jueves, 31 de mayo de 2018


Castellanos-manchegos


En la medida en que el puzle territorial se estableció tal y como lo conocemos actualmente, aquellos que fuimos nacidos castellanos nuevos, pasamos a ser castellanos manchegos. Atrás quedó el mapa en el que un cuadrante inferior derecho incluía las islas guanches y a las últimas colonias africanas. Llegó el momento de alejarse de Madrid, añadir a Albacete y configurar los límites territoriales nacidos de unas ilusiones similares y un territorio manchado por la gloria quijotesca. Y así, finalizando Mayo, el momento de celebrar lo que somos, tomó turno. Como si de una bienvenida florida se tratase los últimos pétalos vinieron a alfombrar el paso de tantas vidas por muy lejanas que estén en el tiempo o en el espacio. Las circunstancias impusieron sus normas y a ellas nos vimos sometidos en el momento en el que cerramos la maleta. Rubricamos un regreso que sigue siendo estacional y la réplica de la llave sigue forjada para dar testimonio de quiénes somos y de dónde venimos. Así celebramos y así nos fusionamos como modelo de convivencia. Sabemos extender el sentir bicolor albivioleta para que el sentido orientador no se nos olvide. Aceptamos las críticas porque sabemos responder con tentativas de aciertos y somos capaces de visualizar el día a día aún sin tenerlo próximo. Las aguas que nos sacian provienen de una cuna que se esfuerza en mantener almidonados los estandartes que nos califican.  Agradecidos hacia aquellos que siguen poniendo en valor lo que para otros merecería olvido, abandono, rechazo. No, no habrá fuerza capaz de tremolinar lo que nació como semilla y como tal crece orgullosa. Las espigas sortearán a las zarzas y mal que les pese rumiarán la derrota. Siglos de historia que se actualizan cada año cada vez que el quinto mes decide ceder el paso. Una vez más, el momento de alzar la voz ha llegado. Hacerse oír es de ley y a ello estamos destinados. Que nadie piense en saciar con migajas a quienes acostumbrados estamos a las orzas que merecemos. Somos lo que somos y en aras a ello vigilantes seguimos. Tierra de horizontes abiertos que los perfiles montañosos se encargaron de cincelar para dar fe de un modo de sentir y de un modo de ser. Celebrémoslo, un años más.     

miércoles, 30 de mayo de 2018


L@s bienquedas


Como invento, la palabra tiene su aquel. Pasa de ser un adjetivo a ser  un sustantivo y en el singular sentido de su definición podría decirse que es el modo de definir a alguien que no se “moja”. Alguien que ante la tesitura de entablar una discusión admite la derrota de sus planteamientos neonatos para no molestar al de enfrente. Un o una bienqueda jamás dará pie a la ira del contrincante por muy disparatados que sean sus postulados. Será el servil aquiescente de todo superior y quién sabe si también de su par social o laboral. Nada perturbará la esencia de est@ que tiene a bien reconocer que su lema es el “estoy de acuerdo” sea cual sea el origen de la disputa. Supongo que más de uno ya empieza a ponerle perfil a alguien próximo con el que la vida le ha hecho cruzarse. Pasan de ser símbolos de quietud y serenidad a ninguneados por los volátiles vientos que los orean. Antípodas de los que niegan por principio, sufrirán al ver cómo los debates se avinagran y las olas de las opiniones amenazan con naufragios. Votarán después de mirar a su alrededor mal disimulando su tardanza tras la cortina de su gris pensamiento. No acumularán enemigos y probablemente obtengan el reconocimiento tácito de la bondad travestida de simpleza. Nadie les reprochará nada. Y con ser esto lamentable más lo será el hecho de nada ser más allá que el eco de ajenos razonamientos. Se harán amig@s de quienes no pueden serlo por edad para demostrar con ello la actualización de sus postulados. Darán su brazo a torcer si con ello reciben la  palmada en la espalda que les reconfortará  tanto que les parecerá inmerecida. Vasos comunicantes vacíos a los que podrán acudir los vientos que no sepan donde anidarse. Puede que de las volutas de los mismos surjan los sonidos inconexos y finjan ser notas de flauta del burro ignorante. No pasará nada, nunca pasará nada. Su mirada caminará debajo del horizonte que marquen otros párpados y la renuncia irá tatuada en letras minúsculas. Serán felices, sin duda; pero lo serán a costa de ser sumisos y en algún momento, cuando en la soledad de sus pensamientos sean capaces de mirarse al espejo, se sentirán despreciables. Rindieron sus armas antes de comenzar cualquier torneo y con ello trazaron un modo de vida que por más que se engañen, no les satisface. Sé que cuando alguien lea esto y se reconozca, probablemente me dé la razón. Lo de menos será si está de acuerdo  o no, una vez más.      

martes, 29 de mayo de 2018


Resonancia



Una vez, solamente, una vez estuve a punto de someterme a ella. Todo transcurrió a la velocidad en la que la reflexión sobre la necesidad o no de llevarla a cabo  no es bienvenida y casi traspasando el aro fronterizo se me hizo de noche en el doble sentido de la expresión. Algo superior a mí me indicó que pasaría a ser el cadáver viviente sometido a todo tipo de artimañas dese el puesto de mando. Mi mano aferraba como si de ello dependiera la vida al mando chivato que me fue adherido y del cual dependía mi paso adelante o mi vuelta atrás. A mi popa, un escaso pijama, escasamente tapaba mi columna y el frío mortal se adosó a las vértebras. La rigidez viajaba pareja con el halo de aliento que rebotaba a escasos centímetros como si de una prueba de vida se tratase. Estaba vivo, supuse. Y en ese instante en el que el desplazamiento semejaba el de un féretro hacia el horno crematorio, la sudoración  vino a sacarme de mis casillas. Pulsé cientos de veces el botón como  si de un poseso abducido por los videojuegos Atari se tratase y al instante llegó la patrulla de rescate. No, no era posible superar la claustrofobia que aquel armazón propiciaba. Llegué a sentirme Woody Allen en “El dormilón” y ante la no seguridad de ser resucitado años después pequé de incrédulo. Como un avatar sin rabo azul, como el hombre bala del peor de los circos, como un embutido temeroso, me sentí. Una vez medio vestido pedí ciertos recortes en cilindro y alguien comentó que todavía estaban en fase de experimentación. Una pena. Todo mi valor puesto en duda por culpa del recuerdo aquel con el que nos amenizaron durante las sobremesas nocturnas de los fríos inviernos al calor de la estufa y olor de las castañas. Alguien dijo que alguien abrió el féretro de alguien y se encontró el cadáver del último alguien boca abajo. El terciopelo raído en un acto desesperado de apertura dejaba la rúbrica de la precipitación en el sepelio. Lo malo de todo esto es que no suelo llevar las uñas largas y el tubo de marras no está forrado de semejante tela. Así que, mientras no sea imprescindible, nada de resonancias. Y si llegase lo irremediable, por dios, que alguien tenga a bien colocar un cristal que me permita ver lo que hay al otro lado. Todos los que han vuelto aseguran que es una luz cegadora que transmite paz. Con un poco de suerte, el cambio de turno no se habrá producido y alguien atestiguará que sigo vivo.

lunes, 28 de mayo de 2018


Ser portero



A modo de resaca doble aparece desde la orilla más dolorosa. Sí, él, Loris Karius, el rubio guardameta del Liverpool, no tuvo su noche. Lo sabe él y lo saben los millones de espectadores que vieron cómo la suerte le era esquiva en un momento en el que la suerte se ansía como guardaespaldas protectora. Una mala noche, un abandono cruel, un momento inolvidable para este que sabía que su papel era el de último protector de su equipo. Esa pesadilla le perseguirá durante mucho tiempo y puede que alguna vez se replantee si no debió decantarse por cualquier otro puesto en el once de cualquier equipo. Entre los otros diez, mal que mal, los fallos se diluyen y con ello la penitencia. De hecho, el mismo contrincante que a escasos minutos del éxito reclamaba como malcriado la atención de los medios, estuvo a punto de privar a su Manchester de una copa de Europa cuando falló un penalti. Todo se le perdonó y parece que él fue el causante de aquel éxito comunitario. Pocos recuerdan cómo Cardeñosa pifió un gol cantado ante Brasil y nadie olvida cómo Arconada dejó resbalar el balón por sus costillas en aquella final ante Francia. Injusto, muy injusto, el trato que reciben los porteros. En algún caso, si tiran de la fantasía, se les tilda de locos como bien puede reafirmar Higuita con su parada de escorpión. Se les exige pulcritud y se les impide el más mínimo fallo o serán crucificados a perpetuidad. Quizá debería exigirse una rotación bajo los palos para comprobar hasta qué punto las fanfarronadas de los demás se convierten en vergüenzas personales cuando se encuentran en ese puesto. Gozan de los triunfos como medio escondidos en una camiseta distinta y sufren las condenas sin que nadie les venga a paliar el sufrimiento. Saben que en nada de tiempo tendrán que emigrar y con ellos llevarán el estigma. Dará lo mismo que haya contribuido en precedentes épocas a glorias de un escudo si el fallo puntual se vuelve irrevocable. Sería cuestión de valorar quien de los que les critica tuvo la osadía de pedir ser portero cuando jugaba con los amigos hace años. Casi siempre se le reservaba ese puesto al menos discorde y así lo asumía. En este caso, y solamente en este caso, se le perdonaba el fallo al haber sido impuesto en aquella frontera por quienes no tenían el valor de tomar para sí esa misma decisión.  

viernes, 25 de mayo de 2018


La decimotercera ya está embalada



Normalmente el fútbol no se rige por la lógica y ahí radica gran parte de su atractivo. Todo aficionado sueña con el triunfo de su equipo, con la remontada épica, con la jugada maestra. Su sueño se convertirá en realidad en cuestión de noventa minutos y con un poco de suerte se prolongará en el tiempo. La felicidad habrá llamado a la puerta y se le permitirá el franqueo para hacerla suya una vez más o por primera vez. Poco importarán los fracasos precedentes. Ha llegado el momento de disfrutar de la gloria por más que la gloria sea efímera. Mañana volveremos a comprobar a kilómetros de distancia un nuevo logro del equipo blanco. No, no me mueve la pasión incontrolada. No me mueve la devoción hacia un color blanco inmaculado. Sencillamente, la lógica se encarga de chivarme el pronóstico. Y no es que me seduzca el apostar a la espera de ganarme unos euros, no. Se trata de analizar desde la casi imposible imparcialidad lo más que previsible. Veamos. Un equipo se ha forjado a base de millones y ha sido nombrado timonel del mismo una leyenda que sabe lo que significa manejar egos sin exigirles demasiado. Nadie puede discutir su autoridad y mucho menos cuando la impone sin exabruptos. El otro, más allá de la leyenda que implique su legado setentero u ochentero, está formado por jugadores de un nivel inferior. Sí, vale, de acuerdo, son goleadores en su propia liga, y ya está. Ni la han ganado ni han apabullado a ningún rival. Tienen a un jugador egipcio de buenas maneras que incluso un casi campeón como la Roma se quitó de encima. De su entrenador, nada que objetar. Un tipo simpático para ser alemán y conocedor de los que significa no tener presión de victoria. Con todos estos argumentos, qué más se puede decir que mueva a la reflexión. Nada, todo está vendido y embalado. Habrá que empezar a engalanar de nuevo los puntos de celebración para que al regreso el rito se repita. Habrán pasado raudos los ríos de tinta y las toneladas de papel servirán de alivio a las decepciones del día a día. Han ganado de nuevo y con ellos hemos conseguido reivindicarnos en nuestras propias creencias. La batalla ha concluido y el descanso se nos hará eterno hasta que el balón vuelva a rodar. En el interludio, el rojo monoestrellado , ejercerá de ujier ante los que mañana saquen pecho victoriosos o finjan resquemor por haber sido testigos, una vez más, y serán trece, de cómo el Madrid vuelve a conquistar el máximo galardón europeo. No, no es una fanfarronada; es, sencillamente, cuestión de lógica y experiencia extraída de otras tantas derrotas que apenas se quieren recordar por dolorosas.

jueves, 24 de mayo de 2018

Casos aislados
Así se suelen denominar a aquellos cuya excepcionalidad no les otorga el título de comparsa. Es como si detrás de semejante rótulo se adivinase la penuria de quien lo firma. Pareciera que nadie le hace caso y está condenado a la ignorancia. Triste, muy triste, sin duda. Hasta que empieza a volver la vista y comprueba que a su alrededor brotan como setas otoñales otros cientos, otros miles de casos aislados y entonces se acomoda en el sillón y recupera el sosiego. Empieza a darse cuenta de que es un grano más del silo repleto de semillas infectas y se consuela. Sabe que aquel de su derecha trincó tanto o más y que aquel otro situado a su izquierda sigue por su misma senda. Pasaron los tiempos de vinos y rosas y la balanza justiciera se muestra pesada, lenta, quizá comprensiva. Volverá a no pasar nada y con una mínima penitencia solventará su caso. Un caso, unos casos, similares al suyo pasaron por el mismo puente colgante y tras superar su vértigo alcanzaron la orilla. Serenos, convencidos, protegidos, a salvo. Y así, a nada que nos demos por enterados, seremos nosotros los auténticos casos aislados. Crecimos entre las hojas de un catecismo que se han vuelto amarillas por el desuso y desprecio. Plantearon y plantaron en nosotros unos códigos éticos que solamente nos han servido para disfrazarnos de payasos de los que otros se ríen. No pasa nada, seguirá sin pasar nada. Este circo empieza a echar de menos a aquellos trapecistas que se jugaban la vida sin redes protectoras. Aquellos que nos mostraban en sus balanceos los balances posibles de nuestras propias actuaciones. Pasaron también a ser casos aislados. Tan aislados que apenas se les recuerda y las generaciones siguientes, lo que es peor, no saben de su existencia. El cloroformo de la sobreabundancia delictiva está consiguiendo lo que quizá ni soñaron obtener. El hartazgo comienza a rotularse sobre la pancarta. Una pancarta negra que por más intentos que hagamos nunca permitirá la lectura correcta que dicte el hastío. Sigamos a la espera. Un nuevo caso aislado está a punto de aparecer.

miércoles, 23 de mayo de 2018


El camposanto amarillo


Como si de una metáfora se tratase el color amarillo, que nació para reivindicar futuro y por lo tanto vida, acaba de extender su tinte a las cruces. Pasó por la lazada que buscaba solapas sobre las que mostrar ideales y adornó fachadas a mayor gloria de adeptos. Muy bien. Todo, en aras a la libertad de expresión, debe tener oídos prestos y párpados abiertos. De la discusión saldrá el corolario a nada que las partes contendientes aflojen postulados y se atiendan razones que parecen antagónicas. Al menos eso parecía hasta que a alguien se le ha ocurrido la genial idea de sembrar las plácidas arenas de cruces amarillas. No han valorado el rechazo que obtendrán a semejante ocurrencia. No se han dado cuenta de que convertir un espacio lúdico en un camposanto amarillo solamente redundará en la no comprensión por parte de aquellos que todavía les otorgan un margen de duda razonable. Traspasaron los límites del raciocinio y con ello apuntalan argumentos opuestos en base a una butade fuera de cordura. La sensibilidad que intentaban solidarizar se ha mutado en rechazo cuando el recuerdo de las arenas de cualquier desembarco bélico aparece en las memorias. ¿Qué será lo siguiente, un pebetero perenne con llama amarilla?; ¿Un mástil amarillo sustentando una señera a media asta?; ¿Un cambio en los pasos de cebra del blanco al amarillo para reivindicar lo que consideran de ley?; ¿Una nueva tinción para los metales menos valiosos que les dé patente de piedra filosofal?. No descarto la posibilidad de estar cometiendo un error, pero la lógica me susurra que camino en lo cierto. Competir con las sombrillas sobre el espacio arenero conduce como mínimo a la chanza. Se ha de procurar compartir sarcasmos pero es inaceptable quedar como imbéciles.  Si la forma se extravasa el fondo pierde fuerza y es muy sencillo y tentador manejar sensibilidades en contra. A partir de ahora y gracias a las ocurrencias disparatadas, cuando el mar apunte a prudencia en el nado, habrá que mirar fijamente el color de la bandera que luzca como aviso. Igual alguien la interpreta como un acto de reivindicación independentista y dejándose llevar acaba teniendo un susto irreparable. Jamás fueron de gusto las resacas y en esta ocasión tampoco lo serán por muy ideológicas que se presenten. De las otras resacas, las provenientes del hartazgo, otros saldrán indemnes y se reirán a sus anchas como casi siempre sucede. Llévenselas, a no tardar, llévense las cruces y hagan con ellas una valla allá donde se precise. Pero por lo que más quieran, dejen de dar una imagen de lo que no son ni saben ejercer.

martes, 22 de mayo de 2018


Las bodas reales


Abrí el cajón de aquel armario y bajo las camisetas por estrenar estaba. Era un ejemplar de Actualidad Española en cuya portada aparecían un tal Balduino y una tal Fabiola. Se habían casado y su residencia estaría ubicada allá donde el Duque de Alba campó a sus anchas y acaparó condecoraciones. Esa fue la primera vez que sentí de cerca lo que significa boato y creo que desde aquellos inocentes seis años no he logrado salir de mi asombro. La boda, la increíble boda, la boda suprema, la boda de todas las bodas, que siempre suele preceder a la siguiente que la sangre real tenga a bien celebrar. Y visto el nivel de las mismas, un punto de ironía pide paso y empieza a cuestionarse cosas aun a riesgo de no encontrar respuestas. Pareciera que los cuentos de hadas deben hacerse presentes entre los comunes y vulgares súbditos para que nosotros que lo somos sintamos el agradecimiento imprescindible hacia quienes nos hacen partícipes de tan magno acto. Boda de inmensa cola y no menos inmensa tiara sobre la que depositar las pupilas y el asombro en busca de la sonrisa complaciente. Poco importará si el tiempo va desmontando el suflé y los anillos se oxidan. Poco importará si los defectos que se les suponía ajenos acaban apareciendo. De nada servirá buscar reglas a cumplir cuando quienes las sellaron hace siglos las manejan a su antojo. Nueva puesta en escena para que otras coronas sepan a qué atenerse si quieren marcar diferencias. Se mezclarán con los comunes cada vez que de ellos esperen pleitesía y a cambio les otorgarán el remite de una sonrisa. Callarán desvergüenzas para no dar motivos a la censura que les pudiese llegar desde abajo y permitirán que los chambelanes se encarguen de apaciguar las disensiones. Harán ver que son como lo que no son para que parezcan gemelos univitelinos de un mismo óvulo en el que no creen. Y todo seguirá su curso para mayor gloria de generaciones siguientes. Mientras tanto, la aquiescencia, la genuflexa postura y la sonrisa impostada serán puestas en escena de nuevo. Dará igual si el escudo de armas ofrece credenciales o no. Dará lo mismo que los anales dinásticos finjan tener lo que no poseen. El tema en cuestión radicará en vestir nuevamente al trono con el ilustrado despotismo para buscar perpetuidades. Y desde abajo, desde el escalón intermedio, aquellas levitas que deberían poner remedio, aplaudirán complacidas y agradecerán al destino el puesto que les ha reservado en el escalafón merecido. Creo que aquella portada, sin saberlo, abrió mis ojos y no he conseguido todavía cerrarlos, afortunadamente.  

lunes, 21 de mayo de 2018


Adiós, Arturo



Una vez más, La Cubana, en acción. Y nunca mejor dicho cuando te ves inmerso en un preámbulo enloquecido que más parecería una fiesta a la que te has invitado. Una especie de guateque desmadrado ante las exequias del difunto Arturo. Un hombre con amplia experiencia en todos los aspectos de su vida al que rendir homenaje festivo desde los cinco continentes y los innumerables contenidos que vistieron su existencia. Saltas de una presencia a otra como si de una marioneta caprichosa fueras sujetada por los hilos de una dirección escénica brutal. De modo que entre risas y sorpresas, allá que te das un respiro, compruebas que has cubierto una primera hora en un plis plas. Por un momento crees que ha concluido y te sorprende que así sea. No, no lo es. Y en la continuación, el segundo acto se enrevesa de tal modo que crees estar en otro argumento. Aquí, la quietud que te negaron en los comienzos te es legada de sopetón. Miras a tu alrededor por si la apreciación es demasiado personal y compruebas que no. Más de uno cambiando de postura sobre el asiento corrobora tu apreciación. Es como si dos autores antagónicos hubiesen diseñado la obra y hubieran sorteado el turno de aparición. Cierto desánimo acude a ti y es inevitable el recuerdo de aquellas campanadas de boda de hace tres años. Sí, vale, puede que te haya pillado en mal momento; puede que no estés en la mejor disposición; puede que el viernes vespertino se haya vuelto demasiado exigente. Y en eso estás cuando de nuevo, como si de una nueva erupción se tratase, el ritmo regresa y con él la coherencia del texto escenificado. Paradójicamente el adiós se convierte en bienvenida y vuelves a disfrutar de la grandeza de la comedia. Todo vuelve a tener sentido en el sinsentido propio del disparate. Sonríes de nuevo, aplaudes y tientas la posibilidad de recomendar una revisión del libreto. Quizá algunas páginas sobren y con ellas fuera la obra resulte redonda. Sea como sea, tú, callado espectador, no dejas de ser un mero crítico que has vuelto a apostar por la compañía que siempre tiene a gala hacerte disfrutar. Un lapsus lo tiene cualquiera y tampoco se van al garete los méritos de los comediantes por tu simple opinión. Así que, lo mejor será vestirse de colorido luto y pasarse por el tanatorio festivalero donde un centenario Arturo espera nuestro último adiós. Quién sabe si nos han hecho herederos de su fortuna y el notario nos urge la firma de aceptación.       

jueves, 17 de mayo de 2018


A modo de ejemplo



Esa es la cuestión, el ejemplo. Aquel que una vez le espetó un hijo a su padre cuando este le reprochó el modo en el que llegó a casa y su propio vástago le echó en cara al progenitor el que él mismo llevó días antes. Ejemplo, simple ejemplo. Como aquel que desde el púlpito quiso lanzar el sacerdote invocando a la caridad de los feligreses mientras él ignoraba su propio predicamento. Ejemplo, simple ejemplo. Como el de aquel fumador empedernido que bramaba cada vez que alguna de sus hermanas prendían un cigarrillo. Ejemplos, simples ejemplos. El mejor método para que algo se asuma o se ignore. Y mira por donde, de nuevo, el ejemplo a escena. Sí, de mano de aquel que asumió el liderazgo de un modo de actuar y de un modo de repudiar lo establecido desde una sociedad de clases. Enarbolaron la pancarta de la justicia y tomaron del morado el tono del sacrificio para ahora, poco tiempo después, destilar el pendón del desencanto, del engaño, del doble discurso. Una pena y una guillotina hacia la esperanza. Cuestión de formas y cuestión de fondos. Resulta tan tentadora la tentación burguesa que tus cimientos se arcillan si solamente han sido voceríos convencedores hacia los desesperanzados. Acaban de dar una carpeta rebosante de argumentos a todos aquellos a los que criticaron y de los que intentaron roer votantes. Y ahora qué queda que no sea desilusión. Ahora regresan las imágenes de aquellos líderes que consiguieron defraudar a sus acólitos en base a no seguir sus postulados de justicia y equidad. Ser y parecer son verbos copulativos que necesitan de atributos para conformar una oración. El problema, el auténtico problema, el imperdonable problema, es que el atributo en cuestión se lo queda el sujeto y el análisis sintáctico resulta fallido. Que cada cual viva donde le dé la gana y donde el crédito bancario le permita. Pero que nadie tenga la desvergüenza de encabezar la marcha de la equidad y de la justicia cuando es capaz de mostrar un ejemplo absolutamente inaceptable. El sonrojo será camuflado por un pañuelo morado, pero seguirá siendo sonrojo para aquellos que depositaron esperanzas en quienes hoy las han destrozado desde su pedestal burgués. No quiero ni imaginar el ejemplo que supondrían unas imágenes de desahucio por impago de una hipoteca de seiscientos mil euros. Lo que no logro quitar de mis tímpanos es el eco de aquellos que en silencio gritan “todos los políticos son iguales” mientras crecen en ellos la semilla de la decepción.

martes, 8 de mayo de 2018


La cartelera

Sí, efectivamente, la cartelera, la infatigable cartelera, viene a ocupar su puesto en este recopilatorio de lecturas y el hueco se le hace. No dejaba de ser un apéndice escrito de las opiniones de aquellos críticos cinéfilos o teatrales que te anticipaban el acierto o no de la asistencia a tal o cual espectáculo. Publicación de culto sin la cual era impensable adjudicarte el más mínimo galardón como entendido. Su publicación semanal venía acompañada por la aparición en las pantallas de aquellos estrenos más o menos apetecibles. Era el preludio a la asistencia de la modernidad que nos atribuía y el incesante ojeo de las páginas te sumía en la incertidumbre. Lo normal era que algún entendido que no entendía en absoluto se erigiese como magno sabedor de las virtudes de tal o cual film y las borreguiles aquiescencias le siguieran en su apreciación. Si la escala de puntuaciones fluía entre el cero rotundo y el cinco exquisito nada resultaba más urgente que dirigir tu mirada a la puntuación obtenida para hacerte una idea. Los comentarios añadidos no dejaban indiferentes a nadie y con el tiempo empezabas a entender que seguías sin entender. El espectáculo no te añadiría como sabedor por más colecciones de carteleras que acumulases al tiempo que menguaban tus estantes. El bodrio subtitulado, de origen balcánico, en blanco y negro y en ocho milímetros no estaba pensado para que tú, pobre infeliz, supieses apreciarlo como la joya que era. De modo que a la salida del tormento, cariacontecido, huías la mirada de aquel que aplaudía con los párpados semejante engendro. Habías invertido tiempo en las colas, dinero en las entradas, esperanzas en la clemencia del crítico y nada. Otra decepción. Con un poco de suerte, al tintineo de las cañas se te pasaba el disgusto. Puede que en uno de los múltiples viajes al baño alguien como tú te preguntase casi en secreto y comprobases que no eras el único. Allá, en la esquina de la tasca, tapando el poster que anunciaba absentas, él, seguía ufanamente defendiendo sus criterios. Una vez concluida la tarde, abrazabas los adioses y en el último quiosco abierto adquirías otro ejemplar de cartelera. Más cercano, más común, menos exquisito, más ecuánime. Esa noche comparabas calificaciones entre ambas y la disparidad se hacía más evidente. En el fondo, un regusto a certeza te invitaba a dormir. Habías acertado en tus apreciaciones y solo fue necesario abrir otra portada para comprobarlo fehacientemente. Puede que en otro rincón de la ciudad alguien empezase a cuestionarse seriamente si había entendido algo o lo suyo era simplemente postureo intelectual. Quizá a las primeras caladas de la pipa comprobase sobre las volutas de la habitación el rótulo que lo calificaba de imbécil.    

lunes, 7 de mayo de 2018


1. Raj



Suena a ese la jota final cuando ella pronuncia su nombre, y no seré yo quien se lo discuta. Ella, que llegó hace tiempo desde la “Joya de la corona”, hace y deshace a su antojo como si de una maharaní se tratase mientras acomoda su coleta según como dicte el día o promueva su estado de ánimo. Fluye desde detrás del aluminio entre los cristales y porcelanas que esperan turno al tiempo que los efluvios del sándalo se esparcen a modo de santuario sij. El azabache la puebla y de su mirada se desprende la sabiduría del silencio acostumbrada como está a la obediencia patriarcal. Manda sin imponerse y es consciente de todo aquello que la rodea. Basta un simple vistazo para evaluar lo imprescindible. Mientras, como si de un remanso gángico se tratase, el sari ondeará a su antojo. El cilindro permanecerá inmóvil a la espera de la caída de la tarde en el rincón del paraíso. Y mientras, los aros multicolores florearán tras la urna esquivando los rayos del sol.  Las ondas cibernéticas venidas de oriente darán paso a los ritmos que hablarán de ceremonias y el tintineo de las cucharillas hará que se sueñen crótalos. Las cúrcumas calladas compartirán silencios con los jengibres que desde la explanada se verán rotos por el bullicio vespertino. Hierática en sus postulados, guardará como tesoro tajmajálico el brillo de la piel que se le adivina. Echa en falta la cercanía de los meridianos y como si de un libro de la selva se tratase los argumentos de sus silencios resuenan sobre los goznes de las persianas. Perdió la costumbre y sumó el hábito. Sigue aprendiendo de cada gesto el valor de la ironía y puede que se haya acostumbrado a no soñar con un billete de vuelta. Supo asumir el papel de oasis que aquellos cercanos buscaron en mitad de su enésima travesía y en ello sigue. Quién sabe si alguna de sus reencarnaciones no la han hecho destinataria de lo que su karma mereció. Si esta tarde me acuerdo, se lo preguntaré. Está tan acostumbrada a mis indiscreciones que no creo que se moleste por una nueva irónica duda. Si la oigo musitar algún mantra mientras sonríe, le pediré que me lo traduzca. Nunca se sabe de qué será capaz. A la par un kebab completo emprenderá su viaje definitivo envuelto en aluminio y un nuevo plato de frutos secos será sembrado delante del taburete a la espera del monzón de una sonrisa bollywoodiense. Sobrevivir o no siempre  es cuestión de suerte.  

jueves, 3 de mayo de 2018


Los cruceros


Se han puesto tan de moda que empiezo a plantearme la posibilidad de apuntarme a uno de ellos. Debe ser maravilloso ascender por la escalera y seguir las instrucciones que te encaminen a tu camarote. No dejo de pensarlo cada vez que desde la dársena respectiva contemplo semejantes moles atracadas en las que imagino los rostros de felicidad de los navegantes. Qué lujo, qué sensación tan magnífica debe ser el hecho de sentirte a bordo. Debe ser lo más parecido a soñarte como un redivivo Niarchos en semejante trasatlántico compartido con otros que se sueñan Onassis. Magnífico, sin duda. De seguro que el balanceo de la nave ni se aprecia  y de ti ha huido cualquier amenaza de mareo. Ulises en busca de nuevos horizontes sobre los que asaetear con los megapíxeles todas las tonalidades que las aguas ofrezcan. Cantos de sirenas que no darán tregua al aburrimiento para que el buen sabor de boca perdure lo que perdure la travesía. Y si se trata de poner pie a tierra, lo ideal será tomar posesión de las joyas que la costa ofrezca para dejar constancia de haber estado. Poco importará si la escasez de tiempo intenta imponerse si de lo que se trata es de completar el álbum. Con un poco de suerte los tonos de Titánic volverán a resonar sobre nuestros tímpanos y la tentación de convertirnos en mascarones de proa será difícil de contener. Puede que el timonel desobedezca las órdenes del almirante y no se arriesgue a una aproximación excesiva a los cayos submarinos y con ello desaparezca el riesgo de naufragio. Quizá el rostro de Shakira logremos adivinarlo a través de algún ojo de buey y con ello nos demos la enhorabuena por haber conseguido lo inimaginable. Las maletas agradecerán la quietud al no verse sometidas al trasiego hotelero y con un poco de suerte las vistas del horizonte serán magníficas. Una ida y regreso al mar siempre es una gran idea para quienes tan acostumbrados estanos al negro del asfalto. Igual se echa en falta un remake de aquel episodio del Achille Lauro con un final menos trágico que el ocurrido hace décadas. Sea como sea, la idea me sigue rondando por la cabeza y ya veremos si me decido a llevarla a cabo. Una vez que me decida, si es que me decido, el tema será elegir las aguas adecuadas. El Mediterráneo está demasiado transitado. El Caribe se acompaña del rostro barbudo y pulposo de la saga pirata que tanto me repele. El Mar del Norte demasiado frío. Lo dicho, la duda me atenaza. Si no la resuelvo pronto puede que acabe surcando las aguas de cualquier parque temático acuático veraniego y termine por creer que tampoco estaba tan mal sentirse argonauta con aspecto increíble de guiri mareado.