martes, 31 de mayo de 2016


    Los exámenes finales

Ahora que despunta Junio y se anuncian las fechas de los exámenes finales es cuando más esfuerzo se exige. Y se hace desde una proporción directa a  la duración de los días como si a más luz  se solapase más tiempo para el repaso y con ello más éxito asegurado. Llenaremos todo de estadísticas numéricas y trazaremos el listón del apto o no apto para dar por concluido un curso de nuevo. Entonces es cuando en un momento de reposo entre corrección de pruebas te preguntarás qué has logrado transmitir a tus pupilos.  Si han sido conocimientos, sólo conocimientos, prioritariamente conocimientos, igual te das por suspendido a ti mismo y ya no tienes espacio para recuperarte como docente. Si has inclinado la balanza hacia el lado de las notas sin tener en cuenta los mil motivos que como personas acarrean, por mucho que te empeñes, has suspendido, colega. Y cualquier excusa que quieras ponerte se quedará en eso, en mera excusa, como si de ti no dependiese el éxito de aquellos que te fueron asignados. Con el rictus de quien actúa sin convencimiento darás por buenos unos resultados académicos que contemplan de soslayo los flecos de sus propias realidades y te sabrás errado. Has logrado tus objetivos, pero no has logrado hacerlos suyos. Posiblemente has recargado con taras unas experiencias de crecimiento que a lo mejor no acaban por afectarles o a lo peor no las olvidan. Las jornadas eternas de atenciones varias tras el pupitre han ido sumando saberes, en algún caso con quereres, y en muchos otros con deseos de finalizar. El espejo te gritará en silencio que tuya es la responsabilidad de haberles hecho comulgar con postulados nacidos del juicio permanente y la inflexibilidad ante el fallo. Estas réplicas de adultos que custodias durante meses se te han sido adjudicadas para cubrir unas etapas han aceptado la disciplina aun a riesgo de no creer del todo el valor de lo transmitido. Será entonces cuando las utopías de otro tipo de enseñanza  volverán  a  aparecer y las mil interrogantes buscarán respuestas. Quizás se ha mecanizado tanto el aprendizaje que el intento por potenciar individualidades se ha diluido un año más y entonces será cuando, al revisar tus propias calificaciones, al comprobar los resultados finales, verás que has aprobado, pero por los pelos. No pasa nada, dirás, en Septiembre podrás rectificar, y con algo de suerte, renacer a la esperanza, y sobre todo, seguir intentándolo.



Jesus(defrijan)

lunes, 30 de mayo de 2016


       Autoeditar

En estos tiempos que nos toca vivir parece imprescindible el uso del prefijo auto- para realizar cualquier actividad. Es como si de buenas a primeras la diversidad de oficios se aglutinaran en torno a una misma persona para ofrecerle la posibilidad de hacerlo todo por sí misma. En lo que a mí concierne, y dejando a un lado mis nulas cualidades para el bricolaje casero, me vi abocado a la autoedición de mis libros. Y todo fue desde la causalidad que vino a presentarse una tarde en la que la lluvia golpeaba la carrocería del coche y yo esperaba dentro del habitáculo. Al otro lado de las ondas, Vázquez Figueroa, hablaba sobre una de sus obras que ponía a disposición de los oyentes lectores que así lo quisieran, y de modo gratuito. No recuerdo bien el título pero sí el nombre de la editorial que impulsaba tal publicación. Se trataba de Bubok. Y a partir de ahí mi curiosidad fue en aumento. Atrás quedaron las visitas a editoriales en las que se imponía el apartado económico al de la calidad. El mercantilismo sobre el que basaban las ediciones posibles no tenía en cuenta el mayor o menor mérito  del escrito en cuestión y eso fue quizá lo que más me sorprendió. De modo que eché a andar en esta aventura y de la mano de Bubok fueron naciendo a la luz. Por si alguien no lo sabe y le interesa, sigues los pasos y pasas por caja a recoger el producto final. Vas eligiendo formatos, portadas, correcciones, y todo tipo de asesoramiento que quieras te es ofrecido. Puedes sacar a la luz tus obras en cualquier formato y una vez tasado el precio final, ponerlas a la venta. Está claro que todos los cauces legales a nivel de impuesto se cumplen y no tienes más que esperar a hacer los pedidos. No voy a entrar en detalles técnicos ni me voy a convertir en plañidera confesando el gravamen que supone ingresar los mínimos beneficios a la hora de ser considerado contribuyente con doble entrada de emolumentos; nadie me obliga y la satisfacción  personal es más que sobrada. En cualquier caso, como ya sabéis, el envío de los archivos  por vía email lo hago gustoso sin cargo alguno, porque de lo que se trata es de compartir letras. En la orilla contraria, cuando el deseo de dedicatoria de puño y letra quiere añadirse a la obra, no me queda más remedio que comprar lo que yo mismo he creado o indicar los pasos al posible adquiriente para que los siga. Obviamente, esto lleva un coste que se ha de asumir, por muy autoeditado que esté. La cuestión final es que acabo siendo un Juan Palomo, donde yo me lo guiso, yo me lo como, y  siempre, siempre, merece la pena.  En cuanto al temor a utilizar los medios cibernéticos para comprar o dejar de hacerlo, cada cual es libre de tenerlo o no; de hecho siempre pagamos en supermercados y en gasolineras con dinero metálico, ¿verdad?    



Jesús(defrijan)

domingo, 29 de mayo de 2016


    Cámera café

La mayoría de las veces en las que se presenta la ocasión de hablar sobre algo, ese algo aparece de modo espontáneo como sin avisar, atropellando a los motivos que aguardaban turno. De ahí que intentes ponerlos en lista de espera ante una inminente salida procurando que no se agolpen y a veces lo consigues. De hecho, hoy pensaba hablar sobre un motivo que no recuerdo y nada más mirar al noreste de mi frontal, el motivo ha salido en forma de cafetera. Una cafetera que parece sacada del casting de  “Cámera  café” que recibe el goteo incesante de quienes nos encomendamos a ella como despertadora  a lo largo de la jornada. Luce, la muy sibilina, cinco estantes sobre los que alternan las diferentes sustancias azucaradas y los palitos de plástico a la espera de su sacrificio aleatorio sin perdón alguno. A la derecha, una especie de surtidor que ya quisiera para sí la mejor de las réplicas de estanque chinesco plagado de ciprinos, luce una palanca que servirá de prensa al liofilizado medallón que reposa sobre un serpentín acerado. Tiene por ventura no devolver monedas y precisar de una ingesta continua de agua para no convertirse en un depósito de oasis de Atacama. Y con todo esto, siendo preciso seguir las instrucciones como si de un submarino nuclear bajo tu mando se tratase, lo magnífico viene a continuación. Si has acertado en la elección trilera del sabor esperado, sobre la repisa caerá y te permitirá llevarlo en andas hasta el émbolo prensor. Con cierta parsimonia dejarás caer toda la fuerza del pistón para conseguir que el paso del agua acabe trayéndote el café esperado. Nada que no se sepa hasta ahora, que no hayas visto realizar, que no seas capaz de hacer autónomamente. Y entonces es cuando llega el momento supremo de la degustación. Aquí es cuando la imagen del seductor de películas que prestó su imagen  te sigue sonriendo desde su dentadura perfecta y te incita a sentirte como él. Es en ese instante cuando toda una corriente de ígnea mixtura desciende hasta tu esófago y tú, incauto creyente, empiezas a echar de menos el auténtico sabor de aquel café recién molido. De nada servirá que adereces este ungüento con la cápsula láctea que alguien consideró necesaria dejar sobre el flanco de estribor para evitar naufragios mayores. Si los polvos diluidos no sabían a café por sí mismos, el añadido no va a convertirlo en lo que no es.  De cualquier modo, mientras la hucha interior del artefacto se queda con el cambio, tú volverás a recordar aquellas mañanas en las que el humeante aroma llegaba desde la cocina y pensarás que eres uno más de los que han sido convertidos a la fe de lo inmediato bajo la penitencia de la estupidez. Bueno ya acabé; voy a ver si llevo monedas y me tomo uno que me está entrando sueño; ¿alguien quiere?



Jesús(defrijan)    

viernes, 27 de mayo de 2016


   El Jardín de las Hespérides

Caía la tarde y atravesando los hilos verdes de los cipreses el Sol se iba despidiendo.  A ambos flancos de acceso, dos puertas acorazadas contaban los minutos que restaban para cancelar el permiso de paso y una jornada más,  su misión habría concluido. Sobre el óxido de su metal se leían dedicatorias  con la certeza plena de ser las ignoradas en el tránsito de las prisas. A ambos lados, las gravas alfombraban el humus y las huellas de pisadas hablaban por ellos. Con la premura habitual en quien la prisa conoce, dos rostros se miraban y sonreían. Cuatro manos se entrelazaban alternando caricias en aquellos que sedientos andaban de ellas. Palabras que se agolpaban sobre los labios en un atropellado intento de salir a la luz para manifestar lo que tan evidente resultaba. Poco importaban las miradas furtivas de quienes  escudados tras unos auriculares se aislaban de aquella  representación sublime del deseo. Era su espacio y en ese espacio volaban como Ícaros fugaces   por los cielos azules que ni las nubes encapotaban. Se sabían y se tenían. Desde las forjas próximas, las ninfas cómplices entonaban susurros de aprobación y entre el rumor de las aguas se escribía el prefacio de lo imperecedero. Las tórtolas se sumaban desde los arrayanes de la pérgola haciéndose testigos de tales sentimientos. Venus intentaba ocultar su mirada para no pecar de indiscreta y su intento resultaba  baldío. Los hibiscos  se sonrojaban queriendo extender un telón protector a la intimidad que se precisaba. Y más allá, Hércules, proclamando la envida que apenas podía disimular, sonreía complacido desde su cautivo pedestal. Pronto pasarían fugaces las manecillas del reloj que anunciarían el epílogo a la nueva representación  y todo volvería a la anormalidad diaria. A sus costados, ajenos a  todo, las mil vidas grises bostezarán tras el volante la pereza de la rutina diaria a la espera del semáforo verde que les lleve de nuevo al gris. Y mientras tanto, en un último intento de olvidar las advertencias del  carcelero, nuevas promesas de amor prendidas bajo las pinzas del nervioso adiós, ellos dos se dirán lo que ya se saben una vez más. Esta vez volverán a abrirse a la noche la cancela de la esperanza mientras las Hespérides vestirán con un cubre de estrellas a los sueños de ellos dos en un último intento innecesario de hacer  eterno aquello que es para siempre.



Jesús(defrijan)

miércoles, 25 de mayo de 2016


    Los gemelos

Quienes no estamos acostumbrados  a vestir de etiqueta no dejamos de sentirnos extraños cuando la ocasión la requiere. Y entre esas ocasiones, sin duda alguna, las bodas se llevan la palma. Al menos de un tiempo a esta parte se han convertido en un escaparate en el que  lucir prendas, peinados, tocados y lustre a propósito de quedar como un pincel. Si el grado de parentesco es próximo, entonces el listón aumenta su nivel y es cuando empiezas a elucubrar sobre cómo será el atuendo de los invitados de la otra parte. No es plan de quedar mal o de dejar en mal lugar a tu sangre. De modo que la busca y captura del uniforme en cuestión se abre como veda de caza, solo que en esta ocasión, el cazado serás tú. Ese apolíneo que no eres ha de entrar en  un traje o mejor, en un chaqué, sí o sí o también. Y ahí es donde la genética se reivindica intentando hacerte entrar en razón por más empeño que pongan los demás en que es lo correcto, lo adecuado, lo cortés, lo exigible. De nada servirá echar de menos aquellas celebraciones a las que asistías en bermudas porque no estás en la lista de invitados infantiles y debes comportarte como adulto. Así que, con cierta resignación, caes en manos de aquel que es experto en vestir a quien no está acostumbrado a hacerlo, de gala. Empieza a escanearte con los ojos y en un plis plas adivina la talla que te corresponde. Te coloca el pantalón a rayas, te sujeta con unos tirantes, te adosa la chaqueta de pingüino y coloca los diferentes acolchados en tus defectos para que no se noten. El caso es que te das la vuelta y apenas te reconoces. Acabas pareciendo don Hilarión camino de la verbena de La Paloma y das por bueno el  esfuerzo del ayudante  de cámara provisional.  Casi todo el equipamiento está cubierto, a falta de la corbata. Y ahí  no hay discusión posible. Ha de hacer juego con los gemelos  que  compraste un día al azar, y que lucen el busto de Bart Simpson. Un amarillo chillón que empezarán creyendo irónico y terminarán por ver como cierto. Nada superará a la mirada de asombro o a la risa contenida de quien en mitad de la ceremonia  nupcial deje de prestar atención a las lecturas y clave sus ojos en el soleado brillo de tus puños. Poco importará que el chaqué te siga cubriendo como un tribuno si desde las muñecas el guiño del travieso cruza la nave de la iglesia. Puede que al paso de las horas, cuando el festejo esté en pleno apogeo, más de uno se acerque a ti y te diga que le encantan tus gemelos,  pero que no se atrevería a llevarlos. Entonces lo mirarás sonriendo y callarás el “tú te lo pierdes” para no incidir más en la llaga de lo correcto que en tantas ocasiones mandaríamos a donde se merece. Por cierto, si alguien se atreve, que me los pida y se los presto.



Jesús(defrijan)   

      La mirada hacia el ombligo

No sé donde leí en una ocasión un cuento que rezaba así. Trataba sobre una sociedad en la que los conciudadanos se habían acostumbrado a mirarse el ombligo y nada más nacer eran amaestrados a ello. Pasaban los años de su niñez y los de su juventud  en un entorno que no admitía divergencias y a coro pregonaban las virtudes que según todos les revestían. Lo suyo era, sin duda, lo mejor, lo supremo, lo fetén, lo incuestionable.  Y en tal creencia fueron sobreviviendo años y años,  en una constante repetición de dichas máximas. Cuenta  cómo  en ciertos momentos aparecieron  conciudadanos  que llegaron a cuestionarse mínimamente si todo aquello correspondía a la realidad. Parece ser que ante el más mínimo intento de plantear preguntas, fueron inmediatamente silenciados. Unos por propio miedo desistieron de sus  erróneas creencias que tomaron por buenas en un momento de debilidad. Otros opusieron más resistencia, pero a la larga fueron convencidos de su error. De los mecanismos utilizados para reconvertir dichas creencias no recuerdo bien, aunque he de pensar que ocuparon un mínimo espacio en las páginas de dicho cuento.  Lo que no puedo dejar de pensar es en el hecho de reiterar como en la historieta mencionada la mirada hacia el ombligo de nuevo. Suele ser aquella que lanzamos de modo metafórico hacia nuestro propio yo, como si no existiera nada más hacia dónde dirigirla.  Va acompañada por la espera de que alguien más salga a hacerte compañía para ratificar tu acierto en la elección de tus ojos. Y normalmente aparecen múltiples motivos  que actúan como catalizadores de esas inercias. Decidir si es  lo mejor o no para la mayoría se convierte en un aval sobre el que estampar la firma notarial de no mirar en horizontal y seguir con la cabeza gacha. De modo que nos movemos en el  giro centrípeto que nos lleva irremediablemente al fondo del pozo. Nada me parece más penoso que un acuerdo común tomado antes de cualquier discusión. De nada sirve empecinarse en ratificar aquello que de entrada ya se acepta como dogma. Da igual cual sea el motivo si lo que se pone en tela de juicio ganador es  aquello de “como lo mío, como lo nuestro, nada”.  Y ahí que cada cual vaya añadiendo ejemplos si quiere y verá como en el fondo  se reconoce injusto  calibrador de virtudes. Lo importante es que quede constancia por las buenas o por las malas de que mi opinión comulga con la de la mayoría y ahí radica la razón. Si me mueven unos colores deportivos, si me mueve la pasión por un grupo musical, si me mueve la necesidad imperiosa de demostrar amor por un territorio, si me mueve cualquier cosa que aumente mi pertenencia al grupo, se dará por bueno todo el esfuerzo. Quizás el día que decidamos levantar el mentón y mirar hacia el frente tengamos tan curvada la cerviz que no seremos capaces de ver más allá de nuestras narices. Puede que entonces comprobemos  que siguen empeñadas en fundirse con el ombligo en un intento final de ser convertidos en esferas sin  aristas dispuestas a rodar calle abajo.



Jesús(defrijan)

lunes, 23 de mayo de 2016


    Los ex

El mismo prefijo anticipa una lejanía hacia el resto de la palabra que la sigue como devota  en procesión. Y en ella, en todo su esplendor es donde se manifiesta el rictus del recuerdo de lo que fue y ya no es. Puede tratarse de compañeros que formaron parte de ti durante un tiempo y que el propio tiempo se ha ido encargando de alejarlos. Puede tratarse de amigos a los que trataste de un modo similar al que ellos manifestaron hacia ti y cuyo recuerdo prevalece, pero lejano. Puede tratarse de alumnos a los que con mejor o peor fortuna ayudaste a caminar hacia la edad adulta que nunca se acaba de conseguir. Puede tratarse de amores que sublimaron existencias y a quienes el tiempo embadurnó de reposo en una cocción lenta encaminada el enfriamiento. Sea como sea, si al propio apéndice se nos ocurre añadirle el empeño de  no borrarlo, de insistir en tenerlo en el ahora,  solo acudirá a nosotros la certeza de un pasado que nunca podrá ni querrá convertirse en presente. En el mejor de los casos, cuando revisemos aquella carpeta de notas que reposa en algún cajón, quizás alguna foto nos traiga de nuevo a la sonrisa la anécdota compartida entre clase y clase con aquellos ex de pupitres.  Quizás en alguna reunión volvamos a mentirnos al decir que nos vemos igual y que el paso del tiempo no nos ha hecho mella. Probablemente intercambiemos teléfonos y direcciones de emails con la promesa de próximas reuniones que no se llevarán a efecto. Todo falso, todo caduco. De nada servirá mantener  un calendario pasado. Y todo lo anterior, con alguna salvedad, es aplicable a los amigos. Fueron y con algo de suerte seguirán siéndolo o quizás pasen a ser los nuevos miembros del baúl de las fotografías coloreadas en  sepia. Puede que si el ex lo lucen quienes fueron  tus alumnos, la prolongación en generaciones siguientes mantenga vivo el cordón umbilical con la complicidad que eso acarrea a la hora de educar de nuevo a los mismos apellidos. Aquí sí que se perdonarán errores cometidos y el ánimo buscará comparaciones entre progenitores y vástagos. Probablemente estos salgan beneficiados porque el frente que se abre ante ti es doble  y la trinchera excavada no se trazó  con más pico que el reconocimiento agradecido a tu labor. Sólo queda mencionar a los ex que vivieron latidos que sonaron discordes. Pero permitidme que deje estas líneas en blanco porque hablarán por sí solas. Cada quien valorará si quiere la intensidad de aquel pasado. Cada quien buscará en las cenizas el argumento de la película que no llegó a rodarse. Cada quien  entenderá que la vida pasa, que lo hace dictando sus normas, que de nada sirve aferrarse a quimeras y que cada camino que se recorre nunca ofrece un sentido de vuelta. Todo ex vive en un tiempo que tus espaldas aleja y los ojos, amigos míos, no necesitan de retrovisores para seguir hacia delante.



Jesús(defrijan)

domingo, 22 de mayo de 2016


  1. Cáceres



Resulta curiosa la paradoja de ir a descubrir una tierra que tantos descubridores parió. Y como inicio, Trujillo, cuna de Pizarro, a quien una estatua ecuestre rinde homenaje en plena Plaza Mayor como reclamando valor a los osados que quisieran seguir sus pasos allende los Andes. El regusto a ciudad histórica, empedrada, empinada, porticada, habla de lo que fue y sigue mostrando. Y a unos cuantos kilómetros las flores de los cerezos anunciando la próxima cosecha en el Valle del Jerte serpenteado colinas arriba. Y próximo a todo ello, Plasencia, monumental, callada, con el sello  señorial que da la pausa de los siglos. Y los nidos de cigüeñas anunciando una próxima llegada del interminable ciclo vital migratorio. Y kilómetros más allá, Mérida. Ciudad fundada para recompensa y solaz de aquellos generales curtidos en mil batallas dirigiendo a sus legiones en pos de encumbrar al Imperio. Vestigios de representaciones teatrales en las que las cariátides enmascaran los vicios y virtudes puestos en escena. Y más allá, Guadalupe, dueña y señora de la inmensidad catedralicia, que como casi siempre comenzó como ermita,  que previamente fue lugar de aparición mariana, como siempre sucede en el ritual devocionario. Y Cáceres, capital de todo ello, desde cuya Plaza Mayor el Arco de la Estrella, nos abre las puertas hacia el interior de la historia. Palacios y más palacios tanto nobles como clericales y la Torre de Bujaco como atalaya vigía de todo. Y en una esquina de la Catedral, San Pedro de Alcántara ejerciendo de benefactor ante todo aquel que le besa sus pies. Según cuentan, es capaz de conseguirte pareja, lograr que te cases o ver cumplidos tus deseos. No necesariamente deben ir encadenados los tres mencionados, pero si la tradición lo aconseja, pues para qué negar la posibilidad. Sea como fuere, caso de que tanto ajetreo de viaje breve, te lleve al cansancio, lo mejor será regresar a Trujillo y degustar en La Troya, todo aquello que la caza ofrezca o el cerdo dicte. Quizás es aconsejable observar las dimensiones de las tapas y contrastarlas con las de las raciones para no llevarte una sorpresa ante el tamaño de las mismas. Y caso de que el tiempo apremie, degustar la famosa Patatera, cumplirá sobradamente con las expectativas de saciarse. Mientras tanto, mientras la digestión avanza a paso lento como si de una procesión se tratase, podremos imaginar a Orellana echando de menos a su tierra en mitad del Amazonas. Sólo los osados y valientes son capaces de arriesgarse. Y el riesgo de ir a conocer Cáceres solo entraña el peligro de regresar con el buen sabor de boca por el acierto de la elección.   




jueves, 19 de mayo de 2016


      La dosis diaria de farmacopea

Estamos tan acostumbrados a los medicamentos que ante el más mínimo síntoma nos  vemos en la necesidad de buscar en ellos el alivio temporal o definitivo. Poco importa si son de marca o genéricos. Lo importante es que nos procuren el alivio de un modo seguro y a veces cierto. Eso, hoy en día. Porque hubo un tiempo en el que se dispensaban casi como golosinas en una comercialización tan corriente como inocua. Los había de todo tipo. Desde linimentos para el dolor muscular hasta las variaciones purgativas que venían a procurar el alivia intestinal perezoso. El denominado Yer competía con el Alemán y en ambos  casos se establecía un combate eficaz al que se sumaban de cuando en cuando las Zeninas.  Poco importaba que por nuestro interior la flora se rindiese ante semejante eficacia si el resultado era el esperado.  Más de una peritonitis tuvo su origen en esta ingesta y más de una malva creció bajo sus designios. Pero sin llegar a esos casos extremos de exterminio, he de reconocer que hubo quienes demostraron no sólo fortaleza y resistencia ante cualquier alquimia, sino que además, buscaban todas las tardes el duelo a la caída del sol en forma de  grageas. Y si alguien demostró dominio absoluto sobre dicha lid fueron mis añoradas vecinas Ángeles y María. Ambas a ambos lados de la calle compartían escobas de palma por las mañanas para darle lustre a la Iglesia y ambas emprendían a la puesta del sol la senda hacia el botiquín que ocupaba hueco al lado de los ovillos de lana. Ángeles era más directa a la hora de pedir como si llevase estricta cuenta de las ya ingeridas y sabía cuál le tocaba cada día de la semana, por supuesto, bajo propia prescripción. María era más anárquica, y se dejaba llevar por el capricho  como si de bolas de confites se tratase.  Ahí empezaba la pugna entre el Okal, la Cafiaspirina, la Aspirina o el Optalidón. Estos cuatro jinetes del apocalipsis tenían a gala saberse los elegidos  y creo que entre ellos mismos se vanagloriaban de ser los preferidos.  Ni un mal gesto  que delatase úlceras estomacales,  llegaron a demostrar  a lo largo de su dilatada existencia. De ahí que cada vez que veo pasar a los coetáneos cargados de medicamentos en la actualidad no dejo de sonreír  recordándolas. Si su longevidad se debió al acetisalicílico o a su filosofía de vida es algo que se llevaron al más allá como secreto de faraonas bien guardado , que hoy, sin receta, por supuesto, ha vuelto a salir a la luz. Fuera, las escobas de palma, las siguen echando de menos  y yo también.  



Jesús(defrijan)

miércoles, 18 de mayo de 2016


   Las bandas sonoras de los viajes familiares.

Ni existían frecuencias moduladas ni los vehículos solían llevar un equipo de música demasiado potente. El dial se movía entre emisoras de onda media y en el mejor de los casos alguno disponía de la doble opción del radiocasete. Y ahí era donde el conductor se ofrecía a la dualidad de ser el icono del  tema de Perlita de Huelva que imploraba precaución al volante o ser el experto pinchadiscos de cromo en cintas de sesenta minutos. Las había de todos los gustos, colores, sabores. Podías empezar por los sones del teutón James Last, cruzar el charco hasta el sabor de Sergio Mendes o elevarte a las alturas de los Andes con los Indios Tabajaras. Cada cual con su estilo propio encaminado a procurarte un viaje de lo más entretenido. A mí, particularmente me provocaba deseos de complicidad este último grupo. Creo recordar que en sus portadas aparecían ataviados con una corona de plumas, sin duda precolombinas, y bajo ellas se empeñaban en esparcir sus melodías por todo el habitáculo. Desde el frontal,  un  “no corrás papá”   lucía  frente  a  la imagen de toda la familia que viajaba también de frente a ese frontal. Desde la repisa trasera  los limones se empeñaban en eliminar los mareos. Todas las notas salidas de sus instrumentos embriagaban el viaje en un bamboleo de punteos. Los boleros clásicos eran transferidos a las cuerdas de las arpas o de las guitarras y el trayecto resultaba sumamente placentero. Tan placentero que sigue siendo un misterio que hayamos sobrevivido a la somnolencia que nos fue provocando kilómetro a kilómetro. No sólo el runrún del motor ejercía de conga tántrica  sino que  las cataratas de Iguazú pasaban a ocupar el lugar de nuestros párpados que buscaban el cierre total. Algún claxon en la curva peligrosa  nos sacaba del letargo en un capote que San Cristóbal echaba en el último suspiro.  Lo más curioso de todo fue conseguir que más de un acompañante ocasional  consiguiese nombrar correctamente al  grupo musical en cuestión.  De hecho, entre los múltiples nombres que le fueron asignando, recuerdo especialmente aquel que los tildaba como Indios Tanmajaras sin darse cuenta que los verdaderos majaras éramos los cautivos de Morfeo a mayor gloria del tránsito seguro.  Creo que rebuscaré por el trastero a ver si quedan restos de aquellas melodías en alguna cinta Agfa grabadas. Lo de menos será si es de hierro o de cromo; seguro que los duermo en el próximo viaje si es que antes no se bajan del vehículo a todo correr con los primeros compases.



Jesús (defrijan)      

lunes, 16 de mayo de 2016


    Abejas y avispas

No es que me mueva el interés excesivo por diferenciarlas hasta que su propia presencia así lo solicita. Sé que unas se encargan de fabricar la miel y otras se empeñan en marcar su territorio a golpe de aguijón ante el menor intento de aproximación no permitida. Sé desde aquellos años de infancia alrededor de la fuente, que un ungüento de barro suele ser un buen remedio  para la hinchazón provocada al traspasar los límites de su vuelo cerca de los caños. Unas se encargan de amamantar a la reina antes de que le colmenero de turno se vista de blanco y esparza el botafumeiro que las haga huir y así apropiarse de su cosecha. Otras revolotean sobre los geranios de las macetas o sobre los rosales que alumbran de pétalos los patios en primavera. Pero de lo que no me cabe duda es  de lo dañina que es la torpeza que se atribuye el mayor de los insensatos a la hora de convertirse en captor entomológico de alguna de ellas. Intentar ser el más astuto de los naturalistas y querer reunir a una representación de ellas en un bote cristalino será un esfuerzo tan absurdo como baldío al que premiarán tus vástagos con risas a través de las ventanas protegidas convenientemente. De nada sirvió que te advirtiesen de su rápida salida del panal fabricado al sol mientras el sol luce si tú te empeñas en ser el captor invencible. A las tres de la tarde, en plena canícula veraniega, sospecharás que están adormiladas en plena digestión y osado te lanzarás a su captura. Esperar a la noche en la que su vuelo será ciego o inexistente no es cosa de aguerridos  y te dispones a demostrarlo. Solo necesitarás cincuenta centímetros de distancia para que un innumerable ejército de stukas  gualdinegras te elijan como diana y te batas en retirada refugiándote en el rincón más indigno de la casa. Corrieron la voz y te persiguen con denuedo  para convertirte en un clon de San Sebastián  presto al martirio. Tras una hora, con un poco de suerte se batirán en retirada y te habrán enseñado una lección  inolvidable en la que los capítulos tendrán como corolario final las carcajadas de aquellas que llevan tu sangre. Sin duda alguna has contribuido a hacerles entender dónde están los límites del riesgo y con algo de suerte sabrán que están en no intentar correrlo y dejarte arrastrar por el miedo. Sea como sea, caso de querer eliminar un avispero que suponga una amenaza para tu solaz, mejor por la noche, a la luz de las velas y en buena compañía, eso sí.



Jesús(defrijan)   

domingo, 15 de mayo de 2016


      Juan Tallón

No tengo el gusto de conocerlo más allá de lo que su voz delata cada vez que el domingo radiofónico se abre a las ondas desde el programa  “A vivir que son dos días” que dirige y presenta Javier del Pino. A eso de las ocho y pocos minutos, presentado como se suele presentar al habitual de cualquier rincón compartido, aparece  y deja su estampa. No es que  sea de mucho dormir  pero he de reconocer que me mueve la curiosidad por saber qué motivo lanzará sobre la almohada aún somnolienta. De ahí que la atención se despereza a la espera de la sorpresa  y nunca resulto inmune a la carcajada que me provoca. De hecho he tenido que contenerme para no despertar al resto de la prole que lo más probable es que siga intentando recuperar lo que la noche del sábado les robó. A estas alturas no me voy a convertir en crítico de nadie y mucho menos de quien debe acumular méritos más que suficientes. Lo único que no voy a pasar por alto es el hecho de declararme un afortunado más entre los limes de afortunados que disfrutamos con esa socarronería propia del gallego que le viste. Esparce pullas con el acero del susurro de un deje que más pareciera llegar de puntillas de un naufragio llamado vida. Pega estocadas  como si el hoyo de las agujas del astado al que le van dirigidas llevase marcada la cruz invisible ante la que será imposible el yerro. Habla del ayer como si estuviera tendido sobre los medios de un coso a la espera de un porta gayola  con la que sorprender de nuevo. Y a fe que lo consigue, semana a semana. Así que me siento dual ante la tesitura de seguir escuchándolo y seguir sintiéndome el Salieri  penitente ante semejante pluma  cargada desde el tintero de la genialidad. Solamente intentaré que la envidia no se me note en exceso para seguir siendo el tallonadicto que se despierta cada mañana de domingo  con el canto de un gallo cada vez, cada semana, más cojonudo.



Jesús(defrijan)       

martes, 3 de mayo de 2016


1.       Explicaciones

Suelen ser las que se exponen ante las dudas de quien quiere aprender; aquellas que surgen como tablas de salvación ante las incógnitas irresolubles en un ir y venir sin respuesta satisfactoria; las que acaban proporcionando cierta seguridad al que las recibe y sosiego a quien las otorga. De hecho, en más de una ocasión he sido testigo desde ambos lados de lo que aquí apunto. Recuerdo en especial un caso como alumno en el que un problema no tenía solución real, pero sí matemático-química. Tras meses y meses empecinado junto a mis compañeros en resolver lo irresoluble desde el punto de vista lógico, llegamos a la conclusión de que era soluble desde el punto de vista quimérico en exclusividad. Fuimos a consultarlo con el profesor y por toda respuesta nos dio una  sonrisa que hablaba por sí sola.  De aquella experiencia aprendí que no hay mejor solucionario que aquel nacido de la propia voluntad de entender la respuesta por parte de quien se interroga. Él, por sí mismo, suele ir trazando en camino hacia la respuesta correcta a nada que se fije un poco y quiera encontrarla. De nada sirve sacarla a la luz si de la propia experiencia entre acierto y error  no consigue entender lo básico, ese punto clave que te la pone en bandeja. En esto, la filosofía ayuda bastante, aunque parezca una disciplina de pensadores que no tienen nada mejor que hacer. Por eso, desde hace tiempo, desde siempre diría yo, las explicaciones me las proporciono a mí mismo en los cuestionarios del día a día y en ese mismo día a día dejo que los demás saquen las suyas. Lo que no admito, ni quiero, ni consiento es que  se saquen por otro. Cada quien es muy libre de pensar deductivamente o inductivamente  cómo conseguir la solución,  si es que existe, a un problema, que a lo peor, tampoco es tal. De cualquier forma, igual que en aquella ocasión nos mutamos en ratas de biblioteca en los ratos libres a la espera de conseguir resultados, más de uno debería imitarnos. Lo demás, no dejará de ser un examen mal respondido que no alcanzará los resultados que sueña en un selectivo llamado vida.



Jesús(defrijan)     

lunes, 2 de mayo de 2016


   Parrilla de salida

Supongo que será la consecuencia del auge del  automovilismo  lo que da pie a cuanto veo cada vez que salgo a pasear. A ambos lados del cauce convertido en arteria verde de la ciudad, pertrechados  en unos monos coloridos y protegidos con auriculares insonorizados, unos peones calientan motores.  Y lo hacen al más puro estilo del piloto avezado que suele aparecer en cualquier prueba del campeonato mundial de fórmula uno. Ni previas clasificatorias ni nada que se le parezca. Los sponsors a la espera de rotular sobre el carenado  sus productos y los octanos listos para ser el alimento de esos émulos benhurianos a lomos del monoplaza. He de confesar que el nivel de corte del césped mantiene sus credenciales y por más líneas de nazca que pudieran vislumbrarse desde las alturas, el circuito queda  de lo más lucidor. La única competencia posible la ofrecen los palomos semidormidos que huyen ante el rugido de semejantes cilindros. La única distracción  el paso de algún ciclista despistado que les saca de su concentración a pesar de la envidia que les despiertan. La única certeza es saber que ocuparán la pole en la carrera definitiva que a buen seguro imaginan para sus adentros. Más de una sonrisa esparcida tras el halo de verdor recién regado dan testimonio de todo ello y por más insistencia que tenga la hierba en crecer, más pundonor en el empeño por parte de estos nikis laudas de los parterres. Aquellos que habéis disfrutado como yo de las pistas de coches de choque, sabréis de qué hablo. Allí, tras las fichas amarillas, bajo los sones de la canción de moda, más de uno empezamos a aficionarnos a los volantes. El destino quiso que sólo los elegidos acabasen siendo los reyes de un monoplaza que todas las mañanas disputa un nuevo gran premio sobre un asfalto verde. La bandera a cuadros no se necesita; de sobra saben que serán ellos  los ganadores y la corona de laurel se la trenza su sonrisa.  



Jesús(defrijan)