jueves, 27 de abril de 2017

Antología poética de Bukowski

Desde luego si alguien intenta encontrar en este autor poemas habituales, que descarte de su mente semejante idea. Aquí no existe piedad alguna hacia el concepto almibarado que en tantas ocasiones se le atribuye al verso. Es más, no existe el verso concebido al estilo académico en ninguna de sus acepciones históricas o sometidas a cierto rigor. A Bukowski le importa bien poco la forma y su éxito lo vinculo al fondo. Un fondo tan profundo como el lumpen en el que se mueve a sus anchas extremando los excesos. Porque así es su poesía, su obra, su legado. Excesos que posiblemente tengan cierta justificación en sus experiencias familiares enmarcadas en depresiones sociales pero que en ningún modo habrían dado otro resultado diferente de haber sido diferentes las mismas. Supongo, quiero creer, que nació para vivir en el rojo y rechazó de plano cualquier otro atisbo de corrección social o cultural que lo pudiera calificar de dócil pluma. No, nada de eso podremos hallar en estos versos cargados de lujuria pornográfica, de etílicas caídas a los infiernos, de rechazos absolutos a un orden establecido en el que la acracia del creador se siente presa. Los lupanares, las pensiones abyectas, las esquinas putrefactas, los perdedores que le acompañan, son los que configuran un escenario del que no puedes salir indemne, ni falta que hace. En las antípodas de las musas encuentra la inspiración y en ella nos sumerge invitándonos a cuestionarnos quién es el errado si el ciudadano domesticado o el irreverente que no se deja someter. Detalladas secuencias de cómo entender las relaciones en las que la pluma es dirigida hacia una diana como si de una flecha se tratase buscando la reacción existencial. Indudablemente, si de poetas y locos, todos tenemos un poco, Charles Bukowski, demuestra bien a las claras que nadie es más cuerdo que aquel hace de su manuscrito lo que le da la gana. Un rebelde con causa o sin ella al que prestar atención para conocer de la mano de sus versos la cara oculta de la realidad que tantas veces resulta ser la auténtica y nos la negamos. Digamos adiós a las rimas plañideras, amorosas, conformistas, correctas, aceptables;  de todas estas ya vamos sobrados. Cojamos por banda a este genio, invitémonos a tragos largos, visitemos lugares muy poco recomendables y necesarios, hagámoslo acompañados de quienes tantas veces aparecen invisibles ante nuestra gris existencia y entonces quizás, solamente quizás, podamos entender el legado de sus anárquicas poesías. Borrad esta última cursilada que acabo de escribir. La poesía no debe entenderse; debe tenderse y que la más furiosa de las tormentas la moje o la seque a su antojo.    

martes, 25 de abril de 2017

El váter de Onetti

De las intervenciones radiofónicas llegué a “Mientras haya bares” y de ellos a “El váter de Onetti”. Y es que no hay nada comparable a encontrarte con un escritor que acaba usurpando tu puesto de aprendiz para poner en el papel aquello que tú no consigues. Sí, así es, así lo reconozco y así me encaminé de nuevo a las lecturas de Juan Tallón. Y lo primero que me llamó la atención fue esa sensación de vacío que provoca la suelta de amarras de un puerto que en nada te satisface para lanzarte a una travesía incierta. Pocos son los valientes que se atreven y por lo tanto había que dejarse llevar. Hasta que en el meollo del argumento, más allá de una crónica de escape personal del autor, vas descubriendo los entresijos que proporciona Madrid como madre nodriza de aquellos que deciden acudir a ella en busca de auxilio. Y en mitad de todo ello, como salidos de un entremés de varios actos salteados, las más variopintas situaciones por las que la acción se va desarrollando. Tugurios por los que perderse para intentar encontrarse, personajes vestidos con los disfraces de añoranzas, amores fugaces que se sueñan eternos; y sin tiempo que perder, saltos de argumentos como si cada uno de ellos pidiese su espacio desde el camerino de la hilaridad equilibrada entre las suposiciones y las certezas. Un retazo de naufragio que sin embargo te incita a lanzar un salvavidas de comprensión a aquellos que no encuentran la costa soñada. Historias hiladas en el telar de las vidas paralelas, ignoradas, compartidas o envidiadas. Un monólogo silencioso tras el que sumergirse como invitado fisgón a la espera de descubrir un desenlace que no esperas. Dejarás volar tu imaginación de la mano de la cadencia gallega que sigue la máxima de no manifestar del todo sus intenciones. Pensar si va o bien, si sube o baja, si entra o sale, quedará a criterio de cada quien. Y en medio de todo ello se abrirá de par en par una ventana por la que dejar entrar el aire renovador rubricado por la osadía. Una moraleja última que desde un principio sospechaste y que por mor del respeto dejaste llegar a ti. Nunca faltará un motivo para el cobarde que se vea inmovilizado por su propio temor si de mandar al váter aquello que no te satisface se trata. Para aquellos que aún están realizando ensayos sobre su decisión futura, este libro les indicará el camino. De seguirlo  no dependerá que la paleta de su vida siga vistiendo de grises o se torne multicolor. Una vez más, ¡ bravo , señor Tallón, bravo !    

miércoles, 12 de abril de 2017

Biografías o autobiografías

No dejan de ser una misma cosa. Un mismo punto vital que según quien lo describa tomará más o menos preponderancia. Si eres tú mismo quien decides darle carta de naturaleza a tu propio pasado puede que se desate en tu interior la lucha entre la sinceridad o la ocultación de aquello que no te deja en buen lugar. Con algo de atrevimiento intentarás hacer pasar por virtudes lo que quizás no lo sean y con ello elevar el ego al sitial de la magnificencia. Puede que con cierto recato decidas bajar al terreno de la normalidad cualquier logro y con ello curarte en humildad ante cualquier tentación ególatra. Si a pesar de todo ello has emprendido la incierta senda  de contarte para que recuenten los demás, las cartas estarán en el mazo dispuestas a voltearse a su capricho. Así que el dilema es tan arduo como complicado y lo mejor será un poco de reflexión. Realmente, ¿a quién le puede interesar tu vida? Si ya la han vivido a tu lado  corres el riesgo de aparecer como presuntuoso, falso, humilde, soberbio, pérfido o lenguaraz. Si no sabían de ti, lo más probable es que en nada deseen conocerte y la ignorancia a tus enunciados será el peor de sus remites. De modo que tengo la sensación de  que la mejor opción será la biografía y si me apuro, la hagiografía. Nadie suele hablar mal de los muertos, por poco respeto que les merezcan. Dará lo mismo si el resultado se acopla a lo que fue tu existencia o si el autor de la misma ha decidido demoler o erigir tu imagen. Nada importará ya y lo mejor será aceptar los que sus letras transcriban. El lento discurrir del reloj ejercerá de papel secante ante los borrones de tinta que acumules y quedarás más bonito que un san Luis. Tus deudas de actuaciones te serán condonadas y solo necesitarás de una generación para que se olviden definitivamente de quién fuiste. Quedarán, eso sí, tus obras. Y puede que entre ellas, entre las pautas de los cuadernos que tantas veces te calificaron, alguien sienta la necesidad que la curiosidad promueve y te resucite. Caso de que el viento vire a favor, ya verás cómo resucitan contigo todos aquellos que oyeron hablar de ti. Aparecerán anécdotas que ni siquiera conocías y darán crédito a lo que te convertirá en inmortal por un tiempo. Con lo tranquilo que estabas, y de nuevo en liza. Paciencia, es cuestión de modas. Así que si por un instante estás tentado de hablar sobre ti mismo, piénsalo con calma. Quizás será mejor darle carta de presentación a un protagonista que sea como tú, que haya vivido como tú, que haya pasado por tus mismas peripecias, pero que no lleve tu nombre. Si lo consigues, acabarás por convertirte en un novelista dominador del argumento. Y en caso de que la crítica no te sea favorable siempre podrás echarle la culpa al lector que no supo entender lo que la mentira mostraba y la verdad escondía.     

martes, 11 de abril de 2017

Educar o enseñar


Duelo de verbos que a pistola metafórica se desarrolla cada día en el bosque metafórico del aula. Educar o enseñar, he ahí la cuestión. Y la cuestión cuanto más confusa sea más que mejor como argumento a quienes viven diseñando grises para que todo se confunda, todo se mezcle, todo se desvirtúe y nada se logre salvo el premio del error. Será la norma a la que no me hago a la idea. Será quizás la sobrevaloración del “colegueo” que se tiene hacia los fijos a los que todo se le consiente. Qué fácil resulta educar así. Es más, con un poco de parche en el ojo del entendimiento podrás incluso ignorar que es tu propio hijo el que te está educando a ti desde sus propios valores que suelen llamarse caprichos. No te atreves a verlos cara a cara para no sentirte avergonzado y fracasado en tu labor como padre. Y caso de que te acuda la reflexión, con mirar a tus semejantes, hallarás el consuelo que aun sabiendo falso te alivia. Sabes que debes educarlo para que en el colegio le enseñen pero te es más cómodo dejarlo todo a los docentes. Así, tu responsabilidad desaparece, o eso crees. Sólo tendrás que plantearte la protesta cuando los logros, que obviamente tu vástago merece por ser tu vástago, no alcancen los objetivos que de nuevo obviamente crees a pies juntillas merecer. Nada le falta  y de todo carece por más que te vistas de avestruz. Y el tiempo pasará y el sentido inverso de la ceguera  acabará aportando luz a tus ojos desde otra escuela llamada vida. Allí sí que estarás definitivamente perdido porque ya desaparecieron de tu horizonte los culpables que te contaron las verdades. Quizás entonces  los busques en las amistades, en las malas influencias, en la rebeldía….Puede que sigas engañándote a base de seguir consintiéndole todos los caprichos que  sigue sin merecer y así alargues una jornada mal la llegada del fracaso doble. El suyo por haberse criado a su voluntad y el tuyo por haberlo permitido. Entonces, amigo mío, entonces será el momento de licenciarte con honores bajo el título de padre pero con minúsculas. Y lo peor es que habrás dado un modelo de actuación a tu hijo tan errático que posiblemente acabe otorgándole  la misma orla al cabo de un tiempo. Pero no pasará nada. Él quizás también considere que educar y enseñar van en el mismo lote y le corresponde a los docentes que tienen que soportar esa doble carga por ajena desidia. Quizás olvidaste una máxima que volverá a repetirse: Se educa en casa y se enseña en clase. Suerte para ambos; la vais a necesitar. Y no te preocupes, que si me cruzo contigo dentro de un tiempo, o con tu hijo, tendré la caridad de no echarte en cara el error que ya mismo estás cometiendo. Bastante pena llevarás como para alimentar más el fuego de vuestro fracaso. 

lunes, 10 de abril de 2017

La turbas


Que a nadie se le ocurra cambiar el nombre a la procesión si llega a Cuenca. La vulgaridad está de más y no se admite en la madrugada que enlaza al Jueves Santo con el Viernes Santo. Un acto más en el que las escenas de la Pasión cobran vida saliendo a la calle y descendiendo a ritmo de tambores los cofrades convertidos en plebe vociferante reclamando crucifixión. Todo esto en el entorno que la Ciudad Encantada presta año tras año al capítulo renovador de la fe mientras el frío intenta colarse entre las rendijas del alma. Y como comparsas, aquellos que acuden al grito de la algarabía con el equívoco propósito de presenciar lo que sólo los simples pueden buscar. No, no es un delirio alcohólico el que envalentona los improperios. Ni es el resoli el culpable de los desmanes que tantas veces se exageran para desvirtuar la pura esencia. Quien acude a la llamada de la borrachera debería optar por buscar otros alicientes más profanos para consolar su escaso entendimiento. De nada les servirá escudarse en el tumulto para dar crédito a su actitud. No se ha entendido el verdadero sentido y sobran. No será necesaria la presencia intimidatoria para hacérselo saber cuando por sí mismos comprueben lo ridículo de su propuesta. Han llegado al lugar exacto en el momento erróneo y no les quedará otra que pasar la noche a la intemperie buscando sin hallar respuestas.  Los turbos, turbados por ser su noche mágica, bailarán a los tronos y las proclamas  serán tan comedidas como respetuosas más allá de las creencias, más acá del sentido de la verdad. El arte barroco volverá a dar sentido al Júcar y desde la Sierra se alzarán los vuelos de las alondras anunciando la madrugada vestidas de luto. Horas después, el silencio se hará presente cumpliendo con su pacto doloroso. Pero esta noche, esta mágica noche, los capirotes esconderán más de una lágrima en aquellos rostros que ven pasar los ciclos y sus ciclos se renuevan. Renunciad. Aquellos que penséis acudir con otras intenciones, quedaos en casa. Cuenca no os echará en falta porque esa noche, las borracheras le son ajenas. Acudid. Aquellos que no la hayáis presenciado aún, acudid. Veréis en vivo cómo se conjugan al unísono la magia de una procesión, la fe multitudinaria y el sentido estético descendiendo de las cumbres. Quedaréis turbados y el recuerdo será perpetuo. Una vez entrado el día, cada cual podrá dar rienda suelta a su contención o a su liberación según le apetezca o considere. Pero esta madrugada pertenece a Cuenca y así ha de seguir siendo.

viernes, 7 de abril de 2017

El bar


Cualquier autor, director, escritor, inventor, actor, debe tener su sello identificativo. Es su signo personal y nos permite a los demás reconocerlo y saber qué nos deparará su próxima obra. De modo que siguiendo este planteamiento eché mano de la memoria y aterricé en “Acción mutante”, en “La comunidad”, en “Crimen Ferpecto” y sobre todo en “El día de la bestia” para pasaportarme al nuevo producto de Álex de la Iglesia. En esta ocasión es un bar el escenario cotidiano en el que la acción se desarrolla. Una mera circunstancia acaba haciendo confluir en semejante lugar a determinadas personas tan anónimas como perfectamente identificables en cualquier barrio de una gran ciudad. En ese conglomerado de vidas ignoradas las virtudes y sobre manera las carencias vitales salen a la luz en la medida que el argumento previsible de la cotidianeidad se altera. El motivo de tal alteración no es otro que la sospecha de los presentes hacia un virus letal que alguien ha traído sin permiso ni previo aviso a su anodina mañana. Los primeros veinte minutos galopan sobre las butacas como ráfagas de presentación de cada uno de los partícipes y a medida que la historia da un giro a base de balazos lo peor de toda condición humana aparece. Y hace acto de presencia la tensión desde un ambiente claustrofóbicamente planificado en el que las decisiones a tomar se diluyen entre toques sutiles de humor casposo. El “mendigo predicador” más parece un “ángel exterminador” que renuncia a la piedad si de sobrevivir se trata. La incesante desaparición de los valores saca a la luz lo peor del ser humano convirtiéndolo en bestia irracional y la pregunta queda flotando en el ambiente de la sala. ¿Seríamos capaces de ceder turno a quien nos disputa la vida? Cada quien lo juzgaría desde la placidez de una butaca y nadie sabe cómo reaccionaría llegado el caso, o quizás sí. Sea como fuere, lo que no dejó lugar a la duda fue comprobar desde el silencio final la aceptación de los presentes a este nuevo producto de Álex de la Iglesia. Salas más allá, otras proyecciones competían abarrotando patios con nuevos remakes, melodramas lacrimógenos o comedias de tres al cuarto. Para gustos los colores y para colores el arco iris al que cada cual se sube cuando decide degustar el buen cine. Estoy meditando si la próxima vez que entre a un bar los que acudan a la par, los que ya estén, o los que amenacen con entrar sabrán de las sorpresas que nos puede deparar a nada que la paranoia se desate entre nosotros. Habrá que ir con cuidado no vaya a ser que la realidad supere ampliamente a la ficción.   

miércoles, 5 de abril de 2017

Los bailes de salón

Así, ni más ni menos, bailes de salón. Como si de la corte de Francia o la de Baviera se tratase, esta etiqueta ha venido a dar crédito a semejante moda. Y ha llegado de la mano, o mejor, de los pies, de aquellos ritmos cadenciosos que tienen remite caribeño. Así, como el que no quiere la cosa, quien más quien menos se ha visto envuelto en una polifonía más propia de la orquesta de Pérez Prado o de Tito Puente, que en un representante fidedigno de los pasos autóctonos. Atrás quedaron los pasodobles o las rancheras que tantas noches de gloria proporcionasen a los dueños de las verbenas. Nada es igual y nada volverá a serlo. El vallenato, la cumbia, el guaguancó, la guaracha y el inigualable merengue, se han aposentado a pie firme y han decidido convertir a los otrora envidiosos en vivas imágenes de los bailarines mulatones sin serlo. Aún no, todavía no, se ha instalado como jerarca absoluto el reggaetón, pero lleva camino. A base de repeticiones desde las infinitas gargantas  prefabricadas insiste en llegar al podio y su turno está presto a vestirse  de gala. Como mera reliquia quedan los pasos aprendidos a pies juntillas con sabor a lejano oeste. Ahí, sí, ahí las dotes de cowboy lucían y siguen luciendo en todo su esplendor nada más aparecer los primeros acordes. Los duchos se adueñan del piso y los menos diestros trastabillan torpemente sin saber si van o vienen en mitad de semejantes giros vaqueros. Ha reinado durante casi una década y su solitaria presencia tejana se va diluyendo entre las trompetas, trombones de varas, bongoes, timbales y claves. Lo de bailar a tu antojo quedó relegado como quedan los proscritos que se niegan a seguir una norma. Y por si aún quedase alguna duda, la incesante presencia televisiva de programas al respecto te conmina a tomar medidas con carácter de urgencia. Si  alguna duda te asalta sobre si serás capaz de adquirir semejantes virtudes, lo mejor será que observes desde una distancia convenientemente larga y calibres tu nivel de aprendizaje futuro. Puede que eches de menos a Rita Moreno como profesora  y acabes comprendiendo que la adquisición mecánica es una cosa y la gracia innata es otra. Sea como sea, a ver si esta vez no hago pereza y me apunto a clases de baile y doy con algún profesor paciente. Prometo dejarlas si para poderlo llevar a cabo necesito contar los pasos para no errar y pisar a mi pareja. Eso sí, cuando vuelva a sonar la melodía que suplica no romper más el corazón, me cueste lo que me cueste, me echaré a un lado. Hay cosas que no pueden ser cuando no pueden ser y además son imposibles.
Las suposiciones


Resulta altamente hilarante el mundo de las suposiciones. Ese universo en el que la mente decide campar a sus anchas mientras imaginamos lo que puede ocultar o manifestar un gesto del de enfrente, una mirada del de costado, un rictus del que te precede. Curioso mundo, sin duda. Curioso y además enigmático cuando te empeñas en sentirte dueño de la certidumbre que no te corresponde. Como guion temporal no resulta especialmente gravoso si sabes que cumple con unos ilusos requisitos que tú mismo has diseñado y a los que das fin en el capítulo venidero. Caso de quererlo convertir en un capítulo más de una serie inacabable, lo más probable, será que la propia decadencia del argumento le otorgue el responso preciso. Creo que por eso en la actualidad la caducidad se nos ofrece como remedio necesario, preciso, ecuánime e insoslayable. Por más aditivos conservantes que se le añada a la circunstancia caduca, si es tal, en caduca permanece. Si está envasada, probablemente la hinchazón denotará su estado y como tal necesitará de la solución inmediata. Si no lo está, solo se precisará dejar pasar el tiempo para que llegue al estado anterior y actuar en consecuencia. Y aquí las suposiciones ya no lo son. Pasarán  a ser constataciones y como tales se convertirán en irrefutables. De modo que la  mejor manera de actuar será desmontar el panfleto que las fue encumbrando en pseudorrealidades y mirar fijamente el trasfondo de las mismas. En más de una ocasión no nos hemos atrevido a hacerlo, nos hemos empecinado en no ver su naturaleza, y hemos dado de sopetón con la cruda realidad que no vimos o no quisimos ver. Ciegos que no quisieron abrir los ojos nos preceden en este error y de los errores se suele aprender. Sobre todo suele hacerlo quien está dispuesto a ello. Y las entelequias superpuestas a las que se les quiera dar pátina de realidad no dejarán de ser humos de fuegos artificiales que el viento alejará más pronto que tarde. A nada que decidamos hacerlo comprobaremos que de todos los tipos de sueños el menos recomendable es el llevado a cabo despiertos. De este tipo de ensoñación se suelen derivar suposiciones que en nada convienen a nuestra psique si queremos mantenerla en estable equilibrio. No hará falta más diván que aquel que llevamos con nosotros mismos para dar respuesta a una sesión de psicoanálisis tan necesaria como irremediable. Actuar de modo diferente no será una suposición más, sino un error repetitivo llamado irrealidad.  

martes, 4 de abril de 2017

Las barberías


Han vuelto y se esparcen por doquier a modo de esporas de helechos en el amplio espectro que la moda diseña. Barberías, y punto. Nada de peluquerías, ni salones de belleza, que tanto tiempo difuminaron el auténtico valor de la artesanía capilar en manos de expertos. Cambiantes rumbos los que fueron sucediéndose hasta llegar a ser lo que ahora vuelven a ser. Unos tronos de recias formas en los que el osado se convierte en señor a manos del fígaro de turno. Nada de baberos con bolsillos sobre los que depositar las tijeras o encerrar las navajas. Nada de estanterías acristaladas en las que el  bote de Floyd se daba codazos con las lacas buscando su mejor perfil cara al cliente. Y la luna, esa inmensa luna sobre la que nuestro simétrico empezaba a interrogarse de modo silencioso sobre cuál sería el resultado último de aquella puesta a punto de los cabellos. Y sobre la acera, el cilindro tricolor afrancesado dando gritos silenciosos sobre la labor que dentro se ejerce. Tras el giratorio, el tintineo de las manos de aquel que tatuado sigue acorde a la moda y se dispone a dar cumplida cuenta de sus habilidades. El brazo soportando el peso de la badana sobre la que buscar afilado el acero navajil. Una mano sujetando el rostro y otra deslizándose suavemente sobre los carrillos. Y el ritual retrocediendo en el recuerdo  a aquellas tardes en las que las tertulias se esparcían con las boinas colgadas del perchero de turno. Polvos de talco a modo de pátina eliminadora de picores mientras la brocha se ahogaba en el cacillo espumoso del jabón rampante. Y la radio, aquella radio con dimensiones decamétricas, como convidada de piedra muda, para dar un toque vintage a lo que nunca volverá a ser auténtico. Cuestión de modas por encima del cepillo recolector de greñas pluviosas sobre las baldosas de aquellos reductos.  Puede que si algunos de los clientes actuales tuviesen la oportunidad de inmiscuirse en aquellas jornadas de manos del hoy descubrirían los mil porqués de su existencia. Una existencia que a menudo se construye con los pilares tan desgastados por el olvido como pulidos por la perdurabilidad. Esas barberías, esos tabernáculos de la tertulia sabia de generaciones precedentes, han decidido hacerse oír. Ni ellas mismas saben cuánto les durará el auge y tampoco les importa. En la propia condición humana está el hecho renovador de cambiar para seguir definitivamente, siendo lo que somos. Ahora que mi cráneo no necesita de su periódica visita, ahora, es cuando más necesitaría de su presencia para dar testimonio de un tiempo que sigue siendo tricolor y oliendo a colonia a granel.     

lunes, 3 de abril de 2017

Las puertas


Son esas aduaneras que franquean paso o lo niegan según la voluntad de quien las maneja. Esos tabiques movibles que se convierten en celadoras de intimidades nada más echar la llave y que en el mejor de los casos adquieren por propia voluntad el derecho a abrirse o ser abiertas. Puede que el picaporte que antaño las coronaba haya dejado paso a un mínimo rectángulo estridente que sonará de mil modos distintos según la polifonía elegida. De suerte que siguiendo las normas ciudadanas de cortesía, un leve toque, o dos a lo sumo, otorgarán la respuesta del silencio a quien insiste en solicitar paso si así lo considera el dueño del habitáculo. Poco debe importar al llamante si los motivos que al otro lado de la blindada debaten el acceso o no. De nada sirve, es más, acaba hartando, la repetición de toques si los oídos sordos decidieron ignorarlos. Las llaves cerraron convenientemente los pernos y nada podrá retrocederlos en tal decisión. No será necesario escrutar señales cuando es evidente que en nada interesa al ocupante de la vivienda lo que se le ofrece. Si clausuró el acceso posiblemente fuese por tener otras ocupaciones, necesitar emplear su tiempo en otros menesteres o hacer lo que le dé la gana. Así de simple y así de claro. Ni alharacas, ni ofertas, ni vueltas alrededor darán como resultado lo que está claro, se entienda o no, se acepte o no, por parte del llegado al umbral. Cada quien es libre  de llevar su tiempo por los vericuetos que más le plazcan y lo demás está de más. Es tan sencillo de entender que a veces cuesta entender que no se entienda. Todo lo cual redunda en un ciclo absurdo de preguntas sin respuesta por parte de quien insiste en la apertura. Los ciclos terminan y como tales dejan caer las hojas de calendarios en los otoños vitales. Metáfora vital, sin duda, la de las puertas. Ni siquiera aquellas que disponían de doble cuerpo se siguen fabricando. No son necesarias y lo corrobora el hecho de no ser solicitadas. Los remaches se oxidaron y ni siquiera el linóleo que las ansias de rejuvenecimiento proponen dará lugar a una nueva presencia. Y en caso de ver por la rendija inferior la luz encendida lo normal será pensar que se debe a algún cortocircuito o llave permutada en malas condiciones. Abrir puertas  cerradas únicamente se le puede abrir al campo, y el campo, como tal, está abierto a cualquiera por propia naturaleza. Así que cierro la puerta de nuevo, y quien quiera que le abra, con una sola vez que llame sabrá si  abro o dejo cerrada mi puerta blindada. Justo, justo, lo mismo que he aprendido desde bien pequeño a hacer y sigo haciendo. ¿A que se me entiende?