términos náuticos. Te pierdes y no existe un sextante capaz de orientarte en mitad del oleaje. No sabes si lanzar al cielo una bengala que solicite tu rescate o dejarte llevar y que sea lo que Neptuno quiera. Vislumbras de lejos el perfil de la costa y ansías encallar lo más rápidamente posible aun que el precio a pagar sea permanecer robinsonianamente recluido en una isla llamada pérdida de tiempo. Definitivamente, no eres ni vas a ser nunca un lobo de mar. Las velas de la nave lectora se hincharon provocando  tu ilusión y no hubo forma. Los corales, las corrientes, los faros, los arrecifes y los infinitos términos oceánicos ni te suenan ni te van a adoptar.  Da lo mismo si el Mediterráneo se ha ofrecido como escenario si nada te invita a surcarlo en pos de un desarrollo de una historia que te deja indiferente. Empiezas a entender que todo el mundo tiene limitaciones y supones que no solamente tú serás capaz de reconocerlas. Sea como sea, el cabotaje de esta carabela se hace eterno y el monocasco de la empatía hace aguas sin remedio. Si alguien la disfrutó, enhorabuena; si alguien la gozó, enhorabuena; si alguien se perdió, que encienda una hoguera y lance señales de humo y espere el rescate.