jueves, 21 de julio de 2016


1.     Red

Desde siempre me han causado admiración las palabras sinónimas. De ellas, de su propia naturaleza, se pueden extraer las suficientes puertas de salida hacia una deriva u otra a riesgo de pecar de petulante. Es como si de una misma camada, las diferentes acepciones te ofrecieran gustosas una ruta por la que deambular en tus soliloquios. Así, tal y como viene al caso, se presente la palabra red. Ese entrelazado de nudos en lo que abundan más los huecos que los sedimentos ha dado pie a múltiples enfoques. Veamos, por ejemplo, el que hace referencia a la parte meridional de una portería. Allí, su labor se justifica al dar validez o no a un disparo en forma de balón que ha sido frenado en su inercia hacia un viaje caduco y breve. La red dará testimonio de ventajas y desventajas entre los contrincantes. Está también la red en su diminuta expresión. Y esa me lleva a evocar a aquellas interminables sesiones de peluquería a las que nuestras madres se sometían en su afán de domesticar cabellos bucleados en torno a un rulo. La obra se momificaba a través de la redecilla y el horno secador ejercía de Pedro Botero caldeando tales cabelleras mientras la red en cuestión aguantaba estoicamente el calor. Siguiendo con la lista, aquí aparecería la red de redes, la red con mayúsculas, la que en base a cifrados códigos permite abrir tu abanico de conocidos y/o amistades. No voy a añadir nada a lo que ya se sabe, se conoce, se practica con profusión. Obviamente, está la red del pescador, que en su mayor o menor medida, logra arrancarle al mar sus trofeos para deleite de nuestros paladares. Nada que añadir tampoco. Pero sin duda alguna, la red por excelencia, la reina de las redes, la emperatriz de las redes, es esa que últimamente ha decidido ocupar el interior de los bañadores masculinos. Ni color con ninguna de sus hermanas, ni posible comparación. Atrás quedaron los tiempos en los que una tela se erigía como telón púdico entre tus vergüenzas y el diseño exterior de tal calzón veraniego. Aquello ya es historia. Quiero imaginar que los parámetros económicos han decidido convertir a aquel antifaz del pubis en un colador. Si no es así, las razones por las que acabamos teniendo ahí abajo la más fidedigna imagen del rostro de un tatuado maorí, se me escapan. Si es por evacuar agua, no era necesario  el nuevo diseño; ya el sol y el calor se encargan sobradamente. Si es por aportar frescor, tampoco creo que sea tan necesaria esa exigua ventilación. Si es por poner al día un nuevo método de tortura desconocido hasta ahora, ahí, me callo, lo asumo y lo sufro.  Sea como fuere, he de reconocer que  cada vez que  llega el momento de “vestirse de luces” con semejante taleguilla, un instinto destructor acude a mí. Creo que la mejor opción será sin duda alguna deshacer los nudos y que la red deje de existir. A cambio, el panal de abejas que se fue formando mientras dormitabas sobre la arena  dejará de estar , acabará la tortura y ese esfuerzo habrá merecido la pena.



Jesús(defrijan)

miércoles, 20 de julio de 2016


Muchachito Bombo Infierno

Desde luego no se le puede negar originalidad al nombre en cuestión, no señor. Y una vez visto lo visto, es fácil decantarse por seguir el ritmo del infierno que este genio llamado Jairo nos propone. Si la noche de Julio se ofrece en la explanada acostumbrada a paseos vespertinos, a ferias de libros, a carreras de niños tras las palomas, no es plan de dejar paso a la pereza y tomar por asalto a los Viveros a la espera de algo que merezca la pena. Si ya en la entrada observas a un variopinto gentío que aguarda turno y desde dentro los compases de la rumba te incitan a mover los pies, empiezas a pensar que has acertado de pleno en la elección.  Subes hacia el recinto y desde el escenario la Takoneadora Rumbera  ejerciendo de dj  traza un recorrido musical  que te impide permanecer inmóvil y el preludio no puede ser más prometedor. Casi sin descanso, con el mínimo intervalo de conseguir una cerveza en las carpas laterales, aparecen en escena. Y así, con un breve “bona nit, Valencia” comienza la descarga musical. El aspecto, acorde con la escena; la guitarra, negándose reemplazo por cualquier otra; el panel inmaculadamente blanco, dispuesto a dejarse trazar por las falanges de Santos. Y así,  un componente  tras otro dejando claras sus intenciones de negarte la pausa.  El polvo del suelo que hasta esos momentos dormitaba despierta y se apunta a la fiesta subiéndose a tus pies y aquello es un no parar. El traje que luce, más propio de un escuálido enterrador de un poblado del lejano  oeste,  comienza  a agitarse bajo las revoluciones del ventilador guitarrero que sabe a Barrio de Gracia. Los vientos toman posesión del aire y te envuelven en un ciclón del que no puedes ni quieres salir. A la batería se le suma el paño ejerciendo de verónico consuelo ante tanta agitación. Y así, como sin darte cuenta, un sinfín de melodías se van agolpando ante tu asombro.  Compartes con tus próximos, con tu sangre, el disfrute de la noche y tienes la certeza absoluta de haber  dado en la diana al decidir acudir. Por más que Jairo Muchachito amenace con concluir sabes de sobra que la vitalidad va con él y el límite lo pondrá  la pausa del baile. Francis Cabrel, aquel que declarase amor hasta la muerte, no imaginó jamás que su éxito setentero pasaría a tomar un camino a todo gas por una autopista rumbera que la llevaría hacia un Infierno como este. Aquí, como almas carentes de redención, todos los ritmos habidos y por haber, se dieron cita, tomaron cuerpo y se hicieron verdad.  Si así es el averno, quizás merezca la pena acabar en él; eso sí, que  Muchahito se encargue de  la música.        



Jesús(defrijan)

miércoles, 13 de julio de 2016


1.     Los botones de una madre, y el misal de la mía



Dentro del lacrimógeno mundo que se sirve de las redes para hacerse compadecer, aparecen de vez en cuando, muy de vez en cuando, verdaderas esencias de sentires que no nos dejan inmunes. Y una de ellas ha sido esta aparecida ayer en la que se retrotraía en el tiempo hacia el dolor que supone la pérdida de un ser querido, y más si se trata de una madre. A través del desmantelamiento de una casa y sus enseres, los recuerdos se van agolpando como negándote la posibilidad de un cierre definitivo con el pasado que tantas alegrías te proporcionó bajo el amparo de sus brazos. Noches en velas cuidando de tus dolencias, tardes de compañía en las que te narraba episodios de una juventud casi perdida en el tiempo y mañanas de inviernos en los que a la nieve caída se la combatía con un tazón de chocolate espeso traído a la cama antes de la misa de doce. Y próximo a todo, aquel libro nacarado en negro con el rojizo destacando sobre la tripa del mismo que recogía los rituales de la doctrina indiscutible de una fe indiscutible en un tiempo indiscutible. Sobre la silla de la coqueta, el velo preceptivo que taparía sus pensamientos dentro de la nave eclesiástica y tú, acicalado como un querubín, de mozo de compañía en busca de cumplir el precepto. Don Demetrio de espaldas luciendo tonsura y lanzando a la asamblea unas consignas que no entendías por serte extraño ese idioma venido del Vaticano. Y los minutos haciéndose horas a la espera del toque de campanillas que exigía genuflexión o alzada. Allí, sentado sobre el reclinatorio, ese misal te abría un mundo a la imaginación en el que la suma de penitencias a los pecados inclinaba la balanza hacia una segura condena a los reinos de Belcebú. Y cuando la congoja del no entendimiento se hacía fuerte sobre mi rostro, ella me giraba la vista como diciendo entre letanías que no era para tanto, que allí estaba ella para defenderme de toda amenaza a fuego eterno. De ahí que la primera pieza que pedí y me fue concedida fuese el misal. Cada vez que lo acaricio retornan aquellas sensaciones de protección, de amor incondicional, de entrega eterna que en vida tuvimos y tras su marcha seguimos teniendo. La caja de botones, el huevo de madera sobre el que remendar piezas, los delantales y tantos y tantos elementos que nos la hacen presente, la siguen trayendo cada vez que la necesitamos y siempre, siempre, con una sonrisa como la que lucía en vida.



Jesús(defrijan)

martes, 12 de julio de 2016


1.     Apolo en L, Arbre del Gos

Suele ser lo suficientemente tranquila, lo suficientemente espaciosa, lo suficientemente abierta; de hecho, sobre o bajo sus dunas renacidas, más de una historia se calla para no pecar de alcahueta. Poco importa que las pieles clamantes de sol sean de una tendencia u otra, vayan tapadas o al descubierto, porque ella será comprensiva y dejará al libre albedrío de cada quien el decoro personal. De modo que la caída de la tarde se presentó como el momento propicio para soportar la canícula reinante y la brisa vino a apiadarse de los sofocantes que buscábamos frescor. A un costado, corredores inmaculadamente ataviados ocupando el paseo; más allá, ciclistas inmaculadamente vestidos pedaleando sin descanso; más acá, emergiendo de entre las arenas ígneas, el clon del David de Buonarroti, inmaculadamente desnudo, inmaculadamente erguido, inexplicablemente rotatorio. Lo primero que me llamó la atención fue la soledad de la que hacía gala. Una de las posibilidades podría ser la necesidad de reflexión marina a la que cualquiera, en momentos de dudas, necesita acudir para buscar solución a sus atribulaciones. Otra podría ser la espera de próxima visita a sus dominios de alguien tardío. Quizás la tercera fuese seguir añadiendo tostado a una piel ya tostada por genética. La cuestión no pasaba de ahí y las posibilidades se daban por válidas. Pero lo que realmente me aportó una interrogante aún no resuelta fue el hecho de ver cómo en su constante giro al más puro estilo copernicano sobre sí mismo, con una precisión relojera helvética, deslizaba las falanges diestras sobre el espolón inguinal. Uno, dos, tres, y al segundo número diez, allá estaban de nuevo mesando la piel que sin duda se había resecado por el sol. Un ritmo invariable que me llevó  a pensar que o bien los efectos ultravioletas se habían cebado con el arco de medio punto o algún tic onanista habitaba en semejante modelo. No pude por menos que aproximar a las diez pulgadas la longitud y con ello evaluar el aporte de hemoglobina necesario para mantener en horizontal a semejante arcabuz. Lampiño meticuloso que siguió ejecutando el soliloquio chellista sin cuerda y al que nadie tuvo la gentileza de pedirle bises. A punto de regreso, cuando el aforo de las arenas tendía hacia el cierre, desilusionado, se sumergió en las aguas. Quiero imaginar que la pesca de arrastre está permitida si se practica con caña, porque si ni aún así obtuvo recompensa, la verdad es que sería una pena excesiva para tal pundonor. Ya de vuelta, no pude por menos que recordar al marmóreo florentino, inmaculadamente blanco, a años luz de semejanzas túrmicas  considerado como el efebo modelo a seguir tanto en tierra como en mar abierto, y la duda viajó conmigo de regreso.   



Jesús(defrijan)            

lunes, 11 de julio de 2016


Pedraza

Alguien debió sufrir algún corte de luz eléctrica hace veinticinco años en esta hermosa villa. Alguien debió pensar que la noche de aquel mes de Julio invitaba a la tertulia refrescante. Alguien debió tener la brillante idea de iluminar las calles con las velas guardadas en la alacena y ahí debió empezar todo. Ese todo que se resume en un recordatorio durante los dos primeros fines de semana de todos los julios en esta imponente localidad en la que el arco de la puerta ofrece su bienvenida y su despedida como si de una herradura de la suerte se tratase. Y así es, toda una suerte resulta el poder pasear por las empedradas calles que son custodiadas por rejas sobre las que las velas aguardan la hora del encendido protocolario y para rememorar tal efemérides. Callejas que desembocarán en la plaza sobre la que la torre de la iglesia oficiará como reloj de luna al cuarto creciente de la misma mientras los soportales resguardan las cerraduras añejas de los caserones. Un laberinto de subidas leves y bajadas tenues en la fortificación de las ceras que nos encaminará hacia el castillo convertido en escenario multicolor. Allí, como escudero de la Torre del Homenaje, el iris de los cañones de luz irán presentando las credenciales a quienes llegamos como peregrinos buscando los acordes de los violines venidos de Bretaña. Allá a los alto, como camufladas, tímidas albinegras, las cigüeñas habrán ido recontando los huecos que quedan por cubrir y crotalarán desde sus picos el primer movimiento de la primera partitura. Se han apuntado al viaje Vivaldi, Schubert, Pachebel, Mozart, Brahms, Tchaikovsky, Strauss….y los solistas de “El Covent Garden” serán los encargados de hacerlos presentes. Atrás, las alfombras de luces recogerán los efluvios de los tilos de cabecera y de pie que segmentan el paseo con sus perfumadas señales. Será innecesario buscar explicaciones al porqué de tal afluencia cuando seas un peón más y formes parte del tablero de ajedrez que se ha ido trazando. Sabes que la partida acabará en tablas y muy seguramente deberás reanudarla dentro de doce meses. Las colinas próximas que se ofrecieron a ser celadoras de los caballos mecánicos seguirán despiertas y  un último motivo de complicidad convertirá a las luces de tu vehículo en un guiño hacia el recuerdo. Pedraza sigue encendida hasta que la llegada del alba extinga las mechas de unas velas que  iluminarán el camino de regreso con una sonrisa de complacencia.  

 

Jesús(defrijan)

jueves, 7 de julio de 2016


1.    Más malo que la quina

Sin duda en alguna ocasión hemos oído esta expresión referida a quién méritos hacía para llevarla consigo. Normalmente va asociada a los años de la niñez en los que las travesuras no se sopesan y la inconsciencia domina los impulsos a la hora de actuar. Hasta aquí nada más que añadir salvo la imagen de alguna anécdota que testificara lo dicho. Pero, en un acto de reconocimiento, de reconciliación hacia la buena fama, creo que se merece este brebaje una exaltación de sus virtudes. Efectivamente, la quina, ese licor indefinido entre vino y jarabe, que tantas veces nos acompañó a la mesa, ha sido tan vilipendiada que no merece seguir luciendo el sambenito de maldad que le fueron colgando. Para empezar, solía refugiarse en el interior del cristal embotellada y lacrada con las bendiciones de San Clemente o Santa Catalina. De modo que pasaba a ser considerada como elixir de santidad al que aferrarse para solucionar múltiples deficiencias. Que estabas inapetente, quina al canto; que estabas en época de estudio, quina al alcance de tus dedos; que el crecimiento no era el esperado para tu edad, quina en vasos de duralex a los que buscar el fondo imitando a tus mayores. De tal modo que el hígado empezó a cumplir su cadena perpetua bajo la advocación santa y las miradas de los tuyos venían cargadas de sonrisas. En caso de que el culo de la botella se vislumbrase sin habernos percatado de su escasez, el recurso de las sopas en vino,  de los panes bien regados y con azúcar o de los trasiegos a las botas y porrones, también servían; pero no era lo mismo, no. Carecían de la pátina beatífica que no les permitía llevarte más allá del purgatorio cuando tú querías alcanzar el cielo. En estas fechas en las que todo se controla, vigila, ordena, custodia y restringe, sería impensable suministrar a nuestros jabatos el más mínimo reclamo de semejante pócima. Así que me veo en la tesitura del principio: o seguir dando por válida la expresión de maldad de tal licor, o reclamar una remisión presente para que en el futuro puedan comprobar cómo, a pesar de la mala fama adquirida, supimos sobrevivir y crecimos de un modo aceptable. Ah, y por último, aquel a quien se le adjudique tal expresión, que tenga a bien mirarse en el espejo y reconocer los deméritos que acumula para que así le vean. Mientras tanto, si alguien aún mantiene por casa el Quinito mascota que nos azuzaba con el “da unas ganas de comeeeerrr”, que lo saque a la luz  a ver si me quita algunas, que falta me hace.     

 

Jesús(defrijan)  

martes, 5 de julio de 2016


   Maite Berlanga

No sé si empezar describiéndola desde la imparcialidad imposible o dejar que las letras surjan a su antojo. Quizás esta segunda opción sea la mejor y estoy convencido que todas ellas andarán a codazos para hacerse de valer. Y no me extraña. Como no me extraña el hecho de que ante ella la tristeza no tenga cabida. Puede que te sorprenda el hecho de creerte en una sala de recuperación ósea o muscular que te empieza a cuñar el pasaporte sin retorno a la imposibilidad física; puede que sospeches que tus dolencias eran fundadas y que has acudido al lugar más indicado; puede que todos tus temores se esfumen en cuanto traspases el umbral de la puerta y entre mazos de Brasil y muñecas de trapo conformen la antesala de la bienvenida. Y con todo ello, nada, nada será comparable  a la amplitud de la sonrisa con la que Maite desnudará tus sospechas de tortura. Serás postrado en el ara frente a mosaicos del aparato locomotor y en vano intentarás averiguar en qué parte del mapa expuesto se esconde tu dolencia. Ella, como quien no quiere la cosa, hará de ti un ovillo, y sin más aviso que la inhalación de aire por tu parte, convertirá a tu columna en un xilófono cuyas baquetas serán sus manos. Pensarás que tu fin está cercano sin darte cuenta que has renacido a las posturas correctas. Deshará los nudos gordianos de tus tendones y mientras tanto esparcirá por encima de tu torso sus halos de maga psíquica que calla más de lo que intuye. Tus ojos dormitarán sobre el tono perforado en rosa de sus pies y las carcajadas alternarán con las llamadas de auxilio que llegarán desde más allá de las líneas telefónicas. No hay duda de que saben lo que se hacen cuando recurren a este aquelarre sanador. Y  todo esto sin dejar de plantar la semilla del optimismo cierto nacido de una verdad que su mirada transmite. Poco importará que tu espalda se haya convertido en un símil de árbol navideño plagada de ventosas luminosas en cuyas descargas se esconde el villancico de la sanación. Las agujetas posteriores serán la mejor muestra de todo su buen hacer y del acierto de tu elección. Justo ayer, nada más despedirme con un hasta luego, en el hospital de enfrente, algunos buscaban curación a sus males ignorando que con sólo cruzar la acera acertarían de pleno. Si acudís a ella, no hará falta que digáis que sois mis amigos; en el mismo instante en el que accedáis a su reino, lo seréis por derecho propio y generosidad suya, os lo aseguro.

 

Jesús(defrijan)

lunes, 4 de julio de 2016


1.    Fixonia

Aquella mañana de Agosto amaneció tan luminosa como de costumbre, fresca, con sabor a monte y desperezando vigilias de las tertulias de la noche anterior. En el corro habitual, horas antes, entre todas ellas se habían conjurado en acicalar cabelleras en vísperas de las fiestas patronales. Unas a las otras comenzaron a trazar el plan y una vez decidida la ruta hacia Campillo, sólo faltaba confirmar el medio de transporte. De modo que desde el silencio expectante, todos los ojos giraron hacia mí, y con unas miradas  suplicantes obtuvieron mi innecesaria aprobación y aceptación a convertirme en chófer matutino.  Volvieron al consenso cuando tomaron como hora de salida las ocho de la mañana y con la premura de quienes están habituadas a la puntualidad británica se fueron despidiendo de las sillas de anea. De modo que allí me presenté acompañando a los primeros toques del reloj de la iglesia, con el motor en marcha. Y allí estaba el póquer de damas, en la esquina de la Puentecilla.  Ovidia, mi tía Ángeles, Otilia y mi madre. Y todas ellas armadas con unos bolsos a modo de  cananas de los que sobresalían unos cilindros blancos de plástico. La curiosidad me llevó a buscar la información que sugerían y tuve la certeza de que las lacas personificadas venían de viaje con nosotros. No entré en detalles a la hora de buscar respuestas ante la posibilidad de ir a una peluquería con productos que sin duda abundaban en dicho establecimiento. Supongo que la querencia a lo propio les hizo ser previsoras y emprendimos el viaje. Obviamente llegamos con sumo adelanto y allí me confirmaron que la hora concertada había sido las nueve de la mañana. Ninguna supuso la celeridad del vehículo y ninguna puso reparos a la hora de esperar la apertura del establecimiento entre los rosales adormecidos de la esquina. Hice cálculos y supuse que nada sería finiquitado antes de las cinco horas siguientes y entretuve el tiempo en mercadillos y demás pasos perdidos. Llegó la hora de regreso y allí estaban las damas. Todas con el mismo peinado y con cierta sensación de ligereza en los bolsos. Emprendimos el viaje de vuelta y rápidamente el habitáculo tomó un sabor a ambientador lacado que amenazaba con efectos secundarios impropios de la atención al volante. Entre que el aire acondicionado les provocaba irritaciones bronquíticas y  que el calor se hacía presente, tuve a bien abrir las ventanas sin aminorar la marcha. Ahí vino la reacción de todas ellas echándose mano a la cabeza en un intento de mantener forma y fondo de la obra recién acabada. Reconozco que eché un pulso con el acelerador para probar la eficacia de semejante aerosol y puedo asegurar que salí derrotado. No sólo llegaron inmaculadas a Enguídanos sino que durante toda la semana de fiestas fue innecesario el uso de cualquier retoque capilar. Obviamente, sabían lo que se hacían cuando confiaron a semejante cilindro la eficacia de mantener intacto unos cardados que no hubo acelerador posible que fuese capaz de derruirlos. No sabría deciros el ahorro que supuso la laca, pero seguro que mereció la pena llevarla de viaje.  

 

Jesús(defrijan)