Castellanos-manchegos
Relatos para compartir con aquell@s que se vean reflejad@s.
jueves, 31 de mayo de 2018
miércoles, 30 de mayo de 2018
L@s bienquedas
martes, 29 de mayo de 2018
Resonancia
Una vez,
solamente, una vez estuve a punto de someterme a ella. Todo transcurrió a la
velocidad en la que la reflexión sobre la necesidad o no de llevarla a cabo no es bienvenida y casi traspasando el aro fronterizo
se me hizo de noche en el doble sentido de la expresión. Algo superior a mí me
indicó que pasaría a ser el cadáver viviente sometido a todo tipo de artimañas dese
el puesto de mando. Mi mano aferraba como si de ello dependiera la vida al
mando chivato que me fue adherido y del cual dependía mi paso adelante o mi
vuelta atrás. A mi popa, un escaso pijama, escasamente tapaba mi columna y el
frío mortal se adosó a las vértebras. La rigidez viajaba pareja con el halo de aliento
que rebotaba a escasos centímetros como si de una prueba de vida se tratase.
Estaba vivo, supuse. Y en ese instante en el que el desplazamiento semejaba el
de un féretro hacia el horno crematorio, la sudoración vino a sacarme de mis casillas. Pulsé cientos
de veces el botón como si de un poseso abducido
por los videojuegos Atari se tratase y al instante llegó la patrulla de
rescate. No, no era posible superar la claustrofobia que aquel armazón
propiciaba. Llegué a sentirme Woody Allen en “El dormilón” y ante la no
seguridad de ser resucitado años después pequé de incrédulo. Como un avatar sin
rabo azul, como el hombre bala del peor de los circos, como un embutido
temeroso, me sentí. Una vez medio vestido pedí ciertos recortes en cilindro y
alguien comentó que todavía estaban en fase de experimentación. Una pena. Todo
mi valor puesto en duda por culpa del recuerdo aquel con el que nos amenizaron
durante las sobremesas nocturnas de los fríos inviernos al calor de la estufa y
olor de las castañas. Alguien dijo que alguien abrió el féretro de alguien y se
encontró el cadáver del último alguien boca abajo. El terciopelo raído en un
acto desesperado de apertura dejaba la rúbrica de la precipitación en el
sepelio. Lo malo de todo esto es que no suelo llevar las uñas largas y el tubo
de marras no está forrado de semejante tela. Así que, mientras no sea
imprescindible, nada de resonancias. Y si llegase lo irremediable, por dios,
que alguien tenga a bien colocar un cristal que me permita ver lo que hay al
otro lado. Todos los que han vuelto aseguran que es una luz cegadora que
transmite paz. Con un poco de suerte, el cambio de turno no se habrá producido
y alguien atestiguará que sigo vivo.
lunes, 28 de mayo de 2018
Ser portero
A modo de
resaca doble aparece desde la orilla más dolorosa. Sí, él, Loris Karius, el rubio guardameta del Liverpool, no tuvo su noche.
Lo sabe él y lo saben los millones de espectadores que vieron cómo la suerte le
era esquiva en un momento en el que la suerte se ansía como guardaespaldas
protectora. Una mala noche, un abandono cruel, un momento inolvidable para este
que sabía que su papel era el de último protector de su equipo. Esa pesadilla
le perseguirá durante mucho tiempo y puede que alguna vez se replantee si no
debió decantarse por cualquier otro puesto en el once de cualquier equipo.
Entre los otros diez, mal que mal, los fallos se diluyen y con ello la penitencia.
De hecho, el mismo contrincante que a escasos minutos del éxito reclamaba como
malcriado la atención de los medios, estuvo a punto de privar a su Manchester de
una copa de Europa cuando falló un penalti. Todo se le perdonó y parece que él
fue el causante de aquel éxito comunitario. Pocos recuerdan cómo Cardeñosa
pifió un gol cantado ante Brasil y nadie olvida cómo Arconada dejó resbalar el
balón por sus costillas en aquella final ante Francia. Injusto, muy injusto, el
trato que reciben los porteros. En algún caso, si tiran de la fantasía, se les
tilda de locos como bien puede reafirmar Higuita con su parada de escorpión. Se
les exige pulcritud y se les impide el más mínimo fallo o serán crucificados a
perpetuidad. Quizá debería exigirse una rotación bajo los palos para comprobar
hasta qué punto las fanfarronadas de los demás se convierten en vergüenzas personales
cuando se encuentran en ese puesto. Gozan de los triunfos como medio escondidos
en una camiseta distinta y sufren las condenas sin que nadie les venga a paliar
el sufrimiento. Saben que en nada de tiempo tendrán que emigrar y con ellos
llevarán el estigma. Dará lo mismo que haya contribuido en precedentes épocas a
glorias de un escudo si el fallo puntual se vuelve irrevocable. Sería cuestión
de valorar quien de los que les critica tuvo la osadía de pedir ser portero
cuando jugaba con los amigos hace años. Casi siempre se le reservaba ese puesto
al menos discorde y así lo asumía. En este caso, y solamente en este caso, se
le perdonaba el fallo al haber sido impuesto en aquella frontera por quienes no
tenían el valor de tomar para sí esa misma decisión.
viernes, 25 de mayo de 2018
La
decimotercera ya está embalada
Normalmente
el fútbol no se rige por la lógica y ahí radica gran parte de su atractivo.
Todo aficionado sueña con el triunfo de su equipo, con la remontada épica, con
la jugada maestra. Su sueño se convertirá en realidad en cuestión de noventa
minutos y con un poco de suerte se prolongará en el tiempo. La felicidad habrá
llamado a la puerta y se le permitirá el franqueo para hacerla suya una vez más
o por primera vez. Poco importarán los fracasos precedentes. Ha llegado el
momento de disfrutar de la gloria por más que la gloria sea efímera. Mañana
volveremos a comprobar a kilómetros de distancia un nuevo logro del equipo
blanco. No, no me mueve la pasión incontrolada. No me mueve la devoción hacia
un color blanco inmaculado. Sencillamente, la lógica se encarga de chivarme el
pronóstico. Y no es que me seduzca el apostar a la espera de ganarme unos
euros, no. Se trata de analizar desde la casi imposible imparcialidad lo más
que previsible. Veamos. Un equipo se ha forjado a base de millones y ha sido
nombrado timonel del mismo una leyenda que sabe lo que significa manejar egos
sin exigirles demasiado. Nadie puede discutir su autoridad y mucho menos cuando
la impone sin exabruptos. El otro, más allá de la leyenda que implique su
legado setentero u ochentero, está formado por jugadores de un nivel inferior.
Sí, vale, de acuerdo, son goleadores en su propia liga, y ya está. Ni la han
ganado ni han apabullado a ningún rival. Tienen a un jugador egipcio de buenas
maneras que incluso un casi campeón como la Roma se quitó de encima. De su
entrenador, nada que objetar. Un tipo simpático para ser alemán y conocedor de
los que significa no tener presión de victoria. Con todos estos argumentos, qué
más se puede decir que mueva a la reflexión. Nada, todo está vendido y
embalado. Habrá que empezar a engalanar de nuevo los puntos de celebración para
que al regreso el rito se repita. Habrán pasado raudos los ríos de tinta y las
toneladas de papel servirán de alivio a las decepciones del día a día. Han ganado
de nuevo y con ellos hemos conseguido reivindicarnos en nuestras propias creencias.
La batalla ha concluido y el descanso se nos hará eterno hasta que el balón
vuelva a rodar. En el interludio, el rojo monoestrellado , ejercerá de ujier
ante los que mañana saquen pecho victoriosos o finjan resquemor por haber sido
testigos, una vez más, y serán trece, de cómo el Madrid vuelve a conquistar el
máximo galardón europeo. No, no es una fanfarronada; es, sencillamente,
cuestión de lógica y experiencia extraída de otras tantas derrotas que apenas
se quieren recordar por dolorosas.
jueves, 24 de mayo de 2018
Casos aislados
Así se suelen denominar a aquellos cuya excepcionalidad no les otorga el título de comparsa. Es como si detrás de semejante rótulo se adivinase la penuria de quien lo firma. Pareciera que nadie le hace caso y está condenado a la ignorancia. Triste, muy triste, sin duda. Hasta que empieza a volver la vista y comprueba que a su alrededor brotan como setas otoñales otros cientos, otros miles de casos aislados y entonces se acomoda en el sillón y recupera el sosiego. Empieza a darse cuenta de que es un grano más del silo repleto de semillas infectas y se consuela. Sabe que aquel de su derecha trincó tanto o más y que aquel otro situado a su izquierda sigue por su misma senda. Pasaron los tiempos de vinos y rosas y la balanza justiciera se muestra pesada, lenta, quizá comprensiva. Volverá a no pasar nada y con una mínima penitencia solventará su caso. Un caso, unos casos, similares al suyo pasaron por el mismo puente colgante y tras superar su vértigo alcanzaron la orilla. Serenos, convencidos, protegidos, a salvo. Y así, a nada que nos demos por enterados, seremos nosotros los auténticos casos aislados. Crecimos entre las hojas de un catecismo que se han vuelto amarillas por el desuso y desprecio. Plantearon y plantaron en nosotros unos códigos éticos que solamente nos han servido para disfrazarnos de payasos de los que otros se ríen. No pasa nada, seguirá sin pasar nada. Este circo empieza a echar de menos a aquellos trapecistas que se jugaban la vida sin redes protectoras. Aquellos que nos mostraban en sus balanceos los balances posibles de nuestras propias actuaciones. Pasaron también a ser casos aislados. Tan aislados que apenas se les recuerda y las generaciones siguientes, lo que es peor, no saben de su existencia. El cloroformo de la sobreabundancia delictiva está consiguiendo lo que quizá ni soñaron obtener. El hartazgo comienza a rotularse sobre la pancarta. Una pancarta negra que por más intentos que hagamos nunca permitirá la lectura correcta que dicte el hastío. Sigamos a la espera. Un nuevo caso aislado está a punto de aparecer.
Así se suelen denominar a aquellos cuya excepcionalidad no les otorga el título de comparsa. Es como si detrás de semejante rótulo se adivinase la penuria de quien lo firma. Pareciera que nadie le hace caso y está condenado a la ignorancia. Triste, muy triste, sin duda. Hasta que empieza a volver la vista y comprueba que a su alrededor brotan como setas otoñales otros cientos, otros miles de casos aislados y entonces se acomoda en el sillón y recupera el sosiego. Empieza a darse cuenta de que es un grano más del silo repleto de semillas infectas y se consuela. Sabe que aquel de su derecha trincó tanto o más y que aquel otro situado a su izquierda sigue por su misma senda. Pasaron los tiempos de vinos y rosas y la balanza justiciera se muestra pesada, lenta, quizá comprensiva. Volverá a no pasar nada y con una mínima penitencia solventará su caso. Un caso, unos casos, similares al suyo pasaron por el mismo puente colgante y tras superar su vértigo alcanzaron la orilla. Serenos, convencidos, protegidos, a salvo. Y así, a nada que nos demos por enterados, seremos nosotros los auténticos casos aislados. Crecimos entre las hojas de un catecismo que se han vuelto amarillas por el desuso y desprecio. Plantearon y plantaron en nosotros unos códigos éticos que solamente nos han servido para disfrazarnos de payasos de los que otros se ríen. No pasa nada, seguirá sin pasar nada. Este circo empieza a echar de menos a aquellos trapecistas que se jugaban la vida sin redes protectoras. Aquellos que nos mostraban en sus balanceos los balances posibles de nuestras propias actuaciones. Pasaron también a ser casos aislados. Tan aislados que apenas se les recuerda y las generaciones siguientes, lo que es peor, no saben de su existencia. El cloroformo de la sobreabundancia delictiva está consiguiendo lo que quizá ni soñaron obtener. El hartazgo comienza a rotularse sobre la pancarta. Una pancarta negra que por más intentos que hagamos nunca permitirá la lectura correcta que dicte el hastío. Sigamos a la espera. Un nuevo caso aislado está a punto de aparecer.
miércoles, 23 de mayo de 2018
El camposanto amarillo
martes, 22 de mayo de 2018
Las bodas reales
lunes, 21 de mayo de 2018
Adiós,
Arturo
Una vez
más, La Cubana, en acción. Y nunca mejor dicho cuando te ves inmerso en un preámbulo
enloquecido que más parecería una fiesta a la que te has invitado. Una especie
de guateque desmadrado ante las exequias del difunto Arturo. Un hombre con
amplia experiencia en todos los aspectos de su vida al que rendir homenaje festivo
desde los cinco continentes y los innumerables contenidos que vistieron su
existencia. Saltas de una presencia a otra como si de una marioneta caprichosa
fueras sujetada por los hilos de una dirección escénica brutal. De modo que
entre risas y sorpresas, allá que te das un respiro, compruebas que has
cubierto una primera hora en un plis plas. Por un momento crees que ha
concluido y te sorprende que así sea. No, no lo es. Y en la continuación, el
segundo acto se enrevesa de tal modo que crees estar en otro argumento. Aquí,
la quietud que te negaron en los comienzos te es legada de sopetón. Miras a tu
alrededor por si la apreciación es demasiado personal y compruebas que no. Más
de uno cambiando de postura sobre el asiento corrobora tu apreciación. Es como si
dos autores antagónicos hubiesen diseñado la obra y hubieran sorteado el turno de
aparición. Cierto desánimo acude a ti y es inevitable el recuerdo de aquellas
campanadas de boda de hace tres años. Sí, vale, puede que te haya pillado en
mal momento; puede que no estés en la mejor disposición; puede que el viernes
vespertino se haya vuelto demasiado exigente. Y en eso estás cuando de nuevo,
como si de una nueva erupción se tratase, el ritmo regresa y con él la
coherencia del texto escenificado. Paradójicamente el adiós se convierte en
bienvenida y vuelves a disfrutar de la grandeza de la comedia. Todo vuelve a
tener sentido en el sinsentido propio del disparate. Sonríes de nuevo, aplaudes
y tientas la posibilidad de recomendar una revisión del libreto. Quizá algunas
páginas sobren y con ellas fuera la obra resulte redonda. Sea como sea, tú,
callado espectador, no dejas de ser un mero crítico que has vuelto a apostar
por la compañía que siempre tiene a gala hacerte disfrutar. Un lapsus lo tiene
cualquiera y tampoco se van al garete los méritos de los comediantes por tu
simple opinión. Así que, lo mejor será vestirse de colorido luto y pasarse por
el tanatorio festivalero donde un centenario Arturo espera nuestro último
adiós. Quién sabe si nos han hecho herederos de su fortuna y el notario nos
urge la firma de aceptación.
jueves, 17 de mayo de 2018
A modo de ejemplo
Esa es la cuestión, el
ejemplo. Aquel que una vez le espetó un hijo a su padre cuando este le reprochó
el modo en el que llegó a casa y su propio vástago le echó en cara al
progenitor el que él mismo llevó días antes. Ejemplo, simple ejemplo. Como aquel
que desde el púlpito quiso lanzar el sacerdote invocando a la caridad de los
feligreses mientras él ignoraba su propio predicamento. Ejemplo, simple
ejemplo. Como el de aquel fumador empedernido que bramaba cada vez que alguna
de sus hermanas prendían un cigarrillo. Ejemplos, simples ejemplos. El mejor
método para que algo se asuma o se ignore. Y mira por donde, de nuevo, el
ejemplo a escena. Sí, de mano de aquel que asumió el liderazgo de un modo de
actuar y de un modo de repudiar lo establecido desde una sociedad de clases.
Enarbolaron la pancarta de la justicia y tomaron del morado el tono del
sacrificio para ahora, poco tiempo después, destilar el pendón del desencanto,
del engaño, del doble discurso. Una pena y una guillotina hacia la esperanza.
Cuestión de formas y cuestión de fondos. Resulta tan tentadora la tentación
burguesa que tus cimientos se arcillan si solamente han sido voceríos
convencedores hacia los desesperanzados. Acaban de dar una carpeta rebosante de
argumentos a todos aquellos a los que criticaron y de los que intentaron roer
votantes. Y ahora qué queda que no sea desilusión. Ahora regresan las imágenes
de aquellos líderes que consiguieron defraudar a sus acólitos en base a no
seguir sus postulados de justicia y equidad. Ser y parecer son verbos
copulativos que necesitan de atributos para conformar una oración. El problema,
el auténtico problema, el imperdonable problema, es que el atributo en cuestión
se lo queda el sujeto y el análisis sintáctico resulta fallido. Que cada cual
viva donde le dé la gana y donde el crédito bancario le permita. Pero que nadie
tenga la desvergüenza de encabezar la marcha de la equidad y de la justicia
cuando es capaz de mostrar un ejemplo absolutamente inaceptable. El sonrojo
será camuflado por un pañuelo morado, pero seguirá siendo sonrojo para aquellos
que depositaron esperanzas en quienes hoy las han destrozado desde su pedestal
burgués. No quiero ni imaginar el ejemplo que supondrían unas imágenes de
desahucio por impago de una hipoteca de seiscientos mil euros. Lo que no logro
quitar de mis tímpanos es el eco de aquellos que en silencio gritan “todos los
políticos son iguales” mientras crecen en ellos la semilla de la decepción.
martes, 8 de mayo de 2018
La cartelera
Sí,
efectivamente, la cartelera, la infatigable cartelera, viene a ocupar su puesto
en este recopilatorio de lecturas y el hueco se le hace. No dejaba de ser un apéndice
escrito de las opiniones de aquellos críticos cinéfilos o teatrales que te
anticipaban el acierto o no de la asistencia a tal o cual espectáculo.
Publicación de culto sin la cual era impensable adjudicarte el más mínimo
galardón como entendido. Su publicación semanal venía acompañada por la aparición
en las pantallas de aquellos estrenos más o menos apetecibles. Era el preludio
a la asistencia de la modernidad que nos atribuía y el incesante ojeo de las páginas
te sumía en la incertidumbre. Lo normal era que algún entendido que no entendía
en absoluto se erigiese como magno sabedor de las virtudes de tal o cual film y
las borreguiles aquiescencias le siguieran en su apreciación. Si la escala de
puntuaciones fluía entre el cero rotundo y el cinco exquisito nada resultaba más
urgente que dirigir tu mirada a la puntuación obtenida para hacerte una idea. Los
comentarios añadidos no dejaban indiferentes a nadie y con el tiempo empezabas
a entender que seguías sin entender. El espectáculo no te añadiría como sabedor
por más colecciones de carteleras que acumulases al tiempo que menguaban tus
estantes. El bodrio subtitulado, de origen balcánico, en blanco y negro y en
ocho milímetros no estaba pensado para que tú, pobre infeliz, supieses
apreciarlo como la joya que era. De modo que a la salida del tormento,
cariacontecido, huías la mirada de aquel que aplaudía con los párpados
semejante engendro. Habías invertido tiempo en las colas, dinero en las
entradas, esperanzas en la clemencia del crítico y nada. Otra decepción. Con un
poco de suerte, al tintineo de las cañas se te pasaba el disgusto. Puede que en
uno de los múltiples viajes al baño alguien como tú te preguntase casi en
secreto y comprobases que no eras el único. Allá, en la esquina de la tasca,
tapando el poster que anunciaba absentas, él, seguía ufanamente defendiendo sus
criterios. Una vez concluida la tarde, abrazabas los adioses y en el último
quiosco abierto adquirías otro ejemplar de cartelera. Más cercano, más común,
menos exquisito, más ecuánime. Esa noche comparabas calificaciones entre ambas
y la disparidad se hacía más evidente. En el fondo, un regusto a certeza te
invitaba a dormir. Habías acertado en tus apreciaciones y solo fue necesario
abrir otra portada para comprobarlo fehacientemente. Puede que en otro rincón
de la ciudad alguien empezase a cuestionarse seriamente si había entendido algo
o lo suyo era simplemente postureo intelectual. Quizá a las primeras caladas de
la pipa comprobase sobre las volutas de la habitación el rótulo que lo
calificaba de imbécil.
lunes, 7 de mayo de 2018
1. Raj
Suena
a ese la jota final cuando ella pronuncia su nombre, y no seré yo quien se lo
discuta. Ella, que llegó hace tiempo desde la “Joya de la corona”, hace y
deshace a su antojo como si de una maharaní se tratase mientras acomoda su
coleta según como dicte el día o promueva su estado de ánimo. Fluye desde
detrás del aluminio entre los cristales y porcelanas que esperan turno al
tiempo que los efluvios del sándalo se esparcen a modo de santuario sij. El
azabache la puebla y de su mirada se desprende la sabiduría del silencio acostumbrada
como está a la obediencia patriarcal. Manda sin imponerse y es consciente de todo
aquello que la rodea. Basta un simple vistazo para evaluar lo imprescindible. Mientras,
como si de un remanso gángico se tratase, el sari ondeará a su antojo. El
cilindro permanecerá inmóvil a la espera de la caída de la tarde en el rincón
del paraíso. Y mientras, los aros multicolores florearán tras la urna
esquivando los rayos del sol. Las ondas cibernéticas
venidas de oriente darán paso a los ritmos que hablarán de ceremonias y el
tintineo de las cucharillas hará que se sueñen crótalos. Las cúrcumas calladas compartirán
silencios con los jengibres que desde la explanada se verán rotos por el
bullicio vespertino. Hierática en sus postulados, guardará como tesoro tajmajálico
el brillo de la piel que se le adivina. Echa en falta la cercanía de los
meridianos y como si de un libro de la selva se tratase los argumentos de sus
silencios resuenan sobre los goznes de las persianas. Perdió la costumbre y
sumó el hábito. Sigue aprendiendo de cada gesto el valor de la ironía y puede
que se haya acostumbrado a no soñar con un billete de vuelta. Supo asumir el
papel de oasis que aquellos cercanos buscaron en mitad de su enésima travesía y
en ello sigue. Quién sabe si alguna de sus reencarnaciones no la han hecho
destinataria de lo que su karma mereció. Si esta tarde me acuerdo, se lo preguntaré.
Está tan acostumbrada a mis indiscreciones que no creo que se moleste por una
nueva irónica duda. Si la oigo musitar algún mantra mientras sonríe, le pediré
que me lo traduzca. Nunca se sabe de qué será capaz. A la par un kebab completo
emprenderá su viaje definitivo envuelto en aluminio y un nuevo plato de frutos
secos será sembrado delante del taburete a la espera del monzón de una sonrisa
bollywoodiense. Sobrevivir o no siempre es cuestión de suerte.
jueves, 3 de mayo de 2018
Los cruceros
Suscribirse a:
Entradas (Atom)