lunes, 3 de agosto de 2015


         Sicilia(capítulo 5º)

Aún con el recuerdo de las catacumbas y la incógnita a resolver sobre los misterios del embalsamamiento, la ruta a Segesta siguió las indicaciones de la leyenda. Nicola, afamado buceador, tuvo que someterse a los caprichos reales que dudaban de su habilidad. Primero recuperó de las aguas una corona que el coronado lanzó a modo de reto chulesco. A continuación recuperó una copa de oro que buscó más profundidades y con ello venció al engreído monarca. Por último alcanzó como destino abisal a la moneda de oro que minimizaba tamaños y aumentaba desafíos. Cuentan que en tal inmersión observó cómo de las tres columnas que sustentaban a la isla, una de ellas estaba a punto de venirse abajo. Movido por su filantropía, sustituyó con uno de sus brazos al soporte marino y con ello evitó la hecatombe. Cuentan que cada vez que la isla tiembla se debe a que Nicola cambia de brazo sustentador y así su obra continúa en beneficio de todos. Del rey, de su soberbia, nadie creará una leyenda; pero nadie temerá lo peor cuando las fuerzas terrestres decidan empujarse porque sabrán que Nicola vela por ellos. Y en estas estábamos cuando llegamos a Segesta. El primero de los templos se alzaba en la cumbre y daba muestras de un pasado pletórico. Después siguieron los del valle de los templos en los que la necesidad  de mantenimiento se dejó tentar por las firmas capitalistas actuales a la hora de celebrar una reunión pomposa a mayor gloria de su caducidad. He de suponer que tendrían especial cuidado en no levantar la ira de los dioses para no verse sometidos a su venganza. Mientras tanto, el calor seguía viaje con nosotros y las instantáneas múltiples  se acumulaban a modo de recordatorio. Breve descanso y paso por la villa Scala para disfrutar de la conservación de mosaicos, salas, habitáculos en general que la arcilla derramada por la ladera próxima tuvo la fortuna de proteger hasta su descubrimiento. Erice, como atalaya medieval a modo de nido de águilas y  Taormina a cuyo anfiteatro accedimos entre las puyas del sol inmisericorde cuya única pócima fue el jardín que costeaba el precipicio. Y sobre las paredes próximas a la iglesia unos hules a modo de coplas de ciego dando fe de la historia de Salvatore Giuliano.  La actuación de un grupo musical de moda en su coliseo anticipó nuestro regreso anunciando que alguien sobraba entre las huellas de la historia y no era cuestión de permanecer más tiempo.  A modo de acomodaticios viajeros, seguíamos ocupando las filas traseras mientras Amparo seguía su incansable parloteo  explicando su querencia a los sombreros que tan necesarios se hacían. Quedaba mucho por descubrir y estábamos dispuestos a ello.

 

Jesús(defrijan)  

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