1.
Red
Desde siempre me han causado admiración las palabras
sinónimas. De ellas, de su propia naturaleza, se pueden extraer las suficientes
puertas de salida hacia una deriva u otra a riesgo de pecar de petulante. Es
como si de una misma camada, las diferentes acepciones te ofrecieran gustosas
una ruta por la que deambular en tus soliloquios. Así, tal y como viene al
caso, se presente la palabra red. Ese entrelazado de nudos en lo que abundan
más los huecos que los sedimentos ha dado pie a múltiples enfoques. Veamos, por
ejemplo, el que hace referencia a la parte meridional de una portería. Allí, su
labor se justifica al dar validez o no a un disparo en forma de balón que ha
sido frenado en su inercia hacia un viaje caduco y breve. La red dará
testimonio de ventajas y desventajas entre los contrincantes. Está también la
red en su diminuta expresión. Y esa me lleva a evocar a aquellas interminables
sesiones de peluquería a las que nuestras madres se sometían en su afán de
domesticar cabellos bucleados en torno a un rulo. La obra se momificaba a
través de la redecilla y el horno secador ejercía de Pedro Botero caldeando
tales cabelleras mientras la red en cuestión aguantaba estoicamente el calor.
Siguiendo con la lista, aquí aparecería la red de redes, la red con mayúsculas,
la que en base a cifrados códigos permite abrir tu abanico de conocidos y/o
amistades. No voy a añadir nada a lo que ya se sabe, se conoce, se practica con
profusión. Obviamente, está la red del pescador, que en su mayor o menor
medida, logra arrancarle al mar sus trofeos para deleite de nuestros paladares.
Nada que añadir tampoco. Pero sin duda alguna, la red por excelencia, la reina
de las redes, la emperatriz de las redes, es esa que últimamente ha decidido
ocupar el interior de los bañadores masculinos. Ni color con ninguna de sus
hermanas, ni posible comparación. Atrás quedaron los tiempos en los que una
tela se erigía como telón púdico entre tus vergüenzas y el diseño exterior de
tal calzón veraniego. Aquello ya es historia. Quiero imaginar que los
parámetros económicos han decidido convertir a aquel antifaz del pubis en un
colador. Si no es así, las razones por las que acabamos teniendo ahí abajo la
más fidedigna imagen del rostro de un tatuado maorí, se me escapan. Si es por
evacuar agua, no era necesario el nuevo
diseño; ya el sol y el calor se encargan sobradamente. Si es por aportar
frescor, tampoco creo que sea tan necesaria esa exigua ventilación. Si es por
poner al día un nuevo método de tortura desconocido hasta ahora, ahí, me callo,
lo asumo y lo sufro. Sea como fuere, he
de reconocer que cada vez que llega el momento de “vestirse de luces” con
semejante taleguilla, un instinto destructor acude a mí. Creo que la mejor opción
será sin duda alguna deshacer los nudos y que la red deje de existir. A cambio,
el panal de abejas que se fue formando mientras dormitabas sobre la arena dejará de estar , acabará la tortura y ese
esfuerzo habrá merecido la pena.
Jesús(defrijan)