Antología poética de Bukowski
Relatos para compartir con aquell@s que se vean reflejad@s.
jueves, 27 de abril de 2017
martes, 25 de abril de 2017
El váter de Onetti
miércoles, 12 de abril de 2017
Biografías o autobiografías
No dejan de ser una misma cosa. Un mismo punto vital que según quien lo
describa tomará más o menos preponderancia. Si eres tú mismo quien decides
darle carta de naturaleza a tu propio pasado puede que se desate en tu interior
la lucha entre la sinceridad o la ocultación de aquello que no te deja en buen
lugar. Con algo de atrevimiento intentarás hacer pasar por virtudes lo que
quizás no lo sean y con ello elevar el ego al sitial de la magnificencia. Puede
que con cierto recato decidas bajar al terreno de la normalidad cualquier logro
y con ello curarte en humildad ante cualquier tentación ególatra. Si a pesar de
todo ello has emprendido la incierta senda
de contarte para que recuenten los demás, las cartas estarán en el mazo
dispuestas a voltearse a su capricho. Así que el dilema es tan arduo como
complicado y lo mejor será un poco de reflexión. Realmente, ¿a quién le puede
interesar tu vida? Si ya la han vivido a tu lado corres el riesgo de aparecer como
presuntuoso, falso, humilde, soberbio, pérfido o lenguaraz. Si no sabían de ti,
lo más probable es que en nada deseen conocerte y la ignorancia a tus
enunciados será el peor de sus remites. De modo que tengo la sensación de que la mejor opción será la biografía y si me
apuro, la hagiografía. Nadie suele hablar mal de los muertos, por poco respeto
que les merezcan. Dará lo mismo si el resultado se acopla a lo que fue tu
existencia o si el autor de la misma ha decidido demoler o erigir tu imagen.
Nada importará ya y lo mejor será aceptar los que sus letras transcriban. El
lento discurrir del reloj ejercerá de papel secante ante los borrones de tinta
que acumules y quedarás más bonito que un san Luis. Tus deudas de actuaciones
te serán condonadas y solo necesitarás de una generación para que se olviden
definitivamente de quién fuiste. Quedarán, eso sí, tus obras. Y puede que entre
ellas, entre las pautas de los cuadernos que tantas veces te calificaron,
alguien sienta la necesidad que la curiosidad promueve y te resucite. Caso de
que el viento vire a favor, ya verás cómo resucitan contigo todos aquellos que
oyeron hablar de ti. Aparecerán anécdotas que ni siquiera conocías y darán
crédito a lo que te convertirá en inmortal por un tiempo. Con lo tranquilo que
estabas, y de nuevo en liza. Paciencia, es cuestión de modas. Así que si por un
instante estás tentado de hablar sobre ti mismo, piénsalo con calma. Quizás
será mejor darle carta de presentación a un protagonista que sea como tú, que
haya vivido como tú, que haya pasado por tus mismas peripecias, pero que no
lleve tu nombre. Si lo consigues, acabarás por convertirte en un novelista
dominador del argumento. Y en caso de que la crítica no te sea favorable
siempre podrás echarle la culpa al lector que no supo entender lo que la
mentira mostraba y la verdad escondía.
martes, 11 de abril de 2017
Educar o enseñar
Duelo de verbos que a pistola metafórica se desarrolla cada día en el
bosque metafórico del aula. Educar o enseñar, he ahí la cuestión. Y la cuestión
cuanto más confusa sea más que mejor como argumento a quienes viven diseñando
grises para que todo se confunda, todo se mezcle, todo se desvirtúe y nada se
logre salvo el premio del error. Será la norma a la que no me hago a la idea.
Será quizás la sobrevaloración del “colegueo” que se tiene hacia los fijos a
los que todo se le consiente. Qué fácil resulta educar así. Es más, con un poco
de parche en el ojo del entendimiento podrás incluso ignorar que es tu propio
hijo el que te está educando a ti desde sus propios valores que suelen llamarse
caprichos. No te atreves a verlos cara a cara para no sentirte avergonzado y
fracasado en tu labor como padre. Y caso de que te acuda la reflexión, con
mirar a tus semejantes, hallarás el consuelo que aun sabiendo falso te alivia.
Sabes que debes educarlo para que en el colegio le enseñen pero te es más
cómodo dejarlo todo a los docentes. Así, tu responsabilidad desaparece, o eso
crees. Sólo tendrás que plantearte la protesta cuando los logros, que
obviamente tu vástago merece por ser tu vástago, no alcancen los objetivos que
de nuevo obviamente crees a pies juntillas merecer. Nada le falta y de todo carece por más que te vistas de
avestruz. Y el tiempo pasará y el sentido inverso de la ceguera acabará aportando luz a tus ojos desde otra
escuela llamada vida. Allí sí que estarás definitivamente perdido porque ya
desaparecieron de tu horizonte los culpables que te contaron las verdades.
Quizás entonces los busques en las
amistades, en las malas influencias, en la rebeldía….Puede que sigas
engañándote a base de seguir consintiéndole todos los caprichos que sigue sin merecer y así alargues una jornada
mal la llegada del fracaso doble. El suyo por haberse criado a su voluntad y el
tuyo por haberlo permitido. Entonces, amigo mío, entonces será el momento de
licenciarte con honores bajo el título de padre pero con minúsculas. Y lo peor
es que habrás dado un modelo de actuación a tu hijo tan errático que
posiblemente acabe otorgándole la misma
orla al cabo de un tiempo. Pero no pasará nada. Él quizás también considere que
educar y enseñar van en el mismo lote y le corresponde a los docentes que
tienen que soportar esa doble carga por ajena desidia. Quizás olvidaste una
máxima que volverá a repetirse: Se educa en casa y se enseña en clase. Suerte
para ambos; la vais a necesitar. Y no te preocupes, que si me cruzo contigo
dentro de un tiempo, o con tu hijo, tendré la caridad de no echarte en cara el
error que ya mismo estás cometiendo. Bastante pena llevarás como para alimentar
más el fuego de vuestro fracaso.
lunes, 10 de abril de 2017
La turbas
Que a nadie se le ocurra cambiar el nombre a la procesión si llega a
Cuenca. La vulgaridad está de más y no se admite en la madrugada que enlaza al
Jueves Santo con el Viernes Santo. Un acto más en el que las escenas de la
Pasión cobran vida saliendo a la calle y descendiendo a ritmo de tambores los
cofrades convertidos en plebe vociferante reclamando crucifixión. Todo esto en
el entorno que la Ciudad Encantada presta año tras año al capítulo renovador de
la fe mientras el frío intenta colarse entre las rendijas del alma. Y como
comparsas, aquellos que acuden al grito de la algarabía con el equívoco
propósito de presenciar lo que sólo los simples pueden buscar. No, no es un
delirio alcohólico el que envalentona los improperios. Ni es el resoli el culpable
de los desmanes que tantas veces se exageran para desvirtuar la pura esencia.
Quien acude a la llamada de la borrachera debería optar por buscar otros
alicientes más profanos para consolar su escaso entendimiento. De nada les
servirá escudarse en el tumulto para dar crédito a su actitud. No se ha
entendido el verdadero sentido y sobran. No será necesaria la presencia
intimidatoria para hacérselo saber cuando por sí mismos comprueben lo ridículo
de su propuesta. Han llegado al lugar exacto en el momento erróneo y no les
quedará otra que pasar la noche a la intemperie buscando sin hallar
respuestas. Los turbos, turbados por ser
su noche mágica, bailarán a los tronos y las proclamas serán tan comedidas como respetuosas más allá
de las creencias, más acá del sentido de la verdad. El arte barroco volverá a
dar sentido al Júcar y desde la Sierra se alzarán los vuelos de las alondras
anunciando la madrugada vestidas de luto. Horas después, el silencio se hará
presente cumpliendo con su pacto doloroso. Pero esta noche, esta mágica noche,
los capirotes esconderán más de una lágrima en aquellos rostros que ven pasar
los ciclos y sus ciclos se renuevan. Renunciad. Aquellos que penséis acudir con
otras intenciones, quedaos en casa. Cuenca no os echará en falta porque esa
noche, las borracheras le son ajenas. Acudid. Aquellos que no la hayáis
presenciado aún, acudid. Veréis en vivo cómo se conjugan al unísono la magia de
una procesión, la fe multitudinaria y el sentido estético descendiendo de las
cumbres. Quedaréis turbados y el recuerdo será perpetuo. Una vez entrado el
día, cada cual podrá dar rienda suelta a su contención o a su liberación según
le apetezca o considere. Pero esta madrugada pertenece a Cuenca y así ha de
seguir siendo.
viernes, 7 de abril de 2017
El bar
Cualquier
autor, director, escritor, inventor, actor, debe tener su sello identificativo.
Es su signo personal y nos permite a los demás reconocerlo y saber qué nos
deparará su próxima obra. De modo que siguiendo este planteamiento eché mano de
la memoria y aterricé en “Acción mutante”, en “La comunidad”, en “Crimen
Ferpecto” y sobre todo en “El día de la bestia” para pasaportarme al nuevo
producto de Álex de la Iglesia. En esta ocasión es un bar el escenario
cotidiano en el que la acción se desarrolla. Una mera circunstancia acaba
haciendo confluir en semejante lugar a determinadas personas tan anónimas como
perfectamente identificables en cualquier barrio de una gran ciudad. En ese
conglomerado de vidas ignoradas las virtudes y sobre manera las carencias
vitales salen a la luz en la medida que el argumento previsible de la
cotidianeidad se altera. El motivo de tal alteración no es otro que la sospecha
de los presentes hacia un virus letal que alguien ha traído sin permiso ni
previo aviso a su anodina mañana. Los primeros veinte minutos galopan sobre las
butacas como ráfagas de presentación de cada uno de los partícipes y a medida
que la historia da un giro a base de balazos lo peor de toda condición humana
aparece. Y hace acto de presencia la tensión desde un ambiente
claustrofóbicamente planificado en el que las decisiones a tomar se diluyen
entre toques sutiles de humor casposo. El “mendigo predicador” más parece un
“ángel exterminador” que renuncia a la piedad si de sobrevivir se trata. La
incesante desaparición de los valores saca a la luz lo peor del ser humano
convirtiéndolo en bestia irracional y la pregunta queda flotando en el ambiente
de la sala. ¿Seríamos capaces de ceder turno a quien nos disputa la vida? Cada
quien lo juzgaría desde la placidez de una butaca y nadie sabe cómo
reaccionaría llegado el caso, o quizás sí. Sea como fuere, lo que no dejó lugar
a la duda fue comprobar desde el silencio final la aceptación de los presentes
a este nuevo producto de Álex de la Iglesia. Salas más allá, otras proyecciones
competían abarrotando patios con nuevos remakes, melodramas lacrimógenos o
comedias de tres al cuarto. Para gustos los colores y para colores el arco iris
al que cada cual se sube cuando decide degustar el buen cine. Estoy meditando
si la próxima vez que entre a un bar los que acudan a la par, los que ya estén,
o los que amenacen con entrar sabrán de las sorpresas que nos puede deparar a
nada que la paranoia se desate entre nosotros. Habrá que ir con cuidado no vaya
a ser que la realidad supere ampliamente a la ficción.
miércoles, 5 de abril de 2017
Los bailes de salón
Las suposiciones
Resulta altamente hilarante el mundo de las suposiciones. Ese universo en
el que la mente decide campar a sus anchas mientras imaginamos lo que puede
ocultar o manifestar un gesto del de enfrente, una mirada del de costado, un
rictus del que te precede. Curioso mundo, sin duda. Curioso y además enigmático
cuando te empeñas en sentirte dueño de la certidumbre que no te corresponde.
Como guion temporal no resulta especialmente gravoso si sabes que cumple con
unos ilusos requisitos que tú mismo has diseñado y a los que das fin en el
capítulo venidero. Caso de quererlo convertir en un capítulo más de una serie
inacabable, lo más probable, será que la propia decadencia del argumento le
otorgue el responso preciso. Creo que por eso en la actualidad la caducidad se
nos ofrece como remedio necesario, preciso, ecuánime e insoslayable. Por más
aditivos conservantes que se le añada a la circunstancia caduca, si es tal, en
caduca permanece. Si está envasada, probablemente la hinchazón denotará su
estado y como tal necesitará de la solución inmediata. Si no lo está, solo se
precisará dejar pasar el tiempo para que llegue al estado anterior y actuar en
consecuencia. Y aquí las suposiciones ya no lo son. Pasarán a ser constataciones y como tales se
convertirán en irrefutables. De modo que la
mejor manera de actuar será desmontar el panfleto que las fue
encumbrando en pseudorrealidades y mirar fijamente el trasfondo de las mismas.
En más de una ocasión no nos hemos atrevido a hacerlo, nos hemos empecinado en
no ver su naturaleza, y hemos dado de sopetón con la cruda realidad que no vimos
o no quisimos ver. Ciegos que no quisieron abrir los ojos nos preceden en este
error y de los errores se suele aprender. Sobre todo suele hacerlo quien está
dispuesto a ello. Y las entelequias superpuestas a las que se les quiera dar
pátina de realidad no dejarán de ser humos de fuegos artificiales que el viento
alejará más pronto que tarde. A nada que decidamos hacerlo comprobaremos que de
todos los tipos de sueños el menos recomendable es el llevado a cabo
despiertos. De este tipo de ensoñación se suelen derivar suposiciones que en
nada convienen a nuestra psique si queremos mantenerla en estable equilibrio.
No hará falta más diván que aquel que llevamos con nosotros mismos para dar
respuesta a una sesión de psicoanálisis tan necesaria como irremediable. Actuar
de modo diferente no será una suposición más, sino un error repetitivo llamado
irrealidad.
martes, 4 de abril de 2017
Las barberías
Han vuelto y se esparcen por doquier a modo de esporas de helechos en el
amplio espectro que la moda diseña. Barberías, y punto. Nada de peluquerías, ni
salones de belleza, que tanto tiempo difuminaron el auténtico valor de la
artesanía capilar en manos de expertos. Cambiantes rumbos los que fueron
sucediéndose hasta llegar a ser lo que ahora vuelven a ser. Unos tronos de
recias formas en los que el osado se convierte en señor a manos del fígaro de
turno. Nada de baberos con bolsillos sobre los que depositar las tijeras o
encerrar las navajas. Nada de estanterías acristaladas en las que el bote de Floyd se daba codazos con las lacas
buscando su mejor perfil cara al cliente. Y la luna, esa inmensa luna sobre la
que nuestro simétrico empezaba a interrogarse de modo silencioso sobre cuál
sería el resultado último de aquella puesta a punto de los cabellos. Y sobre la
acera, el cilindro tricolor afrancesado dando gritos silenciosos sobre la labor
que dentro se ejerce. Tras el giratorio, el tintineo de las manos de aquel que
tatuado sigue acorde a la moda y se dispone a dar cumplida cuenta de sus
habilidades. El brazo soportando el peso de la badana sobre la que buscar
afilado el acero navajil. Una mano sujetando el rostro y otra deslizándose
suavemente sobre los carrillos. Y el ritual retrocediendo en el recuerdo a aquellas tardes en las que las tertulias se
esparcían con las boinas colgadas del perchero de turno. Polvos de talco a modo
de pátina eliminadora de picores mientras la brocha se ahogaba en el cacillo
espumoso del jabón rampante. Y la radio, aquella radio con dimensiones
decamétricas, como convidada de piedra muda, para dar un toque vintage a lo que
nunca volverá a ser auténtico. Cuestión de modas por encima del cepillo
recolector de greñas pluviosas sobre las baldosas de aquellos reductos. Puede que si algunos de los clientes actuales
tuviesen la oportunidad de inmiscuirse en aquellas jornadas de manos del hoy
descubrirían los mil porqués de su existencia. Una existencia que a menudo se
construye con los pilares tan desgastados por el olvido como pulidos por la
perdurabilidad. Esas barberías, esos tabernáculos de la tertulia sabia de
generaciones precedentes, han decidido hacerse oír. Ni ellas mismas saben
cuánto les durará el auge y tampoco les importa. En la propia condición humana
está el hecho renovador de cambiar para seguir definitivamente, siendo lo que
somos. Ahora que mi cráneo no necesita de su periódica visita, ahora, es cuando
más necesitaría de su presencia para dar testimonio de un tiempo que sigue
siendo tricolor y oliendo a colonia a granel.
lunes, 3 de abril de 2017
Las puertas
Son esas aduaneras que franquean paso o lo niegan según la voluntad de
quien las maneja. Esos tabiques movibles que se convierten en celadoras de
intimidades nada más echar la llave y que en el mejor de los casos adquieren
por propia voluntad el derecho a abrirse o ser abiertas. Puede que el picaporte
que antaño las coronaba haya dejado paso a un mínimo rectángulo estridente que
sonará de mil modos distintos según la polifonía elegida. De suerte que
siguiendo las normas ciudadanas de cortesía, un leve toque, o dos a lo sumo,
otorgarán la respuesta del silencio a quien insiste en solicitar paso si así lo
considera el dueño del habitáculo. Poco debe importar al llamante si los
motivos que al otro lado de la blindada debaten el acceso o no. De nada sirve,
es más, acaba hartando, la repetición de toques si los oídos sordos decidieron
ignorarlos. Las llaves cerraron convenientemente los pernos y nada podrá
retrocederlos en tal decisión. No será necesario escrutar señales cuando es
evidente que en nada interesa al ocupante de la vivienda lo que se le ofrece.
Si clausuró el acceso posiblemente fuese por tener otras ocupaciones, necesitar
emplear su tiempo en otros menesteres o hacer lo que le dé la gana. Así de
simple y así de claro. Ni alharacas, ni ofertas, ni vueltas alrededor darán
como resultado lo que está claro, se entienda o no, se acepte o no, por parte
del llegado al umbral. Cada quien es libre
de llevar su tiempo por los vericuetos que más le plazcan y lo demás
está de más. Es tan sencillo de entender que a veces cuesta entender que no se
entienda. Todo lo cual redunda en un ciclo absurdo de preguntas sin respuesta
por parte de quien insiste en la apertura. Los ciclos terminan y como tales
dejan caer las hojas de calendarios en los otoños vitales. Metáfora vital, sin
duda, la de las puertas. Ni siquiera aquellas que disponían de doble cuerpo se
siguen fabricando. No son necesarias y lo corrobora el hecho de no ser
solicitadas. Los remaches se oxidaron y ni siquiera el linóleo que las ansias
de rejuvenecimiento proponen dará lugar a una nueva presencia. Y en caso de ver
por la rendija inferior la luz encendida lo normal será pensar que se debe a
algún cortocircuito o llave permutada en malas condiciones. Abrir puertas cerradas únicamente se le puede abrir al
campo, y el campo, como tal, está abierto a cualquiera por propia naturaleza.
Así que cierro la puerta de nuevo, y quien quiera que le abra, con una sola vez
que llame sabrá si abro o dejo cerrada
mi puerta blindada. Justo, justo, lo mismo que he aprendido desde bien pequeño
a hacer y sigo haciendo. ¿A que se me entiende?
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