La Olivetti
Era de ese color que simula el
negro entre el gris para pasar desapercibida a los dedos de quien la pretende.
Solía ocupar la esquina en la que los papeles de barba competían con los azules
del calco pelikan multicopista a la hora de prestarle servicios. Discreta,
ocultaba sus teclas sobre la cornisa de unos perfiles de contrachapado que le
servían como trinchera de vergüenzas. Era como si el saberse descubierta con el
tecleo entre los presentes la ruborizara hasta el extremo de no saber qué
directriz tomar. Por ella pasaron albaranes, pedidos, recomendaciones, oficios,…y
primeros pasos de redacciones. Ante su abrazo , las cuartillas se torneaban
para dar vida a los incipientes borradores que aquellos dedos fuérfanos de destrezas
intentaban disimular. Dos cajones a estribor, el manual marcaba las pautas a seguir para dominar el
tacto y ritmo de las teclas que esperaban ansiosas su turno. La ceta ocultaba
su torpeza cada vez que el ritmo se frenaba con su paso y la bondad del
director de tal concierto acunaba con aceites el torpe deslizamiento de la
misma. Fueron tardes de silencios golpeados desde el escritorio de
contrachapado en los que se vislumbraron historias que se creyeron no escritas.
El ir y venir dela imaginación sucumbiendo al ascenso y caída de las barras
semirrectilíneas que pedían paso para dejar evidencias de su existir. Y así, entre los saltos rojinegros de la cinta
intermediaria, nació la devoción.
Ayer la vi de nuevo. El hecho
de repasar estantes en los que los recuerdos han ido acumulándose, me llevó a
ella. Confieso que he sentido vergüenza ante el hecho de que descubriese mi
infidelidad hacia ella bajo la premisa del avance tecnológico. El rubor me ha
impedido aducir razones en las que basar su abandono en aras del progreso. Por
un momento han regresado aquellas tardes que llenaron silencios desdela pila bautismal
de su gentil bienvenida. No he podido por menos que volver a teclearla y para
asombro mío comprobar su fidelidad. He intentado escribirle una carta de
agradecimiento y casi lo he conseguido. No sé qué ha pasado pero al intentar
explicar la vergüenza que sentía, la ceta se ha negado a participar. La he engrasado de nuevo, y con mimo, la he
situado enla estantería que preside el despacho. Centímetros más abajo, el portátil
ha lanzado una interrogación, y yo sólo he podido esbozar una sonrisa.
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