La primera comunión
Todo estaba preparado para el gran día en el que aquella
criatura tomaría su primera comunión. Las pruebas de los diferentes modelos de
trajes marineros se habían decantado por el de almirante y los zapatos de
charol blancos aguardaban su turno en la caja de cartón que rotulaba un treinta
y seis. El misal nacarado, el rosario convenientemente desliado y los múltiples
regalos que le fueron llegando formaban un orfeón silencioso bajo la atenta
mirada de las mujeres de la casa. Todo en orden a la espera del gran día. Y
entonces apareció el invitado sorpresa con el que nadie contaba. Ese invitado
que todo infante lleva consigo y que a la más mínima oportunidad se convierte
en la tentación imposible de resistir. La curiosidad, efectivamente, apareció
ante aquella luna impoluta de aquella peluquería sin clientes a esas horas de
la mañana. La cháchara de cordialidades dejó al futuro comulgante sobre ese
sillón de mármol que mezclaba perfiles de silla eléctrica con puesto de mando de
la nave espacial de las series de moda. Se miró al espejo y allí estaban
solícitas las tijeras del fígaro ausente. No pudo resistir la tentación y sus
yemas se abalanzaron sobre esos dos filos sextantes. Las asió y retando a su
propia imagen comenzó la tala de su propio cráneo. Una y otra vez fueron
cruzándose las aspas sobre su cabello y allá que las voces se aproximaron, cesó
su labor. Los gritos desgarradores de las sucesivas gargantas testimoniaban el desaguisado mientras él negaba haber sido el
causante de tal rapada. Los restos de cabellos sobre los filos verdugos daban
fe de lo que allí había ocurrido y a pocas fechas de sumarse a los seguidores
de Cristo acababa de desmontar el retrato que a todos ilusionaba con una afición
repentina hacia el oficio de barbero. Las fotos de rigor dieron muestra de una
altiva mirada que más que demostrar soberbia intentó tapar el eral en el que se
había convertido su cabeza. Nunca un almirante tuvo un gesto más marcial ni un
peluquero peor aprendiz. Lo que sí quedó clara para el resto de sus días fue la
respuesta a cualquier profesional que decidiese acicalarle la cabellera,
dejando al buen criterio del entendido cómo actuar. Eso sí, cada vez que asiste
a una comunión, en lo primero que se fija es en el peinado del actor y no puede
dejar de sonreír.
Jesús(http://defrijan.bubok.es)