¿Para qué sirven las
banderas?
La curiosidad me ha llevado a cuestionarme este
interrogante y como mecanismo de resolución he averiguado lo que la red dispone
como respuesta. Por lo leído existen tres tipos de categorías en el grupo de
las banderas nacionales. Una es bandera
civil que pueden o podemos utilizar todos los ciudadanos cada vez que así lo
estimamos. Las celebraciones de un éxito deportivo supongo que serán el claro
ejemplo de esta primera opción. Más de una vez las vemos ondear de manos de
quienes se sienten partícipes de tal o cual logro, sacando pecho, llorando de
emoción, enervados los sentidos. La segunda acepción es la referida a la guerra
y el uso le pertenece en exclusividad a las Fuerzas Armadas. De hecho recuerdo
cómo todos los viernes por la tarde se celebraba en el patio de armas un
desfile en el que se la homenajeaba a la vez que se recordaba a aquellos que
dieron la vida por Dios y por España (sic). Territorios ganados o perdidos en
base a la fortuna o desdicha que las contiendas promovían fueron testigos de
primer grado de tales acontecimientos. Uno de los agravios mayores que se podía
cometer era el ultraje a la misma y el no perdón echaba brotes de venganzas a
futuro. Así, la enseña nacional, simbolizaba el respeto debido a todos los
ciudadanos juramentados en aquellas explanadas con el uniforme de bonito y el
permiso de quince días. Insuflaba valor, eso está claro. Incluso el ritmo vivo
de la banda militar animaba a ello mientras el cetme se adhería a los brazos.
Soldados de reemplazo dispuestos a todo a los que se nos suponía un inquebrantable
tesón de raza y creencias. El acto diario de arriar o izar bandera llevaba
impreso el inmovilismo absoluto durante varios minutos y al romper filas el
sentimiento patrio había crecido un poco más. De modo que esta segunda acepción
quedó clara y sigue quedando en quienes pasamos por la recluta no siempre
voluntaria. Nada que añadir al recuerdo de aquellos meses vestidos de caqui y
calzados de Segarra. Por último, la bandera institucional, la usada en los
organismos oficiales, la del poder político y administrativo, la Bandera con
Mayúsculas. Esa que parece ser la madre de todas las banderas, la enseña por
excelencia, por la que tantas y tantas disputas se generan y tantas y tantas
controversias se expanden en los páramos de la intransigencia. Y no por la
bandera en sí, sino por el uso interesado de quienes la utilizan para propio
beneficio. Unos la exhiben, otros la vilipendian, unos la modifican, otros la
rechazan, unos la adoran, otros la repudian. De modo que empiezo a cuestionarme
si el tridente de acepciones no se habrá confundido y en este totum revolutum
no anidará un desconocimiento más o menos intencionado de su simbología. Uno
pertenece a la tribu que lo acepta como tal. Y cuando la tribu empieza a dictar
doctrinas veladas o directas de modos de actuar o querer a los emblemas, igual
es el momento de replantearse si está o están haciendo bien su labor o si
merece la pena entrar al trapo de tales partidismos, vengan bajo la bandera que
vengan. Si no se tiene claro será mejor arriarlas hasta que el mástil dé
permiso a un nuevo izado de la misma llevado a cabo por el sentido común.