jueves, 30 de junio de 2016


1.     Viajar acompañado

Se ha opuesto de moda y me da que esta vez no será una moda pasajera. Me estoy refiriendo al hecho de compartir viaje con  personas desconocidas que gracias a las redes sociales se hacen próximas y se sientan a tu lado. Atrás quedaron los años de autoestop en los que cualquier apariencia más o menos lastimera ayudaba a ser transportado por el conductor de turno que se apiadaba de la soledad en aquellas cunetas. Solía triunfar el uviforme de militar en periodo de milicia y en alguna otra ocasión el de estudiante con pocos recursos. A cambio del traslado no se permitía el silencio durante el trayecto y salían a la luz del salpicadero todos los datos personales del transportado. Si se hacía una parada, el café de rigor, o el carajillo, o el sol y sombra, también corría por cuenta del San Cristóbal que se había dignado a llevarte y aquello pasaba a convertirse en una experiencia más. Pero los tiempos fueron cambiando de forma dylaniana y hete aquí que ahora vuelven a cambiar con las debidas actualizaciones. De modo que, según me han comentado, caso de tener un vehículo en buenas condiciones, un perfil con todos tus pormenores y un escaso miedo a los desconocidos, puedes, de la noche a la mañana, convertirte  en uno más. Así que aquí me hallo con la duda shakesperiana de qué hacer. O convertirme en un taxi driver con arrojo en mis horas libres con deseos de viajar o en seguir siendo un automovilista consciente y algo perezoso a innovaciones. Reconozco que soltar hebra de cháchara en mitad  de las autovías igual no me resulta apetecible. Someter a un tercer grado a los incautos que traspasen las puertas del vehículo, como que me sabe mal. Atiborrar el maletero con mochilas y maletas como si fuera un low cost terrestre, no sé, no sé. Pero lo que más me hace dudar es el hecho de someter a mis posibles contertulios del asfalto a la música anclada en mis gustos que sin duda no serán los suyos. Me lo pensaré, en cualquier caso. Prometo no tapizar de leopardo los asientos y como mucho dejar a Haitiare, mi sugestiva hawaiana del salpicadero, seguir bailando a ritmo de rayos de luz. Nada, decidido, voy a alistarme, quiero decir, voy a crearme un perfil. Ahora sólo me resta diseñar una ruta y que sea lo que los octanos quieran. Por cierto, el ambientador huele a pino; más que nada para seguir oliendo al monte que tanto echo de menos.

 

Jesús(defrijan)   

lunes, 27 de junio de 2016


1.       Las reglas del juego

Son aquellas que se establecen antes de empezar a competir para evitar decisiones caprichosas a mitad de la partida. Ellas, las reglas, se encargarán en mayor o menor medida de poner un punto de equilibrio justo al desarrollo del juego y darán por válido el resultado final. De modo que mal que nos pese si salimos perdedores o por mucho que nos alegremos al salir victoriosos hemos de asumirlas como irremediable balanza de justicias. De poco servirá quejarse de las normas una vez que hemos sido derrotados por mucha indignación que nos vista; de nada servirá quejarse de las estrategias desarrolladas cuando  el resultado es inamovible; de nada servirá culpar a los que no han perdido de acomodaticios aficionados a dejarse manejar aunque parezcan aborregados acólitos de unos colores. El encuentro  ha concluido y todos los análisis a posteriori deberán ir encaminados a cambiar de táctica o de titulares en un próximo enfrentamiento. Y si aquellos que, sin ganar lucen escarapelas de vencedores, aunque sigan festejando su no derrota, que se lo hagan mirar. Nada hay más penoso que asumir como triunfo lo que no lo es y dar por buena la no consecución de objetivos del equipo rival. Entre unos y otros han acabado por hastiar a los espectadores y entre otros y unos nos vemos en la repetición de las peores jugadas que invitan al hastío. Acaba de concluir una eliminatoria y no hay vuelta atrás. Ahora, desde los vestuarios, cuando la ducha haya hecho recapacitar a todos los contendientes, será el momento de plantearse en qué se han equivocado y cuál será la reacción a estudiar. Lo que en ningún caso será admisible es desde ninguno de los banquillos se linotipien titulares en los que la rabia contenida lance dardos hacia los espectadores rivales que decidieron aplaudir y apoyar a otros colores. Si las reglas del juego no son las adecuadas, que se cambien, pero eso sí, antes de comenzar la revancha. Todo lo demás no será nada más que pataletas de malos perdedores o soberbias absurdas de torpes vencedores. Si así no se asume, podría darse el caso de que alguien acabase cuestionando si merece la pena participar de estas disputas y entonces las reglas seguro que no nos gustaban a ninguno.  Patético resulta sentirse ganador desde el miedo y patético resulta verse perdedor desde la rabia y el insulto. Ningunas de las dos opciones merecen que se vistan con sus  colores nuestros deseos. Alguien dijo que la democracia era la dictadura de la mayoría, y sólo recordarlo, provoca inquietud.   

Jesús(defrijan)    

jueves, 23 de junio de 2016


1.       Noche de San Juan

Manda la tradición que en esta noche mágica el fuego purifique todo aquello que resulta oneroso a nuestra existencia. Manda la tradición que el agua se encargue de limpiar todo aquello que nos ha vestido de gris e impide el paso a la luz del arco iris de la dicha. Manda la tradición que el viento debe encargarse de esparcir las cenizas de todo aquello que yace para atomizar entre las nubes las partículas que ya no forman parte de nada. Manda la tradición que la tierra como madre suprema de los cuatro  elementos ha de elegir qué hacer con todos ellos, dónde acomodarlos, dónde enterrarlos, dónde depositarlos como recuerdos de un ayer ya caduco.  Si fueron o dejaron de ser es algo que cada cual llevará consigo y de nada servirá anclarse en el pasado que no volverá  a ser presente. De modo que si la fuerza de los elementos acaba con lo dañino habremos de alegrarnos y si lo hace con aquello que nos provocó dicha, habremos de alegrarnos también. Ambos brazos de  la balanza han formado parte de nuestra vida y como tal dejaron su firma. Y es en esta noche en la que el trayecto del sol empieza a  acortarse cuando deberíamos hacernos una pausa y meditar sobre la conveniencia de seguir una ruta equivocada. Seguro estoy de que una vez que el reflejo de las llamas fueran apagando el brillo de nuestro rostro, acabaríamos entendiendo que hay tantas cosas que nos sobran, como tantas otras que han de venir a ocupar ese hueco que dejan aquellas. Nada es eterno y quererlo hacer eterno es una quimera propia de alquimistas en busca de la piedra filosofal inexistente. Por nuestra vida han ido pasando y seguirán pasando personas, situaciones, vivencias, creencias, alegrías, decepciones, que se han depositado en la consigna de una estación llamada pasado, que está cerrada con llave y la llave se ha extraviado adrede. En el mejor de los casos, como suele suceder, si el recuerdo regresa, puede que esbocemos una sonrisa para minimizar los efectos del adiós. Pero el adiós es un billete sin reverso por mucho que a veces parezca que lleva impreso lo contrario. No existe vuelta atrás  y lo mejor será aceptarlo definitivamente en esta noche de San Juan en la que los cuatro pilares de la existencia se ponen de acuerdo para ayudarte a conseguirlo. Resistirte a ello sólo puede llevarte a una nueva decepción y te tocará esperar un año más para que llegue de nuevo la noche, y eso es demasiado tiempo, ¿no crees? Así me lo he aplicado siempre y puedo asegurar que da resultado.

Jesús(defrijan)

miércoles, 22 de junio de 2016


1.       Reflexionar

Como si fuera necesario hacerlo, dentro de unos días, habrá que reflexionar de nuevo. Cada uno de nosotros retomaremos las imágenes recientes y empezaremos a valorar los pros y contras para entender este maremágnum agotador, al que nos hemos visto abocados. Poco importarán los últimos esfuerzos si los previos no han sido capaces de decantar nuestro derecho a creer y apoyar o a dudar y rechazar. La cuestión decisiva estará en dar paso a un acto de fe y que la fe se encargue de mover montañas por más inamovibles que parezcan. Estoy pensando en seguir los dictados de Isabel y rellenar de puño y letra el reverso electoral con un poema improvisado para ver si entra en el recuento global de los votos. Yo creo que sí debería constar en esa lista absolutamente abierta que nacería de modo espontáneo. Entre decantarse por viejas glorias conocidas, nuevos alevines por conocer y medianías en tierra de nadie, pues oye, un soneto quedaría de lo más sugerente. Eso sí, reclamo mi derecho a que conste en las listas por muy anárquico que resulte, por muy fuera de lugar que crean que está. Puede que los que están fuera de lugar sean aquellos anclados en disputas diputadas bajo las ecuaciones matemáticas que no tienen solución viable. Tras meses y meses agazapados en sus trincheras, volverán a asomarse como conejos silvestres a la espera de eludir al cazador que los quiera quitar de en medio en este coto llamado Parlamento. Y si ven aparecer al hurón abanderado que les haga abandonar sus madrigueras de comodidad, igual se inquietan y no saben qué hacer con su vida futura. Han asentado los cabos de su bote en el muelle de la comodidad y no se arriesgan a salir a mar abierto por miedo a las olas. Mientras tanto, nosotros dedicando más tiempo al entender el porqué  pasamos de la euforia de campeones sin serlo aún, a la inminente depresión de vernos derrotados por un equipo que corría más que los nuestros. O cómo entender  habiendo peloteros de clase contrastada, el penalti  fuese lanzado por un central con dotes a años luz de aquellos. ¡Mira que si era una metáfora de lo que puede pasar el domingo!; ¡mira que si los encargados de llevar sobre sus espaldas el peso de la responsabilidad la delegan en otros! Quedan pocos días para salir de dudas, así que con vuestro permiso, voy a improvisar el soneto que llevará como dorsal la papeleta elegida; espero que ningún miembro de la mesa electoral lo rechace por defecto de forma; nadie ha sido capaz de rechazar las formas que han manifestado durante estos meses y ahí continúan mendigando nuestro apoyo.  Por cierto, ahora habrá que demostrar si merecemos ser campeones o no, y no me refiero al fútbol.



Jesús(defrijan)

lunes, 20 de junio de 2016


1.       Saona

Según tengo entendido, su nombre lo extrae de una cala de Formentera y de ahí se entienden muchas incógnitas que podrían surgir. Por ejemplo, el azul que enmarca su nombre en mitad del asfalto como reclamo de solaz y brisa marina; por ejemplo el tapizado arenoso de sus sillas que invitan a cerrar los ojos e imaginar el vaivén de las olas a la caída de la tarde; por ejemplo el buen rollo que se respira cada vez que consigues acceder a cualquiera de sus ensenadas diseminadas por toda la ciudad. En ella vas a encontrarte con un personal que da la sensación de ser uno más entre los que acudimos a ellos. Lejos de engolamientos propios de quienes miran por encima del hombro, se hacen cercanos y te tienen ganada la partida antes de empezarla. Pareciera que han podado el ficus bajo el que se diseminan sus mesas marineras para que la sombra ocupase el lugar justo sin impedir la visión de la magnificencia que la rodea. Poco importará si de las proximidades llegan proclamas de todo tipo por parte de aquellos que buscan hacerse oír. Allí, camuflada y a la vez dejándose ver, asomará como oasis samaritano a ofrecerte compañía. No hay prisa; ni se necesita, ni se pide, ni se la invita. Es tu tiempo y así lo entienden aquellos que enfundados en el crema de sus perneras no están dispuestos a acelerar el reloj de tu visita. Y quizás debería omitir el carácter de visitante hacia quienes somos partícipes de su hospitalidad porque la cercanía nos bautiza como algo más. De modo que aquellos que somos saonadictos no tenemos necesidad de reivindicar especiales atenciones porque todas ellas son compartidas. Han establecido un nuevo concepto de restauración y van marcando una ruta a todos aquellos que permanecían inmersos en cánones del pasado. Han conseguido que cada vez que el deseo de probar algo distinto aparece, un reclamo de verdad acuda a ti, y regreses. Reconozco que no me mueve la imparcialidad, lo reconozco. De cualquier forma, si alguien está suponiendo que exagero, no tiene más que acudir, si puede a la Plaza de la Virgen, preguntar por Fede y ya me dará la razón. No será necesario que diga que va de mi parte; cada quien que aparezca  se convertirá en  saonadicto desde ese mismo momento y será partícipe de estas mismas sensaciones.

Jesús(defrijan)   

viernes, 17 de junio de 2016


1.       ¡Qué pereza!

Quizá falta algún añadido para que tal expresión sea absolutamente inteligible. Puede que si le agregásemos  un apéndice del estilo  “me da”, “siento”, “me provoca”,…podría completarse para dejar clara respuesta a quienes se empeñan en imposibles. Llega un momento en la vida en el que la marcha acelerada del reloj te anima a dejar de lado todo aquello que ni merece ni precisa explicaciones. Sobre todo cuando las explicaciones van a topar contra un muro de hormigón alzado por aquellos que las piden pero no están dispuestos a asumirlas si difieren de las que ellos mismos han elaborado. De nada servirá tu empeño  de hacer entender a quien  no está dispuesto a salir de la duda. Da igual que se trate de un candidato en busca de votos, de un vendedor en busca de clientes, de un profesor en busca de alumnos aptos, da igual; ninguno de los receptores que no esté inmerso en la recepción de argumentos las aceptará. Lo que no resulta admisible desde ningún punto de vista es el intento de darle la vuelta a la moneda para cambiar de roles y convertirte en lo que no eres. Resulta, sencillamente, penoso. Y entonces te quedan como recursos la insistencia una y otra vez y cuando nada resuelves, lanzas la expresión del principio, ¡qué pereza! Por eso lo mejor es evitar la furia que provocaría una reacción intempestiva y seguir tu camino. De los guiones que la vida diaria diseña  la misma vida se encarga de revelarlos y en la mayoría de los casos suelen ser tragicómicos. Todo es tan sencillo como elegir entre  querer ver o querer imaginar lo que acontece a tu alrededor. De hecho, el cine ya se ha encargado de sacar a la pantalla esos bocetos en los que las vidas ajenas son espiadas, las emociones ajenas son envidiadas, los fracasos ajenos son compadecidos y lo éxitos ajenos tomados como propios.  No obstante conviene recordar que cualquier película que sobrepase el metraje de proyección  resulta un muermo y las contadas excepciones son eso, excepciones. Sea como sea, y aunque no soy amigo de dar consejos a nadie que no me los pida, por lo que a mí respecta, nadie, repito, nadie, insisto, nadie, va a cambiar mi propio guion. Es tan sencillo de entender que con un poco de voluntad se logra a nada que se quiera. Por supuesto, tampoco voy a intentar, bajo ningún concepto cambiar el guion de nadie, y simplemente, si me aburre, cambiaré de canal exclamando por última vez ¡qué pereza!  



Jesús(defrijan)

lunes, 13 de junio de 2016


       Como éramos pocos…

Por si no estaba bastante congestionado el antiguo cauce del Turia, ahora además, se ha convertido en un curso de peregrinación. Pase porque en un intento de clonar a los americanos más chics, los tramos próximos al Palau de la Música, se vistan de fiesta cumpleañera y cuelguen de los pinos globitos como nidos de procesionarias; pase porque en la zona próxima a las Torres de Serranos, aquellos llegados del altiplano andino rememoren  añoranzas a base de vallenatos, cumbias y demás sones sobre las polleras colorás; pase que el recodo del Puente de san José se convierta en un polideportivo en el que el beisbol y el rugby compitan en atención con los patinadores proclives a los esguinces; pase porque todo esto suceda y le dé colorido al paso de corredores y ciclistas. Pero lo que ya me parece excesivo es que usando la senda de las aguas ocultas, un cúmulo de banderas de casi todas las tendencias se fundan entre sí bajo la advocación mariana y lo vítores del chamán de turno. Así lo comprobé el sábado por la tarde cuando intentaba quitarme de encima la modorra siestera y aún no he salido de mi asombro. Paré los pedales y no pude menos que aproximarme  a ver de qué iba aquello. Ya el ver proclamas que invitaban al rezo grafiadas sobre las banderas me causó cierta sorpresa. De modo que pedí permiso para fotografiarlas y en ese momento, un encargado de la seguridad, no sé si mía o la de ellos, comenzó a explicarme los motivos de aquella marcha. Porque efectivamente era una marcha que comenzó  seis kilómetros más abajo y remontaba hacia el Parque de Cabecera. En lugar de escuchar consignas patriotas, o nacionalistas, o de cualquier otro signo, la invocación iba dirigida a la Divinidad rogándole sensatez para aquellos que intentan desmoronar lo ya construido. Allí era  impensable colocar una etiqueta identificativa para todos ellos así que oí sin escuchar al buen hombre que intentaba ganarme para su causa y aduciendo necesidades físicas de eliminar toxinas intenté alejarme. Vano esfuerzo. En el momento en que empezaba a pedalear una sonrisa de oreja a oreja desde casi dos metros de altura me buscaba como diana. Dijo conocerme de veces anteriores y aquello sí que fue el límite. No sé si fue miedo a lo desconocido o ignorancia ante el estupefaciente que llevaría encima aquel iluminado, pero puedo aseguraos que batí el record personal de pedaleo. Llegué al final y al regresar aquellos había accedido a las inmediaciones del Bioparc.  Imagino que alguna fiera desde el solaz del espacio en el que se ven cautivas les daría la razón y añadirían a sus plegarias una liberación jumanjiana hacia los espacios abiertos. Esta tarde, si vuelvo a pasar, lo comprobaré y ya os cuento.   



Jesús(defrijan)

jueves, 9 de junio de 2016


    Bicicletas para el verano

Resulta que en virtud a la orografía de Valencia la bicicleta se me antoja un medio fenomenal para transitar por ella. Testigo directo es mi dama de hierro que acaba de cumplir veintiún años y apenas ha necesitado retoques; más bien he sido yo el que he precisado dárselos para poder seguir saliendo a pasear con ella. De hecho, en más de una ocasión, cuando el tiempo cronológico lo permite, llegar hasta el litoral con ella es un placer absoluto; dejarse la vista en el horizonte en el que los veleros surcan las olas y los cruceros se pelean por un hueco en la dársena de rigor, no deja de ser un espectáculo siempre sorprendente. En cualquier caso, nada más curioso que comprobar cómo llegado el fin de semana, esta misma opción cicloturista la comparten seres por individual, e incluso por familias completas. Salvo alguna rampa de escasa importancia, ninguna dificultad se asoma  hasta llegar a  las arenas en busca del salitre. Y ahí en donde la sorpresa aparece en mitad de la mañana del fin de semana. Por un lado observas a los agentes de la autoridad a lomos de un quad surcando las dunas como beduinos uniformados en ejercicio pulcro de su profesión. Por otro lado, de nuevo un quad, esta vez pilotado por el encargado de turno de los chiringuitos, el que se mueve como dromedario aprovisionador de castea en caseta. Todo cotidiano, todo normal, todo asumido. Y en las proximidades, sin molestar a nadie, sin contaminar en absoluto, las bicicletas tostándose a la par que sus dueños a la espera del regreso. Y ahí, no, eso sí que no, para nada; siguiendo las normativas que alguien ha tenido a bien discurrir, se apercibe al dueño del biciclo a que abandone las arenas bajo la advertencia de una próxima multa si no la retira a no se sabe dónde. O sea, que por un lado abro vías ecológicas por las que transitar y a la par impido el acceso al parque natural que las arenas ofrecen al vehículo no contaminante que sigue  preguntándose por la irracionalidad de la ordenanza. Tal y como está el patio, sería una quimera pensar en dejarla amarrada a cientos de metros de la toalla sobre la que te tumbas; lo más probable es que ya no estuviese al ir a buscarla. De ahí que resulte incongruente en grado sumo potenciar y coartar a la vez. Parecería razonable que se le prohibiese el paso si la afluencia fuese tan ingente que no hubiese espacio para las personas; pero cuando el espacio es sobrado y a tu lado aparecen tribus cargadas con neveras portátiles arrastradas por carritos bomboneros, o el despliegue de sombrillas parece  anunciar la toma de la Bastilla arenera, resulta chocante que el sentido lógico no se imponga. Igual el paso siguiente también prohíbe el asentamiento de las sombras portátiles y luego claman para que nos protejamos ante los rayos U.V.A.  excesivos. Por si acaso, mi Margaret no tomará el sol conmigo; son demasiados años juntos para verme en la obligación de atarla lejos de mi vista mientras me bronceo y no podría soportar su ausencia.     



Jesús(defrijan)

lunes, 6 de junio de 2016


1.       Sólo faltó el Seat 1430

Como en aquellas películas de los albores de la democracia en las que se sacaban a relucir las virtudes del  “mangui” de turno, sólo faltó ese mítico coche que tantas persecuciones protagonizó. Era como si a ritmo de rumba chicha el pasado quisiera hacerse un hueco, volver a ponernos plataformas, cuellos anchos, varios colgantes sobre la pechera y sacarnos a escena. De modo  que lo que iba a ser una despedida de la semana laboral y una bienvenida  al fin de semana tan habitual desde el Club de los Viernes, acabó desbarrando. La tertulia que jamás planeamos giraba en torno a no sé qué motivo y las proclamas peperas, podemistas, socialistas, y demás se salteaban de un lado al otro de la barra mientras las viandas ejercían de ujieres solícitas ante el ágape festivo. Sin saber de dónde ni cómo, un individuo al que nadie conocía se nos sitúa cerca y convirtiéndose en el máximo exponente de la erudición nos bautiza con una serie de soflamas que nadie entendía y nadie había solicitado. Hacía valer ante todos su valor como currante inmemorial y al ver que nadie se hacía eco de sus méritos, aumentó el volumen de su discurso. Y fue cogiendo fuerza y bravura escudado tras un café del tiempo, o lo que fuera aquello que tomaba.  Un “nota” que ya hubiese querido para sí como extra José Antonio de la Loma  en alguna de las películas en las que el final se prevé en la sala de juicios camino del penal. Aquel  “elemento”, a lo suyo. Insultos alusiones a la familia, y el ecualizador de su garganta a punto de estallar. Por un momento “El Vaquilla” cobró cuerpo y regresamos los argumentos comentados. Evidentemente, buscaba algo más allá de la atención de un auditorio mínimo que lo ignorábamos. Subía y subía el tono y la llamada nacida del miedo tecleó Las cifras del s.o.s.  A los breves minutos aparecieron  y con toda la profesionalidad que ya hubiese querido para sí el teniente Furilo  de “Las calles de San Francisco”, tomaron nota de lo allí acaecido. Así que entre pitos y flautas, la sepia se enfrió, el caldo de las clóchinas se desparramó por el suelo, las anchoas perdieron textura, los tomates de El Perelló se ablandaron y el remake de “Perros callejeros”  se grabó en directo.  Justo en ese momento, alguien propuso dar por concluida la tarde y otros propusimos confeccionar una lista de películas que hiciesen mención al guion presenciado. Mientras, debatíamos en una terraza la banda sonora y todos dimos por buena la edición de un doble cd. A escasos metros  pudimos comprobar a través de las rejas que se apuntaron al atrezo  el paso de un Seat 1430, motor 1600, que petardeaba a gusto en el silencio de la noche. Desde dentro se escuchaba  “Libre, libre quiero ser, quiero ser, quiero ser libre” y todo hicimos los coros.   

Jesús(defrijan)

domingo, 5 de junio de 2016


  1. Valencia



Desde aquella primera vez que la vi, supe que algo en ella me retendría para siempre. Puede que fuese la luz de sus amaneceres, el aroma de las brisas que llegan del Cabanyal, la anarquía del diseño de algunos trazados callejeros,  o algo que todavía sigo sin descubrir después de tantos años;  no hay duda de que soy gustoso cautivo de su alma. La vertebración que el Turia origina a modo de verde pasillo tanto tiempo reclamado consigue unir a ambas riberas como si una mano anónima pintase sobre un lienzo inmaculado pasados y futuros. Saltos que curvan al Carmen ocultando a Velluters dan paso a la Ciutat Vella que habla de su mirada mediterránea cuatribarrada como vela mayor de un barco dispuesto a navegar confiado a su suerte. El incienso de los naranjos azaharados anticipan primaveras nada más despuntar Marzo y los truenos polvóreos invitan a la fiesta. Todas las aceras se pueblan de pasos venidos como interrogantes que acabarán siendo unos más. Las torres custodias de puertas abiertas impedirán que la luna ejerza de carcelera al que tarda en buscar refugio. Las callejas dedicadas a los prohombres lucirán estandarte de cerámica en el que dejar patente su origen morisco. Y las campanas tañerán como sólo saben tañer la alegría ante el desespero de quien sigue sin ver el lado optimista de sus gentes. Y los jardines dedicarán azaleas y parterres a los enamorados que volverán a declararse perpetuidad mientras una dulzaina se oye de lejos. Poco  importará que Octubre vengativo decida llorar desesperado desde el cielo. Volverá a resurgir como ave fénix a la espera de un nuevo brotar de las espigas del marjal.  Los museos seguirán esperando ansiosas visitas en las que destilar sapiencia y arte a partes iguales. De nada servirá el intento de buscar la soledad en esta ciudad en la que la Soledad ni se conoce ni se admite. Más allá del horizonte que la línea del crepúsculo trace, las maquetas comenzarán a cobrar vida en forma de cartón piedra sabiendo que su ciclo anual  debe cumplirse para perpetuarse. Ciudad en la que empecé a ser y a la que se suma todo aquel que acaba asumiendo este caótico discurrir que diseña la Huerta. Generosa hasta el extremo de ser capaz de dibujar una línea que arañe a las nubes para que quienes echan de menos a las cumbres no tengan motivos para abandonarla. Cruce cultural en cuyos barrios se sigue percibiendo la jaima que otrora extendiesen quienes concibieron a Valencia como nexo de unión cultural en la que ningún forastero será tomado por extraño.  Desde aquella primera vez que la vi, supe que algo en ella me retendría para siempre y sigo creyéndolo cada vez, que desde el espigón del puerto, lanzo a las brisas el ancla de mi alegría que encalla en las dunas y en ellas permanece.      



viernes, 3 de junio de 2016


Magia negra

Siguiendo los postulados maniqueos que tantas veces se utilizan en según qué condiciones, todo existe porque existe su contrario. Es como si se te ofreciese la posibilidad de estar en un bando aunque no quieras participar de un juego llamado vida. O blanco o negro, o arriba o abajo, o esto o aquello. La cuestión está en situarte en aquella alforja que consiga llevarte por el camino de la felicidad. Todos en más de una ocasión consultamos el horóscopo buscando al cabo de buena esperanza que nos permita disfrutar de los designios favorables del destino. En mayor o menor medida acabamos achacando  a las malas influencias las culpas de nuestras desdichas y ansiamos pronta solución desde donde sea. Si llega de las conjunciones estelares, estupendo; si llega de los rituales exotéricos, bienvenida sea; si llega desde la confianza ciega en tus propias posibilidades, mejor que mejor. El caso es que la solución  venga a ti. Por eso hasta que no te conviertes en oyente de experiencias certeras, un halo de escepticismo cruza por tu mente y sencillamente, callas lo que piensas. Ahora bien, cuando percibes el miedo en el rostro de una persona de toda confianza y notas cómo el paso de los cuarenta años de aquella aventura juvenil la sigue atormentando es cuando reposas tu sonrisa y te dejas de bromas. Te narra cómo la osadía la llevó a Haití y una vez allí decidió junto a alguien de su confianza presenciar una sesión de vudú a cielo abierto bajo una capa de estrellas luminosas. Relata cómo tras invocar el chamán a vete tú a saber quién comienza a poblarse de nubes la noche y descarga con toda la violencia posible un aguacero inesperado. Cuenta cómo el pavor hizo mella en ellas dos al saberse presas por circunstancias absurdas en un país al que accedieron curiosas y deseaban abandonar a toda prisa y no podían. Confiesan cómo gracias a la caridad  de algún mando de un ejército extranjero pudieron embarcar como soldados y abandonar esa isla para nunca más regresar ni mencionar semejante experiencia. Y si todo esto te es confesado en un ambiente distendido en una noche veraniega a la espera del sueño, no tienes motivo para dudar, en absoluto. Lo más curioso y definitivo fue la falta de respuesta a aquella pregunta que lanzó al aire. ¿Por qué este destino no aparece en ningún circuito caribeño? Yo no supe qué responder, pero creo que ella ya sabía sobradamente la respuesta.  Lo que tengo muy claro es que cualquier ritual  de magia, por negro que sea, se acaba volviendo en contra de quien lo promueve, mal que le pese. Así que sigamos consultando a las estrellas y busquemos en el viento las respuestas, ¿no os parece?

 

Jesús (defrijan)  

jueves, 2 de junio de 2016


1.       Corredores, ciclistas, paseantes, saltimbanquis, …..

Y algún espécimen más que se me escapa son los que a medida que la tarde llega aparecen de las veredas del asfalto y ocupan el cauce. Quizás debería incluirme, aunque la no asiduidad constante, me hace apartarme a un lado. Lo cierto y verdad es que aquel reclamo que pedía un verde corredor seco de aguas desviadas al Plan Sur, ha surgido como fontana saciante de deseos de ponerse en forma y ello sigue. Por hábito acabo comprobando que las horas se distribuyen con arreglo al fin de la jornada laboral. Los hay más prefacios y los hay más epílogos; los hay más equipados y los hay conjuntados tras un atuendo publicitario;  los más enérgicos y los hay más pausados; los hay con perro y los hay huérfanos de ellos; los hay de todos los colores y ritmos. Hasta el punto de que aquello que en años fuese un páramo olvidado se ha convertido en una autopista de pulsaciones a tope de ocupación. De modo que si tienes la infeliz idea de hacerte acompañar por las melodías del mp3 lo más probable es que tu aislamiento conduzca a ser un objeto móvil en constante peligro o que tú mismo seas el peligro para otros. A todo lo anterior añadamos el paso de quienes no optan por el deporte pero buscan el acceso a la otra parte sin pasar por semáforos y ya el tumulto está asegurado y la adrenalina dispuesta a salir al torrente sanguíneo. El perro que ha conseguido liberarse de sus amarres no entenderá de cedas el paso. El niño que da sus primeros pasos en bici sin pedales, se sentirá como futuro motero y quemará ruedas a su antojo. L os corredores buscarán entre los pinos la meta del Maratón diario en grupo como si el Serengueti valenciano necesitara de su diario paso. Los ciclistas más intrépidos soñarán que disputan al sprint el final de una etapa en el Tourmalet  azaharado. Los pegapedaladas  bastante tendremos con sortear cualquier obstáculo y salir ilesos. Y de cuando en cuando los timbales africanos lanzarán al viento sus mensajes  entre las milenarias piedras que algún parkour  principiante saltará huyendo de su propio miedo a partirse la crisma. En definitiva, un maremágnum de disciplinas a las que añadir a los entrenadores personales poniendo manos a la obra en convertir fofas carnes en turgentes músculos. Añadamos al colofón de este estadio olímpico a los guerreros nórdicos  liándose a mamporros entre sí en un torneo sin caballos que ya hubiese soñado  para su ejército Braveheart. Sea cual sea la disciplina elegida, amigos míos, tendréis un hueco, mínimo, eso sí, para practicar lo que más os apetezca. Si el deporte no es lo vuestro, sentaos en cualquier tronco caído, quedaos en cualquier pérgola recién podada y disfrutad del espectáculo; las representaciones son diarias y el  precio merece la pena.   


Jesús(defrijan)