miércoles, 28 de diciembre de 2016


Villancicos navideños



Tal y cómo las fechas lo solicitaban y la amistad lo sugería, acudí. Allí, en el ecuador de las fiestas navideñas, se celebraba la doble onomástica de los dos juanes, Bautista y Evangelista, cuyo templo ejerce de vértice en el centro del centro capitalino. Y nada más atravesar la puerta de acceso, con las pituitarias impregnadas de aromas salinos marinos próximos, la primera sorpresa. El señor obispo auxiliar oficiaba la misa de rigor escoltado por dos auxiliares que a su vez se auxiliaban a sí mismos para venir en auxilio de todas las almas fieles que ocupaban  los bancos de la nave. A tres metros de altura, esculpidos y silenciosos, los doce patriarcas descendientes de Jacob, mirando absortos lo que a sus pies acontecía. Sobre el retablo, un tapiz de pintura marrón a la espera de ser glorificado por algún pincel experto. Sobre los peldaños, las flores de Pascua dando color y cobijo al nacimiento que todo lo presidía. De modo que era cuestión de esperar y la espera concluyó con la entrega de medalla al oficiante que recibió con agrado mientras un subalterno abría el turno de aplausos que todos siguieron, como debe ser. Y de repente, una vez despejado el frontal, un desfile de cuarenta y cinco voces, tomaron su puesto desde el luto riguroso de su indumentaria y la sobriedad de la carpeta en la que esperaban turno los acordes. Temí lo peor cuando entre todos ellos descubrí el rostro de uno al que las voces cercanas lo sitúan en las antípodas de la religión y en las proximidades de lo anticlerical. Sin duda alguna, el canto había ejercido de profético misionero para reconducirlo al camino de la Verdad, supongo. Y empezó el recital. Un nuevo trayecto hacia Damasco había dado paso a la reconversión pentagramada del hasta entonces cantor impío, imagino.  Y allí, la Coral “José Roca”, empezó a lucirse. Sin ampulosidades ni artificios, las voces fueron desgranando los villancicos conocidos desde la brevedad y el buen tono. De reojo seguía los movimientos labiales del sospechoso cantor, y “sí, sin duda alguna, efectivamente, mueve los labios, pero no canta”, me espetó una próxima que se tenía por experta ventrílocua. Por un momento pensé que daba lo mismo si se camuflaba su silencio en la mitad de la armonía; bastaba con comprobar la satisfacción general para dar por bueno todo el recital. Únicamente me pareció que Benjamín le preguntaba a José desde su peana si quedaba mucho para terminar. Éste le mandó callar y más pronto que tarde concluyó con algún que otro bis de por medio al que todos nos sumamos. Y es que ya se sabe que a los pequeños de la casa, cualquier tiempo de espera se les hace eterno.   

martes, 27 de diciembre de 2016


La hoguera de las vanidades


Podría catalogarse a Tom Wolfe de cirujano social al acabar de leer su novela. De una sociedad situada en los últimos pisos de los rascacielos desde los que mover las cuerdas de las marionetas en pos del beneficio propio. De esa sociedad que vive confortablemente en medio del lujo sin otro horizonte que sus propios anhelos e intereses. Y así, el autor  disecciona de tal modo a cada uno de los personajes de la misma que es entonces cuando empiezas a descubrir, si es que no lo habías intuido antes, el auténtico precio a pagar por conseguir ver cumplido el sueño americano. Un cruce incesante de ambiciones que parten de la casualidad adversa nacida de la causalidad nimia. Un reto entre los dueños del dinero vestidos de alharacas y oropeles que viven en la permanente angustia de  verse despojados de él y sometidos a la más abyecta de las miserias cínicas. Y todo por el capricho de la anécdota  que lleva a los protagonistas a dar con sus pieles, literal y metafóricamente hablando, en el barrio que no les corresponde y que sin embargo temen. Un accidente evitable que desencadena un imparable tobogán de ambiciones en aquellos que se van acercando como buitres a sacar tajada de los  despojos que se presumen y avecinan. El lector se sitúa en el palco de honor de un anfiteatro por el que verá pasar a los gladiadores de una sociedad que solamente admite triunfos y que penaliza con el olvido y rechazo a quienes no lo alcanzan. Tu posición a favor o en contra de los actores irá fluctuando a medida que vayas descubriendo los temores  que intenta disimular el poderoso o las dobles morales de aquellos que se las dan de factótums supremos de una sociedad como la neoyorquina y por ende capitalista en grado extremo. Ambiciones de todo tipo que no repararán en  pisotear a quien les obstaculice el camino hacia la gloria. Miserias mal disimuladas que logran trazar una interrogante sobre el empeño en que veas como ciertas las creencias de una sociedad cuyo único fin es estar con los iguales; eso sí, en el pedestal destinado a los iguales, muy por encima de los que son iguales a otros desiguales a ti. Y con todo ello, el regusto amargo de saber que costará demasiado tiempo, demasiado esfuerzo y demasiado caro, encontrar una solución. Únicamente necesitarás que pasen un par de decenios para darte cuenta de que Wolfe no fue únicamente un escritor de pluma sarcástica cuando concluyó su obra; más bien fue un profeta de lo que llegaste a comprobar con tus propios ojos y sigues sintiéndote como un tronco más de una hoguera de vanidades que arderá para que otros se acaben calentando con tu propia cremación.    

lunes, 26 de diciembre de 2016


Frases



Adoro las frases. Esas que acuden en rescate de aquel que se siente perdido ante la multitud expectante a la que debe dar motivos para creer que han acertado al prestarle atención. Esas que normalmente se apostillan con el nombre de un digno creador que pocas veces resulta cierto. Esas que lanzadas al viento con cacofonía adecuada aportan un plus de credibilidad a los argumentos enviados. Poco importará si el tiempo o la creencia general acreditan el error de la autoría. Lo verdaderamente válido será sacarlas de tu bolsillo para mostrarte como el erudito que quieren ver y que no eres. De modo que hoy, especialmente hoy, y no sé el porqué ni tampoco me interesa demasiado  saberlo, quiero desenmascarar a los que cuelgan de plumas ajenas las citas no dichas. Tal y como dijo Ambrose Bierce: "Las citas son una manera de repetir erróneamente las palabras de otro". Así que vamos a ello y que cada quien acepte o no  las rectificaciones. Empezaremos por “Conócete a ti mismo”, atribuida a Sócrates y que nadie ha podido probar. Parece ser que responde a una  sentencia del Oráculo de Delfos. “Si por un momento Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo...”, atribuida a García Márquez que el propio escritor se encargó de desmentir, y al que le siguen atribuyendo  textos ajenos y anónimos. “Perdone, señora, que no me levante”, de Groucho Marx, que ni es suya ni aparece en su lápida. “Primero vinieron a por los comunistas, pero como yo no era comunista, no dije nada. Después vinieron a por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era ni lo uno, ni lo otro. Después vinieron a por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y en ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí”, de Bertolt Brecht, que en realidad se trata de un fragmento de una comprometida pastoral pronunciada en 1945 por un reverendo protestante holandés llamado Martin Niemöller. “Algunas veces, un cigarro solo es un cigarro”, de Sigmund Freud, que nunca fue pronunciada por él sino por el periodista Wilhelm Dieterle, ironizando sobre las teorías del psicoanalista. “Ladran, Sancho, luego cabalgamos”, atribuida a  Cervantes, realmente pertenece a una obra de Miguel de Unamuno titulada Vida de don Quijote y Sancho. “No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo”, atribuida a Voltaire, que perteneces Evelyn Beatrice Hall. Y para concluir con los desmentidos, “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver…” cuya autoría se le atribuye a James Dean, cuando realmente es una frase perteneciente a la película  Llamad a cualquier puerta” (Knock on any door) de Nicholas Ray. En definitiva, frases que vienen a aportar un lazo elegantemente trazado a la corona con la que muchos quieren seguir convirtiendo en inmortales a los que por méritos propios ya lo fueron. Por lo que a mí concierne, me quedo con estas dos que además de ser ciertas, adopté como lema: “La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella”, de Óscar Wilde y  “Sólo sé que he nacido para ser feliz”, de  Émilie du Châtelet.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Tratado lógico-filosófico 


Cada edad tiene sus lecturas y cada momento de la vida se te ofrece como una ventana abierta por las que dejarlas entrar. Quizás por eso es mejor el consejo de leer que la imposición de hacerlo cuando tu puesto te faculta a ello. Pero cuando ni una ni otra opción aparece y es la provocación a modo de reto de un amigo la que te lleva a aceptarla, aquí sí, aquí te juegas tu propia cordura. De modo que adquieres el “Tratado lógico-filosófico” de  Ludwig Wittgestein pensado en descubrir los entresijos del pensamiento y a las dos primeras páginas solicitas árnica para tus neuronas porque todo aquello se te escapa. Te has dejado arrastrar por una noria cuyos cangilones te escupen a la cara tu poca formación y avergonzado dejas en el último rincón del baúl de lo imposible a la edición de bolsillo. El tiempo hace que te vayas olvidando de ello, del autor y puede que recobres el seso. Hasta que una tarde anodina, como suelen ser la mayoría de las tardes de otoño, escuchas de labios ajenos la vida del autor que tantas dudas te dejó. Y compruebas cómo Wittgestein impartió clases en una época y en un entorno en el que las normas ni se discutían ni se desobedecían. Cruces gamadas que abrieron escuelas para perpetuar la aridez de la superioridad de la que hicieron santo y seña muchos docentes. Sigues su curso vital y observas que cruzó el océano y se situó en la tierra de las oportunidades para seguir impartiendo clases. Oyes que el paso de los cursos le proporcionó un insomnio permanente y crees que el propio estrés que acumula el oficio fue el causante. Percibes cómo busca ayuda sobre un diván y tras múltiples sesiones, le es recomendado un viaje de vuelta a aquellos valles austríacos, a aquella localidad en la que impartió disciplina de modo tan cruel que viene a ser la causa de su arrepentimiento interior. Poco importa ya si aquel libro que dejaste a medias sigue dormitando. Acaba de aparecer la víctima de sí mismo que debe buscar redención en aquellos de los que fue verdugo. Y sientes lástima. Y compruebas que regresa, aldabona  las puertas y unos adultos que fueron sus discípulos, observan a un anciano que les suena familiar. Ven que hinca sus rodillas en el escalón previo al umbral de la casa y cabizbajo les pide perdón. Y penas con él el hecho mismo de ver cómo no se le ha sido concedido. Intentas calibrar el daño que fue capaz de infringir y le sientes perdido al no recibir la penitencia. Entonces te das cuenta de que  ha llegado el momento de rebuscar en el baúl aquello que dejaste y , al menos por caridad a los años , reemprender la lectura y ser comprensivo con aquel ser que murió atormentado. 

El mundo se Sofía

No suele ser una lectura de lo más apetecible la filosofía. Parece que el hecho mismo de la reflexión hace que el pensamiento se obture y por tanto renuncie a ese sobreesfuerzo al que se ve sometido. Si a eso le añades el recuerdo de las tardes de viernes de tu lejano bachiller en la que se hacía asignatura, el rechazo viene de mano. Hasta que te das cuenta de que una novela que habla de filosofía ocupa los primeros puestos de ventas y que un tal Jostein Gaarder ha dejado su tarima de profesor para escribirla. Y entonces te preguntas si no merecerá una oportunidad el reencuentro con la misma. Te dejas llevar, te ofreces la redención y abres sus capítulos. Y allí, la trama de una novela de intriga que se teje en torno a una niña preadolescente que recibe cartas de un extraño en las que le lanza preguntas, comienza a desenredar tus dudas que creías perennes. Repasa todas las tendencias que a lo largo de la historia fueron conformando los pensamientos y con ello empieza a abrírsete la puerta del entendimiento de aquello que nubló tus tardes. Un ir de la mano como compañero de Sofía en una aventura tan magníficamente diseñada  apenas necesita de tu atención porque eres cautivo de los giros didácticos de todos ellos. Pasan las páginas y con ellas la evolución del ser humano hacia los cimientos de civilizaciones que no siempre fueron capaces de reconocerlos y aceptarlos. Nada teme más el poder, sea de la época que sea, que a aquellos que son capaces de abrir el pensamiento a los comunes para que dejen de serlo. Y aquí, en esta magnífica obra, se te abren los postigos de las respuestas que creías innecesarias. Has seguido la senda vital que la mayoría emprendió y como tal la creíste válida. Es más, cada vez que observaste al disidente de la misma, lo tomaste por loco y pensaste que el tiempo le aportaría cordura. Craso error. La cordura va ligada siempre a la actuación posterior y reflexiva que tantas pausas precisa y tan pocas se le dan. Parece ser que la filosofía como tal acaba molestando en los currículos y nada mejor que ningunearla para tener a los acomodaticios del séquito aplaudiendo tal idea. Mejor será ganar tiempo leyendo esta novela y después abanicarse con las ideas que allí se explican. Nada volverá a ser igual desde el mismo momento en el que demos por concluida la lectura y ya cada cual será libre de seguir rechazándola o asumiéndola como dogma. Por un momento, y quizás para siempre, el papel de Sofía nos vendrá como anillo al dedo.

martes, 20 de diciembre de 2016

La semilla del diablo


Nunca una película me provocó más inquietud que ésta dirigida por Polanski. Y próximo a cumplirse su medio siglo de vida, me la sigue provocando. Ver cómo una joven pareja se muda a un apartamento cercano a Central Park y observar a unos vecinos maduros ejerciendo de maestros de ceremonias ante ellos y sus inseguridades, te hace creer que el auxilio de la experiencia que dan los años, vendrá a socorrerlos. Él, en su denodado intento de alcanzar fama como actor, de dejará embaucar, no sé si conocedor o no de las artimañas de los joviales ancianos. La ambigüedad juega a hacerte creer que quizás el precio lo conoce o no, y que la joven esposa, llevada por su amor, se deja hacer. Hasta el punto en que la atmósfera se va haciendo irrespirablemente tensa y parece que quisieras gritarles a la cara que no se dejen llevar. Poco a poco el resto de los adoradores de Lucifer se abren hueco y ocupan su papel en esta especie de sala de ginecología vestida de negro. Y todo discurre hacia el nacimiento del heredero del mal que ha tomado prestado un cuerpo para hacerse presente. Dicho así, parece que es un argumento ya visto en alguna otra ocasión. No hay ni una sola escena sanguinolenta y parecería que el fin justifica los medios. Pero al pasar de los meses, la realidad vuelve a superar ampliamente a la ficción como si una segunda parte no rodada pidiese protagonismo. Allí, sobre el escenario de la mansión habitada por Polanski, su hermosísima esposa Sharon Tate, es sacrificada junto a otros invitados a la fiesta. Como si los adoradores del diablo capitaneados por Charles Manson buscasen venganza por haber sacado a la luz las verdades de los aquelarres demoníacos, dan buena cuenta de todos ellos, incluido el bebé que esperaba Sharon.  El director se libró por estar ausente y quiero pensar que todavía rumia en su interior la decisión de rodar aquella película. ¿Quién sabe si se encontró con un epílogo que no contenía el guion original? De lo que no me cabe duda alguna es del olor a azufre no ha dejado de flotar sobre las paredes del edificio Dakota de Nueva York y así puedo constatarlo de primera mano. Allí se rodaron planos del film y a sus puertas dejó de existir John Lennon. Que cada cual saque sus conclusiones, deje o tome el escepticismo, crea o deje de creer en el mal; pero que no se prive de ver esta magnífica obra y después intente dormir con la luz de la mesita apagada. 

lunes, 19 de diciembre de 2016

La Caverna


Como siguiendo los pasos de Platón, Saramago nos traslada a una caverna actual. Una caverna en la que los rendimientos económicos dan al traste con la libertad creadora y de acción del alfarero que se resiste a dejarse embaucar por las supuestas virtudes de la sociedad de consumo. Un duelo que sabe perdido ante la disputa entre el firme convencimiento propio y el dejarse arrastrar por las conveniencias de una hija que coloca al protagonista entre la espada y la pared. Una alegoría sobre el encapsulamiento acristalado que supone el oropel fingido de brillos en la sociedad consumista que todo lo arrasa. Es ir leyéndola y empezar aponer rostro a los rostros con los que a menudo te cruzas para descubrir en todos ellos la gris existencia del conformismo. Intentas no mirar en el espejo de tu propia realidad al reflejo que te sitúa como uno más de los protagonistas y con ello el autoengaño sigue su ruta. No será necesario convertirte en el explorador de realidades que aventurase Platón. No será necesario ascender desde la cueva ciega a la luz para descubrir una realidad que el resto de los ciegos como tú acabaran tildando de locura insensata. Quizá será mejor dejarse llevar y convertirte en el modelador de arcillas a las que nadie presta atención y todos someten al juicio de lo rentable. Darás por válido lo mezquino de las migajas cuando contemples cómo los cercanos acaban por envidiar tu suerte al no tenerlas sobre su mesa. Y con ello la noria seguirá girando en trescientos sesenta grados por el esfuerzo de un burro que tan bien conoces. El barro que  se adhiere a las ruedas de la camioneta parece querer poner freno al avance de las creaciones del anciano que nadie valora  en su justa medida. El arte ha muerto desde el mismo momento en que no se permite un tiempo de reflexión para darle sentido a la vida más allá del sinsentido. El sistema se ha encargado de usurpar la labor del alfarero y la clonación de estatuillas se acaba pareciendo a lo más indeseable. Barro somos y en barro acabamos cuando un maestro como Saramago nos lanza al rostro la bofetada con la que nos inculpamos de cobardes. Es acabar de leerla y entrarte deseos de cambiar de ruta. Justo en ese momento, mientras estás meditando la posibilidad de hacerlo, recuerdas que tienes la agenda llena de tal modo que deberías dejar de lado el tiempo que dedicas a leer. Abres la misma, tachas todo, y reinicias la lectura para ver qué se te ha escapado, qué posibilidades tienes de no naufragar y qué espacios de libertad de pensamiento no vas a dejar jamás en manos ajenas.  

viernes, 16 de diciembre de 2016


Telenovelas

En infinidad de ocasiones los textos buscan ayuda en las imágenes para hacerse más llevaderos. Es como si  la fotografía mejor o peor ejecutada viniese a pulir los defectos de forma de la letra impresa en bocadillos a modo de cómic. Así eran habituales en las peluquerías de los sesenta los impagables folletines de Corín Tellado entre cuyas páginas se esparcía el olor a Mirurgia y la laca de turno. Obviamente, tuvieron  su receso, hasta que la televisión decidió reinventarlas con acento venezolano. Y aquí se abrió la veda para ver al rico llorar, a la amante verse despechada, al galán probando suerte….De modo que ante la incógnita de la aceptación popular flotaron por las ondas hertzianas en horario matinal, imagino yo, que a la espera de que pitase la válvula de la olla en la cocina próxima. Ya las radionovelas de las sobremesas habían dejado hueco y era el momento de ver lo que hasta entonces solo se había escuchado. Y fue tal el éxito que expandieron cupos y pensaron que lo ideal sería aparecer sobre las seiscientas veinticinco líneas del sistema pal a la hora del café. Cristal, se llevó la palma y no hubo vecina que dejase de seguir las dichas e infortunios de los protagonistas que por lo visto eran pareja en la vida real. Todo ordenado en una época en la que el orden era considerado imprescindible. No obstante, la fortuna quiso aquella tarde jugar en contra del guion correspondiente. Se fue la luz en casa de Sacramentos y ahí empezó la telenovela viva, racial, autóctona, creíble. Cerró su puerta, descendió las escaleras y entró en el bar. El retumbar de los nudillos cantores de cuarenta en bastos alternaba con el tintineo de las fichas bicolores del dominó y ninguno de los presentes prestaba atención a la pequeña pantalla. Pasó, se  situó frente a las veinte pulgadas y sintiendo que los diálogos eran diluidos por el rugir varonil sobre tapetes y mesas de mármol, se giró. Y cual Juana de Arco reclamó para sí el silencio imprescindible con el que seguir el inacabable argumento del culebrón. Todos callaron. Los tapetes fueron acariciados, los mármoles pulidos y nadie se atrevió a volver a alzar la voz. Ni siquiera el dueño se atrevió a pasar por el fregadero las tazas y platos finiquitados. El mutismo fue tal que el volumen tuvo que descender a niveles impensables en aquel lugar de reunión todavía recordado. Quedaba patente que las protagonistas de allende el océano deberían tomar nota para actuar en consecuencia frente al varón llegado el caso. Poco más de una hora después las notas de “mi vida eres tú” surcaban las volutas del tabaco consumido y daban por concluido el mejor capítulo jamás presenciado de una telenovela en vivo.      

miércoles, 14 de diciembre de 2016


Relatos de Voltaire



Una mente tan privilegiada como la de Voltaire no podía defraudar y a fe que no defraudó. Sin tener muy claro por cuál de sus relatos moralizantes en pos de la razón decantarme, dejaré que el recuerdo me guíe. Y una vez recuperado del paseo mental daré paso a aquel en el que se hacía mención a las virtudes del ciudadano ejemplar. Éste, cargado con el morral del deber cumplido decidió dar un paseo por el foro de la ciudad para confraternizar con sus vecinos. Y en eso estaba cuando observó a un faquir medio desnudo, con una cadena atada a su gola, inmóvil y lleno de harapos, al que todos los que se acercaban le rendían pleitesía y tributo en forma de diezmos. Como pago por todo ello les lanzaba una serie de sentencias que aquellos aceptaban reconfortados en medio de sus dudas existenciales. No siendo capaz de resistirse, nuestro buen amigo, tomó turno. Y llegado el momento, depositó su limosna y expuso sus méritos. No robaba, cumplía con los tributos, cuidaba de su familia, trataba majestuosamente a sus mujeres….y con todo ello por bandera solicitaba esperanzado un puesto elevado en la escalera del nirvana. El gurú, sin descomponerse, le espetó: “¿duermes sobre un lecho de clavos?” Al obtener un “no” por respuesta solamente pudo verse en el escalón vigésimo de tal torre babeliana de santidad. Evidentemente, el santero le hizo saber de su proximidad a la cima y eso le dejó un mal sabor de boca y un interrogante sobre el espíritu. Pasaron semanas y entre sus momentos de desazón fue a dar casualmente con el santero en cuestión. Todo en él había cambiado. Se había acicalado, cumplía como buen ciudadano, pagaba tributos y reconocía en el afligido protagonista al verdadero virtuoso. Se lo hizo saber y así, nuestro ciudadano modelo recobró la paz y la alegría de saberse certero en su caminar por la vida. Pasaron de nuevo varios meses y volvió a pasear por la plaza en donde se reencontró con el harapiento pope en su primigenio estado decadente, lastrado con cadenas y sentado sobre clavos. Al preguntarle por su vuelta a los principios, por única respuesta obtuvo: “ es cierto que la verdad anidaba en ti, pero al convertirme en ti, los demás perdieron el respeto que me tenían y me sentí un vulgar entre los vulgares” Aquí concluyó el relato y empezó el repaso a  la infinidad de rostros que a diario se nos presentan como dogmáticos próceres de la sabiduría y que se empeñan en hacernos creer inferiores por no descansar sobre el mismo mullido y claveteado colchón sobre el que dicen dormir. Falsos gurús a los que se les sigue tomando como ejemplos empeñados en borrar de nuestro decidir el pulso del raciocinio.

martes, 13 de diciembre de 2016

La senda del perdedor


Aquellos de vosotros que estéis pasando por una situación especialmente  tortuosa, pasad de largo, no es en absoluto recomendable su lectura. Aquellos que en alguna ocasión hayáis tenido la sensación de tocar fondo, de estar sumidos en una sima llamada desesperanza, en un lodazal infame como colcha de sueños rotos, asomaos y arriesgar a ver a un semejante llamado Charles Bukowski. Un escritor capaz de lanzar desde su pluma un grito desgarrador sobre el conocido “sueño americano” que tantas veces sabe a pesadilla y que de la mano del protagonista que le toma prestada su propia vida intenta sobrevivir en medio de una sociedad inmersa en la depresión social y económica. Retrato de una existencia en la que se intenta camuflar las penurias para no añadir escarnio a la visión de los próximos y en el que el abuso de todo tipo va forjando los escalones que forjan una escalera hacia los infiernos interiores. Nada entre sus líneas deja espacio a la sonrisa y el ambiente de los bajos fondos se camufla entre garitos. Época propicia para los negocios turbios en los que las fortunas ignoraron procedencias y las corrupciones se abrían paso a codazos. Leyes secas en las que las destilerías alquitaron goteos de desengaños. Multitud de reflejos propios en vidas ajenas que a medida que la narración avanza te va fijando sobre tu piel ese tizne de solidaridad sin puerta de salida. Es como si la premonición viajase en sus falanges a la hora de repetir ciclos en los que las diferencias se van acrecentando. Pasa el tiempo y sigue vigente el deseo inacabable de seguir pisoteando a quien se deja con tal de mantener y distanciar estatus. Y aquí, en esta magnífica obra, la premonición vuela hacia la actualidad. Es imprescindible asirse a un pasamano de bourbon impregnado de nicotina para no caer al precipicio y reconocer que volvemos a donde ya estuvieron. Sea como fuere, me desdigo de la primera línea. Leedla, leed esta obra maestra. Leedla y veréis, si es que aún no lo habéis sufrido en primera persona, cómo el dolor es capaz de escribir con tintas de luto. Quizás entonces tengamos clara la respuesta a muchos interrogantes que acaban convirtiendo a genios en maestros eternos de las letras. Mientras vais buscando la novela, ya me encargo yo de buscar los vasos bajos de cristal grueso y voy sirviendo. Al acabad no será necesario ajustar cuentas; la vida misma las habrá cuadrado por nosotros, por mal o bien que nos pese. No en balde, en cada uno duermen las líneas que trazan, a nada que nos descuidemos, una senda perdedora. 

miércoles, 7 de diciembre de 2016


Un Quijote embrujado



Este señor, llamado Rafael Álvarez, efectivamente es un Brujo. Y a nada que te descuides, con nada que te distraigas, acabas cayendo en las redes de sus aquelarres o en la marmita de su sapiencia desde la que te cocinará a su antojo para hacer de ti tu propia pócima. Por eso lo mejor de todo es ir a presenciar su actuación sabiendo a lo que vas, y así evitarte sorpresas al acabar la obra. Tranquilo, no tardará mucho en moverte a su antojo en las olas del vocabulario nacida en el océano del clasicismo. En esta ocasión, tú, infeliz sabihondo, creerás que sabías lo que el Quijote encierra entre sus múltiples lecturas; creerás que desde el escenario se corroborarán tus ínfulas doctas y con ello sacarás pecho una vez más; creerás que las metáforas las conoces al dedillo y que tu nivel es parejo al del brujo que te distrae; y poco a poco te verás envuelto en un ir y regresar de la actualidad al inicio del Barroco sin apenas ser consciente de ello. Reirás al comprobar el hilo argumental de este marionetista que los mueve a su antojo haciéndote creer que tú lo sabías. De dos libros y una rosa blanca extraerá las virtudes que tantas veces el ser humano encarcela para que no le tomen por débil y con ello vulnerable. Hablará de la misericordia cabalística desnudando prejuicios que dabas por no existentes y comprobarás de su mano las infames muestras que la historia repite para hacerlas eternas. Todo irá discurriendo entre las tabernas sanluqueñas a las que la referencia paterna viste de tabernáculo del saber. Llevará a don Alonso Quijano de aquí para allá abriéndose caminos y espacios entre la ignorancia del poderoso. Llegará un momento en que ya no sabes si tu papel es el de rocín o el de consejero cabal del caballero y te dejarás arrastrar a este fin inesperado. Porque efectivamente, es tan inesperado como imprevisible. Más allá de la reflexión aderezada con sarcasmos este genio de la escena ha sabido convertirte de nuevo en el devoto admirador que ya eras, por si tenías dudas. Sólo te quedará comprobar si el final del capítulo vigésimo octavo de la primera parte de la novela en cuestión, responde a lo manifestado por él, o se lo ha inventado, o es lo único que ha leído de la obra y de ahí ha sacado la hebra del monólogo. Dará igual; tampoco es necesario demostrar credenciales cuando tú mismo eres testigo de semejante testamento teatral. No me preguntéis por el argumento de lo presenciado; simplemente acudid y extraedlo vosotros mismos; puede que en definitiva no sea lo más importante.   

lunes, 5 de diciembre de 2016


Espartaco



Cada vez que se acerca la fecha me congratulo al comprobar cómo volverá a ser pasada por la televisión de turno. Nada en esta magnífica película es irreprochable desde el punto de vista técnico y emocional. Unas interpretaciones absolutamente creíbles encabezadas por Kirk Douglas como actor protagonista que van dando paso a todas las formas que las emociones visten. Desde la no aceptación del destino injusto al que se ven sometidos los gladiadores a la soberbia del candidato a césar que choca de bruces con la astucia del senador avezado. Desde la caprichosa consorte que ve con desdén el paso de las insumisas esclavas hasta la trampa a la que envían al centurión que busca fama y encuentra ruina. Todo perfectamente planeado desde la batuta de Stanley Kubrick, con un Laurence Olivier majestuoso, una Jean Simmons hermosísima y un  Charles Laughton vistiendo por esta vez una toga de color diferente a las de jurista de otras ocasiones. Y con todos ellos, el mercader protagonizado por Peter Ustinov y el maestro esclavizado de Tony Curtis al servicio del patricio lascivo y ambicioso. En este largometraje el tiempo se hace corto desde los distintos saltos a los que la historia es sometida y con la que el gozo es seguro. No hay tema que quede al margen. La codicia por el mando de una Roma en pleno apogeo, la rebelión de los que están llamados a perecer para divertimento de los altos en la escala social, el rechazo de la esclavitud como norma en una sociedad que usa y abusa de ella. Todo tiene sentido, todo te cautiva, todo te tiene absorto en la butaca desde la que ni las palomitas son bienvenidas por si provocan distracción del hilo argumental. Miradas que hablan de fortaleza, de engaños, de deseos permisibles entonces y castrados en nuestros días, de traiciones, de crucifixiones ejemplares que no buscan convertirse en icono o dogma. Puntos cardinales de la existencia que bajo aquel guión de Trumbo se reviste de esplendor. Por eso resulta cómico y triste el comprobar la aparición de versiones actualizadas en las que el gladiador de turno ni es creíble ni tiene columnas sobre la que mantenerse en pie.  Sed lógicos a la hora de optar. Y si alguien os ofrece el poder visionar el remake de Espartaco, por muy camuflado que esté entre tecnologías actuales, rechazadlo de pleno. Buscad entre las videotecas y seguro que encontráis motivos suficientes para estar de acuerdo conmigo al decantaros por lo sublime. Lo otro, como tantas veces sucede, solo son meras copias que nos hacen perder el tiempo por muchas máscaras que muestre el emperador de turno.  

viernes, 2 de diciembre de 2016


Madame Bovary



Si alguna vez un escritor fue capaz de transmutarse en protagonista femenina y dar crédito de ello, fue en esta novela. Flaubert entiende como nadie el sentir de Emma y consigue sacar a la luz todos los estados por los que puede pasar quien busca desesperadamente el amor. Una protagonista abocada a ser una más y que renuncia a ese papel que la sociedad le ha encomendado como compañera del varón marital. Una protagonista que consigue ponernos compasivamente  de su lado a cada paso que va dando por más derrotas que acumule y desengaños que sufra. De poco sirve haber visto nacer a una hija cuando sus ansias de libertad van encaminadas a una búsqueda egoístamente hermosa de sus propios anhelos. Una y otra vez se verá convertida en la marioneta del destino esta Emma que no acepta el papel asignado por el propio destino. Posiblemente la sublimación que la protagonista extrae de las lecturas románticas choque de bruces con la existencia próxima del realismo que ancla sus sueños y vara al navío de sus esperanzas. Irá y vendrá de unos brazos a otros en pos de un sentir similar que nunca acaba de alcanzar y con ello teñirá de nieves sus ilusos  pensamientos, sus quimeras insatisfechas, sus decepciones permanentes. La vorágine del dispendio vendrá a sumarse al rodar cuesta abajo de esta que no admite su sino. Arrastrará con ello a todo aquel que quiso preservarla de semejantes fantasías y con ello dará un aldabonazo a cualquier intento de rebelión interior que pudiese surgir de nuevo. Con ello, quiero pensar que Flaubert dejó abierta la contraventana a las actuaciones de las futuras féminas que se vieran reflejadas en Emma. La dualidad quedaba escrita y se rubricaba entre los renglones de la razón y la pasión. Puede que a lo largo de la lectura, más de un lector se haya compadecido de la protagonista al verla desamparada en todas sus desventuras. Quizás alguna lectora se haya vestido imaginándose Madame Bovary al contemplar su realidad más próxima. Probablemente en el devenir diario conozcamos casos fidedignos de tal argumento. Sea como fuere, una obra inmortal vino a poner a disposición de cualquiera los platillos de una balanza sobre los que colocar pros y contras a la hora de seguir el ejemplo tan magníficamente escrito. Ahora sólo resta que aquellos que no han gozado de la misma se pongan manos a la obra. Y una vez acabada, en caso de cruzarse con alguna Emma real, ser caritativos y callar por compasión el final que le espera. Seguro que en sus momentos de reflexión ya lo conoce y se niega a admitirlo.