lunes, 30 de octubre de 2017


¿Para qué sirven las banderas?



La curiosidad me ha llevado a cuestionarme este interrogante y como mecanismo de resolución he averiguado lo que la red dispone como respuesta. Por lo leído existen tres tipos de categorías en el grupo de las banderas nacionales. Una es  bandera civil que pueden o podemos utilizar todos los ciudadanos cada vez que así lo estimamos. Las celebraciones de un éxito deportivo supongo que serán el claro ejemplo de esta primera opción. Más de una vez las vemos ondear de manos de quienes se sienten partícipes de tal o cual logro, sacando pecho, llorando de emoción, enervados los sentidos. La segunda acepción es la referida a la guerra y el uso le pertenece en exclusividad a las Fuerzas Armadas. De hecho recuerdo cómo todos los viernes por la tarde se celebraba en el patio de armas un desfile en el que se la homenajeaba a la vez que se recordaba a aquellos que dieron la vida por Dios y por España (sic). Territorios ganados o perdidos en base a la fortuna o desdicha que las contiendas promovían fueron testigos de primer grado de tales acontecimientos. Uno de los agravios mayores que se podía cometer era el ultraje a la misma y el no perdón echaba brotes de venganzas a futuro. Así, la enseña nacional, simbolizaba el respeto debido a todos los ciudadanos juramentados en aquellas explanadas con el uniforme de bonito y el permiso de quince días. Insuflaba valor, eso está claro. Incluso el ritmo vivo de la banda militar animaba a ello mientras el cetme se adhería a los brazos. Soldados de reemplazo dispuestos a todo a los que se nos suponía un inquebrantable tesón de raza y creencias. El acto diario de arriar o izar bandera llevaba impreso el inmovilismo absoluto durante varios minutos y al romper filas el sentimiento patrio había crecido un poco más. De modo que esta segunda acepción quedó clara y sigue quedando en quienes pasamos por la recluta no siempre voluntaria. Nada que añadir al recuerdo de aquellos meses vestidos de caqui y calzados de Segarra. Por último, la bandera institucional, la usada en los organismos oficiales, la del poder político y administrativo, la Bandera con Mayúsculas. Esa que parece ser la madre de todas las banderas, la enseña por excelencia, por la que tantas y tantas disputas se generan y tantas y tantas controversias se expanden en los páramos de la intransigencia. Y no por la bandera en sí, sino por el uso interesado de quienes la utilizan para propio beneficio. Unos la exhiben, otros la vilipendian, unos la modifican, otros la rechazan, unos la adoran, otros la repudian. De modo que empiezo a cuestionarme si el tridente de acepciones no se habrá confundido y en este totum revolutum no anidará un desconocimiento más o menos intencionado de su simbología. Uno pertenece a la tribu que lo acepta como tal. Y cuando la tribu empieza a dictar doctrinas veladas o directas de modos de actuar o querer a los emblemas, igual es el momento de replantearse si está o están haciendo bien su labor o si merece la pena entrar al trapo de tales partidismos, vengan bajo la bandera que vengan. Si no se tiene claro será mejor arriarlas hasta que el mástil dé permiso a un nuevo izado de la misma llevado a cabo por el sentido común.

viernes, 27 de octubre de 2017


Las flores del camposanto



Llegó el momento de volver a sacar lustre a las lápidas, de renovar los floreros, de congregarse en torno a la tumba para leer los inmortales epitafios. Legó el momento de preparar los ramos y encaminarse a modo de ofrenda al lugar de descanso en el que los seres añorados, y a veces queridos, reposan en  paz. Unas veces claveles, otras veces geranios, otras rosas, otras veces gladiolos, irán configurando ese desfile floral que convertirá en primavera al otoño avanzado. Será el momento de volver a suspirar ante sus ausencias y en el silencio imposible del bullicio cercano rememorar los detalles que dieron forma a una vida en común. Con un poco de suerte echaremos a faltar algunas generaciones que se nos alejan en el tiempo y que nuestros padres insistieron en que conociéramos. Habrán tumbas huérfanas de pétalos y las habrá rebosantes como si del desborde se dedujese más sentimiento. Pasaremos revista a las fotos esculpidas para poner en valor lo que en vida no valoramos y en el mejor acudirá la memoria perdida en forma de mote. Harán sombra los cipreses para que los rayos de sol no distraigan las miradas y el retrovisor de las existencias no se empañe demasiado. Y por una vez, por una sola vez, el fósforo de los osarios iluminará con sus consuelos a quienes se aferraron a unas vidas que ya no son. Las flores se sabrán protagonistas en la caducidad que se les antoja extensa. Irán perdiendo porte y frescuras con el transcurrir de las jornadas mientras las cancelas de acceso cierren con adioses sus cerrojos. Fuera, a escasos metros, las coronas marchitas esperarán su turno para ser retiradas y a la espera de sus propias cenizas guardarán silencio. Inmóviles señuelos de inmóviles pasos que se redimen una vez al año como si la onomástica impusiese su ley. Férreas anclas de las que suele costar despedirse como si temieran la travesía del abandono. Pasado que se harán presentes y con el tiempo se irán difuminando en una neblina de vago perfuma llamada recuerdo. Y como colofón a toso ello, no más allá del paso de las semanas, el plástico usurpará el protagonismo. Quizás los rayos de la tarde también acaben con su falsa tersura; pero a todos nos quedará el consuelo engañoso de vestir de corolas el último rincón que hace tiempo dejó de tener vida. Sólo faltará un año para que el frescor regrese, y si lo pensamos bien, ¿qué significa un año de espera cuando la vida eterna ya la tienen quienes se nos fueron? Consuelo, sí; pero qué triste consuelo.

jueves, 26 de octubre de 2017


Toc, toc


Jugando con el doble sentido de la expresión se suele sacar partido a la ironía. Un punto de sutileza sale a la palestra y del otro, de quien lo lee o escucha, dependerá el valorar si ese doble sentido es más o menos acertado. Así debieron plantear quienes eligieron semejante título para semejante bodrio de película. Aquí es donde podría dar por concluida la crítica de la hora y media malgastado ayer por la tarde. No obstante, explicaré los argumentos que me llevan a catalogarla como tal, y quien quiera que los lea y asuma y quien no que se lance al vacío y allá él. El Trastorno Obsesivo Compulsivo es diagnosticado a quienes por algún desajuste mental actúan en base a temores o tics irremediables. Entrar en los orígenes de los mismos le corresponde a los psicólogos o psiquiatras y no seré yo quien asuma tal función. Pero buscar la gracia, la risa fácil, el humor barato en base a ello, me parece, como mínimo, deleznable. Y mucho más cuando los estereotipos son tan simples como las interpretaciones de quienes los llevan a escena. Responsabilidad absoluta del guionista, del productor, del legislador que premia al séptimo arte con unas cuotas de emolumentos para parir semejantes chorradas. Apoyos televisivos, caras más o menos conocidas a partir de teleseries y situaciones esperpénticas que no tiene ni idea de lo que significa el buen humor. Bostezos desde el minuto cinco y salteadas risas entre los moños cardados de las filas alternas. Niveles de humor anclados en las comedias insustanciales de los años sesenta y que curiosamente revivían ante mis tímpanos. Ansias infinitas por encontrar algún skecht salvable con el que justificar los cinco euros peor invertidos. Nada, de nada, sobre la nada, de la nada y para nada ¿ Para cuándo una oficina de reclamaciones en las cercanías de las palomitas? ¿Para cuándo una actuación preventiva ante situaciones como la de ayer? Sospecho que el nivel de exigencia se ha diluido de tal modo que habrá que recurrir de nuevo a la Cartelera Turia para ir sobre seguro. Aquella no se andaba con rodeos; los epítetos comenzaban con infumable, seguían con lamentable, evitable, condenable, aceptable, buena, excelente e imprescindible. Y a fe que tenían razón en la mayoría de las ocasiones. Así que, salvo que el espíritu de Paco Martínez Soria opine lo contrario, evitaos la decepción. Si llegase a comparar sus obras con lo visto ayer, seguro que salía ganando por goleada. Del argumento, paso de hablar; ¿para qué, si ni siquiera los promotores saben de qué va? Por cierto, y como preludio a la cortina de los títulos de crédito, un avance de lo que amenaza ser la segunda parte. Juro que si vuelvo a escuchar  “toc, toc”, no se me ocurrirá abrir la puerta ni de coña.       

miércoles, 25 de octubre de 2017


La fórmula de la felicidad

"Una vida sencilla y tranquila aporta más alegría que la búsqueda del éxito en un desasosiego constante" y  "Donde hay un deseo, hay un camino". Así, tal cual, como premonitoria solución, ha aparecido en una subasta esta pareja de sentencias de Eisntein. Según dicen las manuscribió a modo de propina a un botones del hotel japonés en el que se alojaba. Y visto con relatividad el asunto no deja de sorprenderme llevándome de un lado al otro de la duda existencial. O era un tacaño irredento, o no llevaba consigo el importe suficiente como para alegrarle la mañana al nipón. Imagino que cuando leyese la nota le darían ganas de mandarla al retrete y que se contuvo; de todo es conocido el sentido cívico que impera por aquellos lares. Puede que con el tiempo olvidase en qué bolsillo, de qué chaqueta, de qué uniforme había guardado la nota y el destino barajó a la velocidad de la luz el mazo de su suerte. O la de sus herederos, quién sabe. La cuestión es que ha aparecido y rápidamente ha salido a subasta. Tal es la necesidad de felicidad que nos acucia, que alguien con suficientes recursos, exactamente con un millón trescientos mil recursos, se ha hecho dueño y destinatario de la misma. Y ahora qué, se estará preguntando ¿Mando analizar a sesudos científicos sobre la interpretación de dicha fórmula? ¿Localizo a los más ilustres gurús para que descubran los entresijos de esta baraka? ¿Espero un tiempo y si no obtengo resultados la vuelvo a poner en circulación para una subasta posterior? Dilema trazado y angustia llegada. Imagino que con el primer corolario no estará muy de acuerdo quien ha sido capaz de acumular tales riquezas. Sospecho que pasará por alto la secuencia de palabras que en nada le vienen a solucionar su búsqueda. Así que se dedicará a analizar el envés y puede que ahí obtenga el premio a sus expectativas. De cómo interprete el sentido del deseo lo dejo a la elucubración de cada cual para no abrir el abanico de posibilidades; pero está claro que para él, ilustre poseedor de tal códice, será mano de santo, palabra de ley, dogma a seguir. Intuyo que el camino se lo irán allanando para limar las dificultades y una vez que vea aproximarse el edén soñado, sus pulsaciones se alterarán, el brillo de sus ojos hablarán por él mismo y se sentirá alquimista congraciado con la ciencia. Poco le importará si a su alrededor malviven los infelices; no será su culpa si la vida les ha llevado al peldaño de los perdedores. Pensará que bien merecidas tienen sus desgracias quienes no han sabido superarlas con la astucia o el engaño. Sin duda, creerá que su suerte estaba marcada en su línea astral y con ello encontrará justificación a sus actos. De modo que hemos de alegrarnos doblemente del descubrimiento de dicha fórmula. Por un lado, todos sabemos ya el planteamiento y por otro ya sabemos el precio que tiene su posesión. Lo más irónico del asunto será ver cómo aquel que se sabe dueño de aquello que fuese propina es incapaz de darle sentido a su vida más allá del tintineo de las monedas. Empiezo a pensar que don Alberto, cuando formuló su Teoría de la Relatividad, dejó a las claras que la energía que empleamos en conseguirnos la felicidad es el resultado de multiplicar la cantidad de materia gris que poseemos por el cuadrado de la velocidad de la luz con la que salimos a buscarla. Ahora que lo veo claro lo dejaré manuscrito por si en un futuro….Aunque me extrañaría muchísimo que algunos creyeran en su validez.

martes, 24 de octubre de 2017


La nutrición



Ha pasado de ser una necesidad a convertirse en una religión. Por doquier pululan gurúes expertos que vaticinan todo tipo de venturas a quienes sigan las reglas del equilibrio energético y las tropecientas desventuras a quienes los ignoren. Se acabó la permisividad de la gula, el pasaporte hacia el goce del buen yantar, el delicioso paraíso de una mesa bien servida. Todo sea por la salud y la apolínea forma. De modo que como lectura casi obligatoria todos los productos envasados exhiben sobre los lomos de sus fundas la retahíla de aportaciones a las que te verás sometido si decides caer en la tentación. Un dosier completo de bioquímica a todas luces admonitorio sobre los males inminentes que acarreará la caída, la derrota, la rendición, amenaza a quienes no sean portadores de un metabolismo verdugo de toda acumulación de reservas. Poco importará si la genética se empeña en hacer acto de presencia como alegato a los resultados finales. El juicio está a punto de dictar su sentencia ante la mínima infracción de las normas. El juez vigilante de la conciencia se encuentra ante el dilema de mandar a tal o cual destino al reo que se atreva a saltarse las advertencias o condonar duelos a quien las cumpla. La dieta, fiscal inmune a cualquier recurso, dispondrá de todo tipo de argumentos para exhibir las consecuencias. Y de nada servirá echar mano de menús ancestrales. La moda mandará y de cuando en cuando dará la vuelta. Volverá a adorarse aquello que se repudiaba y vuelta a empezar. La cuestión es marear la perdiz para que los perdigones no sepamos bien qué camino seguir. Así que propongo la apropiación del lema wildeano y dejar que las tentaciones se adueñen de nuestro paladar. Ya vendrá el virus adecuado a hacernos constar los excesos y quizás la gastroenteritis tome cumplida venganza. Habrá merecido la pena. Puede que el contrapeso más adecuado sea el desgaste de lo demás ingerido y entonces tendremos la oportunidad de vengarnos de todo aquello que supusimos dañino para nuestra salud. Con un poco de suerte resistiremos los embates de un inminente infarto que nos aguarda al sobrepasarnos las vueltas. Podremos tener la conciencia tranquila. Habremos  cumplido fielmente con la norma que reclamaba una vida hipersana y repetiremos a modo de mantra la lista de aportes que todo producto lleva en sí.  Sin duda, con un poco de suerte, si el estrés no nos liquida antes, viviremos más tiempo. Si los años añadidos son más tristes o no, casi mejor no lo pensemos. Seguro que sobrepasados ampliamente ya ni nos acordamos del sabor pecaminoso que se nos ofrecía y que a disgusto decidimos rechazar. Si no somos capaces de recordarlo, poco importará, ni a nosotros, ni a nuestros cercanos. Me está llegando el recuerdo de La Grande Bouffe  y desde luego merece la pena plantearse un final parecido.        

lunes, 23 de octubre de 2017


Zapatos



La manía de observar suele ir relacionada directamente con la sorpresa del observador. A nada que la curiosidad le pique, algún motivo salta a la luz, como si se disparase un resorte mágico e impensable hasta ese momento. Esta mañana, lo pude comprobar. Ciento de veces he transitado cabizbajo como la mayoría de los incógnitos con los que comparto espacios y hasta hoy no había reparado en el código secreto que esconden los zapatos. Como si de una tribuna abierta se tratase, allí estábamos, o mejor estaban, los dueños de nuestros pasos. En círculo, como retándose, silenciosos y a la vez expectantes. Los había de variados perfiles, diseños, pespuntes. Y en cada uno de ellos se adivinaban las experiencias ajenas. Eran como chivatos de vida a los que prestar pupilas y buscar redenciones en confesiones no previstas. En unos se presumía un andar torpe como si el miedo a la caída fuera forzando la sucesión diestra y siniestra de las plantas. En otros la pulcritud sacaba a la luz el sentido de la estética belleza que parte de la armonía de la flotabilidad en el desplazamiento. Aquellos aguantaban para sus adentros deformaciones como si de una mazmorra permanente no lograsen huir. Estos, avergonzados por la policromía, trastabillaban sus tonos hacia la popa de la silla que ejercía de reja salvadora carente de geranios. Un abanico desaliñado que en mitad del otoño no venido se preguntaba si abrir o cerrar sus segmentos. Las suelas destilaban pereza y quién sabe si agotamientos de un cíclico deambular por la senda de la conveniencia. Morían en las raíces como suelen morir los tubérculos que han sido olvidados en las matas por la premura de la azada. Lazos falsos que cubrían empeines competían con suelas de cadalsos en busca de cimas. Y en todos los casos el contacto dérmico buscando la simbiosis entre el deber y el querer. Puede que aquellos que se encargaron del diseño en la interrogante de los talleres soñaran con verlos adaptándose al tránsito de vidas sin descubrir. Quizá las curvaturas que en muchos se presumían hablaban de cómos y porqués que nos pasan sin respuesta. Empiezo a pensar que cuando la mayoría caminamos cabizbajos no lo hacemos para comprobar la permisividad de la calzada. Empiezo a creer que cuando la cerviz se genuflexa hacia abajo es para dar cuenta de nuestro propio existir al ver en los zapatos propios y ajenos una firma propia que tantas veces ocultamos por pudor.

domingo, 22 de octubre de 2017


19 días y 500 noches



El filón de las obras musicales parece no tener fin. En base a este o aquel motivo las partituras saltan al escenario y aprovechando el tirón de las canciones ya conocidas auguran un éxito. Y si, como en el caso de anoche, las letras musicadas de Joaquín Sabina se revisten con la túnica de canalla que tanto ha lucido, pues parece que la opción está clara: había que ir. Los acordes de un excelente grupo de maestros ejercieron de maestros de ceremonias y todo el auditorio esperábamos ansiosos la evolución de la obra. Alguien comentó que se alargaría más allá de las dos horas y media y en base a los estribillos que cada tatareábamos para nuestros adentros dimos por válida la extensión. Cinco minutos de rigurosos retraso y el telón abierto. Primera sorpresa. Una componente llamada Sabina, de la que media hora después descubrí que era un espectro de alguien que vivió en esos ambientes, comenzaba a cantar. Llegué a pensar en serios problemas auditivos al no entender en absoluto la melodía que interpretaba. La orquesta superaba con creces a la voz y mi desconcierto echaba a andar. La cosa continuó con unos veinte personajes más a los que apenas pude vestir de modo inteligible. Fulanas buenas, mafiosos ingenuos, torpes de comicidad simple que arrancaban las risas  con gags de sobra conocidos, y un argumento aún por descubrir. Y el culo, juzgador equilibrado, moviéndose en mi asiento de aquí para allá. Mala señal; aquello no era lo esperado. Para más inri, una selección musical que ni siquiera los amigos más sabineros nos acompañaban se atrevieron a tararear iba completando esa macedonia inconexa. Así, entre grises y números musicales que no venían a cuento, el descanso. No salimos de la sala por mantener la esperanza ingenua sobre el vuelo de la obra. Reanudación con la canción que daba título a la puesta en escena, palmeos, algún que otro coro desde las butacas y de nuevo, plof. Ya daba todo igual. Lo único que quería era que aquello terminase lo más pronto posible. Supongo que la casualidad así lo dispuso cuando nos dieron las diez y dimos por concluida la tarde. Una pena, sin duda. Quizá las expectativas fueron demasiado elevadas y la caída hacia el pozo de la decepción fue demasiado doliente. De cualquier modo, ya sabéis lo que dicen de los críticos: que son malos autores; así que no me hagáis demasiado caso y si los estribillos de Sabina empiezan a zumbaros en los oídos, no os resistáis ¡A ver si voy a ser yo el único equivocado!

viernes, 20 de octubre de 2017


Escrache



Está todo tan globalizado que el idioma no iba a ser una excepción. Así que curioseando entre el vocabulario llegué a preguntarme por los orígenes de tal palabra. Resulta que tiene origen argentino o uruguayo y que viene a ser, semánticamente hablando, un tipo de manifestación en la que un grupo protestante, en el laico sentido de la palabra, se dirige al domicilio o lugar de trabajo de alguien a quien se quiere denunciar y/o incordiar. Los motivos que mueven a  los escracheadores  a adoptar ese papel suelen ser lo suficientemente claros  o suficientemente difusos como para buscarles más explicaciones. Pero de lo que no cabe duda es de la popularidad que están teniendo en los últimos tiempos en los que las convulsiones sociales toman la calle a la mínima oportunidad. Lejos quedaron los tiempos en los que se prohibía la reunión de varias personas por ser catalogadas de conspiradoras. Pero el tema está desbarrando de mala manera y parece no tener fin. Políticos de todos los colores han sufrido el ataque de esa masa enfurecida y solamente se necesita que una cerilla de protesta prenda el ánimo para tomar la ruta hacia la fachada de la casa habitada por el reo. Este conocido modo de tocar las pelotas empieza a dar síntomas de rutina y si sigue por este camino acabará sus días en base al hartazgo. Toda moda, por sí misma. Es perecedera de la moda siguiente y esta no va a ser una excepción. Pero lo que no me deja de sorprender es cómo cuando uno participa como protagonista de semejante péplum le parece legítima la manifestación y cuando es el receptor de las quejas, la repudia, descalifica, rechaza y manifiesta indefensión. No vale echar mano del refranero para alegar que si las das, las tomas; pero quizás sería conveniente saber cuán cambiante es el rumbo que fija el viento del desahogo. Puede que alguien se sienta en posesión de la inmunidad en base a sus planteamientos y crea que el dogma viaja en sus alforjas. Craso error. Tan acertados estarán unos como errados los otros y viceversa. Tan lamentable será dar la cencerrada frente a una fachada de ladrillo cara vista como la ejecutada ante los marmóreos pilares de la otra. La política se debate en un foro destinado a tal efecto y votado para ello. No puede convertirse la calle en un frontón de afrentas de tal o cual signo hacia cual o tal otro. No, eso, no. Y mucho menos cuando desde una atalaya de certezas das pie a que unas hordas favorables salgan en tropel; pronto percibirás cómo el bando contrario dispone de semejantes legiones de exaltados que buscarán tomarse la revancha. Lo que te quedará será , sencillamente, volver al refranero, o sencillamente tomar una pócima de ajo y agua, que si no cura, seguro que en algo  alivia el momentáneo disgusto.  Caso de no hacerse así, sobran parlamentos, y sobran, indiscutiblemente, exaltados tanto dentro como fuera de dichas asambleas.

jueves, 19 de octubre de 2017


El 155

 En aquellos tiempos de dudas a futuro entre unos y otros consiguieron redactar la tan traída y llevada Carta Magna llamada Constitución. Cedieron unos, aceptaron otros y en base a ello se logró un consenso pespunteado como pasadizo hacia la convivencia democrática posdictatorial. No sé si alguien ajeno a las leyes la habrá leído alguna vez; yo, desde luego, no. Y no es que me vanaglorie de ello, pero reconozco que me gusta más la buena literatura. Sé que cuando se diseñó el mapa autonómico más de una actual autonomía reclamaba tal o cual privilegio a modo de galardón histórico y más o menos se logró configurar un Estado moderno. Pero ¿qué pasa cuando el tiempo pasa y aquellos que nacieron, se criaron, estudiaron, se formaron  y viven en un ambiente diferente al resto rechazan la validez de un texto que consideran ajeno? Pues pasa que el desacuerdo salta a la calle y provoca el duelo. Unos, aferrados a la letra votada; otros, renegando de dicha letra por no considerar que esté actualizada; unos, proclamando tras las bambalinas del temor lo que prometieron exigir en sus campañas electorales; otros, amenazando sin dar a la espera de una rectificación o aseveración por parte de los otros. Entre miedos a represiones y miedos a ejecuciones legales así andamos. Como si una partida de tenis se disputase sin tie break y amenazase con eternizar la disputa. Unos me recuerdan al padre que anticipa un cachete al hijo si sigue en su cabezonería; otros buscando el rincón desde el que seguir empecinados en lo que consideran justo aunque a sus padres les suene a capricho. Y todos, o algunos, si saber qué demonios dice a las claras el dichoso artículo; o mejor, la interpretación de todos los artículos de la Constitución. Parece que una metáfora se hubiese instalado y cada cual estuviese interpretándola a favor de corriente. Si me sitúo en el pensamiento de unos diré que la ley está para ser cumplida; si me muevo de bando, reconoceré que ninguna es  perpetua, ni siquiera la de 1812. De modo que aquí seguimos; recogepelotas pendientes del ojo de halcón a la espera del fin del match. Supongo que llegará más pronto que tarde porque si de lo que se trata es de llegar a un acuerdo, lo veo difícil. En cualquier disputa siempre hay un vencedor. Lo que el vencedor no debe ignorar es que el derrotado esperará ansioso la revancha a la mayor brevedad posible. Y ahora, venciendo a la tentación, vuelvo a cerrar el texto constitutivo y desisto de leerlo; sigo prefiriendo la Literatura como Constitución eterna del ser humano.

miércoles, 18 de octubre de 2017


Obstinarse en el error



Conforme iba escuchando a Santiago Auserón tomé conciencia de cuánta verdad encerraba la letra de su melodía. Pasé repaso a los errores cometidos a sabiendas de que lo eran y en cierta medida me tuve lástima. Busqué las mil y una justificaciones. Unas veces, la juventud, otras, las compañías, otras, el empecinamiento y otras que apenas recuerdo, fueron dando forma a una partitura propia que tan semejante aparece a tu alrededor a nada que te fijes. Eso mismo, obstinarse en el error, es el error imperdonable, el carente de absolución por llevar consigo una carga de penitencia permanente casi siempre eterna. Irresoluble salvo por el traumatismo que provoca el remedio a posteriori como si de una válvula de escape se tratase. Tantas y tantas caídas al vacío he presenciado que ni siquiera la condolencia se pudo abrir un hueco entre los brazos del “lo siento”; no me salían las palabras y sonarían a falsas si las forzase. En el mejor de los casos  el dejar ir es la menos mala de las actitudes. En el peor de los casos rumiar la inacción te acaba convirtiendo en un bóvido de mirada triste hacia el interior. No puedes solucionarlo y con ello malvives a sabiendas de que tus posibilidades de aportar soluciones ni son aceptadas ni son consideradas necesarias. Lo ves venir, lo percibes, te llega el tufo de la equivocación y sin embargo nada remedia ese paso trascendente hacia el vacío. Puede que el divertimento momentáneo ejerza de bálsamo ante la herida que percibes purulenta. Quizá el olor a linimento te haga creer que la solución está a punto de llegar. Probablemente lanzar la mirada hacia otros que pasan por ese estado de cronicidad te haga creer que este es el precio a pagar por mirar hacia otro lado. Es igual. Sea cual sea la excusa nada impedirá sentir el halo maloliente que proviene de la marmita donde todo empezó a cocerse. Se ha consumido el caldo y el fondo de la misma es un cúmulo de restos adheridos. Tú solamente podrás taparte las pituitarias y quien se halle con la posibilidad de servirse el condimento notará que no merece la pena. La basura será su penúltimo destino. Entonces, y sólo entonces, entenderá lo que siempre creyó que no iba más allá de ser una melodía interpretada por Auserón. Quién sabe si la compuso pensado que alguien la haría suya cuando descubriese en sí mismo al protagonista de esa letra. Nada me gustaría más que equivocarme en tales apreciaciones; pero han sido tantas las corroboradas a lo largo de la vida que me temo estar en lo cierto.  

martes, 17 de octubre de 2017


Madurar hacia el fracaso


Parece poco apropiado hablar de la madurez en pleno otoño,  pero las letras campan a sus anchas y no seré yo quien las amordace. No me refiero al hecho de la maduración estacional que la naturaleza predispone; me refiero al hecho intrínseco del ser humano que le sirve para caminar por su propia existencia. Madurar, efectivamente, significa transitar por las etapas sin dejar de asimilar aprendizajes y de ellos sacar consecuencias. Todas encaminadas a delimitar las cunetas de nuestro sendero para con ellas evitar la salida de la ruta marcada. Por eso, y sin ánimo de dar lecciones a nadie, creo que lo primero, lo imperioso, lo imprescindible, será marcar las metas e intentar llegar a ellas. No serán necesarias metas inabarcables para evitar las decepciones, pero habrán de marcarse para dar sentido a tu vida. Porque si así no lo haces, acabarás vistiendo el atuendo de polichinela que tanta gracia hace, o lo que es peor, tanta lástima provoca. Y por si todo esto fuera poco, por si todo este razonamiento resultase escaso, merecerá la pena añadir el daño que a posteriori puedes generar en tu retroceso personal. Vivir en la fantasía de un calendario pasado sin ver más allá de la sombra de tu perfil acarreará decepciones a quienes compartan contigo caminos. Tu vida resultará ser un fracaso, y lo que es peor, la de los que no lo quisieron asumir será pura frustración.  Y será doliente compartir errores ajenos por ceguera previa movida por enfoque erróneo de un catalejo empañado. Cuestión de saber elegir y actuar en consecuencia. Incluso haciéndolo así, la suerte será necesaria; pero la suerte será esquiva en todo aquel que se empeñe en no ver el fracaso evidente que le viene encima. Podrá disimularse en los ratos de asueto la pronta llegada de la decepción. Podrá alfombrarse de falsos verdes el paso cadencioso intentando no mirar los cantos rodados que se ocultan bajo la alfombra. Podrán ponerse paños calientes a las decepciones que acabarán llegando. Podrán, en definitiva, seguir negando por orgullo, el estado de podredumbre  al que te ha llevado la madurez que siempre pensaste ajena a ti. Serás una ser ajado y solamente te quedará adivinar sobre qué hoja muerta caerá tu cadáver. Será breve, no te preocupes. Tuviste tiempo de rectificar y preferiste seguir engañándote. No lamentes, pues, el aroma a incienso que recubrirá tu féretro viviente. Así lo quisiste y así lo tienes como legado. Parece poco apropiado hablar de la madurez en pleno otoño,  pero, ya ves,  las letras decidieron campar a sus anchas y no me he sentido capaz de amordazarlas ni me ha dado la gana hacerlo.

lunes, 16 de octubre de 2017


Ricardo



No sé, ni falta que hace, sus apellidos, ni sus apodos. Sé que hace un tiempo no demasiado largo decidió darle una vuelta a su timón y regresar a la cuna que tan magnánima se muestra con nosotros. Y a fe que acertó al hacerlo. Pasea su imagen con el andar de quien tan habituado a estado a las caídas de las dudas y con un tesón imaginable ha sabido sobreponerse. Forma parte del elenco de quienes durante muchos años fueron apátridas en tierras hospitalarias e inhóspitas a  la vez. Calla para sí los altibajos que tras sus lentes de concha se adivinan y su altiva mirada la escuda tras las pestañas de la bondad. Protagonista de episodios  de una novela aún no escrita sobre la que dejar constancia de un deambular por la cara oculta de la risa. Cercano sin invadir y cortés desde la andana del saberse bien recibido. Busca para sus adentros el encuentro entre la subsistencia y el sosiego que solamente los límites son capaces de diseñar. Se mueve entre las copas con la altanería de quien se sabe vencedor de un reto que tantas batallas planteó y tantas batallas perdió. Supo sacar la savia de las resinas para dejar paso al romero expansivo de los montes. Y entre los perfiles calcáreos se siente feliz. Poco importará si las saetas de la mofa le buscan como diana; él sabrá situarse en el nivel del menosprecio cortés guardando para sí la réplica inmerecida. Grande como los auténticos sin más alharacas que su cara a cara. Se hace merecedor del respeto como superviviente de naufragios que a otros engulleron. Le veréis transitar entre el tic tac del tiempo que la torre gotea y su sonrisa saldrá a la luz como saludo cortés. No os lo perdáis, no dejéis de prestadle atención. Puede que en algún momento os pille con la guardia baja y os acabe sorprendiendo con el sello de unas cicatrices que fueron curtiendo sobradamente a este ser especial llamado Ricardo. Nos debemos una charla sosegada sobre la que desenmascarar incógnitas para dar crédito sin avales a quien avales no necesita. Mudó de nido sin mudar las plumas y cada vuelo que realiza supone un planeo de acierto del que a sí mismo se felicita. Uno de tantos que como tantos se significa en su propia singularidad. Empieza a liar el primer cigarrillo de la mañana y no creo que sea prudente distraerlo de su  tarea. Ya ha prendido y sus  pasos empiezan a descender hacia la plaza. Un nuevo día le reta y seguro que acaba ganándole el pulso.

miércoles, 11 de octubre de 2017


Entre dos aguas



Mi escasa preparación flamenca me hace permanecer al margen de cualquier opinión sobre dicho estilo. A lo sumo alguna rumba y poco más provoca el timbaleo de los dedos y ya está. De hecho, aquella vez que escuché el “Entre dos aguas”  de Paco de Lucía en plena moda de sonidos de Filadelfia, decidí comprarme el single y de cuando en cuando escucharlo. El tiempo pasó y aquella canción de vez en cuando resuena como eco de tiempos transitorios. Como ayer. Toda la tarde a la espera de la comparecencia para ver qué camino tomaba el Parlament y al cabo de dos horas y pico, de nuevo, la melodía en cuestión. Esta vez sin púa ni uña larga. Ni palosanto soportando el deslizamiento de las yemas por los trastes para ascender el ritmo a medida que los minutos pasaban. Un ir y regresar sin cejilla de por medio que anunciase lo pregonado. Y todos expectantes. Y nada. Minutos de faena aliñada ante un auditorio millonario a través de las ondas para acabar dando un quiebro que dejó desconcertados a todos. Sí, pero no, pero ahora, o quizás más tarde. Los ensayos previos en la sacristía ya presagiaban algún desarreglo en las partituras y los rostros del coro daban fe de todo ello. Fuera, en los aledaños, los incondicionales pasando del salto alegre al abucheo decepcionante. Un desasosiego del que nadie sabe cómo salir. Una encrucijada como aquella que se le planteó a Juanito Guerra en una noche estrellada veraniega y tabernera. Dos cuerdas saltaron cuando intentaba dar réplica al maestro gaditano y todos nadamos entre dos aguas. Eso sí, dos aguas y varios tragos destilados para dar cumplida cuenta de su esfuerzo. La decepción no tenía cabida y su voluntad de contentar al auditorio fue suficiente. Cayó la noche y muchos callaron el desencanto. Otros decidimos darle nuevas oportunidades y así fue. El verano era lo suficientemente largo como para darnos por vencidos ante la primera adversidad. Las noches siguientes se sumaron a la corriente Tomatito con Camarón, Triana, J.J. Cale y casi, casi, Clapton. Volvió a sonar tan lamentable como la primera vez, pero eso carecía de importancia. Desde los balcones próximos, Sacramentos, Mari y alguno más velaba el sueño que se soñaba real frente al letrero luminoso. Los parabienes siguen custodiando la acera cada vez que resuena en el recuerdo aquel paseo por la ilusión de alguien que quiso verse como lo que no era. A muchos peces no nos es necesario comprobar cuándo las aguas bajan turbulentas y nadar entre ellas resulta sumamente complicado frente al riesgo de perecer en ellas.  

martes, 10 de octubre de 2017


El desafío



Como si de una velada de boxeo se tratase, a espaldas de Don King, los púgiles cruzarán guantes sobre el cuadrilátero de la tarde. Un reto difícil de perderse y supongo que alguna casa de apuestas ya habrá lanzado las probabilidades de hacer caja. Atrás quedaron las vísperas en las que, como si de Legrá, Carrasco o Perico Fernández se tratase,  la cuestión se ponía tensa. Igual a uno de ellos le falta el juego de piernas de Alí capaz de agotar al rival por cansancio a la espera del golpe definitivo. Puede que al otro el gancho de izquierdas que tan bien exhibe le augure un triunfo inapelable. Quizás la imagen de Urtain regrese demoledora en busca del tabique nasal del rival. O puede que Dum Dum preste sus fintas para ayudar a esquivar los golpes. Sea como fuere, quedan pocas horas para que la campana empiece a sonar y los quince asaltos se pongan en marcha. Los calzones coloridos darán fe de quien los calza y a cuatro bandas se escucharán vítores de tales o cuales partidarios. Lástima que no se retransmita vía satélite desde Las Vegas. Esto le añadiría un plus de espectáculo a  mayor gloria de las audiencias que hoy tendrán el éxito asegurado. Y desde cada canal reviviremos lo que estaremos viendo a la espera de que el árbitro decida o no parar la pelea. Una hora inacostumbrada que más pareciera propia de tarde taurina. Como si Lorca quisiera anunciar una nueva embestida de la fiera se nos presentará a toque de clarines pero sin trompetas. Al final, siempre lo mismo: toros, fútbol y siesta. Ya empiezo a oler a linimento y el piso de lona luce en todo su esplendor. Saben, o así se lo han hecho saber, que el miedo a la derrota no se contempla; que no pueden defraudar a sus fans que tanto han apostado por verlos triunfantes; que sólo uno saldrá vencedor. Carnaza para que el común de los mortales disfrute de un espectáculo que tanto repudian quienes suelen desvirtuarlo. Yo, por si acaso, buscaría dentro de los guantes la herradura que pudiera estar camuflada. Y de paso bordaría sobre el albornoz unas letras doradas para resaltar la necedad. El tamaño de las mismas será lo de menos; lo cierto y verdad es que si al acabar el combate uno pierde por puntos, el rival saldrá mínimamente insatisfecho; pero si antes de concluir la pelea, un contendiente hinca la rodilla y se declara perdedor por k.o. técnico, entonces, amigos míos, entonces, la derrota será la dueña de todos nosotros y no habrá revancha posible. Tomemos café que la tarde se aventura intensa y no es cuestión de ignorar la evolución de la misma. Ya mañana leeremos las crónicas y con un poco de suerte serán imparciales.

La sangre de  los inocentes



Salvo contadas excepciones no me gusta repetir autor para leer. Más o menos te haces una idea de cómo escribe, de sobre qué escribe y qué tipos de emociones es capaz de aportarte. Por tercera vez Julia Navarro me ofreció la posibilidad y a ella me subí. Llegar al asedio de Montsegur, tomar partido por los cátaros, compadecerse de fray Julián y dar un salto en el tiempo hasta la Francia inmersa en la vorágine nazi, fue todo uno. Nada sorprendente a lo ya leído en otras ocasiones y poco que despertase mayor interés. Así que, mitad por la dinámica, mitad por el tedio, de dejé llevar. Me dejé llevar hasta que empieza a cocinarse una macedonia policíaca en la que participan todos los ingredientes habidos y por haber. Salvo la KGB o la CIA, allí todo el mundo tiene cabida. Supongo que la ausencia de ambos estamentos se debe a no alargar más alá de lo creíble el argumento. Una guerra santa del siglo veinte o veintiuno en la que vernos inmersos,  más allá de cualquier otro fundamento que no sea el entretenimiento tal cual. Igual es mejor así. Algo digerible con lo que amortizar los minutos del amanecer o los ratos perdidos que el sofá reclama. Fanatismos no del todo claros y perfecto esquema de buenos y malos. Nada de dejar abierta la puerta de la duda no vaya a ser que el lector se pierda en interrogantes. Aquí se trata de seguir un guión y por lo tanto lo accesorio sobra. Personajes planos a los que se les echa en falta algo más de perfidia por saber cómo son nada más presentárnoslos. Bien construida pero carente  del anzuelo de la literatura con mayúsculas. Es como si la película se hubiese rodado sin necesidad de claqueta ni mayores atrezos. Así que, quien busque una lectura cómoda, sin mayores pretensiones que las del entretenimiento, que se apunte a ello. Luego, si el desenlace lo adivina a la falta de doscientas páginas, puede colgarse la medalla de detective instruido en narrativas similares.  Un dominio de la Historia como Julia Navarro expone no siempre puede ir unido a una historia que no consigue alterar en lo más mínimo el latido de las emociones. De todos modos, anoto para un próximo viaje a la ermita de Santo Toribio. La curiosidad se me ha despertado y aquella vez que pasé cerca desconocía su importancia. Igual los cátaros desde sus tumbas se siguen sorprendiendo de cuánto material han proporcionado a las editoriales.  

viernes, 6 de octubre de 2017


Mediadores



Albaceas, jueces de paz, hombres buenos, y tantas y tantas acepciones que daría para un diccionario. En definitiva, gente que en base a su capacidad, a su preparación, a su sentido del equilibrio, suelen salir a poner cordura en los litigios. Yo he visto actuar así a más de uno y puedo dar fe de sus resultados. Sólo  era necesario que los litigantes comprendiesen que a ningún sitio les llevaba su cerrazón y en base a ello se pusiesen en el lugar del otro. Es tan sencillo como cambiar por un instante el cristal de tus gafas y ver otra realidad que hasta ese momento te parecía inaceptable. En un momento determinado, ambas partes con sus séquitos correspondientes, se parapetaron en atalayas defensivas de posturas intransigentes y pensaron sr inamovibles. En momentos posteriores, ambas partes con sus séquitos correspondientes, deben valorar si merece la pena este ofuscamiento que a nada conduce.  Ya habrá tiempo para reconocer a solas si las apuestas fueron lo suficientemente arriesgadas o no. O si verdaderamente la sensación de dominio aplastante es la solución definitiva al desencuentro. Ni una ni otra parecen las mejores  y ninguna de ellas debe prevalecer como gladiadora victoriosa. Únicamente estaría sembrando la semilla de la revancha que a no tardar acabaría apareciendo cargada de recriminaciones. Daría lo mismo si se exageraban o no, pero acabarían apareciendo. Mientras tanto, un nuevo caldo de cultivo empezaría a hervir a la espera de que la válvula no aguantase más presión. No se trata de verse desposeído de sus argumentos; se trata, más bien, de releer los argumentos del de enfrente y tenerlos en cuenta. Nunca dieron buenas cosechas las siembras de disconformidades impuestas. Llegó el momento de la siega y la cizaña se mezcló con las mieses, las harinas se trituraron defectuosas y la adaza prevaleció en la cocción. Tan torpe es anclarse en la Historia cuando la Historia te la haces favorable como bunquerizarse bajo hormigones de letras impresas cuya origen fue desatar lo que soñaron bien atado. La vida evoluciona y vivir en el pasado es absurdo tanto si se retroceden cuarenta años como si se desandan siglos. Del pasado se aprende a no cometer los mismos errores si es que se quiere evitarlos. El exabrupto, el puñetazo en la mesa, la llamada a arrebato, lo único que consiguen es encabronamiento, temor, desprecio, y sobre todo, desencanto a futuro. Si de lo que se trata es de mostrarse intransigentes, lo mejor será, regresar a las cavernas. Aunque vistas las circunstancias  actuales, parece que algunos aún no salieron de ellas. Dicen que la mejor sentencia es aquella que no deja contenta a ninguna de las partes. Si así es, que se ponga a mediar quien sea capaz de lanzar a la cara a cada contendiente sus errores. Si los reconocen, el juicio habrá finalizado, y todos saldremos ganando.     

jueves, 5 de octubre de 2017


Los churros



Si algo tiene de genial el vocabulario es la posibilidad de transmitir más de lo que a simple vista parece. Su polisemia provoca más de un engaño más o menos intencionado y hasta que no descubres el contexto de la frase no acabas de entender todo el mensaje. De ahí que la mención aludida en el título invoque a pedir una taza de chocolate humeante y esperar a que la loza se enfríe para degustar semejante manjar. Así que mientras las papilas gustativas hacen cola en la bajada de temperatura, mientras el azúcar se disemina por encima de ellos, demos paso a otra acepción de dicha palabra. Más que nada para evitar equívocos. Son denominados churros aquellos cuya cuna está en los límites de la Comunidad Valenciana y, o bien son castellanohablantes, o son valencianohablantes con acento castellano. Según cada quien se adjudica una u otra versión. De modo que debería  a título personal adjudicarme dicha de nominación. Por cualquiera de las dos versiones, soy churro. Y lo soy con el pleno convencimiento de haber sido acogido como tantos otros por una tierra a la que hacemos nuestra. Generosa, receptiva, alegre, luminosa. Así es Valencia. Una tierra que se abre al mar sabiendo que los perfiles de las montañas que desde el mar se divisan marcan una línea en el horizonte que fronteriza las bienvenidas. Una tierra colorista, abierta, permeable, en la que poder ser y existir. Posiblemente la Huerta sea la culpable de que esa sensación se transmita cada vez que desde el alejamiento regreso a ella. La misma alegría que me embarga cuando me desplazo buscando el ascenso del Cabriel hasta Enguídanos me viene cuando emprendo el sentido inverso. Más allá de banderas, más acá de sentimientos, la simbiosis se realiza y en ella me siento dichoso. Jamás me he sentido extraño y dudo mucho que lo sienta alguna vez. Y no, no será necesario hacer gala externa de pertenencia cuando la verdad anida dentro.  Tanto me emociona un amanecer desde la Cruz, mirando hacia el Carro de Cabeza Moya, como el amanecer con el que la Malva-Rosa decide  despertarme. Dos realidades tan unidas que serían imposible concebir por sí solas. Tanto me emociona un atardecer en la Playeta como el que cubre la cúpula de Santa Catalina. Tanto me emociona un desfile fallero como una fiesta keltíbera. Sin duda soy un afortunado al saber disfrutar de estas dos posibilidades. Una me vio nacer y nada me reprocha por las largas ausencias. Otra me vio desarrollarme y oculta su disgusto cuando ve que me alejo. Ambas saben lo momentáneo de ambas circunstancias. Ambas saben que sin ellas caminaría a medias. Ambas saben que si una es la taza, la otra es el chocolate. Y entre ambas, yo, que soy o puede que sea, churro, me siento feliz. Una suerte, sin duda.         

miércoles, 4 de octubre de 2017


Ataques acústicos



En mitad de toda la vorágine independentista apareció la noticia y en un primer momento pensé que iba de coña. Alguien con buena intención decidía lanzar un globo sonda para rebajar la tensión y no parecía descabellada la propuesta. Me imaginaba el Malecón cubierto de cientos y cientos de timbales, la Habana Vieja dando paso a los trombones y, desde el club Tropicana , las trompetas abriéndose hueco hacia la embajada Norteamericana. Todos a ritmo cumbanchero para tocarle los bajos a los yanquis en el literal sentido de la palabra y en el más que figurado sentido. No dejaba de tener su gracia. La Vieja Trova, daño paso al son para impedir el sueño y la Nueva Trova buscando a “Yolanda” entre “Unicornios Azules”, mientras los puros dejaban caer su cenizas a paso del guaguancó y la guaracha ¡Qué gran rave espontánea!, ¡qué placer dejarse arrastrar por el danzón!, ¡qué poco sentido lúdico el de aquellos que prefieren la fiesta a base de tiros desde un rascacielos! De hecho, llegué a soñar con esa misma posibilidad de traslado  a las calles agitadas, a los escaños revenidos, a los despachos alfombrados, a los cuarteles prestos bajo mandatos inamovibles. Y me pareció por un momento ver cómo quien más quien menos se apuntaba a la jarana. Dejaba atrás el enconamiento y se dejaba arrastrar por la el bolero. No negaré que hice la vista gorda al comprobar qué mal ejecutaban los pasos aquellos que marcaban su semblante serio y debían agachar la cabeza para no pisar a la pareja de baile. Torpes, vaya que sí. Pareciera que estaban más acostumbrados a las arias nibelungas que tantas victorias aventuraban y casi nunca se cumplían que a los pasos cadenciosos que del trópico llegaban. Así que, como si de repente quisieran despertarme del sueño, todo aquello que sonaba armonioso, empezó a derivar hacia el desafino. Unos maltrataban a los metales, otros rajaban los cueros, otros desafinaban en los solos. Un desastre, un caos, una decepción. Y por si la pesadilla no fuera suficiente, l final, casi cuando me daba por despierto, la batuta de quien debía ser director de aquella orquesta, golpeando el atril hasta. Os aseguro que he visto, que he acudido, que he sufrido fiestas con finales indeseables; pero esta, sin duda esta, se lleva la palma. Creo que la mejor opción será echar mano de los vinilos de salsa que tengo por casa y ponerlos en modo play para intentar conciliar el sueño. Si no lo hago, seguro que vuelven esas imágenes a situarse en mi cabecera y ya no estoy para soportar más pesadillas, os lo aseguro. Si alguien se anima que me lo haga saber; quizás el día menos pensado acabamos en Cuba y le damos vida a una melodía llamada Esperanza, que hoy por hoy, parece muerta. Ha sido mencionarla, y los pies se me van en busca del chachachá. Dice la letra que no lo sabe bailar, pero seguro que son habladurías sin sentido.          

martes, 3 de octubre de 2017


Aquí mando yo



Solía ser el argumento de aquellos a los que les faltaban argumentos con los que defender posturas. Es más, no se conocían posturas divergentes, y por lo tanto la obediencia estaba enmarcada como principio y fin de cualquier discusión. Daba lo mismo que fuese un mandamás sin la más mínima preparación, un cura que seguía los designios de Dios, o un militar que exhibía galones a sus subordinados. Aquí mando yo, y punto, solía ser el lema. Y a la chita callando te quedaban dos opciones: o aceptar lo que no entendías, o revelarte ante ello. Bueno, quizás también existía la tercera vía, la de la paciencia. Posiblemente, no, seguramente, la disciplina de las sotanas acabaría en la brevedad de la adolescencia y la obediencia a las charreteras concluiría con una cartilla blanca de licenciatura en armas. Y así, viendo o sufriendo  corduras y estupideces, con un poco de suerte, te ibas formando una manera de ser. Para unos, tibia; para otros, prudente; para ti mismo, irrenunciable. De modo que con el transcurso del tiempo cuando la aparición de aquellos planteamientos resucitaba, ya sabías cómo hacerles frente. Nada más ridículo para el  obcecado que encontrarse desnudo de argumentos frente al razonable. La intensidad de la fuerza deja paso a la fuerza de las palabras y entonces todo su muro se desvanece. Ni se les pasa por la cabeza cambiar de planteamiento no vaya a ser que el otro tenga razón. Eso les haría dudar y con ello quedarían al aire sus flaquezas y sus dudas. Perderían el puesto en el sitial que se les fue otorgado y eso sí que no. Mejor echar la culpa al rival para que los propios sigan pensando que un guía los lleva por el buen camino. Entonces es cuando la mejor opción es sentarse en la cuneta un instante y ver pasar lo que no va a ninguna parte. Se cansarán de sí mismos en cuanto recobren un mínimo de cordura y con un poco de suerte aún estaremos a tiempo de darles la enhorabuena. Si por un casual la masa nos lleva en volandas o las banderas nos voltean como judas de paja a los que apalear siguiendo el rito de la  Semana Santa, nada habrá cambiado. Y cuando nada parece cambiar, a menudo se busca maquillarlo para que sí parezca diferente. Cuestión de ver, más que mirar. Mientras eso no lo tengamos interiorizado, el lema que abre este texto, seguirá vigente. De poco servirá volver a lamentarlo cuando el ciclo de la vida nos lo vuelva a traer al futuro presente.        

lunes, 2 de octubre de 2017


Charnegos



Parece ser que era o sigue siendo el título que se adjudicaba a quienes llegaban a Cataluña desde cualquier otro punto de España en busca de un futuro mejor. Gente que en base a sus expectativas de futuro cerraron puertas, clausuraron lástimas y emprendieron un viaje de ida hacia el noreste. Allí, todo un mundo de oportunidades se les abría y con ellas el porvenir de sus hijos se antojaba fructífero. Su pundonor, su integración, su buen hacer, les abrieron paso hacia las industrias de las que muchos fueron peones en el desarrollo de las mismas. No hacía falta ser muy inteligente para comprobar cómo cada verano las pruebas de su progreso regresaban con ellos a Enguídanos. Quien más quien menos lucía sus éxitos en base a un nuevo Seat  que daba fe de sus logros bien ganados. Poco a poco, en la medida en que los abuelos fueron cumpliendo años, las casas casi deshabitadas se volvieron a reformar, y en algún caso a levantar como nuevas, para dar testimonio de la pertenencia  unas raíces profundas en una tierra que les vio nacer y les impidió el avance. De modo, que en mayor o menor medida,  se fue dualizando su sentir. Eran y son, tan catalanes como enguidaneses, tan de allí como de aquí, tan de pasados como de porvenires. Y llegaron sus hijos. Y en cierto modo siguieron izando ese sentimiento. Aún sabiendo de la caducidad de su estancia, la vuelta periódica a la cuna de sus apellidos, les aporta un visado de autenticidad que no está reñido con el pasaporte de una permanencia en tierras de evolución. De modo que son los mejores testigos de las dos caras de una misma moneda que tantas veces se empeñan en lanzar al aire quienes se arrogan el derecho a hacerlo en su nombre. Segundas y terceras generaciones que ven pasar por delante de sus pupilas lo que sus mismas pupilas rechazan. Sus principios no van encaminados a ningún puerto que tenga varadas las naves. Sus hijos, y los hijos de sus hijos, años ha que dejaron atrás el cordón umbilical de la cuna y no hay vuelta atrás. Crecieron y se desarrollaron  en otro entorno y en torno a él, seguirán. Quizás aquella noche en la que el espectáculo de fin de fiestas  tuvo como artista invitado a Marianico “el corto”, lanzó un aviso y no fuimos conscientes de ello. El paso de las perseidas se confundía con las carcajadas de aquellos  buenos chistes y nadie supo diferenciar el origen de las risas. Daba igual. Una vez más, las fiestas habían resultado un éxito, y ni siquiera la incomodidad de los peldaños o la rigidez de los asientos, pudieron empañar esas jornadas de convivencia.