jueves, 29 de junio de 2017

Tal día como hoy


Tal día como hoy empezaba la aventura. Sin encomendarnos ni a  San Pedro ni a San Pablo, de buena mañana, empezábamos a cargar el cuatro ele. Jornadas previas en las que la lista interminable de elementos que nos acompañarían se había ido rellenando, llegaba a su punto álgido, y sobre los laterales del pasillo aguardaban turno para embarcar. De cómo logramos introducirlo todo no daré explicaciones porque no soy capaz de encontrarlas. Pero allí no se dejaba nada al azar. Ocho de la mañana, y cientos de kilómetros a la vista, esperando la velocidad de crucero no superior a los ochenta por hora en ningún caso. Los asientos de escay, ignorantes de lo que les esperaba, frescos como una rosa; el aparato de radio, buscando la emisora de onda media; los botes de conserva, convirtiéndose en percusionistas a cada salto del asfalto. Sobre el salpicadero, el letrero que rogaba paso lento desde las miradas fotográficas en blanco y negro, inmune al paso de los camiones. Y lentamente la playa se nos acercaba. Descendíamos hacia la costa y bordeando Valencia promediábamos unas expectativas cumplidas. De repente, como acechante, la caravana inundándolo todo. El escay buscando su punto de ebullición, el motor pidiendo refrigerante, las botellas de casera convertidas en sopa, y toda la paciencia del mundo adosada a nuestro costado. Las imágenes beatíficas que tras los imanes nos acompañaban a modo de protectoras, preguntándose cuánto quedaba. Lentamente, sobre el horizonte azul enmarcado por naranjos, Gandía. Traspasar el puerto y llegar a la dirección acordada sólo precisaba de un último milagro. Un hueco libre sobre el que dejar descansar por un mes al infatigable vehículo que tan poco habituado estaba a estos traslados. Con un poco de suerte la sombra le sería propicia y la ausencia de estorninos le garantizaría pulcritud hasta el momento del regreso. Ahora quedaban por delante las mañanas frente al Bayren, los baños diarios desde primeras horas para conseguir un hueco, las tardes en la Ducal, en los cines de verano, en Rompeolas. Y como suma a todo ello el incesante desfile de visitas que aprovechaban la ocasión para convertir aquel apartamento de escasos cincuenta metros cuadrados en el anticipo de piso patera sudoroso que vendrían a ponerse de moda en un futuro que ya conocemos. Veranos en los que vimos pasar el precio del combustible de once a treinta pesetas. Veranos en los que el aire acondicionado ni se conocía ni se echaba a faltar. Veranos en los que comprobar cómo el milagro de no perecer ahogado se ponía de manifiesto a cada momento. Veranos que empezaban un día como hoy en los que el “camino a Damasco” abría el paso hacia la costa. Hace un instante he vuelto a transitar por la misma salida de hace años. El atasco sigue presente pero me temo que el destino no será tan placentero como el que aquellos ocupantes del cuatro ele azul cielo tuvimos recién estrenada la década de los setenta.

miércoles, 28 de junio de 2017


Los cortes de pelo



Cada etapa impone el suyo y en cada cabeza se intuye la edad de quien lo luce. De modo que mientras el cuero cabelludo decide seguir siendo frondoso el resto del cuerpo que lo sustenta admite la posibilidad de seguirle el juego o no. Atrás quedan las pautas de la herencia si de lo que se trata es de lucir fina estampa y concordancia con todo tu ser. De incipientes calvicies que anticipaban ancianidades hemos pasado a rasurados melones que aportan un plus de adolescencia impensable hace años. Greñas que se empeñaban  en tapar despejados espacios a base de lacas fijadoras, fueron olvidadas, repudiadas. Se trata de darle un nuevo toque al frontal, temporal y occipital para rendir pleitesía a la imagen. Aquellos que hace años empezamos a sentir los efectos desérticos de la otrora taiga perdimos el duelo y nos dejamos de complacencias. No hay remedio y ante lo inevitable solo cabe la aceptación o el disimulo. Y aquellos que solamente sufren el cambio de tonalidades pueden presumir a gusto de las innumerables opciones que se le presentan. Que si un tinte por aquí, que si un bucle por allá, que si las orejas cubiertas, que si las patillas subidas, que si los cogotes desnudos. Todo irá en pos del deseo cumplido y con ello la satisfacción del ego. Tirabuzones, alisamientos, encrespamientos, se irán sucediendo a lo largo de la etapas y las tijeras mostrarán su oficio a la más mínima insinuación. Sigue presente aquella imagen del corte a navaja que propició la llegada de los setenta y la presencia a voluntad de la brillantina que aportaba el apelmazamiento. De hecho, por algún cajón, olvidados, deben estar aquellos peines a los que se les introducía una par de cuchillas de afeitar como preludio del ánimo fígaro personal. A veces pienso que el exceso de las fe en las posibilidades de ser lo que no era dieron paso a las planicies que ahora me cubren. Por eso no puedo dejar de envidiar a las claras a quienes son capaces de dominar con ayuda o sin ella a esas masas foliculares y someterlas a su decisión. Supongo que ahí radica el principio del consuelo que asegura en el barbado el árnica de su calvicie. Sea como fuere, tal y como aseguran las estadísticas, pasados cien años, todos estaremos en igualdad. Disfrutemos hasta entonces y que cada cual se  corte el pelo como más le guste; siempre será mejor que dejárselo tomar como tan a menudo sucede sin que seamos capaces de ponerle remedio. Ah, y si acaso volviesen a preguntarme aquello de “¿cómo quiere que se lo corte?”, les diré que no creo en los milagros, que proceda como buenamente pueda y que no es obligatorio darme palique.

martes, 27 de junio de 2017


El club de los poetas vivos



Suele ir decayendo la tarde del martes y puntuales a la cita se reúnen. Al fondo, tras la cortina invisible del verso, las voces ansiosas de hacerse escuchar, esperan turno. Sobre las paredes, camufladas detrás de las láminas fotografiadas, vestidas de óleos, los vates aguardan. Y entonces, pausadamente, comienza el momento. Papeles venidos de los estudios solitarios, teñidos de linotipias, saben que ha llegado su hora. Todo aquello que el poeta, que la poetisa, estuvo amasando durante la semana, accede a la frontera que diseña el pudor. De nada sirve que la excusa quiera ser protagonista cuando la verdad fluye y toma partido por cada garganta. Ha llegado el momento del sentir y nada podrá coartar el paso decidido hacia la ensoñación. Nada ni nadie será capaz de tejer cortapisas a quienes hacen vivos los tonos interiores. No es necesario atropellarse cuando el regusto del verso se saborea y cada cual interioriza lo nacido de otro, lo parido por otra. Vergüenzas quedaron en el guardarropa de la timidez y nadie osará  convertirse en juez  cuando el romance pida paso. Ni habrá nada capaz de sosegar al garañón del soneto que busque liberar a los que libre nació. Fuera, a escasos metros, la realidad, la racionalidad, seguirá su curso vestida de conformismos. La cortesía rezumará un halo de derrota que a pocos importará cuando no se hayan atrevido a traspasar el desfiladero de la emoción. Habrá hueco para la ironía, para el desgarro, para la devoción, para el desamor. Y todo se ensamblará como un tapiz tejido a la espera de ser enmarcado entre miradas de aceptación. Páginas editadas, albas, por enmarcar, alzarán el vuelo en pos de un nido en el que sosegar las turbulencias que la razón insiste en empalizar como mazmorra indeseable. Haced un hueco, aquellos que ignoráis de su existencia, haced un hueco y asistid. Sabréis cómo el martes, el anodino martes, se eleva al sitial de la grandeza. Puede que en una primera impresión el silencio se os adhiera a la piel. Puede que aquello que soñabais y no sabíais como sacar a la luz, os sea mostrado. Puede que a partir de entonces deseéis formar parte de un club de poetas vivos que hasta entonces os era desconocido y afortunadamente habéis descubierto. Hoy es martes y los minutos se empiezan a descontar. Nos veremos, nos recitaremos y daremos testimonio de todo lo anterior.       

lunes, 26 de junio de 2017


Brochetas, ahumados y demás especímenes



Ya llegó, ya está aquí. El verano, puntual a su cita, ha hecho su aparición. Y con él ha legado el ritual  sempiterno de la búsqueda tornasolada de la epidermis. Aquellos tiempos de Nivea quedaron atrás y hoy el hueco lo disputan las mil y unas cremas protectoras, sobreprotectoras, ultraprotectoras, megaprotectoras. Es evidente que el sol, conforme se nos ha ido envejeciendo, sigue demostrado estar en plena forma y su labor la ejecutará como de costumbre, incluso, algo más intensa que de costumbre. De modo que los perfumes a coco  de aquellas cremas, delatores de apetencias cutáneomulatas, ahora muestran una asepsia temerosa, una vergüenza a hacerse notar, como si dejasen de lado su labor estética y se decantasen por la vertiente médicopreventiva. Es obvio que la inconsciencia paga su precio a la hora de ignorar los daños que puede ocasionar una prolongada exposición. Es palpable el aumento de radiaciones que señala como peligrosa una actividad lúdica y estivalera. Es loable el trabajo que las autoridades realizan a la hora de avisarnos para evitarnos disgustos irremediables. Pero con todo ello, el acto supremo de convertirnos en brochetas rebozadas de arena, se ha descafeinado, ya no sabe igual, ha perdido la frescura. Ni siquiera sobrevuelan las playas aquellas avionetas que lanzaban balones de plástico ignorando la batalla que desencadenaban entre los bañistas ávidos de capturarlos. Un krill atractivo hacia los cetáceos humanos que abandonábamos sombrilla, esterilla, sillas, en pos de la captura. Eso sí, el ungüento recién esparcido por la piel seguía intacto, sin intención alguna de absorberse  y poco importaba. Al atardecer, en los sucesivos atardeceres de los días siguientes, tu piel se mostraba más propia de caparazón de gamba de Denia a la plancha, y era cuestión de esperar. Era el momento de echar mano del aliño acéticooleagionoso con el que paliar la descamación segura que estaba al caer. Con un poco de suerte, las ampollas se olvidaban de ti, y podrías pasar de puntillas ante su ignorancia. De modo que la bolsa de playa apenas reservaba un hueco a la susodicha crema. Todo lo demás pertenecía al kit de subsistencia carpántica.  El único consuelo te llegaba al comprobar cómo no eras el único que lucías semejante torrefacción. Se calculaba el tiempo de veraneo en base al aspecto bereber que tenías y con ello la justificación playera quedaba de manifiesto. Llegado el tiempo de regreso, las lociones sabían que les quedaba un periodo de once meses de descanso. Y lo mejor de todo es que nadie repararía, pasado ese periodo, en su caducidad. Formaban parte de la familia y no era cuestión de dejarlas de lado por unas fechas impresas en la base de aquel cilindro. A no tardar llegaría de nuevo el verano, el momento de la arena, la sombrilla, el cesto de mimbre, las chanclas de dedo, el sombrero de paja. Y cómo no, la añorada crema que esperaba su turno para recordarnos una vez más que era sofocadora de poros candentes, el óleo pincelador, la testigo de una forma de entender el significado del paso del tiempo.

viernes, 23 de junio de 2017

Mari

Sobre sus uno cincuenta y pocos se adivinan una serie interminable de vivencias que le dan forma. Menuda de esqueleto, toma posesión de la esquina anticipándose al sol como si de un duelo se tratase, sabiéndose ganadora al final de cada jornada. Cabalga sobre la plegable que sabe de sus sueños y que callada engrasa la cadena de un incesante traslado hacia la ilusión. Cubre su torso con la armadura de una piel ajada cargada de ayeres y una cota de cinco cifras la protege de la compasión. Ha conseguido abrirse camino tras haber transitado por las tortuosidades y como único pasaporte luce la sonrisa enmarcada por unas lentes que coqueta guarda. Mira fija a los ojos como si de ellos quisiera lanzar un mensaje adivinatorio o una respuesta a las preguntas que no le formula la vida. Vive en la libertad que decidió llevar en una época en la que la uniformidad parece exigirse a los comunes. Sus dedos lucen las huellas de las nicotinas que tantas veces compartiera con las noches en las que los interrogantes salieron en busca de no se sabe qué, de no se sabe quién. Los flecos de su pelo se diseminan como cataratas de escarchas descendiendo lentamente, ajenos a las prisas. Cada mañana cruzamos pupilas y en las suyas nace el perdón que no le solicito como si quisiera disculparse ante mi suerte esquiva. Bromeo, sonríe, amenazo con ignorarla, sabe que miento, y en ese tránsito de ida y regreso, el intercambio se convierte en pacto. Sospecha que ignoro las escasas posibilidades que tengo de éxito. Firma, cada vez que insisto, con la rúbrica de la amistad, y eso es suficiente. Puede que algún día, quizás algún día, la alineación de los cinco dígitos coincida con los arrancados al datáfono y entonces, sentirá que su deuda para conmigo está saldada. Craso error. La deuda ni existe ni se la voy a exigir a alguien que ha sabido demostrar cómo se viste de dignidad la esquina cada jornada antes de que los azulejos de la ventana la inviten a cambiar de puesto y emigrar a las sombras. Una vez más nos hemos cruzado. Una vez más la he vuelto a epitetar como “mi plan de pensiones”. Una vez más, de las muchas veces más que nos quedan, ambos sabremos que no siempre la suerte está  donde muchos la sueñan. La mayoría de las veces, la suerte, la esquiva suerte, está en coincidir con aquellas personas que ponen a  tus mañanas un marco de sonrisas desde un alféizar sobre el que Mari te sonríe y espera para sortearte  nuevas esperanzas.

jueves, 22 de junio de 2017

Las calderas de Pedro Botero


Eran aquellas que anticipaban el futuro a quienes no cumpliesen los dogmas de la fe. Un averno ígneo nos esperaba y de ahí que la necesidad de buscar consuelo fresco en esta parte de la existencia se hacía precisa. Imágenes de  misales cargadas de braseados pecadores enervaban la curiosidad de aquellos que pululábamos por los bancos de la iglesia a la edad en la que el juego pedía otros espacios. Imaginábamos a Belcebú como el fogonero mayor de  aquel reino de tiniebla que braseado cobraba luz. Así que refugiados en la duda fuimos creciendo y alejando temores hasta que la cruda realidad nos ha salido al paso. Pedro Botero  Lucifer se ha puesto cuernos a la obra y vaya si está demostrando profesionalidad. Aquí no hay quien se salve. De nada vale adjuntar un currículo en el que demuestres tu pragmatismo si la mecha ha prendido sin distinción de fe, credo o racionalismo. Todos estamos siendo sometidos a las rigurosidades de semejante horno y la cosa no parece remitir. De poco sirve el incesante remojo si a los pocos minutos se convierte en sudor lo que era agua fresca epidérmica. De nada sirve jugarte la garganta a base de sobrexplotar el aire acondicionado si te resistes a abandonar el coche, madriguera compasiva. De nada sirve pasar horas y horas deambulando por los centros comerciales ojeando lo que no vas a adquirir. Hemos llegado al punto de no retorno y los culpables se están escondiendo. O quizás es que hemos olvidado algo tan elemental como la evolución de la Naturaleza y el cambio ha llegado. No hace mucho que las noches veraniegas se cubrían de rebecas en el paseo y las colchas acompañaban a los sueños. No hace tanto que los pantanos rebosaban aguas y promovían baños. O que las huertas ofrecían sus manjares de acuerdo a la época y nosotros los disfrutábamos acomodando nuestra vida al ciclo correspondiente. Hemos convertido nuestra existencia en una versión acomodaticia donde la no disparidad climática se exige.  Así que solo queda asumirlo y en algún caso rectificar, si se puede. Mientras, nos lo vamos pensando. Así, cuando llegue a nosotros la primera fumarola del volcán en el que nos estamos convirtiendo, no nos pillará de improviso. Como primera medida abriré el frigorífico y veré si queda alguna para dar cumplida cuenta de ella. Caso de no quedar, pues nada, a buscarla. Seguro que queda libre algún taburete cerca de la barra y el split está enfocado hacia él. Alguien más acudirá  huyendo de los rigores calurosos y podremos darnos cháchara mutuamente. Como dijo Felipe, “¿qué importa el calor si tenemos cervezas para combatirlo?” Pedro Botero puede seguir alimentando su caldera mientras tanto y ya veremos quién aguanta más. 

miércoles, 21 de junio de 2017


Los exámenes de Septiembre-Julio



A ver si soy capaz de explicarme a mí mismo lo que a todas luces parece sencillo y visto lo visto no lo es. El curso escolar se diseña con una duración de unos nueve meses y a lo largo de los mismos el seguimiento del alumno por parte del profesorado es exhaustivo. Con sus más y su menos, llega el temido mes de Junio y allí, para bien  o para mal aparecen los resultados. Periodo vacacional a la vista para unos y periodo de rectificación para otros. Parece lógico que aquellos que por distintas circunstancias no han superado los niveles planteados tengan la oportunidad de rectificación o subsanación a lo largo del verano y así, llegado Septiembre, demostrar que su esfuerzo y sacrificio ha valido la pena. Con ello evitarán las repeticiones que les abocan a quedar descolgados del grupo al que pertenecen y quizá en el curso siguiente demuestren que han aprendido la lección. Parece lógico, ¿no? Pues no, no lo es, no señor. De modo que  se implanta la modernidad de reducir los meses de recuperación veraniegos a unos escasos diez días en los que se debe demostrar que una ciencia infusa ha convertido a los insuficientes en sobrados. Milagrosamente, el calor, la ausencia de sus compañeros, las apetencias desconocidas hasta ahora, salen a la luz y la marmita obra en consecuencia evitando el tan temido fracaso escolar. Unos superpoderes hasta ahora ocultos han venido a osmotizarse sobre las pieles de quienes dejaron pasar el tiempo a la espera de dicho milagro. Así, todo recuperará el alienamiento  del rebaño en pos a un disimulo de la torpeza. Llega el tiempo del descanso para todos, incluidas aquellas obsoletas academias que se convertían en purgatorios caniculares. A disfrutar, que es de lo que se trata. Unos sabrán que no se merecen lo que acaban obteniendo y otros darán por buenas unas notas que les eviten el sonrojo de verse señalados. No pasa nada, y si pasa, se le saluda. Semanas de playa, montaña, viajes, pueblo, verbenas, trasnoches, no se van a estropear por una nimiedad como esta. Aquellos que en alguna ocasión sufrimos los reveses del suspenso y tuvimos que penar durante el verano no fuimos más que unos descolocados de la pura realidad. Una realidad como la actual en la que el fracaso ni se admite ni se tolera. De cualquier forma, hasta que alguien recupere el juicio, el tema seguirá. Ya habrá momentos para darse de bruces con la realidad de una sociedad cuando crezcan y entonces se les podrá culpar a aquellos que ya no estén.

viernes, 16 de junio de 2017


Relojes de pulsera y secuelas modernas de los mismos



Solían ser los que al enrollarse en tu muñeca daban fe de tu paso hacia la pubertad. Regalo por antonomasia de comunionantes que lucías ufano aquel día bajo las empuñaduras del uniforme de marino que nunca fuiste. La cuerda diaria servía de alimento a aquellas mecánicas que ronroneaban contigo el paso del tiempo. Un paso del tiempo que los fue convirtiendo en máquinas precisas, mecanizadas, digitalizadas, orientalizadas y miles de zadas más hasta convertirlos en lo que ahora son: una mezcla entre entrenadores personales y  médicos de cabecera. En sus escasos centímetros cuadrados se aglutinan los parámetros que darán cuenta de tu estado físico nada más ojear la pantalla cromatizada al trasluz. Allí, como chivatos espías, se agolparán pulsaciones, calorías, distancias, temperaturas, ánimos y un sinfín de detalles para darte una visión exacta de lo que eres. Como si de su exactitud dependiera tu supervivencia irán sumando medias para con ello reprenderte cariñosamente o aplaudirte efusivamente. Atrás, olvidados, en un tercer plano, los segundos, los minutos, e incluso las horas, serán relegados de su primigenia tarea. Poco importará si marcan tal o cual tiempo salvo que haga referencia al obtenido en un nuevo intento de superación atlética. Estás atrapado desde la bobanilla y no hay escapatoria posible. Únicamente hallarás reposo cuando el propio agotamiento de la batería le obligue a una recarga y ahí sí, ahí, volverás a ser dueño de la situación. Podrás negarle el pan y el enganche al usb y darte un respiro mientras dejas que medite su actuación para contigo. El bluetooth  se sentirá desconcertado ante la pasividad que percibe y el gps no sabrá si sufre un error interno o ha sido saboteado por algún desconocido. Momento de triunfo que saborearás desde el primer instante.  Nada te resultará más gratificante que volver a recuperar el sosiego y dejar de lado ese escrutinio médico-atlético que nunca sospechaste que llegaría tan lejos. En todo caso, si es que lo necesitas, mirarás a ver si la posición del sol te chiva la hora del día en la que te mueves  y con esto tendrás más que suficiente. Has sobrepasado el nivel cuatro de estupidez y empiezas a recobrar la sensatez. Enhorabuena. Por cierto, creo que es la hora de tomar un café, y no es necesario mirar el reloj para saberlo. Dentro de nada anochecerá y será el momento de sumar un día más o restarlo según la visión que cada cual tenga de su propio paso del tiempo.  

miércoles, 14 de junio de 2017

Las notas

Esas advenedizas guadañas que amenazan la calma cada vez que Junio concluye han llegado de nuevo. Como cuervos de vuelos cortos se aposentan sobre las mochilas de quienes han jugado con fuego sin sospechar que se estaban quemando. Las notas, las imponderables notas. Ellas, todas cargadas de argumentos, se erigen en alguaciles de aquellos y aquellas que se sintieron cigarras en el periodo de letargo invernal y ahora se verán como restos de un naufragio de nueve meses. Parto doliente para unos y grato para otros en los que un peldaño más será ascendido. Pero las preguntas  son obvias: ¿ascendido hacia dónde?, ¿hacia qué?, ¿para qué?, ¿en beneficio de quién? De esas repuestas nadie o casi nadie se encarga y deberíamos empezar por ahí. Unos modelos en los que se intentan combinar postulados en declive con deseos inaceptables por los receptores, no tiene ni sentido ni cabida. Currículos que en nada seducen se abren paso entre la desgana y el esfuerzo a realizar debe ser supremo. ¿Notas, qué notas? ¿Las  que siguen insistiendo en mirar hacia dentro de los muros como si la verdad revelada careciese de reafirmación? ¿Las que liman diferencias para que nadie destaque a peor y sea visto por lo que su propio esfuerzo y rendimiento concluyen? ¿Las que buscan justificar abandonos de responsabilidades y no quieren ver que estamos convirtiéndonos en ciegos en una sociedad de tuertos? Los valores se han ido diluyendo hasta niveles de abandono y los ejemplos circundantes abogan por una sociedad de individualismos egoístas. Triunfos de aquellos que lucieron y siguen luciendo ternos desde los despachos de caoba mirando sin ver o viendo sin querer entender. ¿Notas, qué notas?, ¿Para quiénes?, ¿Para cuándo? Aquí es donde llama a la puerta el desencanto y el teclado duda si redondearlas o dejarlas tal cual.  Entre unos y otros se han procurado un cloroformo expansible para que nadie de dé cuenta de lo adormecidos que permanecemos. ¿Notas?, ¿Hasta cuándo? Quizás sea llegado el momento de recuperar los exámenes de septiembre y confeccionar una lista de posibles repetidores. Igual si meditan durante un extenso verano sobre sus postulados equívocos rectifiquen y sepan que el nivel lo marcan la honestidad, el esfuerzo y la aplicación práctica de todos los valores aprendidos por encima de los cofres atiborrados.  Un curso más y una esperanza menos de que el camino gire ciento ochenta grados. Mientras tanto, los advenedizos a las tarimas, como profesores sin graduación fiable, seguirán impartiendo porcentajes de éxitos que superarán ampliamente al de los propios fracasos. El problema está en que cada día hay menos gente que cree en ellos. 

lunes, 12 de junio de 2017

Soldados de Salamina

Empecé a leerlo hace un tiempo y nada más empezar me dije, otro más, otra historia tantas veces leída sobre a Guerra Civil, a posguerra, los derrotados, lo triunfantes. Así que lo dejé. Pasaron los meses y me di una segunda oportunidad y entonces el argumento me sonó a cercano. Mi padre me relató hace años un pasaje semejante que vivió en la misma localización geográfica y no pude por menos que sentir cierta deuda hacia el protagonista de esta novela. De modo que entre los vericuetos de la historia en la que Cercas nos lleva de la mano se pueden adivinar esperanzas rotas, bajezas exaltadas, cobardías sublimadas como glorias patrias y venganzas expresas de un tiempo que les tocó vivir a los protagonistas. Incluso en mitad del odio la ternura aparece y la vida se abre paso nos e sabe bien hacia qué destino ni hacia qué horizonte. Pero se abre paso a base de cicatrices que firman las costuras de unas vivencias dolientes sin posibilidad de vuelta atrás. Héroes incógnitos a los que nadie recuerda por ser apátridas de todos los meridianos y que significaron la base sólida de un futuro lleno de nostalgias a las que no dar paso ni permiso. Principales que se convierten con el desarrollo de la trama en secundarios y secundarios que guardan para sí el certificado de autenticidad que a pocos importa. Clara muestra de cómo el corolario lo firman las victorias y cuánto cuesta desmontarlo a posteriori. Por un momento la gorra de plato que coqueto luciera de medio lado a la venida de sus veinte años, regresó. Aquel que confesase haber traspasado el límite de la racionalidad cuando el hambre saca a la luz la animalidad que nos reviste, vino de nuevo. Y con él, y con todos aquellos que siguieron y siguen callando los recuerdos que a pocos importan, regresó la deuda. Una deuda que ni siquiera los compases de “Suspiros de España” puede amortizar bailando el pasodoble de la añoranza. Apátridas legionarios que fueron capaces de cruzar los desiertos en busca de una victoria nacida de la justicia, toman forma en Miralles. Y con él, el inicio de la historia que el autor camuflado de periodista busca, cobra sentido. Atrás quedan los camisas viejas con sus azules mahón descoloridos por quienes les usurparon las ideas a mayor gloria de un régimen en movimiento. Retazo de una historia que como todas las historias merece ser leída, tenida en cuenta, digerida. Más que nada para ver llegar cualquier otro intento soterrado de argumento similar que considere que la vida empieza en el ahora y que todo lo anterior son cuentos de abuelos aburridos asomados al ventanal de la residencia en la que camuflan petacas bajo el colchón para aliviar el paso lento de sus días.   

jueves, 8 de junio de 2017

Reguetón


Se ha colado como se suele colar lo inevitable. Tras el hecho incuestionable de la evolución musical en busca de nuevo mercado, esta mezcla de sonidos caribeños se ha posicionado en la cúspide de los cpmpases para mayor gloria de los mismos. Se veía venir. Cada ciclo comienza, evoluciona y termina, mal que nos pese a los amantes de un determinado tipo de música en la que nos sentíamos a gusto, cómodos, reyes. A un primer indicio de que nuestro modelo estaba caduco debimos hacerle caso y no mirar o escuchar para otro lado. Ese momento sublime en el que la apertura de la puerta del garaje se aliaba con los primeros tonos de tu música preferida; ese momento de duelo en el que los ocupantes de los asientos traseros te demostraban a las claras su disconformidad con el consabido “cambia de música, por fi”; ese instante de duda en el que te sabías perdido sin remedio; todo indicaba lo que no querías aceptar. Los tuyos habían crecido y tú te habías estancado como se estancaron los pantalones de campana y la trenca en el fondo de tu armario. Así que derrotado dabas paso dabas a la petición de tu sangre y dejabas pasar los kilómetros pidiendo al destino que el sueño las venciese pronto. Puede que entonces, una vez avanzado en el trayecto, te quedase alguna posibilidad de seguir escuchando aquellas canciones que para ti fueron lo más y que ya no son ni lo menos. Procuraste ponerte a la moda dejándote llevar por los consejos y fluctuaste por los indis , poperos, y demás tendencias, no sin esfuerzo. Así hasta la fecha actual. Pensabas que todo lo habías soportado y superado, hasta hoy. De buenas a primeras has comprobado cómo todo el universo musical se ha poblado de timbres reguetonianos. No hay escapatoria posible. Ni siquiera cuando buscas entre la guantera  aquel anticipo de Perucho Conde titulado “La cotorra criolla” tus ansias de modernidad son admitidas. Se ha impuesto como si un tsunami lo hubiese acercado a nuestros tímpanos y goza de las prebendas de su ciclo. Nada es capaz de detenerlo y quizá lo más aconsejable sería asumir tu derrota. Por cualquier rincón debe estar aquel vaquero raído que avergonzado guardaste y mira por dónde es el momento de recuperarlo. Con un poco de contención respiratoria igual hasta te entra. Ya puedes empezar a buscar alguna gorra adecuada, alguna quincalla que colocarte en el cuello o en los nudillos y, si te atreves, a practicar ese cadencioso movimiento de caderas llamado perreo. Más que nada, por no parecer lo que ya eres: alguien que está más cerca de la meta que de la salida. A las letras no les hagas demasiado caso. Tampoco vas a descubrir entre ellas las esencias poéticas del Parnaso. Esas pertenecieron a otras épocas en las que el postureo cambiaba de estilo pero en el fondo buscaban lo mismo. Termino por hoy. Acabo de abrir la ventana al sol de Junio y desde el tercero izquierda me llegan los primeros compases caribeños. No me puedo resistir, así que, me rindo definitivamente y comienzo a bailar.    

martes, 6 de junio de 2017

Mosquitos

A modo de retrato de una clase social se nos presenta esta novela de William Faulkner. Una clase social que busca entre la abundancia que posee aquello de lo que carece. Artistas, snobs y ricos que deciden embarcarse en una travesía a bordo de un velero vestidos por la desgana. Una insistencia nacida de la soledad que la anfitriona luce por más intentos que haga por ocultarla les lleva a dejarse llevar. Y allí, a bordo del velero en cuestión, las carencias de su casta salen a la luz de la reverberación que el sol de media tarde provoca sobre las aguas. Aguas que en su fondo han preparado la trampa de unas arenas sobre las que encallar y proporcionar al ambiente una tara más a la pesada carga que de por sí ya lleva. Del aburrimiento al hastío que sienten los protagonistas como si de una metáfora vital se tratase, el lector empieza a trazar los perfiles de cada cual. Aún sabiendo que la distancia en el tiempo podría inducir a pensar que pertenece al pasado, esta obra recobra actualidad a nada que sepamos cambiar mínimamente el atrezo. Discreto encanto de una burguesía que a veces deja de serlo para flirtear con las carencias ajenas de modo cruel. Es la venganza hacia una personal existencia que se nos muestra vacía de valores y a la que no saben dar salida más allá de la satisfacción caprichosa que el momento provoca. Entre ellos se establece una lucha de dominios en los que los débiles siempre necesitan del apoyo de los que consideran fuertes aunque no lo sean. Manipuladores de sentimientos hacia quien no ha sabido ver que el paso del tiempo le ofreció un aprendizaje del que pasaron de largo. Vidas que cobran vida desde la aceptación de los otros y caprichos innecesarios que se visten de púrpuras imprescindibles. Como si de una conciencia colectiva se tratase los mosquitos aparecen sin estar y de sus saetas se intuyen las comas que la narración en sí precisa. Pausas de una pausa casual que retoma su ritmo hacia una despedida encaminada de nuevo a la soledad. Públicas virtudes y privados pecados que ni siquiera se empeñan en ocultar por considerarse por encima del bien y del mal. Un encierro a cielo abierto cuyos barrotes lleva cada protagonista sobre su torso y son incapaces de arrancar. Un mendigo de enseñanzas que seguirá sintiendo que su momento de aprendizaje sigue abierto por más que las canas insistan en recordarle que la página pasó. Mirada al espejo de un estrato social que confunde el oropel con la virtud y que más de uno podría romper en mil pedazos si tuviera el valor de hacerlo para recobrar el sentido de una vida vacía. Subid al Nausikaa, emprended como polizones la travesía propuesta y comprobad con vuestros propios ojos si lo que acabo de comentar se ajusta a la realidad que Faulkner expone. En caso de aburrimiento siempre podréis saltar por la borda y dejaros sorprender por el sofocante abrazo de las ciénagas antes de ahogaros en vuestra propia decepción.      
Ágata Rosa


Hay  veces en las que la casualidad sale a tu encuentro para llevarte a un destino llamado sorpresa. Hay veces en las que los finales de Agosto anuncian a la  primavera a las puertas de un otoño. Hay veces, algunas veces,  las mejores de las veces, en las que te das cuenta de que has encontrado a la protagonista del séptimo verso de aquel poema de Goytisolo y sonríes cada vez que lo recuerdas. Y todo lo demás viene por añadidura hasta convertirse en amistad. Una amistad trenzada desde las yemas hábiles de quien sabe sacarle a las gemas todo su valor curativo cuando el ánimo decae o camina perdido. Solo es cuestión de dejarte atrapar por el sonido del gong tibetano para sentir fluir la energía nacida de la bondad de un corazón limpio. Tus dedos atraparán al cuarzo como si de un amuleto mágico se tratase y de su pendular oscilación Ágata buscará el sosiego de colores que la madre naturaleza  propone. Poco importará si el bullicio cercano intenta disuadir o entorpecer sus efectos. Las cartas  boca arriba darán testimonio de la verdad incuestionable. Sus ojos de mirada profunda ejercerán de luminarias de una senda que hasta entonces creías asfaltada de sílex. Nada conseguirá que la paz se niegue a llegar a ti cuando desde los mechones morados emerjan las vibraciones. Y si el camino emprendido entre interrogantes tiene posibilidad de ser transitado, ella, Ágata, te llevará de la mano. Los designios imponderables no serán revertidos en truculentos mensajes en busca de esperanzas irrealizables. Buscará entre lo etéreo lo más real que la parte anímica del ser humano precisa y tantas veces olvida. Los hilos conductores que de sus amuletos surjan no harán otra cosa que no sea el bien, callando a veces lo que sus pupilas perciben y el pudor enmudece. Y eso, amigos míos, en los tiempos que vivimos es un lujo a tener en cuenta y no dejar pasar. Un lujo solamente comparable a la dicha de saber que un año más añade a su sabiduría. Puede que descalza camine para seguir siendo la sacerdotisa de pies en tierra y pensamiento en vuelo. Nada podrá impedir, os lo aseguro, que cada vez que os acerquéis a ella, un halo de verdad os llegue mientras el eco de un bronce golpeado se adueña de vuestras dudas para diluirlas entre sus manos.  Si por un momento un mundo al revés fuese posible veríais como llevaba razón el poeta al soñarlo y yo tengo la suerte de disfrutarlo cada vez que me reencuentro  con ella. 

lunes, 5 de junio de 2017




Sin wifi



La tragedia que pocos podemos sospechar llega así, de improviso a traición. No hay wifi. Acaba de abrirse el primer acto de una tragedia que nos subyuga y amenaza sin compasión. Nuestros pasos diarios y habituales se ralentizan y desorientados no sabemos qué hacer. Se nos ha cortado el cordón umbilical del parto diario que supone estar en línea y vamos perdidos, sin rumbo, como notas de un bolero condenados al ostracismo. Si nada lo remedia daremos por perdido irremediablemente este día y será irrecuperable. La urgencia de saberte ligado como nudo de una red ha sido saboteada por el camino menos esperado. El parpadeo de las lucecitas parece estar dispuesto en modo sarcástico como si el módem disfrutase de nuestra angustia creciente por momentos. Buscamos sin encontrar el teléfono de averías y con algo de suerte una voz no metálica ni mecánica se dispondrá a ayudarnos. Nueva decepción. El nivel usuario que lucíamos ufanos se degrada hasta niveles de torpe total al no ser capaces de entender ese nuevo lenguaje que nos insiste en poner al servicio de la reparación. No hay remedio. Buscamos entre los cercanos a alguien que sea capaz de traducir a la realidad lo que se nos escapa. La voz del otro lado, haciendo gala de paciencia jobiana, se apiada de nosotros y reinicia una y otra vez la explicación. Nada, no hay forma. El parpadeo sigue a su ritmo y la ineficacia le sigue. Ya dudas entre darte por irrecuperable y cerrar la clase como alumno suspenso o simular que todo ha sido comprendido a las mil maravillas y el fallo está subsanado.  Dices adiós cortésmente y a los pocos segundos recuperas el aliento. En ese momento percibes que un poco más arriba de tu entrecejo, unas baldas que hace tiempo colocaste sustentan unos lomos encuadernados. Desde la silla lees la verticalidad de los mismos y en algún caso refrescas la memoria de aquellas letras y aquellos tiempos. La curiosidad se viene a ti y entre las dudas del recuerdo tomas la decisión con firmeza. Echas atrás la silla, te levantas y lo deslizas con cuidado. Sabes que quedó a medias y que quizás sea el momento de darle su merecido. Así que abandonas el escritorio, te sientas en el rincón favorito del sofá y sin más preámbulo emprendes el camino de la lectura olvidada. Lanzas a modo de venganza un ¡a la mierda el wifi! Y te quedas más a gusto de lo que tú mismo ni sospechabas. Por cierto, acaba de ponerse en funcionamiento. Voy a seguir leyendo y si quiere, que espere, y si no, que le den. El argumento es mucho más interesante de lo que a través de la pantalla suele aparecer tan a menudo.   

sábado, 3 de junio de 2017


Aquella alineación del 66

Araquistain, Pachín, De Felipe, Zoco, Sanchís, Pirri, Velázquez, Serena, Amancio, Grosso y Gento.  De memoria me la sabía. Eran tiempos en los que el valor de un escudo no estaba sometido a los vaivenes del mercado y un jugador era de un equipo de por vida. Y con esos jugadores toda una retahíla de admiradores que apostábamos por ellos como señuelos de identidad. Ocho años en los que desde el Bar de Urbano, sobre las sillas de railite azules, una pantalla de pocas pulgadas en blanco y negro nos retransmitía las grandezas y las decepciones de nuestro equipo favorito. Eliminatorias de la Copa de Europa en las que el Inter de Milán, el Benfica, el Ajax o alguno más se encargaban de ponerte en el cadalso como reo de un deseo pocas veces cumplido. Menos aquella tarde en la que Amancio y Serena dieron la vuelta a un marcador adverso y a ritmo yeyé consiguieron que un balón de plástico llevase sus rostros impresos como muestra de gloria aprehendida. Quedó en la memoria más allá de decepciones posteriores en las que algún despiste frente al Liverpool nos privase de la séptima. En las que el valor de los goles en campo contrario evitase que la Quinta del Buitre coronase su leyenda. En las que  los sempiternos alemanes truncasen el paso a las finales. Decepción tras decepción que tuvieron su punto y aparte frente al equipo de la Juventus en aquella final escasa de goles y pródiga en  satisfacciones. Hoy, como si la historia se ofreciese de nuevo, de nuevo, aquel enfrentamiento. Quien era santo y seña turinés, dirige al Madrid y ambas escuadras saben que disponen de noventa o ciento veinte minutos para esculpir de nuevo su nombre entre los grandes.  Todo ha cambiado y sin embargo todo se reduce a los mismos sentimientos. Quizás la edad me predisponga a buscar cierta ecuanimidad en los planteamientos más o menos acertados, en las virtudes de un equipo y los defectos del otro. Lo que no deja lugar a la duda es que esta tarde, a eso de las veinte treinta, de nuevo las sillas se volverán a  vestir de azul y aquella efemérides renacerá  para bien o para mal. Cincuenta y un años de tránsito dan para mucho y sé que mañana no habrá posibilidad de volver a patear un balón de plástico con los rostros de los elegidos para la gloria como sucedió entonces.  Ha llegado el momento del equilibrio y por encima de las pasiones por unos colores lo que más me seduce es el sabor a buen fútbol.  Si lo lleva a cabo el Madrid, mi Madrid, me alegraré sobremanera; si lo ejecuta la Juventus, aplaudiré a un equipo que habrá demostrado merecerlo. Creo que definitivamente dejé de ser un forofo para convertirme en un apasionado del buen fútbol y en esa esperanza permaneceré toda la tarde.  Vamos a tomar posiciones  por si se nos hace la hora y nos pilla despistados.