martes, 30 de junio de 2015


Los encargos

Siguen siendo los encargos esos favores que solemos solicitar a quien dispone de más tiempo o posibilidades de realizárnoslos. Últimamente más en desuso, tuvieron años atrás su función práctica ante la petición amistosa. Y raras veces se negaba el mismo por parte del solicitado al saber que su turno podría intercambiarse en cualquier fecha próxima. Con ello se estrechaban los lazos de vecindad y de amistad más de lo que ya lo estaban y la cadena de favores se extendía a voluntad. Las prisas, las distancias, las timideces, han ido poco a poco relegando a este acto de camaradería al rincón del olvido y es extraño que se soliciten a voz alzada. Supongo que con ello se pretende esconder la falsa idea de debilidad o incompetencia por parte del solicitante como si todos fuésemos invencibles superhéroes que pudiésemos con todo y con más. De ahí que cuando las tecnologías se empeñan en alzar un muro de incomunicación en la paradoja que supone estar más comunicados, el recibir un encargo supone un retorno a la cordura del favor y agradecimiento según a qué lado  estemos situados. Hoy que la tendencia va encaminada a lo virtual para evitar sobrecostes productivos que acabarán en stocks de posible venta futura, el uso del plástico digital como forma de pago sigue teniendo como etiqueta el recelo de quien no ha perdido de vista lo tangible. Con el tiempo y la intensidad de uso hemos sido capaces de realizar transacciones en estaciones de servicio, restaurantes, páginas de vuelos con ofertas de última hora, y todo nos resulta ya familiar. Sin embargo siguen sumando reticencias aquellas compras que aún no hemos visto como normales en un mundo que está implantando una normalidad hasta hace años extraña. Hemos pasado de tener que desnudar identidades ante una compra con Visa mientras se deslizaba el papel de calco a solamente necesitar un clic con el que hacer efectiva la misma desde el sillón de casa. Reconozco haber sido uno de los recelosos hasta que el tiempo y la práctica me han ido sacando del error. La sensatez del promotor del comercio electrónico  en cuestión será necesaria para evitar  desconfianzas que impedirían perpetuidad en su mismo negocio. Por eso, a fecha actual, los encargos siguen siendo una forma de relación amistosa, pero esta vez, en vez de hacerlos en las cortas distancias que iban de las ventanas a la acera, lo son desde las mínimas distancias que los teclados potencian.  Mantener o no el recelo sobre las mismas es cuestión de fe. Pero aún recuerdo a quienes se juramentaron a renunciar al teléfono móvil  y hoy lucen terminales que les ofrecen posibilidades de comunicación e incluso de encargar por ellos aquello que desean.  Sea como fuere,  realizar un encargo supone más un acto de amistad que el agradecimiento aplaude y que yo no me voy a negar.

Jesús(defrijan)

lunes, 29 de junio de 2015


El corralito
Diminutivo de corral que en vez de retrotraernos a la infancia genera una desazón difícil de entender. Creo que consiste en impedir que los ahorradores saquen de su cuenta el dinero que quieran para así evitar la quiebra del banco depositario de las mismas. Me parece que el origen de tal definición proviene de Argentina que tuvo que soportar altos grados de corrupción política y verse abocada la población a tan perniciosos efectos, de los cuales sobrevivieron como siempre sucede. Porque en definitiva se trata de eso, de sobrevivir o mejor de vivir sobre. Sobre las restricciones, los abusos, las sogas en el cuello de los de a pie…Las altas jerarquías europeas no se palpan el  de sus camisas ante la posibilidad de que la Grecia inventora de la democracia rememore sus orígenes y busque un plebiscito para optar por el yugo o por la dignidad. Estas altas instancias tiemblan ante la posibilidad de un nuevo portazo en sus narices avaras que exudan deflaciones y no tienen suficiente. La salida de este corral de comedias en el que los papeles se han adjudicado  desde la desigualdad se les plantea como el mayor de los desastres a aquellos tribunos que no conciben su existencia desde otro púlpito inferior. Aquí  me vienen a la memoria aquellos anuncios tan graciosos de los piensos de antaño. El Sanders que garantizaba un engorde fabuloso al cerdo en cuestión cobra vigencia aunque su saco de papel haya sido sustituido por movimientos bursátiles para hinchar sus barrigas. O el Biona que apostaba por un corralito feliz en el que todas las especies de la granja conviviesen a la espera de su final insospechado y predecible.  Y mientras llega el momento, el hedor de las heces especulativas intentando ser disimulado por aquellos que las originaron. Si tanto les diese la presencia o no de determinados animalitos en su granja  no deberían estar preocupados por la decisión de salir de la misma o saltar la valla de los que se consideran maltratados. A ver si lo que temen es precisamente la desbandada general que les impediría seguir encumbrados y por eso tiemblan ante tal posibilidad. De cualquier forma  la apuesta está clara y el miedo por una de las partes hace tiempo que desapareció. Las mordazas que anteriores súbditos calzaron ya no les sirven y vuelven a escuchar  a Paco Ibáñez  desde el Olimpia ( qué  casualidad) de la justicia  su famosa versión de aquel poema de José Agustín Goytisolo que soñaba un mundo al revés. Esta vez el cuento tendrá el final que se merece, sin duda.      
Jesús(defrijan)

viernes, 26 de junio de 2015


           El peluquero griego
 
    Me da la sensación de que quien me ha comentado la noticia lo ha hecho con la intención de sacarme una sonrisa y a fe que lo ha conseguido. Y no solo la sonrisa sino un ápice de envidia imposible de camuflar. Me aseguró que los peluqueros griegos suelen jubilarse a los cuarenta y pico años.  Sí, ya sé que parece una broma y como tal la he de tomar. Pero, ¿y si resultase cierto? Imaginemos un país en el que aquellos que llevan un par de decenios de vida laboral decidiesen tirarse a la bartola  por los restos de sus días cuando todavía están en plenas facultades de poder disfrutar de la vida. Imaginemos un país en el que el relevo laboral se asegurase a aquellos jóvenes preparados  que están dispuestos a comerse el mundo antes de ser engullidos por el mundo mismo. Imaginemos un país dinámico en sus estructuras que permitiese que el matemático fluctuase a su antojo entre ecuaciones bajo la sombra de una higuera; o donde el físico contemplase la posibilidad de la caída del higo sobre la cabeza del matemático para seguir demostrando la ley de la gravedad; o la del músico que pusiese armonía a la ecuación de la caída entre acordes veraniegos; o la del poeta que compusiese odas a la placidez esperando a las olas raptadoras  que las borrarían de las arenas; o la del carpintero que diseñase la hamaca desde la que contemplar semejante puesta en escena  mientras lijaba la mesa próxima en la que el camarero, jubilado también, preparase los cócteles que animasen tal reunión; o la del pintor que inmortalizase en acuarela semejante escena para mayor gloria de generaciones futuras. Y todos ellos esperando turno ante el pausado fígaro que afilaría sus navajas para dar cumplida cuenta de cabellos revueltos. Filosofarían sobre la hermosura de la vida y lo bien ganado que tenían su retiro en la frontera de los años y el horizonte azul de la esperanza. Las cabras dispuestas a ofrecerse al ordeño de los que saldrían los yogures como fuente de longevidad y las uvas preñadas de granos a los que pisar y convertir en mostos. Alguien o algunos que no estuviesen de acuerdo serían desterrados al país de los trajes encorsetados y corbatas corredizas al demostrarles que eran ellos los errados. El tic tac de las horas vendría de la caída lenta de los granos de arena del reloj del solaz.  Las líneas divisorias las marcarían la alegría y el saber disfrutar de  los placeres que por pequeños que fuesen serían más valorados. Y a un lado estarían los seres robotizados y al otro los que en un momento determinado de su vida decidieron vivirla sin pagar más tributo que su propia felicidad. Por eso mismo, creo que será mejor empezar a valorarse  por si en un momento determinado  recuperamos la cordura y decidimos imitar al peluquero griego que todos llevamos dentro y nos negamos a admitir. Solo habrá que mirarse al espejo para salir de dudas y actuar en consecuencia.    

Jesús(defrijan)

jueves, 25 de junio de 2015


Debut

Siempre supone una incógnita por resolver lo que habrá detrás de un debut. En la mayoría de las ocasiones los ensayos previos te van garantizando un éxito que sueñas y quizás mereces. En otras ocasiones, la adrenalina propiciada por la duda, provoca la aparición del temor a no estar a la altura de las circunstancias y sólo al acabar el estreno te llega la relajación, o no. Todo dependerá de qué tipo de debut se te ofrezca y de cuánto tiempo le hayas dedicado en el entrenamiento. Así debí pensar hace dieciocho años y quizás no me habría cogido por sorpresa. Reconozco que los primeros minutos, las primeras horas, fueron para la vorágine de lo inesperado vestida de dolor e incomprensión por mi parte. Fue tan imprevisto que ni siquiera la despedida pudo hacerse un hueco y algo en mi interior se precipitaba a un despertar que nunca sospeché tan doloroso. Acababa de entrar el verano y no era la estación trinadora de gorjeos negros según la tradición secular aprendida y nunca asumida. Sé que nada volvió a ser como había sido hasta entonces y que la necesidad de escribir nació de aquel momento. Ni la camisa de cuadros multicolores fue capaz de teñirse porque nunca se puede teñir una sonrisa permanente que rechazaba al color negro. No hubo nada más allá que un par de cuartillas de una línea en las que el testamento del dolor se hizo presente y marchó al Infinito sin copia. La línea de partida quedaba abierta y el tiempo iría reclamando a quienes moraban  por delante mientras la vida seguía creciendo bajo las sombras de los rosales plantados. Quedaba el recuerdo y los gestos que han ido barnizando todos los rincones mantienen el pebetero de la sencillez iluminando los pasos.  La necesidad ha ido alargando las fechas para alargar la distancia con aquel nacimiento a la madurez que el dolor bautiza. Y curiosamente las aguas salinas han dejado de surcar rostros porque la tristeza no está invitada ni nunca fue querida.  Ha llegado a la mayoría de edad el calendario que aquellas brasas de aquellas hogueras  esparcieron y la vida sigue su curso inmune.  Nuevos debuts están al caer y nuevos bautizos sorpresivos llegarán. Será mejor estar preparados para entender que este escenario precisa de alzadas y caídas del telón para renovar escenas y aplaudir los actos de esta comedia que llamamos Vida. Nosotros, actores noveles, puede que necesitemos de más ensayos para que un próximo debut no nos pille por sorpresa. Hoy mi papel cumple dieciocho  años  y creo que he aprendido la lección.  

Jesús(defrijan)

miércoles, 24 de junio de 2015


Juan@s

Pocos nombres como el de Juan me resultan más conmovedores. Quizás porque así se llamaba el discípulo preferido  de Jesús según los Evangelios, que este mismo Mesías nombró como hijo sucesor suyo ante la Virgen. O quizás porque pocas veces su nombre aparece en solitario en las identificaciones. Unas veces “Sin Tierra”, otras “Sin Miedo”, va sumando apelativos protectores  sobre sí  ante una indefensión provocada por la falsa debilidad en la que se escuda y sobrevive. Por eso también se hace acompañar de Pedro, Luis, Manuel, Carlos, y bajo la sombra de todos ellos se siente seguro. No es que tema ser herido, no; lo que sucede es que su sensibilidad a flor de piel le hace permeable a los diferentes estados de ánimo y el desgaste se le adosa al alma. Podrá ser juglar bajo la balaustrada de una princesa que juega a ignorarle y le dará lo mismo. Está acostumbrado a los desaires y se reconoce vencedor en su mismo intento de seguir hacia adelante. Conmovedor en grado sumo cuando sus párpados se inclinan ante tu mirada para evitar que escudriñes más allá de lo que su pudor permite. Antonio, Marcos, Francisco, dan fe de todo lo que intuyo a riesgo de estar equivocado como tantas veces. Esa dualidad patronímica le es tan necesaria como las aguas del Jordán para rebautizarse de belleza y armonía. Podrá ser dual en su elección racional pero jamás lo será en la sentimental. Sabe y es consciente de ello que su final podría llegar sobre una bandeja de plata de manos del capricho de la Salomé de turno y acepta el reto de que así sea. Cantará a la lluvia cafetera planteando una guerra de bachatas que lleven firmas sin rúbrica para evitar la exclusividad y será capaz de Imaginar un mundo diferente a mejor aún ignorando las balas que el demente de turno le pueda dedicar. Diseñará un tambor en el que las balas girarán en la ruleta rusa que todo desafío precisa. Llorará al amanecer las desdichas de su propia Pachanga mientras regresa al dormitorio de las desilusiones. Será capaz de desequilibrarse por una Locura de Amor que nadie entiende siendo dueña de un Reino  como si el Amor precisase de equilibrios. Y sobre todo, por encima de todo, a pesar de todo, sabrá que sabemos que el fuego se ofreció a bautizarlo y gustosamente aceptó a las llamas. Quizás para que lograsen purificar a otros que somos incapaces de ser como ell@s. Felicidades, por ello Juan@s.

 Jesús(defrijan)

martes, 23 de junio de 2015


Las gateras

Cuando las casas se alzaban no más de dos pisos, en la puerta de entrada principal, se horadaba un agujero a escasos centímetros del suelo. Por dicho agujero tenían pleno derecho al paso los gatos de la familia. Y como tales, ejercían  del mismo a su libre disposición. Entraban y salía a su antojo y sigilosamente buscaban o bien la caricia de sus dueños o el solaz de su rincón en el que situarse a meditar. Era curioso verlos dormitando a medida que el sol cruzaba el cielo y desde su incógnita presencia te dedicaban una mirada rasgada como preguntando qué tal te iba la vida. Ellos, mientras tanto, acicalaban sus bigotes,  desperezaban  su patas o encorvaban el lomo según sus apetencias. Y nadie les importunaba, porque a nadie molestaban. Su sigilo al andar era tan discreto que ni los más próximos podían afirmar dónde se encontraban en un momento determinado del día. Siempre, y haciendo gala de su naturaleza felina, advertían con el hocico de cuáles eran los límites a imponerles y el acuerdo tácito se firmaba desde la caricia nada más ser adoptados. Vagaban a su antojo y la pulcritud de su pelaje no necesitaba de capas protectoras. Lejos quedaban aquellos otros comunes a la casa que con sus ladridos intentaban marcar un territorio o infundir miedo al intruso. Eran los súbditos en la escala de domesticidad y nunca se atrevían a plantarles cara porque sabían de su derrota. De los dueños dependía el cerrar o no la gatera en cuestión. Si la dejaban abierta, su fiel custodio siempre les tendría a salvo de roedores atrevidos que no sabían de su temeridad; si la dejaban cerrada, quizás un segundo intento de entrar por algún otro hueco entrase en los planes del minino en cuestión. Pero lo que siempre tuvieron claro unos y el otro fue la imposibilidad de ponerle un bozal a sus maullidos ni una cadena a sus pasos. Si decidía,  en base a sus apetencias, voluntades, o lo que fuese, salir de aquel recinto momentáneamente o de forma definitiva, nadie tendría fuerza suficiente como para impedírselo.   Las maderas de los portones fueron dejando paso a los metales de las puertas; las viviendas alzaron alturas y se mudaron al bullicio; su primigenia labor de salvaguarda casero dejó paso a raticidas y artilugios fónicos ahuyentadores de plagas; sus garras se fueron curvando en la molicie del sofá. Tan sólo perdura la caricia de alguna mano amiga que le rasca el lomo mientras, a través del cristal, maúlla tristezas o alegrías a la  luz de la luna. Seguro que sabe que la gatera es su frontera natural y no está dispuesto a renunciar a ella por nada ni por nadie.

 

Jesús(defrian)    

         El dejar de querer

“Ignoro los motivos que impulsan a esta expresión de verbos parejos. Puede que la monotonía, el gris de la existencia, las heridas del sinsabor, la decepción, en suma continua acaben provocando esa deriva a la rada de la costa acantilada de arrecifes traicioneros que es el desencanto. Y una vez anclado en el mismo, volver a la travesía de la aventura lleva lastres de áncoras eslabonadas de recuerdos. Por eso, creo yo, imagino, supongo, que aquellos seres capaces de aceptar el reto del futuro desde otra bitácora, son los auténticos paladines vencedores del derrotismo de la mayoría. Nuevamente el miedo a lo desconocido encarcela a la osadía y el refugio de paredes ajadas sale victorioso. Y eso se nota, se percibe, se palpa. La sonrisa fingida camafea  de falsedades el rostro de quien la expone como máscara de baile carnavalesco. Quizás la ayuda que proporciona el intuir las falsedades ajenas o llegar a percibirlas en forma de reproches punzantes colaboren a tal afirmación. Entonces es cuando se sueltan los cuervos que nacieron palomas para que ennegrezcan el cielo otrora protector y ahora tormentoso. El cómo se llega a tal deterioro se me escapa, pero lo que sí me consta es la perdurabilidad de la semilla capaz de volver a fructificar en una nueva cosecha aún por sembrar. Lo he visto, y doy fe. Sin llegar a la intromisión indiscreta que toda pregunta encierra, he percibido el brote de la ilusión encenizada. Gente a la que se le suponía muerta en vida se han mutado en aves fénix ante la más insignificante brisa que logró atizar sus escasas pavisas y flamear pasiones. Ya nada ni nadie podrán detener ese fuego que reencarnó a quien vegetaba en el páramo. Ni nadie podrá impedir que esa noche de San Juan fuera de fecha  conjure el aquelarre al que se verá sometido y del que saldrá dichoso. Su nuevo ciclo nació y con él la marea se hizo cómplice. Las anclas se izaron pos sí solas y el timón puso rumbo al maravilloso mundo del desconocimiento por conocer que supone la ilusión. Las cartas de navegación que dormían en el camarote  ahora manejan sextantes desde el puente de mando con el viento de popa. Creerán, al fin, haber descubierto la ruta hacia la isla del tesoro que tanto buscaron y que llegaron a dar por falsa llevados por los remos de la desilusión. Y al ordenar su propio rumbo descifrarán el jeroglífico que les hizo ver, creer, comulgar, asumir, que se amaban y, en realidad, sólo se querían y se soñaban amados”. Cerró la luz que hasta altas horas le fue acompañando y dio por concluido el discurso que le propusieron dar y que gustoso aceptó. En su sueño, sus propias palabras aparecieron como fiscales severos de su propia existencia. Alzó la vista y un nuevo amanecer se le ofrecía. Esta vez, le resultó más gris que de costumbre. 
 
Jesús(defrijan)

lunes, 22 de junio de 2015


Limpieza

Reconozco que la necesidad de limpiar es directamente proporcional al tiempo que vamos dilatando el hecho y que llegado el verano surge de repente. Que si encalar paredes, que si cambiar armarios, que si remover cajones; todo encaminado a un cambio de aspecto tan saludable como necesario. Pero a lo que no suelo acostumbrarme es a la limpieza de estanterías ocupadas por libros que no siempre han merecido unos minutos de atención. Han permanecido a la espera del curioso lector y el tiempo les ha ido sacando de su engaño sin consideración alguna. En el mejor de los casos, el plástico tuvo la gentileza de separarse de la cubierta y consiguió encender la esperanza de ser leído. Poco a poco trascurrieron los años y el olvido fue su compañero. Y entonces, racionalizando la practicidad al pairo de las nuevas tecnologías con sus soportes digitales, saben que su fin está cerca. Son como esas tiendas de antaño que intentan subsistir con sus mostradores de madera intentando no ver su caducidad. Y allí están ellos, los libros no leídos, ignorados, menospreciados. En ellos el autor depositó algo suyo y a nadie interesó aunque así no lo soñase la rúbrica de su ilusión. Así, el brazo ejecutor que el trapo y el espray  anuncian se viste de verdugo y los encamina a la pira del adiós. Ya poco importa si la trituradora hará añicos aquel resultado de la linotipia que con un poco de suerte acabará siendo reutilizado. De nada servirá el callado lamento del índice que sabe vencedora a la página del epílogo. Su vida fue tan efímera como la pena capital a la que se ha visto condenado decida que lo sea. Esa catarsis que la falta de espacio ha potenciado los dirige en la más cruenta de las procesiones  de las que la piedad no ha oído hablar jamás. Quiero pensar que el trígono vital que el autor soñó hace años se cumplió y que a la plantación del árbol, le siguió  a la perpetuación de su propia sangre y el nacimiento de esta obra que ahora ve su final.  Sea pues, si así ha de ser. Pero si la misericordia ante el último deseo que todo reo merece  logra hacerse un hueco en sus últimas horas, pediré en su nombre un “gracias” que al menos consuele el dolor de ese adiós definitivo que epitafia el olvido.

Jesús(defrijan )
de "Cara a cara"


El gato de Garcilaso

En Toledo hubo una vez en que a mis manos llegó el relato de la existencia de un gato callejero, mundano y libre que pasaba sus horas deambulando de rincón soleado a portal entreabierto. Su día a día lo escribía entre renglones de subsistencia sin plantearse jamás un peldaño más alto en su condición animal.

Pero la venturosa jornada  en la que sus pisadas cruzaron del embarcadero del Tajo  a Zocodover  oyó  recitar en el solaz de la Vega el más hermoso manifiesto de amor que nunca hubiese imaginado. Hablaba de cómo el gesto de la amada se escribió en el  alma del vate y de cómo la vida sin ser compartida con ella carecía de sentido. Hablaba de cómo esclavizarse a la norma mientras nos esclaviza  el deseo. Hablaba de cómo el Amor es el verdadero autor de cualquier verso que le busca como destinatario. Tenía la impronta renacentista que le daba forma al humanismo del literato soldado y caballero. Y en él se hicieron eco   la Sinagoga, la Catedral y el puente de Alcántara prestando luces y sombras a semejante desdichada fortuna.

Así, el felino en cuestión, tomó por norma presentarse todas las noches puntualmente a la cita del soneto, de la lira, de la dicha, de la esperanza, que traspasaban los muros de los recios edificios y  llenaba de plata el cielo toledano. Memorizó poemas y en su camino de regreso, el ritmo de su recitado, tamborileaba los adoquines de las empinadas callejuelas.

Cierto día aciago, y tras varias e innumerables jornadas de espera,  llegó la noticia del luctuoso fin terrenal de aquél que puso sello a lo más sublime. La congoja se apoderó de él y vagó perdido, desorientado, más callejero que nunca, tan disperso como siempre. Aquel que le sirvió de guía y modelo se dejó guiar por la desesperanza de no alcanzar la dicha deseada. Se llevó a morir como soldado mientras renacía a la Eternidad como poeta.

Hasta que resolvió enmudecer a las penas y  él, gato callejero, él que nunca tuvo líricas inquietudes, decidió imitar a quien logró transportarlo a las emociones dormidas.

Dice aquellos que rondan  en la noche por las inmediaciones de San Pedro Mártir, prestando atención cuando el silencio vence al ruido, cuando el Tajo perfila su melodía, escuchan el recitar maullado de un nuevo soneto. 

Mientras, desde el interior de la capilla, un gesto de aprobación emerge de entre las sombras.

 Jesús(defrijan)

 

viernes, 19 de junio de 2015


Te veo, me ves, nos vemos

Efectivamente, la vista es el sentido más utilizado de un tiempo a esta parte, más explotado diría yo.  Y no es porque antes no lo fuese, no; es que el desarrollo de las tecnologías lo ha encumbrado al primer puesto por méritos propios. Nos hemos convertido en mirones propios y extraños y si midiésemos  la longitud de las pupilas seguro que percibíamos una mutación batracia. A esto se le añade la curvatura del cuello hacia la línea fronteriza de las manos. Si, efectivamente, me estoy refiriendo al uso intensivo del móvil; de ese artilugio que en base a sus múltiples aplicaciones nos ha mutado en clones de palomas mensajeras sin alas pintadas ni zureos avícolas. Los dedos prensiles  se han adherido al teclado y el método de aprendizaje mecanográfico ha conseguido sus mejores resultados sin apenas estudio. Mensajes de una habitación a la otra, de un lugar del sofá al que está a escasos centímetros, de una silla a la inmediata, en base a la negación del verbo. Y todo añadido al dolor no percibido del artista o locutor que tras la pantalla del televisor sospecha que le oímos pero no lo escuchamos ni vemos. Pero ya lo más inquietante resulta la confluencia en un cruce de avenidas. Allí los ojos trazan segmentos de rayos alfa hacia todos los lados. El conductor hacia su entrepierna en la que intenta ocultar su transmisor; el guardia urbano que otea la posibilidad de recetar un telegrama punitivo hacia el tecleante;  los ojos de las columnas que quieren  captar la densidad del tráfico y de paso escudriñar en los mensajes llegados del subsuelo del salpicadero; el semáforo que echa en falta un sonido que despierte a todos ante su ignorada presencia. Lo dicho, todos mirando sin recibir una mirada de respuesta. Puestos a imaginar, imaginemos que todo cambiase a mayor gloria de lo absurdo. Que el poste vigía mirase al cielo para ver el vuelo de las aves migratorias; que le policía escudriñase en su propia terminal y buscase cuántos seguidores tiene en sus tuits;  que el conductor fuese capaz de mover sus ojos como los camaleones y de paso la piel para pasar desapercibido;  que el semáforo cambiase sus colores por unos gestos sonrientes para permitir y denegar el paso en base a lo que reflejase el rostro de cada quien al recibir la respuesta a su whatsapp enviado. Sin duda sería mucho más divertido y quizá el sueño de la mañana diese paso a una sonrisa amplia que firmase el estribillo de Serrat, que tanto nos gusta y tan poco ponemos en práctica.  Os dejo, acaba de cambiar de color el semáforo y un guripa me mira con recelo.    

 

Jesús(defrijan)

jueves, 18 de junio de 2015


Los polígonos

Son esos trazos geométricos que en las clases de matemáticas atormentan o seducen a los alumnos según sus apetencias. Ese compendio de ángulos, lados y diagonales se clasifican en base a su regularidad o no y así se suelen encasillar para mejor estudio y aprendizaje. Quizás este aprendizaje es el que ha propiciado darle tal nombre a las zonas industriales anejas a las ciudades en las que las naves tridimensionan lo estudiado en cursos anteriores y sobre sus rótulos nominan productos, orígenes y destinatarios. Las naves recubiertas de uralitas almacenan productos llegados y dispuestos a marchar en cuanto la puja finalice y el dinero cambie de manos. Hasta aquí su labor diurna. Pero como  duales construcciones, a la caída del sol, se mutan. Y al compás del ocaso empiezan a aflorar todo tipo de samaritanas en pos del sediento que perdió o quiso perder la ruta hacia el oasis. Estatuas móviles que siguen los dictados de los ojos vigilantes camuflados entre los motores expectantes. Y a la par, más entrada la noche y llegado el fin de semana, la ermita musical añadida al puzle, llamando a los fieles de todas las edades a no cumplimentar ninguno de los mandamientos que no sean la diversión. Ahí el tema y el inconveniente de equivocarse de ruta a la hora de atravesarlo. O bien te encontrarás sumergido en unos ritmos  que no te son cercanos o bien los cierres de las puertas de tu coche no serán  suficientemente seguros como para evitar el asalto de alguna damisela. Lo ideal será programar la travesía convenientemente antes de emprenderla. Nada quedará más ridículo que darle vueltas a la rotonda intentando leer el cartel orientador mientras unos jóvenes te observan desde los bordillos con ojos de asombro en mitad de  su botellón. Si no lo haces así puede que acabes teniendo que buscar en el navegador a toda prisa las indicaciones oportunas y la respuesta tarde en llegar tanto como el satélite caprichoso decida.  Eso sí, si durante la espera, alguien se acerca a ti dispuesta a ofrecerte sus favores, recuerda que estas en un polígono y el fin fundamental del mismo es el comercio. Nadie creerá la versión que le des cuando insistas en hacer real la pérdida de ruta provocada por tu natural despiste. Ya las aristas, los ángulos y los lados decidirás como trazarlos porque en clase ya sacaste buena nota.

 

Jesús(defrijan)     

miércoles, 17 de junio de 2015


El enfado

Ese estado de ánimo que nos cambia el rictus y eriza los poros cada vez que algo inesperado nos perturba. Y casi siempre lo hace después de haber estirado la cuerda del aguante tanto como pudimos para impedir su rotura. Una vez que el horizonte del Colmo se empieza  a vislumbrar, el Enfado calienta motores y se dispone a salir del garaje en  el que dormía plácidamente. Y no será porque no ha tenido motivos para iniciar la ruta. Desde trabas administrativas hasta falsas esperanzas que no van cumpliendo, desde traiciones inesperadas hasta decepciones sorprendentes. Todo ha ido contribuyendo a su despertar por más que su siesta creamos eterna. Los ojos se alargan, la frente se arruga, la cabeza se inclina y el volcán interior está a punto de entrar en erupción para soltar toda la lava incandescente. Puede que los receptores del Enfado no acaben de entender tal reacción y piensen que es producto de una mala noche previa o de alguna minucia a la que no dar importancia. No, no, esa rabieta infantil ya duerme en el baúl de los años. Se trata de hacerles entender que el mojón que acaba de colocarse en la cuneta de tu carretera marca un punto kilométrico llamado Hartazgo. Y de nada servirán rectificaciones posteriores. Esos mojones se afianzan a modo de columnas corintias con hojas de acanto llamadas repudio y sustentan  a la cornisa que se creía inmune. Por eso lo mejor que podemos hacer ante esa posibilidad es medir la tensión que provocamos en quien estiramos. No servirá intentar unir lo que se haya deshilachado si hemos traspasado el límite. O bien el perdón vendrá desde la caridad sin convencimiento o bien no llegará de ningún modo. En ambos casos será inútil  el intento de anular lo ya dicho o hecho. El libre albedrío dicta a veces desde el impulso y quizá necesita de las bridas de la contención, por más deseos de picar espuelas que tengamos. Y que nadie piense que esto es un alegato al viento tan inservible como quejumbroso. Una vez traspasada la frontera, el Enfado se torna en cariátide de bronce inmune al perdón. Desde este mismo instante, empiezo a hacer limpieza e intento amasar  mi paciencia para no darme  la razón al releer lo anterior. De cualquier forma, será imposible  modificar las señales si aparece de nuevo, y quien mire bien, las observará. Ya depende de él actuar de un modo u otro.

 

Jesús(defrijan)

martes, 16 de junio de 2015


De Enguídanos a la Pesquera y viceversa

Hace algunos años, cuando el Pantano de Contreras buscaba ubicación como embalse, las sucesivas prospecciones del terreno lo fueron desplazando de Enguídanos hacia su localización actual. Las fugas hídricas del terreno así lo exigían y a tal efecto el curso río abajo serpenteó por lo que en principio acabaría no siendo un terreno sepultado. De modo que la carretera que unía a ambas localidades quedó diseñada en una serie de subidas y bajadas que aún perduran. Más de un diseño tertuliano a la sombra de Agosto ha intentado otorgarle rango de salida natural hacia la costa, obviando el número de curvas que va parejo a las cotas de desniveles que la coronan. Poco importa que el terreno acuse los efectos de las trombas de agua que el otoño promueve si de lo que se trata es de acortar unos cuantos kilómetros. De hecho, hace años, cuando los recursos lo permitieron fueron asfaltados algunos de ellos. En concreto, seis, desde la Plaza.  Y a tal efecto decidimos tres amigos convertirnos en émulos de Perico Delgado aquella mañana. Cogimos las bicis como si fuésemos los protagonistas de Verano Azul y salimos hacia allá. Los primeros desniveles, al ser asfaltados, no supusieron demasiado esfuerzo.  Sortear la cercanía de los panales en los que las abejas reinaban amenazantes, más que insensatez, fue una locura por más que lograsen acelerar nuestro pedaleo. Pero llegar al reino de la piedra suelta fue el colmo de la osadía. Ni los romeros del camino se apiadaron de los sudores que nos resbalaban por los rostros. Aquello no era una etapa lúdica ciclista, no. Era el séptimo tormento voluntario al que nos vimos sometidos por mor  de un reto cuarentón. Las piernas iban a su antojo, los juncos contenían su sonrisa y el polvo se adhería a nuestra piel como testigo de semejante reto. Las botellas de agua hacía kilómetros que se vaciaron y no se veía el fin del suplicio. Ya cuando la desesperación  llegaba a su cénit aparecieron las primeras antenas, los primeros tejados, los primeros ladridos. Estábamos en la Pesquera y el instinto de supervivencia nos llevó a la fuente. A nuestro paso, Eduardo, el gran Eduardo, nos saludó, y tras silenciar entre risas su opinión se ofreció a retornarnos por el trayecto que tan bien conocía y realizaba todos los lunes. Su bigote hablaba sinceramente, pero el pundonor nos impedía aceptar tal ayuda. Así que, despojados de la vestimenta, la sumergimos en las cristalinas y con la humedad como compañera, regresamos. Hora y media después, de nuevo la Plaza, nos recibía. En esa jornada quedaron claras varias cuestiones. Ente ellas la nula ganancia de tiempo como carretera alternativa, la belleza del paisaje que las montañas y el agua diseñan y sobre todo comprobar cómo el destino decidió el desahogo de unas tierras que me siguen cautivando cada vez que las transito.  

 Jesús(defrijan)

lunes, 15 de junio de 2015


Teatro

Siempre me maravilló la capacidad que algunas personas tienen para conseguir mutarse en determinados personajes. Dejarse de lado el pudor y asumir como propia una vivencia que fue diseñada para dar vida a ojos de los demás es una labor altamente encomiable y a la par gratificante para quien la presencia. Esa dualidad esquizoide acaba mostrándose como un pulso entre  dos mitades de un mismo ser que intentan adueñarse de la otra. Y mientras, el guión rodando por el escenario, aventando sentires, provocando  emociones, que es el fin último de toda obra. Lo más curioso nace cuando desde el patio de butacas cualquier espectador ha sido capaz de transportarse al personaje afín. Lo más intrigante es cuando el espectador silencioso no sabe qué le provocó la parálisis de la abstracción que mantuvo a sus ojos cautivos y a sus tímpanos presos de lo que oían y contemplaban. Lo más doloroso resulta ser cuando los papeles se sueñan cambiantes y la realidad guillotina ese deseo. Más de uno se percata del tipo de obra que a diario representa sobre un boceto de guión escrito por la costumbre y percibe de cuan increíble es su papel. Y no por exceso, sino más bien por todo lo contrario. La rutina se acaba apoderando de las bambalinas y los telones del conformismo suben a su antojo y bajan con pereza al concluir el último acto. Clones de arlequines que no saben ver sus propias cuerdas de marionetas y cuyo miedo a la rebelión les impide reescribir la obra. Una obra que lleva por título Vida y que no admite el color gris en el pasquín anunciador que las fanfarrias pregonan.  Amarga mezcolanza de sueños y despertares que avinagran el libar del día a día. De ahí que la casaca que nos aporta el vestuario pese más de lo necesario y lo raída que se nos muestre lo damos por válido  al pensar que las penurias de quienes la visten como nosotros nos reconforta. Cobardía vestida de amarillo para poder culpar al mal fario de nuestra propia inacción. Y mientras, el olor a naftalina perpetuándose para acomodar sueños y segar valentías. Nos concederemos el beneplácito de la mundana celebración para gozar durante unas horas de la vida que en realidad soñamos. Robots encasillados a los que se nos oxidan las articulaciones y no somos capaces de engrasarlas con decisión.  Teatro, la vida es puro teatro, sin duda. Solo nos resta reconocer que lo que deberíamos tomar por comedia, entre todos, nosotros incluidos, hemos permitido que se transformase en drama por mucho que neguemos verlo ¡ Pobres!

Jesús(defrijan)

viernes, 12 de junio de 2015


Los drones
Magníficos artilugios que surcan los aires a modo de pájaros mecánicos movidos a voluntad del piloto dueño que los maneja desde tierra.  Contribuyen a realizar el sueño humano de volar que ya Leonardo da Vinci creía posible en sus experimentos florentinos. Y a fe que dan resultado. Se han convertido en los ojos de halcón para saciar toda curiosidad que sólo desde el cielo es posible llevar a cabo. Estas golondrinas artificiales van y vienen a voluntad que,  en base a sus reservas energéticas,  prolongarán más o menos la duración del vuelo. Y para dar testimonio de todo ello, una cámara digital a modo de Gran Hermano, grabará todo lo que sea menester. Y aquí el quid de la cuestión se plantea a la hora de regular su uso, como siempre pasa.  ¿A quién pertenecen las imágenes tomadas desde la tercera dimensión? ¿Al  protagonista ignorante de la película o al director de la misma? Ahora llegará el turno de los legisladores que darán paso a todo aquello que debatan como nueva  ley para preservar intimidades, derechos de imagen….. Al final el pulso entre el morbo fisgón del voyeur y el derecho a la privacidad pugnarán por ganar la partida. No hace mucho tiempo, o quizás sí, una cámara se dedicaba a grabar localizaciones para un uso posterior en la navegación terrestre que ayudaría al conductor despistado. Allí aparecían rostros difuminados ocupando espacios inmóviles a modo de referencia. En más de una ocasión ese juego curioso de adivinar quién era quién le daba un toque divertido si alguna silueta conocida surgía como pista. Y entonces aplaudías el hecho de haber pasado a la inmortalidad de los píxeles a aquellos que no sabían de ello. Pues todo aquello, con la llegada de los drones, asciende  imitando a Isaías y se sitúa a ojos vista. Se acabaron las plácidas siestas al sol de la playa ligeros de ropa ante el miedo a ser sacadas a la luz de la curiosidad. Se acabaron los recintos custodiados por muros elevados que ejercieron de cajas fuertes de nosotros mismos. Se acabaron las charlas divertidas a riesgo de ser grabadas o manipuladas desde las alturas. O sencillamente se acabaron los miedos a todo lo anterior y que cada quien se siga manifestando como le dé la gana. Quiero pensar que el mayor de los miedos lo tendrán aquellos que comprueben que nos da lo mismo si graban o si no. El derecho a actuar con libertad no se nos puede coartar por el temor a ser reprendidos por quienes no actúan de modo natural y buscan nuestro sonrojo.   De cualquier modo, a modo de aviso, avísenme si se sitúan en mi vertical y verticalmente les saludaré dedicando una sonrisa. Si estoy vestido o desnudo, bailando o leyendo, riendo o llorando, será lo de menos, se lo aseguro.       


Jesús(defrijan)f

miércoles, 10 de junio de 2015


DadBod

Todo era cuestión de tiempo, de saber esperar, de saber que las modas giran en el carrusel de la temporalidad. Efectivamente, esta moda llamada cuerpo de papá se ha instaurado. Y aunque como toda moda será temporal, hemos de aprovecharla aquellos que ya la lucimos desde tiempos inmemoriales. La cuestión está en que la tan denostada barriga cervecera, gracias a ser lucida por las estrellas del celuloide, ha sido elevada al trono que nunca tuvo. Tantos regímenes inservibles, tantas subidas y bajadas a la báscula, tantas noches con tripas crujientes que clamaban alimento, han llegado a su fin. De aquí hasta que pase la moda, esa protuberancia nacida del lúpulo ingerido lucirá lorzas a modo de corona imperial a la que rendirán pleitesía todo tipo de tapas a modo de cortesanas complacientes. Hagan hueco a las patatas bravas, a los pescaítos fritos, a los calamares rebozados, a las papas con chorizo, al morteruelo, al ajoarriero y a todos aquellos peones que pidan hueco en ese tablero de ajedrez llamada ágape festivo. Y de paso, los rótulos que anunciaban tallas especiales, que pasen a ser pasto de las llamas en esa hoguera purificadora de medidas punitivas. Dará lo mismo si el cinturón precisa de cuatro orificios más que antes o si precisa ser sustituido por unos tirantes. La moda manda y a ella responderemos del mejor modo posible y en este caso complaciente. Y cuando transitemos como clones vivientes de Buda, nadie fijará sus ojos en las ingles en las que se pierden las hebillas de metal. Más bien realizarán una reverencia de respeto y en algún caso de envidia. Atrás quedarán los agoreros pronósticos en los que la medicina nos aventuraba todo tipo de males a los que sucumbir en aras a la devoción a Baco. Hubo tiempos en lo que lucir sobrepeso se tomaba como signo de salud y por lo visto regresan. Dejemos hueco en el trastero a las fajas reductoras y que los mofletes trompetistas sonrosados salgan a la pasarela. Que las trébedes comiencen a alinearse a modo de fogones parrilleros. Las talas hacia olivos, naranjos, vides, carrascas y demás voluntariosos leños se acicalen para dar colorido y sabor a las viandas otrora denostadas. Y de paso, que las retortas, bombonas, botas, porrones y demás vasijas pasen a ser reconocida como samaritanas de quienes tantos años cruzamos el desierto de la incomprensión perfilada. En cualquier caso, tampoco conviene pasarse; ya sabemos cómo son  las tendencias y el día menos pensado regresa la moda que ahora parece obsoleta.  
 
Jesús(defrijan)

jueves, 4 de junio de 2015


Será maravilloso (¿)

Quien quiera y se acuerde que continúe con el estribillo de aquella canción veraniega en la que se nos invitaba a visitar Mallorca de cualquier modo. El boomerang de la existencia vuelve a ponerme en la línea de salida, esta vez, desde la vertiente directriz. Lo que hace años fuese viaje de alumno ya relatado en mi último libro, hoy se me presenta como un reto a superar. Atrás quedó en la dársena del recuerdo aquel cascarón que nos llevó para dejar paso a un ferry moderno en el que la travesía será mucho más placentera. Aquellas sillas de madera o de escay dejarán paso a unas butacas más o menos cómodas en las que realizar el viaje a lo largo de la noche. No dejaremos de pensar que los delfines nos siguen y que las luces del puerto nos esperan  en una bienvenida festiva. Ellos y ellas arrastrarán esos equipajes que cargarán absolutamente hinchados como si de un desplazamiento eterno se tratase. Las notas, las temibles notas, aguardarán silenciosas y comprensivas para ejercer su labor a la vuelta. Es hora de divertirse, de soltar amarras del puerto casero y surcar el mar como intrépidos navegantes cargados de inseguridades mal disimuladas. Dejaremos que crean que se comerán el mundo antes de que se den cuenta de la posibilidad contraria. Y ahí estaremos para reconducir errores y sonreír aciertos. El entorno lo merece y el grupo se lo ha ganado. Este variopinto conjunto que hemos visto nacer incluso antes de nacer pide paso y el futuro se les abre cargado de ilusiones. No se trata de colocarles nubes antes de tiempo sino más bien de enseñarles a entender los indicios que las traen. Y todo ello envuelto en el bullicio de las noches en vela que surgen como retos de ser adultos. Pongo la mano en el fuego por ellos porque han sido muchos años de corroboración. Han demostrado madurez suficiente como para distinguir el juego de la obligación, la risa de la seriedad, lo fundamental de lo accesorio. Por eso, sin duda, será maravilloso viajar hasta Mallorca, disfrutar de la isla y ver cómo lo que ayer fue, hoy sigue siendo. La ilusión por un horizonte abierto a la vida que ninguno es capaz de ignorar cuando se tienen dieciséis años.  Vamos allá.
 
Jesús(defrijan)