martes, 4 de agosto de 2015


         Sicilia(capítulo 6º)

Allá a lo alto, majestuoso dominador de la isla, el Etna esparcía vapores blancos que anunciaban su tranquilidad interior. Respetado y temido aportando fertilidad desde las lenguas de lava que dan testimonio de su furia que se revela cuando se le ignora. Nos llamaba y a él acudimos serpenteando las laderas y afrontando los desniveles hasta dejar el azul de las aguas para cambiarlo por el de los cielos. Restos de sus vómitos dando muestra de su poderío fueron ascendiendo con nosotros hasta la base en la que el interés comercial busca hacerse un hueco en la mochila del viajero a modo de suvenir. Y él, retándonos desde lo alto. Los más atrevidos emprendiendo la ruta del ascenso a pie y los menos preparados dejándose guiar por el teleférico hasta los mil ochocientos metros. Allí la posibilidad de seguir el ascenso venía de la mano de los todos terrenos que a modo de  camellos mecanizados nos aproximaban hasta el límite máximo permitido.  Y los cráteres pausados esparciendo calores al más mínimo roce de la piel. El bordear su brocal supuso una lucha entre las respiraciones preñadas de aires sulfurosos y las instantáneas que aparecían a nuestro alrededor. Justo en las laderas de los mismos, las huellas firmadas en piedras alineadas de aquellos que quisieron dejar constancia de su paso por las cenizas de lava. Entre los óxidos de hierro se leían dedicatorias a amores que harían envidiar a los dioses del Olimpo y corazones trazados sobre el fuego interno que todo amor necesita. Bajas temperaturas que azotaban los rostros compitiendo con el sol que iluminaba la mañana. Las mil y una leyendas de amor odio entre los protagonistas mitológicos llegando a danzar como ninfas a nuestro alrededor y ante ellas el tesón de quienes quisieron alcanzar la cumbre a pie. Y así, poco a poco, iniciando el descenso hacia la base sabiendo que la magia del momento nos acompañaría para siempre. La Tierra eligió como uno de sus respiraderos al Etna y fuimos testigos de la contención de su ira. Siracusa nos citaba y todo principio por desalojar lo sumergido hablaba de Arquímedes. Allí el Oído de Dionisio sacaba a la luz la crueldad de quien decidió dejar morir a los prisioneros por sospechar confabulaciones en su contra. Y como contrapunto, Ortigia, en la que Alfeo enamorado de Aretusa tuvo que convertirse en río para acabar manado en la fuente en la que se convirtió su amada. Cuentan que las aguas viajan de modo subterráneo desde el Peloponeso hasta Ortigia y no seré yo quien lo pongo en duda.

 

Jesús(defrijan)

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