1. Miguel Jomi
Relatos para compartir con aquell@s que se vean reflejad@s.
lunes, 11 de febrero de 2019
viernes, 8 de febrero de 2019
Contraseñas
Se veía venir y al final
ha sucedido. Un señor ha guardado tanto celo en vida a la hora de preservar las
claves de acceso a su caja fuerte que una vez fallecido nadie es capaz de
abrirla. Por lo visto, y como si esto fuese poco, en dicha caja fuerte anidan
millones de monedas virtuales que son intangibles. De modo que su valor está
cotizado en base a las expectativas que cada quien deposite en ellos. Es decir,
que si en un momento determinado la vorágine especulativa decide que son papel
mojado, pues eso, cero sobre cero de valor. Y lo de papel mojado no deja de ser
un sarcasmo, por supuesto. De modo que el tema urgente para los herederos
estriba en encontrar las contraseñas que el desconfiado millonario creó como
cerrojos infranqueables. Y aquí cada cual que lea esta posibilidad seguro que
empieza a rememorar las suyas. Que si la de aquella cuenta de correo, que si
aquella que cambié y no recuerdo, que dónde las apunté y en qué rincón del
desordenado escritorio puse la nota. Total, ni idea. Toda la paranoia provocada
por el miedo a ser descubierto te ha fagocitado y tú eres rehén de tu propia
precaución. Como si de uno de los ladrones de Alí Babá se tratase, el
“abracadabra” no funciona y ya no sabes a qué recurrir. La fecha de nacimiento,
el nombre de aquella novia que te dejó, la matrícula del primer coche….todo se
muestra inútil ante el empeño de esconder lo importante. Así que lo mejor será
dejar las puertas abiertas y que cada cual entre o no a su antojo. Pero antes,
sin duda alguna, como medida preventiva más que nada, lo mejor será configurar
una contraseña madre que dé acceso a las subsiguientes contraseñas. O mejor
aún, utilizar la misma para todos los pestillos y guardarse el dinero debajo
del colchón, si es que lo tienes en metálico. Aún recuerdo aquella advertencia
que lanzó Teresa al asegurar que su mejor caja fuerte era el ladrillo bailador
que tenía en la entrada a su cocina. Aseguraba a cada tránsito hacia las perolas
la existencia y cada vez que cambiaba de calzado un punto de inquietud le
sobrevenía. Abría el resquicio con la rasqueta alineada juntos al resto de los
utensilios y una vez recontado el capital por enésima vez, volvía a celar el
suelo. Jamás necesitó de otros métodos y supo del valor de la vida día a día.
Pasó olímpicamente de especulaciones bursátiles y el futuro de los bytes le
sonaba a fantasía absurda. Antes de fallecer dejó pistas sobre cómo llegar al
nido de sus ahorros. Como única contraseña dejó por escrito: “estas perras que
tanto me ha costado juntar usadlas para pagar mi funeral”. Hoy en día, los
herederos siguen pensando qué hacer con
aquellos billetes de mil pesetas que ni siquiera los coleccionistas desean para
sí.
Calorro
En el argot cotidiano se
entiende por calorro aquello que tiene cercanía con la cultura gitana y por lo
tanto con su expresión musical. Y en base a ello la industria dedicada a sacar
provecho de la moda permanece expectante, busca su momento, y saca a la luz lo
que permanecía semidormido en el armario del pasado. Algo así debe haber
sucedido desde el instante en el que una implacable campaña publicitaria ha
puesto a Rosalía en el estrado de la actualidad. Más allá de componendas
puristas que no me tienen como profeta, la cosa no deja de sorprenderme.
Resulta que a modo y manera de suma originalidad aparece en la gala de los Goya
y se marca una versión calorra a capela de un hit que años ha popularizaran Los
Chunguitos. La oyes de pasada y tu meninge regresa a aquel 1430 granate que
Pifanio manejaba sintiéndose Fangio por las estrechas callejuelas y un
escalofrío te sube por la espalda. El soniquete del piano, el ventilador de las
guitarras, el palmeo de aquellas manos que cardaban melenitas, los zapatos de plataforma,
los pantalones campana….todo se te viene encima a modo de lava imprevista.
Parece que quisiera recuperarte para la causa del festivaleo nocturno y veraniego
que tantos momentos de gloria deparó. Aparece “ Juan Castigo”, se asoma el
presidiario pidiendo libertad, “El Vaquilla” solicitando veneno con el que
morir por desamor y los tímpanos te transportan a aquella sala llamada “El
Charly” de la que todavía no entiendes cómo saliste vivo entre tanto piloto de
Derby trucada. Un sinfín de emociones, sin duda. Y ahora, años después de haber degustado a
Bambino, reconoces que nada desaparece definitivamente. Lo hace hasta que dos
generaciones después alguien decide poner en valor aquello que sonaba a
barriobajero. Músicas paridas al albur de los extrarradios serán encumbradas
como mesías esperadas para dar crédito de novedad a lo que no lo es. De modo
que a no tardar volverás a colocar en el salpicadero aquel Pioneer con
ecualizador y las cintas de cromo se sumarán a tu causa. Lo del pelo, será más
complicado; las plataformas no se ajustarán a los juanetes; los camales
acampanados, te vendrán estrechos; pero todo merecerá la pena si la ilusión
vuelve con ellos. Y ya de paso, la guitarra que jamás supiste afinar, se sumará
al evento. Sabes tocarla tan penosamente como entonces pero nadie tendrá la
osadía de negar lo bien que le sientan las cuatro cuerdas que han sobrevivido
al paso del tiempo. Entonces sabrás que “Malamente” tiene más de una acepción y
tú conoces alguna.
miércoles, 6 de febrero de 2019
1. Jaime, Segundo y
Antonio
martes, 5 de febrero de 2019
1. Miguel Ángel C.P.
La primera imagen que me llegó de él cuando la cibernética
actual se puso de parte fue la de aquel chaval de voz rotunda. Aquel chaval que
solía acompañar al abuelo Emeterio cuando se disponía a cruzar abrazos sinceros
con mi padre cada vez que el verano se hacía presente. Ellos rememoraban sus
tiempos de milicias y él oteaba por encima de sus lentes aquello que se le
ofrecía como escenario predispuesto. Miraba y creo que analizaba los detalles
como queriendo acumularlos en la incipiente historia de vida que acabaría por
demostrarse como vocación. Lucía un anillo a modo y manera de monarca heredero
de una dinastía cuyo escudo de armas mostraba el emblema de la honestidad. Y en
ello sigue. Quizás los anillos que acumula en sus falanges hayan visto pasar
tantas revoluciones soñadas que de ellos desprenda la esperanza de la utopía.
Sueña con los amaneceres desde la metáfora que a futuro desdeñe la podredumbre
que tantas y tantas veces se abre paso a codazos. Vive en el camino de ida y
vuelta confiando en la próxima llegada de la caravana de lo imposible a la que
se subirá sin dudarlo. Y lo hará pertrechado tras la mochila cargada de lecturas
que le hurten la mínima opción de conformismo. Sabe que las contradicciones
forman parte de los argumentos del desánimo y las mínimas dudas las disipa
brindando hacia el horizonte en cada amanecer que las olas le brindan. Podría
pasar por ser el sheriff implacable del duelo en el O.K. Corral del que saldría
vencedor. Echa de menos los ayeres que abrieron abanicos como modo de planteamientos
existenciales. Sería el abanderado que encabezase la revuelta de las Tullerías
con la tricolor ondeante. De sus yemas nacerán las guillotinas escritas que dejarán
constancia de quien es quien en cada momento, en cada circunstancia. La
alternancia que cubre sus pensamientos le hace virar del maqui boinado al
pessoaniado alado y luso que todo lo sueña, que todo lo vive. Ha cruzado la
meta que marca la mitad y el regreso no supondrá una duda que desdiga un creo
de vida. Por si la flaqueza tuviese la tentación de hacerle reo, el máuser del
recuerdo le aportará los corolarios que tanto asimiló y adosó a su modo de
hacer. Una vez más, un febrero más, la página cierra y abre al unísono un nuevo
capítulo. Solamente él, será capaz de determinar el epílogo. Posiblemente la
trinchera precise ser reforzada y en eso está, en eso permanece. Aquella mirada
escrutadora por encima de la montura de sus gafas ya lo anticipó y a fe que
acertó de pleno.
lunes, 4 de febrero de 2019
Oposiciones
Como si de una lucha de
gladiadores se tratase, así se plantean, así salen a la arena de la
competitividad, así se manifiestan. Tiempos de estudios que se dan por válidos
y renuncias al ludo se dan por bien empleados en el mismo instante en el que la
hora de la verdad llama a la puerta. Y entonces, cuando los nervios se han
intentado aplacar de todos los modos posibles, el reloj de la cuenta atrás echa
a andar. Fuera del recinto, quienes hemos participado de un modo callado en ese
empeño, acompasamos los latidos a los minutos de espera. Fluctuamos entre la
esperanza y el pesimismo y únicamente pedimos equidad y equilibrio entre la
inversión y el resultado final. Pasan las horas y el viento de la espera se
reviene en un intento de alejarnos la inquietud. Retrocedemos a años en los que
las circunstancias se hicieron semejantes y todo nos deja un sabor a “déjà vu”
con décadas de diferencia. De modo que das por bien empleado el designio que te
llevó por el derrotero que pensaste conveniente. Recuerdas aquel examen que
llegó a ser sobresaliente en el noventa y uno. Recuerdas cómo entre la maraña de créditos se escamotearon
días, semanas o meses. Recuerdas cómo aquellas cinco diezmilésimas trazaron la
línea divisoria del no sin tener tú más opción que asumir la decepción del
cincuenta y dos de cincuenta posibles. Y el tiempo te deja entrever que quizás
fue lo mejor que te pudo pasar. Nadie lo sabe y nadie sería capaz de asegurar
que otro fin habría sido mejor. Por eso, cuando la situación se reencarna, todo
lo ves desde otra perspectiva. Reconsideras las vías del tren de la vida que
marcan caminos hacia futuros por descubrir. Recapacitas para volver a dar
importancia a lo importante y desde la serenidad que otros intentan hurtarte
sonríes cínicamente. Compruebas cómo unos ineptos han presentado un cuestionario
parido por algún programa informático ajeno a la realidad. Compruebas cómo
otros ineptos eludirán responsabilidades mirando hacia otro lado. Compruebas
cómo las respuestas de multitud de preguntas se volatilizan ante la
inexistencia de las mismas en la realidad que los ineptos desconocen.
Compruebas hasta qué punto es capaz de llegar la estupidez cuando se le da al
estúpido la posibilidad de mando organizativo. Y entonces, solamente entonces, agradeces al destino
el haberte privado de aquellas diezmilésimas que te habrían convertido en
alguien diferente a quien eres. Lo único que lamentas es no poder poner remedio
a situaciones venideras que acabarán llenado de indignación a quienes son
demasiado jóvenes para entender el porqué de todo esto. Ahora, creedme, cuando
vuelva a ver aparecer el furgón blindado con los exámenes futuros
convenientemente custodiados, echaré de
menos a alguien que sea capaz de llevárselo como aquel precursor llamado Dioni hizo
en su día. Probablemente cuando abra los sobres descubra cuánto de barata se
tasa la gilipollez.
viernes, 1 de febrero de 2019
La carta esférica
Dejarse
llevar por una firma suele acarrear un riesgo. Para bien o para mal, la
satisfacción o la decepción aparecerán a nada que concluyas la lectura de la
obra. Puede que reincidas o rechaces de plano al autor o autora de la misma.
Puede que asumas como tuyo el papel de admirador o el de ajeno destinatario de
sus letras. Sea como fuere, después de leerle infinidad de artículos en los
suplementos semanales, alguno de sus títulos llegó a mis manos. Si llega el
caso los comentaré convenientemente y si no es preciso pasaré de largo, de
puntillas sobre la impresión producida como lector. El hecho es que “La carta
esférica” ha aparecido hoy y a ella me voy a dirigir. Y lo haré después de
ingerir varias biodraminas que sean capaces de evitarme el mareo de semejante
travesía. Te embarcas en un argumento que se dispone a navegar en busca de
pecios o tesoros hundidos y ya no tienes posibilidad de huir. La trama te
otorga el papel de grumete y de proa a popa intentas no saltar por la borda en
mitad de la tormenta que provocan la infinita sucesión de términos náuticos. Te
pierdes y no existe un sextante capaz de orientarte en mitad del oleaje. No
sabes si lanzar al cielo una bengala que solicite tu rescate o dejarte llevar y
que sea lo que Neptuno quiera. Vislumbras de lejos el perfil de la costa y ansías
encallar lo más rápidamente posible aun que el precio a pagar sea permanecer robinsonianamente
recluido en una isla llamada pérdida de tiempo. Definitivamente, no eres ni vas
a ser nunca un lobo de mar. Las velas de la nave lectora se hincharon
provocando tu ilusión y no hubo forma.
Los corales, las corrientes, los faros, los arrecifes y los infinitos términos
oceánicos ni te suenan ni te van a adoptar. Da lo mismo si el Mediterráneo se ha ofrecido
como escenario si nada te invita a surcarlo en pos de un desarrollo de una historia
que te deja indiferente. Empiezas a entender que todo el mundo tiene limitaciones
y supones que no solamente tú serás capaz de reconocerlas. Sea como sea, el
cabotaje de esta carabela se hace eterno y el monocasco de la empatía hace
aguas sin remedio. Si alguien la disfrutó, enhorabuena; si alguien la gozó,
enhorabuena; si alguien se perdió, que encienda una hoguera y lance señales de
humo y espere el rescate.
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