Sicilia(capítulo 5º)
Aún con el recuerdo de las catacumbas y la incógnita a
resolver sobre los misterios del embalsamamiento, la ruta a Segesta siguió las
indicaciones de la leyenda. Nicola, afamado buceador, tuvo que someterse a los
caprichos reales que dudaban de su habilidad. Primero recuperó de las aguas una
corona que el coronado lanzó a modo de reto chulesco. A continuación recuperó
una copa de oro que buscó más profundidades y con ello venció al engreído
monarca. Por último alcanzó como destino abisal a la moneda de oro que
minimizaba tamaños y aumentaba desafíos. Cuentan que en tal inmersión observó
cómo de las tres columnas que sustentaban a la isla, una de ellas estaba a
punto de venirse abajo. Movido por su filantropía, sustituyó con uno de sus brazos
al soporte marino y con ello evitó la hecatombe. Cuentan que cada vez que la
isla tiembla se debe a que Nicola cambia de brazo sustentador y así su obra
continúa en beneficio de todos. Del rey, de su soberbia, nadie creará una
leyenda; pero nadie temerá lo peor cuando las fuerzas terrestres decidan
empujarse porque sabrán que Nicola vela por ellos. Y en estas estábamos cuando
llegamos a Segesta. El primero de los templos se alzaba en la cumbre y daba
muestras de un pasado pletórico. Después siguieron los del valle de los templos
en los que la necesidad de mantenimiento
se dejó tentar por las firmas capitalistas actuales a la hora de celebrar una
reunión pomposa a mayor gloria de su caducidad. He de suponer que tendrían
especial cuidado en no levantar la ira de los dioses para no verse sometidos a
su venganza. Mientras tanto, el calor seguía viaje con nosotros y las
instantáneas múltiples se acumulaban a
modo de recordatorio. Breve descanso y paso por la villa Scala para disfrutar
de la conservación de mosaicos, salas, habitáculos en general que la arcilla
derramada por la ladera próxima tuvo la fortuna de proteger hasta su
descubrimiento. Erice, como atalaya medieval a modo de nido de águilas y Taormina a cuyo anfiteatro accedimos entre
las puyas del sol inmisericorde cuya única pócima fue el jardín que costeaba el
precipicio. Y sobre las paredes próximas a la iglesia unos hules a modo de
coplas de ciego dando fe de la historia de Salvatore Giuliano. La actuación de un grupo musical de moda en
su coliseo anticipó nuestro regreso anunciando que alguien sobraba entre las
huellas de la historia y no era cuestión de permanecer más tiempo. A modo de acomodaticios viajeros, seguíamos
ocupando las filas traseras mientras Amparo seguía su incansable parloteo explicando su querencia a los sombreros que
tan necesarios se hacían. Quedaba mucho por descubrir y estábamos dispuestos a
ello.
Jesús(defrijan)
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