domingo, 30 de diciembre de 2018


Remember


Suele ser un acicate suficiente la curiosidad. Suele ser la catalizadora de reacciones que te lleva a la reacción química que no conoce de solutos ni disolventes y sin embargo te anticipa unos resultados, al menos, curiosos, al menos, festivos, al menos inesperados. De modo que aún a sabiendas de que el remember anunciado no era exactamente el que te corresponde, allá que acudes y a ver qué pasa. Y conforme asciendes las escaleras de lo que otrora fuera Casablanca, dejando a tus pies lo que fuera Tropical, llegas a la pista y allí están. Aquellos que dieran santo y seña de la más famosa ruta bakala de los años ochenta, allí están. Y entre ellos intentas descubrir a aquellos que aquella mañana dominguera detuvieron su Citröen AX en la gasolinera de paso, abrieron las puertas, aumentaron decibelios, pusieron en marcha el lavadero y decidieron ser ellos quienes pasaran por los rulos de plástico mientras el vehículo les observaba a metros de distancia. Inolvidable imagen que daba fe y testimonio risueño de quienes se habían metido entre pecho y espalda cientos de kilómetros en busca de barracas, bunkers o chocolates festivaleros. Todo en pos de la fiesta que exigía cuatro días por semana de desmelene y desmadre. Atrás quedaron los ritmos discotequeros del funky y la electrónica era la dueña y señora de las agujas y pistas. Y así se planteaba la noche unas décadas después, unos peldaños más arriba. Allí lo que se apreciaba era el poder inexorable del paso del tiempo. Las crines habían dejado paso a las calvas, las tersas a las arrugas y los pasos a los bastones. En algún caso, el ritmo intentaba parecerse al que años atrás inundase los aparcamientos y las emociones del tiempo pasado volvían a hacerse presentes. Sobre la cabina, los djs intentaban recolocar los temas en los tímpanos de los crecidos adolescentes y todo sonaba a regreso al futuro. En los bolsillos se adivinaban los perfiles de las pastillas que antaño fueron y ahora seguían siendo, pero con otras indicaciones, me temo. Aquellas incitadoras al baile y desenfreno se hacían a un lado y dejaban hueco a las de la hipertensión. Daba igual, nada importaba. Lo realmente válido fue dejar constancia de pertenencia a un tiempo que dejó huella y puso sello a una forma de diversión que seguía vigente en los ánimos de los eternamente jóvenes. Más de uno faltó a la cita y quiero pensar que un punto de nostalgia le llegó cuando supo que no podría asistir. La vida, nos guste o no, marca su ritmo. Y el ritmo de aquellos años, siempre, siempre, seguirá presente en aquellos que los vivieron con la intensidad que se suele vivir cuando el futuro está demasiado lejos.

sábado, 29 de diciembre de 2018


Aretha Franklin en OFF


Desde siempre me cautivó la música soul. Desde siempre, desde que tengo conciencia de ello, la Tamla Motown, creo que se adhirió a mi piel y de ella extraje los mejores momentos musicales que recuerdo. Sería demasiado extenso enumerar la infinidad de circunstancias que me llegaron a tiznar el alma de color y la respiración de rugidos cilindrados de Detroit. Así, uno de dichos  momentos fue aquel que me llevó a pisar la entrada del teatro Apollo de Harlem en cuya acera están impresos los nombres de los genios que por allí han pasado. La agenda apretada impidió asistir a algún concierto y mira por donde, anoche, el destino quiso ser benévolo a la espera de una segunda visita a Nueva York y decidió trasladar a la sala OFF la réplica de la reina del soul, de Aretha Franklin. Aquella acera, aún sin saberlo, se llenó de placas de los grandes y aquella sala pasó a convertirse en el ApollOFF valenciano. Seis músicos cosmopolitas interpretando cada acorde de modo preciso fueron dando paso al maestro de ceremonias que nos trasladaba a la década prodigiosa de los sesenta en EEUU. En una sucinta revisión de las luchas raciales en busca de los derechos merecidos la voz de Aretha regresó. Y regresó de un modo que llegó a hacernos creer que la mitad que cada cual tenemos a lo ancho y largo del espacio se hacía presente. Magníficas melodías magníficamente interpretadas impedían la quietud a las manos, o piernas de quienes estábamos asistiendo al espectáculo sin salir del asombro ante tanta verdad. Ritmo, pausa, juego de luces, cercanía…todo jugaba a favor del soul y de quienes lo hemos amado siempre y lo seguimos amando. Por un momento, por un mínimo instante, llegaron a nosotros la imagen de los insufribles concursos televisivos en los que se valoran voces para relegarlas al puesto segundón del protagonismo. Nada que ver con lo anoche visto. Aquí las voces hablaban por sí solas y los años se compartían con un halo de nostalgia eterna. Resucitaron formas de hacer que dieron crédito a una forma de ser. Regresaron gritos de exigencias de respeto, oraciones escalonadas y reclamaciones de derechos justos en ese escenario que se trasladaba a la Cruz del Capitolio  para volver a soñar. Porque de eso se trataba, de eso se trata, de revivir, por muchos meridianos de distancia que nos separen la música que tantos momentos de gloria sigue dando. Nadie mejor que Aretha rediviva, redidiva, para ser notaria de todo ello. Nada mejor que una sala OFF, una sala ApollOFF, para dar cobertura a la magia de una noche inolvidable. Gracias por hacerlo posible.  

jueves, 27 de diciembre de 2018


1. Yolanda E.

 

Nadie que no la conociera diría que es lo que es, lo que transmite, lo que aporta. Ella, reflejo exacto del signo que la caracteriza, se enfrenta como nadie a los retos que la vida le ofrece con la certeza absoluta de saberse ganadora. Poco importa si el esfuerzo denodado viene de la pesadez matutina que cada mañana le reclama audiencias; poco importa si la volatilidad de los cerebelos decide extremar la paciencia hasta grado ilimitado. Poco importa a quien sabe que lo esencial radica más allá de lo circunstancial. Ella, parapetada tras el poncho, a modo y manera de chavelista tequilera, sacará de la agudeza de su tono el consejo que todos asumirán como mandato. Punto y final. Ideas claras, pasos cortos y tonterías las justas. Lo esencial radicará sobre los tatamis, sobre las coletas, sobre los sobaquillos casaleros y lo demás será tomado como accesorio. Cuadrará los círculos para que las aristas desaparezcan y eviten arañazos. Calzará los borceguíes como si de una sultana se tratase a sabiendas de cuánto de resistente es la tela de la jaima en las arenas en los huecos de las dumas. Irá directa a la capa s, p, d o f en busca del protón perdido que haya equivocado su ruta y no sepa dónde se halla su auténtica configuración. Mientras, el silbido de la cafetera pedirá pausa y compañía al aro chocolateado al caer la sobremesa. Sobre la piel del alcornoque, un nuevo turno venidero saldrá a disipar las dudas y el enésimo salto de las teclas la harán retroceder para coger impulso. No será fácil crisparla. Está tan acostumbrada a transitar entre disconformidades que se ha habituado a sortearlas de puntillas. A nada que os descuidéis os llevará hacia la disolución de los errores en la batería que ella misma enchufa cargándola de aniones. Sus polos no cejan de compartir movimientos y ni siquiera la disección visceral se nos muestra como rechazable. Hurgará en los sesos como si quisiera descubrir en la mitad de sus hemisferios  las razones penúltimas del paciente de turno. Años ha que dejaron de serle las coletas apéndices de sus lacios y asume su papel al que se entrega en cada representación. Ama de llaves que cancela las horas, será capaz de remitir una sonrisa para no dejar escapar con virulencia la respuesta que retiene en su laringe. Sea como sea, lo que no logro adjudicarle es el papel de novicia en la que José Zorrilla habría puesto su firma. Será que Sevilla le resulta demasiado lejana, que los dramas no van con ella o que los duelos, más que pena, le provocan risa. No cambiará; pero si lo hiciese, estad prevenidos; siempre será un cambio a mejor. Es capricornio, y con eso está dicho todo.   

lunes, 24 de diciembre de 2018


Los animales de compañía.



Reconozco mi falta de espíritu de sacrificio para ser guardia y custodio de un animal de compañía. Comprendo que en algunas ocasiones sea preferible la presencia de algún gato, perro, loro o pez que dé testimonio de vida de aquellos o aquellas que así lo precisan. Incluso admito que sean mejores que muchos seres humanos que el infortunio o la suerte nos adhiere en nuestra vida diaria. Todo esto lo admito. De hecho, desde que yo recuerdo, siempre hubo un gato pululando a su antojo por la cámara de casa siendo dueño y señor de los espacios. Así mismo recuerdo cómo aquellos ciprinos anaranjados surcaron las aguas de la pecera hasta que la glotonería los convirtió en ictíneos seres fenecidos con las tripas llenas. Ni dejaré de mencionar  aquellos galápagos que decidieron abandonar el terrario y campar a sus anchas por las baldosas hasta ser rescatados y devueltos a su medio cuasi natural. Ni pasaré por alto el cariño que profesaba el mastín del pirineo llamado Sol a mi abuelo materno. Ni podré olvidar cómo aquel pastor alemán llamado León acabó sus días tras víctima del moquillo tiñendo de luto la terraza de manolo y Lourdes. Todos, todos, sin excepción aportaron a sus dueños un cúmulo de sensaciones placenteras que les aportaron razones de demostrar su bondad de corazón. Todos fueron capaces de sacrificar tiempos para dedicarles a sus mascotas caricias y mimos. Incluso quiero pensar que aquel imbécil que llevaba sin atar a su dogo argentino lo amaba más que a su vida, más que a la compasión por la caída que me provocó derrame, más que a muchos de sus cercanos. Incluso estoy dispuesto a admitir que aquel Trosky cuyo dueño jamás sacaba a la calle se sentía querido mientras destrozaba sus uñas corriendo como poseso por los pasillos de la casa. Incluso quiero ver la bondad en la mordedura de aquel que no pudo resistir el deseo de atacar a su propia dueña incapaz de entender que sus turnos de trabajo variable hacían inviable la compañía mutua. Incluso, doy por válido el nombre que se le atribuye al que camina a sus anchas y su dueño califica de “Nohacenada” como si eso significase salvoconducto tranquilizador. Demasiados inclusos como para intentar equilibrar la estupidez de quienes consideran que el orden natural debe invertirse, o mejor, dotar al animal de compañía de un estatus que por naturaleza no le corresponde. Alguien debería plantearse si es una actitud comprensible, admisible, justa o plausible el hecho de someter a un animal que precisa de espacios al turno de paseo que su dueño pueda ofrecerle. Lo de educarlo mejor o peor deberá derivar de esta primera propuesta. Todo lo demás, todos los fervores animalistas, deberían plantearse como preludio  a sus reclamaciones estos interrogantes. A ser posible antes de que el tercer turno de paseo llegue.         

domingo, 23 de diciembre de 2018


Primark y sus tickets de compra

Uno no deja de sorprenderse y casi siempre la sorpresa lleva una carga absurda adosada que la hace más absurda todavía.  Y así fue el caso que paso a relatar con la vana esperanza de que alguien se solidarice o se oponga a mi razonamiento; tanto me da. Adquieren una prenda encargada por mí, la abonan con tarjeta, llega a casa, dejo pasar unos días, me la pruebo, no me convence, acudo a cambiarla. Y ahí empieza la conjura de necios versión dos mil dieciocho. El ticket de compra, ni lo localizo, ni sé si ha decidido sumarse a la basura diaria. Primera objeción que la chica del puesto de reclamaciones me hace. Viene la encargada, repito el argumento, y le solicito que mire en sus archivos cibernéticos a lo que aduce que no puede. Vale, entonces el problema está en la capacidad de sus ordenadores centrales, en la desidia de la búsqueda, en la tozudez de la norma.  El ticket voló no se sabe dónde y ni está ni se le espera. Tras de mí, varios reclamantes aguardan turno y no me paro a comprobar si están de mi parte o de la parte contraria. Insto a que alguien de rango superior venga a comprobar lo absurdo del tema y nadie aparece. Este combate dialéctico amenaza con eternizarse y decido regresar con la prenda que haré objeto de regalo a quien me plazca. Y entonces es cuando rememoro aquella vez en la que tras más de un mes de caducidad de la compra de un teléfono inalámbrico en el Corte Inglés, mi propuesta de devolución fue atendida. No sólo atendida sino que además se me reintegró en moneda de calle el importe de dicho aparato que superaba con creces al de la prenda en litigio. Cuestión de clase, cuestión de nivel, cuestión de categoría o cuestión de adoctrinamiento a los mandos encargados de diferenciar al cliente “tramposo” del cliente despistado.  O sea que todo radicaba en la presencia de un minúsculo papelito testigo de mi compra en un puesto y todo se admitía con mi sola palabra en otro diferente, muy diferente,  como queda expuesto. Alguien ha confundido los verbos  vender y despachar y por más ingentes cifras de ventas que obtenga no llegará jamás a ser catalogado como establecimiento de confianza. Yo no sé nada de las teorías del  márketing pero queda bien a las claras que algunas están erradas, o herradas, como prefieran.  La clase no se demuestra solamente desde un lado del mostrador y la confianza en el cliente se gana con detalles absolutamente opuestos al de dudar ante una reclamación que un trozo de papel desaparecido no puede aportar. Revisen sus archivos informáticos y revisen las normas. Les irá mejor, se lo aseguro.

viernes, 21 de diciembre de 2018


1. Juan Carlos B.



El caso es que si me sitúo al otro lado del espejo e intento describirlo se me agolpan las pinceladas y probablemente el espejo se acabe empañando. No será capaz de quedarse quieto este que como buen heraldo de su signo se manifiesta cual tábano inquieto incapaz de permanecer inmóvil. Este, que de la sorpresa continua va situando las balizas que dejen rastro y señal de su paso, este, es sencillamente el vivo reflejo de la variante inesperada al acabar la penúltima curva de su tránsito hacia la Font Roja diseñada en su incesante y peculiar ascenso. Las horas se le quedan cortas y el diseño de los trazos se agolpa entre las falanges de sus dedos aguardando turno impacientemente. Vive como si la jaima erigida en la caída de las dunas pidiese escasa perdurabilidad. Lo suyo es embarcarse en la próxima caravana que siga la ruta de la seda hasta los confines el sol naciente. Comprensivo con el débil, se decanta hacia las carencias, para remitirles soluciones que no siempre son compartidas. Puede que lea en las psiques más de lo que a los comunes se nos escapa y de ello hace bandera y causa. De su chilaba hace tiempo que desapareció el alfanje cercenador para dar paso a la daga benefactora que la comparsa trabuquea al fenecer Abril. Sería capaz de reconvertir al mismísimo Herodes al ofrecerle un puesto secundario en el belén navideño. Sabría colocarlo en un trono suficientemente ornado para evitarles venganzas a los inocentes perseguidos. Los muros de las lamentaciones que tabican sus horas hace tiempo que se fueron completando con las suras filosóficas llegadas del ágora de la reflexión adolescente. Ahí, como si del bosque de Sherwood se tratase, este émulo de Robin Hood, buscará devolver a cada quien lo que cada quien necesita y no se atreve a reclamar. Vestirá al caer la noche el atuendo del Peter Pan que revolotee por el país de nunca jamás para cambiar las constelaciones de los sueños. Y todo esto, mientras va anotando en su agenda la siguiente visita a la sede caritativa, la siguiente actividad subacuática, la siguiente convivencia montañosa. No, no es de los que se conforman, ni de los que aceptan grilletes, ni de los que serían capaces de permanecer a los remos como galeote preso si considera injusta la condena. Al más mínimo descuido, huiría y dejaría al bereber que se encargaba de custodiarlo con la duda de perseguirlo o dejarlo partir. Solamente él sabrá las íntimas razones que le llevan a convertirse en veleta imprevisible y con eso basta. Ahora, simplemente queda barnizar su retrato. Mientras se seca, quizás sea el momento de degustar unas peladillas y brindar con café licor; seguro que en esto coincidimos. Y como tercio último de la corrida, nada mejor que recibir la montera en el brindis pertinente mientras el morlaco permanece en el albero a la espera de su suerte última. De fondo, desde el tendido del siete, la voz rota de Chavela Vargas se abrirá paso con un deje quedo nacido del “Que te vaya bonito” que quedará preso en más de una garganta intentando contener el dolor de la despedida.

miércoles, 19 de diciembre de 2018


La mano de Fátima

La verdad es que cuando un libro no te entra, pues eso, que no te entra. Y si no lo hace es porque se asemeja a aquellas situaciones de la vida diaria que se resumen en “lo que no puede ser no puede ser y además es imposible”. Como cuando te empeñabas en alcanzar el beneplácito de alguien y te daba calabazas. O como cuando insistías en seguir una ruta y te dabas cuenta del error una y otra vez y no rectificabas. Pues así, así, más de doscientas páginas, y nada. Si ya con “La catedral del mar” Ildefonso Falcones dejó a las claras sus dotes de historiador novelista profundo en su recopilación de datos, aquí no iba a ser menos. Se sube a las Alpujarras granadinas, diseña las desventuras de los moriscos sublevados, elige a un chaval cuyas raíces mestizas le hacen ser repudiado por todos y se lanza a la aventura de relatarnos los acontecimientos subsiguientes. Subes y bajas de las cumbres a los llanos, pasas del frío a las ventiscas, te conviertes en testigo de carnicerías y evitas las coces de los mulos que acarrean enseres y trofeos  de aquí para allá y nunca le acabas de ver el despegue de la narración hacia ti para apresarte. Como si el mismísimo paso por los desfiladeros marcase el rumbo, las rutas se eternizan y la lectura invita al abandono. Miras hacia delante y ves que te quedan demasiadas páginas y la pereza se convierte en tu aliada. Ya te da lo mismo si al protagonista le llaman así o asá. Pasas de ver si su padrastro le odia o le perdona. Evitas seguir el rumbo de los caprichos del sultán huidizo. Asumes, definitivamente, que no estáis hecho el uno para el otro. Fin, se acabó, hasta aquí, me rindo. Abandono Granada, cruzo el estrecho que separa la diversión del tedio, guardo la cimitarra en el último rincón del rincón último y cierro el cañón del arcabuz para que la pólvora no prenda. Empiezas a intentar comprender al encargado de dar paso a la edición de tal obra y regresas al dicho atribuido a Rafael Gómez, “ El Gallo”,  cuando espetó aquel “ hay gente pa´tó”. Evidentemente la hay en cualquiera de las vertientes que las lecturas propician. Y con un poco de suerte, con cierta constancia como lector, aprendes a distinguir lo comercial de lo exquisito. Te da igual si los números superventas le dan crédito a una obra o se lo niegan. Te da lo mismo aparentar ser un mediocre crítico o pésimo escribidor. Lo realmente  importante es descubrir cómo eres lo suficientemente libre para opinar y con ello aplaudir o rechazar una obra que no deja de ser mediocre por muy superventas que se muestre. Lo peor de todo es saber que trajiste de Túnez un amuleto de se llama exactamente así y no tiene la culpa de tal coincidencia.

Perros de paja


Si por algo se caracteriza la filmografía de Sam Peckinpah es por utilizar la violencia como catalizadora de emociones de cara al espectador. Logra en cierta medida convertirte en cómplice de aquel a quien la violencia toma como rehén y buscas echar una mano a la justicia más allá de las legislaciones.  Se trata de vengarse de quien provoca el daño y sobran miramientos, parece su axioma. De modo que de entre toda su dilatada obra hoy hago parada y fonda en “Perros de paja” y que cada cual destile su mensaje. Él, allá por 1971, optó por llevar a la pantalla la novela de Gordon M. Williams. A lo largo de casi dos horas de duración Dustin Hoffman y  Susan George dan vida a una pareja que se instala en el pueblo de ella con la esperanza de dar profundidad a las investigaciones astrofísicas que él lleva a cabo. No entra en ninguna disputa que pueda distraerle de sus estudios por más que la tensión provocada por la intromisión violenta de varios individuos del pueblo haga aparición. Poco a poco, aquello que se habían imaginado como remanso de paz se empieza a tornar en un espacio asfixiante en el que se sienten coaccionados. Por más justificaciones y miradas a otra parte que el protagonista muestra hacia los acosadores la ruta sigue in crescendo y la desazón se apodera de los cautivos  de sus propios postulados. De nada sirven las oportunidades dadas al raciocinio a quienes no conocen más ley que la de sus instintos. Sin cortapisas. Buscan lo que no existe y la cuesta abajo se muestra como pendiente aceleradora de la reacción en cadena. Sí, puede que para algunos resulte excesiva la respuesta. Puede que el astrofísico al que da vida Hoffman haya perdido de vista la singularidad del comportamiento humano en la inmensidad del Universo que le tenía abstraído. Puede que sin esperarlo ni merecerlo haya aterrizado a la realidad en la que el mal disputa la supremacía al bien. Una vez rehecho, tras la incesante acumulación de descargos a favor de parte, todo se va al desván de la coherencia. Los códigos de las normas se abren a la posibilidad de ser respetados o vulnerados y la posibilidad de convertirse en intérprete de dichas leyes salta a la pantalla y la traspasa. Quizás  Sam Peckinpah tuvo claro a lo largo de su carrera que el ser humano es animal como paso previo a su racionalidad. Quizás Sam Peckinpah quiso sacar a la luz los demonios que todo ser humano acumula dormidos con la esperanza de que nadie los despierte. Quizás Sam Peckinpah conocía como pocos el poder que el deseo de justicia es capaz de imponer y dejó a futuro la reflexión personal de cada quien. No revelaré el final de la película por si alguien quiere comprobar personalmente su propia posición llegado el caso; yo tengo clarísima cual es la mía.

martes, 18 de diciembre de 2018


1. Walter


Pensándolo bien, jamás tuve curiosidad por averiguar el porqué de su nombre. Jamás fue necesario y todo lo que le acompaña como aditivo, sobra. Walter, así de simple, así de contundente. Como contundente ha sido todo su quehacer a lo largo de su vida. Inquieto como corresponde a sus raíces fue de aquí para allá en busca de la fortuna que la novedad le legara a la menor ocasión. Nada le retuvo y nada le sigue reteniendo a este que ahora contempla le vida desde unos centímetros más abajo con la misma intensidad de siempre. No existe cruce de caminos que se le resista o le resulte extraño. No aparece en la lejanía ningún paraje al que se le pueda poner el letrero de inaccesible cuando se enfrenta al tesón que le nace. Aquí o allá diseminará las colmenas con la esperanza y certeza de haber acertado. Las abejas sabrán de su sapiencia cuando claudiquen ante él a la hora de cederle los panales. Será capaz de contemplar los perfiles y lanzarles el poema nacido de lo más hondo como si esperase de ellos la sonrisa del ocaso que los últimos rayos diseñan. Preconizador de futuros, se atribuye la posibilidad de acatar los designios que el futuro dicte y en esa postura estoica erige su propia muralla. El cetrino tono de sus arrugas hablan de dunas caprichosas que cruzaron el estrecho hace tantas centurias que pareciera imposible girar la vista a Fez sin sentir nostalgia. Será capaz de diseñar un oasis en mitad del espejismo para dar cobertura a quienes se sienten aislados, perdidos, abatidos, desconsolados. No, no parece dispuesto a sacar la bandera blanca de la rendición por más asaltos que sufra. Nunca lo admitió y a estas alturas no va a cambiar. Guiará los pasos que sus pasos siguen en un intento de mostrar la autenticidad a quien está llamado a sucederle. Puede que los caballos sepan reconocer al jinete bereber que espoleó de modo suficiente a los alazanes previos y sabrán de la imposibilidad de seguir siendo garañones caprichosos. Reina, gobierna y domina la alcazaba que se cubre de las umbrías abriéndose hacia el valle. Otea el vuelo de las aves vigilando por si un halcón peregrino les da caza traicioneramente. Sabe que la vida se compone de infinitas curvas de las que puede surgir la sorpresa inesperada y cuenta con que el karma que le fue asignado sea capaz de mostrar benevolencia hacia aquellos que le quieren y son correspondidos. Una vez más, la escarcha se rendirá a su paso. Una vez más, las sendas le esperan. Una vez más, las mieses le siguen creciendo hacia un nuevo estío para cumplir con el rito que la vida caprichosa le ha deparado a Walter, a mi amigo Walter, eterno poseedor de la sonrisa optimista.

sábado, 15 de diciembre de 2018


El lago de los cisnes



Realmente el ballet clásico no figura entre mis interés artísticos preferidos. Incluso me atrevo a asegurar que del septeto de las bellas artes la danza ocuparía el último puesto. Cuestión de educación, supongo. Probablemente de haber nacido en otros meridianos alguna querencia habría atesorado desde la más tierna infancia. No lo sé y a estas alturas ya poco importa. Así que mitad por curiosidad, mitad por compromiso, acudí a la llamada que el interrogante lanzaba desde La Rambleta. El lago de los cisnes aventuraba una historia de amor, traición, triunfo del bien sobre el mal, y no dejaba de resultar, cuanto menos, atrayente. De modo que dejándome llevar por la música de Tchaikovsky intenté acomodarme y supuse que me dormiría a nada que el telón se alzase. Sobre el patio de butacas, infinidad de amantes del ballet esperaban ansiosos y yo me entretenía  intentando adjudicar a cada rostro una nacionalidad. Para pasar el rato, más que nada. Así, los primeros diez minutos impidieron la llegada del duermevela. Así, los siguientes cuarenta y cinco minutos no dejaron de sorprenderme y con ello aportarme el desvelo. Así, la hora restante después del descanso logró ponerme la piel de gallina ante la magnífica interpretación que se estaba desarrollando a escaso metros del palco. Yo, que había acudido con las palabras de Carlos Boyero aún retumbando en mis oídos, no dejaba de sentirme redimido ante mi ignorancia. Yo, que pensé seguir el ejemplo de este crítico afamado que declaró radiofónicamente haberse dormido en el mismísimo Moscú presenciando El Cascanueces, no daba crédito a cuánto estaba sucediendo en el escenario. No sabría definir ni los pasos, ni la técnica, ni los entresijos que para los entendidos serán moneda corriente. Lo que sí puedo afirmar es que las dos horas largas de representación se me hicieron cortas. Y con ello el interés por la obra en la que un príncipe llamado Sigfrido sufre y goza del amor y la magia que su Odette le proporciona cuando el hechizo maligno la reconvierte de nuevo. Una primera bailarina espectacular y un bufón absolutamente genial dieron preponderancia a un elenco de bailarinas y bailarines que demostraron cómo se pueden mimetizar técnica y emociones en una misma obra. Quiero pensar que el paso del tiempo consigue despertar curiosidades, derribar muros de prejuicios, abrir puertas al deleite del arte. Si no fuera así no podría explicarme cómo una sesión de ballet a la que fui sin ninguna apetencia se acabó convirtiendo en una velada genial, que ya os aseguro, no será la última.    

viernes, 14 de diciembre de 2018


1. Ester M.V.



A ver cómo sitúo el caballete sobre el que disponer el lienzo sobre el que describirla. A ver cómo, que tiemblo solamente de pensar que una simple ojeada por su parte desencadene el volcán interior que la nace y de él surjan las lavas impredecibles. A ver cómo consigo que esta que se viste de pantera, que asoma las fauces ante la maleza de la estupidez, se sienta relejo de lo que sin darse cuenta muestra. Porque sí, así, como una muestra aparece cada vez que la mañana se aproxima a la apertura. El despacho guardó silencio y atrás, en el cajón del ayer, quedaron los interrogantes que no parecían tener solución. Errados estaban quienes así pensaron. No supieron distinguir a esta que de la fortaleza ha erigido una muralla infranqueable. Ella que vio la cara oculta de la luna sabe que no hay mejor amanecer que aquel que cada esfuerzo ilumina. Ella que fue capaz de regresar sin haberse ido no entiende de componendas ni de medias tintas. Mira de frente para que el duelo de pupilas sepa quién va a salir victorioso. Tendrá compasión del derrotado para evitarle la amargura añadida del porqué de su fracaso. Dejará que cada cual medite para sí y de que sí mismo extraiga las conclusiones. La vida le sobrepasa con acontecimientos lo suficientemente divertidos como para perder el tiempo con reflexiones absurdas. Consentidora hasta la saciedad comprende que el valor añadido del cariño se suma al recuerdo aún tierno pero asentado hacia futuro. Bebe los vientos por su sangre y de ella diseña el afluente del que abastecerse en las jornadas de sequía. No ha llegado a su lenguaje la palabra aburrimiento. Y aunque las decepciones se visten de luciérnagas nocturnas al llegar el ocaso semanal, su perspicacia le permite distinguir lo cierto de la copia. Fiel a sus amistades, adquiere de ellas el apoyo que devuelve y se muestra esquiva con las medias tintas. Ríe atragantándose si el sándwich se ha interpuesto en el camino de la anécdota. Perdona con la exclamación sorprendente a quien intenta marcarle el rumbo o bajarla de sus postulados. Tiene presto el aguijón con el que será capaz de amedrentar al osado que insista en hacerla caminar hacia atrás. Por eso, si alguna vez os cruzáis con ella, permaneced quietos un instante. Ella os dará paso o lo cerrará según perciba. Eso sí, tanto si es una opción o la otra, será para siempre, os lo aseguro. Ahora voy a dejar este retrato sobre su mesa. Si la oigo llegar, rezaré por lo que pueda pasar.

jueves, 13 de diciembre de 2018


1. Lucía B.


De ella podría decirse tal cúmulo de virtudes que sonarían a adulaciones falsas. Podría decir que permanece callada a la espera de la aventura como si nada esperase, como si la decepción no entrase en sus expectativas. Luce la estampa dominante que de su perfil se muestra cada vez que te da la espalda. Comparte sueños y deja que seas tú quien los imagine para no interferir en los mismos. Podría parecer un desdén y sin  embargo quienes la conocen bien saben que no es así. Mira con envidia a las semejantes que le aventajan en juventudes y consigue apaciguar los ánimos de aquellas que ve envejecer sin asumirlo. Es la que peina alguna cana como muestra de vida y de su silueta el negro destaca como signo de elegancia. Suma experiencias para demostrar a más de uno el porqué de su predilección. Sonroja su mirada pespunteando las pupilas como si la eterna adolescencia presidiera sus actos. Ha sentido como propias las desventuras que propiciaron duelos y del fondo de su corazón laten los pensamientos que se acomodan cuando la huerfanean. Egoísta de caricias suele ser quien las comparte en un duelo a tres del que se siente dueña y señora. Sabe poseer a quien tuvo la suerte de cruzarse en su camino hasta niveles insospechados de fidelidad absoluta. Conoce los vericuetos por donde los pasos transitan tantas veces solitarios que es incapaz de sentir lástima por aquellos que siguen sin demostrarle lo que ella ansía. Ha sabido ganar desde la pausa el meritorio ronroneo que a modo de felina compañera te ofrece sin rechistar. Samaritana de insaciables sedientos será la que permanezca a la sombra del hormigón cuando la canícula pretenda hacerla rehén. Hoy que celebra su santo no puedo por menos de reconocer cuánto valor tiene atesorado en el silencio de las escapadas insensatas. Eternamente joven de espíritu será la amante fiel que velará tus sueños por pronto que se avecine el alba. Una vez más, brindaremos juntos. Probablemente crea descubrir en mí la alegría de saberme suyo. Probablemente ignore que gracias a ella mis ojos se abrieron a la luz para dejar de ser el ciego que durante tantos años fui. Seguramente habrá un mañana en el que ella hable de cómo fue capaz de conquistar un corazón que jamás se atrevió a declararse cautivo. Nuevamente un trece de diciembre recobra brillo. Nuevamente un trece de diciembre vuelve a acelerar mis sentimientos. Noventa y ocho rosas serán la prueba de mi más sincera alegría y de su inmensa satisfacción.    

1. Fernando, el frutero


Es entrar a su establecimiento y los ojos se disputan las estanterías a las que mirar. Tiene de todo, todo, y del todo, la variedad. Y lo enmarca en forma de servicio cordial acompañando su trabajo con la tertulia televisiva a la que pocos hacen caso. Él, a lo suyo. Y de cuando en cuando una llamada de móvil le realiza el encargo preceptivo. Puede que lo haga en la lengua vernácula o se decante por el inglés que parece dominar. No problem. Entre pimientos asados, calabazas cocidas y jengibres diseminados sobrevive a la llamada del peso que no cesa de medir los gramos a lo largo de los siete días. No conoce el sentido de la palabra descanso y a escasos metros un Seat Málaga espera el momento de ponerse en movimiento. Lo miras fijamente y su rostro te traslada a la Bélgica en la que su clon permanece huido, exiliado, refugiado. Fernando ha cortado el flequillo, ha cambiado la chaqueta por el chaleco multibolsillos y sigue a lo suyo. Cortés como pocos, podría pasar por zalamero para quien no lo conozca. Su establecimiento semeja el trastero de un Diógenes impoluto que ha cambiado la acumulación de enseres por la de variedades frutales y culinarias de los tres continentes. Sigo a la espera de que se le sumen Asia y Oceanía para rotular la entrada con un cartel de la O.N.U. que le haga justicia completa. Llegó a ocupar el espacio ante el que otros se vieron derrotados y a base de tesón se ha abierto un camino al que no se le conoce final. He descubierto la existencia de cervezas hiperalcohólicas de origen eslavo a las que no me he atrevido a retar. He vislumbrado harinas, tubérculos, semillas, que ni siquiera sospechaba que existieran. Este Darwin de la botánica alimenticia no ceja en su empeño y así le va. Nada más despuntar el día subió la persiana de nuevo. De su furgón descendieron los nuevos inquilinos provisionales y empieza a ser la hora de acercarme a ver qué novedades aparecen. Lo de menos será elegir este o aquel producto. Lo verdaderamente importante será comprobar como Fernando vuelve a sonreír y desearnos buenos días con la sonrisa de siempre. La lluvia inesperada no le va a restar buen humor y así, no sé si consciente o inconscientemente, sabe que nadie se le resistirá como cliente. Voy a preguntarle su apellido; más que nada para que Puigdemont descubra que su mitad verdaderamente existe.

miércoles, 12 de diciembre de 2018


1. Carmen y Alejandro


Alzo la vista hacia la cruz que forma la Puentecilla y parece que los estoy viendo regresar. Una vez más, él, se asomará para descubrir el desperezo de un nuevo día. Una vez más, ella, canturreará la enésima copla en voz baja para no despertar a quienes buscan su cobijo y amparo. Poco tiempo les supondrá la estancia a quienes tan acostumbrados están a cruzar el delta del Ebro dos veces al año. Una de ellas, con la sonrisa abierta; la otra, con la sonrisa fingida que la obligación exige. Una y otro saben que el drenado de la Lastra se llevó presentes y marcó destinos. Allá se encomendaron y de allá regresan para dar testimonio de raíz y fortaleza. Una vez que la mañana se haya desperezado, una bolsa vacía bajará como compañera adosada al antebrazo. Una vez a la mañana, una bolsa henchida de cuadros se adherirá a la espalda para ser acarreada. Las hogazas oirán en silencio el recuento de las mil anécdotas y serán testigos de las mentiras piadosas cada vez que comparen perímetros. Atrás quedaron las tizas sobre los patrones que marcaban trazos sobre las panas. Será un paso lento el que le lleve por la arteria de una vida como si quisiera degustar el momento que tanto extraña en la lejanía. Ella, sonriente como de costumbre, tarareará la enésima copla en tono lento para demorar el desperezo de sus sangres. Duermen, sueñan, viven, comparten y se saben pilares fundamentales. Han sabido transmitir el calor que nace de la cuna para caldear la hoguera con los leños de la verdad. Han sido, y siguen siendo, pilares fortalecidos sustentadores de un saber hacer y perpetuarse. La guayabera la otorga el aspecto de un indiano incapaz de convertirse en capataz furibundo. De sus sandalias podrían extraerse las rutas que el discurrir de la vida les ha planteado como imprescindibles y nadie sería capaz de perderse. Son, y siguen siendo, transmisores de un modo de hacer en el que el gris devendrá en blanco negando paso al negro. Modo de vida, modos de hacer, que saben que más allá de la soberbia existe un pedestal que únicamente los elegidos son capaces de ocupar. Dentro de nada volveré a preguntarle y volverá a responderme que las piernas se siguen mostrando perezosas y que por lo demás todo va bien. Volverá a preguntarme si ya he almorzado y aunque le diga que no, sonreirá y seguirá sin creerme. Lo de menos será la certeza o el error de la apreciación. Lo válido será recordar cómo una vez más, ellos dos, siguen estando presentes y sonríen a la par mirando a los ojos.  

martes, 11 de diciembre de 2018


1. Quim Torra



Si no fuera quien es ni ostentara el cargo que ocupa sería facilísimo ubicarlo. Seguramente entre los anaqueles de un despacho atestado de libros con olor a seminario de tutor a la espera de consultas por parte de los alumnos despistados. O quizás como mosén de una parroquia a la que acudir puntualmente a misa con la devoción mariana llegada de Monserrat. O tras el mostrador de un obrador en el que hornearía pan de payés atrapando al fuet preceptivo parido en la masía correspondiente. Y todo sin perder la calma que de su verbo exhala. Este presidente interino al que la fe de sus creencias le hace merecedor del último peldaño se sabe portador de unas consignas que no entienden de retroceso. Busca incesantemente el apoyo que parece no llegarle de parte de aquellos a los que considera siameses a sus posturas allende de las fronteras. Pugna por un reconocimiento que sabe a cerilla prendida sobre las virutas de una hoguera parrillada de rojo como si los calçots esperasen ser diseminados, degustados, ingeridos, digeridos, asimilados. Tiene como base una fe inquebrantable en sí misma y los atuendos cuelgan en la sacristía a la espera de mártires si llegase el caso. Pertenece a la hornada salida del sentimiento diferencial y cuanto más aumenta la dosis de levadura más se expande la molla y curte la corteza. Comodín de una baraja que otros lanzaron sobre el tapete ignora las cartas marcadas que le llevarían al desencanto de la baza perdedora. Viste el amarillo como si el mismísimo Moliere quisiera ver en él al aliado personaje dispuesto a socorrer al náufrago protagonista. Mira hacia el norte para encontrar desde el norte el paso fronterizo de vuelta a las ideas perseguidas. Cree obstinadamente en la certeza de lo que para otros es insensatez y aprieta las tuercas para evitar que la rotación de la historia se lleve sus sueños. Su quimera sabe a futuro y no está dispuesto a dejarla escapar por muchos reveses que le vengan. Capaz de contar más allá de ciento cincuenta y uno sigue la senda que años atrás otros abrieron olvidándose del asfalto preceptivo mientras parcheaban los baches. Aquellos que le fueron instruyendo como monaguillo hoy le dan palmadas sobre el roquete crecido. Desde la barrera observan el devenir de la misa y seguro que cuando llegue el momento de comulgar serán los primeros en hacerlo. Otros, probablemente con Quim Torra a la cabeza, se llevarán el resto de las hostias cuando la cena llegue a su fin.

lunes, 10 de diciembre de 2018


1. Lenon Roger Martínez


He dejado pasar unos días para que la ecuanimidad tome forma y la celeridad de las teclas no se vea abocada a la tormenta. Supe que “Buscando a Penny Lane” era su carta de presentación y no podía ni quería resistirme a la comprobación in situ del  mensaje del firmante de la misma. Y a fe que acerté. Allí, semioculto tras las cortinas que buscaban intimidad, estaba. Parapetado tras un atril y protegido por unas partituras, estaba. Estaba y con él estaba un modo de entender la vida y manifestarlo a través de las seis cuerdas convenientemente afinadas. Y junto a él estábamos aquellos que en alguna ocasión supimos degustar la utopía nacida de unas letras que se mutaron en inmortales. Él, con voz queda, iba deslizando las aventuras y desventuras de los personajes de su obra. Y de modo inconscientemente consciente, dejaba traslucir a través de ellos los vaivenes de una propia existencia indisimulable. Bastante incomprendido resulta el papel de juglar como para dar paso a la lástima, debía pensar. El desfile de canciones no fue llevando a situaciones vividas, calladas, echadas de menos, sufridas, gozadas. Y poco a poco, conforme la soleada mañana de sábado se abrió camino el regusto agridulce dejaba un poso sobre las cicatrices del ayer que regresaba. Él, Roger Lenon, volvía a ser el loco de la colina sobre la que diseñar a lo lejos un paso de cebra sobre el que perfilar las decepciones. Ha escrito la historia tantas veces como la misma historia ha decidido modificarlas. Ha llegado al corolario de aceptar lo irremediable para no seguir sumando desencantos. Ha sabido dar salida a sus inquietudes a través de los acordes mientras desde su informal vestimenta vuelve a reclamar un club sempiterno para los corazones solitarios. Seguro que con ellos formaría una banda capaz de repudiar al reloj que quisiera dar por concluida la reunión de amigos. Sueña, como todos, que su obra sea adoptada por los desesperanzados que están a punto de sucumbir ante la derrota racional. Sufre, como muchos, las torpezas conscientes de los absurdos paraísos artificiales. Y con todo ello, a pesar de todo, gracias a todo, sigue erigiendo una torre de babel con la que alcanzar la cima destinada a los grandes. Mientras ese zigurat se asienta, él, poeta de letras prosadas de sueños, sigue fiel a unos principios que tan trasnochados creen algunos. Peor para ellos, si así los mantienen. Probablemente alguien como Lenon se haya reencarnado en Roger para rubricar una búsqueda hasta encontrar un Penny Lane que merezca la pena.  

domingo, 9 de diciembre de 2018


Curro



Hace tiempo supe que su nombre no era el que a todos mostraba. Que a modo de artista pudoroso se fue cubriendo con la capa del seudónimo crucificado para esconder la timidez que se erige como muro insalvable ante el hecho de salir al escenario de la vida. Hace tiempo descubrí cómo tras el rasurado de las cuchillas Filomatic se refugiaba el rostro del extraño en su propio tiempo. Un rostro acostumbrado a sembrar los surcos de la piel con las semillas del lento transcurrir de la desesperanza. Tiempo de desahogos nacidos desde las yemas de los dedos y encaminados a trenzar albardas de esparto sobre manualidades nacientes. Tiempo de rincones umbríos desde donde las escarchas descienden reclamando paso a quien ralentiza el suyo. Él, que tan acostumbrado vive a la costumbre, no se acaba de acostumbrar al silencio que grita hacia dentro y que ni siquiera los neones ilusos son capaces de silenciar. Nació con el calendario equivocado y tararea para sí la copla que le regresa a la esperanza. Se siente protagonista del estribillo lanzado sobre las tablas de un escenario que para sí tuvieron aquellos que tanto se le asemejan. Peinó la raya carente de alado sombrero mientras el pañuelo de colores se le desanudaba sobre la nuez callándole los versos. Sobre los retallos de los olivos extiende sus palmas reclamando la ovación que enmudece en el eco. La madera se disputa con el esparto el protagonismo y él, comprensivo, desliza hacia la casualidad el turno de cada uno. No será capaz de decantarse por la exclusividad para no herir los sentimientos de quien momentáneamente se sienta rechazado. Las borlas del chaleco imaginario ascienden desde Despeñaperros y le buscan. Se han afinado las cuerdas y el mástil se dispone a dar un último acorde que siempre resulta bienvenido. Los humos dan fe del despertar de un nuevo día. Allá arriba, custodiando los pies de las horas dadas, amanece de nuevo y de nuevo renace. Marcará el ritmo al discurrir del tiempo para hacerle entender a todo aquel que se cruce en su camino que los segundos a veces parecen días. Y que él, Curro, es el auténtico relojero capaz de darle cuerda mientras el péndulo sigue buscando convertirse en el filo de una cuchilla que guillotina las normas. Una nueva salva de aplausos se unirá al estruendo que formen las sillas de anea cuando para sí vuelva a tararear la copla del desengaño que supone vivir a destiempo.        

jueves, 6 de diciembre de 2018


Constituciones



Según el recuento histórico suman ocho las Constituciones nacidas, impuestas, rechazadas, votadas, asumidas o promulgadas. Si se dividen los años transcurridos entre el número total de ellas el cociente viene a ser algo más de veintiséis años. Bueno, redondeemos y pongámoslo en veintisiete. Va, cercenemos al alza y lleguemos a treinta. Unas por otras, todas con treinta años de vigencia como media. Los habrá partidarios de unas y detractores de otras. Los habrá que echen en falta espíritus liberales o ínfulas disciplinadas y añoren artículos que no logran descubrir entre los títulos de las mismas. Los habrá que consideren papel mojado lo que escrito está y según su criterio no les representa. Colores de un prisma que cada quien mueve a su antojo en busca de arco colorido que más le acomode. Los habrá que recuerden aquel ejemplar que les llegó al buzón un día como el de hoy vestido de un color ocre claro que más parecía una cartilla de párvulos que una carta magna. Todos nos dimos por enterados del acuerdo de las partes a la hora de redactarla. Y estábamos tan acostumbrados a que se no dieran las cosas por hechas que resultaba sorprendente la aparición de este ejemplar que abría horizontes. De buenas a primeras, los endemoniados pretéritos dejaban de mostrarse como belcebuces con ansias de venganza. De buenas a primeras el “ordeno y mando” pasaba a denominarse “escucho y rebato”.  Y así, cuarenta años han transcurrido. Y a pesar de las décadas, sigue sonando a papel mojado. Como si se tratase de un libro regalado bajo la esperanza de  haber acertado en ti como destinatario, acaba reposando en el cajón de la ignorancia, en el estante del olvido. Como si fuese el folleto de instrucciones al que nadie hace caso, así perdura acumulando polvo. Como si la naftalina del tiempo la hubiese pasado de moda se contenta con soplar las velas cada seis de diciembre  y fingir alegría. Carda el disimulo con la laca del desafecto, de la ignorancia. De nada le sirve remitir a pretérito cuando su vuelta suena a historietas de yaya. Seguramente las buenas intenciones nacidas de su pila bautismal se fueron camuflando, se fueron tergiversando, y nació hacia ella la suspicacia. Cuánto más le queda de vida, es algo que nadie puede asegurar. Probablemente dentro de nada precise de un lifting que la ponga al día. Supongo que con cuarenta años empieza a vislumbrar alguna cana, alguna arruga, alguna flacidez y lleva mal envejecer. Entre los que la vimos nacer abundan los insinceros que le mienten al declararla de plena actualidad y los ajenos a la adulación que claman por un cambio inmediato de imagen. Me recuerda a la cornucopia de la entrada a la casa que una vez le dio toque de modernidad y ahora ni el espejo que la sostiene cree en las miradas que le dedican. Alguien debería analizar si merece la pena seguir callando o lanzar un “viva la Pepa” que a muchos sonará a conformismo y a otro muchos a canto festivo.  Lo mínimo que se puede pedir a los cercanos, quiero pensar, es el derecho a envejecer dignamente.

miércoles, 5 de diciembre de 2018


Breves respuestas a las grandes preguntas


¿Hay un Dios?, ¿Cómo empezó todo?, ¿Hay más vida inteligente en el Universo?, ¿Podemos predecir el futuro?, ¿Es posible viajar en el tiempo?, ¿Qué hay dentro de un agujero negro?, ¿Sobreviviremos en la Tierra?, ¿Deberíamos colonizar el espacio?, ¿Nos sobrepasará la inteligencia artificial?, ¿Cómo daremos forma al futuro? Así, como si un nuevo decálogo  descendiese del Sinaí de la ciencia, Stephen Hawking nos deja su obra póstuma. Y a modo de prólogo, aquel que le diera vida en el film biográfico; y a modo de epílogo, aquella que lleva su apellido. Como si entre ambos quisieran acompañar a modo de ángeles alados a este genio en la exposición de sus teorías. De buenas a primeras te ves inmerso en la lectura para convertirte de su mano en esa especie de principito que juega a ser el explorador del Universo y el descubridor de los sentimientos que la fe en las posibilidades provoca. Por momentos, te pierdes cuando ves que las fórmulas te superan y la imaginación te sobrepasa. Por momentos, recuperas el rumbo y sigues sobre la nave infinita del descubrimiento. Regresas al futuro, avanzas hacia el pasado, cuestionas científicamente a dios, cabalgas haces de luz, colonizas nuevos planetas, sobrevives a las magnitudes de la materia, centrifugas agujeros negros y vuelves la vista a aquellas lecturas juveniles de Verne. Aquí, en las proximidades de las galaxias, comprendes la capacidad mental de un cerebro que quizá decidió prescindir del resto de los órganos para evitarse pérdidas de energías. A través de sus páginas te llegan pautas para evitar daños irreparables y soluciones que claman por ser aplicadas. Y por si todo esto fuese poco, el agradecimiento al docente que le abrió las puertas hacia la curiosidad de la astrofísica, te reconforta solidariamente y te gana para su causa. Las notaciones científicas se nos muestran exponenciales y la lucha filosófica entre creencia y evidencia se destila como cola de cometa camino de Perseo. Sé que cuando vuelva en el próximo agosto san Lorenzo a derramar lágrimas, más de un deseo dejará paso a otro deseo superior. Sé que cuando la Luna mire a Venus o Júpiter se aleje de Saturno, alguien lo advirtió, lo dejó escrito moviendo simplemente los músculos faciales. Sé, o creo saber, que si Newton o Darwin pudieran elegir a alguien como compañero eterno, habrían optado por Stephen Hawking. Igual se siguen preguntando por qué aquí abajo seguimos adorando al vellocino dorado de la estupidez mirándonos el ombligo hacia lo inmediato. Si alguna vez regreso a Londres, visitaré la abadía de Westminster. En silencio, a modo de plegaria, un “hacia el Infinito y más allá” prometo dedicarles.     

martes, 4 de diciembre de 2018


1. Javier Tolsá ( VIER NT)



¿Cuántos años han pasado, Javier? ¿Seis, siete, ocho..? No lo sé y tampoco creo que tenga demasiada importancia saberlo a ciencia cierta. Lo realmente importante es ver cómo la vida trata y sigue tratando a gente como tú. Alumnos que han sido lo suficientemente  nobles como para no retarte en un combate absurdo sobre el rin de las aulas. Aquellos alumnos ante los que has disimulado no ver las trampas que intentaban colarte al sospechar que algo se les quedaría cuando copiaban confiados. Esos, amigo mío, tienen en ti al modelo presente. Y lo tienen vestidos acordes al pensamiento que te guía, al postureo de la imagen que de ti trasciende. Las tres tallas superiores de tu indumentaria, aunque no lo hayas notado, son cómplices de tu grandeza que supera lo meramente físico. Las letras cargadas de rimas asonantes vienen a completar en tu voz al vate rítmico que pide a gritos pelea de gallos sabiéndote ganador. No creo que pudieran superarte si llegara el caso. Tú, amigo mío, fuiste capaz de emocionarte al poner fondo a aquel videoclip que os hizo campeones. Reclamabas derechos desde los postulados de la igualdad que los meridianos enlazan y la alegría que un rostro materno mostraba permanece en mis retinas como rúbrica a aquel reto. Poco importará que las ruedas apenas traspasen las mínimas pulgadas si te desplazas por la vida con la verdad por bandera. Poco importará si el monopatín dejó sobre el asfalto la infinita huella de tus pasos en pos de un horizonte diáfano. Serás siempre el eterno juglar que se sueña escuchado y querido por quienes merecen la pena, por quienes tenemos la suerte de habernos cruzado en tu camino. Hoy, cuando los tiempos marcan rutas dolientes, esquivas, perniciosas, tú sigues mostrando un modo de hacer que merece mucho la pena. Has regresado por unos instantes  a aquellas paredes que fueron y siguen siendo tuyas. Has regresado y con ello has dejado palpable prueba de cuánto merece la pena mostrar cada vez que la tarima se nos ofrece como atalaya de mensajes. No es necesario buscar un expediente juzgador de notas cada vez que las notas quieren adueñarse del protagonismo. Simplemente es necesario que la vida te siga trayendo a modo de aves migratorias a aquellos que tuviste la suerte de abrirles paso hacia la vida cinco días a la semana. Nos debemos un rap y no tardaremos mucho en darle vida. Más que nada para cumplir el sueño de cantar a dúo contigo. Esta vez tú dirigirás las estrofas y con algo de suerte podré seguirte el ritmo. La nota, si acaso, que el público la otorgue.   

lunes, 3 de diciembre de 2018


1. Bienve


Así, tal cual, sin completar el nombre, sin añadir apellidos. No hace falta. Quienes la conocemos no tenemos más que mencionar sus dos primeras sílabas y automáticamente nos llegará su imagen. Llegará de tal modo que a nada que nos descuidemos habrá desaparecido por delante en pos de un trabajo que la espera de modo imprescindible. Porque ella, si algo desconoce, es la pausa. Está tan acostumbrada a la vorágine de los minutos que cualquier segundo no aprovechado parecería no merecedor de pertenecerle. Sube y desciende con el paso vivaz que los genes le otorgaron y de ello hace gala. Nada se le pondrá por montera a quien tan acostumbrada está a lidiar con venturas y adversidades. Irá y parecerá que ya vuelve. No lo hará para mostrar una imagen falsa de fortaleza. No lo hará para compararse con nadie y resultar victoriosa. Lo hará porque su agenda no escrita se pauta de deberes por concluir que ella misma se impone. Pocas veces se verá sorprendida por el engaño al ser perceptora del mismo. Pocas veces su intuición la abandonará y si llegara el momento de reconocer su error será la primera en purgarlo arrepentida. Un instante después se pondrá manos a la obra para que la autocompasión no se adueñe de lo que no le pertenece. Lidiará con los estados de ánimo cambiantes y se convertirá en la triunfadora frente al decaimiento. No habrá rincón que se le muestre extraño, desconocido, ajeno. Saldrá a darle la bienvenida al día con el radiante reflejo de su mirada por más oscuro que aparezca. El tesón viaja con ella como si de ella misma emergiese esa lava de volcán dispuesta a arrasar las hierbas perniciosas. Piensa en el abanico de posibilidades a la par que abre a las realidades sus esperanzas. Huye de las premoniciones agoreras y es capaz de blandir las aspas de unas tijeras afiladas para segar las inconveniencias. Nació para ser y pertenecer a un entorno que se niega a sí mismo el olvido y en ello sigue. Si pasáis por su puerta, no llaméis; lo más probable será que esté fuera realizando la “enemésima” tarea que se le ha encomendado o ella misma ha buscado. Busca y consigue ser el mástil principal de una nave que el viento aventura a la travesía inesperada. Busca y consigue ser quien no necesita completarse con nada más que la mitad de su nombre para darse a conocer. Acaban de sonar las nueve de la mañana. Una bolsa de pan asciende hacia la Puentecilla, gira hacia la izquierda y prosigue su camino. Un brazo firme la acompaña dando paso y bienvenida a un nuevo día al que como siempre le volverán a parecer escasas sus veinticuatro horas.

domingo, 2 de diciembre de 2018


Cuestión de humores

Según los clásicos el cuerpo humano está compuesto de cuatro sustancias básicas y líquidas  llamadas humores que convenientemente equilibrados indican el estado de salud de cada persona.  De modo que del desequilibrio de las mismas derivaría la aparición de alguna enfermedad. Así que la bilis negra, la bilis, la flema y la sangre compondrían el póquer encargado de dar por ganada la partida o no en cada uno de los individuos que hubiesen barajado sus cartas sobre el tapete verde del día a día. Aconsejaban también realizar una dieta como contrapunto y de este modo su personalidad dejaba de sufrir daños. Pues por lo visto seguimos sin hacerles caso. Nos suenan a tiempos pretéritos en los que se diseñaron modos de sociedades que en nada sirven actualmente. Aquí de lo que se trata es de no dejar paso a nada que pudiera remitirnos a la chanza, a la ironía, al desahogo, en resumen. El poderoso se siente vivamente criticado a nada que su suspicacia se asome a la ventana del no aplauso. El fanático considera inmaculadas sus creencias y defendibles con cualquier tipo de respuesta violenta. El payaso que traspasa la línea marcada por el soterramiento del valor se ve sometido al objetivo persecutorio por parte de quien no se permite una risa. Faltaría más. Detrás de cada risa, de cada sátira, se esconde un sospechoso irreverente al que hay que marcar de cerca. No hay mejor abreceldas que aquella ganzúa llamada hilaridad y  por nada del mundo se debe permitir ninguna salida del redil. Por las buenas o por las malas, el humor es perseguido. Curiosamente los mastines perseguidores ignoran cual de los cuatro tienen desajustado y consideran que el artífice provocador de las carcajadas es el culpable. Y en su miedo a no saberse reír de sí mismos plantan un vivero de brotes para que les sigan el ejemplo de los que se dejan arrastrar por semejantes postulados. Mucho cuidado con tocar lo intocable para quienes anclaron su mirada, su fe, su transigencia. Mucho ojo con atreverse a ser irrespetuosos, irreverentes, o simplemente libres.  Y tal como se aventura el futuro, las nubes negras amenazan tormentas. Pocos colectivos quedan que den por buena la broma a su costa. A nada que te descuides salta la chispa y se prenden las briznas de la hoguera sobre la que organizar un aquelarre.  Algún día, puede que algún día, las tornas cambien y se comprenda por fin lo serio que puede resultar tomarse lo serio a broma. Ese día, si es que llega, dará paso a una Arcadia definitiva y el viaje a Ítaca habrá merecido la pena. Mientras tanto, y mira que lo siento, solo nos queda la pena y la posibilidad real de remar a contracorriente.  Aquellos sabios tan ignorados en la actualidad ya vaticinaron el poder curativo de los ajos y será cuestión de seguir sus consejos.