Feliz Navidad
Ya está todo preparado y todo sigue pendiente del último
detalle. Las chimeneas exhalan fumatas blancas y las alacenas rebosan de melaos
y frita en sartén. En un constante goteo, los cláxones anuncian en cada curva
que no cierren la lista, que siguen llegando y el tránsito desde la lejanía se
ha hecho eterno. Un año más, las aceitunas esperan su turno para ser ordeñadas
desde las ramas y sumergirse en el lebrillo de la cocinilla que cubre sus
barros de sosa y aliño. Las perchas de madera exhiben el oreo de la matanza y
las bolsas de agua caliente saben que ha llegado su turno. Las orzas se exhiben
ufanas a pie de pared pintada de azulete
porque se saben las elegidas por quienes tanto las echan de menos. Y las
castañas, guardianas del secreto de su sabor, reinas de la corona con la que se
viste la estufa, caldearán su interior para hacerse más dóciles al paladar que
tanto entiende de gestos. Allá, en el rincón próximo al pasillo, la botella tantas
veces rellenada con el dulzor del anís a granel, pedirá que unas manos
infantiles se acerquen a ella con la cuchara que la extraerá ritmo al frotarle
la piel acristalada. Por las calles penumbrosas los aguinaldos se abrirán paso desde
las gargantas desafinadas solícitas de recompensa. Las panochas se interrogarán de modo
silencioso sobre qué tal nos ha ido el trimestre de ausencia y bañadas en sal
se sumarán al festejo. Un incesante
goteo de troncos alimentará a la estufa para que el calor siga luciendo su
origen y se esparza entre los reunidos de nuevo. El almanaque empezará a languidecer
sabiendo que su tiempo está concluido y cederá el turno. En aquel rincón, las
figuras del belén agradecerán el frescor del musgo extraído de las peñas
orientadas al norte y los ríos plateados sabrán a chocolatinas que les dieron
origen. Las panderetas, las zambombas, las frutas escarchadas, los higos secos,
los turrones de guirlache, todo, dodo, dará fe de cuánto tiempo perdemos hasta
darnos cuenta de lo verdaderamente válido. Las manecillas reloj de pared corren veloces
en busca la su hora y sin darnos cuenta se ha hecho la hora. Quedan como
centinelas sobre la mesa las botellas de sidra hasta dentro de una hora. Los
abrigos y las bufandas se enfilan hacia la estera del pasillo y el toque de campanas
sabe a canto de gallo. Los pétreos que albergan a la liturgia del misterio nos acogen y el parpadeo de las ceras nos
guiña su complicidad. No sabría deciros
quien es más feliz de entre todos los que por una noche somos capaces de serlo.
Feliz Navidad, de nuevo, amigos míos.
Jesús(defrijan)