viernes, 13 de junio de 2014


   La Olivetti

Era de ese color que simula el negro entre el gris para pasar desapercibida a los dedos de quien la pretende. Solía ocupar la esquina en la que los papeles de barba competían con los azules del calco pelikan multicopista a la hora de prestarle servicios. Discreta, ocultaba sus teclas sobre la cornisa de unos perfiles de contrachapado que le servían como trinchera de vergüenzas. Era como si el saberse descubierta con el tecleo entre los presentes la ruborizara hasta el extremo de no saber qué directriz tomar. Por ella pasaron albaranes, pedidos, recomendaciones, oficios,…y primeros pasos de redacciones. Ante su abrazo , las cuartillas se torneaban para dar vida a los incipientes borradores que aquellos dedos fuérfanos de destrezas intentaban disimular. Dos cajones a estribor, el manual  marcaba las pautas a seguir para dominar el tacto y ritmo de las teclas que esperaban ansiosas su turno. La ceta ocultaba su torpeza cada vez que el ritmo se frenaba con su paso y la bondad del director de tal concierto acunaba con aceites el torpe deslizamiento de la misma. Fueron tardes de silencios golpeados desde el escritorio de contrachapado en los que se vislumbraron historias que se creyeron no escritas. El ir y venir dela imaginación sucumbiendo al ascenso y caída de las barras semirrectilíneas que pedían paso para dejar evidencias de su existir.  Y así, entre los saltos rojinegros de la cinta intermediaria, nació la devoción.

Ayer la vi de nuevo. El hecho de repasar estantes en los que los recuerdos han ido acumulándose, me llevó a ella. Confieso que he sentido vergüenza ante el hecho de que descubriese mi infidelidad hacia ella bajo la premisa del avance tecnológico. El rubor me ha impedido aducir razones en las que basar su abandono en aras del progreso. Por un momento han regresado aquellas tardes que llenaron silencios desdela pila bautismal de su gentil bienvenida. No he podido por menos que volver a teclearla y para asombro mío comprobar su fidelidad. He intentado escribirle una carta de agradecimiento y casi lo he conseguido. No sé qué ha pasado pero al intentar explicar la vergüenza que sentía, la ceta se ha negado a participar.  La he engrasado de nuevo, y con mimo, la he situado enla estantería que preside el despacho. Centímetros más abajo, el portátil ha lanzado una interrogación, y yo sólo he podido esbozar una sonrisa.         

No hay comentarios:

Publicar un comentario